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Frentes Avanzados de la Historia

EDUCANDO AL BELLO SEXO:LA MUJER EN EL DISCURSO ILUSTRADO

EDUCANDO AL BELLO SEXO:LA MUJER EN EL DISCURSO ILUSTRADO

Claudia Rosas Lauro

Pontificia Universidad Católica del Perú

 


“La mujer tiene siempre la forma del sueño que la contiene”.
Juan José Arriola

El discurso ilustrado imagina a la mujer, sueña cómo debe ser, la inventa desde una mirada masculina. Una mirada de hombres de élite, de hombres de cultura que creen tener el poder de crear a la mujer a la imagen y semejanza de su ideal femenino. Médicos, filósofos y demás hombres de ciencia y letras hablan de ella todo el tiempo, incansable y arduamente. La mujer es centro de un encarnizado debate en que se trata de dilucidar su naturaleza misteriosa y normar su rol en la sociedad. Ellos se dirigen, principalmente, a sus esposas y a sus hijas. La mujer de los ilustrados peruanos no es un ser abstracto, adquiere una forma particular, pues se concreta en el estereotipo de la mujer de élite, de la criolla limeña. En este sentido, su discurso expresa el proceso de construcción de una identidad propia manifestada en un nacionalismo criollo consolidado en las postrimerías del período colonial. Se trataba, entonces, de una representación criolla de la mujer[1].

El artículo explora las diversas facetas que adopta la mujer en el discurso ilustrado, que hace de la prensa el medio para ejercer su función pedagógica y docente. Los ilustrados peruanos realmente estaban educando al bello sexo a través de los periódicos. A lo largo de sus páginas podemos percibir los elementos que componen la imagen de mujer que se buscaba proyectar a la sociedad. Un primer aspecto de esta representación es la misteriosa y temible sexualidad femenina, que debía ser regulada mediante el honor y el recato. La belleza y la seducción son vistas como formas de poder que se expresaban en usos y costumbres femeninas como la vestimenta y la cosmética. Otro elemento central en la configuración de la imagen femenina es el matrimonio, que nos permite incursionar en temas como el amor y la fidelidad conyugal. Un tercer punto de análisis es la maternidad, donde se enfocan las prescripciones médicas de higiene y salud durante el embarazo y el parto así como los consejos morales sobre la educación de los niños. Este aspecto se vincula con el siguiente, que trata sobre la mujer y su acceso a la cultura. Finalmente, terminaremos con una mirada fugaz a los espacios femeninos tanto públicos como privados.


1. La educación y el discurso ilustrado

El discurso ilustrado otorga un protagonismo principal a la educación, pues considera que la felicidad de los hombres depende de ella y dicha felicidad es el fin principal de la naturaleza humana, la cual es perfectible y se moldea a través de la educación. Esa ciega confianza ilustrada en la educación como instrumento para perfeccionar y reformar la naturaleza del hombre, evidencia toda una dinámica secularizadora de la sociedad. Si bien la importancia de la educación nunca había sido subestimada, antes del siglo XVIII se consideraba que tenía objetivos específicos y un campo de acción limitado. Con la Ilustración se empieza a vincular la educación con el dominio público, con la sociedad en su conjunto y con el ámbito de decisiones de la autoridad política. La educación permitía, en la perspectiva de los ilustrados, el desarrollo de las potencialidades buenas de la naturaleza humana y la constricción de la exteriorización de las pasiones. Entonces, por medio de la educación, el hombre logra la domesticación de las pasiones naturales y su transformación en virtudes sociales para el interés personal y la utilidad social[2].

En consecuencia, el discurso ilustrado respondía a la voluntad dieciochesca de cambiar la sociedad según los presupuestos ilustrados, siendo la prensa periódica uno más de los diversos medios empleados por el Estado y las élites para educar. Como señala Jean Sarrailh, el proyecto reformista borbónico pretendía modelar y controlar a la sociedad[3], de la cual la mujer formaba parte, por eso el afán normativo y preceptivo también se extendió al ámbito femenino. Se trataba de delimitar claramente un rol para la mujer y que ella debía asumir para la construcción de una nueva sociedad. Este discurso se nutría de tradicionales supuestos sobre la inferioridad de las mujeres y la necesidad de controlarlas y subordinarlas, que se mezclaban con las nuevas ideas y el avance científico de la época. En este período fue importante la producción de discursos, imágenes y representaciones sobre la sociedad peruana, pues lo que empieza a delinearse en esta etapa se perfilará claramente en la centuria siguiente. En este proceso, la mujer no se hallaba ausente, por el contrario, era una pieza angular en el nuevo proyecto[4].

Entonces, el proyecto ilustrado, un proyecto verdaderamente optimista, utilizó un nuevo medio que empezaba a crecer en importancia para difundir sus máximas, sobretodo, entre las mujeres. Por eso, a fines del siglo XVIII los periódicos van a cumplir un rol fundamental en el proceso de construcción de la nueva sociedad. El deseo de modernizar los conocimientos y actualizar la cultura levanta su voz desde los periódicos. Muchas veces son difusores de cosas sorprendentes y otras de experimentos singulares sin ordenarlos en un sistema, pero están siempre al servicio de la ciencia extrauniversitaria, de las ciencias útiles y de la modernidad. Como sostiene Sánchez-Blanco, a falta de una institución educativa que enseñe los nuevos conocimientos, los periódicos se convierten en sucedáneo de la enseñanza superior ocupando un lugar intermedio entre especialistas y la mera divulgación[5].

La prensa se erige como una tribuna de moral laica difundiendo un discurso que, según el editor de un periódico de la época,

... haga patentes a todos los defectos de las costumbres públicas por medio de la crítica... a fin de suavizar la aspereza de las costumbres públicas” (Prospecto, Semanario Crítico). Los agentes que tendrían un papel fundamental para lograr este fin serían las mujeres, pues se consideraba que esa era su misión natural, tal como se expresa en otra de las publicaciones cuando se afirma que eran “Nacidas para suavizar las costumbres del hombre...

(Gaceta de Lima Nº 21, 11 jun. 1794)


Dentro de esta orientación pedagógica y docente es que el discurso ilustrado abordó el tema de la mujer para definir su rol dentro de la sociedad, como se evidencia en los cuatro periódicos editados en Lima durante esta época. Es importante señalar que estos periódicos eran publicados por hombres, pues la prensa femenina y las mujeres periodistas aparecerán recién en la centuria siguiente. Sin embargo, a diferencia de los que postulan la aparición de una prensa orientada a un público femenino recién en el siglo XIX, proponemos que el primer periódico destinado a las mujeres, esencialmente a las madres de la élite, surgió a fines del siglo XVIII. Este fue el Semanario Crítico que, editado por el sacerdote franciscano Juan Antonio de Olavarrieta, aparecía los domingos y fueron dieciséis números en total que trataban, esencialmente, sobre la educación de los hijos. En el prospecto el editor lo manifiesta claramente al afirmar que:



No será pues ultilísima ocupación hacer ver a las Señoras mujeres sus comunes defectos en este ramo tan importante a la sociedad, desde el momento en que una agradable suerte las condecoró con el dulce título y renombre de Madres?

(Prospecto, Semanario Crítico).

 

En efecto, el público lector estaba constituido por las madres, a ellas se dirigían los consejos para la educación de sus hijos y las orientaciones para llevar adelante una adecuada maternidad. En esta misma época circuló el Diario de Lima, que empezó a publicarse en octubre de 1790 y salió durante dos años, bajo la dirección de Jaime Bausate y Mesa. Los temas que abordaba eran diversos: principalmente se trataba de proposiciones morales mediante cartas que exponían casos supuestamente reales o a través de poemas y disertaciones; además se anunciaban compras, ventas y alquileres, generalmente, de amas de leche.

Otro carácter tuvo la Gaceta de Lima, que surgió en 1793 con el objetivo de dar la versión oficial sobre la Revolución Francesa[6]. Su publicación fue una de las medidas adoptadas por las autoridades virreinales para evitar la posible difusión de ideas contrarias al sistema político. Empezó a circular cuando ya habían desaparecido el Diario y el Semanario, pero aún se editaba el Mercurio. Esta publicación es de gran relevancia porque constituye el primer periódico peruano que trató sistemáticamente un tema de carácter internacional, pues casi la totalidad de los ejemplares estaban dedicados a informar sobre el evento político que estremecía al mundo[7]. Se puede entrever en sus páginas la imagen de la mujer en un contexto revolucionario.

El más exitoso y prestigioso de estos periódicos fue, sin lugar a dudas, el Mercurio Peruano. Editado por miembros de la élite organizados en la Sociedad de Amantes del País circuló desde 1791 hasta 1795, contando con el favor de las altas autoridades coloniales[8]. Cabe resaltar que tres mujeres, cuya identidad desconocemos, participaron en las primeras tertulias de la Sociedad pero luego no figuraron. Dedicó sus páginas íntegramente a temas orientados al conocimiento del país, por lo que ha sido considerado por la historiografía el paradigma de la Ilustración peruana de fines del siglo XVIII, llegando a eclipsar en el discurso histórico a las otras publicaciones periódicas de la época.

Estos periódicos, a medida que expresaban una concepción moderna y profesional de la prensa, iban a producir un destinatario al que llamaron público y con el cual mantenían una relación activa por la frecuencia con la que se editaban. De esta manera, el periodismo supuso y a la vez fue constituyendo la opinión pública. Según Jurgen Habermas, esta transformación que llevó al surgimiento de la moderna opinión pública se gestó durante el siglo XVIII en Europa [9], y que en el Perú se hizo palpable a fines de esta centuria.

Estas publicaciones circulaban, principalmente, entre los miembros de los estratos sociales más altos, sin embargo las capas superiores de los sectores populares urbanos no estuvieron al margen del impacto de la prensa en su vida diaria[10]. Los periódicos eran leídos en los espacios de sociabilidad de la ciudad, donde las noticias eran comentadas dando origen a corrientes de opinión, acalorados debates y proliferación de rumores. En las Tertulias, los Cafés, las Fondas, las barberías y otros espacios de encuentro, tanto de la élite como del pueblo, se leían y comentaban los artículos periodísticos. Muchas veces, un ejemplar era conocido por más de una persona, pues la lectura en voz alta era una práctica cotidiana, como lo ha explicado Roger Chartier en sus estudios sobre la Europa moderna[11]. Pero, no sólo era importante que el periódico llegara a manos de los habitantes y que lo leyeran, sino también considerar que el mismo contenido de un ejemplar podía tener múltiples lecturas y disímiles interpretaciones según la persona que lo leyera[12]. A continuación apreciaremos cuál era el contenido de estos periódicos que expresaban una visión dieciochesca e ilustrada de la mujer.


2. La sexualidad femenina: lo prohibido y lo pecaminoso

La mujer era definida en función de su sexo, de su capacidad para engendrar, entonces la medicina y la ciencia se empeñarían en hallar en su cuerpo la explicación última de su naturaleza. Identificadas con sus cuerpos, las mujeres terminaron por ser presas de ellos en el discurso filosófico, religioso y médico. Desde la Edad Media la medicina aparece como prisionera de un mismo discurso en el que el cuerpo de la mujer interesa como ente necesario para la reprucción. Era común apelar al discurso médico para comprender la naturaleza femenina y en base a ello, justificar el rol de la mujer en la sociedad. Los fundamentos históricos de este discurso se habían establecido mucho tiempo atrás, a finales del siglo XIII con el aristotelismo que reducía lo femenino a lo incompleto y el galenismo que lo encerraba en la especificidad del útero[13]. El punto de referencia era la anatomía del hombre y por eso la definición de “úteros andantes” o “varones imperfectos”. Estos presupuestos frenaron el avance ginecológico y sirvieron para explicar el rol de la mujer en la sociedad.

Después del mito de la mujer incompleta se instaura el de la mujer útero a partir del siglo XVI hasta el XIX. Entonces, el órgano que determina la identidad de la mujer es el útero, esto explica las características de una fisiología y psicología muy vulnerables en el sexo femenino. La irascibilidad del útero sustituye al temperamento húmedo, por la teoría de los temperamentos, para explicar la inferioridad natural de la mujer. Entonces, el sexo no define la naturaleza del hombre, pero sí de la mujer. En el discurso ilustrado el recurso a la naturaleza permitió producir una teoría racional de lo femenino en la cual el sexo legitimaba por naturaleza la inferioridad femenina.

A este respecto, es interesante una extensa disertación en que se trataba sobre si una mujer se podía convertir en hombre. Acerca del particular se establecían diferencias físicas de género, y sobre una base científica se negaba la posibilidad de esta transformación. Sobre esta polémica se expresaba un artículo del Mercurio Peruano en 1792 planteando que:



Según nuestros más clásicos autores en el hombre se hallan tres circunstancias, que lo distinguen esencialmente de la mujer, y en esta solamente una: a saber, en el hombre, lo primero, la notoria diferencia que se halla en el Pirineo respecto a la mujer: lo segundo el foramen del Pene llamado uretra por donde sale la orina: lo tercero el escroto en donde se hallan los testículos.

