
Gloria Cristina Flórez
Universidad Nacional Mayor de San Marcos/ Perú
Consideramos necesario, en primer lugar, definir al sermón como “el discurso oral que se realiza dentro de un marco litúrgico o en una reunión de tipo religioso”.[1] Asimismo, reconocer que ha cumplido dos funciones fundamentales denominadas por Hervé Martin[2]: ortodoxia y ortopraxis. Esa palabra "de la boca de Dios", pronunciada en ámbitos variados a través del tiempo, sea en la iglesia - espacio sagrado- o en la plaza pública - espacio profano- agregó otra especificidad desde fines de la Edad Media: estar íntimamente ligada a funciones represivas y sobre todo "controladoras" del Estado Moderno.
El sermón es importante como texto escrito, aspecto fundamental para todo medievalista pero además es pronunciado por un predicador quien se dirige a una audiencia con el objeto de instruirla y exhortarla. El tema que trata está relacionado con la fe y emplea por lo general pero no necesariamente, un texto sagrado- no siempre bíblico- para explicar o desarrollar tópicos que pueden ser relevantes para quienes lo escuchan[3] como lo afirma Beverly Kienzle en su trabajo,
El sermón es un discurso desde el púlpito caracterizado por su solemnidad y por elaborarse siguiendo las normas de oratoria y retórica. Sirve de ayuda para la educación religiosa puesto que trata de temas, en muchos casos, como explicaremos de temas relevantes para los asistentes, y las variedades provienen gran parte del predicador.
Nuestro trabajo se interesa en los sermones predicados en los autos de Fe realizados en Lima los años 1605, 1625 y 1639. Sus autores son respectivamente Pedro Gutiérrez Flórez, Luis de Bilbao y José de Cisneros y su análisis nos permite completar la lectura de los procesos de los penitenciados de la época. Así, es posible insertar el mensaje de dichos predicadores dentro de lo que podríamos denominar "el espectáculo del sufrimiento" [4] ofrecido por el Santo Oficio a la sociedad limeña.
No obstante, es interesante también tener en cuenta que estos sermones cumplen plenamente con los requisitos señalados por Kienzle en la obra antes citada,[5] porque la fe es elemento primordial y sobre todo la ortodoxia y ortopraxis están íntimamente enlazadas en una ceremonia t