INTIMIDADES
Asunción lavrin
Arizona State University, Tempe, Arizona
Para Thomas Calvo y el Festschrift organizado en homenaje al Prof. Jean Pierre Berthe./ Asunción Lavrin 1993
La dificultad de adentrarse en la vida privada y las experiencias íntimas de quienes vivieron hace varios siglos es uno de los obstáculos más difíciles de vencer en la reconstrucción histórica no sólo en la Nueva España, sino en toda la América hispana. La escasez de cartas y autobiografías que recojan las vivencias personales hacen la tarea más ardua, especialmente si se desea recoger la mentalidad de la gente común. El analfabetismo fue cosa corriente en la mayoría de la población, pero aún personas que sabían escribir, dejaban poco más que su firma en documentos legales, y aún menos frecuentemente un testimonio directo sobre sus pensamientos, opiniones, o emociones.
El rescate de la experiencia íntima y personal del hombre o la mujer común sería casi imposible de lograrse sin la existencia de múltiples instituciones de control social, a través de cuyas investigaciones legales se obtuvieron numerosos testimonios de la vida diaria. La documentación forense abre las puertas a un mundo de personas demandadas y obligadas a hablar sobre sí mismas y sobre otras para obtener evidencia o corroborar acusaciones. Es a través de estos testimonios que se pueden recrear situaciones en las cuales se transparenta la emoción personal, o donde se encuentran los gestos y las actividades que la simbolizaron. La más reciente historiografía novohispana se ha enriquecido con la visión de un complejo mundo de relaciones interpersonales pacientemente extraídas de pleitos sobre propiedades, de reclamos sobre derechos de testamentaría, de juicios levantados ante las autoridades eclesiásticas, de investigaciones inquisitoriales sobre la firmeza de la fe, y otros ejemplos de literatura histórico-legal.1
La crítica que se ha hecho a este tipo de fuentes es la de ser mediatizada. Los testimonios legales se hacen a través de un notario, un abogado, o un juez eclesiástico, y la escritura sintetiza las palabras del sujeto histórico. O, de otro modo, un documento como un testamento refleja una voluntad pero envuelta en el ropaje requerido por la ley y la religión. Se pueden hacer ciertas objeciones a este argumento, pero careciendo de espacio para ello, se debe reconocer que en muchas ocasiones hay tanto monólogo como diálogo en los careos, las confesiones y las acusaciones, que nos acercan tanto como pueden a la voz del testigo. Aún careciendo de un sujeto cuya voz se escuche directamente, estas fuentes ni anularon ni traicionaron la realidad que tuvieron la obligación de reflejar. Simplemente la enmarcaron dentro de una fórmula cuyas claves es la responsabilidad del historiador descifrar.
En este trabajo deseo explorar la posibilidad de allegarnos a uno de los ámbitos más cerrados por el paso del tiempo y por el modo mismo de percibirlo y expresarlo contemporáneamente. Se trata del ámbito de la intimidad entre dos personas de sexo opuesto, sea para expresar su afinidad mutua o para ocultarla de otros por una variedad de motivos personales o sociales. Por intimidad entiendo una relación emotiva compartida entre adultos y expresada en gestos, palabras y acciones. Esta intimidad es frecuentemente --aunque no exclusivamente-- de carácter sexual y su existencia tuvo significado para otros que no la compartieron, pero que pudieron interpretarla a través del lenguaje simbólico o real expresado por los sujetos que la vivieron. El valor emotivo y el significado social adscrito a la expresión de intimidad tiene que ser común a todos los miembros de la comunidad para que pueda ser usado como un testimonio para investigar o corroborar una relación personal. Por ejemplo, un enlace de manos entre dos amantes es un gesto de intimidad cuyo significado puede ser leído igualmente por los testigos como por los sujetos mismos. ¿Cuales fueron los gestos, las expresiones simbólicas de intimidad, las situaciones que hablaron de la misma a los habitantes de la Nueva España?. A través del estudio de casos sometidos al escrutinio de los juzgados eclesiásticos, nos llegan testimonios ricos en sutileza y formas de percibir la conducta, que a ojos de de los testigos llevaban un mensaje cuyo significado es crucial para entender los valores de esa sociedad respecto a la intimidad.
Esta documentación colonial ofrece una variada gama de intimidades a las cuales no hubiéramos poder tenido acceso si la rigurosa privacidad dentro de la cual se suponían desarrollar, no hubiera sido sometida a la fuerte presión de instituciones e individuos a cargo de mantener la moralidad social. La revelación de la intimidad fue voluntaria o forzada, denunciada o auto-confesada. En la mayor parte de los casos, la intención original de los actores fue la de mantener sus experiencias íntimas en secreto, pero un desborde emocional les hizo cometer errores que revelaron la relación a otros, o los llevó a exponerla intencionalmente cuando circunstancias imprevistas rompieron la armonía sobre la que se fundaban. La investigación eclesiástica expone ante la sociedad formas de intimidad consideradas "aberrantes" pero muy comunes, para que sirvieran de ejemplo moralizante. Casi siempre la revelación fue enmarcada dentro de la intolerancia de un acto que se percibió como subversivo a la moralidad pública o privada.
Un catálogo de intimidades reflejadas en los archivos coloniales sería posiblemente muy largo dada la naturaleza casuística de toda experiencia personal. Sin embargo, para lograr cierto orden interno deseo revisar varios "tipos" de intimidades. Uso aquí casos específicos encontrados en fuentes documentales pero que representan estereotipos de muchos otros, similares en su naturaleza y significado. Social y étnicamente, las formas de intimidad que se detallan en este trabajo fueron experimentadas por todas las capas sociales y grupos raciales, aunque sólo algunos estén representados en los ejemplos escogidos.
LA VIRGINIDAD FEMENINA COMO COSA PÚBLICA
La virginidad física de una mujer llegó a ser asunto público al evaluarse y discutirse ampliamente en toda clase de documentos. Esta situación toma forma al entenderse la honra pública y privada de una mujer y su familia como la preservación de la virginidad antes del matrimonio. El despliegue de testimonios sobre la condición física íntima de una mujer se encuentra en las cartas dotales, en las cuales se establecía el valor de las mercancías y objetos de uso diario que la mujer aportaba al matrimonio. Usualmente estas cartas expresaban la decisión del hombre de entrar al estado matrimonial y conceder arras (un regalo en efectivo del hombre a su prometida) por "su virginidad y limpieza." O sea, que entre los aportes de la mujer a su futuro marido, una de los objetos que merecía especial atención era la entereza física que garantizaba al hombre su absoluta y exclusiva posesión sexual. Tal posesión se proclama legalmente para conocimiento de la comunidad. Elocuentemente, a la mujer virgen se le llama siempre "doncella" mientras que a las que han perdido esa calidad se las llama "solteras,” fraseología que se extiende a los testamentos.
La virginidad se vuelve objeto de una transacción jurídica-social en los innumerables reclamos que su pérdida origina en las mujeres que litigan por la restauración de su honor, en los hombres que se auto-acusan de haber privado a la mujer de su virginidad y aceptan el casamiento como trueque moral para restituir el honor de la mujer, y en aquellos que son acusados de haber desflorado y, por ende, desvalorizado a sus víctimas. La virginidad se exhibe, se quita, se roba, se cobra y se paga en público. No existe inhibición o privacidad alguna al respecto. Hombres y mujeres de todas las esferas sociales y en todo tiempo se refieren constantemente a la virginidad, que pierde su misterio para convertirse en uno de los asuntos más traído de la literatura forense. Refiriéndose a María Teresa, española e hija legítima, su amante de varios meses, Juan García refuta en 1721 el haberle quitado su virginidad, "porque yo la tuve como mujer del uso, no doncella, y con tanto desorden que fue el motivo de que la largare, por saber que la manejaban tres...”2. La vulgar manera de referirse al uso de una mujer por varios hombres no fue cosa fuera de lo común en la escritura de la época. Por otra parte, vale apuntarse el uso de la palabra "gozar" refiriéndose al acto sexual, palabra que se aplica a situaciones en las cuales hay un disfrute de algo, y común en los documentos del siglo XVII. Josefa de los Reyes declara en 1664 haberse entregado a Juan de Aguirre, "y le hice dueño de mi honra, gozándome, lo cual ha continuado entrando en mi casa...".3
La pérdida de virginidad hecha voz pública implicaba la pérdida de la honra personal y familiar para quienes se atribuían cierta posición social. "Estar en fama de doncella" era tan importante como serlo, situación que movió a muchas mujeres a ocultar sus embarazos o sus hijos para mantener la reputación de vírgenes y no sufrir el entredicho de la comunidad.4 Sin embargo, la pérdida de virginidad fue asunto personalísimo e íntimo que sólo se corroboró físicamente en algunos casos de investigación de estupro o violación forzada. Si la mujer no exhibía embarazo o un hijo, el testimonio oral era la única otra base sobre la que se decidían estos casos. Tanto las mujeres como los hombres involucrados en los numerosos casos de reparo de honor tuvieron pocas inhibiciones para establecer abiertamente la pérdida del objeto de tanto cuidado obsesionante. El epicentro de la intimidad expuesta es la virginidad, y su objetivo principal es la restauración del "honor." Una vez iniciado el proceso de hacer pública la falta de virginidad, el mismo tiene que seguir siendo necesariamente público. El honor es cosa pública, ya que depende en parte, de la opinión de otros y su restauración siempre tiene un fin social.
