Blogia
Frentes Avanzados de la Historia

Revista Interatlántica de Estudios de Género/S

DECLARACIÓN DE LIMA: MUJER E INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA

DECLARACIÓN DE LIMA:    MUJER E INDEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA

 

Afirmamos que en América Latina nuestra rebelión y resistencia a la colonización se inició en 1492

 

 

 


En el marco del Primer Congreso Internacional Las Mujeres en los Procesos de Independencia de América Latina, convocado por el Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina, CEMHAL, con el auspicio de UNESCO y de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad de San Martín de Porres, constatamos:

A fines del siglo XX e inicios del XXI, los estudios sobre las mujeres han adquirido trascendencia en el campo del conocimiento, en razón de las transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales que producidas a nivel mundial y al avance de las luchas, y laconquista de los derechos políticos, sociales, culturales de las mujeres. El marco del Bicentenario de la lucha contra el sistema colonial, ha impulsado el reconocimiento de la participación de las mujeres en los procesos de Independencia y obliga a repensar nuestra historia en aras del fortalecimiento, transformación y logro de democracias paritarias y sin desigualdades.

Actualmente la historia de las mujeres en las independencias, se encuentran en un momento de reflexión crítica para entender, investigar, teorizar y avanzar en el conocimiento y reconocimiento de la mujer como sujeto histórico múltiple y diverso.

Es necesario renovar las miradas hacia el pasado independentista con miras a entablar un diálogo entre historiografías regionales y/o nacionales.

Las investigaciones muestran el esfuerzo por hacer de las mujeres el centro del conocimiento en cada disciplina, así como el acercamiento de métodos e interpretaciones interdisciplinares y enfoques que diluyan las fronteras entre la historia, la crítica literaria, la antropología cultural, la sociología, la semiótica o la historia del arte, con un enfoque de género intercultural e interseccional.

La historiografía de las mujeres en las independencias la han visibilizado como agentes históricos, lo que está contribuyendo a transformar de forma consistente el conocimiento de los procesos independentistas y de la historia en general.

La exclusión de género se ha sedimentado a lo largo de la historia, ocultando las acciones emprendidas por las mujeres que significaron en buena cuenta la humanización de la política del Estado.

Encontramos importantes las similitudes entre los países de América Latina, donde se silencia la memoria de las insurrecciones indígenas que se iniciaron con la conquista. La expresión más dramática de la exclusión está referida a las mujeres indígenas y afrodescendientes.

Reafirmamos la Declaración Mundial sobre Educación Superior de UNESCO (1998), que en suartículo 1, inciso d, señala los compromisos para comprender, interpretar, preservar, fomentar, y difundir las culturas, nacionales regionales e internacionales e históricas en un contexto de pluralismo y diversidad cultural.

Así mismo, el Consenso de Quito de CEPAL (2007) llama a desarrollar programas integrales de educación pública no sexista, encaminados a enfrentar estereotipos de género, raza y otros sesgos culturales contra las mujeres.

Destacamos que uno de los Objetivos de las Metas del Milenio es alcanzar la enseñanza primaria universal para el 2015, frente a un tipo de enseñanza sexista y patriarcal que persiste en los sistemas educativos

Afirmándonos en la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer que señala (Artículo 10) que los Estados adoptaran todas las medidas necesarias para eliminar la discriminación contra la mujer, a fin de asegurarle la igualdad de derechos con el hombre en la educación en condiciones de igualdad. La eliminación de conceptos estereotipados de los papeles masculino y femenino en todos los niveles educativos mediante el estímulo de la educación mixta y de otro tipo de educación que contribuya a lograr este objetivo y, en particular, en la modificación de los libros y programas escolares.

Proponemos 

1. Que es prioridad conocer, comprender, y valorar la recuperación de las mujeres como sujetos y agentes históricos.

2. Trascender las representaciones de las historias nacionales que se posicionan en un discurso nacionalista que diferencia, distancia y configura alteridades sobre la base de una supuesta identidad nacional. 

3. Difundir los avances de las investigaciones sobre la historia de las mujeres y de género a nivel del sistema educativo a fin de incorporar a las mujeres como sujetos en los procesos históricos.  

4. Promover la creación de redes de investigación que estudien la participación femenina en los procesos revolucionarios que se llevaron a cabo a nivel regional en la contemporaneidad.  

5. Capacitar a los cuerpos docentes en el conocimiento y métodos de enseñanza de la historia de las mujeres y de las relaciones de género.

6. Promover la catalogación, conservación y accesibilidad de las fuentes de la historia de las mujeres en los Archivos, Bibliotecas y Centros de Documentación.  

7. Replantear el espacio museístico en las salas de arte, historia y antropología de los museos de América Latina, con el objetivo de visualizar a las mujeres que han contribuido en todos los ámbitos a forjar nuestros países.

8. Desarrollar la historia intercultural de las mujeres y nuestros pueblos indígenas amazónicos, y afro descendientes.

9. Comprometer a los gobiernos e instituciones públicas y privadas en la creación de políticas favorables a la educación, formación e investigación sobre la historia de las mujeres.

10. Utilizar un lenguaje no sexista e inclusivo para hacer visibles a las mujeres en todas sus formas de expresión, elaborando discursos igualitarios y justos.

Lima, 23 de agosto, 2013

 

Sara Beatriz Guardia 

Presidenta Primer Congreso Internacional Las Mujeres en los Procesos de Independencia de América Latina. Lima-Perú.

Pablo Macera  

Director Fundador del Seminario de Historia Rural Andina. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima-Perú.

Edgar Montiel 

UNESCO

Ruth Shady

Jefa de la Zona Caral. Ministerio de Cultura del Perú. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima-Perú.

Humberto Mata

Director Biblioteca Ayacucho. Venezuela.

Raúl Fornet -Betancourt

Universidad de Bremen, Alemania.

Claudia Rosas Lauro

Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima-Perú.

Edda O. Samudio A

Universidad de los Andes, Venezuela.

Lucia Provencio  

Universidad de Murcia. España.

Berta Wexler  

Universidad Nacional Rosario. Argentina.

Diana Miloslavich  

Centro Flora Tristán. Lima-Perú.

Lia Faria  

Universidad del Estado de Río de Janeiro. Brasil.

Losandro Antonio Tedeschi  

Universidad Federal da Grande Dourados. Brasil.  

Mirla Alcibíades 

Caracas, Venezuela.

Lucía Lionetti

Universidad Nacional de Centro. Argentina.

Catherine Davies

Universidad de Nottingham. UK.

Natividad Gutiérrez Chong

Universidad Autónoma de México. México.

Carmen Simón Palmer 

Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), España.

Mary G. Berg

Brandeis University, Waltham, MA, Estados Unidos.  

Dina Picotti 

Universidad Sarmiento. Buenos Aires, Argentina.

Ana García Chichester  

Universidad de Mary Washington. Estados Unidos.  

Fanny Arango-Keeth 

Mansfield University of Pennsylvania. Estados Unidos.

Adelia Miglievich Ferreira

Universidad Federal do Espiritu Santo, Brasil.

Rocío Ferreira

DePaul University, Chicago. Estados Unidos.

Graciela Tejero Coni 

Museo de la Mujer. Argentina 

Teodoro Hampe Martínez

Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Perú

Suely Reis Pinheiro

Universidad Federal Fluminense, Río de Janeiro. Brasil. Revista Hispanista. Brasil.

Claudia Luna

UniversidadFederal de Río de Janeiro (UFRJ), Brasil.

Vittorio Lo Bianco  

Universidad del Estado de Río de Janeiro, Brasil. 

Leonardo Nolasco Silva  

Universidad del Estado de Río de Janeiro. Brasil.

Carlos Hurtado  

Universidad Nacional de Trujillo, Perú.

Adriana Sáenz Valadez

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. México.

Nanda Leonardini  

Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima - Perú.

Esther Aillón Soria

Universidad Mayor San Andrés. La Paz - Bolivia.

Patricia Sánchez

Universidad Nacional de San Juan, Argentina.

Lady Rojas Benavente  

Concordia University. Canadá.  

Liliana Fort Chávez  

Universidad Autónoma Metropolitana, México.

Adriana Micale

Universidad de Congreso. Mendoza. Argentina.

Vanesa Miseres

University of Notre Dame, Estados Unidos.

María Ramírez Delgado

Biblioteca Ayacucho. Venezuela.

Ana Silvia Monzón

Maestría en Estudios de Género y Feminismos FLACSO-sede Guatemala.

Marta Raquel Zabaleta

Profesora Visitante de Middlesex University, Londres, UK.

Patrícia Martínez i Àlvarez

Universitat de Barcelona, España.

Susanna Regazzoni

Universidad Ca´Foscari Venezia, Italia.

Rosa Mª Gutiérrez García

Universidad Autónoma Nuevo León, México.

Marlene Montes de Sommer

Universidad de Kassel, Alemania.

Anarella Vélez

Universidad Autónoma de Honduras. Honduras.

Ana María Agudelo Ochoa

Universidad de Antioquia, Colombia.

Cintia Inés de Agosti

Macquarie University, Sydney, Australia.

Gabriela Gresores

Universidad Nacional de Salta / Universidad de Buenos Aires. Argentina.

Beatriz Bruce

Universidad Nacional de Jujuy. Argentina.

Marcela Vilela

Universidad de Buenos Aires. Argentina.

Sônia Maria da Silva Araújo

Universidad Federal do Pará (UFPA). Brasil

Adriane Raquel Santana de Lima

Universidad Federal do Pará (UFPA). Brasil.

João Colares da Mota Neto

Universidad do Estado do Pará. Brasil.

Ana Paula Medicci

Universidad Federal de Bahía. Brasil.

Cristina Monteiro de Luna Andrade

Universidad do Estado de Bahia. Brasil.

Rocío del Aguila

University of Calgary, Canadá.

Ana Serrano Galvis

El Colegio de México. México.

Cecilia Inostroza Delgado

Universidad de Concepción, Chile.

Regina Simon da Silva

Universidad Federal do Rio Grande do Norte, Brasil.

Guadalupe Chávez González

Universidad Autónoma de Nuevo León. México.

Joyce Andrea Contreras

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Chile.

Damaris Elizabeth Landeros

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Chile.

Nora Deveaux Cabrera

Universidad Nacional Autónoma de México. México.

Jacqueline Sarmiento

Universidad Nacional de La Plata. Argentina.

Ludivina Cantú Ortiz

Universidad Autónoma Nuevo León, México.

Ebert Cardoza Sáez

Universidad de Los Andes. Venezuela.

Juliana Wülfing

Universidad Federal de Santa Catarina – UFSC, Brasil.

Romina Soledad Coronello

Universidad Nacional de Mar de Plata. Argentina.

Eliana Ramos Ferreira

Universidad Federal do Pará, Brasil.

Carmen Gloria SotoGutiérrez

Universidad de Chile. Chile.

Priscila Primo Nascimento

Laboratorio Educação e República LER/UERJ, Brasil

Fernando Baez Lira

Universidad Autónoma de Puebla. México.

Ángela Pérez-Villa

Universidad de Michigan, Ann Arbor. Estados Unidos.

Mario Alfredo Rocabado

Universidad Nacional de Jujuy. Argentina.

Maria de Lourdes Silva

Universidad del Estado de Rio de Janeiro, Brasil.

Nathalie Goldwaser

Universidad de Buenos Aires, Argentina.

Héctor León García

Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Venezuela.

Freddy José Monasterios

Instituto Pedagógico de Caracas. Venezuela.

Dora Barrancos

CONICET/UBA - Argentina

VIAJERAS AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. UN DISCURSO COLONIALISTA DE GÉNERO EN EL SIGLO XVIII

VIAJERAS AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. UN DISCURSO COLONIALISTA DE GÉNERO EN EL SIGLO XVIII

María Teresa Díez Martín

Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED. España

 

 

 

Se aborda en este artículo el trazado de un estudio más amplio que tiene por objeto el  análisis de género, por el que se define un sujeto colonialista viajera, a través de las prácticas y representaciones del viaje colonial-militar ultramarino. Necesariamente, pues, prácticas y representaciones que devienen en discursivas. Las actoras de este viaje son las esposas españolas, y secundariamente americanas, de los oficiales militares peninsulares, del Ejército y la Armada, durante la segunda parte del siglo XVIII. Tales prácticas, conformadas por el programa de militarización de la política colonial del reformismo borbónico, tuvieron su razón de ser en el traslado desde España de efectivos militares y su oficialidad, para  el servicio político y militar en los dominios hispanos de América. Estas viajeras son aquí argumentadas en lo que significan a las representaciones coloniales y colonialistas del colectivo social de los mandos militares peninsulares, lo que contribuye, sin duda, al estudio del protagonismo militarista del siglo a ambos lados del Atlántico. Al fin, un contexto colonialista que dota de sentidos a este sujeto viajera, metropolitano y elitista que se proyecta en la sociedad colonial americana y es otra de las piezas en el orden social a mantener por la metrópoli.

Términos clave: viajeras, oficiales militares, prácticas, representaciones, discurso colonialista, discurso de género. 

 Publicado en Sara Beatriz Guardia (ed.), Viajeras entre dos mundos

 

 

Contenido


Imaginarios de un señorío femenino metropolitano en el viaje colonial-militar

De viajeras a ultramar. Migración selectiva en el viaje colonial-militar

Los límites de la naturaleza femenina. Viajar las señoras con la “debida decencia”

Viajeras de cámara alta y los empeños de los viajes

Americanas en viaje desde el afuera metropolitano

Conclusiones


Siglas de archivo

Localización en Internet

Bibliografía

Onomástico 

 

 

Imaginarios de un señorío femenino metropolitano en el viaje colonial-militar

 

Ellas fueron las esposas o las viudas de los oficiales militares de tierra y mar[1], a la vez que madres e hijas de militares en mayor proporción según progresaba durante el siglo la profesionalización de la carrera de las armas y se afianzaban los mecanismos de la reproducción social y corporativa. Son sujetos femeninos analizados dentro del colectivo social de la oficialidad, considerado este así en su proyección social antes que profesional. Mujeres peninsulares, en lo principal aquí tratado, que viajaron con o sin sus maridos, hijos/as u otros familiares en otra forma destinadas al servicio colonial. Aunque no fueron muchas las casadas respecto al elevado porcentaje de militares solteros desplazados, estas viajeras y su viaje se revelan objeto simbólico del dominio metropolitano en la lógica colonialista.

Es decir, que la peninsularidad de estas viajeras, seña de origen, seña del punto de partida del viaje, significada por el imaginario hispanocéntrico y las proyecciones político-sociales del reformismo absolutista, deviene en los territorios ultramarinos en un metropolitanismo señorial que interpretado en clave de género distingue a un sujeto viajera colonialista. Sujeto que se añade a los sentidos creados por el viaje colonial-militar, por definición masculino[2]. Por otra parte, y aunque sólo apuntado en el presente artículo, otro rango de significados sobre el mismo contexto discursivo entra en juego respecto a las esposas criollas de la oficialidad peninsular que realizan la travesía hasta España y viceversa, para identificar a un sujeto viajera colonial, incluso también colonialista, no-metropolitano e, igualmente, elitista.

Cabe formular en esta dirección la interpretación de las experiencias viajeras que dan entidad a estos sujetos femeninos en el marco de un imaginario geopolítico colonial vertebrador de la relación jerárquica centro-periferia[3]. Relación interdependiente en la que el viaje colonial, ultramarino y continental, adquiere su significado más primordial. Pues, el viaje, en cualquier dirección del trayecto y en cualquiera de sus tipologías, afirma siempre el centro metropolitano, diferencialmente, sobre el espacio colonial, espacio externo y periférico, espacio subordinado que justifica la existencia misma de la metrópoli.  Léase en esa afirmación, para lo que aquí interesa y como se ha indicado, el imaginario hispanocentrista legitimador de la autoridad peninsular en todos los órdenes.  

Es una composición, por tanto, de supremacía, cuyos objetos discursivos son conocidos en lo que construyen el orden social colonial: la civilización superior hispana, la raza superior blanca, el género superior masculino y, fuera de su espacio intrasocial, la superioridad de las mujeres peninsulares por oposición a los “otros”, a “las otras” no blancas o no peninsulares. Tal escala de categorías, ya resignificada por el racionalismo europeo del dieciocho, se incorporaba a la metanarrativa eurocéntrica de la modernidad, en la que las europeas tuvieron un capítulo enunciado por el discurso ejemplarizante de civilización, de progreso, frente a la barbarie de lo extraeuropeo[4]. Pero no sin que desde la perspectiva hispana esa posición diferencial se formulara confrontada, y por encima de matices, a la sociedad indígena tanto como a la desnaturalización de lo peninsular en se figuraba a los criollos.

Entonces, encauzado tal imaginario de mujer en el discurso civilizatorio de la milicia se agrega a los atributos de superior calidad, igualados los femeninos y los de la posición social, supuestos a las mujeres de “las primeras clases” peninsulares en las que se encuadraba a las esposas de la oficialidad. La imagen es la de la integridad moral femenina, de mujer de honor, que se correspondía con la masculinidad caballeresca que adornó el honor militar durante el siglo. Nobles y acaudaladas, según la exigencia de la normativa militar, o a falta de lo primero de probada limpieza de sangre y sobradas “proporciones”. Una suficiencia social y económica que las equiparaba al status de nobleza de sus maridos. Nobleza que validaron socialmente cuando no la sostuvieron con su dinero[5]. Matrimonios de ventaja para la oficialidad, sin duda, que fueron pilares del programa de la aristocratización de la milicia que, en definitiva, legitimaba el orden social colonial y la autoridad de lo militar en él.  En especial, y en el marco del reformismo, la autoridad sobre las élites criollas, las que, por otra parte, desde una singular composición de la jerarquía militar validaron su propio status de poder.

La proyección aristocrática de estos matrimonios compartió imagen, sin excesiva fricción, con la de la profesionalidad militar, que a la sazón justificaba la filosofía ilustrada en los méritos de las armas antes que en los privilegios estamentales. Méritos en los que también se entendieron y anunciaron las “señoras coronelas”, “capitanas”, “gobernadoras” u otras tantas militarizadas coloquialmente por el empleo de sus maridos. Era una proyección pública explícita de servidoras de la patria y de los ejércitos del rey en la misma medida que obligadas a sus esposos. Servicio en el que se reivindicaron en variadas situaciones ante la administración real[6] y con especial insistencia sobre lo gravoso de los desplazamientos. Aunque no sin motivo se llamaron viajeras esforzadas, que al igual que sus maridos sufrieron las muchas incomodidades y los peligros de los viajes oceánicos o de las rutas terrestres. Trasiegos más meritorios por lo impropio del ritmo militar impuesto a señoras de privilegio.

Pero, ya fueran estas viajeras las grandes señoras de la aristocracia castrense político-militar o las esposas más o menos acomodadas del grueso de una oficialidad media sin grandes recursos económicos, todas compartían en el ámbito colonial las categorías de la superioridad peninsular. Lo que era un referente potente en la representación del colectivo de la oficialidad de peninsulares que, en último término, revestía la estética militarista del poder metropolitano. Por tanto, no en balde, se puede hablar de unas representaciones colonialistas de género de probada eficacia simbólica y representativa. Y, en efecto, el manifiesto de este poderío señorial femenino peninsular está presente en cualquiera de los registros históricos a los que nos asomemos. Así aparecen las “grandes señoras” españolas, como también se autodenominaban María Josefa Domás y Alba y su madre María Hipólita de Albalá, hija y esposa, respectivamente, del capitán general y gobernador de Guatemala José Domás y Valle[7]. Señoras estas agraviadas por un criollo casado con la primera que ocultó ser “hijo de un mercader, y de una mulata de Lima”. Demasiada ofensa para quien la reina llamaba, cariñosamente, su “Cabrita”. Pero, ante todo, agravio relevante en cuanto dimensionado en la esfera pública. Porque vidas públicas eran las de estas señoras incluso en los apartados territorios de frontera como el de California, donde sufría el señorío de las “señoras gobernadoras” con el exilio urbano al que les obligaba la actividad militar de sus maridos (Nuttall, 1998). Una de ellas, la conocida catalana Eulalia Callis, esposa del gobernador Pedro Fages, es buen ejemplo de ello. Viajera impertinente, remisa a dejar su vida regalada en Ciudad de México por los desiertos sociales del norte. Mujer, también, domeñada por el poder de la apariencia impuesto a las de su posición, y cuyo divulgado intento de separación conyugal hubo de resolverse, al fin, como proyección ejemplarizante del discurso hispano del dominio patriarcal (Beebe y Senkewicz, 2001/ Reyes, 2009).

 

De viajeras a ultramar. Migración selectiva en el viaje colonial-militar

 

Dentro de la política migratoria selectiva de la Corona, el traslado a los territorios coloniales de mujeres peninsulares siempre constituyó un capítulo importante en el programa de población de españoles. En principio, se trataba de promocionar, como es sabido, una emigración peninsular de hombres y mujeres en el Nuevo Mundo sin las tachas de las “personas prohibidas”: judíos, conversos, herejes, esclavos, extranjeros y mujeres de “malas costumbres”. Una quimera colonialista que a todas luces no fue posible imponer, pero que en su simple proyección fijaba un perfil tradicional de género hispano que organizaba la jerarquía de las categorías femeninas en el orden social colonial. Categorías así definidas respecto al imaginario femenino metropolitano de mujeres “limpias de mala sangre”, honradas, temerosas de Dios, “honestas y recogidas”. Una calidad y decencia más engrandecida si eran “principales”. En todo caso, españolas que estuvieron llamadas a mantener la población blanca, ya sin apremio antes de finalizar el siglo XVI (Konetzke, 1945:148), así como a ejemplarizar los modelos femeninos conyugales y familiares católicos o los de la vida religiosa femenina propios del sistema patriarcal europeo. Valores de género, morales y sociales que, por último, respaldaban el discurso de la supremacía peninsular.

En este marco establecido por la elemental lógica colonialista el matrimonio aparece como eje e incentivo de las emigraciones de las casadas y sin marido, solteras o viudas. Con certeza, se puede apuntar el matrimonio como un subyacente en cualquier otro de los factores sociales o económicos de la atracción migratoria. De hecho, se muestra compuesto en el imaginario peninsular de la prosperidad colonial, o de la riqueza y las oportunidades de los reinos de Indias, como la referencia natural de las viajeras[8]. También el matrimonio se constituye en el filtro de una selección femenina encauzada por la protección legal de la Corona a la vida conyugal en peligro con el paso a Indias. Las disposiciones al respecto, que se sucedieron durante todo el período del dominio hispano y fueron ya emitidas con los primeros asentamientos, ordenaban a los casados partir con sus esposas o, si no lo habían hecho, reunirse allí con ellas so pena de ser enviados de vuelta a la península. Además de los apremios a los solteros para que matrimoniaran con las españolas sin marido que pasaban a Indias.

 En el siglo XVIII, la emigración femenina, como la masculina, se resolvía bajo las mayores restricciones a los desplazamientos que impuso el programa colonial del absolutismo reformista. Y aunque, inevitablemente, el rebote de tal política fue un aumento de la emigración ilegal, la administración real lograba imponer su más pleno control sobre el personal que se trasladaba al “real servicio”. Era el grupo de varones provistos, según la tipología tradicional, de un empleo público, civil, militar o eclesiástico en ultramar, en el que se sitúan como acompañantes nuestras viajeras. Empleos que si eran fijos aconsejaban llevar a las familias y si temporales, por lo general, también, pues lo usual era la previsión de alargar las estancias lo necesario para medrar en los empleos (Macías Domínguez, 1999: 21-24) y hacerse con el mayor capital posible para el regreso[9].  Sobre estos colectivos se reiteraban los mandatos para que los casados marcharan acompañados de sus esposas, negándoseles la provisión del empleo si no lo hacían[10]. La disposición estuvo en vigor durante toda la centuria y sólo fue contravenida en las coyunturas de conflictos bélicos que supusieran un peligro para las familias.

Como ya se ha indicado, no fueron muchas las casadas que partieron con sus maridos, en relación el menor número de casados al mayor de oficiales solteros desplazados. Situación que se correspondía con una oficialidad peninsular en su proporción más alta sin matrimoniar (Andújar Castillo, 1991)[11], animada al paso a los reinos de Indias por los alicientes de mayores sueldos y méritos para sus carreras militares, a la vez que por los ventajosos matrimonios en Indias que completaban las oportunidades del mundo colonial.  

No obstante, las esposas viajeras no eran todas las posibles, pues ellas tuvieron más facilidades, legales o acordadas con sus maridos, para eludir el deber de la “vida maridable” y permanecer en la península. Los acuerdos de separación entre cónyuges fue la práctica más generalizada, lo que no obvia los casos de las obligadas para las esposas, aun consentidas formalmente, con ocasión del traslado que terminaron siendo un abandono. Hablan de estas desafecciones conyugales las muchas reclamaciones a los oficiales por incumplimiento de sus deberes maritales de asistencia económica a sus esposas e hijos, y al margen el posible abandono de las reclamaciones motivadas por situaciones de penuria económica de los oficiales en sus destinos coloniales, circunstancia bastante corriente entre el común de la oficialidad. La problemática, en cualquier caso y aun singularizada por la institución militar, se encuadra en el fenómeno social del alto número de mujeres desatendidas y abandonadas en la península por los maridos “ausentes en Indias”. El fenómeno, inherente a la dinámica migratoria, fue de importancia en la península como también en la otra orilla atlántica[12]. En estos casos el derecho que asistía a las esposas de los oficiales estuvo amparado por la ley militar y por la preceptiva religiosa para reunirse con sus maridos. Podían reclamar las mensualidades de asistencia o, en su defecto, interponer requisitoria para reanudar la convivencia matrimonial que le asegurara el sustento. Sin embargo, en razón de ejercer los maridos en el real servicio muy pocas veces se resolvía la reanudación de la vida conyugal con el regreso de los oficiales a España, pues lo común fue que se desplazaran las esposas al encuentro de sus maridos. Viajeras forzadas, así, por variadas circunstancias que, como veremos más adelante, tuvieron la cobertura de la administración real.

 

Los límites de la naturaleza femenina. Viajar las señoras con la “debida decencia”

 

Presentes estaban en este viaje colonial los discursos preventivos que desaconsejaban la travesía ultramarina a las mujeres en función de su frágil y apoquinada naturaleza, y en los que abundaron tanto teólogos como médicos. Aunque poco efecto parece que tuvieron sobre las muchas viajeras que se decidieron a emprender la aventura ultramarina, pero es de suponer que sí fueran limitativos para otras más.  De hecho, no soportar las mujeres el viaje ultramarino o el miedo a cruzar el océano fueron razones asumidas socialmente que disculparon las renuncias femeninas a migrar a los dominios coloniales (Rípodas Ardanaz, 1977: 362; Konetzke, 1945: 129-130). Por su parte, la administración militar contempló en la reglamentación de los viajes familiares toda esta tradición paternalista con la naturaleza femenina. De ahí que la “delicada salud” de las señoras, a veces en peligro de agravarse por los climas adversos de los dominios de ultramar, fuera el motivo alegado más recurrente para no embarcar con sus maridos y permanecer en la península.

  Por supuesto, no faltaron problemas serios de salud y, sobre todo, circunstancias femeninas de peso que dificultaron los viajes de las mujeres y repercutieron en las previsiones del embarco familiar, determinando incluso retrasos en la incorporación de los oficiales a sus empleos coloniales. La más común fue la constancia de un embarazo y la posibilidad de parir en alta mar que planteaba temores a la travesía y la negativa a embarcar. Como era preceptivo en semejantes casos, los matrimonios tuvieron que justificar este impedimento para demorar las esposas el viaje ultramarino que debían emprender con sus maridos o para el aplazamiento del viaje de ambos.  Así lo tuvieron que hacer mediante certificado médico, entre otros más de los sujetos aquí estudiados, el capitán de dragones Filiberto Mahy y su esposa Felipa Branly, encinta de seis y con riesgo de aborto[13], o el coronel Juan Flores y Rosalía de Alcalá, una dama de muchos padecimientos, “efectos todos de una constitución endeble y delicada” que ponía también en peligro su embarazo[14]

…todo lo cual es de suma consideración para aconsejarle dirigirles en lo restante de su preñado, y próximo parto, el modo de manejarse, y de evitar todo lo que puede contribuir a promoverlo antes de tiempo con la pérdida del fruto, y acaso de la madre, siendo el movimiento excesivo, indispensable en el camino, una de las causas que contribuyen eficazmente a causar los abortos, como las pasiones de ánimo. Se halla dicha señora en la precisión de no emprender viaje alguno, hasta haber concluido la carrera de su preñado y parto, todo lo cual debe también con más motivo entenderse de embarcarse; pues concurriendo mayores motivos y menos proporción de auxilios en las graves urgencias, que en estos casos acaecen, era temeridad exponerse a unos peligros probables de perder la vida…[15]

Quizás sin tanto riesgo pero en igual eventualidad, más mujeres pospusieron su viaje sin interferir en la marcha de los oficiales ya urgidos por las obligaciones de sus empleos. Pero siempre aceptadas estas demoras bajo el compromiso de emprender la travesía una vez dieran a luz a sus hijos. Como otras tantas, eso es lo que tuvo que hacer en 1799 Micaela Colante, esposa del brigadier y gobernador de Nicaragua Antonio González Mollinedo de Sarabia. Micaela se había quedado embarazada durante el retraso de varios meses que sufrió la partida del matrimonio, desde La Coruña, debido al peligro de los ataques ingleses y cuando, por fin, se fijó la fecha definitiva para zarpar su gestación ya estaba avanzada en  siete meses[16]

 No era, por otra parte, el embarazo la única circunstancia que obligó a estas señoras a viajar sin sus maridos. También lo hicieron las casadas por poderes que debían reunirse con sus cónyuges, las que cumplían con un requerimiento de reunión conyugal, a instancia propia o del marido, las viudas, americanas y españolas, que regresaban a sus tierras de origen o las que ya instaladas en América realizaron más de un viaje de ida y vuelta para atender cualesquier obligación en la península. Estos últimos casos de repetidas travesías aunque no fueron lo común tampoco resultaron infrecuentes, pocos en todo caso por el alto precio de los viajes y los prejuicios que existían para que las mujeres de cierta condición viajaran sin la custodia de sus esposos u otros familiares varones.  Juana Marres fue una de esas escasas viajeras de varias idas y vueltas por el Atlántico. Realizó su primer viaje a Panamá en 1766, con su esposo Nicolás de Palazuelos, para regresar a la península unos años después y embarcar de nuevo a Panamá en 1770, acompañada de su hija y una criada[17].

Eran viajeras sin sus esposos pero nunca solas, ya que lo usual fue que se acompañaran de familiares además de criados y criadas. Entre estas últimas fue importante el contar con amas de leche cuando había criaturas de pecho. Una práctica, esta del amamantamiento de las criaturas por nodrizas, generalizada en el siglo XVIII entre las familias con posibilidades económicas o pretensiones de cierto status, como eran la situación de buena parte de la oficialidad militar. La presencia de estas servidoras es una constante en las licencias de embarque de los cónyuges que viajaban con bebés y, por supuesto, en las de las madres cuando embarcaban sin sus maridos.  Tal y como aparece en el permiso de una de nuestras viajeras en estudio, Carlina Montero y Timboni y su esposo Félix Martínez Malo, comandante en jefe y gobernador de Portobelo, que pasaron a Indias con dos hijos, de dos años y seis meses, “un criado y un ama de leche”[18]. Es, por tanto, un indicador de cierta posición social que no oculta otras ocasiones de urgente necesidad de las amas de leche por la mala salud de las madres y cuya falta supuso un motivo reconocido para suspender o demorar el viaje ultramarino. Con esta intención lo alegaron los citados Rosalía de Alcalá, de delicada salud, y Juan Flores, imposibilitados para el embarco porque no encontraban un ama de leche que quisiera viajar a América[19].