(Mercurio Peruano V, 9-12 ag. 1792)



La teoría de los temperamentos explicada en los textos antiguos y los principios de la fisiología galénica explicaron dimorfismo sexual durante toda la Edad Media, seguían vigentes en el siglo XVII y fueron reformulados en el XVIII. Hasta que los médicos filósofos empiezan a ver el cuerpo femenino como un cuerpo completo y singular. En el siglo XVIII, se llega a la conclusión de que el temperamento era incapaz de producir un cambio de lugar de los órganos y que las partes del hombre no se parecían a las de la mujer. Entonces, el pensamiento ilustrado está convencido de que las historias de trasmutaciones sexuales eran mera fantasía. Según Guibelet y Du Laurence estos relatos indicarían casos de hermafroditismo o de excrecencia monstruosa del clítoris[14]. En el artículo hay alusiones a los hermafroditas, de quienes se decía que “tienen unos ciertos promiscuos caracteres”, porque aparentemente participaban de uno y otro sexo. Sin embargo, los mercuristas señalaban que con el tiempo y el prolijo examen de los peritos, se desvanecían perfectamente las dudas que podían suscitarse entre los teólogos y canonistas, para que bautizaran como hombre al que tuvieron al principio como mujer (Mercurio Peruano, V, 9 ag. 1792).

Sólo se contemplan como naturales dos posibilidades, hombre o mujer, ninguna otra. Dentro de esta explicación, los homosexuales no cabrían, ni hombres ni mujeres según el discurso médico, serían una atroz anomalía, un error de la naturaleza. La transexualidad cuando se la admite como biológicamente posible es siempre considerada como una virilización.

Esta visión se debía también a la dura crítica que recibieron las mujeres en el pensamiento ilustrado. El gran problema siempre había sido la sexualidad femenina, su naturaleza insaciable y lujuriosa. En una pieza literaria, cuyo sugerente título era “Definición de Mujer”, se manifiesta la ambigüedad que existía en la actitud ante el sexo femenino.



Es la mujer del hombre lo más bueno
Es la mujer del hombre lo mas malo ....
Es un Angel, y a veces una Harpia ....
Es la mujer, al fin, como sangría,
Que a veces da salud, y a veces mata

(Diario, 9 jun. 1791)



Había una actitud de desconfianza frente a la mujer. Siguiendo a Macera, podemos afirmar que la ascética cristiana unida a la tradición clásica ofrecieron en el siglo XVIII los mejores argumentos en favor de la superioridad masculina y contra el peligro de los placeres sexuales[15]. En este período, como en los anteriores, la mujer y la tentación del sexo constituían una amenaza para el hombre porque eran contrarios al ejercicio de su razón y a la salvación de su alma, ideales tan caros a la ilustración y al catolicismo respectivamente. Esto explica el cuestionamiento severo que desarrolla la prensa con respecto a la posición femenina en la sociedad y la propaganda que hacía de los ideales de pudor y honor femenino.



Honor y recato


Retrato de Doña Mariana Belsunse y Salasar. Anónimo. Lima, Perú. Siglo XVIII Pintura al óleo. Museo de Arte de Brooklyn. http://www.smith.edu/vistas/vistas_web/espanol/visualculture.htm


La honra femenina y el recato eran principios que toda mujer debía proteger. Uno de los principales consejos dados a las mujeres consistía en que no confiaran plenamente en su belleza y perdieran el honor con un hombre que después las abandonara. Un ejemplo de ello se encuentra en la “Glosa que muestra a la hermosura el evidente riesgo de despreciada después de poseída”, donde el autor advierte:



A ninguno tu beldad entregues,
que es sin razón, que sirva tu perfección,
de triunfo a su vanidad (...) sino serás desgraciada.

(Diario, 4 enero. 1791)

 

Se insiste, entonces, en la preservación del honor de la mujer (Diario, 2 en. 1791), el cual constituía un mecanismo de control de la sexualidad femenina. Se exponen casos edificantes para advertir a hombres y mujeres las graves consecuencias que podía acarrear este tipo de comportamiento. Una joven explicaba su caso diciendo que:



Apenas había cumplido los 16 años, y me hallaba en la flor de mi hermosura, cuando un vil y pérfido traidor vino a galantearme, y con promesa de casamiento me hizo la más infeliz de todas las mujeres.

(Diario, 24 febrero. 1791)

 

En la noticia se muestra a los seductores que fácilmente podían ser presa de la venganza femenina o retados a duelo por algún varón que quisiera limpiar su honra. La apelación al duelo para limpiar el honor femenino es particularmente significativo, pues se convierte en una forma tradicional de control social, comúnmente aceptado, para evitar las relaciones fuera del matrimonio. La prensa buscaba normar de esta manera el comportamiento sexual de hombres y mujeres, orientándolo hacia el matrimonio.

Además, hay que considerar que el honor masculino también se medía en función del honor femenino. Por ello, los hombres no estuvieron al margen de estas enseñanzas, en los periódicos se lanzan constantes advertencias a los seductores de las jóvenes, como la que sigue a continuación:



Que el que trata con doncellas,
logre divertirse con ellas,
bien puede ser.
Mas despues de divertido,
deje de ser marido,
no puede ser.

(Diario, 2 enero. 1791)



Las advertencias a los donjuanes y libertinos continuaban diciendo que “..la falsa maxima recibida de los libertinos, que aquella que fue liberal de sus ultimos favores con uno, puede franquearlos a mil” (Diario, 24 feb. 1791). Esta vocación de normar los comportamientos femeninos y masculinos se extendía a toda la sociedad como se evidencia en la publicación del Bando en el que se ordenaba la separación de los baños públicos de hombres y mujeres (Diario, 16 feb. 1791). Esta disposición se debía a los cotidianos desórdenes que se generaban entre hombres y mujeres, y que se pretendían evitar a través de la diferenciación de los espacios.

En este sentido, son significativas las alusiones a las enfermedades venéreas. En una disertación se mencionaba que: “Del mal venereo en particular sabemos que se comunica, y tenemos demasiados ejemplos de niños, que desde su nacimiento han sido víctimas de la vida licenciosa de sus Padres” (Mercurio Peruano IX, 29 dic. 1793). Tanto es así que se publicó en el Mercurio una receta para enfermedades venéreas (Mercurio Peruano, X, 6 feb. 1794). Desde una esfera laica y pública, el periódico intervenía en la vida privada, en la vida íntima de hombres y mujeres, apelando a su racionalidad, a sus convicciones religiosas; pero también, a sus creencias morales, a sus temores, a su sensibilidad.

La sublimación de la sexualidad en la imagen de la joven limeña iba de la mano con el deseo expreso de normar su recato a través del pudor o la verguenza, que no sólo protegía a la mujer de los asaltos de los hombres, sino también servía para contener los desbordes propios de la naturaleza femenina. En contraste con el recato de la limeña criolla, la mujer negra estaba asociada a la sexualidad, lo cual era debido a sus rasgos físicos según la argumentación racista de la época. Por eso, en más de un pasaje, se la presenta como objeto de deseo sexual[16]. Esta imagen iba acompañada siempre del cuestionamiento que se hacía de su moralidad. Además de la diferenciación socio-racial, esta visión se debía a la importancia que daba el pensamiento ilustrado al factor climático y su influencia sobre el ser humano, que hacía más recatadas a unas mujeres y más liberales a otras.

No sólo a las jóvenes se dedicaron los escritos sobre el cuidado que debían tener de su honor. Las viudas constituyen otro de los personajes a los que se dirigió una prensa con función docente. Se enfatiza en la posibilidad de que la viuda encuentre consuelo en diferentes hombres convirtiéndose en una mujer de mala reputación; frente a este problema los periódicos postulan diversas alternativas. Cuando se refiere que las negras eran inútiles para el servicio doméstico se propone que las viudas se desempeñen como amas de llaves o amas de leche, “por no quedar expuestas a la debilidad del sexo, y asegurar así su reputación y subsistencia” (Diario, 14 abr. 1791). O cuando se comenta que la madre viuda debía dedicarse a sus hijos “sin que la seducción triunfase de su virtud y la desviase de sus oficios” (Mercurio Peruano X, 16 feb. 1794).

Para ejemplificar la máxima expresión de estos principios de castidad y honra, se mostraba la imagen de las santas y monjas. En el Diario de Lima, es patente la imagen de Santa Rosa que se evidencia a través de noticias sobre su canonización, los milagros que realizó y las fiestas llevadas a cabo en su honor. Es así como el periódico limeño expresaba que santa Rosa era “una de las más prodigiosas mujeres que han visto los siglos pasados y verán acaso los venideros” (Diario, 12-15-20 abr. 1791), elevándola al papel de modelo ejemplar de mujer. Además, los criollos encontraban en su figura un elemento para la construcción de una identidad propia.

En oposición a esta imagen, aparece la mujer de mala vida que lleva al extremo la idea de que la mujer es la fuente del pecado, instrumento de la lujuria y de los placeres de la carne. Su aparición en el discurso periodístico es interesante porque permite apreciar cómo el mito de la mujer devoradora cobra realidad a través de la mujer de malas costumbres o de la prostituta, en las que el pudor no habría podido poner freno a la insaciabilidad propia de su sexo. De acuerdo con la visión de la época:



En la sexualidad de la mujer, la naturaleza se permite desbordes. El sexo llamado débil tiene deseos ilimitados, tiene una actividad devoradora que, en determinados climas, se expande tan amenazadoramente que, para tranquilidad y paz de todos, los hombres (...) encierran a sus mujeres.[17]



Es por ello que Ignacio de Lequanda, en el “Discurso sobre el destino que debía darse a la gente vaga en Lima”, afirmaba que “Nadie duda que la reclusión de estas mujeres contribuye a conservar las buenas costumbres” (Mercurio Peruano X, 23 feb. 1794). Este ilustrado señalaba que cuando las mujeres se hallaban en una situación económica lamentable se empleaban en “los oficios más indecorosos” y hacían en la sociedad “el papel más despreciable y criminal” (Mercurio Peruano X, 16 feb. 1794). La prostitución se daba entre las negras, indias, mestizas y mulatas como entre las españolas. Si bien son todas ellas mujeres de mala vida, se remarcan las diferencias por su extracción social y racial. En el caso de las primeras son vistas como un “gremio menos honesto, que estando de ellas más distantes las leyes del pudor, son de genios más libres y desenvueltos”. Mientras que las españolas que pasaban “de la vida inocente a la vida licenciosa: pero aún en ella vive la mayor parte con recato y sin escándalo”. A nivel de las prostitutas se mantenía la jerarquización socio-racial. Asimismo, aparece una clara separación y discriminación de estas mujeres en el conjunto social. En una noticia procedente de la Gaceta de Lima se relataba que se había mandado en Francia que todas las mujeres pidieran cédula de civismo, las que lo merecieran llevarían la escarapela nacional, mientras que a las de mala vida no se les concedería el derecho de portar este distintivo (Gaceta de Lima Nº 13, 19 abr. 1794, p.232).

Como veíamos, el honor femenino constituía un fuerte valor que cohesionaba a la sociedad en su total aceptación. Cuando se describía en la Gaceta la violencia de los revolucionarios franceses, para desprestigiar a la revolución aparecía la mujer ofendida en su pudor, como en la ciudad de Poperinque, donde habían obligado a todas las mujeres del lugar a despojarse de su ropa en medio de la calle, haciéndolas quitarse hasta el calzado y las medias (Gaceta de Lima Nº 22, 14 jun. 1794). Peor aún, cuando las noticias insistían en el ultraje a la reputación de la Reina antes de su muerte, concluyendo el artículo que “no bastando a sus verdugos quitarle la vida, sino también la honra” (Gaceta de Lima Nº 11, 11 abr. 1794), bien tan caro a una mujer hasta después de su muerte. Con el fin de acentuar la naturaleza caótica y violenta de la revolución en el periódico se le presentaba ajusticiada, violada, ofendida en su pudor. De este modo, apreciarían los lectores cómo en un contexto revolucionario donde se había dado la inmersión del orden, no se respetaba ni la vida ni la honra de las mujeres, principios tan caros a toda sociedad civilizada. Este entonces, era un argumento sólido para la propaganda contrarrevolucionaria.


Belleza y seducción

En los periódicos encontramos el énfasis en el tratamiento del tema de la belleza, aspecto central en la configuración de la imagen femenina. En este sentido, resulta significativa la generalizada denominación de “bello sexo” utilizada en esta época y en la centuria siguiente para referirse al género femenino, lo que revela como el atributo de belleza era considerado propio de las mujeres. En efecto, un redactor del periódico expresaba que: “La hermosura es la excelencia como privativa de su sexo, llamado por antonomasia el hermoso” (Mercurio Peruano IV, 19 abr. 1792).

Por ello, el tema de la belleza femenina fue materia a la que no dejó de prestar atención el discurso ilustrado. En el periodismo de la época aparecen numerosos comentarios sobre el tema. Un artículo estaba dedicado a presentar las “Ideas que tienen los diferentes pueblos sobre la hermosura”, donde se ponía de relieve el aspecto cultural de las diversas concepciones de belleza (Diario, 9 en. 1791). De acuerdo con el texto, las groenlandesas gustaban llevar el cabello largo, las mujeres de las Islas Marianas lo blanqueaban y las judías le echaban polvo de oro. Las mujeres de Florida se pintaban los ojos mientras que las griegas y romanas se bruñían como las turcas. Las chinas trataban de mantener pequeños sus ojos y sus pies como señal de belleza.