En 1721, Juan García, de la jurisdicción de Santiago Ocotlán, fue acusado por una tal María Teresa, española sin apellido conocido, de haber violado su virginidad. En su defensa, declaró Juan haber tenido relaciones sólo "tres ocasiones consecutivas en que tuvo sólo un acto en cada uno de ellos" habiendo hallado a María Teresa "sin tal integridad" y "corrupta" expresando que la susodicha era mujer liviana en cuya casa traficaban toda clase de hombres.5 El abogado toma la palabra en este caso --uso no muy común-- para moralizar sobre las mujeres de baja esfera que pretenden hacer pagar a hijos de familia por deudas no contraídas. María Teresa debía conformarse y tratar de buscar otros medios de "virtud y honestidad con que puede ocuparse en trabajo personal y no por otros medios estafar a quien le pareciese." Probar la virginidad o la paternidad fue siempre asunto difícil para una mujer, ya que al "caer" en una relación sexual perdía su gran ventaja inicia --la doncellez-- y el respeto social que su virginidad le confería, y el hombre aprovechaba la situación para obligar a la víctima a "probar" su virginidad, cosa completamente imposible físicamente y cuya demostración tenía que valerse de evidencias circunstanciales.
En 1701 Antonio Samudio Jinete, vecino de Acámbaro en Michoacán, declara que su hija doncella Casilda, quien vivía en casa de su hermano "loable y honestamente," fue sonsacada por el cura beneficiado del partido de Santa Clara, quien en "vilipendio y desdoro de su crédito y deshonor de su hija" y del "pundonor y crédito de su parentela," "hombres honrados de nobleza y punto," la sustrajo de su casa en forma de rapto y la tuvo viviendo con él por un tiempo.6 Pedía justicia repitiendo la importancia del honor de su hija, la reparación de su crédito y el sosiego de la parentela, y exigía se le diera dote según la calidad de la niña para que entre en un monasterio, por temor que sus parientes, como nobles, ejecutaran "en ella ejemplar castigo." En otro documento insinuó temer por su vida. La satisfacción del honor público de su hija lleva al padre a declarar el deshonor porque era "rapiña", expresión que iguala la acción del presbítero a la de un ave de caza. El abuso de la confianza de la casa de un amigo era ultrajante para el patriarca colonial. En su respuesta, el presbítero arguyó no haber violado a la muchacha y que era público y de facto que había hecho similares diligencias de buscar hospedaje para otras mujeres de buenas casas. Pero en su contra estaban los hechos de haberle cambiado el nombre y haber gestionado una casa para la joven. El padre no aceptaba el hecho de que su hija no fuera doncella mientras vivió en su casa. "A lo menos estaba en esta opinión" por su recogimiento. La extracción, aun con consentimiento, era prueba irrefutable de la pérdida de su honor y de la violación, tanto como el estar en su casa le daban opinión de ser doncella. Ninguna de las dos situaciones necesitaba, en su estima, de corroboración. Su forma de entender la realidad era inferencial y era compartida por el resto de la sociedad.
Que sepamos, los casos de asesinato de una parienta por honor fueron infrecuentes en México, pero quizás sea por la falta de estudio de estos testimonios. En 1756, Julián Navarro, analfabeto y residente en el puesto de Santa Catarina de Charcas (Michoacán), pequeña comunidad rural, había tratado de matrimonio a María Tepa Luque, española, residente en una estancia, hija legítima, y su parienta en tercero y cuarto grado. Esta situación requería dispensa eclesiástica. Todas estas atribuciones explican la situación en que se encontró Julián, cuando en vista de las posibles largas gestiones que la parentela demandaba, “extrajo" a su pretensa de casa de sus padres y violó su virginidad. "La misma noche que la saqué," cuenta Julián, el padre de María "se arrojó a su casa en solicitud mía, y no hallandome en ella le prendió fuego, y dio de cuchilladas a quantos encontró en hizo todos los estragos que quiso." El casamiento no tuvo efecto y Julián declaró no tener "seguridad de mi vida, ni aún la de mi pretensa, a quien, no habrá quien la quiera por mujer, por este acaecimiento." Pedía a las autoridades eclesiásticas le dieran pronta dispensa, para reparar el error y el deshonor7. El rapto físico seguido de relaciones íntimas fueron utilizadas por parejas para resolver el problema de las dispensas. Para lograr ese fin tenían que confesar públicamente su intimidad sexual. Por otra parte, un padre celoso de la honra e su hija, debía hacer amenaza patente de buscar la muerte de quien le robó su honor usando cuanto gesto de violencia le fuera permitido. La intención criminal, fuera llevada a cabo o no, era necesaria para forzar al ladrón de la honra, pero también para no sufrir merma ni como familia ni como hombre. Aceptar blandamente el rapto de una hija hubiera invitado a comentarios negativos en un pequeño círculo social como el que se presenta en este ejemplo.
LA RELACION EXTRAMARITAL
Las relaciones extramaritales de un hombre casado podían o no verse como un deshonor, pero nunca fueron deshonor sexual para el hombre, especialmente cuando se llevaban a cabo con una mujer de rango social o étnico inferior. Por otra parte, la relación extramarital creó situaciones angustiosas y conflictivas en la familia del hombre que sólo se pueden apreciar en aquellos casos en que todos los miembros de la familia participan. Un hogar en bancarrota por la relación extramarital quedó minuciosamente expuesto en el caso de Juan de Dueñas García, vecino de San Luis Potosí. Entre los años 1696 y 1698 encontramos a los principales actores en este sonado caso frente a las autoridades eclesiásticas de Michoacán: Juan de Dueñas García, maestro de cirugía y, al parecer, mercader en los reales de plata del norte de Nueva España; su mujer Josefa de Cuellar, sus hijas María, Francisca, Andrea--ya difunta en 1698--su hijo Manuel de Dueñas y el presunto amante de su hija María, Manuel Cabral. En el centro del escenario, se encuentra la esclava mulata Francisca de Dueñas, cuya venta a espaldas de Juan, inició la complicada trama de esta historia.8
Juan de Dueñas, cuya edad se cita por él como de 66 años, y por sus hijas y otros como de 80 años, era un hombre "mayor" aún asumiendo su propio testimonio. Su mujer declaró ser de 48 años, notablemente más joven que su marido. De sus hijos, sólo la edad de Manuel se da como de 18 años. La evidencia interna nos lleva a asumir que las hijas eran mayores que Manuel, lo cual apunta a un matrimonio entre primavera y otoño en el caso de Juan y Francisca, quien declaró haber vivido matrimonialmente con Juan por 30 años. Todos "españoles", la situación social de la familia parece definirse como de media capa, ni con la elite provincial ni entre los blancos pobres. Francisca manejaba una tienda de mercancías mientras Juan viajaba en busca de las mismas y, al parecer, ejerciendo sus conocimientos de “cirugía. El nudo de la trama se ató alrededor de la venta de la esclava Francisca a insistencia de la esposa de Juan, y usando la mediación de las autoridades eclesiásticas. Josefa de Cuellar y sus hijas testificaron que la esclava y Juan mantenían una escandalosa relación sexual que absorbía la atención del último hasta el punto de negarle la atención necesaria a su familia. El adulterio o amancebamiento con escándalo público entre dos elementos sociales tan distantes fue suficiente razón para que las autoridades eclesiásticas sacaran a la esclava de la casa y la pusiera a depósito en casa de un vecino, quien fue encomendado a venderla en Parral.
Enterado de la acción Juan inicia un proceso legal para tratar de recobrar la esclava, decide otorgarle carta de libertad, y se enfrasca en vengar lo que consideraba traición de su familia. Acusa al capitán Manuel Cabral de haber violado a su hija María, haber concebido hijos ilegítimos con ella, y haber vulnerado su honor familiar. Este es un caso muy rico en matices sociales y personales, y con el propósito de analizar la intimidad hogareña subvertida, me detendré sólo en varios aspectos del mismo. En 1694 Juan Dueñas, desde el real de minas de Guadalcazar, se comunicó con Matías de Chávez sobre las sospechas que albergaba de que Josefa le traicionaba con Cabral. Investigando el asunto directamente, Chávez confirió con Josefa y la esclava Francisca. Ambas le aseguraron que la entrada y salida franca de que gozaba Cabral en el hogar de Dueñas se debía a su trato matrimonial con María. La esclava añadió que Cabral era "un pícaro" que no intentaba matrimonio y añadió la noticia de que María estaba preñada con "la barriga muy grande." Chávez, observando a María caminar y sentarse dentro de la casa, corroboró su estado y lo comunicó a Juan Dueñas. La relación entre Cabral y María Dueñas también era bien conocida por María de la Concepción, mulata libre que tenía tratos con la familia por más de veinte años, y quien intimó que la relación entre Cabral y María era de varios años. De hecho, María de la Concepción, parte del cerco íntimo de sirvientes y amos, fue la persona a quien se le encargó el cuidado del primer hijo de la unión entre Cabral y María Dueñas. "Como a camarada y persona de secreto " se le dio "un niño recién nacido al cual nombraron Juan Manuel, y declaró dicha Doña Josefa que era hijo de su hija Mariquita." El niño fue llevado a casa de la declarante, donde estuvo varios días, hasta que fue reclamado una noche por Juan Cabral, acompañado de Nicolasa de Latoya, su cocinera, a quien se le entregó y con quien se encuentra.9
El secreto de la relación de amancebamiento en el hogar Dueñas no era tal para un círculo de personas ligadas a la familia. De hecho, varios de ellos, incluso el acusado Cabral, declararon que Juan de Dueñas había usado a su hija para pedirle dinero y que Cabral le había otorgado a Juan cien pesos en una oportunidad y proveído con mercancías para sus negocios en otras. Los testigos no hicieron juicio moral sobre la situación, excepto la mulata María Concepción, que declaró que un embarazo no muy secreto y un hijo natural no eran nada criticable, añadiendo que en la entrada de Cabral a casa de Dueñas "no había acción indecente." La cohabitación voluntaria de una pareja no implicaba desdoro moral en opinión de una mujer socialmente inferior a la elite racial novohispana. Ella es índice de una situación que resultó en altas tasas de nacimientos fuera de matrimonio en el siglo XVII para las castas, pero que también fue práctica de la elite cuando le convino. La declaración de María Concepción refleja la tolerancia de una situación cotidiana.