Sin duda el acompañamiento de las señoras era imprescindible dadas las convenciones de género de la época que así lo imponían. También tenía el reconocimiento de la administración militar, hasta el punto de conceder a los oficiales ya estantes en los territorios coloniales licencia de viaje a España, sin descuento de sueldo, con el objeto de guardar a sus esposas y “conducirlas” en la travesía a los destinos coloniales de sus maridos. Por lo general, requerían las esposas este acompañamiento marital cuando no contaban con familiares acompañantes o no disponían de medios para pagar criados: “sin facultades y proporciones para pasar a aquel destino con la debida decencia”, como sintetizaba su situación María de la Humildad Bermúdez de Castro desde la Coruña y casada por poderes[20]. La mayoría de los oficiales que se acogieron a estas licencias hicieron el viaje de vuelta al servicio colonial con sus esposas. Pero no faltaron los que utilizaron la licencia para el acompañamiento como una artimaña que les facilitaba su regreso a la península y la oportunidad de gestionar en ella un nuevo destino; salvando, claro, los casos en los que la reincorporación se complicó con circunstancias imprevistas[21].

Capítulo aparte constituye la cuestión de las mujeres que enviudaron en América y tuvieron que regresar a España sin sus maridos. Fue frecuente que estas viudas reclamaran la protección de sus hijos varones, casi siempre niños o adolescentes siguiendo ya la carrera militar. Un hijo de catorce años fue el que acompañó en la vuelta a España desde Cumaná a Josefa Martorell, viuda del teniente coronel Pedro González Moreno, que, según se argumentó en la solicitud para el regreso, “precisa de un sujeto que la acompañe ya que es mujer y con hijos pequeños”[22]. Igual solicitud hizo la viuda Carlina Montero y Timboni, en la que suplicó la protección de su hijo de unos 16 años y con empleo de subteniente en Panamá[23]. Esta mujer manifestó no querer dejar a su hijo en aquellas tierras por su corta edad y porque esperaba de él apoyo y consuelo para sus días de viuda en España[24]. No obstante, se aprecia el objetivo de las viudas de utilizar a su favor estas formalidades de desvalimiento femenino, ya que la intención última era llevar a sus hijos con ellas a España, para lo cual necesitaban conseguir un permiso de acompañamiento que justificara la baja de los hijos en los empleos militares de América.  El segundo paso que, prácticamente, todas daban era solicitar un destino militar en España para sus hijos[25].

Eran estas experiencias de viudedad otros esfuerzos femeninos del viaje colonial para unas mujeres de primera calidad, meritorios, pues, como se señaló, y por los que pidieron compensaciones. El viaje siempre presente, muchas veces la compensación era para toda una vida de andariega. Veinte años de desplazamientos e incomodidades acompañando a su marido por tierras de Indias eran los que expuso la viuda Josefa Lerín, en 1801, ante la administración militar[26]. Un memorial repetido por otras tantas esposas, viudas o huérfanas en los que no faltaron alegaciones de las enfermedades, embarazos difíciles y accidentes sufridos durante los traslados. Tal y como en 1779 lo expresó con claridad la viuda Camila Carbonera y Spinola, cuando decía que su mal estado de salud era consecuencia de las innumerables calamidades pasadas durante los traslados y de las condiciones inhóspitas de los lugares de destino a los que obligaba el empleo militar. Quiso dejar constancia de que padecía muchos males, entre los que no era el menor una mano inutilizada durante la huida de un “huracán terrible” que asoló las tierras de la Luisiana. Situación que destaco de mayor riesgo para ella porque se encontraba embarazada[27].

 

Viajeras de cámara alta y los empeños de los viajes

 

Ya viajaran estas mujeres con sus maridos, como fue lo más común, o sin ellos y siempre con sus hijos cuando los hubo, el capítulo de los gastos fue un determinante de importancia para las condiciones de los viajes, tanto oceánicos como por tierra. Los desembolsos de los traslados entre la metrópoli y los territorios coloniales corrían a cargo de la Real Hacienda para los oficiales y sus familias, para los desplazados “al mando de guarnición” y, en general, por obligación del real servicio; también para soldados y sus familias. La excepción de los viajes pagados se marcaba para los provistos de empleo a instancia propia “para seguir su mérito”, los que, en principio, debían costear el viaje familiar y el del posible séquito de parientes y criados. Un desembolso al que había que sumar los gastos de equipamiento u otras necesidades del viaje. Eran cantidades elevadas para obligados y voluntarios, porque, aun los primeros con el pasaje abonado, los gastos de un traslado familiar a otro continente eran altos. Tocaba, así, resolver los pagos, para lo cual de forma usual, cuando no se disponía del efectivo suficiente, se recurría al crédito de particulares. Aunque, ya terminando el siglo, los créditos terminaron siendo gestionados por la administración como un adelanto sobre el sueldo de los oficiales. En cualquiera de las modalidades estas prácticas crediticias propiciaron una situación de endeudamiento para muchas familias de oficiales.  

 Por supuesto, y atendiendo a su precedencia, a los altos cargos políticos-militares y sus familias se les costeaba siempre “el pasaporte a América y el regreso”, estando en el mismo nivel de consideración para ello arzobispos, virreyes, generales y gobernadores. Como es de imaginar, individualmente o en familia este colectivo encumbrado viajaba con holgura y algunos lujos. Condiciones que en cualquiera de las direcciones del viaje no distaron mucho de lo que ha quedado documentado para el viaje del teniente general Pascual de Cisneros, inspector general del Ejército de Nueva España, y su esposa la cubana María Ana Chacón Duarte. De regreso a la península en 1784, en el navío de guerra Santo Domingo, se alojaron en la cámara alta del barco[28], comieron en la “primera mesa” del capitán y llevaron un séquito de servidores compuesto de “dos criadas, dos criados, dos músicos y una cantora”, a los que se les proporcionaba la comida más corriente del rancho o “ración de Armada”. Como mandaban las ordenanzas, viajaban sin mezclarse con la tropa, atendidos por los mandos de las naves, en los mejores camarotes de los navíos y con comida de calidad. En “12.000 pesos fuertes que hacen 16.000 de España” valoró el capitán de aquella nave el dispendio viajero del gobernador y su esposa. Un precio bastante alto, muy por encima de otros pasajes semejantes con los que se comparó y que hizo difícil la justificación del capitán del navío ante el contencioso que le planteó por ello primero el general Cisneros y después su viuda, más que preocupados por ajustar con la Hacienda el reintegro del pasaje que habían pagado. El capitán alegaba los crecidos gastos de tan numeroso grupo y los debidos a la dignidad de un general, y este ocultaba la presencia de los músicos[29].

Cubrir los gastos de la travesía ultramarina fue, por tanto, un ejercicio difícil para buena parte de la oficialidad que se hacía extensivo a la resolución de los viajes de las señoras sin sus esposos cuando corría por su cuenta el pasaje.  La obligación del pago correspondía en principio al cabeza de familia, aunque no siempre pudo hacerse cargo del mismo. Problema que se solucionaba, en el mejor de los casos, cuando las esposas viajeras eran mujeres solventes como María Cayetana Antonia Folguera y Cuyás, casada por poderes con un capitán de servicio en Cartagena de Indias, quien declaraba que pagaba el pasaje por la imposibilidad de que lo hiciera su marido, oficial que “no poseía más bienes que su sueldo”. Esta catalana sufragó, además, el viaje de una criada y un criado que la acompañaban. Se alojó en la cámara alta del barco y llevó un equipaje de tres “cofres”, dos de ella en los que transportaba “la ropa de su uso” y uno de los criados[30].

Cuando la circunstancia fue la falta de recursos de ambos cónyuges, la administración militar aseguraba el pasaje. Pero, eso sí, con previa demostración de motivo fundado, como el de los matrimonios por poderes o el de las requisitorias falladas que obligaban a la reunión de los esposos. Los gastos iban a cuenta de las correspondientes cajas reales o de las de los mismos regimientos de los maridos y después descontados de los sueldos de los oficiales. La situación abundó y el procedimiento fue, en esencia, igual al seguido en el caso del teniente Francisco Bourman. Oficial de servicio en Nueva España al que por orden real se le descontaba la mitad de su paga para costear el viaje de su esposa Jerónima Pombo. Una medida que al parecer no fue suficiente ya que se precisó de un aporte del hermano de la esposa para completar la parte del pasaje que faltaba[31]. Igual se procedió cuando el viaje partía de los territorios coloniales y así pudo embarcarse la vecina de Puerto Rico Agustina Lami, casada por poderes, desde Nueva España a la península al encuentro de su marido el teniente Andrés Terry. La orden fue que las cajas novohispanas le facilitaran el dinero necesario para ello que posteriormente le sería descontado al oficial en España. No sin la advertencia de que corría de cuenta de la interesada solicitar una cantidad acorde a las posibilidades del sueldo de su marido “para no proporcionarle empeños”[32].

Claro está que fueron muchos los militares sin fortuna personal que bajo este procedimiento quedaron endeudados con sus regimientos, e incluso que no pudieron hacer frente a los descuentos para el viaje de las esposas por arrastrar otras deudas. Una situación que, al margen de las particularidades, estaba en buena parte provocada por la normalizada irregularidad de los pagos de las soldadas y su insuficiencia, como ya era voz pública en el siglo. Condiciones que fueron determinantes para el capitán del Regimiento de Infantería de Buenos Aires Nicolás García, oficial que con su sueldo reducido a un mínimo difícil de soportar a causa de los empeños no podía asumir otra deuda más para costear el viaje de su esposa, Catalina Joel y Barceló, desde la península. Catalina, obligada al traslado por faltarle medios y la regular asistencia económica de su marido en la península, viajó a cargo de los fondos ya descontados del sueldo del oficial para las asignaciones mensuales de manutención. Mensualidades que se retenían en la caja del regimiento, como era preceptivo, para asegurar los pagos de manutención de las esposas separadas de sus maridos[33].

La última opción, cuando faltaban recursos por las dos partes y resultaban imposibles más empeños sobre las soldadas de los oficiales, fue solicitar la subvención real por vía de limosna. En esta forma eran cargados los gastos a la Hacienda y no a las cajas de los ejércitos. Fueron bastantes las mujeres que pudieron embarcar gracias a esta ayuda real cuya resolución siguió el ejemplo del caso de Josefa Puig. A esta señora se le concedió ayuda para reunirse en el Callao con su marido, un oficial de escasa solvencia que no podía enviarle las asistencias mensuales con las que mantenerse en España y menos aún abonarle el pasaje a Perú. En 1790, “Su Magestad” ordenaba que se pagara el embarco de Josefa en el navío de guerra el Peruano. Viaje que al final no pudo ser, porque mientras transcurría el largo tiempo de los trámites su marido murió[34]. Pero sí lo hizo Francisca Camero en 1813, esposa de Juan Aguirre, capitán de caballería destinado en Nueva España, a la que por su extrema situación de necesidad, agravada por  la desasistencia económica de su marido, se le concedió la subvención del viaje por la vía de Hacienda[35]

En estos casos, en los que gestionar y sufragar el pasaje era responsabilidad de la administración real y militar, se facilitaba una nave entre las disponibles y con preferencia la de los menores costos. Por ello, lo más frecuente fue la travesía en navíos de guerra o habilitados para el traslado de tropas. Al igual que el pasaje adjudicado a la anterior Josefa Puig en nave de guerra, otra viajera ya referida, Juana Marres, fue embarcada en 1770 hasta Panamá en la fragata Diana que llevaba una tropa a Cartagena de Indias[36]. Pero, aun viajando con las tropas y por cuenta de la benevolencia real, estas señoras gozaban de las condiciones debidas a los oficiales del Ejército. Sentadas a la mesa de los capitanes o comandantes de los navíos y alojadas en la cámara alta o media, según la disponibilidad, sus viajes tenían las mejores comodidades ofrecidas en los buques de guerra.

Estas condiciones formaban parte de la gestión real que aseguraba los viajes en las naves de la Armada tanto como en las comerciales o de correos cuando se precisó. La autoridad real se hacía sentir en la resolución de estas travesías. Así, por orden real, hubo de resolverse el embarco de la anteriormente citada María Cayetana Antonia Folguera y Cuyás, quien desde el puerto de Barcelona partía al encuentro de su esposo. La intervención fue pedida por la viajera ante las dificultades que encontró para embarcar desde ese puerto “sin otro motivo que el de tener los patrones catalanes resistencia en conducir mujeres”. El viaje se resolvió cuando el juez de arribadas ordenó que se embarcara a María Cayetana en uno de los primero buques que partieran con destino al puerto de Cartagena de Indias o Santa Marta[37].

Otras viajeras también necesitadas de los dineros reales fueron las viudas que regresaban a España obligadas por la difícil problemática que les planteaba la viudez en América. Viudas jóvenes la mayoría, sorprendidas por la muerte prematura de sus maridos, para las que la situación pudo llegar a ser extrema cuando eran unas recién incorporadas a los destinos coloniales o con una estancia corta. Pues, en general, y aun siendo gentes acomodadas, las familias no habían tenido tiempo para pagar las deudas de viaje y asentar su economía. Una gran parte de las que se encontraron en esta situación decidieron emprender el regreso a la península. Como la citada Josefa Martorell, que llegó a Cumaná en 1780 con su marido y tres hijos, y era ya viuda en 1783. Embarazada de un cuarto hijo y sin derecho a pensión de viudedad, se encontró en tal situación de necesidad que hubo de ser auxiliada por la caridad del gobernador y los compañeros de armas del marido. Parece que la situación se le hizo insostenible a Josefa y la vuelta a la península obligada, porque, según argumentó, no podía permanecer en aquellas tierras sin los recursos suficientes para vivir de acuerdo a su calidad, donde incluso carecía de todos los criados que necesitaba. El regreso se imponía, también, por sus “obligaciones de madre y nacimiento” que le urgían a procurar una educación a sus hijos acorde a su posición social y que allí no podía encontrar[38]. Su viaje de regreso a España corrió a cargo de la Hacienda por vía de favor real, ya que a Josefa no le correspondía el abono del pasaje.

En 1801 con parecidas contingencias se encontró María Teresa García, viuda de Juan Antonio Montes, goberdor electo de Chiloé y brigadier de los Reales Ejércitos. La muerte sorpresiva del brigadier, que le impidió llegar a ocupar el cargo, dejó a su esposa e hijos empeñados con los gastos del viaje de ida que la familia no había tenido tiempo de amortizar. La viuda peleó con la administración real para que se le pagará el viaje por tierra y mar hasta España, en una dificultosa negociación acorde al costo del largo y complicado viaje de vuelta[39] que la amenaza inglesa en las costas del Pacifico aconsejó por vía terrestre hasta el punto de embarque para la península en Montevideo. Nos podemos hacer una idea de este itinerario y de los recursos económicos que requirió por el estadillo de los gastos de la viuda de Mariano Pusterla, Josefa Lerín, que siguió con sus hijos el mismo trayecto: 

Relación de lo que necesita la señora para el viaje a Buenos Aires

Desde Santiago a Mendoza 4 peones para el cuidado de mi persona y conducción de mis tres hijos menores a 12 pesos cada uno importan 48 p./ 10 mulas de silla a cinco p. cada una importa 50 p. /15 ídem de carga a 5 p. cada una importa., 75 p. / Para provisiones....75 p. /Desde Mendoza a Buenos Aires 1 coche alquilado.... 75 p./ 2 carretillas ídem, 48 p./ 11 caballos para dicho coche y carretillas a razón de cinco para el coche, y tres para cada una de las carretillas, los quales se deben mudar en las postas cuyo total asciende a 195 p. /para provisiones y varios efectos de reserva. (…) para composición de dicho coche y carretillas, 380 p. /total, 996[40].

A pesar de ser un presupuesto más o menos ajustado por la Hacienda, los medios materiales y los del servicio personal cubrían con suficiencia un viaje de personas de posición. Pero aun con esas facilidades no dejaba de constituir este viaje una odisea cierta y se puede imaginar, sin mucho esfuerzo con el apoyo de las no pocas descripciones durante el siglo de rutas semejantes, el transcurso del arduo y muy largo viaje de esta mujer y sus hijos atravesando toda América del Sur y la impresionante cordillera andina. El ejemplo remite a otros muchos periplos viajeros de estas señoras militaras por el continente americano que terrestres o marítimos dibujan, en definitiva, la geografía del dominio colonial.

 

Americanas en viaje desde el afuera metropolitano

 

Por último, y aunque más brevemente, no puede faltar una secuencia de los trasiegos ultramarinos de las mujeres americanas casadas con oficiales peninsulares que cruzaron el océano en ambas direcciones siguiendo los avatares y las oportunidades de los empleos militares de sus maridos. Vistas aquí, en lo fundamental, en los sentidos que les proporciona el viaje a España. Pero ya en ida o vuelta siempre viajeras de y en viaje desde el afuera peninsular que sin remedio significa la entidad metropolitana, sólo posible sobre la diferencia de la subordinación colonial. Viajeras criollas, élite colonial, que componen en su viaje de ida al centro del imperio un sujeto viajera no-metropolitana. No faltan noticias de ellas, a pesar de constituir una proporción menor en relación a las esposas peninsulares que fueron al dominio colonial.

En general, fueron ejemplo de un sector de señoras “de posibles” por encima de las dudosas noblezas de Indias. En el imaginario peninsular representadas como el colofón social de las carreras militares seguidas en los dominios coloniales. Fueron, sin duda, matrimonios ventajosos que la mayoría de las veces sustentaron la desahogada posición económica que le era propia a la nobleza militar. Y ellas, las esposas, ricas o acomodadas criollas, eran el exponente del éxito de una política colonial que alentó las nupcias de la mayoría de oficiales solteros del Ejército que fueron al servicio colonial con americanas de esta condición (Marchena Fernández, 1983: 155- 163). Un fenómeno masivo el de estos enlaces que caracteriza procesos sociales de importancia en el dieciocho colonial hispano.

Aparte de seguir a sus maridos, algunas de estas criollas bien acomodadas tuvieron como incentivo de los viajes familiares a España, a veces sin sus maridos o ya viudas, las expectativas de promoción social que en la metrópoli abría la carrera militar de esposos e hijos. Entre otras, la condesa de casa Dávalos, natural de Panamá, que se trasladó en 1788 a Sevilla para impulsar, según expresó, la carrera de su hijo[41]. En el mismo año y con igual objetivo, la criolla Mariana Gómez de Parada, nacida en la Guadalajara novohispana, acompañaba a la península a sus hijos admitidos de carabineros distinguidos en la Real Brigada donde sirvió su difunto marido el barón de Ripperdá[42]. En otro caso, la muerte frustró el posible posicionamiento familiar en la península de la encumbrada cubana María de la Luz Espinosa de Contreras y su esposo el barón de Kessel[43], pues fallecidos ambos sus hijos regresaron a La Habana reclamados por su abuela Micaela de Justis, condesa viuda de Gibacoa

Casos trágicos como el anterior aparte, la prosperidad de estas viajeras americanas en la metrópoli, en buena razón, no fue la misma para todas. La siempre difícil situación de la viudez patentiza otros avatares, en parte semejantes a los de las viudas peninsulares en la otra orilla que explica los viajes forzosos o convenientes de regreso a su tierra. Las penurias económicas de muchas, relativas penurias de algunas, todo hay que decirlo, que en poco remediaban las cortas pensiones del Montepío, fueron si no el único sí el determinante principal para la vuelta. Por este mismo motivo en 1788 Rosa Valentín de Urquizu decidió regresar a Puerto Rico, su tierra de origen en la que aún vivían sus padres y “con cuyo abrigo podría pasarlo mejor”[44]. Alrededor del mismo tiempo, Ana María Garzón, natural de Xalapa en la Nueva España, pedía por vía de limosna pasaje a Veracruz para ella, su hijo de tres años y un criado. Era un caso de urgencia, ya que la pensión de la viuda estaba paralizada debido a las deudas del marido con el Ejército[45]. Se les asignó para la marcha el Arrogante con un precio ajustado en 400 pesos sencillos.  Un año más tarde, también Lorenza Fernández Pacheco, natural de La Habana y viuda del capitán de fragata Gabriel Pérez de Alderete, alegaba mala salud y pocos medios para trasladarse a la capital cubana al cuidado de sus hijos que allí pasaban destinados[46].

Por lo general, parece que la saneada situación económica de las familias de estas mujeres en América les continuó ofreciendo un nivel de seguridad y comodidad que no había quedado asegurado a la muerte de sus maridos, con probabilidad, oficiales de ajustado patrimonio. Además de las lógicas querencias familiares y de la tierra propia, no hay duda de que estas mejores condiciones económicas fueron decisivas en los muchos viajes de regreso al hogar americano de las señoras criollas, al igual que constituían un factor de atracción poderoso para el establecimiento en los territorios coloniales de la gran mayoría de los oficiales militares que matrimoniaron allí con criollas acomodadas. Así, no extrañan ciertos empecinamientos por la vuelta en los que confluían las querencias y el interés de algunos matrimonios. Por ejemplo, el de la chilena María de las Mercedes Zañartu, hija de un próspero comerciante, y su marido el teniente de navío Juan Antonio Trujillo, casados durante el destino del oficial de la Armada en la Escuadra del Sur, en 1782, que ya en la península persistieron años en conseguir uempleo fijo en Chile para Juan Antonio. El panorama de sus expectativas lo dejó expresado este oficial cuando ante la larga espera insistía en que “cada día se aumenta la necesidad de regresar a  Concepción de Chile, ya para el recobre de la salud de mi mujer como el de aquellos intereses única subsistencia de mis hijos”[47]. Otros significados en clave femenina al viaje de vuelta desde la metrópoli añadiría esta chilena que, sin embargo, quedan ya fuera del alcance de este trabajo.

 

Conclusiones

 

El estudio de las prácticas viajeras en este artículo expone un cuadro final de los sentidos creados por el viaje colonial-militar, atlántico y continental, durante el siglo XVIII, de las esposas españolas de la oficialidad militar peninsular en los dominios coloniales que entra en la composición de la representación social del colectivo militar peninsular en el dominio colonial. Representación que proyectada como protagonista por el reformismo borbónico ha de tener en cuenta para su explicación histórico-social, como aquí se ha argumentado, la significación de un señorío femenino metropolitano que adquiere máximo sentido en el viaje colonial-militar. Viaje siempre en dirección al centro o desde el centro del imperio al que ellas pertenecen, que subraya la peninsularidad de unas viajeras empoderada por el imaginario hispanocentrista y en el que se empoderan las viajeras. En todo caso, viajeras de cámara alta en los navíos, acomodadas por los privilegios y fueros militares para un viaje colonial que suma sentidos al elitismo de la clase militar peninsular.  

Discurso de fondo, pues, colonialista, que articulado con el de género revela perfiles varios de un sujeto viajera metropolitana que se añade a la identidad social del colectivo de los mandos castrenses peninsulares. Sujetos femeninos, entonces, superiores en la proyección colonial, modelos metropolitanos ejemplares que estructuran el imaginario del orden social colonial. Son las señoras militaras, brigadieras, capitanas u otras, así promocionadas en el proceso de militarización de la política y la vida pública colonial que protagonizaron tanto ellas como sus maridos.

Pero, también, mujeres limitadas por las convenciones de género de la cultura hispano-europea, sujetas a las obligaciones conyugales que, de hecho, las convertía en una suerte de viajeras obligadas a los empleos militares de sus maridos y, por tanto, al servicio del rey de España. Limites en los que se desenvuelven los propios de las señoras de las “primeras clases”, mujeres “decentes” que habían de viajar acompañadas. Y los de la naturaleza femenina, mujeres frágiles ante el tránsito marino, preñadas siempre inoportunamente, que condicionaron sus prácticas viajeras e incidieron, a veces, en el desenvolvimiento de los empleos militares de sus maridos. 

 Por último, queda sólo una breve mirada a las viajeras americanas, esposas de los mandos peninsulares en su viaje a la o desde la metrópoli. Un sujeto viajero no-metropolitano, de condición colonial, que adquiere sentido en un viaje que siempre parte o regresa a la periferia del centro metropolitano al que construye. No por casualidad, estas criollas, sus matrimonios, sustentaron el bienestar de los oficiales del rey desplazados al servicio colonial tanto como acrecentaron las proyecciones de la representación del poder metropolitano.  

 

 

 NOTAS

 


[1] En conjunto del Ejército y la Armada, respecto a que se explora la significación social del colectivo de la oficialidad militar. Por delante, pues, esta consideración de la relevancia que adquieren en este estudio los oficiales de tierra y que se corresponde con los mayores efectivos y prolongado asentamiento del Ejército en los dominios coloniales durante el siglo XVIII. Algunas referencias esenciales sobre la temática del Ejército en América en las que se informa este estudio: L. N. McAlister, 1957; C. I. Archer, 1977, 1993; L. G. Campbell, 1978; J. Marchena Fernández, 1983, 1992, 2005; E. R. Saguier, 1994. En lo referente al Ejército peninsular F. Andújar Castillo, 1991, 1996.

[2] En este sentido es factible sugerir un sentido a este viaje colonial femenino que contribuye a la construcción de las Comunidades Imaginadas que argumentara B. Anderson, 1994, tanto como pueda contribuir al imaginario de la península. Son, en efecto, reflexiones por hacer, pues en el conocido ensayo del autor la significación femenina o familiar en los viajes del funcionariado, peninsular o criollo, brilla por su ausencia. 

[3] Se obvian mayores argumentaciones de lo que es un modelo de interpretación de larga y compleja trayectoria, que en este trabajo se adopta ya entonado en las propuestas más recientes y en la medida que se muestra coherente para el análisis desde sus enunciados elementales.  El desarrollo conceptual del modelo y su proyección actual han sido centrados, con acierto, por F. Beigel, 2006.

[4] Un análisis del argumento femenino en el discurso ilustrado eurocéntrico, como producto civilizado, que propone la favorable situación social y conyugal de las europeas frente a las miserables y abusivas condiciones de vida de las mujeres no europeas, en M. Bolufer Peruga, 2009.

[5] Al menos formalmente debían cumplir con estos requisitos, aunque una buena parte no fueron nobles ni muy acomodadas. Un estudio más amplio sobre ello y una aproximación a la significación social de estos matrimonios y sus representaciones en el espacio colonial en M. T. Díez Martín 2008. Sobre la normativa del matrimonio de la oficialidad militar y los requisitos impuestos a sus esposas véase E. Díez Muñiz, 1969. Una visión de la historia social sobre el mismo tema para el Ejército peninsular en F. Andújar Castillo, 1991. La aplicación en América de las leyes militares matrimoniales en S. G. Suárez, 1976 y D. Rípodas Ardanaz, 1977. La incidencia de estos matrimonios en la estructura militar americana en J. Marchena Fernández, 1983.

[6] En los muchos memoriales o simples peticiones de esposas, hijas y viudas que tramitaba la administración militar para solicitar cualquier favor real para ellas o para sus maridos e hijos; y lo más común, en los expedientes de viudas que solicitaban la formalización de su pensión u otras ayudas en el Montepío Militar. Una documentación que contiene otras muchas informaciones sobre el viaje colonial- militar que son las que fundamentan el presente estudio, para el que se ha acotado una veintena de los expedientes más representativos. En su parte principal proceden de la Secretaría del Despacho de Guerra (SGU) y de la Dirección General del Tesoro (DGT), secciones del Archivo General de Simancas (AGS). Otras informaciones complementarias corresponden al Archivo General de Indias (AGI).

[7] Oficial de la Real Armada y gobernador de Guatemala (1793-1799). Sobre este gobierno y el trasfondo político del caso de María Josefa ha hablado M. Bertrand, 2007. El memorial de la agraviada esposa en A. G. I., Estado, Leg. 50, N.16 (1797).

[8] Un exponente, en verdad, destacado de este imaginario matrimonial, también masculino, son las cartas de particulares que cruzaron los océanos.  Todo un flujo epistolar viajero girando en torno a la problemática conyugal derivada de los desplazamientos o las expectativas matrimoniales que movieron al traslado de continentes a sucesivas generaciones de mujeres.  Entre otras referencias que tratan el siglo XVIII, I. Macías Domínguez y F. Morales Padrón, 1991 y M. C.  Martínez Martínez, 2007.

[9] Para una visión general de las migraciones durante el siglo: C. Martínez Shaw, 1994, R. Márquez Macías, 1995, y I. Macías Domínguez, 1999. Quede como apunte, ante la imposibilidad de aumentar la lista bibliográfica, que otras muchas investigaciones locales han venido a completar y actualizar estos textos, además de ampliar el conocimiento sobre las migraciones atlánticas femeninas. 

[10]Consulta del Consejo de las Indias para que no se provean empleos en hombres casados que no aseguren llevar a sus mujeres” RO. 12-IX-1772.  R. Konetzke, 1962: 394-95. Orden que la administración militar tuvo que aplicar en bastantes ocasiones y, en todo caso, resolver.  Un ejemplo, entre otros muchos,de estas resoluciones en el expediente de Bernardino López, AGS, SGU, Leg. 7227, exp. 72, bloque 2º, 19r, 19v, 20r (1794).

[11] Al menos en lo que respecta al Ejército que estudió este autor. Aunque hay que observar que los registros de casados y solteros se elaboró bajo el criterio normativo de tener o no concedida la licencia real para el matrimonio. Así, un buen número de casados por la Iglesia figuran solteros según la ley militar.  Es difícil de cuantificar a los muchos oficiales que se declararon solteros para no perjudicar su carrera, pero sí se puede afirmar, a juzgar por las continuas amnistías, que fue un problema extenso y de envergadura para la institución militar dieciochesca que conformó unas prácticas harto significativas, tal y como expuse en al artículo anteriormente citado (Díez Martín, 2008: 367-68). El estudio cuantitativo de los oficiales solteros del Ejército que se casaron en América en J. Marchena Fernández, 1992.

[12] Han tratado la cuestión de los maridos ausentes: Martínez Martínez, 1991; M. J. De La Pascua Sánchez, 1993-1994: M. A. Gálvez Ruiz, 2002 y específicamente sobre los militares en América D. Rípodas Ardanaz, 1977: 361-370.

[13] AGS, SGU, Leg. 6957, exp. 17 (1790).

[14] La situación retrasó por tiempo indefinido el viaje previsto a Guatemala, desde donde había viajado el oficial a España para acompañar a Rosalía en su viaje atlántico.  Una vez nacida la criatura el estado delicado de la madre y su imposibilidad para viajar provocaron la renuncia definitiva del marido al empleo americano, AGS, SGU, Leg. 6937, exp. 7 (1785). Nota 19.

[15] Expediente de Rosalía de Alcalá y Juan Flores, Ibídem. 

[16] Antonio González Mollinedo de Sarabia fue designado para ocupar la presidencia de Guatemala en 1799. AGS, SGU, Leg. 6941, exp. 12 (1799). Otras referencias sobre el personaje en M. Bertrand 2007.

[17] Nicolás de Palazuelos era sargento mayor de Milicias, AGS, SGU, Leg. 7060, exp. 41 (1790/1793) / La hija era María de los Dolores Palazuelos, AGI, Contratación, 5514, N.1, R.36 (1770). Nota 36

[18] AGI, Contratación, 5518, N. 1, R. 19 (1773) Nota  24, 25.

[19] Nota 14

[20] Con Ramón de Loya y Frías teniente del Regimiento Provincial de Tlaxcala y Puebla de los Ángeles, en Nueva España, AGS, SGU, Leg. 6989, exp. 12 (1788).

[21] Premeditado o no, por ejemplo, la citada María de la Humildad se quedó embarazada durante la licencia de su marido en España para acompañarla en el viaje ultramarino a América. El embarazo se alegó como razón para retrasar el embarco y ampliar el permiso de estancia en la península del oficial, hasta que, por fin, consiguió un nuevo destino en España. Ibídem. En la misma forma se cerró el caso de la mencionada Rosalía de Alcalá. Notas 14, 19.

[22] El marido de Josefa Martorell había sido comandante de las tropas de Cumaná, AGS, SGU, Leg. 7171, exp.18 (1783/1790)/ AGI, Contratación, 5525, N. 3, R. 1. Nota 25, 38.