Al margen de estas reflexiones sobre la naturaleza de la belleza femenina, ésta era percibida como una forma de poder y en ese sentido era reverenciada al mismo tiempo que temida. En principio, la belleza daba a su poseedora un poder inusitado y tremendo sobre el hombre, lo cual es resaltado en el discurso ilustrado a cada instante. Entonces, se considera que “El principal patrimonio que constituye el esplendor y la opulencia de la mujer, estriba en el dominio que disfruta comunmente sobre el varon” y su hermosura la que “forma los grillos con que aprisiona y sujeta la dignidad del varón” (Mercurio Peruano X, 1794). Pero, esta no era la única dimensión del misterioso poder que daba a las mujeres su belleza. En una “Carta dirigida a una mujer hermosa” se le reprueba por comportarse como una tirana que perdía de vista lo justo y lo honesto, pues no iba a la Iglesia para adorar a quien le había dado la belleza, sino para usurparle las adoraciones. Se les tilda a estas mujeres de “heresiarcas que merecen los rayos de la venganza divina” (Diario, 13 jun. 1791). De acuerdo con Veronique Nahowm-Grappe, el poder de la belleza funciona en el breve lapso de la percepción estética y se convierte en el centro de atención que atrae las miradas, por lo que la mujer bella rivaliza entonces con las instancias de poder como el trono y el altar. En este sentido, la belleza corporal amenaza la jerarquía, pero es una amenaza puramente formal que se esfuma con la desaparición del objeto[18]. Sin embargo, formal y momentánea, la belleza femenina seguía siendo una amenaza a otras formas de poder.

Este temor a la belleza femenina no era nuevo, pero se mezcló con otras tradiciones culturales. En efecto, durante la Edad Media se manifestó un temor a la belleza femenina y el poder que ésta daba a las mujeres sobre los hombres, mientras que en el Renacimiento la belleza femenina era concebida como signo exterior de una bondad interior e invisible, por lo que la fealdad era asociada con la inferioridad social y el vicio[19]. El Siglo de la Ilustración va a ser heredero de estas dos tradiciones, exaltando el ideal de belleza femenina y criticando la fealdad de las mujeres que va a ser objeto de burla y de diatriba. Un ejemplo muy claro es el de la “Carta de la Sociedad de los Feos”, en la cual el editor comenta que los asociados han tenido siempre en tanta estimación al otro sexo, que están prontos a admitir a las damas, pero ninguna se ha acercado aunque “en el día abundan más las fealdades y defectos en las mujeres que en los hombres” (Diario, 22 feb. 1791).

La exaltación del ideal de belleza femenino era el de la joven. Por ello, la mujer anciana era mal vista porque había dejado atrás su belleza y su juventud. Se advertía a la muchacha que iba a perder su hermosura cuando envejeciera (Diario, 14 jun. 1791) y que si quedaba soltera iba a ser más cuestionada, pues la anciana soltera fue totalmente descalificada (Diario, 3 en. 1791). En general, existía una imagen negativa de la vejez, pero en particular, de la vejez femenina.

En la prensa ilustrada, destaca en especial la belleza atribuida a la mujer limeña, llegándose a afirmar que las jóvenes limeñas eran de una belleza igual o superior a aquella de las mujeres pertenecientes a otras culturas y razas (Mercurio Peruano I, 6 marz. 1791). Había una intención de propagandizar la belleza limeña, considerada prototipo de la peruana, seguramente con el objetivo de realzar la imagen de la mujer criolla sobretodo frente a la europea. Asimismo, se trataba de difundir en la prensa una imagen criolla de la mujer, donde la limeña reflejaría un estereotipo centralista frente al de las provincias. Se destaca, entonces, la imagen de la excepcional belleza de la limeña con su coquetería característica, orientada a la consecución de un esposo. En efecto, el centro de la vida de esta mujer sería la búsqueda de un marido, para lo cual despliega todas sus habilidades para seducir al hombre, pero sin perder el honor[20]. Este discurso reivindicatorio de la belleza femenina local es comprensible en función del nacionalismo criollo presente en el discurso ilustrado peruano, que buscaba hacer frente a las severas críticas de la realidad americana esgrimidas por los autores europeos.

El deseo de resaltar su hermosura iba de la mano con la propaganda que se hacía de su habilidad para seducir. La mujer era objeto de enfoques ambiguos dentro del pensamiento ilustrado, pues una vez destacada su belleza, su encanto, ese irresistible atractivo que ejerce sobre el otro, los textos insisten sobre su pusilanimidad, su debilidad y su coquetería, todas ellas cualidades que en lo físico y lo moral se confunden[21]. De esta manera, la prensa ofrecía descripciones detalladas de cómo esta mujer se paseaba coquetamente en los lugares públicos como la Alameda (Mercurio Peruano I, 13 en. 1791). La limeña era una mujer que gustaba mantenerse bella, bien vestida y con una agitada vida social que incluía desde los toros, rodeos y fiestas hasta las festividades religiosas. Era una mujer que ejercía su dominio sobre el hombre, sin embargo dependía de él pues está presente la idea de que la mayoría de ellas vivía bajo el asilo y la protección de sus padres, maridos o parientes (Mercurio Peruano X, 16 feb. 1794). La joven casadera resalta en los periódicos limeños por su gran belleza y su destreza para coquetear y seducir al hombre, quien vive bajo el imperio de una constante amenaza.

En este sentido, es que encontramos en los periódicos la recurrencia del tema de la seducción de las mujeres. En efecto, se enfatiza como a través del arte de la seducción las jóvenes limeñas enamoraban a los hombres y se convertían en dueñas de su voluntad. Es más, se cuestiona el hecho de que seducían haciendo “abuso de su belleza” (Diario, 14 jun. 1791). Las limeñas ejercían su poder sobre el hombre por medio de sus atributos físicos, que realzaban a través del vestido y el maquillaje.


Vestimenta y maquillaje

Al lado del ideal de belleza, otro tópico recurrente en la caracterización de la mujer era la vestimenta. Se evidencia una clara diferenciación en el atuendo femenino y el masculino, siendo este campo dominio privilegiado de la mujer, que buscaba verse bella y femenina. Por eso, los intentos de las mujeres por llevar pantalones eran mal vistos porque iban contra el orden natural y por tanto, contra la jerarquía social. Ese era el caso de las revolucionarias francesas que vestían pantalones o calzones largos a semejanza de los sans-cullottes (Gaceta de Lima Nº 22, 11 jun. 1794, p.298). El hecho de que las mujeres vistieran prendas masculinas era otra de las evidencias de la total inversión del orden natural y social provocado por la Revolución Francesa.

Hay un gran interés por la vestimenta que se evidencia a través de los artículos que hablan, en general, del gusto y la moda en el vestir de las mujeres (Semanario Crítico Nº 3,4, 12,13). Asimismo, encontramos noticias dedicadas a describir las piezas del atuendo femenino como el puchero de flores, cuya descripción es ofrecida por los mercuristas a raiz del pedido de un lector interesado.



El fondo principal de puchero de flores es una manzanita al tamaño de la nuez, un palillo, uno o dos capulies, igual número de cerezas, y el azahar de naranja agria: puesto todo sobre una hoja de plátano... salpicadas encima las flores de manzanilla, del alelí amarillo, de las violetas, la aroma, la margarita, sobre lo cual se pone una rama pequeña de albahaca... otra del choclo, que trae una flor entre morada y blanca, tal vez una vara de jacinto, una rama de junco, cuyas flores son amarillas entre hojas blancas, y una frutilla pequeña ... todo lo que roseado con una agua de olor...

(Mercurio Peruano III, 18 septiembre. 1791)



Otra de las piezas más importantes del atuendo utilizado por las limeñas fue el faldellín, que es mencionado en varias oportunidades.



Un faldellín de los ricos
Vale siempre en Bodegones
incluyendo guarniciones
Y los diez pesos de hechura;
Y a pesar de su estructura
Que parece teatral,
Su salero lo hace tal,
Que realza la hermosura.

(Mercurio Peruano I, 6 marzo. 1791)

 

Del mismo modo se mencionan los grandes aros portados por las mujeres de la capital (Diario, 8 feb. 1791). Estas referencias aparecen muchas veces en forma de poemas dedicados a ensalzar las partes del vestuario femenino y se resalta que son prendas de origen local, específicamente limeñas, lo cual estaría reflejando la construcción de una indentidad criolla a través de la vestimenta. Dichos artículos cumplían también el objetivo de propagandizar el uso de estas prendas entre el público femenino ya que se mencionaba dónde eran adquiridas, el precio al que ascendían los modelos que se podían comprar y la forma en que debían ser llevados.

Este interés por hacer propaganda de la vestimenta femenina se debía, entre otras cosas, a que durante el siglo XVIII, el papel de las mujeres como consumidoras se consolida. Los Borbones dan un nuevo cariz a la corte y se difunde la moda francesa al mismo tiempo que los espectáculos públicos para exhibirla. Sin embargo, la importación de productos suntuarios se convierte en una carga demasiado pesada para un país con una economía como la española. Por ello, según Bonie Anderson “uno de los temas predilectos de los ilustrados será precisamente la necesidad de que las mujeres vuelvan al tradicional modelo de austeridad, laboriosidad y recato que se había diseñado para ellas[22].

En el Mercurio un airado esposo se quejaba, a través de una carta, de que su mujer gastaba excesivamente en su vestuario, especialmente en el de tapada



Según mis cuentas ajustadas por un quinquenio son precisos al cabo del año cuatro faldellines de verano, y dos a lo menos de invierno, y aun sobre esto último tenemos mil camorras (de donde provienen las pataletas), porque el faldellín que sirvió para una función no ha de salir en otra así de pronto. ¿ Con qué se paga pues todo esto?

(Mercurio Peruano I, 10 febrero. 1791)

Es necesario señalar que este tipo de cartas, que intentaban exponer casos con la mayor carga verídica, eran inventadas por los editores del periódico para que sirvieran de ejemplo al público lector sobre lo que se debía o no hacer. Es decir, formaban parte de una estrategia desplegada por la prensa para cumplir con su vocación moralizadora. Entonces, las mujeres supuestamente contestaban al esposo enfurecido, argumentando que la vestimenta era una preocupación propia de su género, en la cual no debían inmiscuirse los hombres. Por ello, se muestra a las criollas como mujeres que no permitían que el marido las vista “según su gusto estrafalario”, mostrando independencia en este campo (Mercurio Peruano I, 3 mar. 1791). Sin embargo, este tipo de epístola que representaría la voz femenina, en realidad constituye una palabra doblemente masculina escondida bajo la máscara de la palabra del otro sexo.

El problema que ponía en evidencia esta carta era el del lujo de las mujeres y el excesivo gasto que éste significaba para la economía familiar. Justamente, el lujo en el siglo XVIII fue condenado tanto por moralistas como por economistas. Como vemos a través de la noticia, el lujo significa gasto y es considerado sinónimo de vanidad y ostentación. Para algunos ilustrados, el mal lujo es el de la aristocracia y el buen lujo es el de la burguesía. Lima padecía del primero[23]. Sin embargo, la causa de la crítica a los excesivos gastos de las mujeres no sólo se fundamenta en cuestiones de tipo económico, sino también en el nuevo ideal de mujer laboriosa, recatada y dedicada completamente al hogar.

El aspecto del vestuario se vinculaba con el de la belleza en dos sentidos. Por un lado, se consideraba que el vestuario era un medio que las mujeres utilizaban para verse bellas y distinguirse socialmente de las demás clases. La vestimenta de las mujeres negras y mulatas debía diferenciarse de la utilizada por mujeres de otros grupos sociales. En tal sentido, se recomendaba no vestirlas como las mejores señoritas (Diario, 14 abr. 1791). De esta manera, se remarcaban las diferencias socio-raciales en una sociedad tan compleja como la de las postrimerías de la época colonial. Por otra parte, se enfatizaba que el atuendo y los adornos no eran capaces de dar hermosura a quien no la tenía:



... saben muy bien estas señoritas...que los ricos adornos, superfluas galas, y redundancia de preciosos diges no es capaz de dar nueva y agradable forma a quien no la tuviere.

(Semanario Crítico Nº 12)

 
La cosmética era otro de los aspectos del vestir femenino, pues la pintura era vista como la “vestimenta” de las partes visibles del cuerpo y como un accesorio que completaba el arte de ponerse bella. Para las mujeres el maquillaje era indicador de status social y era parte de la obligación social y moral de aparecer bellas. Pero, tanto en Europa como en América, se difundieron argumentos negativos contra la costumbre femenina de maquillarse. Se incidía sobre los nocivos efectos que a largo plazo tenía esta práctica en el aspecto físico de las mujeres. Asimismo, se pensaba que no era natural pues alteraba “el rostro de Dios” y se le asociaba con el engaño y el adulterio. Al parecer, el ataque a la cosmética se debía, principalmente, a un profundo miedo masculino al engaño[24]. Entonces, el hecho de que las mujeres recurriesen a la cosmética para verse bellas no dejó de ser objeto de reprobación en el discurso ilustrado.