Manuel Cabral, en deposición de Abril de 1698 siguió ampliando los detalles del hogar de Juan Dueñas. Cabral era de origen portugués (Lisboa) y residente en San Luis Potosí por 17 años. Su amistad y vecindad con Dueñas le permitió entrada en su casa, donde "engendró amores" con Doña María, habiendo logrado "gozarla" por 6 años sin promesa de casamiento, sino por "la unión de las dos voluntades," de acuerdo con sus palabras. De hecho, habían tenido tres hijos sin reclamo alguno ni de María ni de su padre. Esta declaración fue corroborada por María de Dueñas. ¿Cual fue la verdadera razón para el inicio de un litigio por Dueñas que reveló el escándalo interior de la familia? Fue la mulata Francisca, por quien Juan había perdido la cabeza, y a cuenta de quien amenazó de muerte a su esposa e hizo pública la relación de su hija.
Los detalles de como se leyeron estas complejas relaciones ilícitas en la sociedad novohispana vienen como hilos sueltos en esta apretada madeja. La unión física del amo y la esclava fue testimoniada por una de sus hijas y aseverada por las otras dos. En la memoria de las hijas, un día cuya fecha no podían recordar --¿olvido por voluntad?-- una de ellas pasó por el corral de su casa donde vio a su padre y la esclava "en la torpeza de aquel acto" o en palabras de la otra " su padre sobre y encima de la dicha mulata ejecutando sus actos torpes e indecentes." Admirada quedó, según el testimonio, "de que un hombre de tanta edad que podía estar rezando estuviera en tan inicuos ejercicios sin temor de Dios."
La falta de privacidad a que obligaban las relaciones ilícitas se encuentran no sólo en este caso, sino en muchos otros consultados, en los cuales testigos oculares corroboraban la unión sexual ejecutada en lugares accesibles a la curiosidad ajena. Por otra parte, la edad de Juan lo ponía bajo entredicho, pues es patente que después de cierta edad la actividad sexual masculina, especialmente ilícita, no era objeto de empatía ni fuera ni dentro del hogar. Esto no obvia el hecho de que como parte del proceso, Juan acusara a su mujer de no desear "hacer vida maridable" (léase relaciones sexuales) con él, aseveración negada por la misma. Se infiere que dentro del matrimonio no se esperaba existiera coto a la sexualidad irrespectivo de la edad, pero que un viejo haciendo el amor a una esclava era objeto de censura, si no de ridículo.
Los celos crecieron alrededor de las relaciones entre amo y esclava. La esclava celaba a Juan cuando dormía con su mujer, interrumpiendo a la pareja para pedir cigarros por la ventana, por ejemplo. Juan pretendió celar a su mujer durante las visitas de Cabral a su hija, aunque ésta fue posiblemente una excusa para cubrir su propia relación extramarital. Las hijas y mujer de Juan obviamente resentían las atenciones que recibía la esclava y el hecho de que Juan no le permitía que las sirviera, expresando celos de la relación ilícita que les robaba la presencia de su padre y el trabajo de la esclava.
En 1700, en San Juan Tzitácuaro, el juez eclesiástico del obispado de Valladolid, detalla la relación entre la negra esclava Juana de la Cruz y el amo mercader Francisco Ortuño. En este caso la intimidad también se hizo pública y el hogar del mercader fue revelado en su profunda escisión íntima.10 “La amistad ilícita" entre Ortuño y Juana era "pública y notoria," atestiguando un mercader amigo algunas de la intimidades intercambiadas. Las mismas era pequeñas "finezas" llevadas a cabo "a escondidas de su mujer," como el ordenar Francisco a su amigo dar a la esclava una libra de turrón (dos pesos) y una piña de regalo. El secreto y el regalo eran parte de la intimidad, pero como en el caso anterior, otras personas forzosamente participaron en la relación como cómplices o amistades. La esclava, por ejemplo, comunicó a dos mujeres del pueblo que Ortuño no era su amo, sino "su amigo," obviamente una exhibición de orgullo personal y social para ella.
Los amantes, como en el caso de Dueñas, fueron sorprendidos durante las relaciones sexuales. En este caso por la propia mujer de Francisco, quien una noche los encontró "detrás de su cocina con la dicha Juana de la Cruz en acto deshonesto." Una vez que comenzó este juicio, otros testigos de vista declararon haber visto a los amantes acostados juntos. Al fin, la mujer legítima se decidió a escribir al alcalde mayor del pueblo para que interviniera en el caso. El litigio legal, sin embargo, fue comenzado por el mulato libre Pascual, hijo de la esclava Juana, quien reclamaba que Ortuño había prometido la libertad a su madre. Ambos madre e hijo murieron antes de la resolución de este caso.
Los casos de Dueñas y Ortuño descubren las intimidad entre amo y esclava en un plano muy personal, en el cual la subyugación física ya no es un mero abuso físico y de poder de género y raza por el hombre, sino una relación en la cual el amo se revela esclavizado por su pasión, y la mujer esclava se adueña del círculo familiar y subvierte el orden social y étnico. La intimidad de la vida cotidiana descubre una nueva cara de la situación que pone un toque humano a relaciones que usualmente se han descrito exclusivamente como opresivas y brutales.
RELACIONES "INCESTUOSAS"
Al leguaje simbólico de los actos que son leídos por la comunidad debe unirse otro elemento de gran importancia en la lectura de la intimidad y la revelación de la privacidad: la voz pública. Fuera la intimidad descubierta voluntariamente o por desliz, la transmisión oral de la situación de intimidad es rápida y al apropiarse el público de la misma se convierte en testimonio y propiedad de todos. La mayoría de los casos "criminales" llevados ante los jueces eclesiásticos se basaron en testimonios en los que "la voz pública" o "la voz y fama" de una situación de intimidad, valida el testimonio de los testigos e incrimina a los acusados. Como herramienta legal, la voz pública era un importante elemento corroborativo admitido por todos.
En un caso de presunto "incesto" veamos como la evidencia circunstancial unida a ciertas formas de comportamiento sobre-entendidas como reveladoras de la intimidad, llegaron a constituirse en evidencia aceptable para una decisión jurídica. En 1782 la Audiencia de Guadalajara dio orden de exilio a Don Juan de la Brena, gaditano radicado en México, para que se trasladara a las minas y haciendas de su padre y no regresara a la ciudad sin licencia.11 Este exilio legal resultó de la averiguación de una acusación de incesto con su hermana Felipa. Varios testigos dieron detalles de la supuesta relación, nunca cabalmente comprobada, pero válidas para los oidores.
¿Cuales fueron los mensajes simbólicos de intimidad que dieron los hermanos? Un minero en solicitud de azogues vio a Juan dormir en la misma recámara de Doña Felipa. El testigo nunca los vio en la misma cama, pero las mismas estaban en rincones opuestos de la pieza sin que mediase cosa alguna que impidiese la vista de una a otra. Se rompía aquí la modestia que se suponía existiera entre dos personas del sexo opuesto en el área íntima de dormir. El testigo declaró haberlos visto entrar a la recámara a la hora de la siesta, nunca en la noche, pero "oyó decir" a dos criadas que la pareja había estado acostada junta de noche. Por mayor evidencia, este testigo los vio dar muestra de contacto físico que, se presume, sólo se daba entre casados: salir al corredor a tomar el fresco de noche "sempre recostados uno sobre otro sin recatarse, " peinar la hermana a Juan, mostrar enojo si los observaban, y haber dicho Juan palabras muy obscenas en presencia de su hermana. El que un hombre dijera palabras fuertes frente a una mujer se traducía como prueba de una familiaridad que quitaba la inhibición de expresión que una relación más distante hubiera requerido. Así como desnudarse físicamente es permisible en el matrimonio, desnudarse de inhibiciones respecto a expresar palabras groseras fue indicativo de intimidad. El retozo o juego corporal entre dos adultos también se interpretaba de modo sexual, asimismo como que una mujer peinara o ayudara a lavar a un hombre. Estas experiencias se repiten casi textualmente en otro caso investigado en Guadalajara en 1779.12
Otro testigo declaró que los hermanos pasaban largos ratos juntos en la recámara, "a pesar de los calores," y una vez los encontró "acostados los dos en la cama de la hermana, vestidos" añadiendo que jugaban "como niños de diez años" y que en una ocasión estando Felipa peinando a su hermano, "lo besó." Este testigo, que había viajado con Juan desde España, dio detalles sobre su afición al juego y a mujeres perdidas, y de ser de mal hablar y mentiroso. El compartimiento de la cama para la siesta--aunque vestidos--fue atestiguado por un tercer hombre, quien relató la inquietud que esta acción causaba en un amigo de su difunto padre. Mediaba el problema de resolver las últimas disposiciones del mismo, estando estos tres testigos envueltos en un proceso que, por inferencias en los testimonios, parece haber causado descontento entre los herederos y los ejecutores. El que la presencia de estos hombres extraños a la familia, especialmente durante una adjudicación testamentaria, causara incomodo a los dos hermanos no fue tomado en cuenta por los oidores, que prestaron más atención a un desliz verbal de Juan, quien expresó en alta voz el deseo de que marcharan "esos demonios" para poder volver a poner su cama en la recámara de la hermana. De nada valió el testimonio de una sirvienta que dijo dormían los hermanos en recámaras separadas en la noche, aunque confirmó que Juan había llevado una vida disoluta en España, habiendo dicho que dejaba hijo en mujer casada, y usaba ocasionalmente un leguaje rudo.