[23] Nota 18

[24]  Nota 18, AGS, SGU, Leg. 7052, exp. 59 (1787/1788).  Nota 18.

[25] Josefa Martorell pidió para su hijo primogénito una bandera en España. Carlina Montero y Timboni intercedió por su hijo, Francisco Martínez Malo, para el que pidió destino en la península, en el Regimiento de la Princesa. Y Josefa Lerín, AGS, SGU, Leg. 6895, exp. 11 (1793/1794)/ AGS, SGU, Leg. 6885, exp. 57 (1792) / AGS, SGU, Leg. 6895, exp. 08 (1801/1802), viuda de Mariano Pusterla, teniente coronel ingeniero y gobernador de Valdivia, fallecido en 1791, dirigió una solicitud para que se le concediera a su hijo de ocho años, Juan Nepomuceno Pusterla, el grado de capitán, al igual que se le había concedido a su primogénito, Juan María Pusterla, de catorce años, en España.  Para las dos hijas, María Josefa y María del Carmen Pusterla, solicitó una pensión sobre las obras pías de las vacantes mayores y menores de Indias.

[26] Ibídem.

[27] Viuda, en este momento de la reclamación, del teniente coronel Juan Rodulfo barón de Browner, AGS, SGU, Leg. 6916, exp. 15 (1799).

[28] Aunque hay dudas sobre si la ocuparon entera o, en otro caso, se alojaron en la cámara media, debido a que en el mismo navío viajaba el consejero de Indias y visitador del Perú José Antonio de Areche, quien tenía mayores precedencias para ocupar la cámara alta, AGS, SGU, Leg. 6953, exp. 26 (1783/1788).

[29] Cuando los navíos eran de la Armada las condiciones de los pasajes y gastos de manutención estaban regulados por las ordenanzas, también existían acuerdos con los patrones de los buques o compañías comerciales, y en ambos casos la Hacienda reintegraba el gasto que hubieran generado, y por lo general abonado previamente, los oficiales y sus familias que tuvieran derecho al pasaje pagado. Aunque las disposiciones al respecto fueron demasiado generales y dieron lugar a numerosos conflictos y reclamaciones, tanto por parte de los viajeros como de los patrones o comandantes de las naves. Un registro de estos abonos, que abarca casi todo el siglo XVIII, figura en las cuentas de Marina y Guerra de la DGT del AGS. Para este artículo se han tenido en cuenta: AGS, DGT, Inventario 16, Guión 21, Leg. 48, 49,50 y 51 (1741-1798).

[30] El militar era Anastasio Casani, capitán graduado y ayudante del Regimiento de Milicias Blancas de Cartagena. AGS, SGU, Leg. 7053, exp. 50(1789). Nota 37.

[31] AGS, SGU, Leg. 6963, exp. 52 (1791/1792)

[32] AGS, SGU, Leg. 7140, exp. 4 (1798). Era el final del contencioso que planteó Agustina Lami cuando denunció al, entonces, subteniente por incumplimiento de promesa de esponsales, y que se resolvió con la orden de casamiento y obligación de que viviera con ella, AGS, SGU, Leg. 7139, exp. 8 (1797).

[33] Catalina Joel y Barceló, natural de Palma de Mallorca, era sobrina del famoso corsario y después teniente general de la Armada Antonio Barceló. AGS, SGU, Leg. 6803, exp. 45 (1777/1790).

[34] El fallecido era el teniente Ramón Buffil del Batallón Fijo del Callao. AGS, SGU, Leg. 7092, exp. 49 (1787) / SGU, Leg. 7224, exp. 48 (1790).   

[35] AGS, DGT, Inventario. 45- Leg. 15 (1813).

[36]  AGI, Contratación, 5514, N. 1, R. 36 (1770). Nota 17

[37] Nota 30.

[38]  Nota 22.

[39] A María Teresa se le negó en principio el pago del viaje, ateniéndose a que las órdenes referidas al desembolso de los pasajes por la Hacienda solo cubría a las viudas de oficiales enviados de guarnición, quedando excluidas las de los oficiales que voluntariamente pedían destino en los dominios coloniales. Finalmente, y después de sutiles matizaciones a su caso, se le concedió la ayuda para el viaje por tierra y mar. El pasaje del barco se estipuló ateniéndose a lo dicho en la ordenanza para estos casos: “que a los capitanes de los buques en que se transporten las referidas viudas se abone solamente por ellas y sus hijos la gratificación de mesa que se considera a los oficiales del ejército, y por sus criados la ración de Armada”. AGS, SGU, Leg. 6895, exp. 08 (1801/1802).AGS, SGU, Leg. 6895, exp. 08 (1801/1802).

[40] Ibídem y Nota 25.

[41]  Una estrategia de promoción planificada con su marido, Fernando de Rojas y Marres, teniente coronel de dragones en Lima. Grado que parece fue más honorífico que militar para este sevillano comerciante y hacendado. La condesa era María del Castillo y Castañeda, condesa de casa Dávalos, marquesa de Casa Castillo, AGS, SGU, Leg 7093, exp.11 (1788).

[42] AGS, SGU, Leg. 6942, exp. 1 (1787/1790).

[43] El barón después de su paso por América había obtenido empleo en el Ejército de Barcelona. Falleció poco tiempo después que su esposa y los huérfanos que dejaban eran de corta edad, AGI, Estado, 18, N. 13 (1795).

[44] Viuda del teniente coronel Baltasar de Villaba, AGS, SGU, Leg. 7222, exp. 7 (1788).

[45] El esposo era José María Chaves, capitán del Regimiento de Infantería de Granada, AGI, Contratación, 5530, N. 3, R. 55 (1786) / AGS, SGU, Leg. 7222, exp. 67 (1788).

[46] AGS, SGU, Leg. 7223, exp. 42 (1789).  En contraste con el nivel de la oficialidad, son muy escasas las noticias de situaciones semejantes de esposas americanas de soldados españoles. Si bien no falta alguna información, como la que aparece en el expediente de permiso de embarco y ayuda de costa que tramitó la mexicana María Ortigosa, viuda del soldado Juan Bautista Monteveche. Fallecido el soldado, después de 22 años de matrimonio, sólo le dejaba a la viuda “una herencia de penas y miserias para sus dos hijos”. Su única opción fue volver a la protección de su familia americana, AGS, SGU, Leg. 6956, exp. 15

[47] Pasó, al fin, provisto como capitán del Ejército, en el Batallón de Infantería de Chile, AGS, S.M., Leg. 56 (1783) /SGU, Leg. 6890, exp. 34 (1789/1791).   

 

Siglas de archivo

Ø  AGS: Archivo General Simancas

·         SGU: Secretaría del Despacho de Guerra, AGS

·         DGT: Dirección General del Tesoro, AGS

Ø  AGI: Archivo General de Indias

Localización en Internet

Portal de Archivos Españoles, PARES  http://pares.mcu.es/

BIBLIOGRAFÍA

ANDERSON, Benedict. Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1994.

ANDÚJAR CASTILLO, Francisco. Los militares en la España del siglo XVIII. Un estudio social. Granada: Universidad de Granada, 1991.—— “El fuero militar en el siglo XVIII. Un estatuto de privilegio”. Chronica Nova: revista de historia moderna de la universidad de Granada, nº 23, 1996, págs. 11-31

Archer, Christon I. El ejército en el México borbónico, 1760-1810, traducción de Carlos Valdés. México: Fondo de Cultura Económica, 1983 (1ª ed. en inglés: 1977)—— “Militares", en: Louisa S. Hoberman y Susan M. Socolow (comp.). Ciudades y sociedad en Latinoamérica colonial. México: Fondo de Cultura Económica, 1993, págs. 215-254.

BEEBE, Rose Marie and SENKEWICZ, Robert M. (eds.) "The Tríals of a frontíer woman. Eulalia Callis". Lands of promise and despair: chronicles of early California, 1535-1846. Salt Lake City, Utah: Heyday Books, 2001.

BEIGEL, Fernanda. “Vida, muerte y resurrección de las teorías de la dependencia” en: Crítica y teoría en el pensamiento social latinoamericano. Buenos Aires: CLACSO, 2006.

BERTRAND, Michel. “Poder, negocios y familia en Guatemala a principios del siglo XIX”, Historia Mexicana, México: El Colegio de México, vol. 56, nº 3, 2007, págs. 863-917 [en línea] <http://revistas.colmex.mx/revistas/13/art_13_1134_8612.pdf> [Consultas: 2008-2009]. Todos los vínculos incluidos en esta bibliografía figuraban en línea entre en estas fechas]

BOLUFER PERUGA, Mónica. "Debate de los sexos y discursos de progreso en la Ilustración española",en: Modernidad iberoamericana. Cultura, política y cambio social.  Madrid: Iberoamericana Vervuert, 209, págs. 321-349.

Campbell, León G. The military and society in colonial Peru, 1750-1810. Philadelphia: American Philosophical Society, 1978.

DE LA PASCUA SÁNCHEZ, María José. “La cara oculta del sueño indiano: Mujeres abandonadas en el Cádiz de la Carrera de Indias”. Crónica Nova, revista de historia moderna de la universidad de Granada, nº 21, 1993-1994, págs. 441-468.

DÍEZ MARTÍN, María Teresa. “Representaciones y prácticas de género en la proyección del colectivo social de la oficialidad militar. Una estrategia de la política colonial en el siglo XVIII”.  Revista destiempos, Dossier Virreinatos, México DF.: año 3, nº 14. Mayo-junio 2008.  págs. 354-396 [en línea] < http://www.destiempos.com/n14/diez_14.htm >  

Gálvez Ruiz, María Ángeles. “Mujeres y maridos ausentes en Indias”. Coloquio de Historia Canario-Americana. XIII - Congreso de la Asociación Española de Americanistas. VIII. 1998. Las Palmas de Gran Canaria, 2000, págs. 1162-1173 [en línea] < www.americanistas.es/biblo/textos/08/08-079.pdf >

Konetzke, Richard. "La emigración de mujeres españolas a 1945 América durante la época colonial". Revista Internacional de Sociología, Madrid: CSIC, Vol. III, 1945, págs. 123-150. ―― Colección de Documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810. T. III. Madrid: CSIC, 1962.

MACÍAS DOMÍNGUEZ, Isabelo. La Llamada Del Nuevo Mundo: La Emigración Española a América, 1701-1750. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1999.

MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan. Oficiales y soldados en el ejército de América, Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, CSIC, 1983. —— Ejército y milicias en el mundo colonial Americano, Madrid: MAPFRE, 1992.―― “Sin temor de Rey ni de Dios. Violencia, corrupción y crisis de autoridad en la Cartagena colonial”, en: KUETHE, Allan J. y MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan (eds.) Soldados del Rey. El ejército Borbónico en América colonial en vísperas de la independencia. Castelló de la Plana: EDITORIAL, 2005, págs. 33-100.—— El Ejército de América antes de la Independencia: ejército regular y milicias americanas, 1750-1815. Hojas de servicio, uniformes y estudio histórico. Madrid: Fundación MAPFRE TAVERA, 2005.

MÁRQUEZ MACÍAS, Rosario. La emigración española a América, 1765-1824. Oviedo: Universidad de Oviedo, 1995.

MARTÍNEZ MARTÍNEZ, María del Carmen. “Vida maridable, algunas peculiaridades en la emigración a las Indias”. Anuario Jurídico y Económico Escurialense. Real Centro Universitario Escorial-María Cristina, nº. 23, 1990-1991, págs. 349-363.    —— Desde la otra orilla. Cartas de Indias en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (siglos XVI-XVIII). León: Universidad de León, 2007.

MARTÍNEZ SHAW, Carlos. La emigración española a América (1492-1824). Oviedo: Fundación Archivo de Indianos. Principado de Asturias y Caja de Asturias, 1994.

McAlister, Lyle N. El fuero militar en la Nueva España /1764-1800), traducción de José Luis Soberanes. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1982 (1ª ed. en inglés: 1957), [en línea] Boletín Mexicano de Derecho Comparado, Nueva Serie Año XV, nº 43 (Enero - Abril 1982) < http://www.juridicas.unam.mx/publica/rev/boletin/ >

MACÍAS DOMÍNGUEZ, Isabelo y MORALES PADRÓN, Francisco. Cartas desde América (1700- 1800). Sevilla: Junta de Andalucía, 1991.

NUTTALL, Donald A. The señoras gobernadoras of Spanish Alta California. A comparative study. Papers from the Presidio. Santa Bárbara: Santa Bárbara, Trust for Historic Preservation, 1998.

REYES, Bárbara O. Private Women, Public Lives: Gender and the Missions of the Californias. Austin: University of Texas Press, 2009

RÍPODAS ARDANAZ, Deisy. El matrimonio en Indias. Realidad social y regulación jurídica. Buenos Aires: Fundación para la Educación, la ciencia y la cultura, 1977.

SAGUIER, Eduardo R. “Las contradicciones entre el fuero militar y el poder político en el Virreinato del Río de la Plata”. Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, European Review of Latin American and Caribbean Studies, Amsterdam: Centro de Estudios y Documentación Latinoamericanos, nº 56, 1994, págs. 55-74. —— <http://www.er-saguier.org/obras/udhielal/pdfs/Tomo_09/0-MIL-04-Abstr.pdf

SUÁREZ, Santiago Gerardo. Jurisdicción eclesiástica y capellanía castrenses. El matrimonio militar. Caracas: Italgráfica, 1976.


ONOMÁSTICO

 

Aguirre, Juan,

Albalá, María Hipólita de,

Alcalá, Rosalía de, ,

Areche, José Antonio de,

Barceló, Antonio,

Rodulfo, Juan,

Bermúdez de Castro, María de la Humildad,

Bourman, Francisco,

Branly, Felipa,

Buffil, Ramón,

Callis, Eulalia, ,

Camero, Francisca,

Carbonera y Spinola, Camila,

Casani, Anastasio,

Castillo y Castañeda, María del/ condesa de casa Dávalos,

Cisneros, Pascual de,

Colante, Micaela,

Domás y Alba, María Josefa,

Domás y Valle, José,

Espinosa de Contreras, María de la Luz,

Fages, Pedro,

Fernández Pacheco, Lorenza,

Flores, Juan, ,

Folguera y Cuyás, María Cayetana Antonia, ,

García, María Teresa,

García, Nicolás,

Garzón, Ana María,

Gómez de Parada Gallo y Villavicencio, Mariana,

González Mollinedo de Sarabia, Antonio,

González Moreno, Pedro,

Joel y Barceló, Catalina,

Justis, Micaela de/ condesa viuda de Gibacoa,

Kessel, barón de,

Lami, Agustina,

Lerín, Josefa, ,

López, Bernardino,

Loya y Frías, Ramón de,

Mahy, Filiberto,

Marres, Juana,

Martínez Malo, Félix,

Martorell, Josefa, ,

Montero y Timboni, Carlina, ,

Montes, Juan Antonio,

Monteveche, Juan Bautista,

Ortigosa, María,

Palazuelos, María de los Dolores, ,

Palazuelos, Nicolás de,

Pérez de Alderete, Gabriel,

Pombo, Jerónima,

Puig, Josefa, ,

Pusterla, Manuel,

Pusterla, María Josefa y María del Carmen,

Rojas y Marres, Fernando de,

Terry, Andrés,

Trujillo, Juan Antonio,

Urquizu, Rosa Valentín de,

Ripperdá, barón de,

Zañartu, María de las Mercedes,

 


 

Curriculum y enlaces a atros artículos de la autora (al final del articulo perspectivas historiográficas...)

OTRA PERSPECTIVA URBANA PARA LA HISTORIA LITERARIA DEL PERÚ: la ‘tapada’ como símbolo de la Lima colonial

OTRA PERSPECTIVA URBANA PARA LA HISTORIA LITERARIA DEL PERÚ:  la ‘tapada’ como símbolo de la Lima colonial

Eva Mª Valero Juan

Universidad de Alicante

 

 

¡Oh ciudad milagrosa

de raro hechizo y de lisura fina,

que esconde con rebozo de neblina

su gracia recatada y misteriosa,

como lueñe Tapada,

que deja apenas entrever la rosa

y el pálido jazmín de una mejilla,

ya la embrujada y dulce maravilla

de una sola mirada!


José Gálvez

 

Si una ciudad puede identificarse a través de una imagen cultural que defina su esencia espiritual e histórica, sin duda la figura de la “tapada” es un ejemplo paradigmático para definir la ciudad de Lima durante su historia colonial. Y si esto es así, el motivo de dicha conjunción hay que buscarlo en los textos –literarios e históricos– que construyeron a través de los siglos esa alianza indisoluble. Durante los siglos XVI y XVII, la capital peruana –la Ciudad de los Reyes que inicialmente fuera aldea de caña y barro–, adquirió paulatinamente su particular fisonomía urbana. Y en el mismo devenir de la transformación de aquella aldea en capital virreinal, la ciudad recién fundada a orillas del Pacífico comenzó a construir su leyenda a través de fragmentos literarios, en Crónicas de Indias o en incipientes versos, en los que se trataba de crear una imagen que imprimiera a la ciudad una dimensión espiritual. En este proceso, la mujer limeña tuvo una importancia cardinal, tanto por su coincidencia con las esencias de la ciudad, como por su utilización para identificar y cohesionar un discurso identitario que fluctuaba del ámbito histórico al literario. A la evolución de ese discurso dedico estas páginas, en las que habrá que reflexionar, finalmente, sobre los modos con que fue construido por la predominante voz masculina. Como veremos, dicho discurso opacó o desintegró otras voces que no convergían con la hegemónica –masculina–, con la construcción de una leyenda urbana en la que el papel otorgado a la mujer no escapaba al estereotipo femenino que a continuación trataré de explicar.



Contenido


 

 

 

 

Lima tras el manto encubridor: Alonso Carrió de la Vandera, Ventura García Calderón, Raúl Porras Barrenechea y Luis Alberto Sánchez

 

 

Para empezar, hay que recordar que desde fines del siglo de la conquista, el espíritu criollo impuso su anhelo fastuoso a la primitiva sencillez de la aldea fundada por los primeros pobladores, anunciando así el nacimiento de la ciudad barroca: el plano cuadriculado de las calles se vio compensado con el ornamento exterior de casas y palacios, sin olvidar esos campanarios y cúpulas que, como recuerda Raúl Porras Barrenechea, conferían a la ciudad desde la distancia “esa gracia musulmana que ha de sorprender a los viajeros”[1] (1994, p. 95). En esta ciudad de boato, la limeña adquirió un protagonismo indiscutible desde los orígenes, que comenzó a aparecer en los textos derrochando gracia y belleza tras el insinuante y a la vez recatado ropaje de la saya y el manto; una imagen que se construía al mismo tiempo que la capital virreinal continuaba creciendo a lo largo de aquellos primeros siglos de vida en arcos y bóvedas de iglesias, marcando los caminos de avance y crecimiento urbano, y que, por otra parte, le imprimían un aspecto monacal[2]. Algunos historiadores del siglo XX plantearon el contraste de esta imagen con el sensualismo de la que fue considerada ciudad-mujer por excelencia; por ejemplo, el mismo Porras Barrenechea, al hacer una equiparación implícita entre la figura de la “tapada” y la instantánea de una ciudad que, tras la austeridad de sus muros, escondía la fiesta de sus patios:


…ese ideal de recato y clausura se contagia y se extiende, porque la casa familiar es ascética, reprimida por fuera y alegre y expansiva por dentro, porque la arquitectura adopta esa misma actitud de atisbo y de recato en las celosías moriscas de los balcones, porque las mujeres se tapan el rostro para salir a la calle, y, por último, porque la ciudad misma, ungida de místico recogimiento aprendido en el lírico regazo de las letanías, decide convertirse toda ella, en un inmenso huerto cerrado –hortus clausum– y encerrarse dentro de unas murallas simbólicas que nada defienden, porque los limeños confían, más que en ellas, en la ayuda de Dios. (1965, pp. 381-382)

 


                                 En la Alameda nueva del Rimac. Luis Siabala Valer. Oleo 1843

 

Esta imagen urbana de huerto cerrado –que venía a coincidir en su esencia con la figura de esa mujer tapada que, lejos del recato de su indumentaria, escondía picardía, coquetería y sensualidad– alcanzó el siglo XVIII, cuando, en palabras del mismo historiador, el aspecto de Lima

…sigue siendo austero y sombrío como el de un claustro. Los viejos solares, de portalones solemnes, los zaguanes oscuros y las altas cercas de los monasterios, prestan sombra y silencio a las calles. [...] Pero tras la apariencia grave, el alma de la ciudad se sonreía, como el rostro de la tapada bajo el manto encubridor. [...] Tras de los muros de los conventos surgía la alegre fiesta de los jardines y de los azulejos, y en los claustros propicios el libertinaje triunfaba ya sobre la oración. (1994, p. 97)

En este mismo siglo, un andaluz llegó a Lima, concretamente en 1787. Se trata de Esteban de Terralla y Landa, poeta que escribió versos mordaces y satíricos, que le valieron su consideración como discípulo o continuador de la tradición inaugurada por el conocido como “el Quevedo peruano”, Juan del Valle y Caviedes[3]. Nos interesa sobre todo aquí su panfleto Lima por dentro y fuera, uno de los testimonios literarios de aquellos primeros siglos en los que Lima penetra en los espacios de la escritura. La obra es un gran cuadro costumbrista salpicado de localismos peruanos, donde caben todos los tipos sociales de la Lima colonial y, entre ellos, la limeña ocupa un lugar de especial relevancia e interés. Terralla, cáustico y socarrón, denuncia en el extenso poema el materialismo imperante en las relaciones humanas y satiriza la frivolidad de las mujeres, descargando todo su sarcasmo en una diatriba contra la ciudad de los virreyes, sus grandezas y miserias.


Max Radiguet

 

La sal criolla que caracterizará más tarde a los costumbristas peruanos decimonónicos ya comenzó a derrocharse en cada una de las descripciones de Terralla, pero también en las de otro conocidísimo autor dieciochesco, Alonso Carrió de la Vandera (Concolorcorvo), en su Lazarillo de ciegos caminantes. En las obras de ambos autores la limeña ocupa un lugar preferente, reflejo y prueba del especial protagonismo de la mujer en la Lima del momento. De hecho, tanto Concolorcorvo como Terralla y Landa construyeron las primeras manifestaciones literarias en las que la limeña se sitúa en el centro de la escena. Concolorcorvo describe su vestimenta, la saya que ceñía las caderas y el manto que dejaba un solo ojo al descubierto:

…las limeñas ocultan este esplendor con un velo nada transparente en tiempo de calores, y en el de fríos se tapan hasta la cintura con doble embozo, que en realidad es muy extravagante. Toda su bizarría la fundan en los vaxos, desde la liga hasta la planta del pie. (1980, p. 414).

Sobre esta misma imagen merece recordarse también la descripción que ofrecería dos siglos después Luis Alberto Sánchez de la original vestimenta de las “tapadas” en la obra que dedicó al principal icono limeño del siglo XVIII, La Perricholi, figura a la que más adelante me referiré:

La vida limeña continuaba su crescendo de inquietudes y provocaciones. [...] Las tapadas circulaban luciendo ese invento del Demonio llamado saya, la cual falda, de tan ceñida, modelaba hasta la transparencia las formas de las mujeres, de nalga a tobillo como un guante. Cubierto el rostro, menos un ojo, con la manta finísima, las muy ladinas compensaban a maravilla la poca exposición de sus rostros con la mucha de sus talles y aledaños. (1971, p. 106).

También Porras Barrenechea señaló esta importancia de la limeña en el Siglo de las Luces, como imagen dominante que resume la esencia misma de la Lima dieciochesca, convirtiéndose de este modo en símbolo principal de la ciudad en este momento:

La hegemonía no la ejercen los emperifollados doctores ni los monstruos de erudición que entonces albergaba la Universidad, sino que la atención, el orgullo y el mimo de la ciudad estuvieron concentrados alrededor del más grácil de los personajes: la limeña. Ella resume lo más típico del setecientos limeño, en el alma, en las costumbres y hasta en el traje. Nadie como ella encarna el ingenio, la agilidad incesante, la malicia y la agudeza de la inteligencia criolla. [...] Coqueta, supersticiosa, derrochadora, amante del lujo, del perfume y de las flores, ella domina en el hogar, atrae en los portales y en los estrados de los salones, edifica por su piedad en la iglesia, y en los conflictos del amor, de la honra y de la política es el más cuerdo consejero, cuando no el actor más decidido, que obliga a algún desleal a cumplir su palabra o pone en jaque al mismo Virrey del Perú. (1994, p. 98)

 


                            Tapada. Rugendas.Acuarela.1843

 

Esta última alusión hace referencia al personaje mítico de la historia limeña dieciochesca: Micaela Villegas, apodada “la Perricholi”, que se transformó en paradigma de la descripción realizada por Porras Barrenechea[4]. Esta comedianta, amante del famoso virrey catalán Manuel Amat y Junyent, fue con el tiempo una de las figuras principales de la leyenda de la ciudad, pasando a engrosar no sólo las páginas de la literatura limeña posterior, sino también las de la literatura y la ópera francesas. De hecho, la fascinación de este personaje encandiló a escritores como Prosper Mérimée, quien en 1829 relató algunas de sus aventuras en Le Carrosse du Saint-Sacrement (obra que inspiró una ópera de 1948 a Henry Busser y en 1953 el film de Jean Renoir Le Carrosse d’or), y a compositores como Jacques Offenbach, que dedicó a este personaje legendario la opereta titulada, precisamente, La Périchole, de 1868. Como observa Mario Castro Arenas, la Lima del siglo XVIII, afrancesada, sensual y licenciosa, tuvo como protagonista de excepción el espectáculo escénico, y Micaela Villegas, en el candelero de este escenario, “es la espuma de un proceso social que tipifica o, si se quiere, pervierte, a las mujeres criollas y mestizas de las clases populares. La influencia francesa ha refinado la cualidad carismática de la malicia y coquetería de la mujer limeña” (1965, p. 27).

En cuanto a la literatura de tema limeño que dedicó sus páginas a esta protagonista de la Lima del Virrey Amat, hay que recordar en primer lugar a Ricardo Palma, que escribió la tradición titulada “Genialidades de la ‘Perricholi’” (1894, pp. 299-307). Construida en las páginas del tradicionista como emblema de la Lima del setecientos, resulta de especial interés recordar el apunte de otro escritor principal de comienos del siglo XX, Ventura García Calderón, que escribió una novela en francés titulada La Périchole (1959). Pero la referencia que quiero destacar se encuentra en otra de sus obras, Vale un Perú (1939), donde apuntó que la Perricholi resumía la esencia frívola, pícara y poderosa de las tapadas para convertirse no sólo en icono principal de la Lima dieciochesca, sino en símbolo de la peruanidad integral:

Toda la fama ambulante de las tapadas, durante un siglo de boato y galantería, iba a polarizarse en torno de una mujer venida de provincia. La más famosa limeña, la más típica es una serrana –y debemos bendecir estos aciertos de la casualidad. [...] Sin mucha sutileza podemos ver en ella una armoniosa y viable síntesis de Perú cuando reúne la energía de nuestras altiplanicies a esa sonrisa frívola de Lima, peligrosa porque no toma nada en serio. (1939, p. 121) (La cursiva es mía)

Otro libro emblemático sobre la vida de la actriz es el ya citado de Luis Alberto Sánchez titulado La Perricholi, donde el crítico e historiador nos ofrece, junto a la biografía de la que él llamó “la Cenicienta limeña” (1971, p. 116), el cuadro suntuoso de esta Lima afrancesada, el empaque y el lujo de sus mujeres:

Ellas, españolas o mestizas, usaban riquísimas telas y abundantes encajes: cuajaban sus dedos de sortijas; hacían tintinear las pesadas pulseras a cada movimiento de sus brazos; deslumbraban con el brillo de sus diademas y collares de perlas, brillantes y piedras preciosas [...]

En 1745, Lima lucía cierto empaque de ciudad grande. La vía pública, poblada de cafés y con notoria vida galante, había roto el dique conventual del siglo anterior. Se hablaba de los tiempos idos con cierto desdén y arrogancia (p. 16).

En definitiva, la limeña imprime el sello característico a la Lima del XVIII –y entre ellas, “la Villegas irremediablemente constituía algo característico de Lima y de una época” (Sánchez, 1971, p. 148)–. Así se refleja en la literatura del siglo ilustrado, pues cuando la urbe emerge en los textos del período, la mujer amanece con una omnipresencia insólita, como figura inseparable de la fisonomía de la ciudad, no sólo de su ambiente sino, lo que resulta no menos interesante, de su misma arquitectura, tal y como vio Porras Barrenechea:

La picardía del embozo, las jugarretas que con él realizaban las limeñas, daban a las calles el aspecto de un baile de máscaras. Y fue tal ese amable absolutismo, durante el siglo XVIII, que la villa misma pareció construida por el capricho tiránico de la mujer y bajo el dictado de su implacable coquetería.

Hay una íntima correspondencia entre el ambiente de la ciudad, entre la arquitectura misma de ésta y el alma de la limeña. La severidad y aridez de afuera contrastaban con la alegría y desenvoltura de adentro. Muros severos y portalones oscuros resguardaban la andaluza fiesta de los jardines, como la picaresca sonrisa de la limeña se escondía bajo el manto encubridor. (1994, pp. 98-99)

Esta Lima, en cierta medida secreta y misteriosa, se construyó por tanto no sólo en textos del siglo XVIII sino en obras de recuperación de la memoria histórica que se desarrollarían con la necesidad de definición de una identidad para la nación independiente, fundamentalmente hacia finales del siglo XIX, tras la Guerra del Pacífico (1879); tendencia que persistiría en dicho empeño a lo largo del siglo XX en obras citadas como las de Ventura García Calderón, Raúl Porras Barrenechea o Luis Alberto Sánchez.