Ejemplo de ello es la protesta de un marido furioso que relataba cómo había sido engañado mediante los artificios de la cosmética, pues descubrió que la belleza de su esposa “era un puro efecto del arte”, por lo cual quería separarse de ella o que el padre entregase una mayor dote (Diario, 17 feb. 1791). En el siguiente ejemplar, el editor respondía realizando una distinción entre las mujeres que conservaban el rostro natural, a las que llamaba puras, y aquellas que lo tomaban prestado del arte, a las que denominaba pintadas. Con afán pedagógico, el redactor narraba el desgraciado caso de un amigo suyo con una pintada y aconsejaba a la pura que debía alejarse de esos engaños, dado que la mujer “libre de todo artificio interior, no necesita el exterior”. Se advertía que esta práctica podía acarrear funestas consecuencias (Diario, 18 feb. 1791).

Estas advertencias tenían su razón de ser dado que, tanto en el Perú como en Europa, la cosmética femenina era desaprobada por sus misteriosos poderes de seducción que, de acuerdo con el pensamiento de la época, inducían a los hombres a su perdición. Este discurso manifestaba la constante preocupación que existía por regular la sexualidad dentro de la esfera matrimonial[25]. Al mismo tiempo, esta prédica se debía a la gestación de una nueva estética femenina a fines del siglo XVIII que auguraba el concepto romántico de feminidad que predominó en la centuria siguiente. Empezaba a aparecer un gusto por la gracia y la simplicidad, las formas delgadas y el rostro natural, pálido, sin maquillaje.


3. El matrimonio: el acto central de la vida de las mujeres

El sentimiento amoroso entre el hombre y la mujer fue objeto de disertaciones científicas y composiciones literarias en el discurso ilustrado, que intentaba caracterizarlo, explicar su naturaleza y hasta establecer sus síntomas y por ende, sus remedios. Así, encontramos una descripción de cómo se empieza a amar, apelando en la argumentación al mundo de las sensaciones así como al encanto y al hábito (Mercurio Peruano I, 23 en. 1791). En la mayoría de alusiones al tema, se destaca cómo “..el amor es una dolencia de un género diferente a las demás” (Diario, 13 jun. 1791).

Son muchos los lamentos de hombres apasionados que se expresan en verso o en cartas. Pareciera que sólo los hombres podían ser presa de un sentimiento tan profundo hacia una mujer por la cantidad de piezas sobre el tema compuestas por varones. En muchos pasajes se describen los padecimientos de un amor no correspondido como en el poema que está a continuación:



Tres lustros que la adoro,
y ella a mi me aborrece,
y al paso que su odio crece,
yo me enciendo y acaloro, ....
O! cuanto un hombre padece,
cuando llega a apasionarse!,
O! quien pudiera librarse,
del tirano Rapacejo;
pero este es un mal muy viejo
e imposible de curarse.

(Diario, 7 enero. 1791)

En otras piezas literarias, se resalta la desdicha de aquel que “nunca bebió el generoso vino con que el amor embriaga” (Diario, 14 feb. 1791). El amor, a pesar de ser visto como una enfermedad, una dolencia o un padecimiento, se presenta como algo positivo, natural y necesario en la vida humana. También se habla de la enorme tristeza que genera la pérdida del amor de la mujer (Mercurio Peruano II, 4 ag. 1791). De ahí que se encuentren consejos, como el de Rossi y Rubi, quien decía a los hombres que estudiasen matemáticas para enfrentar los enamoramientos frustrados y dominar sus pasiones amorosas. El ilustrado afirmaba que:



Yo no hago mas que proponer una conjetura nueva, tal vez arriesgada y atrevida, sobre el modo de moderar las pasiones violentas, con especialidad la del Amor, y sobre el de preservarnos de su contagio. Esta nueva receta, este nuevo remedio es EL ESTUDIO DE LAS MATEMATICAS.

(Mercurio Peruano VIII, 1793)



Esta proposición expresaba el ideal ilustrado de la razón dominando a la pasión y a su vez, la contraposición natural de los dos géneros: la mujer sinónimo de sensualidad, irracionalidad y pasión; al lado del hombre considerándose a si mismo un ser racional, inteligente, cauto. El amor hacia la mujer causaría un desequilibrio en la natural racionalidad del hombre, quien debía dominar esta pasión por medio de la razón y la cultura. Sin embargo, hay otros hombres que no encuentran consuelo en la filosofía que es un vano escudo contra los sentimientos amorosos hacia una esposa ejemplar (Mercurio Peruano IV, 12 feb. 1792).

En otros casos, se presenta al hombre liberado del sentimiento que lo hace esclavo de la mujer como en este pasaje:



Yo he delirado mas que otro cualquiera en la loca adoracion de una belleza que me parecia fuese el centro de toda la sensibilidad y dulzura. Todas mis delicias se cifraban en su conversacion hechicera: no vivia sin verla, y la veia hasta en mis sueños. Le había jurado amor eterno: y mi corazón estaba tenazmente resuelto a cumplir este apasionado y temerario juramento-

(Mercurio Peruano II, 18 agosto. 1791)



Finalmente, el autor del texto dice con gran entusiamo y alegría que consiguió su libertad. Esta era constreñida por el sentimiento amoroso que daba a la mujer el dominio sobre el hombre convirtiéndolo en esclavo de su hermosura.

Esta preocupación por el tema del amor y su representación parecen preludiar el amor romántico del siglo XIX. Pero, al lado de este ideal de amor romántico no se ausentan los preceptos moralizantes y pedagógicos que contienen el desencadenamiento de esa pasión. Asimismo, se enfatiza la importancia del amor conyugal.


Edad y consentimiento

El matrimonio era el objetivo que debía perseguir toda mujer para su realización personal. Sin embargo, se aconsejaba no hacerlo tan pronto y acatar la decisión del padre. Se evidencia por la información periodística que a partir de los quince años el matrimonio es el centro de la vida de la mujer limeña (Diario, 25 en. 1791). En una Carta escrita supuestamente por una señorita de 13 años, ésta relataba cómo el padre se oponía al matrimonio y preguntaba qué debía hacer al respecto. La niña preguntaba a los editores lo siguiente:



Quando el Sr. Leandro me está mirando una hora continua, y me llama niña de sus ojos, no es esta una fuerte prueba de que está enamorado de mi?(...)
Mi edad acaso no es suficiente para dejar enteramente a mi albedrío la elección de un esposo?

(Diario, 25 enero. 1791)

 

En el texto se pone en evidencia que no sólo el sentimiento amoroso era importante para el matrimonio, lo era aún más el consentimiento del padre. El ideal era que las niñas pasaran de la tutela del padre a la del marido, es decir, reemplazar al padre por el esposo para estar bajo la tutela masculina siempre. Es ilustrativa la publicación de la Real Cédula en que se ordenaba que sólo los hijos de familia eran los que podían pedir consentimiento a sus padres, abuelos, tutores o personas de quienes dependían para contraer matrimonio (Diario, 19 en. 1791). Asimismo, a través de las noticias podemos advertir que el matrimonio se seguía tratando como una transacción social o económica, decidida por los hombres de familia.
En otro artículo dirigido “A las jóvenes en edad competente para el matrimonio”, una muchacha hace una consulta exponiendo que tiene dos amantes: un hombre de juicio y que goza de toda la estimación del sexo masculino y otro necio al que las damas favorecen. La joven termina diciendo que: “Si me caso con el hombre de mérito daré gusto a mis padres...Mas con mi querido galán...seré feliz, aunque no me pueda dotar en nada” (Diario, 22 feb. 1791). Es significativa la respuesta que con tono pedagógico editó el periódico, en la que se exohorta a la joven a que “acepte no al galán sino al cuerdo caballero”. El editor explica que las mujeres juiciosas después de algún tiempo de casadas no tienen la ambición de verse rodeadas de muchos pretendientes y adoradores. Cuando la edad ha sanado su natural vanidad y las ha hecho discretas, entonces su amistad se fija completamente en el esposo. A su vez, los maridos quieren a sus mujeres viejas y feas, pues la pareja casada comparte el mismo espíritu y las mismas ideas (Diario, 23 feb. 1791).

En este sentido, se daban recomendaciones para que las niñas evitaran ser seducidas, lo cual evidencia el despliegue de estrategias empleadas con el fin de controlar la sexualidad de la mujer desde temprana edad y orientarla al matrimonio, preocupación central de la vida de la joven. Hay una severa crítica del concubinato y de las relaciones extramatrinoniales como en la “Sátira de las costumbres de los presentes tiempos” (Diario, 5 en. 1791). Por eso, era necesario convencer a cada mujer de que su felicidad sólo se entendía en función de la consecución de un esposo, si no lo lograba había fracasado. El discurso periodístico era muy claro y tajante en este sentido; entonces, podemos comprender la dura y despiadada crítica dirigida a las solteras de más de treinta años. Clara muestra es el estribillo que aparece en el Diario de Lima: “Que haya con cara arrugada, doncella desesperada, bien puede ser. Mas que no nos diga ella, porque quiero soy doncella, no puede ser” (Diario, 3 en. 1791). Como vemos, las solteras eran objeto de burla o compasión. Estaban condenadas a la marginalidad en una sociedad en la cual el discurso era descalificador frente a quien se alejaba de las normas establecidas, en este caso la mujer que no cumplía con el requisito del matrimonio.

Se puede advertir una fuerte presión en las mujeres para el matrimonio, no sólo amparándose en el discurso moral laico sino en la política del Estado. Los periódicos, como se muestra en un artículo del Semanario, convenían en que el Estado debía “favorecer el matrimonio y poner grillos al celibato” (Semanario Crítico Nº 10). De la misma forma, en un pasaje de la Gaceta se enunciaba que la Junta de Salvación Pública ordenó en Francia que todas las mujeres, so pena de muerte, debían presentarse con marido en el término de tres meses ante un tribunal especial y que cualquier mujer viuda o soltera debía admitir por esposo al primero que la pidiera sin que pudieran servir de obstáculo las costumbres, el empleo, ni otros motivos. Más adelante se explica que la razón de la medida era remediar la pérdida diaria de la población del reino (Gaceta de Lima Nº 22, 14 jun. 1794, p.303). Esto se vincula con la preocupación por la demografía que, de acuerdo con Macera, encuentra una clara expresión en el siglo XVIII. Por eso la importancia de la maternidad y la procreación en este período.


La perfecta casada

Los deberes de la esposa son recordados a cada momento para hacer de ella “La perfecta casada”, parafraseando el título de la obra de Fray Luis de León. Sin embargo, son escasas las alusiones a la mujer casada en contraste con la joven que busca marido. Su imagen no se delinea con nitidez como esposa, sino como ente que sirve, principalmente, para la procreación y ésta se debía dar sólo dentro del matrimonio. Este va a ser un elemento esencial para la comprensión de la imagen de la mujer en la prensa de la época, pues había sólo dos opciones contempladas en el destino de la mujer: convertirse en esposa o en monja, las que no optan por ninguna de estas dos vías son severamente criticadas. Con el matrimonio, la mujer pasaba de la protección del padre a la seguridad que le brindaba el marido. El rol asignado a la mujer casada puede apreciarse en la siguiente frase:



Dar gusto al marido, que sabe sostener el peso de las obligaciones anexas al título de superioridad (...) subordinando con prudencia y razón el resto de sus miembros, es una máxima fundamental, en que reposa el hermoso edificio de la estabilidad y armonía de un matrimonio...

(Semanario Crítico Nº 8)



De esta manera, el discurso ilustrado establecía que en la relación conyugal, el marido disponía y la mujer obedecía. Uno de los principales deberes que debía cumplir la mujer era el de la fidelidad conyugal, por eso el discurso ilustrado enfatiza sobre el tema. Esta era vital dentro del edificio social, por lo cual el adulterio, especialmente femenino, era el acto subversivo por excelencia. La importancia de la fidelidad se remontaba a la época medieval. De acuerdo con Georges Duby desde el siglo X la Iglesia instituyó el matrimonio en Europa para someter la mujer al hombre, siendo durante el feudalismo una copia del acto de investidura por el cual la mujer le debía, principalmente, fidelidad al hombre. De este modo, el hombre se convertía en un señor feudal de su hogar al que la mujer y los niños le debían respeto y sumisión[26]. En el siglo XVIII, ya no sólo el sermón religioso, sino también la prensa trató de apelar a la conciencia individual para evitar este tipo comportamientos que iban contra el orden social. Si se insistía tanto en el discurso periodístico sobre el particular, eso significaba que en la realidad estaba muy difundido. Como señala María Emma Mannarelli para el siglo XVII, las relaciones extraconyugales se hallaban extendidas en la sociedad e involucraron directa o indirectamente a una gama social muy amplia, siendo parte de la vida cotidiana de la población, tanto en ámbito privado como en la esfera pública. Estas prácticas estaban sujetas a sanciones sociales y religiosas, siendo el adulterio el modo más amenazante y conflictivo de la extraconyugalidad; por eso el más criticado[27].

También se intenta normar el comportamiento de los esposos, pues se evidencia que la pareja es un terreno de conflictos. Como señala Michelle Perrot: “la historia de la vida privada es también la historia política de lo cotidiano”[28]. El proyecto ilustrado incursionaba también en este terreno para regular las relaciones políticas y de poder en la vida cotidiana, en un período en el que se estaba estableciendo una clara diferenciación entre lo público y lo privado. El dominio privado era el de la familia, el del hogar, donde la mujer tenía una importante injerencia en la gestión doméstica. Anteriormente vimos como la vestimenta era motivo de discusión entre los cónyuges, del mismo modo que va a ser el tema de la educación de los hijos. En ambos casos se le prescribía su rol a la mujer tanto como al hombre. También se presentan aspectos como el de los celos que generaban los maridos en sus mujeres, actitud que es criticada (Diario, 18 jun. 1791), o como debía ser el cariño prodigado por el marido a su esposa que está ejemplificado en la “Carta de un esposo enamorado” que ante la ausencia de su mujer no encuentra consuelo en la filosofía (Mercurio Peruano IV, 12 feb. 1792).