La evidencia circunstancial primó en este caso porque para la mentalidad del siglo dieciocho estos gestos no podía sino expresar una relación sexual. Bajo esta evidencia circunstancial se obligó al hermano separarse de su hermana porque la sociedad no aceptaba signos de intimidad física sino entre amantes, y dos hermanos amantes incurrían en incesto. Felipe y Juana pueden haber necesitado de una compañía más íntima que la común entre hermanos por el hecho de haber quedado huérfanos, pero la mala reputación de Felipe como hombre de acciones censurables, lo condenó a priori.
La falta de privacidad y la lectura pública de acciones personales también contribuyó a la causa contra Bernardino Rangel, de México, mestizo casado y acusado de "comercio torpe y carnal" con su hijastra Francisca Paula.13 Acusado por el juez eclesiástico, los inevitables testigos dijeron haberlos visto en acceso carnal en varias ocasiones y verlos "dormir juntos tapandose con una propia ropa." La expresión verbal sugiere que esa comunidad en el uso de ropa de cama simbolizaba el uso común de los cuerpos. Aparentemente, dormir a vista de cualquiera fue cosa común, ya que testigos en otros casos también declararon hallar a los culpables durmiendo juntos en una cama cuando visitaban por alguna otra razón.14 Debe tenerse en cuenta el plan físico de las casas coloniales, especialmente las de gente humilde. Los pequeños ranchos, jacales, o las habitaciones urbanas donde vivían la mayoría de la gente constaban de una pieza o dos, donde se llevaban a cabo todos los actos de la vida diaria. Aún en casas acomodadas, las habitaciones alrededor de un patio común y sin pasillos o paredes interiores, se hacían accesibles a la mirada de cualquier intruso o curioso tan pronto se abría la puerta de la misma, o al pasar de una habitación a otra.
Andrea Rosenda Navarro, envuelta en una relación íntima con un hombre que también la tuvo con su hija, declaró que todos dormían en un jacal en el cual se acostaban cada uno en un rincón, pero que "a medianoche se rodaba Estrada con la confesante." El acusado dio otra versión del trío amoroso. Según él, poco después de hospedarse en casa de las mujeres se enamoró de la hija, a quien falsamente le dio palabra de casamiento para lograrla físicamente. "De noche, sin embargo de dormir la Juliana (hija) con su madre, cuando esta se dormía se iba quedo el confesante para donde estaba Juliana, y en cuanto tenía acto se retiraba para su lugar." Esta intimidad sexual en un solo lecho fue después revisada cuando se dijo que la cama de la hija estaba junto a la de la madre. Fuera una cama o dos, la cercanía de los actores sugiere que la intimidad "del acto" fuera difícil de ignorarse por la madre. El relato lleva a mayores detalles al narrar Estrada su resentimiento al llegar al jacal el padre de una criatura hija de Juliana y presumir la reunión de la pareja. En ese estado de ánimo dijo haber caído bajo la influencia de la madre, Andrea Rosenda, quien lo provocó e indujo a una relación sexual. "En diversas noches cuando el confesante dormía le recordaba el calor de Andrea Rosenda, introduciendo sus piernas con las suyas." A pesar de haber huido de ese contacto "se iba la Rosenda a su cama, y sin embargo de haberse resistido... considerandose flaco y tentado del demonio" tuvo accesos carnales con la madre, sin que esto fuera óbice para tratar a Juliana, con quien siguió su amistad. El calor de la piel en el recuerdo y la sugerente caricia de las piernas dan al historiador cierta medida de lo erótico en la experiencia de un hombre y dos mujeres con la más mínima educación y que a pesar de su pobreza y de la falta de un vocabulario adecuado trasmiten confiablemente la experiencia de la seducción en el auto legal.
LA INTIMIDAD CONYUGAL Y EL ABUSO FISICO
Fue cosa común en la realidad de los siglos XVII y XVIII que en la intimidad del hogar el hombre ejerciera un dominio sobre la familia que frecuentemente se expresaba en el abuso corporal de la mujer. Siendo el abuso físico con riesgo de la vida una de las causas lícitas de separación matrimonial, existen numerosos casos corroborantes de esa realidad. Se pudiera pensar que el abuso físico sería común entre los miembros de la clase baja colonial, donde el hombre podía desahogar su sentimiento de inferioridad económica o social en la persona sobre cuyo cuerpo ejercía dominio, su mujer. La falta de inhibición social llevó a muchas mujeres pobres a denunciar el abuso físico de su marido. Los historiadores han asumido que la categoría social de una familia que se consideraba por encima de la gente "vulgar" o "común" les llevó a ocultar sus problemas personales. Sin embargo, escándalos hubo que permitieron conocer las intimidades y los errores cometidos por personas socialmente por encima de la gente común. Para disipar la ilusión de que sólo los pobres apaleaban a sus mujeres, citaré el caso de Doña Micaela de Pineda contra su marido Simón Guerrero, ambos vecinos de Irapuato en 1686. 15 Doña Micaela, prestigiada por su apelativo social, llevó su caso el juez eclesiástico buscando un "divorcio" que le permitiera separarse de su marido. Para apoyar su petición revela la intimidad conyugal de un esposo que no solo le negaba lo suficiente para alimentarse y vestirse sino que la vapuleaba sistemática y sádicamente. Así declara que al regresar a su casa tras quejarse al vicario de la falta de sostén económico, Simón "me desnudó, y ató a un palo, y me azotó a abofeteó toda la noche." Con su conducta, Simón rompió un juramento que había hecho de no repetir el tratamiento, y la tuvo "toda la noche amarrada a un palo con injurias de palabra y obra," de las cuales su cuerpo guardaba aún la evidencia. La intimidad conyugal se había hecho pública pues Simón "no pocas veces" la dejó "en la calle sin piedad." Micaela reclamaba que la conducta de Simón se basaba en una sospecha de infidelidad, cuya raíz histérica se reveló en las acusaciones de Simón de que los supuestos amantes de Micaela escapaban de la casa en forma de perros, o se escondían debajo de la cama.
El abuso corporal nunca tardó en ser conocido por los vecinos ya que debió ser acompañado de expresiones de ira o de dolor. En el caso de doña Micaela, la reacción del vecindario fue la de proteger a la peticionaria, cuyas razones para exponer públicamente las intimidades de su alcoba se basaban en la deshonra de su persona y la falta de libertad y violencia del albedrío “que pide el matrimonio," o sea, el respeto de la dignidad personal que debía regir la pareja. No por esto encontró apoyo en el teniente eclesiástico, quien trató de persuadirla para que retornara a su esposo a pesar de la desaprobación social de la conducta de Simón. Es importante notar que el reclamo legal envuelve el concepto de honra personal y el respeto personal dentro de la relación matrimonial. La denigración física sobresee la sujeción que la mujer debía al marido porque la misma ha sido abusada. El complejo concepto de lo que se entendía por honor personal revela aquí uno de sus matices. La mujer de categoría social no debía permitir el maltrato de su persona ya que el concepto de honor comprendió el respeto del cuerpo mismo.16
Estas descripciones también nos dan cuenta de como maltrataban los maridos a sus mujeres. Bofetadas, golpes con las manos con palos o espadas, amenazas con cuchillos, tijeras y armas de fuego, arrastre por los cabellos, ataduras a árboles o postes seguidas de golpes por todo el cuerpo, son varias modalidades encontradas. María Ruiz, vecina de Salamanca, confiesa en Mayo de 1701 una serie de incidentes de maltrato físico incitados por los celos de su marido, y de que no pudieron librarla las intercesiones de los hermanos del mismo a su favor. Como evidencia, mostró "las señales que me ha hecho, como es una partida y descalabradura en la cabeza, los dedos de la mano cortados, la garganta rosada y arañada por quererme ahogar, todo el cuerpo sembrado y llagado de azotes, y no contento con esto me echó de su casa desnuda diciéndome me saliese de su compañia o me acabaría de matar. . ." 17 La intimidad desgarrante de la "mala vida" matrimonial nos revela aspectos sádicos en los hombres y la aceptación del maltrato físico por las mujeres hasta que se traspasaban las fronteras de lo permisible y se entraba en el área de "riesgo de la vida." Pero hasta que se llega a esa situación, la vida maridable dentro del hogar fue para muchas mujeres una serie de sumisiones femeninas frente al abuso del poder físico por el hombre.