 

 

El último florecer de las ‘tapadas’: Max Radiguet, Flora Tristán, Ricardo Palma y Luis Alayza y Paz Soldán

 

 

Llegamos por este camino hasta el siglo XIX para descubrir en la imagen de la ciudad la prueba más contundente de la pervivencia del antiguo estatus colonial en la nueva república independiente, es decir, para adivinar en dicha imagen los problemas de una independencia insuficiente y epidérmica. Efectivamente, cuando el fervor revolucionario se disipó tras la guerra emancipadora, Lima recobró la antigua idiosincrasia de la apacible Ciudad de los Reyes y, con ella, sus costumbres coloniales. Así, el viajero francés Max Radiguet –escritor y dibujante– se sorprendería por esa permanencia de hábitos arcaicos, que dejó impresos en su obra Souveniers de l’Amerique Espagnole, publicada en 1856. En sus descripciones y en sus dibujos de nuevo las protagonistas siguen siendo las limeñas, que mantenían su imagen de “tapadas”, con la pervivencia de la saya y el manto, del mismo modo que las formas arquitectónicas continuaban fieles a la tradición colonial y, sobre todo, de la misma forma en que los privilegios de clase se mantenían inalterables: “Nada parecía advertirnos –observa Radiguet–, en medio de esta población retozona y radiosa, que nos hallábamos en el corazón de una ciudad atormentada y empobrecida por treinta años de luchas anárquicas” (1965, p. 288)[5]. Y cuando se centra en las tapadas señala la exclusividad de la saya y el manto:

Después del chocolate espumante y de las dos tostadas, desayuno frugal de los países españoles, mi jornada se abría y comenzaba cada mañana con un paseo en la Plaza Mayor. El movimiento diario se coloreaba de infinitos matices. Gracias a las tapadas se volvía a encontrar ahí, a pleno sol, el atractivo picante y el encanto misterioso de un salón de baile de máscaras. No nos cansábamos de admirar esos trajes raros, en medio de los cuales el vestido europeo, hay que confesarlo, hacía una muy triste figura. Ese vestido en el Perú no es sino el índice de una condición elevada, y el limeño se siente feliz cuando puede dejar el poncho para seguir las modas francesas. Las mujeres se resisten felizmente a esa influencia extranjera y se las ve ostentar con una encantadora coquetería, en medio de todos esos peruanos vestidos a la europea, las irresistibles seducciones del traje nacional. (Radiguet, 1971)

También la mítica Flora Tristán, cuando llegó desde París a Lima en 1833, se admiró del atuendo de las limeñas. Y a pesar de haber sufrido los ataques del arraigado conservadurismo de la sociedad peruana (que la rechazaba por sus ideas progresistas hasta el punto de condenar a la quema en la plaza pública de Arequipa su obra principal) hubiera querido conservar esa indumentaria que pronto desaparecería. Gracias a ella, y en concreto a sus Peregrinaciones de una paria (1837), Europa pudo conocer la gracia y el misterio de las “tapadas”, descritos en el capítulo “Lima y sus costumbres”, del que podemos recordar las siguientes líneas:

No hay lugar sobre la tierra en donde las mujeres sean más libres y ejerzan mayor imperio que en Lima. Reinan allí exclusivamente. Es de ellas de quien procede cualquier impulso. [...] Su vestido es único. Lima es la única ciudad del mundo en donde ha aparecido. (2000, pp. 420-421)

Como vemos, el tono de Flora Tristán incide, en su línea feminista, en el carácter dominante de las mujeres en la dimensión global de la sociedad limeña, así como en la exclusividad que su vestido consigue imprimir a la ciudad. Sin embargo, tras una prolija descripción de la saya y el manto en la que vuelven a reiterarse los atributos de seducción y malicia de esta vestimenta, añade finalmente que a pesar de que en Lima “la mujer tiene sobre el hombre una superioridad incontestable”, es apremiante la necesidad de la educación; idea que en su desarrollo hace surgir una visión de superficialidad de la limeña que viene a coincidir con las manifestaciones masculinas citadas en estas páginas, pero con una derivación crítica que marca una clara diferencia:

...cuando esas limeñas encantadoras que no han puesto ningún ideal elevado en las actitudes de su vida, después de haber electrizado las imaginación de los jóvenes extranjeros, llegan a mostrarse tales como son, con el corazón hastiado, el espíritu sin cultura, el alma sin nobleza y gustando solo del dinero... destruyen al instante el brillante prestigio de fascinación que sus encantos produjeron. (p. 424)

Ahora bien, esta crítica referida fundamentalmente al destierro de la mujer de los ámbitos educativos, fue minimizada por autores posteriores para hacer prevalecer la visión encandilada de Flora Tristán ante la imagen de las “tapadas”; por ejemplo cuando Ventura García Calderón escribe lo siguiente:

Al regresar prepara el libro en que Europa va a conocer, pintadas por una mano magistral, la gracia y donosura de las limeñas. Quizá nadie ha hablado en francés con más pertinencia y gentil entusiasmo de sus paisanas de la saya y el manto. Si las encuentra menos letradas de lo que había presumido, en cambio su natural despejo, así como la libertad que han recobrado en la vida de relación, la seduce por entero. Precisamente Flora se ha acercado a ellas en el minuto mismo en que van a despojarse de su crisálida fastuosa. Por una casualidad feliz ella es testigo fraternal de una Lima en vías de transformarse y desde el tinglado de París le cuenta al mundo, antes de su eclipse, aquel resplandor de la gracia. Los que leyeron el libro de París se entusiasmaron y, si hemos de creer lo que dice el Sr. Pompery en un artículo de l’Artiste publicado en 1838, algunas parisienses empezaron a llevar la saya y el manto. (1914, pp. 156-157)

Unas décadas más tarde, tras la Guerra del Pacífico en 1879, la ciudad se convirtió en el escenario de la derrota, y los primeros avances urbanísticos impulsados desde mediados de siglo, durante los gobiernos de Castilla y Balta, quedaron truncados ante esta dura debacle. Así, la protohistoria de la modernidad en Lima quedaría sepultada por la guerra. Aurelio Miró Quesada nos presenta aquella Lima enlutada, cuya desgracia la despojó de sus galas coloniales, entre las más preciadas, la de las “tapadas”, que emergen en los textos convertidas definitivamente en icono de la Lima colonial:

La guerra del Pacífico, cargada para el Perú a un mismo tiempo de infortunio y de gloria, vino no sólo a golpear duramente los ánimos, sino –en un campo más modesto– a detener los avances de Lima. Hubo pobreza, desasosiego íntimo, dolor callado; y en lo que se refiere a los aspectos urbanos, desdén por lo ornamental y lo superfluo y gusto severo por lo práctico. Lima perdió u olvidó sus viejas galas; y como antes se había encubierto con el manto sutil de las “tapadas”, ahora mostró solemnemente sus vestiduras austeras de duelo. (1946, p. 87)

Esta derrota generó una literatura pasatista en la que una generación de escritores lloraron en sus páginas la pérdida del pasado de la Lima colonial. Algunos críticos sitúan el origen de esta tendencia en las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma –a pesar de que sus cultores reemplazaron las irónicas sonrisas del tradicionista por el tono quejumbroso y pesimista–, entre las que encontramos, para el caso que nos ocupa, la titulada “La tradición de la saya y el manto”, narración más cercana en este caso al costumbrismo que al relato. Palma pretendió en sus páginas hacer memoria de esta moda femenina remontándose al año 1560 hasta llegar al siglo XIX, para darnos el testimonio directo de su desaparición. Pero lo que más nos interesa es la manera en que el tradicionista describe dicha moda como una de las características principales y exclusivas que identifican, diferencian y confieren personalidad propia a la Lima de la Colonia:

Tratándose de la saya y el manto, no figuró jamás en la indumentaria de provincia alguna de España ni en ninguno de los reinos europeos. Brotó en Lima tan espontáneamente como los hongos en un jardín.

[...] Nadie disputa a Lima la primacía, o mejor dicho la exclusiva, en moda que no cundió en el resto de América...

En el Perú mismo, la saya y el manto fue tan exclusiva de Lima, que nunca salió del radio de la ciudad. Ni siquiera se la antojó ir de paseo al Callao, puerto que dista dos leguas castellanas de la capital. (1994, pp. 625-626)

 

 

 Salida de misa. Max Radiguet 

 

En este ejemplo comprobamos el afán de Palma por la captación de lo autóctono limeño, así como la cerrazón de una Lima exclusiva cuya costumbre en la vestimenta femenina “nunca salió del radio de la ciudad”; exclusividad que hemos visto destacada también por Radiguet y por Flora Tristán. El anhelo de distinción es equiparable a la esencia de la “tradición”, que se instauró como género propio y, por primera vez en la historia de la literatura del Perú, como una literatura diferente; al igual que la saya y el manto, la “tradición” “nunca figuró en provincia alguna de España ni en ninguno de los reinos europeos”, y fue fundamental para el nacimiento de una literatura nacional. De este modo, la imagen de la “tapada” es utilizada como un recurso identitario esencial para el proyecto americanista de Palma.

Un penúltimo ejemplo, que sí debe encuadrarse dentro de la literatura pasatista que penetró hasta bien entrado el siglo XX, lo encontramos en las crónicas de Luis Alayza y Paz Soldán, recogidas bajo el título Mi país (4ª serie: ciudades, valles y playas de la costa del Perú) (1945), donde este escritor dedicó un apartado a “Lima: Evocaciones de la urbe y sus alrededores”. Aquí, Alayza rememora historias y costumbres de la antigua “urbe religiosa y galante” (1945, p. 8) y, asimismo, registra la evolución de “una Lima que se va” (título de la obra de José Gálvez que inauguró este tópico de la literatura peruana en el año 1921). En sus páginas palpita “el corazón insepulto de la Lima colonial”, “el fantasma de la Colonia” (p. 23), cuando reescribe el tópico de la Lima que desaparece y se transforma, una imagen urbana que nuevamente es femenina, como la tapada que protagonizó su historia dieciochesca:

Las ciudades tienen sexo. [...] nadie confundirá la marcial arrogancia de Buenos Aires [...] con la devoción y donaire de Lima, que en las mañanas reza y comulga, y en las noches, disfrazada bajo la saya y el manto, escapa por la puerta secreta, para urdir intrigas de política y travesuras amorosas. (p. 36)

Lima y la tapada vuelven a aparecer en esta imagen en la que la fusión entre ambas –a través de sus tenaces vasos comunicantes– adquiere una especial relevancia, pues la ciudad, por fin, se ha personificado en la figura de la limeña. Cubierta con tan misterioso ropaje, Lima –intrigante y caprichosa– adquiere definitivamente las mismas cualidades que la tapada, protagonista indiscutible de su escenario callejero durante los tiempos del virreinato.

 

 

La serenata ante los balcones del virreinato: José Carlos Mariátegui y Abraham Valdelomar

 

 

La última referencia a las tapadas que he seleccionado para este recorrido, se encuentra en una curiosa obra teatral que fue escrita por dos jovencísimas promesas de la literatura y la cultura del Perú, Abraham Valdelomar y José Carlos Mariátegui. Bajo los pseudónimos de Julio de la Paz y Juan Croniqueur, respectivamente, la obra, titulada precisamente Las tapadas, fue publicada en 1915 y se presenta, sin duda irónicamente –tanto por el subtítulo como por el argumento y la forma en que está escrita–, como “Poema colonial en un acto y cuatro cuadros, en prosa y verso original”, y más adelante como “ensayo” o “poema sentimental o galante” evocador de una “época caballeresca”. La dedicatoria a Ricardo Palma –a quien Mariátegui trataría de desvincular de la tradición hispanista-pasatista que intentó anexarse su figura a través principalmente de la reivindicación de José de la Riva-Agüero– resulta también curiosa por la imitación que en ella se encuentra de la retórica de la denominada literatura pasatista contra la que ambos intelectuales se posicionaron, con especial beligerancia en el caso de Mariátegui: “A través de vuestras historias –escriben dirigiéndose a Palma– […] llegó hasta nuestras almas, sensibles a la intensa sugestión del pasado, la visión de una poética edad lejana, no por romancesca menos real” (Mariátegui, 1994, p. 2233)[6]; un sentimiento de deuda con el gran tradicionista sobre el que abundan a continuación con el reconocimiento a una literatura –las Tradiciones peruanas– de la que se enorgullecen.

 

 

                                   

José Carlos Mariátegui                                                                   Abraham Valdelomar

 

“Romanticismo y trovadorismo mal trasegados” –utilizando las palabras del propio Mariátegui, más de una década después, en su “Proceso de la literatura” (Mariátegui, 1996, p. 215)–, que serían el principal caballo de batalla del “Amauta”, son curiosamente en Las tapadas la tonalidad principal. Desde mi punto de vista, ello evidencia la más que probable perspectiva irónica de esta obra, no sólo por ser una recreación de la literatura pasatista que Mariátegui criticó con dureza, sino también por el especial humorismo que, por otra parte, definió la literatura de Valdelomar; humorismo que el propio Mariátegui señaló y analizó en el capítulo de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana que dedicó a su compañero[7].

Resumiendo el argumento, la obra relata con mucho sarcasmo la lucha de dos caballeros por el amor de una dama, uno de ellos peruano y el otro, ya en la decrepitud de su vida, español. No por casualidad el vencedor será el joven caballero peruano, que primero es derrotado por la fuerza (al recibir una herida de la espada toledana de don Fernando en el primer duelo) y que sin embargo después consigue vencer al español, y quedarse con el amor de doña Isabel, en una partida de ajedrez, es decir, a través de la inteligencia. Un argumento como este bien puede leerse como sátira sobre la historia de la conquista de América, vencida por las armas, pero vencedora finalmente con su Independencia.

En cuanto a la imagen de “la tapada” en la obra, desde la misma dedicatoria aparece ya una primera definición en la que se añade un matiz que hasta el momento no había tenido: “hetaira criolla, apasionada y voluptuosa”. Además, la definición como hetaira no es ocasional, pues se ratifica después en la caracterización de los siguientes versos del prólogo:

Criollas recatadas bajo de saya y manto,

barraganas de un fraile austero e inquisidor,

en cuyos ojos negros se leía el quebranto

de fogosas pasiones y vigilias de amor. (p. 2234)

 Como hetaira, o barragana, aparecerá después un personaje de la obra, doña Mercedes, con el atuendo de tapada, que no lucirá sin embargo la protagonista, doña Isabel, caracterizada, según el estereotipo tradicional de la amada, por la pureza, el recato y la honra.

Por otro lado, la imagen de la tapada se utiliza además, nuevamente, como símbolo de la Lima del coloniaje (con “perspectiva de ciudad española: campanarios, minaretes, miradores, etc.”) (p. 2234) que permite a los autores recrear poéticamente lo que Mariátegui denominaría en sus Siete ensayos, la “serenata ante los balcones del virreinato”, en referencia a la mediocre poesía colonial de sello español. La recreación es clara desde el comienzo del Cuadro Primero, cuando el Coro da inicio a la función:

Bajo del balcón florido

aguarda tu caballero

viene a ofrecerte tendido

su corazón de trovero” (p. 2234)

Esta escena se repite a lo largo de la obra en diversas serenatas bajo el balcón de la señora, Isabel. Pero como ya he adelantado, no es ésta la representante de la tapada, sino doña Mercedes, que aparece vestida de saya y manto y ante cuya imagen don Fernando exclama:

Mercedes, vuestro manto

no sabe disfrazaros a mis ojos.

Adivino tras él, el vuestro encanto

que enciende tan fanáticos antojos. (p. 2238)

 

Y más adelante:

La que luce mejor la saya y manto

porque aumenta con ellos el encanto

divino y misterioso de sus ojos. (p. 2241)

 

Esta figura de la tapada, en otros momentos ligada a la hermosura, el capricho y la sensualidad, se construye efectivamente en conjunción con la ciudad levítica, que ejerce una irresistible atracción con su “quietud sonora”. Pero lo interesante es que esta conjunción se realiza en el contexto de una obra que, en su línea argumental, estaba prefigurando el ideario posterior de Mariátegui en su “Proceso de la literatura” (el séptimo de sus Siete ensayos), cuando plantea el mencionado motivo de “la serenata ante los balcones del virreinato” como metáfora de la poesía colonial (que desde su punto de vista es española) y cuya supervivencia cultural –la del colonialismo, vinculado al españolismo, al aristocratismo y al espíritu reaccionario– trató de prolongarse con la tendencia al pasatismo sustentada por José de la Riva-Agüero (Vid. Rovira, 1995, p. 112). El motivo se encuentra en el capítulo de su “Proceso de la Literatura” titulado “El colonialismo supérstite”:

En un país dominado por los descendientes de los “encomenderos” y los oidores del virreinato, nada era más natural, por consiguiente, que la serenata bajo sus balcones. […] Los mediocres literatos de una república que se sentía heredera de la Conquista no podían hacer otra cosa que trabajar por el lustre y brillo de los blasones coloniales”. (Mariátegui, 1996, pp. 214-215)

 Y en esta obra los jóvenes Mariátegui y Valdelomar encontraron un ángulo humorístico para ridiculizar ese colonialismo tan de moda en las primeras décadas del siglo XX que ellos, finalmente, consiguieron relegar, tanto a través del movimiento “Colónida” encabezado por Valdelomar en torno a la revista de título homónimo iniciada en 1916, como desde el vanguardismo indigenista abanderado por Mariátegui en la revista Amauta a partir de 1926; movimientos desde los que, como es bien sabido, se dio entrada a un período de modernización inaplazable en la literatura del Perú.

 



 

 

En todo caso, al realizar la humorada de Las tapadas en 1915, cuando aquella revolución literaria estaba a punto de eclosionar, ambos dieron nueva vida a aquellas legendarias tapadas a las que, sin embargo, decidieron desligar de la aureola mítica que tal literatura pasatista les había conferido. Por lo que esta primeriza obra teatral de Valdelomar y Mariátegui resulta ser un punto de llegada idóneo en estas páginas para visualizar la evolución literaria de la tapada limeña, desde su conversión en icono de la capital virreinal, hasta su desmitificación a comienzos de un siglo XX en el que ese colonialismo del que la saya y el manto fueron insignia principal ya no debía tener cabida en el proyecto nacional de futuro.

Por todo ello, como hemos podido comprobar en las obras recorridas –todas ellas pertenecientes a voces masculinas a excepción de la de Flora Tristán–, nos encontramos ante fragmentos literarios o de reconstrucción histórica que permiten adivinar los trayectos de la historia literaria del Perú; y que por otro lado ofrecen un claro perfil de la posición de la mujer en la Lima colonial, ceñida en principio a un papel meramente decorativo, aunque influyendo en ocasiones en la vida pública, pero siempre desde la retaguardia social. En dichos fragmentos se constata un protagonismo de las mujeres que las convierte en símbolo principal de la Lima colonial, pero los atributos con los que se las define constantemente –coquetería, malicia, capricho, tiranía, picardía–, hacen que ese protagonismo contenga una evidente, aunque solapada, carga peyorativa. Así definida, la mujer viene a metaforizar la idea de una ciudad que se caracteriza en su historia por dichos atributos: elitista, frívola y encerrada por las legendarias murallas que, en la historia de Lima durante los siglos del coloniaje, la mantuvieron como reducto urbano que vivió de espaldas y a expensas del Perú real. Ahora bien, más allá de esta cuestión, marcada evidentemente por la tradicional visión hegemónica masculina, resulta de especial interés constatar cómo se construye en los textos la identificación entre Lima y las “tapadas”, convirtiendo a la capital peruana en esa ciudad-mujer cuyos muros y mantos encubrieron, en la mayor parte de los textos, la vida real de la historia limeña virreinal y republicana.

 

 

 NOTAS


[1] También Aurelio Miró Quesada, en Lima, tierra y mar, reparó en la elegancia de los prominentes balcones artísticamente labrados y en el ornato exterior de una ciudad americana de abolengo moruno: “Al lado de los balcones fueron multiplicándose, como otra de las características arquitectónicas de Lima, los vivaces azulejos. Los conventos primero, los templos luego y las casas después, se fueron engalanando con esos barros vidriados de colores, en que se unía la gracia de la ciudad con el refulgente sol de Andalucía y el abolengo artístico de las tierras morunas” (1958, pp. 42-43).

[2] Raúl Porras Barrenechea nos facilita los datos que muestran la fervorosa religiosidad de la Lima colonial: “El censo del marqués de Montesclaros arrojará sobre un total de 26.441 habitantes, un 10 por 100 de clérigos, canónigos, frailes y monjas”. Juan María Gutiérrez podrá decir de Lima que era ‘un inmenso monasterio de ambos sexos’” (1994, p. 95).

[3] “Para hallar, sin embargo, un discípulo notorio de esta vena es menester traspasar un siglo. [...] Terralla y Landa oyó seguramente las sátiras de Caviedes. No estaban impresas pero corrían por las calles. El mundo descrito por ambos es el mismo” (García Calderón, 1914, p. 35).

[4] Sobre el protagonismo de las mujeres en la Lima del siglo XVIII, véase Aurelio Miró Quesada, “La ‘Perricholi’ y las limeñas”, en Lima, Ciudad de los Reyes, pp. 68-72.

[5] Entre los viajeros que visitan Lima en esta época hay que destacar también a otro francés, el cónsul A. de Botmiliau, quien retrata en sus escritos la decadencia de la ciudad tras la Independencia: “Restos de damasco rojo, último testimonio de la prosperidad perdida, y algunas pinturas al fresco, reemplazan, sobre las paredes agrietadas por los temblores, las ricas tapicerías... Nada más modesto que esas mansiones, últimos santuarios de la sociedad limeña anterior a la Independencia. Y sin embargo, el orgullo de los antiguos conquistadores aparece todavía en la fría dignidad con que sus moradores soportan la miseria”. Cit. en Ugarte Elespuru (1967, p. 23).

[6] Cito siempre Las tapadas a partir de su edición en Mariátegui total (1994).

[7] “Uno de los elementos esenciales del arte de Valdelomar es su humorismo. La egolatría de Valdelomar era en gran parte humorística. Valdelomar decía en broma casi todas las cosas que el público tomaba en serio”. (Mariátegui, 1996, p. 257).

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Alayza y Paz Soldán (1945), Luis, Mi país (4ª serie: ciudades, valles y playas de la costa del Perú), Lima, Talleres Gráficos Publicidad-Americana.

Carrió de la Vandera, Alonso “Concolorcorvo” (1980), El Lazarillo de ciegos caminantes (1773), ed. de A. Lorente Medina, Madrid, Editora Nacional.

Castro Arenas, Mario (1965), La novela peruana y la evolución social, Lima, Cultura y Libertad.

García Calderón, Ventura (1914), La literatura peruana (1535-1914), en la Revue Hispanique, tomo XXXI, New York, París.

_____ (1939), Vale un Perú, París, Desclée.

Mariátgegui, José Carlos y Abraham Valdelomar (Julio de la Paz y Juan Croniqueur) (1994), Las tapadas (1915), en José Carlos Mariátegui, Mariátegui total, Tomo II, Lima, Empresa Editora Amauta, pp. 2233-2250.

Mariátegui, José Carlos (1996), Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, México, Era.

Miró Quesada, Aurelio (1946), “La ’Perricholi’ y las limeñas”, en Lima, Ciudad de los Reyes, Buenos Aires, Emecé.

_____ (1958), en Lima, tierra y mar, Lima, Juan Mejía Baca.

_____ (1946), Lima, Ciudad de los Reyes, Buenos Aires, Emecé.

Palma, Ricardo (1894), Tradiciones peruanas, tomo II, Barcelona, Montaner y Simón.

_____ (1994), Tradiciones peruanas (selección), Madrid, Cátedra.

Porras Barrenechea, Raúl (1965), Pequeña antología de Lima. El río, el puente y la alameda, Lima, Instituto Raúl Porras Barrenechea.

_____ (1994), “Perspectiva y panorama de Lima”, en La marca del escritor, México, Fondo de Cultura Económica.

Radiguet, Max (1965), “Lima en 1844”, en Raúl Porras Barrenechea, Pequeña antología de Lima, Lima, Instituto Raúl Porras Barrenechea.

_____ (1971), Lima y la sociedad peruana, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001. Edición basada en la de Lima, Biblioteca Nacional del Perú. URL: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/90253950982392717243457/p0000001.htm#4. Consulta realizada el 24 de julio de 2010.

Rovira, José Carlos (1995), Entre dos culturas. Voces de identidad hispanoamericana, Alicante, Universidad de Alicante, Servicio de Publicaciones.

Sánchez, Luis Alberto (1971), La perricholi, Buenos Aires-Santiago de Chile, Editorial Francisco de Aguirre.

Tristán, Flora (2000), Peregrinaciones de una paria, Lima, Biblioteca Nacional del Perú.

Ugarte Elespuru, Juan Manuel (1967), Lima y lo limeño, Lima, Editorial Universitaria.

Valero Juan, Eva Mª, Lima en la tradición literaria del Perú. Entre la leyenda urbana y la disolución del mito, Lleida, Universitat de Lleida, 2003.


Publicación original de este artículo


“Otra perspectiva urbana para la historia literaria del Perú: la ‘tapada’ como símbolo de la Lima colonial”, América sin nombre, nº 15, 2010, pp. 69-78 [en línea] RUA, Repositorio Institucional de la Universidad de Alicante     /Portal de la Asociación Cultural La Mirada Malva 


 

LA AUTORA

 

Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la misma. Es autora de:


Lima en la tradición literaria del Perú. De la leyenda urbana a la disolución del mito (Lleida, Univeersitat de Lleida, 2003). Introducción en línea, Ciberayllu 

-- La ciudad en la obra de Julio Ramón Ribeyro (Alicante, Universidad de Alicante, 2003).  Introducción en línea, Ciberayllu  

-- Rafael Altamira y la “reconquista espiritual” de América (Cuadernos de América sin nombre, nº 8, 2003). Texto completo en línea:  RUA, Repositorio Institucional de la Universidad de Alicante

-- Tras las huellas del Quijote en la América virreinal. Estudio y edición de textos (Roma, Bulzoni, 2010). Comentario, Portal del Hispanismo

 

Así como de numerosos artículos publicados en revistas nacionales e internacionales especializadas en literatura española e hispanoamericana. Es editora de las antologías El Quijote en Perú y El Quijote en México en el Centro Virtual del Instituto Cervantes, y de La casa de cartón de Martín Adán (Huerga y Fierro, 2006).


Además del presente artículo ha realizado otras incursiones en los Estudios de Género y de las Mujeres respecto al espacio colonial americano en:


-- “De Micaela Bastidas a Magda Portal: recuperaciones literarias de las independentistas del Perú” América sin Nombre. N. 13-14 (dic. 2009), pp. 64-72. Texto completo en línea:  RUA, Repositorio Institucional de la Universidad de Alicante

 

E-mail: Eva.Valero@ua.es

 


 

Enlaces que referencian las imágenes

En portada: Acuarela.  Anuncio para la pelea de gallos. Angrand

Tapadas limeñas en Sede de Abanca y de la Biblioteca Nacional del Perú


http://farm6.static.flickr.com/5252/5454041770_565816ef39_z.jpg


UTOPÍAS Y PROGRESOS: MUJER SANTIAGUERA EN LA ENCRUCIJADA DE LA MODERNIDAD

UTOPÍAS Y PROGRESOS: MUJER SANTIAGUERA EN LA ENCRUCIJADA DE LA MODERNIDAD

Ivette Sóñora Soto  

Universidad de Oriente, Santiago de Cuba[1]

 

Los fundadores de la República en Santiago de Cuba tenían entre sus propuestas hacer realidad las ideas de la democracia, consideraban establecer un régimen de amplias libertades públicas nacidas del sufragio universal; la reestructuración de las instituciones y de las prácticas sociales se convirtió, entonces, en pieza indispensable para la modernización de la sociedad. Los santiagueros planteaban, en un primer momento, la autonomía y la descentralización de los municipios, para ello se acogen al Decreto Autonómico de 1897[2] y con ello la salida de los moldes coloniales que entroncaban con la decadencia de la dominación de la metrópoli española. Sin embargo, esto entraba en contradicción con los intereses del Gobierno interventor que buscaba mantener las ataduras y definió su intención neocolonialista y anexionista en el manejo que se realizó en la organización del poder municipal al mantener parcialmente la arcaica legislación colonial[3].

Los santiagueros concebían la transformación de la sociedad a partir de las nuevas visiones de modernidad[4] y progreso que traían entre sus presupuestos la intervención militar norteamericana. La presencia de Estados Unidos significó la redefinición de las representaciones de la nación, la ciudadanía y la identidad que hasta ese momento se definía en constante antítesis de la visión que proyectaba la corona española, lo que aceleró un proceso de confrontación entre las costumbres y tradiciones heredadas de España y las nuevas traídas por el otro.

 

Esta identificación diferente, nacida desde considerarse más moderno que el español, pues estaba dispuesto a asimilar con mayor presteza las conquistas del progreso[5], mentalidad enriquecida además, por la emigración tan fuerte que hubo en el último tercio del siglo XIX, que les permitió comparar y advertir la delineada desproporción entre la sociedad estática y jerarquizada de la colonia con el desarrollo que percibían en el “gran país”[6]; no obstante, esto generó la reflexión y la necesidad de fortalecer la identidad y los conceptos de nación y patria como pautas inevitables contra la avalancha de nuevas simbologías que intentaban opacar la necesidad de un estado independiente[7].

 

También significó un proyecto de transformación de la sociedad cubana, la cual no tenía más opción que seguir el patrón de modernidad diseñado por los norteamericanos, impregnado por la admiración que sentían por las expresiones culturales, el sistema de Gobierno y el modo de vida estadounidense. No obstante, tal proceso no supuso la adopción mimética de los modelos importados, pues emergieron a la par fuertes corrientes de patriotismo nacionalista que se enzarzaban en batallas simbólicas, de costumbres y hábitos que decidían el derrotero de lo cultural y lo nacional. Este rumbo ayudó a llenar la crisis de identidades que traía aparejada el nuevo estado de cosas, “el modernismo cultural en vez de ser un desnacionalizador, dio el impulso y el repertorio de símbolos para la construcción de la identidad nacional”[8].

 

La modernidad no funcionó como el rompimiento abrupto entre lo tradicional y lo moderno, sino que se dio un proceso de hibridación donde no hubo una sustitución radical de la herencia hispánica y lo autóctono por los intentos de renovación a ultranza de la tradición norteamericana. La modernidad se convirtió en un entramado de definiciones, arquetipos y tomas de conciencia. El rechazo a las formas caducas y degenerativas de los moldes coloniales atrasados, envejecidos, se proyectó como un valor de la sociedad moderna, pero con un sentido de pertenencia al mercado de símbolos transmitidos por las guerras de independencias. José Martí se convirtió en la metáfora por antonomasia de la patria y la libertad. Se redefinían así las nociones de pertenencia a la nación y los conceptos de identidad nacional y nacionalismo en relación con la presencia imperialista de Norteamérica, a partir de las interpretaciones en el universo de lo simbólico-discursivo devenidas de la intervención.

 

A pesar de las desventajas económicas y políticas con relación a La Habana, estos hombres acometieron la construcción jurídica de su ciudadanía, y excluyeron de facto a la mujer como ciudadana. En los debates de la Convención Constituyente de 1901, opinaron contra la participación femenina en el sufragio universal. La mujer en este caso se debatiría en el cuestionamiento: ¿súbditas o ciudadanas dentro de la República? Esto hizo que inclinaran su mirada hacia un discurso feminista de mayor solidez heredado, en principio, de la emigración. La fundación del Partido Revolucionario Cubano, junto con la labor de las mujeres dentro de los clubes y su participación activa en la organización y el apoyo a la guerra, creó en ellas nuevas perspectivas identitarias. El cambio de mentalidad se hizo evidente, los clubes femeninos facilitaron la participación pública de las mujeres en los mítines y reuniones  donde se debatían los destinos de la patria. Esta nueva visión entra a Cuba. No en balde fue una mujer santiaguera quien puso flores, a un año de la muerte de José Martí, en el nicho donde se guardaban los restos del Apóstol y en 1899 fundara junto a otras mujeres, la Sociedad Admiradoras de José Martí. Por tanto, se puede decir que el período de intervención también fue un facilitador en la divulgación del feminismo como ingrediente importante de la modernización social.

 

Al ser Santiago de Cuba la primera ciudad ocupada por los Estados Unidos durante la Guerra Cubana Hispanoamericana, se apreció más definida la intención neocolonialista y anexionista de la potencia norteña en el manejo que se realizó en la organización del poder municipal. Poder que, carente de una legislación orgánica y controlado por la fuerza interventora, derivaría en centro de luchas y tendencias políticas, más acentuadas una vez instaurada la República por la práctica política corrupta y personalista del Estado [9].

 

La Ocupación norteamericana negó la autonomía de los municipios al adecuar a sus intereses la legislación española. Instaurada ya la República los Concejales exigieron autonomía, además de incluir en el presupuesto de la nación una suma que permitiera rebasar la huella colonia y salir de la insalubridad así como superar la condición rural en que aún estaba sumida la ciudad. Según lo interpreta María de los Ángeles Meriño:

 

Lo digno de toda esta oposición es el reiterado reclamo de autonomía para los municipios, el constante llamado de atención sobre la situación del país y de la ciudad en particular. Todos se perdían en la impotencia de no poder hacer realidad las ideas de modernidad, de ampliar los horizontes materiales y espirituales de los habitantes de Santiago de Cuba, capital de Oriente, con toda la carga de simbólico patriotismo que esto encerraba[10].

 

En medio de estas circunstancias, los presupuestos de la modernidad que traía la presencia militar norteamericana en la ciudad y el mantenimiento de los moldes coloniales en lo administrativo de la ciudad, ¿qué significaba ser mujer moderna y santiaguera?