4. Maternidad: el ideal de mujer

Un aspecto central en la configuración de la imagen femenina es la procreación, que aparece como uno de los objetivos centrales del matrimonio. La naturaleza de la mujer y su razón se delinean en base a su facultad de dar a luz, por eso el discurso ilustrado insiste en la importancia que tiene la madre para la propagación del género humano (Mercurio Peruano X, 1794).


Higiene y salud durante el embarazo y parto

En el discurso ilustrado hay una preocupación recurrente por el embarazo y el parto, que se manifiesta en la cantidad de artículos producidos sobre el tema por médicos y obstetras. Al parecer, la mortalidad femenina por los partos alcanzaba en Europa cifras impresionantes debido a las pésimas condiciones en que éstos se producían[29]. En consecuencia, uno de los aspectos que ocupó las páginas de las publicaciones periódicas fue el cuidado que se debía tener durante la gestación y en el parto. En la “Disertación en la que se proponen las reglas que deben observar las mujeres en tiempo de preñez” se prescribe que “todo el objeto de la Madre debe dirigirse a conservar su feto, precaver el aborto y facilitar un parto natural. Los preceptos de la Higiene favorecen estas intenciones...” (Mercurio Peruano II, 5 jun. 1791).

Como se aprecia en la cita, evitar el aborto era uno de los objetivos del discurso médico, que en varias noticias intenta ofrecer una explicación sobre las causas del mismo. Para los médicos de la época existían, principalmente, tres clases de aborto: uno provocado por una sustancia o medicamento, otro originado en la violencia física o una intervención mecánica y el tercero, motivado por una conmoción psicológica. Es importante destacar que estas tres formas de aborto son descritas con detalle en diferentes artículos periodísticos. En uno de ellos se explica cómo las convulsiones histéricas originan la pérdida del niño.



Entre todas las cosas no naturales, son muy perniciosas las graves pasiones del ánimo, y con particularidad la ira, y el terror: la primera, enrareciendo los líquidos, es la causa mas comun de los abortos: y el segundo turbando los nervios y espíritus, en los primeros meses quita la vida al feto, y en los ultimos lo pone epiléctico

(Mercurio Peruano II, 5 junio. 1791)



En el artículo referido, se mencionan también como causas del aborto, los olores fuertes sean agradables o fétidos, olor de carbones encendidos o velas apagadas. Para evitar los abortos, se le recomienda a la mujer -de acuerdo con su complexión anatómica que las divide en histéricas o débiles y fuertes o robustas - que tenga una dieta especial y lleve una forma de vida saludable. La insistencia del discurso médico en las precauciones que debían tener las madres se vincula con el hecho de que para estos hombres, el embarazo, aun cuando evolucionara sin complicaciones, constituía un estado patógeno que perturbaba el sistema humoral y alteraba el equilibrio psicológico de la mujer. Por eso, encontramos en la prensa local y europea todo un imaginario del embarazo plagado de fantásticas historias sobre los irreprimibles deseos de las embarazadas, sus apetitos depravados y los nacimientos monstruosos a que daban lugar. Entonces, los médicos dan recomendaciones para superar ese estado de turbación muy peligroso para el feto y ofrecen orientaciones para el alumbramiento con la intención de mejorar la comodidad de la parturienta y aliviar tanto sus dolores como sus temores. Junto con este imaginario se encontraban también las descripciones científicas producto de la observación y la experimentación en las que los obstetras describían los males de la madre y el tratamiento al que son sometidas. Al respecto es ilustrativo el artículo titulado “Disertación de cirugía sobre un feto de nueve meses que expulsó una mujer por el conducto de la orina” (Mercurio Peruano V, 31 may. 3-7 jun. 1792). En la noticia se relata un caso médico en el que una mujer



... había tenido la desgracia en tres ocasiones diferentes de parir muertos los hijos a los nueve meses cumplidos; y viéndola en una florida edad, complexión robusta y un temperamento sanguíneo bilioso, entre otros recursos de que me valí para que se lograse ese fetus, fué el que se diera una sangría de brazo ácia el tiempo en que le bajaba la menstruación; y aunque no abrazó este dictamen por el horror que tenía a sangrarse (...) lo hizo en el tercero y quinto mes. Al entrar en el séptimo, tuvo tales ímpetus de ira una tarde que para desahogo de su pasión se arrojó al suelo dándose terribles golpes en el vientre...

(Mercurio Peruano V, 3 junio. 1792)

 

Vemos cómo los fantasmas de la histeria y el aborto en las mujeres recorrían el discurso médico que buscaba ejercer una función docente a través de la prensa. Otro de los temas que preocupó a los médicos fue el de los antojos de la madre y su influencia sobre el niño. Varias son las referencias a este tema en el Mercurio que advierten sobre los males que puede acarrear al feto la satisfacción de los “depravados apetitos” de la madre, que en los inicios del embarazo aún no ha desarrollado un instinto maternal. Esto interesaba porque en muchas ocasiones se intentaba dar una explicación de las deficiencias en la salud o malformaciones del niño a partir de los problemas durante el embarazo, como en el caso de la nota que trataba sobre la desfiguración de una niña (Mercurio Peruano II, 14 jul. 1791).

A este respecto, es interesante el artículo escrito por Cosme Bueno titulado “Disertación sobre los antojos de las mujeres preñadas”, que apareció en El Conocimiento de los tiempos, pequeña publicación que acompañaba a los periódicos. Este médico al igual que sus contemporáneos ilustrados, explica la existencia de antojos debido a la desmesurada imaginación de las madres. El antojo es definido como el apetito vehemente de alguna cosa extraña o usual que no fue satisfecha dentro de cierto tiempo y que puede llevar a las mujeres a realizar cosas extravagantes y hasta poco decentes. Sin embargo, Cosme Bueno afirma que los abortos y las deformaciones no se deben al incumplimiento de lo que dicta el antojo, sino a la descarriada imaginación de las madres, quienes trasmiten al feto las enfermedades y los estados de ánimo. Esta idea tenía su origen en la antigua creencia de que el útero dominaba a la mujer y hacía de ella un ser sensible a ultranza, presa de una imaginación sin límites, un ser exaltado y pasional. Si estaba gestando, peor aún porque estas características se acentuarían mucho más.

Sin embargo, ya en esta época se dejaban oir las voces que argumentaban en contra de esta creencia. En un artículo editado por los mercuristas, el autor afirmaba que: “El objeto de mi argumento no es otro, que el de la prolija y curiosa cuestion tratada por tan buenas plumas en diferentes tiempos, acerca del influjo de la imaginación materna respecto del feto” (Mercurio Peruano IX, 26 dic. 1793). Después de dar una serie de explicaciones médicas, finalmente concluye que esta idea no es cierta. Pero, en general, en el discurso ilustrado se siente un temor de la mujer, de la madre todavía más por su mayor propensión a la irracionalidad, aspecto que siempre buscaba normar la ilustración. La madre aparecía en las disquisiciones como un ser difícil de entender y conceptualizar.

El cuidado que debía tenerse durante el parto también fue motivo de reflexión y orientación pedagógica. En este punto, el discurso médico ilustrado, que busca la comodidad y el menor dolor de la madre, se rebela contra el religioso que manda a la mujer parir con gran sufrimiento. A las justificaciones teológicas se oponen las observaciones científicas que explican el dolor de la parturienta y las dificultades del parto debido a la cabeza del feto que es grande en el ser humano y a que en las sociedades civilizadas la mujer no está acostumbrada a trabajos duros y lleva un régimen de vida bastante sedentario. Por ello, en los artículos periodísticos se encuentran detalladas descripciones de la forma en que se debe dar a luz, siguiendo los principios de higiene y salud de la época. En muchas explicaciones se recurre a la tradición de Galeno e Hipócrates y en otras ocasiones a las autoridades de la ciencia médica moderna. Por eso se criticaba costumbres como el grave error de no lavar a los niños después de que nacían así como el aplicar braseros y aromas a los cuartos de las recién paridas (Semanario Crítico Nº 11). También hay noticias como aquella que refería que el estado de la luna cuando se daba el parto servía como anuncio sobre la calidad o sexo de los fetos (Diario, 31 en. 1791).

Estas disquisiciones involucran al feto también, se intenta explicar su crecimiento y desarrollo. Se pone al tanto al público lector, de los avances en este campo, cómo se observa en esta noticia:



Ultimamente sabemos que a correspondencia que el feto va creciendo, las piezas que componen un hueso se osifican, y constituyen una sola pieza o hueso, y lo que era membranoso se hace cartilaginoso, y esto huesoso...

(Mercurio Peruano V, 3 junio. 1792)



Es más, en otro artículo se refiere que el obstetra Mauriceau planteó que se podía determinar la edad del fetus por el peso de su cuerpo. Asimismo, preocupó a los médicos la relación que existía entre la madre y el niño a través del útero. En uno de los artículos se ofrece la más completa explicación, muy didáctica por cierto, para que sea comprendida por el público lector.



Aunque el Feto no está asido inmediatamente a la matriz, ni ligado a ella sino por unos pesonsillos exteriores de sus túnicas, ni tiene su sangre comunicación alguna con la sangre de la madre, y en una palabra, aunque en cierto modo es tan independiente de la madre que le lleva en su seno, como el huevo es independiente de la gallina que lo empolla: con todo se ha pretendido que todo lo que hacia impresión en la madre, lo hacia también en el Feto: que las impresiones en el cerebro de la una, obraban igualmente en el cuerpo del otro, y a esta influencia imaginaria se han atribuido las semejanzas, mounstruosidades, y principalmente las manchas que se advierten en la piel.

(Mercurio Peruano IX, 29 diciembre. 1793)



No sólo se hablaba del parto natural sino también de la cesárea como en el artículo sobre una practicada en Tucumán. En la noticia se explica cómo se hizo la operación a una difunta madre, a pesar de la oposición de la familia, y como resultado nació un varón que duró poco tiempo después de bautizado. El que informa señala que la criatura hubiera vivido si es que se hubiese hecho la operación luego de sucedida la desgracia y concluye advirtiendo a los lectores sobre la importancia del cuidado de la salud del alma y el cuerpo (Mercurio Peruano XII, 8 en. 1795). Este tema era relativamente nuevo, en “El zelo sacerdotal para con los niños no nacidos...” del Padre Francisco González Laguna, publicada en 1871, se abordaba como punto principal la operación cesárea. El mismo año de edición de la obra, el Virrey Jaúregui ordenó que se practicara en el Perú[30].

La cesárea se había practicado durante mucho tiempo, pero en la madre muerta -cómo se observa en la noticia- y el cirujano cumplía con un deber que no le traía problemas de conciencia. Sin embargo, en la Europa Moderna hubo mucha polémica sobre si debía practicarse cuando la madre estaba viva, pues su vida podía correr peligro, lo cual si constituía un grave dilema moral para el médico. A partir del siglo XVII se demostró que la cesárea era anatómicamente posible y la religión argumentó que era importante salvar el alma del niño para el bautismo. Los obstetras defenderán la autonomía de su arte, que criticaron a los partidarios de esta práctica cruel y bárbara que empleba la religión como pretexto. En realidad, la gran discusión era sobre si era lícito matar al niño o a la madre[31].

En defensa de las madres, salen los ilustrados lanzando diatribas contra las parteras y comadronas. Los mercuristas las denominaban charlatanas y curanderas que tenían “la habilidad de engañar al vulgo inexperto” (Mercurio Peruano II, 5 jun. 1791), mientras que el editor del Semanario las calificaba de “chusma de comadronas o parteras, cuya ignorancia y adulación ha inventado tantos lazos de perdición contra la humanidad” (Semanario Crítico Nº 12). Frente a estas prácticas supersticiosas y poco científicas, el discurso ilustrado ponía de relieve la figura del médico, poseedor de la ciencia y la práctica. Estas críticas evidenciaban la vocación de divulgar los preceptos de higiene y salud, que animaban los presupuestos científicos y médicos de la época. Entonces, se lamentaba la ausencia de mujeres formadas en este rubro en una ciudad tan populosa como Lima y se hablaba de la necesidad de desarrollar la Obstetricia, con el fin de “evitar los frecuentes daños que ocasiona la ignorancia de nuestras parteras”. Un comentario es ilustrativo a este respecto:



... debemos confesar, que esta parte tan útil de la Cirugía, no ha logrado aun entre nosotros aquella perfección que se merece. Las parteras de Lima se apropian este título, sin mas principios ni reglas que una asistencia ciega, y sin mas conocimientos que los que ofrece la experiencia propia...

(Mercurio Peruano III, 25 diciembre. 1791)



Es importante señalar la actualidad de este discurso, porque aún hoy el debate entre la medicina tradicional y la occidental o moderna en lo referente al embarazo y el parto se encuentra vigente en nuestro país.