OTRAS INTIMIDADES SEXUALES
Los argumentos legales no rehuyen discutir asuntos íntimos cuando se trata de evadir un compromiso matrimonial. Así intimidades de la vida sexual que de otro modo no hubiera jamás salido de la alcoba de los amantes, se registran en los juicios eclesiásticos como evidencia para beneficio de los autos. Uno de los casos más notables en cuanto a la vividez del relato y narrativa que linda con el diálogo, fue el testimonio de Juan de Cárdenas, vecino de San Luis Potosí, en un juicio que se le llevaba en 1721, por violación de virginidad con embarazo de Doña Josefa Monasterios, parienta de mercaderes y de buena posición social.18 Cárdenas era un gachupín, cajero en una tienda del comercio de San Luis, de 27 años, buen mozo según su propia declaración, y al parecer sin inhibiciones algunas respecto a detallar sus aventuras sexuales. En su defensa recuerda el diálogo de sus conversaciones con Doña Josefa con gran precisión. Doña Josefa no fue careada y no hay corroboración o negación del testimonio de Juan. Fuera o no el incidente tal y como se narró, el interés nace de una recreación de circunstancias que pueden haber reflejado lo que actualmente pasó entre hombre y mujer durante las cortas e intempestivas relaciones que mediaron entre las parejas que se presentan a reclamar débitos morales basados en relaciones sexuales.
Juan conoció a Josefa de modo accidental al tropezar con una piedra frente a su casa y comenzar a intercambiar palabras, que fueron seguidas dos días después por una petición de parte de él de poderse encontrar en un lugar más privado. Se hicieron cita para la noche. Josefa le permitió la entrada a su casa, acompañada de unas criadas pero "temblando de miedo." Imperturbable, Juan entró "y haviendose quitado el capote se sentó sobre él, tendiendolo en el suelo; se sentó en compañía de la dicha María Josefa" y su acompañante. Inmediatamente comienza el intercambio físico, "haviendo comenzado el dicho Don juan a tener tocamientos de manos [y] ósculos, correspondiendoles en los mismos la dicha Doña Josefa." Esta le acusa de ser falsas sus demostraciones, ya que "los gachupines no querrán pobres, sino mujeres con mucho dote y buenas mozas.." A esta incitación verbal y étnica, sale en defensa Don Juan halagando su vanidad de mujer respondiendo "que no se persuadiera a tal cosa porque ella era buena moza y de buena sangre y que no solo los gachupines, sino el mismo rey si pasaba destas partes la merecía."
Habiendo instado a las compañeras a que se marchasen y los dejaran solos, las dos chaperonas se negaron. Prosiguió Don Juan su conquista en compañía, comenzando "a abrazarse y besarse y darse lenguas uno a otro y forcejeando con ella [Josefa] el dicho Don Juan haciendo diligencias si podrá copular con ella; por diligencias que hizo no pudo porque la niña no dava lugar en el modo que dicho Don Juan pretendía y estar las dichas Ignacia y Marcela palpando a las niña para ver el modo de como estavan por estar el dicho Don Juan y la dicha Doña Josefa medio recostados, arrimados a la pared y abrasados." Viendo que no podía conseguir lo que pretendía volvió a instar a la compañía que se fuera, pero al negarse, preguntó Don Juan a una de las criadas "que le va en eso y le respondió la dicha Ignacia si me vá por que es niña y doncella y cualquier cosa que le suceda lo pagaré yo que me echaran de la casa, y viendo el dicho que empezaron todos a reirse por haverse levantado la dicha Ignacia a orinar en el dicho aposento y viendo el escándalo que se seguía de ... las risas, cogió su capote, la abrazó, la besó y aún forcejeando por ver si podía conseguir su deseo le levantó las naguas y por estar parados y para conseguir su deseo y parecerle más conveniente ... por estar todos parados y a oscuras y viendo que se resistía la dicha Doña Josefa diciendoles que estaban allí aquellas criadas, entonces se despidió..."
La forma directa de la narrativa (cierta o no en sus detalles) revela que la falta de privacidad no inhibió sexualmente al pretendiente, que tenía una sola idea fija en su cabeza y careciendo de todo escrúpulo ante la falta de soledad, confiaba en que la oscuridad cubriera sus acciones. Las chaperonas muestran gran flexibilidad en su conducta, ejemplos de alcahuetas que dan cierta rienda a sus protegidas para que disfruten de un encuentro, con tal de que no lleguen a perder lo más privado, que sería lo más público tras la pérdida. Después de varios días vuelve a encontrarse la pareja a instancias de Doña Josefa, quien al parecer aunque carente de experiencia no estaba escasa de deseos de relaciones íntimas. Cuando se encuentran de nuevo Juan y Josefa en la tienda del primero, le explica la causa de ciertas ambiguas respuestas que había dado a sus recados y explica como se arriesgaba al tenerla en su tienda por haberlo amenazado su "amo" o patrón de que no recibiera mujeres. Comienza entonces a llorar Doña Josefa, arrepentida de haberle causado tantos contratiempos a Don Juan. "Lastimado de verla llorar comenzó a halagarla y a hacerle caricias y besándola y abrazándola le dijo: ven acá mi alma no te apesadumbres y por eso que aquí estoy para servirte y diciéndole estas razones se pararon los dos diciéndole el dicho Don Juan: ven acá acuéstate aquí en la cama; a que ella respondió: no me acuesto, ¿para qué quiere usted que acueste? Respondió el dicho D. Juan: para que estés más descansada y viendo que no quiso acostarse le fue levantando las faldas parados los dos, arrimándola a la cama y allí versando uno con otro llego a ponerle entre sus piernas las partes verendas y llegandole con ellas a la superficie del vaso próximo sin penetrarle; por los movimientos de uno y otro teniendo polución extra vas y haviéndolo consumado esta polución se sosegó el dicho Don Juan y se fue despidiendo la niña abrazándose y besándose uno y otros..."
Varios días después "descuidado ya de sus amores" según su propia cínica confesión, regresan la criada y Doña Josefa y vuelve de nuevo Doña Josefa a visitar a Don Juan, quien repitió la escena con besos y abrazos " y a decirse algunas ternuras como mi alma, mi vida, que te quiero, que te estimo, diciéndole el dicho Don Juan: es cierto mi alma que si como yo te quiero tu me quisieras acabaramos de cumplir nuestro deseo y gozarnos, a que respondió ella diciendo: antes si Usted es el que no me quiere a mi, yo si quiero a Ud ... y entonces el dicho Don Juan la fue parando y llevándola hacia la cama por ver si podría acostarla y no pudiendo le levanto las faldas y parados los dos el dicho Don Juan llegó a la parte cum membro y forcejeando por copular, ya dudoso si penetra y si no penetra, estando en esto la niña se metió las faldas de la camisa entre las piernas y entonces dicho Don Juan se las quitó y volviendo a forcejear de la misma manera que antes de lo cual le resultó polución estando en dicha contienda y haviéndose sosegado con esto advirtió haberse lastimado el membrum y hallarse en su camisa sangre que dijo tenia y hallo despues de una hora con abundancia en dicha camisa y calzones habiendo precedido antes el decirle el dicho Don Juan que por que no se quería dejar gozar, respondió la dicha que por que era mucho dolor el de una doncella, a que le dijo: pues ya sabe Usted que es mucho dolor el de una doncella? y respondiendo ella: no lo sé pero se deja entender y con esto se despidió besándose y abarazandose entrambos sin referir al dicho si llevaba sangre o no, si iba dolorida o perdida o no perdida..." Dieciséis días después le visitó un bachiller, teniente de cura y lo acusó de haber perdido a Doña Josefa, que parecía estar embarazada. Don Juan negó haberle dado palabra de casamiento, y se enfrascó en un juicio por el pago de 1,000 pesos de dote para Doña Josefa.
Esta detallada narración tuvo por objeto de demostrar que Don Juan no fue culpable de estupro y que no estuvo seguro si perdió o no Doña Josefa su virginidad, y exculparse de la acusación. Al contrario, para el lector, revela la premeditación de su intención, que fue conseguir relaciones sexuales, aprovechándose del obvio deseo de Doña Josefa. Llama la atención el uso de algunas frases de ternor que se esperan como parte de un cortejo de brevísima duración y que son las pocas que se encuentran también en cartas contemporáneas. La mujer se presenta como consciente de su deseo pero temerosa de sus consecuencias. Esta minuciosa descripción de un acoso sexual no es común, pero revela que la intimidad se podía exponer en todos sus detalles y carnalidades a pesar de las hipocresías sociales. También sugiere este caso, como otros consultados, que las citas amorosas eran cortas en elegancias y que las parejas se embarcaban en relaciones íntimas sin muchos preámbulos.