 

El feminismo, como postulado de una actitud y un modo de pensar, resultó un camino en medio de un escenario donde la mujer se mantenía excluida. El movimiento feminista se presentó como una fuerza cuadriculada, trazada por cuatro coordenadas: emancipador, renovador, democratizador, expansivo[11]. Lo tomé como proyecto emancipador porque produjo un discurso autoexpresivo donde las prácticas simbólicas se hicieron comunes en la lucha por el sufragio; el individualismo característico del capitalismo se resolvió en el reconocimiento y redefinición identitaria, creó en las mujeres que se inscribieron o no en el presupuesto feminista una nueva perspectiva de género.

 

Como proyecto renovador planteó el mejoramiento de vida, y político al hacerse visible dentro del entramado de la sociedad; y un cambio de conceptos, en cuanto a la visión de la mujer: ángel del hogar y en su función como ser – para – los – otros. Es la óptica que expresa las aspiraciones de participar como alteridad social del hombre.

 

Denominamos proyecto democratizador a la confianza en la educación que facilitaría igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, el conocimiento especializado adquirido en la participación amplia en las universidades para lograr una evolución racional y moral de la República por la cual se derramó tanta sangre.

 

Lo llamamos expansivo porque no sólo se quedó en la élite, sino que trascendió a las clases más pobres e intentó ir más allá del color de la piel, promovió una simbología donde todas las mujeres pudieran mirarse en su propio espejo.

 

Esto permitió a la santiaguera (re) definirse como agente activo en uno de los movimientos basado en la identidad femenina al encarnar la categoría de ciudadana cubana. Es el discernimiento de un “nosotros” que lleva implícita la idiosincrasia particular donde delimita o sustenta relaciones de alteridad o conflicto de distanciamiento con el “otro” y la visión que tiene de “nosotros”, en la diferencia.  Es la creencia en valías propias compartidas y diferenciadas de las de “otros”. Esta conciencia de lo nacional entronca en símbolos, iconos[12] que se determinaron en la participación de las santiagueras por el cuidado y la construcción de un mausoleo al Maestro. El ideal martiano se convirtió en marca de identidad, presente no sólo en el accionar de estas mujeres sino en la actuación como herramienta esencial de memoria y valores cotidianos.

 

Ante la segregación política, las mujeres se adscribieron a la lucha por el sufragio, el cual redefinía sus aspiraciones hacia la igualdad civil y política de hombres y mujeres. El sufragismo intentó disciplinar, dar una visión de la identidad de la mujer cubana para hacerla compatible e inscribirla en los discursos democráticos y liberales que presupuestaban y sustentaban el edificio republicano.

 

La identidad femenina, bajo el constructo ciudadana cubana, constituía un axiomático argumento a favor del sufragio femenino, lo que representó un intento de legitimación a través de una (re)definición identitaria y un empeño de reclamar la “existencia pública” o la ciudadanía política. 

 

El voto instrumentó el medio por el cual las mujeres podrían insertarse como “seres humanos” racionales y como ciudadanas políticas, responsables dentro de la macro política de la República, al posibilitar así su entrada en relaciones y espacios contestatarios de poder hegemonizados por los hombres. Hicieron valer su participación en las guerras de independencias. La ciudadanía política sería la legitimación de su voz en el proceso de delinear el futuro de la nación. De esta manera, se viabilizaba la apropiación de una ciudadanía cultural que simultáneamente legitimaba y reforzaba el reclamo de la ciudadanía política pues se inscribieron en las tendencias políticas que marcó por la diversidad el entorno social cubano.

 

 

Mujeres: Opinión y estrategias

 

El proceso económico, político-social sobre el cual se construyó el imaginario y el simbolismo del discurso femenino en las primeras décadas de la República fue sumamente dinámico y complicado para todas las capas y sectores sociales. La reflexión y exposición de las mujeres se vertebraron en un papel diferente hasta ese momento asumido y establecido, decidieron trascender los marcos del hogar y la identidad personal de “ángel” o “la perfecta casada”, se decidieron por la lucha para obtener el sufragio y la prerrogativa de hablar sobre igualdad. Simultáneamente entre ellas se plantearon un cambio de mentalidad: hacer comprender no sólo a los hombres sino a las mismas mujeres cuál era el significado del feminismo.

 

¿Cómo pensaba la intelectual del feminismo?

 

Ante esta interrogante Ofelia Rodríguez Acosta[13] responde en “La intelectual feminista y la feminista no intelectual”. Con luces claras definiría esta necesidad del cambio de mentalidad:

 

¿Qué entiende la mujer por feminismo? Simplistas en sus apreciaciones, rudimentarias en sus procedimientos, la mayoría de las mujeres ven en el feminismo sólo una doctrina implantadora de ideales de libertad y emancipación…

Los conceptos más conocidos del feminismo, esos que inflaman la palabra de la militante, y que llegan como una información previa a la mentalidad común, son: la emancipación secular esclavitud en la que con respecto al hombre, ha  vivido la mujer, la independencia económica, y el derecho político.

Pero todo esto, de una gran importancia y de un gran interés en el movimiento feminista no es lo de más trascendencia. El genuino triunfo del feminismo no está en las urnas, ni en la independencia social y económica de la mujer. Está en su estructura mental, en su concepto de la vida y en la apreciación que haga, en la intervención que tenga de la cultura del mundo.

Porque es el cerebro de la mujer donde se debe dar el pensamiento, la idea del feminismo, y mientras ella no depure sus sentimientos en el estudio doloroso, la mujer no habrá hecho más que cambiar de esclava pasiva en esclava rebelde, pero no habrá llegado a ser aún mujer libre[14].

 

La mujer debía comprender que en sus manos estaba ejercitar sus derechos con plena conciencia de sus deberes y derechos cívicos, a convertirse en ciudadana activa y responsable, también debía proponerse un cambio en sus actitudes mentales. Ahora bien, ¿qué hicieron las mujeres santiagueras para participar en este cambio de mentalidad y convertirse en ciudadanas dentro de la República?

 

El conflicto estaba planteado desde la concepción de participación de la mujer en la vida política y la tradición antifeminista planteada por los hombres que nació a partir de los primeros planteamientos hechos por la mujer. Esta dicotomía se reveló a partir de la lucha por el sufragio y del acceso a la vida política y económica, que constituyen las coordenadas para estudiar las mentalidades de las mujeres y, particularmente, de las santiagueras.

 

Ellas, permeadas por el imaginario de las mujeres norteamericanas vistas  a través del tamiz habanero, estuvieron muy influidas por el positivismo de la época, que  exaltaba los valores de la igualdad, el afán de progreso, la creencia ciega en la ciencia, la admiración por los intelectuales y la cultura como factores de modernización. Esta corriente de pensamiento influyó en la formación de un grupo de mujeres que participaron notablemente en la construcción de una ciudadanía más amplia y diferenciada, así como en la configuración de una identidad de género[15]. Así fue como se imbricaron en las luchas por el sufragio.

 

Entre 1909 – 1913, se organizaron las primeras asociaciones feministas en La Habana[16]. Sin embargo la necesidad de unificarse llegó a Santiago de Cuba hacia 1920, cuando se integraron en la filial creada por el Club Femenino de Cuba. Mariblanca Sabas Alomá, comisionada por la Directiva Nacional, da a conocer en el Diario de Cuba el programa por el que se regirían:

 

A ellos  se encaminan todos nuestros esfuerzos; elevarla por medio de la institución fundando escuelas nocturnas para obreras, escuelas de enseñanzas cívicas, escuela de economía doméstica, labores, artes y oficios; dignificándola por medio de leyes justas y necesarias gestionando en la actualidad tales como: “Nacionalidad propia para la mujer”. –“Acceso a los mismos destinos que el hombre, con derecho a los mismos sueldos que ellos perciban”. –“Revisión de la Ley sobre el adulterio, de la Ley sobre la trata de blancas y del Código penal”. –Concepción de todos los derechos políticos[17].

 

También alude a los nuevos proyectos, como la elección de la comisión que se reunirá para estudiar y redactar el programa del nuevo Club, la fundación de la Sociedad de Maternidad, que le prestaría a las mujeres pobres la asistencia necesaria antes y después del parto, mediante una módica cuota;  la organización del  primer Congreso Femenino Nacional; exigir que en los establecimientos de moda femenina el personal fuera exclusivamente femenino y realizar la gestión con el gobierno de seis becas en Roma para estudiar el Sistema de Enseñanza Monteson. Además de organizar certámenes literarios y fiestas culturales, Mariblanca Sabas para lograr realizar estos proyectos cuenta sobre todo con las profesoras de Instrucción Pública[18].

 

¿Por qué las maestras? Ya éstas habían legitimado su participación dentro de la sociedad. Perpetuar la obra de José Martí fue el principio de unión, de identidad por el bien de la Patria, el ideal de organización y responsabilidad cívica y política, de identidad genérica.

 

El Diario de Cuba, en ocasiones, se hizo eco de la importancia de la integración de las mujeres en federaciones femeninas. Bajo el sugestivo título: “La mujer cubana se dispone a laborar en bien de su Patria”, anunciaba que: “Las mujeres más cultas, las que más nombre tienen en las ciencias y en las artes y las letras, y las que tienen la gloria de pertenecer a familias que más se distinguieron en la emancipación de Cuba, formar parte principalísima de la Federación de Asociaciones Femeninas”[19].

 

En el mes de  marzo de 1923, antes de que se realizara el Congreso Nacional, el día 5, en el Grop Catalunya se efectúa la asamblea de constitución del comité provincial que designaría la representación femenina por Oriente al magno evento[20], la misma quedaría integrada por: Presidenta: María Caro de Chacón, 1er Vice: Dra. Libia Escanaverino; 2da Vice: Amelia Casado de Carbonell; Secretaria: Mariblanca Sabas Alomá; Vice secretaria: Amparo Soler Soler; Tesorera: Violeta Cardero; Vice tesorera: Gloria Ortiz Portuondo; Vocales: Teresa Cardero de Molina, Juana Pell de Martínez, Lina Abreu, Concepción Ortiz, Juana Falcón Mariño, Fe Cardero, María Ávila, Vda. de Martínez; Aurora Cazade; Dolores Martínez, Vda. de Aguirre, Claro Mayore, Lorenza Cuesta, Luz Paeau, Joaquina Bosdoutt Martínez, Julia Breu, Ana Caballero y María González. Terminado el proceso de elección, Mariblanca Sabas Alomá, en sus funciones de secretaria leyó el Reglamento del futuro Congreso[21], y el evento terminó con un apasionado discurso de la señora Isabel Martínez de Alquizar[22], donde se refirió a los ideales feministas y las expectativas que despertaba Oriente en el movimiento, en pro de los ideales promovidos por esta organización.

 

Por último, y después de lo expuesto se puede concluir que la manifiesta orientación futurista de la modernidad estuvo estrechamente relacionada con la fe en el progreso y en el poder de la razón humana para impulsar la libertad. Aunque se enmarca en logros científicos, la tecnología y la política democrática, también se refleja en cambios profundos en la vida cotidiana. Los temas sobre la identidad y la autoridad se presentan de formas nuevas y apremiantes, a la vez que se cuestionan, pues se renuevan las normas que se dan por supuestas por otras diferentes vinculadas con la rutina de la vida. Si lo que caracteriza la modernidad está dado en gran medida por contraste con la época que la antecede, no debe extrañar que la ruptura con la tradición aparezca como su condición cardinal. De ahí se deduce como el principal impulso de la modernidad, la transformación de las sociedades tradicionales, la idea del cambio y progreso.[23] La implantación de la República era el rompimiento con la sujeción española, el atraso que significaba la metrópoli. La República significaba desarrollo y nuevas miras, la fe en el futuro y el valor de lo nuevo, a partir de los modernos símbolos que entraban con Norteamérica en la cultura y en lo económico.

 

La mujer se sitúa dentro de un eje de redefiniciones y aprehensión de la conciencia y la identidad genérica, a partir de las luchas por la emancipación de la patria. Su entrada a la modernidad le permitió entroncar con el feminismo que, al organizarse dentro de una lucha emancipadora y en la búsqueda de hacer realidad sus planteamientos con la lucha por el sufragio. Logró articular teóricamente un conjunto de ideas y de reivindicaciones coherentes, que le permitiría a la mujer incorporarse como alteridad del hombre en la sociedad.

 

Aunque el sufragio femenino no trajo un cambio de significación considerable, sí modificó, de cierta manera, la visión de los partidos políticos del período, ya que trataron de usar las peticiones femeninas en uno u otro momento para obtener preeminencia política. El movimiento feminista y, en particular, las sufragistas, contribuyeron a modificar las opiniones y la orientación de las iniciativas de las administraciones en las primeras décadas de la República, para llegar a soluciones concretas.

 

 

Notas

 

[1] Departamento de Historia de la Universidad de Oriente. Grupo Equidad de género

[2] Este Decreto les permitía elegir a sus alcaldes y a los tenientes de Alcalde sin que el Gobernador de la provincia  interviniera y designara los que habrían de ocupar estos puestos, ya que sufrían demasiado la centralización y concentración del poder en manos del Capitán General en La Habana y del Gobernador de provincia designado y controlado por éste, y sobre todo porque el peso de los cargos de administración públicas estaban reservados para los españoles y esto les impedía un desarrollo social, político y económico según sus intereses. España al decidir expulsar a los representantes de las islas de Puerto Rico y de Cuba de las Cortes españolas, les hacía difícil promover sus inquietudes, y al mismo tiempo que estas islas fueran regidas por leyes que excluían a los súbditos coloniales de las instituciones jurídicas, políticas de la metrópoli, la centralización de funciones le restaba autoridad a los ayuntamientos y gobiernos provinciales, con estas medidas buscaba un mayor control de lo que les quedaba de sus posesiones coloniales.

[3] Es importante señalar que el Gobierno militar de intervención (1898-1902) no prestó interés en modernizar la legislación española en torno al municipio, sino que a tono con sus aspiraciones de dominio emplea las directivas de dicha legislación adecuándolas al experimento neocolonial, negándole la autonomía a los municipios e instaurando un verdadero caos legislativo con las Órdenes Militares que trataron de superar los inconvenientes más notables de las leyes españolas. María de los Ángeles Meriño: “A manera de introducción”, en María de los Ángeles Meriño: Gobierno municipal y partidos políticos en Santiago de Cuba (1898- 1912). Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, 2001, p. 28.

[4] Así, para el análisis del caso cubano, la “modernidad” se entenderá […] como una realidad social caracterizada por el libre flujo de mercancías y factores productivos, cuya economía se sustenta en el trabajo asalariado y tiene al predominio de la producción industrial. La organización de esa sociedad ya no descansa en diferencias de origen o condición, de modo que sus formas jurídicas y estatales responden a los requerimientos del mercado y el régimen de propiedad; las formas de sociabilidad se reajustan sobre una base individual representada por los ciudadanos. Los estados se rigen por sistemas representativos de Gobierno y sus estructuras políticas se adecuan a los espacios –nacionales e internacionales –, en los cuales se verifican los procesos económicos. La creciente presencia de la vida urbana y las formas de conciencia vinculadas a las relaciones mercantiles calorizan la adopción de costumbres laicas y seculares, el predominio de una visión científica de la realidad y un ansia de progreso que tienen su sustrato en la universalización de la educación. Oscar Zanetti: “Nación y modernización; significados del 98 cubano”, en República: notas sobre economía y sociedad, pp. 7-8.  

[5] Ibíd. p. 16.

[6] Bienes materiales, costumbres e ideas norteamericanas vendrían a enriquecer así los atributos que distinguían a los cubanos de los españoles. Y en ciertos casos –como el del béisbol – esos valores culturales fueron aprovechados de manera consciente a escala social para marcar, distancias con lo español, de forma tal que se hiciese todavía más evidente la existencia en Cuba de una identidad nacional bien diferenciada. Ibíd. p. 17.

[7] La confrontación de los valores y las costumbres coloniales con las representaciones políticas y culturales patrocinadas por las autoridades interventoras, generó un proceso de profunda reflexión sobre las bases mismas de la cultura nacional, de singular importancia para el devenir posterior de la nación en la era republicana […] Marial Iglesias Utset: “Introducción”, en Marial Iglesias Utset: Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902, p.15.

[8] Néstor García Canclini: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad, pp. 65 – 93.

[9] Para profundizar en el tema ver María de los Ángeles Meriño: Op. cit.

[10] Ibídem, p. 58

[11] Néstor García Canclini reconoce en la modernidad cuatro movimientos básicos: un proyecto emancipador, un proyecto expansivo, un proyecto renovador y un proyecto democratizador. Tomé los conceptos para explicar el movimiento feminista porque considero que se adaptan perfectamente para explicar la influencia del movimiento en Cuba y en particular en Santiago de Cuba.

[12] Para tener una visión de conjunto de estos cambios ver de Marial Iglesias Utset: Op. cit. Revisé su tesis para optar el título de Maestría que dio como fruto dicho libro.

[13] Ofelia Rodríguez Acosta (1902-1975), nacida en Pinar del Río, fue escritora, y colaboradora de diferentes revistas y periódicos del período. En la Revista de La Habana estaba a cargo del sector Feminista.

[14] Ofelia Rodríguez Acosta: “La intelectual feminista y la feminista no intelectual”, en Revista de La Habana, La Habana, Año 1, nº 1, enero, 1930, p. 75 – 79.

[15] Joan. W Scott: “El género: una categoría útil para el análisis histórico”.

[16] Julio César González Pagés: En busca de un espacio: Historia de mujeres en Cuba.

[17] Mariblanca Sabas Alomá: “El Club Femenino de Cuba”, en Diario de Cuba, Santiago de Cuba, 25 de noviembre de 1920

[18] Ibídem

[19] “La mujer cubana se dispone a laborar en bien de su Patria”, en Diario de Cuba, Santiago de Cuba, 27 de febrero de 1923

[20] “El Primer Congreso Nacional de Mujeres de Cuba”, en El Cubano Libre, Santiago de Cuba, 5 de marzo de 1923

[21] “El Primer Congreso Nacional de Mujeres en Cuba”, en El Cubano Libre, Santiago de Cuba, 6 de marzo de 1923

[22] Comisionada por la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas para crear y organizar en Santiago de Cuba el Club y elegir la delegada al Congreso Nacional de Mujeres a celebrarse del 1 al 7 de abril en La Habana

[23] David Lyon: Postmodernidad, pp. 44 – 57.

 

___________________________________________________________________________________________

 

 

      Bibliografía

 

Formente Rovira, Carlos E.: Crónicas de Santiago de Cuba. Era Republicana 1912-1920 (II). Presentación, revisión y notas Olga Portuondo Zúñiga, Ediciones Alqueza, Santiago de Cuba, 2006.

 

García Canclini, Néstor: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad, Grijalbo, México, 1998.

 

González Pagés, Julio César: En busca de un espacio: Historia de mujeres en Cuba,  Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.

 

Ibarra Cuesta, Jorge: Cuba: 1898-1958. Estructuras y procesos sociales, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995.

 

Iglesias Utset, Marial: Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898 – 1902, Ediciones UNIÓN, Ciudad de La Habana, 2003.

 

Lyon, David: Postmodernidad, Belén Urrutia (traductora), Alianza Editorial, España, 1994.

 

Meriño, María de los Ángeles: Gobierno municipal y Partidos políticos en Santiago de Cuba (1898 – 1912), Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, 2001.

 

“La mujer cubana se dispone a laborar en bien de su Patria”, en: Diario de Cuba, Santiago de Cuba, 27 de febrero de 1923.

 

“El Primer Congreso Nacional de Mujeres de Cuba”, en El Cubano Libre, Santiago de Cuba, 5 de marzo de 1923.

 

“El Primer Congreso Nacional de Mujeres en Cuba”, en El Cubano Libre, Santiago de Cuba, 6 de marzo de 1923.

 

Rodríguez Acosta, Ofelia: “La intelectual feminista y la feminista no intelectual”, en: Revista de La Habana, La Habana, Año 1, nº 1, enero, 1930.

 

Sabas Alomá, Mariblanca: Feminismo. Cuestiones Sociales y Crítica literaria, Santiago de Cuba. Editorial Oriente, 2003.

 

Sabas Alomá, Mariblanca: “El Club Femenino de Cuba”, en Diario de Cuba, Santiago de Cuba, 25 de noviembre de 1920.

 

Scott, Joan. W: “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Colectivo de autoras y autores: Historia y Género: las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea. Edición a cargo de James S. Amelang y Mary Nash, Edicions Alfons El Magnànim, Institució Valenciana D’Estudis i Investigació, Valencia, 1990.

 

Sóñora Soto, Ivette: “De la mujer a José Martí: Un homenaje desde Santiago de Cuba”, en Colectivo de autoras y autores: Donde son más altas las palmas. La relación de José Martí con los santiagueros, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2003.

 

Sóñora Soto, Ivette: “Mentalidad de la mujer santiaguera en el período 1902-1934”. Tesis para optar el grado de Maestría en Cultura Latinoamericana. Filial Instituto Superior de Arte. Centro de Estudios Nicolás Guillén de Camagüey. Tutora: Doctora Olga García Yero, 2006, 125 p.

 

Zanetti, Oscar: República: notas sobre economía y sociedad, Editorial de Ciencias Sociales, Ciudad de La Habana, 2006.

 

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

 

 

 

LA AUTORA

 

Ivette Sóñora Soto (Santiago de Cuba, 1963). Lic. en Filología. Master en Cultura Latinoamericana. Profesora del Departamento de Historia de la Universidad de Oriente. Investigadora y poetisa.

 

 

Méritos

 

Mención de poesía, Premio Heredia, 1994,  La soledad de los comienzos.

 

Gran Premio Palma Real, 2004, con el cuento Borrascas y Elegía, convocado por la ACI, Torino, Italia y la Filial provincial de la UNEAC, Santiago de Cuba.

 

Premio de investigación al trabajo De la mujer a José Martí. Un homenaje desde Santiago de Cuba, auspiciado por la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey y la Filial Camagüeyana de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba.

 

Mención con el trabajo Cotidianidad, ciudad, cultura, poesías: en confluencia, en el Primer Coloquio Internacional José María Heredia y Heredia: poesía, Identidad, Independencia y Nacionalidad.

 

 

Publicaciones

 

Poemas en las revistas La Porte des Poètes, Francia (1995); Fidelia, Ciego de Ávila (1995); Imago, Ciego de Avila (2000); Alhucema, España (2000); El Caserón, Santiago de Cuba.

 

Colina de los Espíritus, Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 2004.

 

 “La ciudad y su cultura”, en: Santiago de Cuba en su 485 aniversario, Santiago de Cuba, 2000.

 

Ivette Sóñora y Alfredo Sánchez Falcón: “José María Callejas, el precursor”, en Rafael Duharte, Olga Portuondo, Ivette Sóñora (Coordinadores), Tres siglos de historiografía santiaguera, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2001.

 

“Max Henríquez Ureña, un libro”, en: Rafael Duharte, Olga Portuondo, Ivette Sóñora (Coordinadores), Tres siglos de historiografía santiaguera, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2001.

 

“Hacia una conciencia ciudadana de la mujer”, en: Olga Portuondo Zúñiga, Michael Max P. Zeuske Ludwig (Coordinadores): Ciudadanos en la Nación. Fritz Thyssen Stiftung, Oficina del Conservador de la Ciudad, Santiago de Cuba, 2003, Tomo I.

 

“De la mujer a José Martí. Un homenaje desde Santiago de Cuba”, en: Donde son más altas las palmas. La relación de José Martí con los santiagueros. Santiago de Cuba. Editorial Oriente, 2003.


“Utopía y progresos: Mujer santiaguera en la encrucijada de la modernidad”, en: Ivette Sóñora, Aida Morales, Rafael Duharte (Coordinadores): Memorias. Santiago de Cuba, Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, Año 1, no.1, 2004.

 

“La Rémora. Obra notable de anticlericalismo”, en: Ivette Sóñora, Aida Morales, Rafael Duharte (Coordinadores): Memorias. Santiago de Cuba, Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, Año 2, no.2, 2005.

 

“Ideario de San Antonio María Claret y Clara. Educación de la mujer y su ¿misión?”, en: Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana. Memoria de los cuatro Encuentros Nacionales de Historia convocados por la Comisión Nacional de Pastoral de Cultura de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, celebrados en la ciudad de Camagüey, Cuba. Joaquín Estada Montalbán, Editor y Compilador. Miami. Ediciones Universal, 2005. Tomo II.


“El mundo espiritual y ético- religioso de Tristán Medina. Momentos de su vida”, en: Iglesia Católica y Nacionalidad Cubana. Memoria de los cuatro Encuentros Nacionales de Historia convocados por la Comisión Nacional de Pastoral de Cultura de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, celebrados en la ciudad de Camagüey, Cuba. Joaquín Estada Montalbán, Editor y Compilador. Miami. Ediciones Universal, 2005. Tomo II.


 “Luis Carbonell, pincel de la poesía afrocubana”, en: SIC. Revista Literaria y Cultura, Santiago de Cuba, No. 30. Abril, mayo, junio, 2006.


“El silencio: “Laberinto y voz de la Identidad femenina”, en: De la historiografía Cubana. Memorias de la XV Feria del Libro, Santiago de Cuba, 2006. Natividad Alfaro Pena e Israel Escalona Chádez (Coordinadores). Santiago de Cuba. Ediciones Santiago, 2007.

 

 

“1898: Significación y resignificación de la masculinidad hegemónica y la Colonialidad del Poder” en  Actas del Congreso Internacional de Psicología, VII Taller Internacional de Psicología Latinoamericana y del Caribe, en: Santiago. Revista de la Universidad de Oriente. Santiago de Cuba. Edición Especial 2007, No. 115, p. 938- 951. Publicado en la Red el 12 de julio de 2007 en el portal de literatura cubana Cuba Literaria   

 

“María Cabrales: vida y acción revolucionarias”, en: De la tribu heroica. Anuario del Centro de Estudios Antonio Maceo Grajales, Santiago de Cuba, No. 3-4, 2006-2007. Ediciones Santiago, 2008.

 

“Estrategias y prácticas de la educación, ¿un modo peculiar de sortear la discriminación?” en: Acta de la Conferencia sobre la Diáspora en el Caribe. IX Taller de Africanía en el Caribe Ortiz- Lachatañeré, 12-16 de marzo de 2007. Santiago de Cuba. Centro Cultural Africano Fernando Ortiz. En: Actas del Congreso Internacional de Psicología, VII Taller Internacional de Psicología Latinoamericana y del Caribe, 2009.

 

"Conciencia Ciudadana. Cambio de Mentalidades y Utopías de la Mujer Santiaguera", en: VII Taller Internacional Mujeres en el Siglo XXI, 18 – 22 de mayo de 2009. Ciudad de La Habana. Universidad de La Habana Cátedra de la Mujer. 


 

E- mail: ivette@csh.uo.edu.cu 

 

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------

Fotografía de portada: Ofelia Rodríguez Acosta. Fuente: http://lanzarlaflecha.blogspot.com


Otros artículos sobre Ofelia Rodríguez Acosta en la Red : Zaida Capote Cruz "Otra de las figuraciones de la mujer moderna: la viajera", en laJiribilla, revista de cultura cubana

 

 

MUJERES, FEMINISMO Y CAMBIO SOCIAL, en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940

MUJERES, FEMINISMO Y CAMBIO SOCIAL, en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940
Asunción Lavrin. Mujeres, feminismo y cambio social, en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940. Centro de Investigaciones Diego Barros Aranda.Santiago de Chile, 2005. 527 pp.

 


INTRODUCCIÓN

Para las mujeres latinoamericanas, el feminismo no ha sido un concepto ajeno. Ha ido creciendo sin pausa, a veces en condiciones de adversidad, y en las postrimerías del siglo xx, fue, para unos, artículo de fe y, para otros, objeto de discusión o de burla. Las raíces del feminismo brotaron en el último cuarto del siglo XIX, cuando los escritos femeninos en los medios de comunicación se cruzaron con el trabajo de la mujer en la industria para socavar la presunción aceptada de que las limitaciones que la ley y la costumbre imponían al sexo femenino eran necesarias para conservar la integridad de familia y sociedad. Las mujeres urbanas instruidas comenzaron a publicar versos, novelas y otras obras en prosa, principalmente en diarios y revistas, en la primera expresión sostenida de lo que pensaban". Aun, cuando muchas de ellas no hacían ninguna referencia particular a la condición de la mujer, su obra ofrecía una expresión elocuente de que estaban dispuestas a abrirse paso al lugar más sacrosanto del dominio masculino: el terreno intelectual.

Con todo, el mundo de la mujer no se componía sólo de literatura y educación. Crecía la demanda de su trabajo físico fuera del hogar y sus tareas domésticas. El desarrollo industrial, por ínfimo que fuera, reclamaba mano de obra barata y la mujer, en su calidad de asalariada, era un artículo comerciable. Era digna de confianza, dócil y de bajo costo. El crecimiento urbano y el desarrollo fabril trajeron consigo fluctuaciones inquietantes en el valor del dinero y en el costo de la vida. Para equilibrar su presupuesto, los jóvenes de ambos sexos buscaron empleo y las mujeres salieron de sus hogares para trabajar en talleres y fábricas. La singular combinación de educación y trabajo, por disímiles que estos elementos parezcan, puso a la mujer en el debate público. Sus méritos como madre y esposa se agregaron a sus derechos legítimos según la ley y a su papel de objeto y sujeto de las políticas públicas. El significado de la condición de mujer, al mezclarse con asuntos de Estado, adquirió una nueva dimensión. Después de 1895, cuando las mujeres obreras publicaron sus primeros periódicos, señalaron que las puertas de la autoexpresión se abrían para todas.

La búsqueda de soluciones a los problemas que provocaba el reconocimiento de las nuevas dimensiones políticas, económicas y sociales de la mujer se vio apoyada por una ideología nueva que, ya en 1880, se iba formando en Europa: el feminismo. Cuando lo conocieron las mentes despiertas que habitaban algunas de las zonas urbanas de crecimiento más rápido de América Latina, los orígenes y el significado del movimiento no estaban del todo claros. Las capitales de Argentina, Uruguay y Chile, los países del cono sur de América del Sur, presenciaron un desarrollo notable de las ideas feministas. La memoria histórica no ha hecho justicia a aquellos hombres y mujeres que escribieron y hablaron en pro de reconocer la mayoría de edad de la mujer. Las mujeres rara vez dejaron documentos personales, menos aún archivos organizados, que hubieran ayudado a conservar el recuerdo de su obra. A muy pocas de las numerosas y abnegadas dirigentas laborales, periodistas, educadoras, médicas, escritoras y abogadas se les ha cedido algún espacio en las historias nacionales. Algunos de los hombres se han ganado un lugar en la historia por otros motivos, rara vez por su dedicación a las causas femeninas.

La selectividad perenne de la memoria histórica dificulta mucho la reconstrucción de la obra inicial de los feministas, hombres y mujeres. Para escribir su historia es preciso rastrear y reunir materiales tan diversos como efímeros: por ejemplo, panfletos en defensa de proyectos de ley ante el Congreso, libros escritos con entusiasmo, pero descuidados por los estudiosos, discursos fogosos ante el Poder Legislativo, olvidados hace mucho tiempo, y cientos de artículos en diarios y revistas. Al último, no obstante, nos vemos recompensados con una visión nueva y fresca de la sociedad y de las relaciones entre hombres y mujeres, perspectivas nuevas en la interpretación de la historia social, y un cuadro más equitativo de la función que cumplió la mujer en la sociedad de principios del siglo XX.

Argentina, Chile y Uruguay compartían diversas características políticas y económicas importantes, además de la proximidad geográfica. A fines de los años de 1870, los estadistas de toda una generación, nutridos con el pensamiento positivista y liberal, procuraron acercar sus países a la línea central del "progreso" europeo y estadounidense. Los planes de reforma económica y social que ellos promovían contemplaban la industrialización y el desarrollo económico como catalizadores para cambiar el orden antiguo. Habría que reformar el sistema educacional con el fin de alcanzar la eficiencia necesaria para sostener el crecimiento económico y desarrollar una clase urbana progresista que se haría cargo de los destinos nacionales. La inmigración europea aumentaría la escasa dotación de mano de obra disponible para realizar estos planes de tan largo alcance y ayudar a crear una nueva ética del trabajo.