La lactancia materna y la crítica a las amas de leche

La lactancia materna ocupa un lugar central en el discurso ilustrado dirigido a las mujeres y se realizó una campaña propagandística en contra del hábito de recurrir a las amas de leche. Este era un tema polémico que desde el siglo XVII se discutía en los tratados médicos y filosóficos, cuyos ecos se prolongarían durante la centuria siguiente. Por ello, en el siglo XVIII europeo se evidenció una reducción de esta práctica por la propaganda hostil que la veía como antinatural[32]. En el Semanario Crítico, periódico destinado a las madres, Antonio Olavarrieta resaltaba enfáticamente los perjuicios que ocasionaba esta costumbre. En todos los ejemplares del periódico, el editor criticaba la tradicional y difundida costumbre de emplear a las amas de leche para amamantar a los recién nacidos y, al igual que sus contemporáneos, defendía la necesidad de la leche materna para el normal desarrollo y crecimiento del niño.

Las negras y mulatas eran las que cumplían el rol de amas de leche y se dedicaban a la crianza del niño en sus primeros años. Tal como condenaba el sacerdote, el servicio que prestaban esas mujeres era una práctica generalizada en la Lima de la época. Evidencia de ello eran los anuncios que comúnmente se publicaban en casi todos los números del Diario de Lima, en los que se anunciaba la venta o alquiler de amas de leche. Esta costumbre se va a mantener durante el siglo XIX, incluso después de la desintegración de la esclavitud.

Uno de los principales argumentos esgrimidos contra esta práctica era que a través de la leche, las amas negras y mulatas transmitían las enfermedades y los vicios propios de su raza (Semanario Crítico Nº 6). Esta creencia no era nueva, pues constituyó un prejuicio peninsular arraigado desde el siglo XVI[33]. La madre era considerada la culpable de esta situación por su renuencia a amamantar a sus propios hijos y preferir dárselos a una extraña (Semanario Crítico Nº 2). Por eso, el periódico insiste en la “...culpa letal en las madres la omisión de criar a sus pechos los propios hijos” (Semanario Crítico Nº 6). El amamantar al niño y cuidarlo era considerado un deber “natural” que debían cumplir las mujeres para ser madres en todo el sentido de la palabra. Del mismo modo, se argumentaba que esta práctica no tenía parangón con ninguna otra de la antiguedad o de las naciones cultas o los pueblos más salvajes (Semanario Crítico Nº 3).

El ataque a las madres continúa cuando menciona que al cumplir siete u ocho meses de embarazo, se afanaban por buscar una ama de leche (Semanario Crítico Nº 5). Asimismo, el editor explicaba que las madres no amamantaban a sus hijos para preservar su belleza y agradar así a su marido (Semanario Crítico Nº 7). En contraposición con la actitud frívola de estas mujeres, que se negaban a amamantar a sus niños, Olavarrieta sostenía que el amor materno, fundado en Dios y la naturaleza, podía hacer que las madres cuidaran a sus hijos (Semanario Crítico Nº 9).

Otro argumento de peso en el discurso ilustrado se basó en los preceptos de higiene y salud. Citando a Buffon, Olavarrieta afirma que es nocivo que se le diera al niño un alimento de harina y leche para suplir la escasez de la leche materna, pues ello traía como consecuencia enfermedades y hasta podía originar la muerte de la criatura (Semanario Crítico Nº 6). Es más, en una disertación del doctor Pedro Nolasco acerca de las “Conjeturas sobre las causas de la decadencia de la vida humana”, se consideraba como un motivo fundamental de los problemas de salud, la falta de la lactancia materna en la infancia. Se advertía sobre los peligros y el grave detrimento de los infantes debido a un breve período de lactación y se recurría a la historia y la medicina para persuadir a las madres de lo necesario que era cumplir con esa función natural. La robustez, sinónimo de salud, y la longevidad del hombre iban en relación al tiempo que duraba la lactancia materna. El autor concluía que:



Esta pues visto el orden con que la naturaleza fue descaeciendo a medida que se fue acortando el tiempo de la lactancia de los hijos: pero no han faltado en todas edades, y hasta nuestros días, hombres robustos y de vida longeva que debieron a su mayor lactación su mayor fortaleza.

(Mercurio Peruano II, 14 agosto. 1791)



La crítica a la participación de las negras y mulatas en la educación de los infantes continua en otros aspectos. Por sus creencias y costumbres las negras ponían al niño gran cantidad de ropa, lo asustaban con el “coco” y le hablaban “de toda clase de patrañas” como duendes, diablos y brujas. Asimismo, estas mujeres, por su forma de hablar, influían negativamente en el niño en su aprendizaje del idioma (Semanario Crítico Nº 2). Además, las amas, en vez de hacerle caso al niño cuando lloraba, lo dejaban llorar por mucho tiempo o -peor aún- lo golpeaban, por lo que algunos resultaban con terribles defectos físicos, que seguramente eran exagerados por el editor para impactar al público lector (Semanario Crítico Nº 6).

En un extenso artículo aparecido en sucesivos ejemplares del Diario de Lima que se titulaba “Reflexiones crítico-físicas y económicas por la que se demuestran los perjuicios que se originaron en el Perú con la introducción de los negros”, se reprobaba la moralidad de las mulatas y negras que eran mujeres “corrompidas y llenas de vicios” a las que los padres no debían encargar la educación de sus hijos (Diario, 9 al 15 abr. 1791). Del mismo modo se expresaba el Mercurio en una “Carta sobre las amas de leche” en la que se explicaban los daños que estas mujeres ocasionaban en la educación a través de un caso edificante. En el texto, un marido manifestaba su descontento hacia la conducta del ama que criaba a una de sus hijas, con las siguientes afirmaciones:



Una de las cosas que empezaron a chocarme en María fue el oír que no sólo tuteaba a Clarisa, y esta la llamaba mi mama, sino que también dormia con ella, comía, y jugaba, con preferencia a sus hermanitas, y aun a su misma madre. Yo bien sé que lo mismo sucede con casi todas las amas de leche; pero no por eso dejará de ser verdad, que esto influye mucha bajeza en el modo de pensar de las criaturitas, y engrie aun mucho mas a las nodrizas. En efecto, María es la que manda en la casa...

(Mercurio Peruano I, 27 enero. 1791)



Es así como la salud, una de las más importantes preocupaciones a fines del XVIII, al lado de la moralidad, constituían las sólidas premisas sobre las que se sustentaba la crítica de los periódicos al uso de las amas de leche, quienes resultaban teniendo una participación decisiva en las relaciones cotidianas del hogar de sus patrones.


Educación en la infancia

Otro de los aspectos abordados en las páginas de los periódicos es el relativo a la educación de los hijos, una de las principales funciones de la mujer y, a la vez, uno de los temas de mayor interés para la sociedad de esta época. Se presentaban aspectos tales como la manera en que los hijos debían dirigirse a los padres, reprobando el tratamiento de tu a los progenitores (Mercurio Peruano I, 23 en. 1791). Al mismo tiempo se exhortaba a las madres a que sean ejemplo de recogimiento y recato para sus hijas y que se dedicaran a cultivar en los hijos las cualidades del corazón (Diario, 14 en. 1791).

Para la prensa dieciochesca la participación activa de la mujer en la educación de los hijos era central para el posterior desenvolvimiento de la persona en la sociedad, tanto es así que la homosexualidad era atribuida a los defectos de la educación en los primeros años. El tema de la homosexualidad no estuvo ausente de las páginas de los periódicos limeños. La mujer con rasgos masculinos es aceptada y hasta elogiada como caso excepcional, mientras que el hombre con acentuados rasgos femeninos es rechazado y ridiculizado, excluido y perseguido. En una disertación sobre el tema, los homosexuales son descritos como “una especie de hombres, que parece les pesa la dignidad de su sexo; pues de un modo vergonzoso y ridículo procuran desmentir a la naturaleza”. Producen indignación o risa al verlos “adornados con todos los vestidos y galas del bello sexo” (Mercurio Peruano III, 27 nov. 1791). Esta referencia al travestismo, que es duramente criticada por los editores, más bien nos hace pensar en las leyes emitidas por el gobierno colonial, contrarias a que los hombres se vistieran de mujeres durante las fiestas y diversiones públicas populares. Como nos explica Juan Pedro Viqueira, esta normativa se basaba en los preceptos ilustrados que tenían como objetivo reformar las manifestaciones de la cultura popular[34]. También serían muestra de la crítica que desplegaban los periódicos a los usos y costumbres de las mujeres.

Lo que nos interesa es que para este caso se ofrece una explicación del origen de la anomalía. Entonces, la homosexualidad surgiría a raíz de la educación dada por las madres. Tanto el Mercurio como el Semanario convienen en atribuir la homosexualidad a las deficiencias de la crianza materna (Semanario Crítico Nº 5). Los “maricones” son considerados tan raros como los monstruos, enanos o hermafroditas. La causa de la afeminación, entonces, es “obra de una viciosa educación”, caracterizada por un excesivo amor materno y por desempeñar al principio empleos delicados[35]. Del mismo modo, las mujeres que en sus primeras ocupaciones desarrollaban actividades pesadas adquirían una complexión varonil. El artículo concluye afirmando que con una buena educación se verían menos costumbres afeminadas y habrían menos maricones (Mercurio Peruano IV, 19 feb. 1792).


5. Mujer y cultura

La educación de la niña

La educación femenina es un tema que aparece una y otra vez en la prensa hispanoamericana del período[36]. Esto se debía a que la educación de las niñas era un tema de preocupación en el siglo XVIII, cuando surgen los primeros programas educativos destinados a la mujer[37]. En este período hay un reconocimiento a la mujer de la necesidad de saber leer, escribir y contar, pero sin cuestionar su función social en el ámbito familiar y doméstico. Justamente, su educación se va a dirigir a lograr un buen desempeño como esposa y madre. La mujer es concebida como el ser de la pasión, de la imaginación, no de la razón, no del concepto. Al ser incapaz de una conceptualización sostenida, su razón debe dirigirse hacia lo concreto, hacia la práctica. Entonces, el ejercicio de su razón se dirige a los otros: a su marido y a sus hijos, permitiéndoles garantizar su felicidad y bienestar y, por tanto, cumplir con su función de mujer.

Como las niñas debían ser preparadas para asegurar su rol natural de esposa y madre, los manuales educativos y el discurso ilustrado insisten en el carácter práctico de la formación para mujeres. En consecuencia, las propuestas educativas acentuaban las diferencias de roles sexuales y colocaban al hombre como la causa final de la mujer. Esto se evidencia claramente en la distinción que hace Rousseau en la educación de los dos sexos, en su famosa e influyente novela “Emilio o de la educación” (1762). En la obra, al protagonista masculino, Emilio, se le enseñaba a pensar por sí mismo y a Sophie, su futura esposa, se le educaba para realizar las actividades del hogar y hacer feliz a su marido.

Al ser la mujer esencialmente esposa y madre, el espíritu ilustrado que era de carácter anticlerical, criticó la educación y la vida conventuales por considerarlas contrarias a la naturaleza. Las monjas eran incapaces de comprender lo que era una madre y esposa, a no ser en Cristo, por lo cual no debía encargárseles la formación de las niñas. Entonces, se propagandiza la educación en la casa y no en los conventos, pues el hecho de recluirlas en los monasterios, que son equiparados con “cavernas tenebrosas”, acarreaba malas consecuencias para la salud y constitución de las pequeñas. Por todo ello, el discurso periodístico cuestionaba duramente:



La costumbre de encerrar en los conventos a las niñas proximas a la pubertad, epoca critica de la que depende su buena o mala constitución, y por consiguiente el ser o no felices toda su vida, es muy reprehensible y digna de que se destierre, a pesar de lo introducida que está.

(Diario, 11 enero. 1791)



Más bien se recomendaba llevarlas a campo abierto y darles como primera lección que mejorasen su salud. Este cuestionamiento se enmarcaba en una crítica ilustrada a los conventos, los que encontraba tanto más incontrolables como ingobernables, por su independencia económica y social que desafiaba el proyecto borbónico. Como ha señalado Margarita Suárez, las órdenes femeninas jugaron un rol en el habilitamiento de capitales, constituyendo un sector dinámico dentro de la economía colonial, poco controlable por las autoridades masculinas[38]. En la práctica, los monasterios constituían un espacio femenino que escapaba a la injerencia directa del mundo masculino, era un espacio donde las mujeres establecían sus reglas de juego, podían acceder a la educación y detentar poder; era una huida del mundo masculino. Entonces, el convento de aquella época no sólo debe ser visto como ejemplo de conservadurismo social, sino también como una de las numerosas estrategias utilizadas por las mujeres para hacer frente a una sociedad que las sometía a la tutela del varón. Para ello, la mujer se valió de las propias armas que le facilitaba la sociedad, pues escondidas bajo el prestigio que le brindaban los velos, vivían en un mundo aparte.

El debate sobre el lugar para educar a las niñas era tema de reflexión tanto en Europa como en América. En ambos lados del Atlántico surgía la crítica del convento, lugar donde las jóvenes no aprenderían nada, y el cuestionamiento de las religiosas, mujeres que no gozaban de la experiencia conyugal para formar a las futuras madres y esposas. En este contexto, el empleo pedagógico de la casa evolucionó y la madre desempeñó un rol fundamental en la formación de su hija. Las niñas desde pequeñas debían aprender a ser recatadas, laboriosas y austeras, evitando el ocio y el lujo excesivo. La madre debía ser el ejemplo de estas virtudes según un artículo titulado “La crianza mujeril al uso” (Diario, 10 en. 1791).