Otro diálogo testimonial revela la sexualidad femenina y el mutuo tender de redes para lograr una relación íntima cuyas consecuencias muchos hombres no supieron o no quisieron prever. Don Juan Rincón, vecino de Guaniqueo se vio envuelto en un juicio por palabra de casamiento con Luisa Lazcano de Tarimbaro, yendo a parar a la cárcel en Valladolid. 19 De visita en casa de Luisa, entró en conversación con la misma, que zalameramente le preguntó por que no se casaba. Juan respondió que aún no había llegado "la hora de Dios" aunque había pedido a muchas mujeres, y comentó que no había quien lo quisiere y que solamente hurtando a una mujer podría casarse, y que esta sería Luisa. Alegaba Juan que había hecho ese comentario con la esperanza de que Luisa lo dejara hablar con otras personas. Entendiendo la burla, Luisa le preguntó su razón para burlarse, lo cual Juan negó. Toma entonces la iniciativa Luisa, "diciéndole que en siendo nochecito le esperaze en un mesquite que está frontero de su casa." Juan fue a la cita, y habiendo esperado un rato y casi a tiempo de volverse, "llegó la susodicha y le dijo que se apease [del caballo] y que la tapase por que no la viesen que venía blanqueando porque había salido en cuerpo en pechos de camisa. Haviéndose apeado el declarante la tapó con su capa y empezaron a platicar diciéndole la susodicha que la querría sacar y tirar por allá y que le respondió que no era su intención esa; y que le dijo: Usted lo vea bien que soy pobre, a que le respondió que ya lo tenía visto, que tambien era pobre. Y que llegando al acto se le resisitía la susodicha, por que le dijo el declarante, por que se resistía y a que había salido, y entonces le dijo que era doncella y que temía el pasar trabajos por el declarante, dando entender que era doncella. Y que hallando el declarante no serlo le dijo que como decía era doncella, no siéndolo, a que respondió que si era, que como quería negarlo el declarante que le había quitado su virginidad, a lo que respondio que no lo quisiere hacer simple, que quien era él que había hecho aquel daño, a que le volvió a replicar el declarante que no había tal porque no la había hallado doncella, y con esto se fue a su casa y el declarante a la suya..."
La cita, de clara intención sexual, termina con una riña sobre la virginidad. Nótese que al aparecer Luisa en ropas menores en la noche, asumía el hombre que había venido para algo que, efectivamente, tuvo lugar. Amenazado por su hermana de que le pondría reclamo, Juan habló con Luisa, quien le aseguró "que no hiciese caso de su hermana, que era una loca; que ella no demandaba nada; que a Dios se lo dejara, pues lo había hecho por su gusto." Después parece haber cambiado de opinión, y comienza un litigio contra Juan, reclamando que Juan le había dado dos anillos y palabra de casamiento. Pudo haber verdad en ambas declaraciones, ya que el motivo de este juicio fue el deseo expresado por Juan de casar con la hermana de Luisa. Las autoridades eclesiásticas no hubieran aprobado esta unión, debido al "incesto" con una hermana, pero este punto no se dirimió durante el juicio. Despecho y miedo al entrampamiento se traslucen en este caso. La mención del acto sexual es casi casual, mientras que la discusión sobre la virginidad toma lugar central, siendo el único fundamento legal sobre el cual podía la mujer pedir y obtener recompensa. En ambos casos, es crucial notar que el testimonio fue presentado en paráfrasis de diálogo, con la memoria de la comunicación oral entre los actores vertida en la documentación en forma tal que la mediación del escribano y el abogado casi desaparece. El recuerdo de lo que sucedió era muy importante para tanto para Juan de Cárdenas como para Juan Rincón, que pretendían demostrar que no existía compromiso de su parte para con sus respectivas acusadoras. Esta forma de transcribir el recuerdo y el testimonio nos acerca al sujeto histórico de un modo más efectivo que en las transcripciones más corrientes, que siguen una forma narrativa guiada por el escribano o el abogado. Estos dos casos son excepcionales en ese sentido.
LAS CARTAS DE AMOR
Partiendo de la premisa de que la escritura no fue patrimonio de la gente de pueblo, pedir a las fuentes históricas testimonio de sentimiento amoroso es poner a prueba nuestra suerte en encontrar algo que resulta casi tan precioso como una perla negra. Sin embargo, entre tanto papel archivado y tanto husmear de la autoridad eclesiástica en la vida íntima colonial, se han encontrado buenas muestras, si no muchas, del género epistolar amoroso. Las cartas fueron incluidas en procesos judiciales contra maridos o mujeres adúlteras, o por padres ofendidos, como testimonio irrefutable de la relación. Las epístolas nos llevan más allá de la lectura de gestos y acciones simbólicas al hablar directamente por el sujeto histórico. En la escritura amorosa hay que tomar en cuenta que si quien escribe es persona educada, la misma se viste de las convenciones de expresión aprendidas a través de lecturas. Este formulario amoroso es interesante en sí como muestra del arte de expresión sentimental de su tiempo.
Además de la casi siempre pésima ortografía, las cartas existentes son casi todas de hombres a sus damas, expresando completo absorbimiento en la persona de la amada. Si bien las expresiones suenan a clichés se observan algunas formas populares de cariño, como llamar a la amada "madrecita," "dueño," o "negrita," o firmarse "tu negro", curioso uso de estos apelativos que han sobrevivido en el hablar mexicano. En 1810 Doña María Josefa Lira acusó a su marido Manuel Cervantes de "comunicación adulterina" con María Gertrudis Hernández, mejor conocida como "La Guatalata."20 A modo de testimonio ofreció Doña María cartas que quitaban a la relación "el velo de la honestidad," pero que la señora no dudó en descorrer para exponer a su marido y lograr sus fines. Las cartas intercambiadas entre María y Manuel eran sólo parte del testimonio. Todos los testigos llamados a dar parte sobre el caso aseguraron que la relación era pública en el vecindario y que había durado tres años. El hijo mayor de Cervantes, quien se infiere no era un muchacho, se queja del "extremo apasionado" en que vive su padre con desprecio de sus hijos y su mujer, situación que ya hemos visto anteriormente. La esposa legítima pedía se le quitara la tienda que administraba su marido y se le diera a sus dos hijos, petición que demuestra que su objetivo era salvaguardar la posición económica de la familia, ya que se rumoraba que Cervantes estaba sacando hacienda de la tienda para proveer a su amante que había "aumentado sus cortos intereses y se trata con mucha decencia," en palabras de un testigo.
Y bien, este hombre en su pasión de estío avanzado escribe a su "Guatalata," María Gertrudis:
Mi muy estimada madrecita de todo mi aprecio: Recibí la que me escribiste el domingo, aunque no con mucho gusto de ver las cosas que me dices no mereciéndolas... Y de lo que me dices que me volverás lo que te he dado, yo no te he dado casi nada. Si yo algún día llegara a tener algo ninguna persona fuera dueño de ellos más de tu y no es otro mi anhelo, pues ya sabes que estoy entre enemigos, pues no hallo a quien volver mis ojos. Me considero como la pluma en el aire. Y así Dios me a de sacar de hache." "Dios Nuestro Señor guarde tu vida m. a tu negro que te ama y ver desea a quien tu sabes."
Un poema dirigido a la misma expresa:
"Hermoso imposible mío
Pensarás que no te adoro
Pero te tengo en el alma
Y así guárdame decoro."
Para un tendero, no está mal como ejemplo de un esfuerzo por elevarse sobre lo común en la confesión de amor. Nótese la frase "guárdame el decoro," que puede entenderse como guardar la fidelidad y comportarse honorablemente. Por el contrario, la respuesta de La Guatalata, escrito en mano aceptable se refiere a "un mal de la barriga," le urge a que guarde silencio y deja una misteriosa amenaza de que ha de pedirle al cura "que los mortifique a sus hijos de Ud y por mi casa andan echandome chifletes y yo le he dar una puñalada. Y N. Dios Guarde, ... su servidora Maria Hernandez." A pesar de la velada amenaza La Guatalata fue entrada en un depósito y eventualmente se le ordenó mudarse de residencia "para que no vuelva a perturbar la paz del matrimonio de Don Manuel Cervantes." El referido, olvidando quizás su pasión y obedeciendo las reglas eclesiásticas y sociales, retornó a su esposa.
Bartolomé de Acosta, preso en Ecatepec por haber robado a una mujer, escribe a finales del siglo XVIII desde su cautiverio:21
En la cárcel del olvido
me tiene preso una damani ella espero ni me mueraen la cárcel poco amigo
Con esa no digo más,
pues me retrato contigo
seguiré yo vuestros pasos
asta que me vea contigo
Como está no digamos
de este corazón herido
que está esperando la muerte
pues te lo envío partido
Alla va mi corazón
partido en cuatro pedazos
pero va con condición
que ha de morir en tus brazos
Corazones partidos y muertes en brazos de la amante presumen cierta educación y un vocabulario de carácter romántico que sorprende pero que sugiere que en las provincias de Nueva España hubo quien sabía rimar amores a tono con la cultura popular.
Dos cartas amorosas sirvieron a Marcos de la Mora, padre de Gertrudis de la Mora y vecino de Michoacán, para atestiguar una ambigua relación entre su hija y el franciscano fray Juan Salazar del convento de Querétaro.22 Caso complejísimo que fue elevado al virrey Félix Berenguer Marquina, la acusación de rapto de su hija hecha por el padre, fue negada oficialmente por el fraile, quien alegó tratar de proteger a Gertrudis de su propio padre. Según el fraile, Marcos de la Mora empujaba a su hija hacia una relación fuera de matrimonio con otro sujeto. Sin embargo, las cartas contenidas en este juicio parecen desmentir la defensa del fraile y atestiguar si no una relación amorosa del mismo con la joven, a quien en dos ocasiones llevó consigo y trató de ocultar en varios lugares, al menos un estado de enamoramiento quizás no consumado. La declaración de Gertrudis, firmada por su puño, negaba toda acusación de relaciones entre ambos, y declaraba "ser de estado virgen, de diez y nueve años de edad." La reiteración pública de virginidad (cierta o no) obedecía a la necesidad de refutar la acusación de su propio padre de que había estado en relaciones con el fraile.