La índole de la política, entre 1890 y 1920, favoreció las transformaciones económicas y sociales bajo cuyo alero prosperó el feminismo. Los nuevos profesionales urbanos cuestionaban el patrón político heredado del primer período republicano: tarea nada fácil. En Chile y Argentina, personalidades fuertes y elites sociales dominaron la escena hasta el segundo decenio del siglo XX. Uruguay padeció el caudillismo hasta la elección de José Batlle y Ordóñez, en 1904. Pese a encuentros peligrosos con el desorden político, entre 1912 y 192:5 las reformas constitucionales, junto con una clase obrera y una clase media urbana cada vez más perentorias, determinaron cambios importantes en el sistema representativo. Los hombres dedicados a la reforma social y a la democratización impusieron a los tradicionalistas ciertos cambios claves que derivaron en una apertura, lenta, pero constante, del espacio político y del reconocimiento social, en favor de ciertos grupos que en los primeros años del siglo XX se hallaban al margen de la construcción nacional. Uno de esos grupos lo formaban las mujeres, debido a las limitaciones que las costumbres sociales y el sistema jurídico hacían pesar sobre ellas.

El lapso entre 1890 y 1940 se mostró receptivo para asuntos relativos a la mujer y a las relaciones entre hombres y mujeres dentro de la familia. Las elites sociales y políticas de comienzos del siglo XX cedieron el paso a regímenes más orientados al pueblo, cuando no populistas, en los cuales las necesidades de los obreros, campesinos, estudiantes y mujeres se expresaban, se les prestaba oído y, hasta cierto punto, se tomaban en cuenta. La ampliación de la base política se apoyó en ideologías contrarias a la exclusión política de ciertos grupos que eran cada vez más indispensables para realizar las políticas desarrollistas que habían formulado los hombres del decenio de 1890. Si bien los estadistas de la época reconocieron los aportes de muchos, su voluntad de apoyar los cambios sociales radicales era limitada.

Entre 1890 y 1925, los partidos políticos de centro y de izquierda seguían una pauta clave: la administración de justicia, la educación, la legislación, la salud nacional y la defensa nacional debían estaren manos del Estado. Los grupos encargados de proponer reformas y cambios en aquellos ámbitos se componían de reformadores liberales, higienistas, socialistas y feministas. Los reformadores liberales apoyaban los cambios políticos y socioeconómicos con el fin de demoler ciertas estructuras tradicionales sin caer en el desorden social. Los socialistas habían de convencer a los reformadores liberales que el bienestar de la clase obrera era indispensable para la prosperidad de la nación. Los higienistas, tecnócratas de salud pública, procuraban convencer al Ejecutivo y a los legisladores de que la salud era un elemento clave del progreso y el cambio, Las naciones no podrían avanzar si la enfermedad debilitaba a la población o si ésta laboraba y vivía en condiciones insalubres. Los feministas procuraban convencer. a los hombres de que las mujeres eran ciudadanas que con su trabajo e inteligencia colaborarían en la tarea de construir una nación mejor. No se las debía marginar de ningún plan de cambio y progreso. La dificultad estaba en cómo emular los modelos europeos.

La historia del feminismo es intelectual y social. Para trazar su recorrido hay que analizar ideas y actividades que formaban parte de un proceso de cambio social, no un mero reclamo de derechos precisos. El feminismo significaba adquirir conciencia personal de lo que quería decir ser mujer y percibir las necesidades idiosincráticas de la mujer, pues ambas cosas eran indispensables para determinar cuáles políticas promoverían un cambio en la condición de las mujeres y en las relaciones de los sexos. Al iniciarse el siglo XX, la definición y realización de la mayoría de los cambios en la estructura social y política fue obra de hombres. El feminismo era la actitud que adoptaban las mujeres y los varones simpatizantes para dar pertinencia al sexo en el análisis de políticas que afectaban a la familia, la escuela y el lugar de trabajo, los tres campos en que la mujer tenía presencia reconocida. Semejante transformación necesitaba liderazgo, un conjunto de hombres y mujeres que compartiesen los nuevos conceptos de relaciones y funciones de los sexos. También exigía comprender los cambios al interior del grupo que ejercía el poder real y la disposición a aceptados. Iniciado el debate y la tarea de persuasión, la idea de reformular la condición y las funciones de la mujer fue ganando credibilidad y viabilidad.

Se vio que había varias necesidades fundamentales que resultaban esenciales para la participación femenina en el cambio social. Ellas eran el reconocimiento de la nueva función económica de la mujer, su personería jurídica plena dentro de la familia y su participación en el sistema político de su país. é Sería el feminismo una ideología capaz de convencer a los hombres de ceder a las mujeres la libertad y los derechos que necesitaban para ayudar a establecer el nuevo orden que soñaban los reformadores sociales del cono sur? La respuesta, a comienzos del siglo XX, no aparecía ni firme ni clara, pero la falta de certeza respecto del resultado final no impidió que muchos hombres y mujeres de la época exploraran las bases del feminismo y apoyaran aquel aspecto que les fuera más atrayente dentro de sus amplias perspectivas.

La tarea de analizar los numerosos aspectos que interesaron a las feministas en épocas de expansión económica y demográfica, diversificación política y desasosiego social, en lugares distantes de sus orígenes intelectuales, exige la búsqueda sin ambages de un punto de vista fiel a los intereses de la mujer. Dicha visión revela un tejido complejo de asuntos sobrepuestos, unido estrechamente al eje de las funciones y relaciones de los sexos, y girando en torno a él. No existe una fórmula única que desteja sus complejidades, porque el concepto de feminismo variaba entre quienes decían practicado o simpatizar con él, adquiriendo con el tiempo ciertos matices importantes. El capítulo: El feminismo en el cono sur: definiciones y objetivos inicia el estudio del significado del feminismo, a sabiendas de que el territorio exige mayor exploración. Seguir la evolución del significado del feminismo involucra reconocer que los feministas recorrieron diversas etapas de reinterpretación del concepto y su adaptación a las circunstancias políticas y sociales de las naciones en estudio. No existía un feminismo único, sino una diversidad de respuestas y orientaciones femeninas ante los problemas que aquejaban a la mujer en los distintos estratos sociales.

En el cono sur, los dos matices importantes del feminismo, el socialista y el liberal, se desarrollaron simultáneamente, aunque con distintos grados de intensidad y niveles de madurez. Se hicieron concesiones recíprocas para limar las diferencias y evitar el enfrentamiento abierto. La clase, por ejemplo, que era el único elemento dotado del potencial para abrir una brecha entre mujeres de tendencias políticas diferentes, con frecuencia se pasaba por alto. Las feministas encontraron motivos de unión comunes en el resarcimiento de su subordinación legal frente a los hombres, en especial dentro de la familia, en la justicia de reconocer la capacidad de la mujer de satisfacer todas las exigencias cívicas y económicas que les impusiera la vida o el Estado, y en la protección que en su estimación la sociedad debía a la maternidad. La influencia anarquista, potencialmente destructora en este cuadro de unidad femenina, quedó desbaratada con la persecución continua de sus defensores. Otro posible motivo de conflicto, el distingo entre liberación personal y liberación de sexo, también se soslayó con el surgimiento de un tipo especial de feminismo. Conocido como "feminismo compensatorio", combinaba la igualdad legal con el hombre y la protección de la mujer a causa de su sexo y las funciones precisas de éste.

Las desigualdades que las feministas de comienzos del siglo XX destacaban en su programa eran técnicas y jurídicas: los impedimentos que las privaban de ciertos derechos que los varones tenían dentro y fuera de la familia. Al mismo tiempo, no querían perder ciertas cualidades que estimaban esenciales para la mujer, ni los privilegios que traían aparejados. Privadas durante largo tiempo de capacidad intelectual y libertad de acción personal, las feministas querían afirmar su derecho a que se estimara que valían lo mismo que los hombres, pero no que eran iguales a los hombres. No veían ninguna oposición entre la igualdad en un aspecto y la protección en otro. Se habían criado en culturas que conservaban una larga tradición de reverencia por la maternidad y, sabiendo que la maternidad otorga a las mujeres cierto grado de autoridad, defendían su territorio de mujeres y madres. Al redefinir la maternidad como función social, "modernizaron" su papel de acuerdo con una situación política nueva, sin alterar ciertos aspectos del fondo tradicional de la maternidad.

Las primeras conceptualizaciones del feminismo se tiñeron de un fuerte compromiso con la reforma social, en cuanto se refería a las necesidades de la mujer. Que dichas necesidades sufrían el olvido o la negligencia de los hombres que ejercían la autoridad era obvio para la mujer obrera y, además, para las primeras profesionales que escudriñaban las leyes o visitaban conventillos o talleres que explotaban la mano de obra femenina. La preocupación feminista por los problemas que asediaban a la mujer obrera, y en particular a la madre obrera, mantuvo su importancia central durante todo el período en estudio. El análisis de cómo la participación creciente de la mujer en el mercado laboral contribuyó al cambio social y cómo adquirió importancia para las feministas ocupa el capítulo: Mano de obra y feminismo: fundamentos del cambio. Puesto que es escaso lo que se ha escrito sobre la mujer en la fuerza laboral a principios del siglo XX, era imprescindible reunir informaciones relativas a su extensión y naturaleza. ¿Tenía el trabajo femenino suficiente importancia para la familia y la nación como para merecer atención social y jurídica? é Tenían razón los feministas cuando sostenían que el trabajo validaba las pretensiones femeninas a ejercer otros derechos? Los resultados de la búsqueda de estadísticas y del intento de reconstruir el perfil de la mujer obrera urbana fueron diversos. Hay bases de comparación hasta los primeros años de 1920, pero después el cuadro se torna más difícil de reconstruir, a medida que los datos de los ministerios del trabajo y de los censos nacionales disminuyen rápidamente. Con todo, los datos disponibles señalan que la cantidad de mujeres que cumplían labores pagadas fuera y dentro del hogar era suficiente para respaldar las afirmaciones laborales y feministas en el sentido de que el trabajo femenino había adquirido la importancia económica y política suficiente para suscitar la atención del Estado. La tarea de conciliar trabajo con hogar y maternidad se convirtió en el hilo común que juntaba a la izquierda política, las feministas y los reformadores sociales liberales. Su respuesta fue un conjunto de proyectos de leyes protectoras y de medidas estatales de asistencia, algunos de los cuales, con los años, se hicieron realidad. Aun, cuando fueron muchas las partes interesadas que se opusieron a dichas leyes, el debate sobre aceptadas o no obligó a colocar el trabajo femenino en los programas de todos los grupos ideológicos después de 1940.

Las mujeres asalariadas comprendían menores de edad, mujeres solteras y madres, lo que introducía la competencia por los salarios, fuente de preocupación para los obreros varones y de un nuevo conjunto de problemas sociales. También ofrecían un reto a las leyes que ponían el salario de la mujer bajo el control de su marido. El reestudio del control legal de las ganancias de la mujer dio lugar a una re evaluación de los derechos civiles de las mujeres casadas. Además, las mujeres obreras estaban dispuestas a entrar en organizaciones laborales católicas, socialistas y anarquistas. Si bien las mujeres muy rara vez ejercieron el liderazgo en el movimiento laboral, ya en 1940 se habían convertido en un grupo laboral identificable, con demandas legítimas de leyes y políticas públicas. La necesidad de regular las condiciones y el horario de trabajo fue objeto de exploración y oportunismo en varios partidos políticos. En su calidad de parte de una familia y de madre, la mujer obrera también necesitaba atención de salud pre y posnatal, la que se amplió, luego, a todas las mujeres, cuando la salud materno-infantil se convirtió en preocupación nacional.

Ya a mediados del decenio de 1930, a las iniciativas de "vender" el trabajo femenino se opusieron iniciativas para restringirlo y el deseo persistente de muchos hombres, independientemente de la clase, de sacar a las mujeres de la fuerza laboral después del matrimonio. La ambivalencia respecto del trabajo femenino se nutría en las actitudes culturales profundamente arraigadas que definían el hogar como el espacio preferido de la mujer y veía en la calle y el trabajo externo indicios de clase baja. A lo anterior debemos agregar nuevas inquietudes en el sentido de que el trabajo en fábricas podría erosionar la moral y la salud de las mujeres y, en última instancia, ofrecer una amenaza a la familia ya la nación al causar una disminución de la fecundidad. En conjunto, la aparición de la mujer en espacios donde hasta entonces había dominado el hombre creó conflictos que exigieron la modificación, no ya de las leyes, sino de conductas y actitudes.

En su búsqueda de apoyo público, algunas feministas de clase media procuraron mejorar la imagen de la mujer obrera como una persona económicamente independiente, capaz, industriosa, que era un orgullo para la nación, a medida que se adaptaba a la modernidad. La imagen de independencia era indispensable para apoyar reformas al Código Civil y obtener la ciudadanía plena para todas las mujeres. La situación que se desprende de los datos laborales que aparecen en el capítulo: Mano de obra y feminismo: fundamentos del cambio desmiente esta visión optimista y explica por qué las opiniones relativas al trabajo femenino permanecieron divididas.

La maternidad fue otro ingrediente relevante en el montaje de una ideología especial. Las feministas del cono sur la acogieron de todo corazón como el más elevado símbolo de la condición de mujer. Los derechos de las mujeres como personas eran importantes, pero ellas nunca perdieron de vista el hecho de que las mujeres, en su mayoría, se convertían en madres y que la maternidad causaba algunos de los problemas más graves que todas encaraban. Las fatigas y los sacrificios de la madre obrera eran sólo una cara de la medalla. La maternidad exigía respeto en su calidad de servicio práctico para la nación entera. Los asuntos personales adquirían mayor importancia y significado cuando se los elevaba a la categoría de intereses nacionales. Así se introdujo el papel de la maternidad guiada por la educación, una iniciativa consciente de avanzar más allá de las funciones naturales de la maternidad para proyectar la importancia de la mujer en la tarea de criar generaciones nuevas. Educación y maternidad se conciliaron mediante la puericultura, que es el tema del capítulo: Puericultura, salud pública y maternidad.

Ningún estudio del feminismo en su contexto social puede desentenderse de la atención especial que los reformadores sociales del siglo XX prestaron al "binomio madre-hijo". Mucho antes de que el sufragio concitara su atención, las primeras feministas pugnaban por dirigir sus energías propias y las de otras mujeres hacia el mejoramiento de la salud materno-infantil. Entre los problemas sociales, el más afín a la mentalidad particular de la mujer  era el cuidado de los hijos. Las tasas alarmantes de mortalidad infantil exigían políticas públicas mejor elaboradas. Las cifras obtenidas de datos contemporáneos son imprescindibles para comprender las dimensiones del problema y por qué las feministas hicieron del cuidado infantil parte de su misión.

Las campañas en pro del cuidado infantil tenían por objetivo dotar a toda mujer de las herramientas para emprender a conciencia sus tareas maternas, pero la meta era influir en las políticas de salud y otorgar a la mujer parte de la responsabilidad que encerraba su elaboración y realización. El Primer Congreso Femenino Internacional, de 1910, y los diversos congresos sobre la infancia que se celebraron antes de 1930, definieron a la mujer como sujeto y objeto de las políticas de salud. En cuanto objetos, las mujeres ganaron más servicios en las ciudades capitales, pero ellas también comenzaron a suministrar atención de salud y atención social, luego de titularse en las primeras escuelas de enfermería y asistencia social. La presencia de mujeres en calidad de médicas, enfermeras y visitadoras sociales habla de un cambio social importante. Las nuevas carreras ampliaron el horizonte ocupacional de la mujer de clase media y brindaron a la de clase obrera la oportunidad de eludir el trabajo en la fábrica y ganar cierta movilidad social. Que la profesionalización del cuidado infantil no cambió la imagen de la mujer como criadora y cuidadora no inquietó a las feministas del cono sur. El cuidado infantil científico era un camino para salir de los consabidos y desgastados estereotipos femeninos que regían en los primeros años del siglo XX. Más importante aún, el cuidado de mujeres por otras mujeres era el supremo ideal feminista que todas perseguían sin tregua.

Frente a los problemas de las madres y niños obreros, las feministas se dieron a reestudiar las relaciones de los sexos en su base: las usanzas tradicionales que habían legado la ley y la costumbre. Varias de las primeras feministas tomaron de los anarquistas y librepensadores una preocupación por el doble criterio con que se juzgaba la conducta sexual de hombres y mujeres. El análisis de lo que era natural y lo que era una construcción social, en materias de sexualidad, y sus distintas consecuencias para hombres y mujeres eran temas que no dejaban de incomodar a algunas que se decían feministas. En esto, como en el análisis de otros temas, hubo una auto censura que delata las costumbres de la época. Pero el debate sobre madres solteras, ilegitimidad, elevadas tasas de mortalidad infantil y prostitución encerraba una acusación implícita contra las leyes y costumbres que declaraban culpable a la mujer y absolvían al hombre de toda responsabilidad.

En los capítulos: Puericultura, salud pública y maternidad y Feminismo y sexualidad: una relación incómoda, exploro diversos aspectos de la sexualidad humana que inspiraron agitados debates públicos en los años veinte y treinta, algunos de ellos dentro de la búsqueda de la igualdad de los sexos entre los feministas. El efecto emocional más intenso surgió del doble criterio moral, que cargaba a las mujeres con el peso del honor sexual y castigaba a   aquéllas que lo infringían, privándolas, a ellas y a sus hijos, de sus derechos. El análisis del doble criterio condujo a que un problema como la ilegitimidad se viera no sólo como asunto personal sino como portador de consecuencias sociales importantes que amenazaban la fortaleza de la familia y perpetuaban valores éticos injustos. Desde el punto de vista jurídico, la ilegitimidad planteaba interrogantes acerca de los derechos de las madres solteras y sus hijos. Las leyes que reglamentaban esta situación eran profundamente discriminatorias y limitaban tanto las perspectivas de los hijos nacidos fuera del matrimonio como las oportunidades al alcance de la madre soltera para ejercer sus derechos contra el padre presunto. Las feministas querían erradicar las diferencias jurídicas entre los hijos. Éste era un hueso duro de roer. Al bregar por la supresión de los estigmas sociales, las feministas se toparon con un dilema: toda ley que otorgara a la mujer la igualdad dentro del matrimonio reforzaba su posición como madre y enfrentaba a la mujer casada legítima con la que no lo era.

Otros aspectos complejos relativos a la sexualidad humana, con efectos sobre las relaciones de los sexos fueron objeto de examen en los años de 1920 y 1930. La educación sexual salió de la oscuridad. Las autoridades de salud pública la estimaban una cuestión médica y las feministas, una cuestión de ética, y denunciaban la importancia que se daba a los aspectos biológicos de las relaciones sexuales y no a sus consecuencias sociales. El debate sobre las condiciones para alcanzar el control de la conducta sexual pasó a otros ámbitos que interesaban a ambos sexos y avanzó más allá de la experiencia personal a cuestiones jurídicas y sanitarias, salpicadas de principios religiosos. Uno de los temas más controvertidos que se debatieron en los años de 1930 fue la elevada tasa de abortos, problema que iba a la par con la elevada mortalidad infantil y planteaba interrogantes morales y sanitarias muy difíciles. Si la maternidad tenía tanta importancia como experiencia personal, como forma de ganar autoridad en el seno de la familia y como medio de ganar poder en el ruedo público, é cómo explicar la realidad médica de innumerables abortos? é Qué motivos llevaban a las mujeres a dar ese paso? En esa situación había una buena dosis de ambivalencia ética y de hipocresía social. Las feministas más avanzadas comprendían que la miseria podía obligar a una mujer, casada o soltera, a recurrir a un aborto ilegal y peligroso para aliviar la carga económica de los hijos no deseados. Por otra parte, el doble criterio moral abrumaba a la mujer bajo una inmensa presión social. La casada estaba atrapada en la sexualidad de su marido sin poder eludir los embarazos no deseados. La soltera solía recurrir al aborto para proteger su honra, pues no le quedaban más alternativas que la de permanecer anónima al registrar a sus hijos o bien de asumir la plena responsabilidad jurídica y económica por ellos. La opción no tenía nada que ver con los sentimientos maternales, era una cuestión económica y de vergüenza social.

Si el aborto estaba generalizado, a pesar de su ilegalidad, ése podría dar a la mujer la opción de controlar su vida reproductiva? Pocos, incluso la mayoría de los feministas, estaban preparados para esta disyuntiva. En Chile y en Uruguay, las profesiones médica y jurídica llevaron a cabo un debate abierto, capítulo poco conocido de la historia social y de la mujer, y se jugaron por la protección de la maternidad y por el cuidado infantil. Ese resultado significó la re afirmación de las costumbres sociales tradicionales. Independientemente del grado en que las feministas comprendían el dilema de la mujer, también optaron por proteger la maternidad. Esto no causa sorpresa, pero sí refleja el mensaje feminista acerca de la ética sexual. El guión feminista de la sexualidad daba a la mujer el papel de fijar las normas y pedir al hombre que mejorara su comportamiento para ponerse a su altura. Este enfoque trajo a la palestra muchos males sociales que afectaban a la nación, pero no cambió mayormente la conducta sexual de hombres y mujeres.

El feminismo también acudió a una cita furtiva con la eugenesia como herramienta de reforma sexual y social. La eugenesia, tal como se la entendía y promovía en el cono sur, se concentraba en programas de salud pública dirigidos a combatir enfermedades que debilitaban a buena parte de la población. Así, numerosos feministas de ambos sexos apoyaban las políticas eugenésicas, porque prometían mejorar la salud de las generaciones futuras, mediante la atención de madres e hijos, la eliminación de las enfermedades de transmisión sexual y la esperanza de que los certificados prenupciales detectarían dichas enfermedades antes del matrimonio. Era dificil hacer caso omiso de promesa tan atrayente y muchas médicas de renombre, feministas o no, que abogaban por programas estatales de salud materno-infantil, también apoyaron las políticas estatales que prometían cambiar la conducta sexual masculina. Todo ello formaba parte de un amplio cambio en las relaciones de los sexos.

El análisis de la eugenesia como política no determinó ninguna ventaja para el feminismo, porque los eugenistas veían a hombres y mujeres como procreadores y las relaciones sexuales, en gran medida, como asunto de salud pública que había que vigilar. El debate acerca de los certificados prenupciales obligatorios afectó a las mujeres por cuanto puso en pie el asunto de la responsabilidad moral y sexual de los hombres en la reproducción, tema que hubiera satisfecho las aspiraciones intelectuales de ciertas feministas radicales y anarquistas de principios del siglo XX. Pero la sexualidad masculina se analizó con fines demográficos y sanitarios, en términos estrictamente médicos. Este enfoque privaba al análisis del profundo sentido de respeto por su sexo que las feministas siempre habían exigido. A los hombres se les hizo responsables de los exámenes prenupciales porque se reconocía que su sexualidad constituía el elemento "activo" en la sociedad conyugal. A las mujeres no se las examinaba porque su sexualidad era pasiva y para ser aceptable debía mantenerse privada y dentro del matrimonio. Así, el papel de los sexos no cambió.

Las relaciones de hombres y mujeres tenían otros aspectos que vinculaban lo público y lo privado dentro de la familia. El debate sobre los derechos de la mujer casada y la reforma del Código Civil comprendía el tema fundamental de la jerarquía de los sexos en la familia y era tema de privilegio entre feministas y reformadores sociales. La subordinación legal de la mujer, en cuanto esposa y madre, y la indisolubilidad del matrimonio ofrecieron al liberalismo decimonónico un blanco para ensayar sus ideas acerca de la igualdad de los sexos y la necesidad de cortar los lazos entre la Iglesia y el Estado. Las propuestas de reformar los códigos civiles, con miras a devolver a las mujeres los derechos que habían perdido al casarse, y la disolución del propio vínculo matrimonial eran graves amenazas contra la autoridad del paterfamilias y su patria potestad. Este importante capítulo de la historia del feminismo y la reforma social se analiza en los capítulos: Reforma de los códigos civiles: la búsqueda de la igualdad ante la ley y El divorcio: triunfo y agonía.

Cuando los liberales estudiaron por primera vez estos puntos, apenas veinte años después de promulgados los códigos civiles, no presentaron un ataque frontal contra el derecho de familia, sino que siguieron un camino menos amenazante, al parecer, cuestionando la autoridad del hombre en la economía política del matrimonio. Había que definir la igualdad de los sexos en el ejercicio del doble papel que se suponía correspondía a la vida de una mujer: esposa y madre. Pero puesto que las esposas y madres también pasaban a convertirse en asalariadas, su independencia económica entraba a su vez en juego. Para los abogados que prirnero estudiaron la igualdad de la mujer casada, se trataba de un derecho legal definido con justicia, que servía para corregir una situación económica ya rápidamente sobrepasada, mientras debilitaba el control masculino del hogar, en apariencia inexpugnable.

En el fondo de los extensos análisis de la ley familiar había dos asuntos: si el hogar debía tener una cabeza varonil incontestable que controlara los bienes y la conducta de la mujer y los hijos, o si se debía dejar que se perpetuara la hipocresía que encerraba el culto social de la maternidad y la realidad de que las madres carecían de toda jurisdicción sobre sus propios hijos. Socialistas y feministas presionaron para conseguir una parte de la patria potestad, asunto mucho más urgente que los derechos políticos. Las reformas del Código Civil en Argentina, en 1926, y en Chile, en 1934, representan pasos "evolucionarios" en el cambio social. Las concesiones que se obtuvieron no aseguraron la plena igualdad de los sexos dentro del matrimonio. El tema se debatió hasta las heces en Uruguay, donde el Código Civil no se reformó hasta 1946, con recalcitrante desprecio por las propuestas de Baltasar Brum, el más destacado patrocinador de los derechos civiles de la mujer, cuyo plan de reforma se contaba entre los más sensibles a las reclamaciones femeninas.

Otro ataque al Derecho Familiar, las costumbres sociales tradicionales y los papeles respectivos de los sexos fue el debate sobre el divorcio. En apariencia, se trataba de una cuestión política entre Iglesia y Estado, pero a la vez revelaba matices importantes en la interpretación del papel de los sexos en los tres países en estudio. Los apasionados debates parlamentarios, los análisis jurídicos y los escritos de sus proponentes y opositores ofrecen una rica fuente de exploración respecto de las visiones, tanto tradicionales como reformistas, de la feminidad y la masculinidad. El divorcio procuraba la igualdad de ambos sexos, no en su sumisión a la indisolubilidad del matrimonio tal como los tradicionalistas y la Iglesia la .veían, sino en sus opciones de ganar la libertad personal respecto de una relación conyugal no deseada. La posición tradicional establecía que la estabilidad de la familia garantizaba el orden social y que el sacrificio de la libertad personal salvaba las instituciones que conservaban el orden: Iglesia y familia. Argentina y Chile nunca aceptaron el divorcio durante el lapso que se estudia aquí, señal de su acendrada actitud conservadora en materia de Derecho de Familia. En Uruguay, en cambio, el Partido Colorado impuso la reforma desde arriba, de acuerdo con su propio dictado ideológico de dar a la mujer aquella libertad que sólo los feministas radicales y los anarquistas apoyaron a comienzos del siglo XX. La ley de divorcio uruguaya prestó credibilidad a la idea de separar la Iglesia y el Estado en el terreno del Derecho de Familia. En cuanto a las relaciones entre los sexos, establecía un nuevo concepto: la mujer podría disponer de una opción que el hombre no tendría. El divorcio por la sola voluntad.de la mujer era una idea revolucionaria para su época, posible solamente en un Estado pequeño que experimentaba con formas nuevas de cambio social y político. Como modelo, tuvo escasos seguidores. Chile ha concedido a hombres y mujeres la libertad cabal del divorcio sólo en el siglo XXI.

La participación de la mujer en política mediante el sufragio se considera la piedra de tope del feminismo y el cambio social, aunque se trate de una opinión debatible. En el cono sur el sufragio surgió como tema de debate en el segundo decenio del siglo. El sufragio universal masculino, vigente en los tres países al comienzo de los años veinte, comenzó a modificar la fisonomía de la masa electoral y proporcionó a los feministas, hombres y mujeres, la base que les hacía falta para alegar en favor de otorgarlo a la mujer. Hay que conocer en todos sus detalles la movilización política en favor del sufragio si hemos de apreciar los esfuerzos conscientes que hicieron las mujeres para llegar a la comprensión cabal de sus metas y conseguir el apoyo necesario para alcanzarlas. En los capítulos: Política femenina y sufragio en Argentina, Política femenina y sufragio en Chile y Política femenina y sufragio en Uruguay, se pasa revista a las diversas actividades políticas que emprendieron las mujeres de cada uno de los tres países. Aunque en el capítulo El feminismo en el cono sur: definiciones y objetivos, trazo un panorama de los trasfondos ideológicos que guiaron a las feministas en su entrada en política, estos capítulos posteriores ofrecen informaciones más precisas acerca de la labor de ciertas mujeres y organizaciones femeninas, las campañas para vencer la timidez de las mujeres y la lucha interna entre las distintas interpretaciones del activismo político feminista.

Ninguna organización habló en representación exclusiva de las mujeres ni antes ni después de series concedido el derecho a voto. En los años veinte y treinta surgieron numerosas sociedades que apelaban a una u otra de las interpretaciones feministas o de sus intereses sociales y, aun, cuando la diversidad de los grupos confirmaba la madurez de sus participantes, también diluía el efecto de sus iniciativas. Las reformas políticas por las cuales luchó un pequeño grupo de mujeres no condujeron al apoyo mayoritario de hombres y mujeres respecto del papel de la mujer en este ámbito. La retórica de la pureza política y la postura "apolítica" que ostentaban los "partidos" de mujeres obstaculizaron su asimilación a los partidos masculinos tradicionales. Los resultados de la campaña por el sufragio fueron diversos. Cuando las mujeres votaron, muy pocas fueron elegidas y aquéllas que lograron acceder a puestos públicos eran en su mayoría centristas o conservadoras católicas. La índole de las transacciones políticas no cambió mayormente. Si bien la iniciación de la mujer en la vida política del cono sur puede parecer mezquina en cuanto a cifras electorales, ella cambió a mujeres y hombres en muchos aspectos sutiles. Las mujeres feministas ganaron confianza en sí al definirse como grupo de presión participante. Su interpretación del significado político de las reformas sociales tenía importancia para ellas, lo mismo que la dirección de sus organizaciones propias y la planificación de campañas para popularizar su mensaje.

En un estudio de sufragio y movilización social, el sociólogo argentino Darío Cantón postula que el otorgamiento del derecho a voto depende de una capacidad comprobada para la participación política, en general tras luchas largas y enconadas", Las mujeres del cono sur demostraron que tenían esa capacidad, por intermedio de sus organizaciones feministas; pero renunciaron a la violencia o al enfrentamiento, y prefirieron recurrir a la persuasión. El movimiento sufragista del cono sur tuvo aspectos culturales propios que no calzan con ningún modelo que se base en la necesidad de luchar por resultados políticos. En otros análisis recientes de las actividades políticas femeninas, escritos por EIsa Chaney, Evelyn Steven y Jane Jaquette, se profundiza en los valores culturales y se desarrolla los conceptos de la supermadre y del marianismo para explicar la proyección en política del hogar, la maternidad y la sensibilidad especial de la mujer+Aunque sus interpretaciones se basan en hechos más contemporáneos, calzan con la génesis de las actividades políticas femeninas desde mediados de los años diez. El aprovechamiento amplio de una ideología de misión social, fundada en las funciones y atribuciones de ambos sexos, ayudó a las feministas de comienzos del siglo XX cuando procuraron elevarse por su propio esfuerzo y defender su participación en la vida pública. Para hacerse un lugar en política, usaron el atractivo de unas imágenes culturales sin peligro. Para ganar aceptación social, algunas feministas mostraron una determinación casi religiosa en proyectar el papel de la mujer como redentora social. Puesto que la tipificación de sexos puede resultar un arma de doble filo, en política se reforzó el estereotipo de la imagen biológica de la mujer, la que la limitaba a ciertos campos precisos de la vida pública.