La crítica del discurso ilustrado a la educación religiosa se enmarcaba también dentro de un proceso de secularización de la sociedad en su conjunto. Entonces, se prefería una formación laica a una de carácter religioso. Esto no significó que no se elogiaran las instituciones educativas como los Colegios de Niñas Expósitas (Mercurio Peruano 6 marz. 1791). Según Nancy Van Deusen, la creación de espacios de educación femenina respondía a la necesidad de control social masculino de la virginidad de sus doncellas[39].


Los hábitos de lectura

El hábito de leer se difundió durante la Epoca Moderna y en el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, aún más. La lectura era símbolo de status, de cultura, y las mujeres no fueron ajenas a este proceso. La lectura del periódico fue un fenómeno importante para el Perú de las postrimerías del período colonial no sólo para los varones. Había mujeres suscriptoras de los periódicos como el Mercurio y otras seguramente los adquirían a número suelto. Un editor llamaba la atención sobre cómo “Un Papel Periódico vuela con facilidad desde la Prensa a manos de una Madama, de un Negociante, de un Artesano” (Prospecto, Semanario Crítico).

Si bien es cierto que la mayoría de mujeres no sabía leer en la Lima de aquella época, el contenido de los periódicos pudo llegar a través de otros medios, el principal pudo haber sido el hombre en la perspectiva de los editores, quienes eran conscientes de esta situación. También la oralidad habría jugado un rol importante a través de las conversaciones en los espacios de sociabilidad. Si bien es cierto que en un artículo se incitaba a las mujeres a que aprendieran a leer y escribir, parece ser que esa no fue la tónica en la prensa peruana, a diferencia del periodismo de otras regiones hispanoamericanas. En el mencionado artículo se refiere cómo una mujer casada, cuyo amado esposo se hallaba ausente, tenía que dar a leer sus cartas y mandar escribir las respuestas. Por eso se reflexiona sobre “...los daños horrorosos que, especialmente en el bello sexo, acarrea su ignorancia” (Diario, 20 abr. 1791). Había, entonces, toda una intención de educar a la mujer para que cumpliera a cabalidad su rol en la sociedad como esposa y madre, con lo cual se la involucraba en la dinámica de los procesos informativos.

La lectura de libros también fue importante. En 1790 fueron procesadas Isabel Orbea, literata limeña, y la Condesa de Fuente Gonzales, una aristócrata, por proposiciones heréticas y lectura de libros vedados. En 1803 también la Baronesa de Nordenflicht, esposa del viajero, fue denunciada por la lectura de obras censuradas; tres años antes su marido había sido procesado por el mismo motivo. En ese mismo año otras dos mujeres fueron denuncidas por lecturas prohibidas como “Le Sopha” de Crébillon y “Cartas de Eloisa y Abelardo. Para los años siguientes también encontramos mujeres a las que la Inquisición enjuició por el mismo motivos[40].

Al parecer, no sólo la lectura fue un medio para que las mujeres de la élite se acercaran a la cultura. En una nota titulada “Nuevos establecimientos de buen gusto, se proponía al público lector el acudir a ellos. A las mujeres se les instaba a tomar clases en una Escuela de Diseño diciéndoles: “Las Madamas que tengan el buen gusto de dedicarse a aprender esta noble arte” (Mercurio Peruano II, 26 may. 1791). Asimismo, se les invitaba a una Academia de baile, en la que un profesor italiano les enseñaría el baile francés.

Sin embargo, estas exohortaciones a la mujer para que se educara no nos debe llevar a creer que se buscaba mujeres eruditas, por el contrario, éstas son severamente enjuiciadas cómo se aprecia en la respuesta de un varón a la erudita carta que escribió una dama sobre el señorismo de las mujeres. En una de las críticas, el autor cita a La Bruyere cuando afirma que “El sexo femenil se llama devoto sexo, y se llama también bello sexo; pero hay tantas hipócritas en el sexo devoto como feas en el bello sexo” (Mercurio Peruano IV, 19 abr. 1792). Al lado de estos ataques, el escritor hace alusión a la pésima comprensión que tiene la mujer de las obras que cita y de los poco lógico y erudito de su argumentación. En definitiva, el discurso ilustrado atribuía a la mujer una gran capacidad de percepción y una viva imaginación. Las mujeres incapaces de una reflexión sostenida y un razonamiento rpofundo debido a su constitución corporal y nerviosa por lo que la racionalidad estaba reservada para el hombre. Se acepta que las mujeres reciban una educación, pero ésta debe ser adecuada para ella que debe tener una influencia moralizante en la familia y debe mentenerse a prudente distancia del conocimiento[41].


6. Espacios femeninos: entre lo público y lo privado

El espacio público era el ámbito donde la mujer desplegaba una agitada vida social en la que el ocio y el disfrute se imponían. Este tema fue centro de atención de los ilustrados que escribieron al respecto resaltando el valor de la diversión en la sociedad. En un artículo titulado “Idea de las diversiones públicas de Lima” se mencionaba la comedia, la corrida de toros así como los paseos a la quebradita de Amancaes y a las lomas, o por la Alameda (Mercurio Peruano I , 13 en. 1791). Las mujeres eran presas del goce de estos espacios de diversión. Además, la mujer limeña vivía preocupada por la asistencia a las fiestas y espectáculos así como a las peregrinaciones y ceremonias religiosas. Los ilustrados ponen en la voz de un marido esta imagen de la mujer, cuando afirma quejoso:



... ella no pierde comedia; ella en los toros ha de tener Galeria; en tiempo de invierno lomas y mas lomas, amancaes y mas amancaes, y por fin de fiesta ha de ir a ver el rodeo de Atocongo, o se viene la casa abajo. En verano todas las tardes a la Piedra-lisa. Regularmente se baña con una camarada, y despues del baño acude a la Picantera, la arrozera, la del zanguito con yuyo, las fruteras, con todas las demas zarandajas que por ahí se van pregonando...De tiempo en tiempo, tenemos las fiestas de Lurín, la de San Pedro del Chorrillo, la de la Victoria en Bellavista, las de San Cristobal, Santiago del Cercado, y las demas peregrinaciones (...) En Fiestas de Purisima, y Misas de Aguinaldo, es increible su devoción: apenas duerme en aquellos dias, por no perder ninguna de estas santas concurrencias.

(Mercurio Peruano I, 10 febrero. 1791)



En este sentido, es importante lo que señala Sánchez-Blanco para la mentalidad española en el Siglo de las Luces sobre detenerse a observar el significado que tuvo en aquel tiempo el descubrimiento de la diversión y cómo se dio la transformación del ocio en diversión. Entonces, es comprensible que tertulias, espectáculos, paseos y bailes ocuparan la atención, especialmente, de las mujeres. La diversión ayudaba a olvidar normas tradicionales y justificaba gastos -como el de la tapada- que hasta entonces no se contemplaban en el presupuesto familiar. La música, el vestuario y la comida permitían desviar la atención del mito de la gloria hacia esferas de acción más mundanas, lo cual estaría reflejando el proceso secularización de la sociedad[42]. Por eso, estos nuevos espacios aparecen en desmedro de la Iglesia, lugar tradicional consagrado a la mujer (Diario, 13 jun. 1791).

Hay que destacar también, que la mujer aparece como protagonista principal en ciertos espacios públicos como la calle de Bodegones, el lugar más importante para el comercio de modas, donde las mujeres acudían a comprar sus variadas y costosas prendas de vestir como el típico faldellín o el puchero de flores. La prensa describe cómo estos espacios asociados a la moda y el vestir son de dominio de las mujeres.



La calle que se forma entre las mujeres que venden esta especie, se divide entre las que venden por mayor, y las que venden por menor. Las primeras tienen espalda a la Iglesia y venden sobre el suelo una o dos especies. Son estas las hortelanas o jardineras: a cuya frente están las que componen el Puchero...

(Mercurio Peruano III, 18 septiembre. 1791)



Pero, la calle aparece también como el espacio de las prostitutas (Mercurio Peruano X, 16 feb. 1791), las revolucionarias francesas o los homosexuales. Entonces, sólo ciertos espacios de la calle son para las mujeres de élite y de buena reputación, aquellos destinados a la moda, los espectáculos o las ceremonias religiosas. El lugar privilegiado de la mujer era el hogar.

La mujer es sirvienta, pero también ama del hogar. Es esposa y madre a la vez. Ella se encarga del gobierno de la casa por lo que debe exhibir las cualidades de modestia, dedicación y economía. En el rol que se les asigna a las mujeres es la de amas de su casa por lo que están obligadas a mantener los secretos de familia; esto entra en contradicción con el hecho de que ellas crean la opinión pública y el rumor. sacan los secretos de familia a la calle y en este caso, a los periódicos a los que mandan, supuestamente, sus cartas quejándose de los hombres. Así, las mujeres desempeñan un importante papel en el ejercicio del control social y con frecuencia en detrimento de ellas mismas ya que son el blanco preferido de ese control convirtiéndose en guardianas del hogar y de la moral familiar[43]. El discurso ilustrado las encierra en la casa en el sentido de que:



... no tienen la fuerza moral ni física que exige el ejercicio de los derechos políticos del ciudadano. Si se entregasen a estas penosas y útiles funciones, tendrían que sacrificar por ellas los cuidados más importantes a que las llama la naturaleza.

(Gaceta de Lima Nº 21, 11 junio. 1794, p.299)



Entonces, por su naturaleza será el hogar, el ámbito privado, su espacio natural.


Reflexión Final

En el Perú durante el Siglo de las Luces no se formuló un audaz discurso sobre la mujer. El discurso racional dominante que versaba sobre la naturaleza femenina emanaba de profundas meditaciones, predominantemente, masculinas. En ellas, la mujer era susceptible de ser definida tanto por su sexo como por su vocación de agradar al hombre mediante el arte supremo de la coquetería. Las mujeres eran seres emocionales, pasivos y delicados que debían seguir los principios de castidad y obediencia; mientras que los hombres eran seres racionales, activos y agresivos iluminados por el valor y el honor. A la mujer estaba destinado el hogar, donde debía desarrollarse como esposa y madre. Su vida debía orientarse a su esposo y a sus hijos, la felicidad de ellos era la suya. En este sentido, los periódicos habrían colaborado en la difusión de los prejuicios acerca de la mujer, muchos de los cuales lamentablemente tienen vigencia hasta nuestros días.


 