Fray Juan de Salazar se muestra escritor de algún talento, con facilidad para expresar su admiración por Gertrudis y para envolverla en la red de su voluntad, a la que la muchacha parece haberse sometido completamente.
"Dueño mío mui querido: Reciví tu papelito con el gusto que ya tu puedes conciderar. No puedo negar bien mío que tu sola eres la muger más formal, y fina que e conocido, y que me as dado gusto en quanto he querido. No tengo que decirte más que eres mi único amor, que siempre te tendré en mi alma colocada, que soi y seré tullo, y que si no fuese a tí sola, a ninguna otra miraran mis ojos con atención. Si tu eres fina, ya verás si yo lo soy. Aunque tu ballas con tus padres, y yo me valla de aquí, no por eso se a de acabar mi amor. Veremos como se ponen las cosas pues si tu no me olvidas, yo solo muerto te dejaré. Ay dulce dueño, no sabes tu bien lo mucho que te amo.
Para que entres a las Rosas [escuela para niñas] no tienes que hacer diligencia, pues yo te aprontaré el dinero de los gastos. Lo que quiero es que tengas gusto y ningún diablo te incomode. Tu no dejes de avisarme de todo lo que pase. Adios, vello cielo."
Fray Diego había prometido ayudar a Gertrudis a entrar en el Colegio de las Rosas para librarla del hostigamiento de su familia. En otra carta se expresa como sigue:
"Querido triste dueño: Recibí tu papelito. Mucho consuelo he tenido con lo que me dices. Permita el cielo que ese empeño venza quantos imposibles se atraviesen. Tu no dejes de estar suplicando. Vallas a donde fueres ve sin cuidado. El caso es no ir con tus tatas aunque sea como dices de criada en las monjas, no te de pesar pues ya te tengo dicho que no te he de desamparar. Tus trabajos duraran mientras yo salgo, pues he de buscar quantos arbitrios me sean posible para que tu seas servida, y tú a ninguno sirvas viviendo yo. Bien sabes lo mucho que te quiero, y que todo mi cuidado eres tú sola. Si soy fino en quererte ya lo has visto. No creas que en mi amor aiga mudanza. Tu sola dulce prenda, eres y serás siempre el dueño único de mi corazón.
Escríveme qualquier novedad que tengas, y si tanta es nuestra desgracia, que no valgan empeños, y que te entreguen, onde quiera que estés me avisas. Le escrives a Manuel que él, si yo no estoy aquí me dará luego noticia. No me asusté de tu enfermedad; antes hube mucho gusto y ahora he tenido pena de ver que fue mentira. Yo sigo malo de los ojos aunque me incomoden no es cosa de mayor cuidado, y ciertamente no mirándote a tí para nada quiero ojos, Si vello cielo. Solo para verte a tí los quiero. Ojalá, y pronto te vean, Adios madre. No te olvides de quien tanto te ama y siempre será tullo."
Frente a estas irrefutables palabras de pretendido o real amor la negación de interés alguno en Gertrudis se evapora. fray Salazar, acusado por un testigo de haber tenido relaciones con varias mujeres, se muestra buen maestro en el arte de crear un ambiente de intimidad y emoción en su esquela. La respuesta de Gertrudis, escrita en mala letra y sin puntuaciones, revela una confianza extraordinaria en su "padrecito" y odio hacia "un maldito viejo" no identificado, pero carece de las educadas expresiones de su enamorado. Pocas mujeres hubieran sabido usar el arte de expresar amor, carente como fueron de lecturas en las que aprender a escribir literariamente.
"Querido padrecito: Yo estoy mui mala de una pierna aunque me quiera llevar mi señor padre afuera no es posible ni a Río Verde voy más que me maten y a D. Mariana vá a desempeñarnos que sea de criada me entre en las monjas y yo quiero más que sea de criada como no buelba a Río Verde a ver aquel maldito viejo. Padrecito encomiéndame a Dios no me desampare en lástima de mi que después de Dios no tengo otro amparo no tengo con que pagarte lo que has hecho po mí. Dios te lo pagará y yo siempre te agradeceré y te daré gusto en vivir en el convento como quieres padrecito estoy muy mala. Adios tu hermanita que ver desea."
El único signo de confianza es el tuteo familiar y el diminutivo en la apelación "padrecito." Es difícil inferir una intimidad sexual, y más bien se apunta una dependencia emocional entre una joven mujer rebelde en busca de apoyo moral y el fraile, aún jugando el ambiguo papel de padre. Si hubo alguna relación física entre ambos, queda oculta entre los floreos de la escritura amorosa del hombre y la contrita sumisión de la mujer.
El caso de fray Diego fue bien común. Bien conocida es la situación de los clérigos envueltos en aventuras amatorias poco propias de su estado, que dieron pábulo a historiadores anticlericales a solazarse en la crítica de la fibra moral de la iglesia.23 Revelados algunos aspectos íntimos de estas situaciones se nos presentan los frailes o clérigos simplemente como hombres, sujetos a las mismas pasiones y flaquezas de la carne que los demás de su sexo, y desnudos de autoridad moral o espiritual. Doña Juana Hurtado de Mendoza, autoconfesó un "adulterio" con fray Nicolás Macías, relación de la cual trataba desesperadamente de salir en 1686.24 Pero fray Nicolás persistía en actuar como cualquier amante deseperanzado. "Llevado de celos" según confesión de doña Juana, "por haber visto entrar en mi casa un hombre soltero" siembra cizaña con el marido, atenta maltratar de obra con ella y envía "recados indecentes" con su criada. Doña Juan pide al obispo de Michoacán, Juan Ortega y Montañés, tome acción para sacar al clérigo de la villa de modo que pueda ella retornar a disfrutar de buenas relaciones con su marido, enmendar su yerros y recobrar su honra. Las autoridades franciscanas deseando guardar sigilo piden se mantenga el caso en secreto y prometen tomar acción contra el apasionado fraile.
El tono de la carta de fray Diego de Salazar es elevado si se compara con la divertida y picaresca esquela de un amante cuyo recuerdo de la amada se concentra en el placer sexual del que ya ha disfrutado. La antinomia de la carta cortés es la carta soez, de la cual es muestra la que sigue, así como un retrato íntimo de un amante que no teme revelar a su dama la naturaleza física de su atracción.
"Luzero bellisimo de mis ojos: Oy, mi bien, me amaneciste para desterrar de este oprimido corazón las funestas sombras q[ue] en un abismo de confusión me tenían sepultado. Quien hubiera sido poderoso para hacerte tantos amores quantas las ansias sumas de mi corazón anhelaban. Quien huviera podito darte unas jodiditas, ¡Ay, ay! unas afondaditas. ¡Ay dulce dueño! unas fornicaditas, unas chingaditas, echándome ensima toda la barriguita y dado el empeinito, que levantando tu mi culito, se uniera tanto mi papito con su carajito, que ni un pelo pudiera cabe entre uno y otro.
Esto, mi bien, es más para executado que pensado, porq[ue] solo pensarlo causa terribles ansias sin alivio. Solo lo que me detenido en escribirte, todo derretido tarde en ir el mozo, Ad[io]s mi bien."25
La búsqueda de la intimidad en la historia nos puede llevar a la mejor comprensión del sistema de valores imperantes en cierto período, superando los preceptos normativos que nos ofrecen las nociones pedagógicas de los tratados teológicos o educacionales. No es lo mismo leer un confesionario, que tomarle el pulso a la realidad viva reflejada en los testimonios legales. Ambos tipos de fuente se complementan en cuanto al confesionario nos da la norma de la iglesia y la percepción teológica del pecado, mientras que estos juicios por transgresiones llevadas a cabo, nos dan la certeza de como se transgredía el canon, por que razones, y a través de que medios. Los comentarios y la paráfrasis de las conversaciones que se transparentan en las declaraciones nos llevan directamente a la fuente emocional de quienes quizás no hubieran podido articular las experiencias de su vida interior si no hubieran actuado en contra de los cánones sociales y religiosos.
La obsesión con la conducta sexual en el período colonial debe contarse entre los rasgos más significativos de ese período. Tras el choque de la conquista y la transición a un sistema normativo europeo, el legado represivo y normativo de Trento tiene especial interés en el mundo social americano, donde desde el siglo XVI se comenzó a desarrollar una sociedad muy diferente a la europea, y cuyas conductas sexuales se resisten a asimilar los cánones morales dictados en Roma y en Madrid. Las formas de resistencia y acomodo se han trazado de manera muy general, pero merecen que se profundice en su estudio, para poderse comparar con las españolas y analizar hasta que punto la vivencia americana transformó la visión de la vida personal, hasta que punto se incorporan elementos indígenas, y si lo que prevalece desde el siglo XVII en adelante es una nueva forma de comprender las relaciones personales, o un constante acercamiento hacia el patrón europeo.