En las páginas siguientes, mi propósito principal es el de destacar el mensaje que hallé en todas las actividades y escritos femeninos: el ascenso de la conciencia propia de la mujer en cuanto participante en el Estado. En reacción ante las cambiantes condiciones sociales y económicas, el feminismo mostró una diversidad de matices y profundidades, pero logró alcanzar resultados tangibles en la redacción y corrección de las leyes civiles, la interpretación de políticas sociales nuevas y la aceptación de la mujer como ente político. Es incuestionable que no todas las mujeres participaron activamente. Como los hombres, un grupo pequeño abrió el camino. Pero este grupo franqueó las barreras de clase. Comenzando con las etapas iniciales de conciencia propia, las mujeres obreras, además de las profesionales, ayudaron a elaborar un conjunto de aspiraciones declaradas que expresaban su fe en la propia capacidad de cambiar sus vidas. El feminismo no fue feudo exclusivo de la clase media, aunque se concentró mayormente en el centro económico y político. Importa también recordar que en este proceso tomaron parte hombres y no sólo mujeres, porque se encuadraba dentro de la familia y se concebía en términos de la complementación entre los sexos. Las relaciones mutuas se examinaron a fondo, por primera vez, en estos países y, aunque en la práctica no cambiaron gran cosa, no habrían de perdurar en una complacencia indemne.

Abocarse a la historia del feminismo y del cambio social en tres países, en un espacio limitado, es una tarea intimidante que yo emprendí por admiración y respeto hacia las mujeres y los hombres que primero impugnaron la justicia de estimar que la mujer es una versión disminuida del hombre. En su mayoría nos participaron más en cuanto a sus pensamientos que a informaciones personales sobre ellos mismos. Por tanto, en justicia, presto la misma atención a la elaboración de conceptos, al intercambio de ideas, al debate entre tradición y modernización, a las estrategias de movilización y al significado de las actividades, que a los logros efectivos. El análisis de aquellos elementos históricos nos devuelve la realidad de quienes contribuyeron a conseguir que el sexo y la construcción del concepto de género fueran importantes para el Estado, para la ley y para ellos mismos.

 

NOTAS

1 Véase Anna Macías, Against Al! Odds: The Feminist Mooement in Mexico lo 1940; K Lynn Stoner, From the House lo the Streets: The Urban Woman’s Movement for Legal Reform, 1898-1940; June Hahner, Emancipating the Female Sex: The Struggle for Women’s Rigius in Brazil, 1859-1940; Francisca Miller, Latin American Women and the Seardi for Social fustice.

2 Néstor Tomás Auza, Periodismo y feminismo en la Argentina: 1830-1930; Bonnie Frederick, Wily Modesty, Argentine Women Writers, 1860-1940. Sobre una visión de la nueva historiografía, véase Dora Barrancos, comp., Historia y género.

3 Darío Cantón, Universal Su./frage as an Agent o/ Mobilizaiion.

4 Eisa Chaney, Supermadre: Women in Politics in La/in America; Evelyn P. Steven, "The Prospects for a Women’s Liberation Movement in Latin América", pp. 313- 321;Jane Jaquette, "Female Political Participation in Latin América".

 

***********************************************

 

ÍNDICE

EL FEMINISMO EN EL CONO SUR: DEFINICIONES Y OBJETIVOS

Feminismo socialista Feminismo liberal

Primer Congreso Femenino Internacional y definición del feminismo liberal Feminismo: segunda fase

El papel de los sexos: feminidad y feminismo Feminismo de compensación

El feminismo como actividad política

El feminismo como reforma moral y social

 

MANO DE OBRA Y FEMINISMO: FUNDAMENTOS DEL CAMBIO

La mujer y sus cifras laborales

El trabajo femenino en Argentina: perfil estadístico Perfil ocupacional femenino en Uruguay

Perfil laboral femenino en Chile

Condiciones de trabajo

Salario y sexo

Trabajo industrial a domicilio

Protección y reforma por intermedio de la ley Regulación del trabajo industrial Regulación del trabajo a domicilio

El Código del Trabajo en Chile

Protección para las madres obreras

Leyes de protección. El problema del cumplimiento Racionaliracion del trabajo de la mujer: los pro y los contra

El trabajo como explotación de la mujer     

Trabajo, salud y honra           

El trabajo como independencia económica. Una realidad ambivalente       

Fruto amargo: ataques al trabajo femenino

 

 PUERlCULTURA, SALUD PÚBLICA Y MATERNIDAD         

La mortalidad infantil como problema sanitario y social      

El papel de la mujer en la promoción de la higiene social    

Los congresos del Niño y el culto de la maternidad  

Al servicio de la maternidad y de la niñez      

Mandato legal para la protección del niño    

 

            FEMINISMO Y SEXUALIDAD: UNA RELACION INCÓMODA        

            Mujeres, feminismo y educación sexual          

            Anarquismo e izquierda en materia de sexualidad     

            Una sola moral para ambos sexos     

            Moral única y educación sexual: el debate     

            Opiniones femeninas sobre educación sexual            

            La ilegitimidad como causa feminista            

            Medición de la ilegitimidad     

            La ilegitimidad y el reconocimiento de la paternidad            

            Defensores del cambio: las relaciones entre los sexos y la ilegitimidad

             

EL CONTROL DE LA REPRODUCCIÓN:

            ESCRUTINIO DE LAS RELACIONES ENTRE LOS SEXOS    

            Las mujeres opinan sobre la eugenesia          

            La eugenesia y la iniciativa de reforma de las leyes de matrimonio              

            Feminismo, reproducción y debate sobre el aborto  

            El aborto en Uruguay: un debate insólito      

            El debate sobre el aborto en Chile y Argentina

             

REFORMA DE LOS CÓDIGOS CIVILES:

            LA BÚSQUEDA DE LA IGUALDAD ANTE LA LEY

            Realidades en curso de cambio: reformas en estudio, 1880-1915

            La mujer habla con voz propia

Permítase que la mujer sea igual al hombre ante la ley        

La reforma de los códigos civiles, 1920-1946. Panoramas nacionales        

            Argentina         

            Chile    

            Uruguay         

 

            EL DIVORCIO: TRIUNFO Y AGONÍA           

El debate de la indisolubilidad y la solución uruguaya         

Debate en Chile y Argentina: una historia inconclusa          

El divorcio en Argentina         

Mujer y divorcio          

Los sexos en el debate sobre el divorcio         

El divorcio y la familia

             

            POLÍTICA FEMENINA Y SUFRAGIO EN ARGENTINA            

La izquierda organiza a la mujer       

La visión anarquista    

La cumbre de la campaña sufragista: 1979-1932     

La ley de sufragio: desencanto y esperanzas dilatadas

             

            POLÍTICA FEMENINA Y SUFRAGIO EN CHILE         

Definición de un objetivo político: los primeros años            

Definiciones políticas y movilización a comienzos de los años treinta          

La Unión Femenina de Chile y Delia Ducoing         

El voto municipal: a mitad del camino a la ciudadanía cabal          

Política y agrupaciones: la derecha y el centro         

Política y agrupaciones: el centro y la izquierda       

El sufragio como praxis femenina      

Agrupaciones femeninas y contragolpe masculino    

La mujer y las elecciones de 1938      

 

            POLÍTICA FEMENINA Y SUFRAGIO EN URUGUAY            

Feminismo: definición de las primeras posiciones     

Consejo Nacional de Mujeres: en busca de un lugar para el feminismo      

El decenio largo: problemas en el camino     

El sufragio: "Se lo ha ganado legítimamente la mujer" Un partido femenino: esperanzas definidas y tronchadas ¿Fin de una época? Más allá del sufragio

 

EpÍLOGO

Índice onomástico

Índice de materias

Fuentes y bibliografía          491

 


 

Enlace al libro completo, pdf, en Memoria chilena, Biblioteca Nacional de Chile: http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0066089.pdf

Más bibliografía de género en línea en Memoria chilena, "Historia, Mujeres y Género en Chile": http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3451.html#documentos


Otros artículos de la autora en este sitio

Intimidades

Recuerdos del siglo XX

Los hombres de Díos. Aproximación a un estudio de la masculinidad en Nueva España

"De su puño y letra: epístolas conventuales", en M. Ramos Medina (coord.), El monacato femenino en el Imperio español. Memoria del III Congreso Internacional sobre monjas, beaterios, recogimientos y colegios. Centro de Estudios de Historia de México Condumex. México, 1995. Documento PDF

 "Espiritualidad en el claustro novohispano del siglo XVIII". América colonial American Review, 1466-1802, Vol. 4, Nº  2, 1995, págs 155-180. Documento PDF

"Creating bonds respecting differences among feminists" , Latino(a) Research Review,5:`1 (Spring 2002), 37-50. Documento PDF 

"Spanish American Women, 1790-1850: The Challenge or Remenbering",Hispanic Research Journal: Iberian and Latin American Studies, Vol. 7, Nº 1, 2006 , págs. 71-84 (ISSN  1468-2737).  Documento PDF

"Cambiando actitudes sobre el rol de la mujer: experiencia de los países del Cono Sur a principios de siglo" en European Review of Latin American and Caribbean Studies 62, june 1997, págs. 71-92. Documento PDF


NOSOTRAS, LAS DECENTES. LA SALVAGUARDIA DE LA MORALIDAD FEMENINA EN UNA CIUDAD DE PROVINCIAS

NOSOTRAS, LAS DECENTES. LA SALVAGUARDIA DE LA MORALIDAD FEMENINA EN UNA CIUDAD DE PROVINCIAS

Beatriz Caballero Mesonero

 Universidad de Valladolid

 

Si un término marcó la vida de las mujeres españolas que vivieron bajo la dictadura franquista sin duda alguna la palabra decencia ocuparía uno de los primeros puestos en la lista. El adoctrinamiento recibido por las mujeres en este sentido para la salvaguardia de su moralidad y la del país es realmente intenso a todas las edades, pero muy especialmente en las etapas de la adolescencia y juventud por sus especiales características. Y es intenso a todos los niveles de influencia social, institucional y familiar: desde los más altos organismos de Iglesia y Estado, con Acción Católica y Sección Femenina a la cabeza como instituciones de socialización y adoctrinamiento de mujeres por excelencia, pasando por los manuales de los prolíficos moralistas de la época y demás prensa y literatura femenina, hasta la propia presión generada por el conjunto de la sociedad y la familia.

Pero, además, tratar esta cuestión en el marco localizado de la provincia de Valladolid supone agregarle a priori un componente todavía mayor de tradicionalismo heredado y de hermetismo impuesto en la que fuera denominada cuna del alzamiento nacional. El conservadurismo y el catolicismo a ultranza son condición sine que non para la sociedad vallisoletana por lo que cabría quizá pensar en una colectividad estancada que se mueve con aceptación y obediencia entre los rígidos parámetros ideológicos dispuestos por la dictadura franquista. Nada, sin embargo, puede estar más lejos de la realidad y, como veremos, existe una separación considerable entre lo que autoridades civiles y eclesiásticas consideran prácticas reprobables o comportamientos inmorales y las verdaderas prácticas sociales.

En definitiva, y a medida que se imponen las tendencias aperturistas, lo que pervive en múltiples casos es una cierta falsa moral o moral de las apariencias, que se esconde de la realidad aferrándose al ancla del pasado para no acabar con la imagen estereotipada de una sociedad idílica desacorde con la evolución de los tiempos.

 

 

 1. La población controlada: orden, modestia y rectitud

 

El apoyo que la dictadura encuentra en la institución eclesiástica, ya desde sus orígenes cuando la misma guerra civil es entendida como cruzada, refuerza y legitima el modelo franquista de mujer[1]. El respaldo que la Iglesia ofrecía al régimen fue fundamental para el sostenimiento de un férreo control social, amparado en la prédica y primacía de los valores de la sumisión y la resignación y en el adormecimiento de las conciencias ciudadanas, que siguiendo las directrices eclesiásticas habrían de estar más preocupadas por la inmoralidad del país, expresada en la longitud de los vestidos y escotes de las españolas, que por los problemas de corrupción económica o la carencia de derechos fundamentales y libertades[2].

El modelo femenino propuesto por el nacionalcatolicismo en la línea del ideal de “La perfecta casada” de Fray Luis de León, ensalzaba las virtudes más piadosas y devotas de la mujer y su función de madre y esposa ejemplar siempre sumisa ante la autoridad y jerarquía paternas. Y para cumplir este cometido las mujeres eran educadas desde niñas según un patrón de género patriarcal, falangista y tradicional que las prepara y convierte en correas de transmisión de los máximos valores de la moralidad en la que se sustenta la ideología del “Nuevo Estado”. De esta manera todos aquellos comportamientos que se saliesen de la pauta establecida serían, formal o informalmente, censurados.

Así pues, como una forma de reforzar la supeditación de la mujer al varón y prevenir conductas deshonestas, los mismos estamentos eclesiásticos pretenden controlar todas las formas de expresión de los sentimientos y las diferentes etapas por las que atraviesan las jóvenes en sus relaciones con el otro sexo, desde las presentaciones, los primeros encuentros y el cortejo, hasta llegar al matrimonio como fin supremo de toda relación[3]. El objetivo perseguido no dejaba lugar para el azar y así queda claramente expresado en las “Normas de Decencia Cristiana” sobre el noviazgo:

 

 Norma 60.Un hombre no debe tratar afectiva y asiduamente con una mujer sino con vistas al noviazgo, ni emprender el noviazgo sino con vistas al matrimonio. El flirt es un pecado ordinariamente grave.

Norma 62. Para conseguirlo, además de una intensa vida de piedad, han de procurar huir, en su trato, de la soledad y de la oscuridad. El no hacerlo suele ser pecado mortal, porque constituye un peligro tan próximo que es casi segura la caída, y fácilmente sirve de escándalo a los que lo conocen.

Norma 64. No puede aceptarse el que los novios vayan cogidos del brazo con peligro para ellos y mal ejemplo para los demás. Es escandaloso e indecente el ir abrazados de cualquier forma que sea.[4]

 

Sin lugar a dudas este mensaje tuvo amplio calado entre la mayoría de las muchachas vallisoletanas del primer franquismo, profundamente religiosas y educadas en el temor a toda clase de tentaciones[5]. Pero también es evidente que no tuvo la misma repercusión en todas las mujeres y menos aún a medida que avanza el tiempo cuando se empieza a notar un creciente relajamiento de las costumbres que choca directamente con el discurso oficial y eclesiástico. Nos encontramos entrados los sesenta con una ruptura fundamental entre el tipo de muchacha de feminidad tradicional, apegada a la casa, la religión y la familia, y las nuevas generaciones; jóvenes modernas y más cercanas a las posturas defendidas con posterioridad por el movimiento feminista que intentan adaptarse en la medida de sus posibilidades, dentro de las influencias que llegan a la ciudad, a las nuevas modas, usos y costumbres importadas de otras capitales de provincia más importantes y/o del exterior[6]. 

Es durante estos años, la década en la que se aprecia el cambio social a todos los niveles con mayor intensidad, cuando la situación que venimos analizando varía considerablemente. Ya en 1962 el vicario general del arzobispado de Valladolid informa de algunas transformaciones en este terreno:

 

En los pueblos de la provincia no se aprecia cambio notable en cuanto al ambiente religioso; generalmente se acusa falta de formación, apoyándose las prácticas religiosas más bien en la costumbre tradicional y el ambiente favorable actualmente. Comienzan a aparecer pequeños núcleos más conscientes y firmemente cristianos, debido a los Cursillos de Cristiandad y a la actividad de los grupos de Apostolado Rural de la Acción Católica. El aumento del fervor religioso es sensiblemente mayor en la ciudad, por la influencia de los cursillos y por el trabajo de la Acción Católica y de sus movimientos especializados, así como por la acción pastoral más intensa a través de la Misión General, el Apostolado Litúrgico, Cáritas, etc. Por el contrario el ambiente moral de poco tiempo a esta parte viene siendo menos favorable en la ciudad, y existe una manifiesta amenaza por la mayor libertad, que viene observándose en los espectáculos y publicaciones.[7]

 

Un asunto que va empeorando paulatinamente hasta convertirse en un verdadero quebradero de cabeza para los altos cargos eclesiásticos quienes se ven con frecuencia en la obligación de recordar a sus feligreses sus deberes cristianos y morales. Quizás una de las referencias más clarificadoras sea la declaración que los obispos españoles publican en 1971 bajo el lema “Declaración sobre la vida moral de nuestro pueblo” en la que denuncian la profunda decadencia y pobreza moral del pueblo español, analizando sus causas y síntomas y

planteando posibles remedios[8].

Los márgenes de lo que la Iglesia consideraba indecente eran realmente amplios e igual de amplios debían ser los motivos que la autoridad civil consideraba objeto de sanción: blasfemias, bailes, fiestas, cine, etc. Pero en estas cuestiones la estrecha vigilancia y los mandamientos oficiales poco tenían que ver con la realidad social y a mayores prohibiciones, mayores eran también las estrategias dispuestas para sortearlas y sin que faltara el gracejo del pueblo español para tratar de quitar fuste a las privaciones; en palabras de Umbral “el pueblo seguía inventando por su cuenta, no me beses con descaro que nos multa Romojaro, porque había gobernadores civiles especialmente empecinados en mantener la ortodoxia de los idilios cinematográficos.”[9]

 Ya desde los albores de la dictadura las distintas representaciones de los poderes públicos encabezadas por los sucesivos gobernadores civiles sostienen en Valladolid y su provincia una lucha permanente por mantener a la población controlada dentro de los estrictos baremos de lo que el régimen consideraba conductas apropiadas y decorosas[10]. Por este motivo son muy frecuentes –y una de las permanencias más anacrónicas del franquismo puesto que apenas variarán con el paso de los años para readaptarse a la cambiante sociedad- las disposiciones emitidas en el Boletín Oficial de la Provincia en las que se establecen toda suerte de prohibiciones respecto a lo que estaba o no permitido a los vallisoletanos en materia

de moralidad y buenas maneras[11]. Al igual que son ordinarios los servicios prestados por los cuerpos de seguridad en la ciudad en prevención y/o persecución de atentados contra la moral. De esta manera informa el Comisario Principal de Valladolid al Gobernador Civil en una nota de 21 de julio de 1951 de graves faltas contra la moral a causa de los baños públicos de algunos vecinos en el río Esgueva:

 

Durante la temporada de verano y desde hace muchos años, se viene utilizando para baños, el paraje denominado “Puente de Cemento” sobre el río Esgueva, del término municipal de esta Capital y a una distancia de un kilómetro de la Barriada “La Pilarica” lugar muy frecuentado especialmente en los días festivos por “parejas” las que tanto al desvestirse como al vestirse, no se recatan de hacerlo ante otras personas y sobre todo de niños de corta edad. Dada la cantidad de arbustos que existen en dicho lugar, es aprovechado para permanecer tendidos en el suelo en posturas incorrectas y a veces se les sorprende en la realización de actos inmorales.[12]

 

La distensión de las costumbres tradicionales relacionada en especial con la época estival conduce a soluciones que hoy nos parecen insólitas tales como la “Campaña pro moralidad y fe íntegra. El verano y la moralidad”, que es impulsada desde Madrid por medio de la edición o reedición de carteles, tarjetas y estampas sobre la modestia en el vestir, la decencia, el baile, los fines del matrimonio, etc., para ser distribuidas por los católicos en aquellos lugares donde se considerase que eran necesarios[13].

A pesar de lo cual, por si la intervención de nuestras autoridades públicas no llegaba a todos los ámbitos, siempre cabía la posibilidad de contar con la connivencia de algún vecino que espontáneamente se alzaba en iluminado paladín y gentil defensor del bienestar patrio denunciando las miserias e impudicias de sus congéneres. Así sucede con un vecino de la localidad de Tordesillas que en 1964 dirige una misiva al Gobernador Civil para exponer la situación de inmoralidad que con motivo de las Fiestas se vive desde hace unos años en el pueblo:

 

... han cogido costumbre los chicos menores de 16 años de edad, en cuadrillas de seis u ocho, de reunirse y arrendar una panera por los cuatro días de la fiesta y en ellas celebrar “guateques” preparando limonada y con ese motivo estar en dichas paneras todas las horas del día y de la noche cantando y bailando con tocadiscos, para lo cual llevan chicas de su misma edad y como no les dejan entrar en los bailes públicos por su edad, estar en sus guateques hasta altas horas de la noche molestando a los vecinos y dando un espectáculo inmoral. Por lo que le ruego, y le suplico que tales guateques, les debe prohibir, no consentirlos, no tolerarlos no permitirlos por el bien de la juventud y de la moral.[14]

 

Un ejemplo que no es sino un exponente más del grado de reaccionarismo potenciado por Régimen e Iglesia en la mentalidad de los vallisoletanos y del profundo conflicto generacional manifiesto a través de la creciente emancipación de nuestra juventud que se adapta con fuerza a los modelos contraculturales importados del extranjero.

La propagación de locales de ocio y esparcimiento (boîtes, clubs,..) es considerada en un “Informe sobre la situación moral de la juventud en Valladolid”[15] fechado en el año 68 un importante peligro corruptor para la juventud; aún a pesar de las constantes gestiones policiales para impedir la entrada de menores y controlar las condiciones de los locales a los que se describe como verdaderos antros de perdición:

 

...locales pequeños, recogidos, interiores o sótanos, con decorados provocativos, con iluminaciones invitando a la intimidad de las parejas, permaneciendo siempre en una penumbra amparadora de todo extravío sexual, en los que normalmente nunca se encuentran más de tres o cuatro parejas, ambiente propicio para considerarse aislados y libres para sus expansiones eróticas, amenizadas con músicas de ritmo excitante...[16]

No obstante, según se desprende de dicho informe, a nivel general el comportamiento de los vallisoletanos en público es bastante correcto a pesar de que hay algunas cuestiones morales que sería necesario corregir tales como aquellos casos en los que "la honestidad y recato de la mujer deja mucho que desear, con sus exhibiciones en terrazas y establecimientos, debido en parte a la moda de las faldas cortas"; también son considerados reprobables algunas formas en las que las parejas circulan por las calles y paseos, así como manifestaciones de mayor intimidad en bancos de parques y jardines, salas de espectáculos y en especial "en lugares retirados o de las afueras escogidos por las parejas de novios para sus expansiones, generalmente después de la puesta de sol". A pesar de lo cual parece que la población comienza a acostumbrarse a las transformaciones introducidas en las modas y maneras de conducirse de la juventud  y va decreciendo el rechazo de los más pudorosos hacia estos temas. No obstante, no es tanta la liberalidad en la que discurría la vida en la ciudad, si consideramos la denuncia que en el mismo informe se hace de la inmoralidad resultante de la disposición de prendas femeninas en algunos escaparates comerciales, de algunas publicaciones de ilustraciones eróticas o casi pornográficas, del peligro social que supone el incremento de la homosexualidad, o de la pésima calificación en lo moral de la mayor parte de las obras y revistas teatrales y películas.

Realmente es significativo el valor que desde las autoridades civiles y eclesiásticas se atribuye a los medios de comunicación como transmisores de las más perjudiciales formas de libertinaje[17]. El cine resulta un revulsivo fundamental en la modificación de las costumbres en general y tuvo especial relevancia en la evolución del modelo de mujer en particular; tanto por lo que se refiere a la imagen y el estereotipo femeninos transmitidos desde las pantallas, como por lo que respecta a la influencia de éstas mujeres “de cine” en la vida cotidiana de millones de mujeres españolas que esconden íntimos deseos de asemejarse a los prototipos cinematográficos[18].

 

 

2. De meretrices y otras malas mujeres: la labor del Patronato de Protección a la Mujer

 

             Mantener controlada la situación de la prostitución en la provincia, mediante su regulación y vigilancia, constituye otra de las grandes preocupaciones de los poderes públicos y eclesiásticos para la salvaguardia de la moralidad establecida.

A este respecto, hasta mediados los años cincuenta se consigue mantener la misma situación de doble moral que era aceptada en otros muchos órdenes de la vida de los españoles, puesto que al tiempo que es tolerada y controlada por el régimen como un mal necesario, su ejercicio se reviste de un discurso condenatorio, apoyado por la Iglesia, que legitima las decisiones del “Nuevo Estado” de cara a la opinión pública. Como manifiesta Jean-Louis Guereña “en una sociedad “cimentada en el sillar firmísimo de la familia cristiana”, el burdel seguía siendo considerado claramente como una pieza esencial del orden moral, la salvaguardia de la virginidad femenina y la tranquilidad de las familias cristianas”[19].

La población vallisoletana quedaba de esta manera sometida también a un estricto control social[20] en cuanto a su moralidad sexual se refiere, bajo la consigna de los nuevos valores patrios y la erradicación de todo tipo de conductas desviadas de las pautas de comportamiento oficiales. Perseguir y eliminar los rastros de discrepancias se convierte en una prioridad para nuestros gobernantes, quienes en lo tocante al tema de las “mujeres públicas” canalizarán buena parte de sus esfuerzos correctores a través del denominado Patronato de Protección a la Mujer.

            Restablecido por decreto de 6 de noviembre de 1941[21], el Patronato constituyó otro más de los aparatos ideológicos empleados por el franquismo como mecanismo represivo encargado de proteger, corregir y regenerar a la sociedad y a aquellas desgraciadas mujeres que habían caído en un estilo de vida degenerado. Su fin último no era otro más que lograr la “dignificación moral de la mujer, especialmente las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica”[22].

            Pero será a partir de la Ley de 20 de diciembre de 1952 cuando quede definitivamente regulado como organismo o institución dependiente del Ministerio de Justicia, con plena capacidad jurídica y amplias funciones con respecto a las disposiciones legislativas anteriores. A partir de este momento el Patronato se encargará de la protección de la menor de 16 a 21 años, o bien -ampliando la minoría de edad- hasta los 25 en ocasiones especiales. La finalidad de este organismo será la de velar por la moralidad pública y en particular por la femenina, para lo que específicamente deberá, entre otras medidas, proteger a la juventud femenina y a todas aquellas mujeres expuestas a ambientes moralmente nocivos o peligrosos; “instar al descubrimiento y castigo de los hechos delictivos o de las contravenciones de las normas de policía que se relacionen con la corrupción y tráfico de menores y del conocido con el nombre de “trata de blancas”; con la producción, importación y circulación de publicaciones pornográficas o que tiendan a divulgar las prácticas abortivas o anticoncepcionistas y, en general, cuantas afecten a la moral católica y a los demás fines del Patronato”; proceder al internamiento y regeneración de las llamadas “mujeres caídas” en establecimientos adecuados para tal fin; y, al mismo tiempo, mantener contacto y relación con otros organismos, nacionales o internacionales, que persigan sus mismas o similares metas[23].

            En Valladolid, el Patronato estaba representado por una Junta Provincial[24], dependiente a su vez de la Junta Nacional, y similar al resto de las cincuenta Juntas provinciales o locales -con función consultiva y decisoria- que representaban al Patronato por toda la geografía española bajo la presidencia honorífica de Doña Carmen Polo de Franco[25].

La financiación del Patronato para el desempeño de su labor correrá fundamentalmente a cargo de los presupuestos generales del Estado canalizados a través del Ministerio de Justicia, puesto que a pesar de que se contempla por la ley del 52 la posibilidad de recibir aportaciones extras provenientes de ayudas o subenciones varias e incluso el hecho de que los padres de las internas corran con los gastos de sus hijas, la realidad fue que las aportaciones provenientes de estas vías solían ser mínimas y los problemas de financiación de la Junta Provincial una cuestión recurrente.

Por lo que se refiere al funcionamiento interno del Patronato, las jóvenes que estaban bajo su tutela podían acceder a esta regeneración por cuatro cauces diferentes confiadas a él por los Tribunales, particulares u otras autoridades: en casos de prostitución, corrupción, etc. las jóvenes solían ser recluidas por mandato judicial; en otros casos las menores eran recogidas de las calles, por hallarse huidas de sus casas, o por encontrarse en establecimientos de dudosa moralidad, y trasladadas al Patronato por la policía; también podían ser internadas por sus propios padres sobrepasados por las conductas excesivamente rebeldes de sus hijas o temerosos de posibles perversiones o peligros; o bien podían ingresar por voluntad propia y en estos casos el Patronato pasaba a suplir las funciones de la familia actuando como una verdadera familia legal.

Una vez que las jóvenes, por cualquiera de estos cauces, quedaba bajo la supervisión del Patronato lo normal era su ingreso en uno de los centros a disposición de esta institución. Para su funcionamiento el Patronato disponía de un escaso número de instituciones propias, por lo que dependía de otra serie de instituciones colaboradoras y auxiliares que por regla general estaban en manos de congregaciones religiosas de Adoratrices del Santísimo Sacramento, Oblatas del Santísimo Redentor, Religiosas del Buen Pastor o Trinitarias[26].

En el caso vallisoletano estas tareas de auxilio a la labor del Patronato recaen principalmente en la obra de religiosas Adoratrices y Oblatas, aunque por los constantes problemas de espacio (o la carencia de medios de reeducación apropiados) se hiciera necesario con frecuencia el traslado de tuteladas a colegios o establecimientos de corrección de otras provincias cercanas. A 31 de diciembre de 1963 están recluidas a disposición de la Junta Provincial un total de 57 mujeres repartidas por diferentes provincias: 24 en Adoratrices y 13 en Oblatas de Valladolid; otras 13 en Nuestra Señora de la Almudena, Nuestra Señora del Amparo, Residencia Peña Grande, y otros sitios de Madrid; 3 en el Hogar Femenino María Inmaculada de Salamanca; 1 en el Refugio Nuestra Señora de Fátima de San Sebastián; 2 en Nuestra Señora de Covadonga en Oviedo y 1 con las Oblatas de Segovia[27].

La tarea encomendada a estas comunidades religiosas consistía fundamentalmente en una labor de recatolización y formación, a través de las que se buscaba encauzar la senda vital de estas muchachas desorientadas. Con estos fines, y para lograr una pronta recuperación de las internas, el colegio Nuestra Señora del Pilar dependiente de las religiosas Adoratrices de la capital organizaba en la década de los sesenta cursos de formación intensiva profesional, en colaboración y con la subvención del servicio de Promoción Social Obrera del Ministerio de Trabajo[28]. Cursos que, a pesar de que se reconoce que no estuvieron exentos de problemas, servirían para enseñar a las jóvenes el desempeño de una profesión que les permitiese abandonar la situación de internamiento en la que se encontraban y volver a salir a la calle contando con una manera honrada y digna de ganarse el sustento superando su indisciplina anterior. Eso sí la capacitación que se ofrece a las jóvenes tuteladas entra dentro de los cánones de lo que en la época se consideran profesiones adecuadas para la mujer y los cursos ofertados son de las especialidades de peluquería, maquinista de punto, cocineras-reposteras, etcétera[29].

A pesar de que no existe excesiva documentación acerca de la labor del Patronato en Valladolid, los informes existentes son explícitos a la hora de mostrar las dificultades a las que tenía que enfrentarse la Junta Provincial para el desempeño de sus funciones cotidianas. De esta manera, la carencia de medios es una constante reiterada en sucesivos informes. El principal problema que se le presenta a la Junta Provincial para su buen funcionamiento viene a ser la falta de “casas de familia” donde pueda acogerse a las tuteladas “con lo que se lograría además de poder ser controladas, el que recibiesen instrucción y consejo para desenvolverse con normalidad a la salida del internado”. Y la solución que se plantea, a semejanza del éxito ya obtenido en otras provincias españolas, consiste en la construcción de una Casa Hogar o Casa de Familia, donde las muchachas encuentren un refugio “que les ponga a cubierto de los peligros de la ciudad”. Aunque, por el momento, la única salida a los problemas de espacio de esta institución se limite al proyecto de construcción de un Hogar para Mujeres Jóvenes, cuya ejecución estaba prevista dentro de las medidas del Plan de Desarrollo[30].