NOTAS

[1] Agradezco a Scarlett O’Phelan por sus comentarios iluminadores desde el inicio de esta investigación y su paciencia en la espera de este artículo, el que dedico a dos mujeres, una grande y otra pequeña: Anna María, mi madre y Karen, mi prima.
[2] María Carmen Iglesias. “Educación y pensamiento ilustrado”. En: Actas del Congreso Carlos III y la Ilustración. T. III. Madrid: Ministerio de Cultura, 1989.
[3] Jean Sarrailh. La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII. México: FCE, 1992. Es el trabajo clásico sobre la ilustración en España junto con el de Richard Heerr. España y la Revolución del siglo XVIII. Madrid: Aguilar, 1979.
[4] En un importante artículo, Patricia Oliart analiza las imágenes femeninas configuradas a partir de los textos de conocidos escritores peruanos entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas de este siglo. A través de su investigación se puede constatar que muchas ideas sobre la mujer guardan una continuidad con las imágenes de la mujer producidas a fines del siglo XVIII en la prensa limeña. Patricia Oliart. “Poniendo a cada quien en su lugar: estereotipos raciales y sexuales en la Lima del siglo XIX”. En: A. Panfichi y F. Portocarrero (eds.) Mundos Interiores: Lima 1850-1950. Lima: Universidad del Pacífico, 1995.
[5] Francisco Sánchez-Blanco. Europa y el pensamiento español del siglo XVIII. Madrid: Alianza, 1991. p. 80.
[6] Nosotros utilizaremos la edición de José Durand -que recoge el prospecto, 35 números y 6 suplementos- que abarca desde setiembre de 1793 hasta junio de 1794. José Durand. La Gazeta de Lima. Lima: Cofide, 1983.
[7] Un análisis de este periódico se encuentra en: Claudia Rosas. “La Imagen de la Revolución Francesa en el Virreinato Peruano a fines del siglo XVIII” Tesis (Lic.) Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 1997.
[8] Un estudio fundamental sobre esta publicación periódica la ofrece: Jean-Pierre Clément. Mercurio Peruano, 1790-1795. Vol. . Estudio. Frankfurt: Vervuert y Madrid: Iberoamericana, 1997.
[9] Jurgen Habermas. Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: Gustavo Gilli, 1981.
[10] Una renovada discusión sobre la estrecha relación entre cultura popular y de élite, que revisa la historiografía peruana sobre el tema, vease en Juan Carlos Estenssoro. “La plebe ilustrada: el pueblo en las fronteras de la razón”. En C. Walker (comp.) Entre la retórica y la insurgencia. Cusco: Centro Bartolomé de las Casas, 1996.
[11] Roger Chartier. Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. Madrid: Alianza, 1993.
[12] Chartier nos dice que debemos tomar en cuenta las diversas estrategias de lectura, las caracteríticas de la comunidad de lectores y la manera en que el texto llega a sus manos, dejando de lado la idea de que el contenido de los textos era leido y entendido de la misma forma por todo el público lector. Roger Chartier. El Mundo como Representación. Barcelona: Gedisa, 1992.
[13] Evelyn Berriot-Salvadore. “El discurso de la medicina y de la ciencia”. En: G. Duby y M. Perrot. Historia de las Mujeres. Tomo 6. Madrid: Taurus, 1993.
[14]Ibid. p. 119.
[15] Es muy importante para nuestra reflexión el trabajo pionero de Pablo Macera. “Sexo y coloniaje”. En: Trabajos de Historia. Vol. III. Lima: INC, 1974.
[16] La imagen de la mujer negra no varió sustancialmente en el siglo XIX, por el contrario, su figura siguió asociándose al plano sexual y era percibida como mujer escandalosa. Patricia Oliart. “Temidos y despreciados: Raza y género en la representación de las clases populares limeñas en la literatura del siglo XIX”. En: Narda Henríquez y Maruja Barrig (eds.) Otras Pieles. Género, Historia y Cultura. Lima: PUC, 1995.
[17] Michele Crampe-Casnabet. “Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 86.
[18] Veronique Nahowm-Grappe. “La estética ?máscara táctica, estrategia o identidad petrificada?”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 123.
[19] Sara F. Matthews. “ El cuerpo, apariencia y sexualidad”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 78.
[20] La imagen de la criolla limeña de los periódicos de fines del XVIII se asemeja, en lo fundamental, al estereotipo de limeña caracterizado por Patricia Oliart. “Poniendo a cada quien en su lugar...”. Op. Cit.
[21] Michele Crampe-Casnabet. “Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 85.
[22] Bonnie Anderson. Historia de mujeres: una historia propia. Vol. 2. Barcelona: Crítica, 1992. p. 612.
[23] Jean-Pierre Clément. El Mercurio Peruano 1790-1795. Op. Cit. p. 168-173.
[24] Sara F. Matthews. “El cuerpo, apariencia y sexualidad”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 83.
[25] Ibid.
[26] Georges Duby. El caballero, la mujer y el cura. Madrid: Taurus, 1987.
[27] María Emma Mannarelli. Pecados Públicos. La ilegitimidad en Lima. Siglo XVII. Lima: Flora Tristán, 1993. Los capítulos dedicados el amancebamiento y el adulterio son importantes para una mejor comprensión de la información periodística.
[28] Michelle Perrot. Introducción. G. Duby y P. Aries. Historia de la vida privada. Madrid: Taurus, 1991.
[29] Bonie Anderson. Op. Cit. p. 611.
[30] Pablo Macera. Op. Cit. p. 320-325.
[31] Evelyne Berriot-Salvadore. “El discurso de la medicina y de la ciencia”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 144-145.
[32] Olwen Hufton. “Mujeres, trabajo y familia”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 54-55.
[33] Lavallé afirma que los chapetones y gachupines consideraban que el hecho de que ya desde su nacimiento los criollos fuesen amamantados y criados por sirvientas indias o negras constituían vínculos tan fuertes como los de la misma sangre. Estas mujeres les transmitían sus defectos y costumbres perversas. Bernard Lavallé. Las Promesas ambiguas. Criollismo colonial en los Andes. Lima: PUC e IRA, 1993. p. 48.
[34] Juan Pedro Viqueira. Relajados o reprimidos?. iversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces. México: FCE, 1987.
[35] Se evidencia una voluntad por definir una división del trabajo por géneros, distinguiendo las labores propias de mujeres de aquellas realizadas por hombres. En un discurso sobre el destino de la gente vaga en Lima, Lequanda criticaba el hecho de que muchos trabajos propios de mujeres estaban desempeñados por hombres (Mercurio Peruano X, 20 feb. 1794). Entonces, podemos articular el discurso sobre la homosexualidad, que tenían su origen en el desarrollo de oficios delicados, con el interés por la división del trabajo por géneros.
[36] Johana Mendelson. “La prensa femenina: la opinión de las mujeres en los periódicos de la colonia en la América española: 1790-1810”. En: A. Lavrin (comp.) Las Mujeres Latinoamericanas. Perspectivas históricas. México: Tierra Firme y FCE, 1985.
[37] Martine Sonnet. “La educación de una joven”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. Tomo 5.
[38] Margarita Suárez. “El poder de los velos: monasterios y finanzas en Lima, siglo XVII”. En: P.Portocarrero (comp.) Estrategias de desarrollo: intentando cambiar la vida. Lima: Flora Tristán, 1993.
[39] Nancy Van Deusen. “Los primeros recogimientos para doncellas mestizas en Lima y Cusco, 1550-1580”. En: Allpanchis, Vol. I, Nº 35/36. Cusco, 1990.
[40] Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas Completas. Madrid: Aguilar, 1964.
[41] Ulrich Im Hof. La Europa de la Ilustración. Barcelona: Crítica, 1993. p. 210-211.
[42] Francisco Sánchez-Blanco. Europa y el pensamiento español del siglo XVIII. Op. Cit. p.176-181.
[43] P. Aries y G. Duby. Historia de la vida privada. T. 6. Op. Cit. p. 28-29.





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2. Fuentes secundarias

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Referencia bibliográfica del artículo:

Claudia Rosas Lauro. “Educando al bello sexo: la mujer en el discurso ilustrado”. En: Scarlett O’Phelan Godoy (comp.) El Perú del Siglo XVIII. La Era Borbónica. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú-Instituto Riva-Agüero, 1999, págs. 349-413.

 



Fotografía de portada: Dos tapadas limeñas. Acuarela de Pancho Fierro Biblioteca de Luis Ángel Arango/Biblioteca digital/Banco de la República de Colombia <http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/pancho/pancho3.htm>



LA AUTORA


Claudia Rosas Lauro (Lima, Perú 1972) es Historiadora formada en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde también ha cursado estudios de Maestría y se desempeña como catedrática. Es especialista en el tema de la Imagen de la Revolución Francesa en el Virreinato del Perú, con el que obtuvo el grado de Licenciada en Historia en 1997 y la Segunda Mención Honrosa del Premio María Rostworowski en 1998. Su investigación será publicada por la Universidad Católica del Perú, el Instituto Francés de Estudios Andinos y la Embajada de Francia bajo el título Del trono a la guillotina. El impacto de la Revolución Francesa en el Perú (1789-1808), con el prólogo de Michel Vovelle. Actualmente, cursa estudios de Doctorado en Historia en el Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Florencia, Italia.

Ha editado el volumen El miedo en el Perú. Siglos XVI-XX. Lima: PUCP-SIDEA, 2005 y publicado diversos artículos sobre la historia peruana en la época de los Borbones y los primeros tiempos republicanos, abordando aspectos como el impacto de la Revolución Francesa, la prensa y la opinión pública, la imagen de la mujer y el discurso ilustrado. Algunas de sus publicaciones son: “La Revolución Francesa y el imaginario nacional en Juan Pablo Viscardo y Guzmán”, en Juan Pablo Vizcardo y Guzmán: el hombre y su tiempo, Lima: Congreso de la República del Perú, 1999; “Jaque a la Dama. La imagen de la mujer en la prensa limeña de fines del siglo XVIII”, en M. Zegarra (Ed.) Mujer y género en la historia del Perú, Lima: Cendoc-Mujer, 1999; “Educando al bello sexo. La mujer en el discurso ilustrado”, en S. O’Phelan (comp.) El Siglo XVIII en el Perú. La Era Borbónica, Lima: IRA-PUC, 1999; “Loas y diatribas. La Revolución Francesa en la historiografía peruana”, en Félix Denegri Luna Homenaje, Lima: PUC, 2000; “Loas y diatribas. El Obispo Chávez de la Rosa y la campaña contra la Revolución Francesa en Arequipa”, en Sobre el Perú Homenaje a José Agustín de la Puente Candamo, Lima: PUC, 2002; “La imagen de los Incas en la Ilustración peruana del siglo XVIII”, en R. Varón y J. Flores (eds.) Homenaje a Franklin Pease, Lima: PUC, 2002; “Madre solo hay una. Ilustración, maternidad y medicina en el Perú del siglo XVIII”, en Revista de Estudios Americanos 61/1, Sevilla, 2005.

Otros títulos publicados que abordan problemáticas del siglo XIX son: “La inmigración extranjera al Perú, 1850-1930” (coautor L. M. Glave), en B. Fausto (comp.) Fazer a América: A inmigracao em Massa para a América Latina, Sao Paolo: Universidade de Sao Paolo, 1998; ganador del Premio Jabuti 2000; “Los ecos del 48 en el Cuzco”, en Yachaywasi 7, Lima, 2000; “El imaginario político regional en los periódicos cuzqueños entre la Independencia y la República”, en S. O’Phelan (comp.) De los Borbones a Bolívar. La Independencia en el Perú, Lima: IRA-PUC, 2001. y “La reinvención de la memoria. Los Incas en los periódicos de Lima y Cuzco de la colonia a la República”, en L. Millones (ed.) Ensayos de historia andina, Lima: UNMSM, 2005.
Obtuvo una beca para la Universidad de Sevilla por el Programa Intercampus (1996), una beca de estudios del Gobierno Italiano para seguir estudios de Doctorado en la Universidad de Florencia (2003) y una beca de investigación de Fundación Carolina (2005). Ha participado en calidad de ponente y organizadora en eventos académicos a nivel nacional e internacional como el Congreso sobre “Juan Pablo Viscardo y Guzmán: el hombre y su tiempo”, el Congreso Internacional “Al fin de la batalla” y el Coloquio Internacional “Los Jesuitas y la Modernidad en Iberoamérica (1549-1773)”. Se desempeñó como coordinadora del Proyecto Vargas Ugarte de Textos Coloniales de la Universidad Católica del Perú, que consiste en la recuperación y estudio de fuentes filosóficas coloniales. Asimismo, se desempeñó como investigadora en la elaboración del informe El Sistema Nacional de Cultura del Perú, para la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), que se concretó en un CD- ROM. Ha sido profesora de la Universidad San Ignacio de Loyola, la Universidad Ricardo Palma, la Escuela Superior de Pedagogía, Filosofía y Letras Antonio Ruiz de Montoya, el Instituto Superior Yachayhuasi, el Instituto Superior de Estudios Teológicos Juan XXIII y el Instituto Pedagógico Nacional. Es Miembro Ordinario del Instituto Riva-Agüero, Escuela de Altos Estudios de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

4 comentarios

Eduquen alos hombres -

Educando al bello sexo?
Y cuando se van a educar los hombres y a dejar de hacer tantas guerras, y tanta destrucción? Se olvidan que Bush y Bin Laden son hombres? Que quienes crearon y arrojaron las bombas atómicas son hombres? Siempre las religiones machistas de por medio. Antes de educarnos aconsejo que eduquen a los hombres primero que hace mucha falta.

Jorge Porto -

Excelente página, diez puntos.Respeto, idioma, etc.No quiero cargar ninguna opinión con datos o citas, para ser comprendido de una sola lectura. Muy interesante el discurso de del artículo.Quiero dejar asentada mi humilde impresión, a saber : cuando se habla de "la mujer" en si, es peligroso a veces, pues es como sacar algo de contexto, y decir "ser humano" sería mas exacto. La mujer es igual que el hombre, salvo el sexo, y si me tuviera que guiar por mi experiencia de colegios y universidad,estaría obligado a decir que por lo general es más inteligente que el hombre.

Pablo Salinas -

Excelente artículo.
Existe alguna inquietud mía en el sentido del uso de LA MUJER como un todo. Creo que aquí cabría especificar que lo primero que conservó la ilustración americana de la época que lo precedió fue la división del gobierno en Repúblicas étnicas (castas). Esta circunstancia fue ardorosamente defendida en los novísimos periódicos y desde las universidades. Consecuentemente la mujer de color, negra específicamente, era todavía vista como algo totalmente ajeno a la imagen del “bello sexo”(que según la ilustración europea, atendía exclusivamente a la mujer de raza blanca). En este aspecto debemos referirnos a la “Descripción anatómica del nacimiento de un monstruo”, del primer número del Mercurio Peruano, y en el campo de la crítica tenemos a Patria, Criollos and Blacks: Imagining the Nation in the Mercurio peruano,1791 1795* de
Mariselle Mele´ndez, que muy acertadamente señala esta diferencia. Los comentarios del artículo son muy pertinentes con respecto a la sociedad criolla que ya no era mayoría en Lima en los años del Mercurio. E inclusive entre los criollos, la educación era un instrumento lejano lo que explica la poca vida de la mayoría de los periódicos de ese tiempo. Las cartas de las Amas de leche y sobre el tuteo son sospechadas de haber sido escritas por el mismo Rossi y Rubi, uno de los editores, como pasó con el periódico de Bogotá contemporáneo. El Mercurio peruano representó un intento de amoldar la sociedad élite para que sea directora de la sociedad, no creo que se la pueda tomar como termómetro de toda la Lima de su tiempo. Su carácter apologético, de respuesta y socialmente tendencioso es demasiado evidente.
Me gustaría poder tener comunicación con la autora aquí desde Montreal para poder intercambiar algunas ideas y aprender de su valiosa labor
Pablo Salinas

claudia rojas marroquin -

bueno primero felicitaciones por su trabajo y ante todo me gustaria que me guie para mi trabajo de la simbologia del vestido men arequipa ,yo soy una alunna que curso el cuarto año en la universidad nacional de san agustin ,le agrdeceria si me rpst. ami correo.