El concepto del honor, por ejemplo, parece enraizado en Nueva España en la elite social, pero también se encuentra en las peticiones de hombres y mujeres de casta e indígenas. Rodeados de altas tasas de ilegitimidad, pero también de numerosas vías de rectificación y asimilación a la ortodoxia de los cánones, hombres y mujeres de todas las clases étnicas y sociales, tuvieron que aprender y re-aprender a través del tiempo, cuales eran las formas aceptables de comportamiento. La política de iglesia y estado respecto a la normativa social también cambiaron. El diálogo entre estado, iglesia, e individuo se encuentra en los testimonios de la vida diaria, de los cuales aquí se ha explorado solo una pequeña muestra. Pero en ellas encontramos señales de valores universales sobre el comportamiento social y sexual colonial: la constante preocupación por la virginidad y el honor familiar y personal; la tensión entre el pecar, el aparentar, y el confesar, que se basa en el mensaje de la religión y la conducta de los eclesiásticos; la importancia de la opinión ajena, "la voz pública," en la formación de opiniones sobre la conducta personal. También se encuentran esos atisbos del pasado sin los cuales la historia sería muy árida: el intercambio emotivo, sea carnal o espiritual, que sostiene y enriquece nuestra vida. Todos los cuales nos invitan a seguir adentrándonos en este ámbito tan promisorio.
NOTAS
1. Los numerosos trabajos producidos por el Seminario de Mentalidades en México son ejemplo de estos nuevos rumbos. Véase, a modo de ejemplo, y sin agotar la producción, Familia y sexualidad en Nueva España (México: Fondo de Cultura Económica, 1982); Solange Alberro, Inquisiton et societé au Mexique, 1571-1700 (México: Centre d’Etudes Mexicaines at Centraméricaines, 1988); Simposio de Historia de las Mentalidades (Mexico: UNAM, 1983); Sergio Ortega. ed., De la santidad a la perversión (Mexico: Editorial Grijalbo, 1985); Carmen Castañeda, Violación, estupro y sexualidad: Nueva Galicia, 1790- 1821 (Guadalajara: Editorial Hexágono, 1989); María Agueda Méndez, Ilusas y alumbradas ¿Discurso místico o erótico? Caravelle 52 (1989): 5-15; Edelmira Ramírez, coord. María Rita Vargas, María Lucía Celis: Beatas embaucadoras de la colonia (Mexico: UNAM, 1988); Asunción Lavrin, ed. Sexuality and Marriage in Colonial Latin America (Lincoln: University of Nebraska tlinePress, 1989); Pierre Ragon, Les Indiens de la Decouverte: Evangelisation, mariage et sexualité (Paris: Editions L’Harttman, 1992) y Les Amours Indiens ou l’Imaginaire du Conquistador (Paris: Armand Colin, 1992); El placer de pecar y el afán de normar Seminario de Historia de las Mentalidades (Mexico: Editorial Joaquín Mortiz, S.A. y otros, 1988).
2. Sociedad Genealógica de Utah, Archivo Histórico del antiguo Obispado de Michoacan, Sección 5, Legajo 770, rollo 763238 (1721). De aquí en adelante, SGU AHAOM. Esta fuente consiste en los documentos microfilmados y depositados en Salt Lake City. Han sido clasificado en secciones, legajos y el número final se refiere al rollo de película. No existe otro tipo de guía, y los casos contenidos en cada legajo no están numerados, pero no son difíciles de localizar.
3. SGU AHAOM, Sección 2, Legajo 35, Rollo 704998, Celaya, 1664.
4. Ann Twinam, "Honor, Sexuality, and Illegitimacy in Colonial Spanish america," en Asunción Lavrin, ed. Sexuality, 118-155; Susan Socolow, "Acceptable Partners: Marriage Choice in Colonial Argentina, 1778-1810," en Lavrin, Sexuality, 209-252; Carmen Castañeda, Violación y estupro, passim.
5. SGU, AHAOM, Sección 5, Legajo 770, Rollo 763238, (1721). El temor masculino a acusaciones de falsa paternidad se refleja en las leyes aún vigentes en el siglo XX en Hispanoamérica, donde los Códigos Civiles prohibían la investigación de la paternidad.
6. AGU, AHAOM, Sección 1, Legajo 20, Rollo 778785, (1701).
7. SGU, AHAOM, Sección 5, Legajo 254, Rollo 753975, (1756).
8. SGU, AHAOM, Sección 2, Legajo 101, Rollo 755456, (1698) Este proceso continuó en años posteriores a los aquí mencionados.
9. Ver, Thomas Calvo, "The Warmth of the Hearth: Seventeenth-Century Guadalajara Families," en Lavrin, Sexuality, 287-312. Calvo ofrece detalles sobre el nacimiento de niños fuera de matrimonio en Guadalajara durante el siglo XVII. Ver también, Cecilia Rabell, "Matrimonio y raza en una parroquia rural: San Luis de la Paz, Guanajuato, 1715-1810," Historia Mexicana 42:1 (Julio-Septiembre 1992): 3-44, para nuevos datos sobre la ilegitimidad.
11. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Archivo de la Real Audiencia, 113-5, 1214 (1782).
12. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Archivo de la Real Audiencia, Criminales, (1779). Este caso se detalla más abajo. En un pasaje se describe a José Santos, el acusado por incesto con madre e hija "teniendo manoseos con Juliana delante de Rosenda, peinandolo, y labandolo, y aún retozando..."
13. AGN, Bienes Nacionales, Legajo 292, Expediente 11 (1790).
14. Véase el caso contra Ignacio Ramírez, mulato libre, por conocimiento carnal con madre e hija. AGN, Bienes nacionales, Vol. 1056, exp. 1 (1777).
15. SGU, AHAOM, Sección 1, Legajo 18, Rollo 778780 (1686).
16. El abuso físico, llamado "la mala vida" fue una de las causas más comunes de disensión matrimonial. Véase, Richard Boyer, "Women, La Mala Vida, and the Politics of Marriage," en Lavrin, Sexualidad, 252-286. Véase otro ejemplos en SGU, AHAOM, Sección 2, Legajo 88, Rollo 757264 (1697) Doña Juana de Herrera de la Villa de San Felipe contra Don Francisco de Sotomayor, su marido, quien la apaleó tras una riña y la mandó desnudar instándole a que saliera de la casa en esas condición.
17. AGU, AHAOM, Sección 5, Legajo 770, Rollo 763238 (1715); Legajo 174, Rollo 768731 (1744). Golpes con una escopeta habiéndole hecho pedazos la cara, fueron reportados por un indio testigo del maltrato infligido por Nicolás Ortiz a su esposa Antonia de la Cruz, de Copandaro, Valladolid. Ver, SGU, AHAOM, Sección 1, Legajo 18, Rollo 778780 (1687).
18. UGS, AHAOM, Sección 5, Legajo 770, Rollo 763238 (1723).
19. SGU, AHAOM, Sección 5, Legajo 772, Rollo 763247 (1704).
20. AGN, Criminales, Vol. 215, fol. 109-39v. (1804).
21. AGN, Criminales, Vol. 8, exp. 10, fols. 138-48.
22. GSU, AHAOM, Sección 11, Legajo 1, Rollo 793803 (1780).
23. Ver, por ejemplo, María Agueda Méndez y otros, eds. Catálogos de textos marginados novohipanos. Inquisición: siglos XVIII y XIX (Mexico: Archivo General de la Nación: El Colegio de Mexico, 1992), 96, 98 103, 104 para ejemplos de amores "desordenados" entre frailes y mujeres seculares. El ramo Inquisición del Arhcivo General de la Nación conserva numerosos casos de religiosos "solicitantes."
24. SGU, AHAOM, Sección 1, Legajo 18, Rollo 77870, León, Autos Secretos (1686).
25. Texto publicado en Boletín Editorial de El Colegio de Mexico 44 (Julio-Agosto 1992): 14,
y sacado de AGN, Inquisición, Vol. 928, exp. 1, fol 38 r. Censura de algunas cartas amorosas de José Joaquín de Jesús María Martínez (1782).
ASUNCION LAVRIN 1993
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Publicado como: "Intimidades" in Alain Musset and Thomas Calvo, eds. Des Indes Occidentales a L’Amerique Latine 2 Vols. (Paris: CEMCA/Ens Editions/IHEAL, 1997), Vol. 1, 195-218.
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Imagen de portada: Pablo Picaso, "Nu couche avec Picasso assis a ses pieds," 1902-1903. Copyright Succession Picasso 2001
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"Espiritualidad en el claustro novohispano del siglo XVIII". América colonial American Review, 1466-1802, Vol. 4, Nº 2, 1995, págs 155-180. Documento PDF
"Creating bonds respecting differences among feminists" , Latino(a) Research Review,5:`1 (Spring 2002), 37-50. Documento PDF
"Spanish American Women, 1790-1850: The Challenge or Remenbering",Hispanic Research Journal: Iberian and Latin American Studies, Vol. 7, Nº 1, 2006 , págs. 71-84 (ISSN 1468-2737). Documento PDF
"Cambiando actitudes sobre el rol de la mujer: experiencia de los países del Cono Sur a principios de siglo" en European Review of Latin American and Caribbean Studies 62, june 1997, págs. 71-92. Documento PDF
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