Pero las deficiencias no se limitan a los medios materiales, sino que el personal técnico con el que se cuenta es también insuficiente para atender debidamente la demanda y los servicios del Patronato. No son bastantes los profesionales contratados para desarrollar las funciones de custodia y rehabilitación de las jóvenes tuteladas, ni el número de visitadoras sociales y asistentes sociales, y por ello resulta fundamental para el mantenimiento del sistema la inestimable colaboración de las órdenes de religiosas. La principal dificultad de la Junta para el desarrollo normal de sus actividades durante el año 75 fue precisamente la carencia de asistente social encargada de gestionar el Centro de Observación y Clasificación (COC) de la calle Renedo, lo que impedía la realización de importantes estudios acerca de las características y la condición de las jóvenes que se internan en este centro[31].

            Con la información de que disponemos únicamente podemos reconstruir con cierta continuidad la labor desempeñada para el Patronato en Valladolid a partir de los años sesenta coincidiendo con el pleno apogeo del desarrollismo en la ciudad, lo que contribuye en buena medida a ejercer de foco de atracción para la emigración de jóvenes mujeres que acuden a la capital en busca de mejoras socio-laborales y en ocasiones como un medio de escapar de la opresiva atmósfera que les ofrecía el mundo rural tradicional.

 

 

 Fuente: Elaboración propia a partir de los informes de la Junta Provincial del Patronato de Protección a la Mujer.

 * entre las resoluciones más usuales de las llevadas a cabo por el personal de la Junta del Patronato se encuentran sin duda los internamientos-externamientos de las muchachas, pero también se adoptan según los casos otra serie medidas de vigilancia tutelar, denuncias ante las autoridades judiciales o gubernativas, informes al juzgado o a otras Juntas patronales, traslados a disposición del Tribunal Tutelar de Menores, o casos en los que el patronato se encuentra en la imposivilidad de intervenir por no comprobarse vida inmoral, por negativa de los padres, por contraer matrimonio, etc.

 

            Aunque carecemos de una serie temporal completa, que nos permitiera realizar un seguimiento más riguroso de las actividades llevadas a cabo por los servicios de la Junta del Patronato, nos parece interesante adjuntar también los datos contenidos en el informe del año 1975[32], donde se especifican detalladamente las labores realizadas por el personal adscrito a la misma y que nos permiten constatar cómo la misión del Patronato continúa muy vigente aún en el ocaso de la dictadura.

 

 

La empresa de la Junta del Patronato en la ciudad se realizaba en estrecha colaboración con la Jefatura Superior de Policía, quienes la mantenían puntualmente informada acerca de los casos de mujeres de mala reputación sobre las que el Patronato pudiera desplegar su función tutelar (aportando su nombre, edad, lugar de nacimiento y procedencia, ciscunstancias familiares y profesionales); y viceversa la Junta se encargaba de denunciar ante la policía a proxenetas o encubridores de este comercio carnal en la ciudad. Así, queda constancia de esta reciprocidad en el informe enviado por la Junta Provincial del Patronato para la confección de la memoria del Gobierno Civil del año 68 por medio de las denuncias presentadas ante el fiscal de la Audiencia Territorial por haberse descubierto una red de trata de blancas y un chalet en las inmediaciones de la capital donde se ejercía la prostitución[33].

Pero lo cierto es que a la hora de valorar la realidad de la prostitución en Valladolid las versiones de las autoridades gubernativas y de la Junta del Patronato coinciden al entender que las medidas legislativas adoptadas hasta el momento estaban dando sus frutos, al menos en el terreno de controlar la prostitución más expositiva y abierta[34]. A juicio de los poderes públicos el Decreto-Ley abolicionista de 3 de marzo de 1956[35] y las revisiones del Código Penal  -Decreto de 28 de marzo de 1963- han resultado suficientes para paliar esta situación. Como se expone en la memoria del Gobierno Civil de 1962 por lo que se refiere a este tema “ha desaparecido la prostitución en lo que tenía de explotación a la mujer y su carácter profesional desapareciendo los prostíbulos” [36]; lo cual no significa que no se continúe practicando en pensiones y otros establecimientos públicos de forma encubierta.

Esta prostitución clandestina continúa vigente y perseguida desde los tiempos de la posguerra, cuando al no existir aún condena expresa de la misma dentro de una política reglamentarista, no se juzgaba como delito su práctica sino el incumplimiento de los requisitos para desarrollarla, esto es, que se ejerciese en recintos cerrados, en casas de citas o meublés y siempre por mayores de edad. No obstante, pese a existir posibilidades de regulación para las prostitutas, éstas optaban por no matricularse en las casas toleradas y preferían trabajar “por libre”, escapando de las limitaciones por edad, de los recintos establecidos y de los obligatorios controles sanitarios para el desempeño legal de esta profesión[37], lo que arroja cifras aproximadas de 80 detenciones semanales allá por 1952[38]. Estas prostitutas clandestinas serían juzgadas como detenidas gubernativas y apartadas de la calle por un periodo de entre quince días y dos años, y en algunos casos pasaban a depender de la Obra de Redención de Mujeres Caídas[39] que se encargaría de su reclusión y adoctrinamiento en conventos, cárceles o reformatorios.

De los 349 expedientes de detenidos gubernativos en la provincia recogidos entre 1947-49 y a los que hemos podido tener acceso, diecisiete corresponden a mujeres denunciadas, arrestadas o detenidas por atentar contra la moral pública o ejercer la prostitución clandestina; en la mayor parte de los casos son denunciadas a las autoridades por sus propios convecinos con ninguna otra base probatoria que el mero chismorreo. Este es el caso de cuatro mujeres de la capital arrestadas en mayo de 1948 durante quince días (exp. 949-952) en respuesta a la denuncia formulada por los vecinos de una casa de la céntrica calle Portugalete; se trata de tres mujeres de 25, 26 y 38 años, “sin ocupación y de pésima conducta”, alojadas en el domicilio de una viuda de 51 años, que “desde el fallecimiento de su esposo y según informes practicados por la policía sobre personas que conocen su vida y costumbres, hace una vida desprovista de todo principio de pudor y recato, apareciendo como una mujer “de la vida”, como demuestra su asistencia con otras mujeres de mala reputación a bares y cafés y sus paseos por la vía pública con su querido”. Asimismo, y para mayor escándalo de la vecindad, se cuenta cómo su vivienda ha sido convertida en la antesala de un verdadero prostíbulo donde se acoge a mujeres de vida irregular que acuden allí por la noche, en ocasiones ebrias y en compañía de varones, ocasionando importantes molestias a la vecindad por sus voces y faltas a la moral. Destaca además en este proceso un detalle que es revelador del papel activo que la policía jugaba también en la vigilancia de la moralidad general y la regeneración de estas mujeres, puesto que se manifiesta como en varias ocasiones el comisario ha intentado favorecer otras salidas para las detenidas apercibiendo a la viuda a cambiar su forma de vida y conducirse dignamente[40].

Precisamente es esta variante de la prostitución la que más preocupa a la Junta Provincial del Patronato una vez que están teniendo éxito las disposiciones sobre la misma y el cierre de las casas dedicadas a este tráfico. Y así lo hacen constar en un completo informe presentado el 9 de marzo de 1964 por el vicepresidente de la Junta en el que se analizan detalladamente las influencias favorables y desfavorables que han ocasionado las medidas legales adoptadas respecto a la evolución de la prostitución en nuestra ciudad[41].

En dicho informe denuncian la persistencia de dos tipos de prostitución que denominan genéricamente alta y baja prostitución. Por alta prostitución entienden aquella que se desarrolla fundamentalmente dentro de hoteles, incluidos los de categorias superiores, a los que las parejas acceden libremente y sin ningún tipo de cortapisas y puesto que “como el sistema de alojamiento en hoteles y pensiones no exige la presentación de documento alguno que acredite el vínculo existente entre las personas, es fácil eludir la responsabilidad”. De ahí que desde la Junta se proponga como medida cautelar la posibilidad de que “aún cuando resultara un poco molesto para los viajeros y pensando en más elevados fines”, fuera obligatoria la presentación del Libro de Familia o de algún otro documento a través del cual se justifique su condición matrimonial; de tal forma que, además, serían sancionados los propietarios de los establecimientos que no cumplieran con estos requisitos de control. Esta modalidad más encubierta y menos publicitada incluiría la prostitución encubierta ejercida por jóvenes clientas habituales de cafeterías, boîtes y clubs nocturnos, artistas profesionales o componentes de grupos artísticos que actúan en Salas de Fiestas –dos al menos en conocimiento y vigilancia policial- y que complementan su economía por estos medios[42].

En cuanto a la baja prostitución sería aquella que se concentra y sigue desenvolviéndose principalmente en los antiguos barrios donde existían prostíbulos establecidos; con la salvedad de que, al cerrarse aquellos, ha disminuido la concentración de mujeres en un único local y ello ha promovido la agrupación de pequeños grupos de dos, tres o cuatro mujeres – muchas de ellas, pese a su edad, antiguas mancebas de los prostíbulos clausurados - que continuan practicando su oficio en viviendas particulares.  Concretamente, según se desprende del testimonio recogido por la Junta:

Hay en esta situación un número considerable de prostitutas, y cuando se las señala que en estas casas se ejerce la prostitución, alegan que no, que a dichos pisos solamente sube el amigo particular de cada una de ellas, siendo lo cierto que acuden otros individuos. Hay horas durante el día en que fácilmente puede encontrarse en las calles de estos barrios bajos un considerable número de prostitutas, y más concretamente en los bares enclavados en los mismos, donde de hecho existe una activa contratación entre hombres y mujeres de mal vivir.

Otros espacios que también se han comprobado propicios para el frecuente desarrollo de estas prácticas eran los reservados de bares, establecimientos tolerantes o incluso abiertamente encubridores de este tráfico, o merenderos situados en el extrarradio, y que por este motivo estaban menos sometidos a la inspección policial[43]. Estás prácticas se consumaban en especial en horario nocturno, en muchos casos dentro del propio vehículo con el que se acude a la cita o en su defecto en el campo, y con carácter cada vez más frecuente en pensiones y hoteles donde la Junta denuncia un “alarmante incremento y peligro en el ejercicio de la prostitución”. Una generalización de este tráfico dentro del creciente mundo de la hostelería que se considera realmente una amenaza para la protección de la moralidad provinciana puesto que en esta industria “los escrúpulos sucumben ante los fáciles beneficios” y ello genera “un ambiente muy propicio por ofrecer garantías de cierta reserva” para el desenvolvimiento de una furtiva prostitución[44].  

De esta forma una situación que de cara al exterior pudiera parecer una victoria de los poderes públicos capaces de erradicar este tráfico de mujeres escondía una realidad sumergida bien distinta y contra la cual los métodos de lucha y represión no resultaban tan eficaces. Por este motivo, en un ejercicio de autocrítica y como un medio para intentar desarrollar y mejorar el papel encomendado a la Junta Provincial el informe del año 64 culmina con un repertorio de medidas y de situaciones a corregir:

 

... mayor vigilancia e inspección de los locales de diversión nocturna, que referidos a nuestra capital son pocos, pero carecen de un control sumamente necesario, ya que la mayor parte de las jóvenes que tutela el patronato han sufrido su caída precisamente en los reservados de dichos establecimientos, los cuales por otra parte se hallan provistos de pasadores que permiten el cierre de los reservados, cosa que debe evitarse a toda costa. Surgido un gran incremento en cuanto a recepción de parejas en pensiones y hoteles se refiere, sería conveniente insistir a los propietarios a fin de que se abstuvieran de admitir cualquier clase de parejas que infundan sospechas e incluso que solicitaran algún justificante de la situación familiar de las mismas. Se impone una mayor eficacia en la represión de los lamentables espectáculos nocturnos y diurnos relativos a la compostura de las parejas, que afecta a la moralidad pública y es un semillero de males mayores[45].

 

            Sin embargo, lejos de resolverse estos problemas que tanto perturban a los guardianes de las virtudes de nuestros ciudadanos, a medida que pasan los años tienden a recrudecerse, hasta el punto que el cometido inicial del Patronato queda superado por la realidad social del momento. Se hace imprescindible entonces una reformulación de sus funciones y medios de actuación que permitan adecuar la institución al ritmo impuesto por la adopción de nuevas costumbres y moldes mentales.

 

…en esta ciudad ha seguido en escala ascendente la pauta marcada durante los últimos años por la excesiva libertad de costumbres en la juventud, prodigándose la asistencia a los clubs en sesiones nocturnas de jóvenes menores de 21 años, e incluso de 18, con el consiguiente quebranto de la moralidad femenina, ansiosa de desenvolverse y disfrutar de esos medios, acentuándose más el peligro en las jóvenes de las esferas sociales más modestas, que no disponiendo de medios económicos propios –la presencia en estos clubs resulta cara- se acogen a la invitación de muchachos de superior posición, hipotecando así su personalidad[46]-

 

Máxime cuando existe poca colaboración por parte de los progenitores y las familias para que la vida de sus hijas discurra encauzada por el camino de la rectitud y la virtud, siguiendo la travesía marcada por el retrógrado modelo femenino que se pretende seguir sosteniendo por parte de las autoridades franquistas.

Los padres, que antes ofrecían resistencia a esta nueva apertura de costumbres, dificultando su rápido progreso, han terminado por claudicar, adoptando una posición de conformismo, y las salidas nocturnas de las jóvenes, que hace años parecía intolerable en el ambiente familiar, se ha hecho ahora corriente en la vida de costumbres, con evidente peligro para su moralidad, aunque se invoque que ahora existe una mejor preparación para defenderse en la vida[47].

De ahí que, desde el mismo Patronato, se reconozcan las crecientes dificultades a las que ha de hacer frente contando con unos medios de acción que no son los adecuados para los nuevos tiempos y se reclame por ello un “profundo estudio de reformas en los sistemas” a través del que se logre sortear el importante desequilibrio con el que se encuentra en la actualidad. Aunque, a pesar del pesimismo que se trasluce por las disfunciones y el deterioro de la organización, sigue existiendo un poso de confianza en los poderes civiles para su recuperación a la espera de un nuevo anteproyecto de Ley encargado de actualizar las normas fundamentales por las que se rige esta institución[48].

Pero no sólo los medios del Patronato resultan ineficaces para mantener controlados los hábitos sexuales de las nuevas generaciones de muchachas que se empapan de aires modernizadores, sino que similares males afectan a la actuación de la misma policía en la vigilancia y represión del comercio carnal. Aunque según se manifiesta desde Jefatura a la altura de 1968 no es excesivo el número de prostitutas en función del total de población, su control o extirpación se hacen prácticamente imposibles. En casos de vigilancia policial extrema, las prostitutas tienden a trasladarse a zonas o ciudades donde la tolerancia sea mayor con lo que no se termina con el problema; así como tampoco surten efecto las medidas usuales consistentes en la imposición de sanciones pecuniarias, arrestos gubernativos o propuestas de aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes, que según el informe policial no vendrían más que a agrandar el problema de reinserción de estas mujeres. Examinado el historial de las detenidas y sancionadas en este año por prácticas de prostitución y que reproducimos a continuación, no podemos por menos que llegar a las mismas conclusiones que se plantean desde la Jefatura de Policía, esto es, la práctica inoperancia de los métodos cohercitivos aplicados en estos casos.

 

 

Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del Informe sobre la Situación Moral de la Juventud. Año 1968.

 

La política propuesta como alternativa, en un planteamiento muy actual, parte de un análisis de la condición sociológica de las prostitutas, en su mayor parte mujeres inadaptadas socialmente y carentes de formación moral y cultural, que en muchas ocasiones tienen que mantener una familia propia y que además sufren el rechazo de la comunidad que las margina y destierra de otras posibles salidas laborales. De poco o nada sirve entonces su apartamiento de las calles, si tras su puesta en libertad no se les ofrece otra salida que incurrir de nuevo en el vicio. De ahí que se ambicione "una labor educativa, de mayor comprensión humana y caridad cristiana por parte de la sociedad", como método mucho más efectivo para la regeneración de estas mujeres[49].

 

3.  A modo de conclusión.

 Recorrer algunos de los mecanismos e instituciones de control y sometimiento empleados por los poderes civiles y eclesiásticos, nos ha permitido ver el elevadísimo grado de ingerencia y de coacción al que estaban sujetos los vallisoletanos, y en particular sus mujeres, en todos los órdenes de su vida. En el mundo del ocio, la moda, los sentimientos, las relaciones de pareja y sexuales, prácticamente todo era considerado pecaminoso y entrañaba terribles peligros para el desarrollo de la personalidad femenina. Bajo el punto de vista de nuestras más altas jerarquías, las vallisoletanas del franquismo no son dueñas ni de su tiempo, ni de su espacio, ni de su mente, ni siquiera de su propio cuerpo. Se mueven en un terreno espacial acotado dentro de la esfera privada, que ni siquiera pueden considerar absolutamente propia puesto que dentro de ella han de comportarse igualmente siguiendo unos cánones establecidos de antemano, y en caso de dejarse asomar a la esfera pública son severamente reprendidas por adoptar comportamientos indecorosos en toda mujer que se precie de ser buena madre, buena esposa y buena cristiana.  Nada podía haber peor, sin embargo, que caer en las redes del lenocinio, donde tampoco las mujeres escapan de esas relaciones de poder, siempre interesadas, que al tiempo que las discriminan las utilizan. Mantener a las mujeres profundamente adoctrinadas resultaba fundamental para la supervivencia de un sistema y un discurso ideológico patriarcal y jerárquico como el franquista. A pesar de lo cual hemos comprobado cómo el transcurso del tiempo trae consigo un trascendental desfase entre este discurso tradicionalista y sacralizador que se pretende inmovilista, mantenido por el Nuevo Estado y la Iglesia católica, y la realidad social de los vallisoletanos cambiante en el tiempo y el espacio, al igual que las relaciones de género. Progresivamente se van sentando las bases de una nueva moral popular que, en contradicción con la oficial, será la que acabe triunfando a medida que las provincianas modosas y piadosas del primer franquismo vayan ganándole terreno a su propia vida hasta ser relegadas por las nuevas vallisoletanas protagonistas del futuro democrático.

 ************************************************************

ARTÍCULO PUBLICADO EN: VII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Santiago de Compostela, 2004, CD-ROM (ISBN 84-9750-376-7).

**********************************************************

LA AUTORA

Beatriz Caballero Mesonero (Valladolid, 1978), es licenciada en Historia por la Universidad de Valladolid, España. En la actualidad ultima su tesis doctoral bajo el título de "La mujer ante el cambio social en Castilla y León durante el franquismo: el caso vallisoletano (1960-1975)".

PUBLICACIONES

***"Algunas consideraciones acerca de la historiografía de la historia de las mujeres", en FORCADELL, C.; FRÍAS, C.; PEIRÓ, I. y RÚJULA, P. (coords), Usos públicos de la Historia. VI Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Zaragoza, 2002, vol.1, 351-363.
***"El Género: reflexiones desde la Historia", en XII Jornadas de Filosofía: Igualdad y género. Reflexiones desde la ética y la filosofía política. Universidad de Valladolid, Valladolid, 2003, (en prensa).

***"Algo viejo, algo nuevo y algo azul: vallisoletanas en el franquismo (1959-1975)", V Encuentro de Investigadores del Franquismo, Albacete, 2003, CD-ROM.

***"Nosotras, las decentes. La salvaguardia de la moralidad femenina en una ciudad de provincias", en VII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Santiago de Compostela, 2004, CD-ROM (ISBN 84-9750-376-7).

***"Esposa y madre en la vida: Trabajo y conflictividad femenina en el Valladolid tardofranquista", en Actas del Congreso: La transición de la Dictadura Franquista a la Democracia, Barcelona, (en prensa).

***"Relaciones laborales y de género en el franquismo. Mujeres trabajadoras en una ciudad en transformación, Valladolid (1955-1975)", en XIII Coloquio Internacional de A.E.I.H.M. Barcelona (pendiente de publicación).

***"Historia de las Mujeres e Historia de Género. Teoría, metodología y balance académico", Universidad de Valladolid, 2002 (pendiente de publicación).

**********************************************

Para dirigirse directamente a la autora: beacm@fyl.uva.es

**********************************************

  NOTAS

[1] Para precisar las características de este modelo véase: Geraldine M. SCANLON, “La mujer bajo el franquismo”, Tiempo de Historia, nº 27, año III, pp. 4-24; María del Carmen AGULLÓ DÍAZ, “Transmisión y evolución de los modelos de mujer durante el franquismo (1951-1970)”, en J.M. TRUJILLANO SÁNCHEZ y J.M. GAGO GONZÁLEZ (eds.), Historia y Fuentes Orales. Historia y memoria del franquismo, 1936-1978. Actas IV Jornadas. Ávila, octubre, 1994, Ávila, Fundación Cultural Santa Teresa, 1997, pp. 491-502.

[2] La cuestión de la moda y el vestido de las mujeres se mantuvo durante todo el franquismo como una permanente obsesión para la institución eclesiástica. De tal forma que son numerosas las ocasiones en las que desde diversos cargos religiosos se emiten disposiciones recordando a las mujeres su compromiso para con el recato y la modestia en el vestir. El Boletín Oficial del Arzobispado de Valladolid (en adelante BOAV), nº 8, 12 de junio de 1950, supone un buen ejemplo a este respecto al recopilar en un mismo número una circular del arzobispo de 10 de junio de 1950 sobre la inmodestia en los vestidos femeninos y ciertas expansiones estivales, una instrucción de la Sagrada Congregación del Concilio sobre el modo deshonesto de vestir de las mujeres de enero de 1930, y el compendio de Reglas particulares de modestia, tomadas de la pastoral colectiva “Justicia y Castidad” elaborada por los prelados de la provincia eclesiástica de Valladolid en agosto de 1941, pp. 137-144.

[3] Son obligatorios para los jóvenes católicos los cursillos prematrimoniales que las parroquias ofrecen en capital y provincia, coordinados por el Centro Diocesano de Formación Prematrimonial, como el que la Acción Católica organiza en Tudela de Duero bajo el programa: “Situación de los jóvenes ante el matrimonio”; “El noviazgo”; “Psicología masculina y femenina”; “Dios es nuestro padre, Jesucristo nuestro amigo”, y “Preparación de la misa del Domingo”. BOAV, nº 4, abril de 1967, pp. 130-131.

[4] Assumpta ROURA, Nosotros, que nos quisimos tanto. El libro de los que fuimos jóvenes, Barcelona, Planeta, 1996, p. 139. La Comisión Episcopal de Ortodoxia y Moralidad emite en 1959 las llamadas “Normas de Decencia Cristiana”, que no son sino un compendio de cánones de comportamiento admitidos en cuanto se refería a la vida familar, las relaciones de pareja, con los hijos, los sirvientes, desde el completo rechazo a cualquier método anticonceptivo que limitara la finalidad procreadora fundamental del matrimonio, pasando por el adoctrinamiento de los jóvenes respecto a su forma de vestir o divertirse, hasta la defensa de los verdaderos valores de la mujer como sostén del hogar y madre de familia.

[5] Hay que tener en cuenta que la enseñanza de la mayoría de los alumnos de clase media y en edad escolar en la ciudad se recibe de colegios oficiales o religiosos regidos por las normas de la Iglesia, siendo una exigua minoría los que estudian con particulares seglares. Sobre la educación femenina: Mª Jesús DUEÑAS CEPEDA, “Avances y retrocesos en la educación de las mujeres en Castilla y León, 1900-1970”, en R. CID et al., Oficios y saberes de mujeres, Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial. Universidad de Valladolid, 2002, pp. 221-259.

[6] Unas circunstancias que no son exclusivas de nuestra provincia sino que se insertan dentro de la oleada de importantes transformaciones que arrasa por todo el país y centra la atención de los altos mandos eclesiásticos como puede comprobarse a través de la “Declaración colectiva de los Metropolitanos españoles. Actitud cristiana ante los problemas morales de la estabilización y el desarrollo económico”, Ecclesia, nº 969, 6 de febrero de 1960, p. 3 editorial y pp. 25 y ss.

[7]  Archivo del Gobierno Civil de Valladolid (en adelante AGCV), SDG Caja 119, Antecedentes de la Memoria del Gobierno Civil. Año 1962. Nota del vicario general del arzobispado de Valladolid. En concreto la rama femenina de la Acción Católica vallisoletana incluía entre sus secretariados uno dedicado a cuestiones de moralidad, cuya vigilancia será una de las dedicaciones principales de la obra dentro del ámbito de su acción social. Cf. Laura SERRANO, Renovación eclesial y democratización social. La Iglesia diocesana de Valladolid durante la construcción de la democracia, 1959-1979, Tesis Doctoral (inédita), Universidad de Valladolid, 2002, pp. 380 y ss.

 

[8] Entienden que la relajación moral se manifiesta entre otros hechos en la disminución o falta de sentido religioso de la vida, desorientación general de principios morales, depreciación del orden moral matrimonial y de la institución familiar, materialismo y hedonismo, creciente erotización ambiental, inmoralidad profesional, clima de violencia, crisis de autoridad y obediencia, escándalo y provocación del dinero, ansia de lucro y de lujo; acontecimientos que son consecuencia del debilitamiento o pérdida de la fe cristiana, del confusionismo doctrinal y crisis en la vida sacramental, ignorancia en materias morales, pérdida de confianza en las instituciones y los principios morales sobre todo entre los jóvenes, choque moral con el dinamismo de la vida moderna y sus pautas de evasión y ruptura de lo establecido, creciente comercialización del sexo y su explotación económica, corrientes culturales que erosionan la moral, etc. BOAV, nº 7, julio de 1971, pp. 305-313.

[9] Tomás Romojaro Sánchez fue Jefe Provincial del Movimiento y Gobernador Civil de la provincia entre 1942 y 1947 y acérrimo defensor de la ortodoxia y la disciplina en las conductas de los vallisoletanos. Francisco UMBRAL, Memorias de un niño de derechas, Barcelona, Destino, 1986 (1ª ed. 1972), p. 34.

[10] Si nos movemos en el terreno de la sociabilidad topamos ya desde el primer cuarto del siglo XX con la puesta en marcha dentro de la capital de diversas iniciativas ciudadanas que intentarán disminuir, con los medios de que disponían, toda clase de vicios y desvergüenzas. La “Juventud Social Católica” ya desde su fundación en 1922 cita entre sus fines principales el fomento de la instrucción religiosa, moral, cívica y patriótica de sus miembros y para lograrlo establecerá en su seno secciones particulares tales como la sección de moralidad (encargada de luchar contra la pornografía “que corrompe y destruye el vigor y el alma de los jóvenes, con degeneración de la raza”) o la sección de prensa que perseguirá periódicos o revistas inmorales; el “Apostolado de Señoras Centro Obrero Nuestra Señora del Carmen de las Delicias”, registrada legalmente en marzo de 1927, pero funcionando desde hacia 12 años, tiene por objeto mejorar el estado moral y material de los obreros de ambos sexos. También es el caso de la denominada “Liga contra la Pública Inmoralidad”, asociación de carácter nacional pero que también cuenta con delegaciones provinciales como la establecida en la calle Ruiz Hernández de Valladolid - registrada en el Gobierno Civil con fecha de 17 de enero de 1928- y que según consta en sus estatutos de 1926 tiene por objeto combatir y prevenir por todos los medios lícitos las manifestaciones públicas de la inmoralidad. Pero sin lugar a dudas la asociación más combativa en la defensa del pudor y la honestidad en la ciudad fue la “Asociación Católica de Padres de Familia”, constituida el 16 de febrero de 1933 y en cuyo reglamento se especifica la cooperación en la lucha contra las malas costumbres y la inmoralidad pública como una de sus principales metas; tal fue así que ejerció celosamente una tarea de censura cinematrográfica y literaria e incluso a mediados de los años 50 dispone de una “Asesoría Jurídica de Moralidad”  e incluso corrió a cargo de la edición de las “Disposiciones penales sobre la inmoralidad pública” para conocimiento de los vallisoletanos. AGCV, DA Caja 3, Expedientes de Asociaciones anteriores a la Ley de 1964, exp. Nº 133, 166, 406, 218.

[11] Circulares de la Dirección General de Seguridad sobre normas de moral pública en playas, piscinas y lugares de recreo (ej. BOP nº 157, de 12 julio de 1967, p.1); circular recordando la supresión de las fiestas de Carnaval  (BOP nº 46, de 25 febrero del 65, p. 2); circular acerca de la supresión de espectáculos públicos en Semana Santa (BOP nº 83, de 9 abril de 1974, p. 1).

[12] En respuesta a esta demanda el Gobernador Civil insta al Teniente Coronel primer jefe de la Comandancia de la Guardia Civil a enviar, los domingos y festivos, a dicho paraje una pareja de la fuerza pública – de 10 a 8 tarde- para “establecer el correspondiente servicio de vigilancia  en vista de las faltas que contra la moral y con ocasión de bañarse se efectúan en dicho lugar”. AGCV, OP Caja 485. Expedientes de Policía y Orden Público 1948-51.

[13] BOAV, nº 7, 26 julio, 1960, p. 250. Pero no faltan curiosas iniciativas de similar tipo dispersas por toda la geografía nacional, aún cuando por lo avanzado de los tiempos resulten del todo desfasadas; tal es el ejemplo recogido por Luis Carandell en su sección Celtiberia donde reproduce un cartel aparecido en una iglesia gerundense, ya entrados los setenta, en el que bajo el lema “Campaña de la decencia” se insta a las mujeres a mantener el recato en el vestir tradicional: “No hay vestidos decentes o indecentes: tales serán quienes los lleven. Si usted es católica, debe vestir de mujer. No llevará la mujer vestidos de hombre, ni el hombre vestidos de mujer, porque el que tal hace es abominación al Señor tu Dios. (Deut. 22,5). Sus vestidos deben llegar a las rodillas. Aceptaremos la decencia de siempre o no podremos hablar en moralidad.” Triunfo, nº 539, 27 enero de 1973, p. 40.

[14] AGCV, DA Caja 94. Similar es la situación denunciada en septiembre de 1962 ante el Gobernador Civil por la escandalosa conducta moral que es ejemplo desastroso y comentario de todo el pueblo y en especial perjudicial para la juventud de una joven huérfana de 20 años vecina de la localidad de Quintanilla de Onésimo. En este caso es el propio alcalde quien suplica del gobernador su internamiento en un centro apropiado y acompaña informes del cura, el juez de paz y el Comandante del puesto de la Guardia Civil, que ratifican la inmoralidad de la joven en todos sus actos; en concreto el informe del párroco, Pablo Esteban, de la Iglesia de San Millán es especialmente severo, rayando en la befa y el desprecio al certificar que la joven “es una muchacha con una tara enorme de imbecilidad; es tonta de remate, su inteligencia no funciona normalmente. Pero a pesar de ser tan tonta, no la ha dado nunca por lo bueno y lo moral, sino desgraciadamente por todo lo contrario. Su honradez está tirada por tierra en el pueblo (...) Donde la muchacha es algo horroroso es en la moralidad; es una completa amoral. Se une y se lía con cualquiera, basta que tenga o vista pantalones. Hace ya bastantes años que era y sigue siendo un escándalo para el pueblo. No la importa ni el lugar ni la hora, todos los sitios la parecen a propósito y todas las horas ideales, para saciar sus bajos y sucios deseos, siendo por ello un continuo escándalo para todos. Mi opinión es que debe salir del pueblo y recluirla en el Convento de Monjitas Oblatas de Valladolid.”  AGCV, DA Caja 94.

[15] Enviado a Madrid por el Gobernador Civil, a petición de la Dirección General de Política Interior y Asistencia Social, el informe está elaborado por la Jefatura Superior de Policía en Valladolid el 4 agosto de 1968, contiene información acerca de la situación moral de la provincia y presenta posibles soluciones a estos problemas que tanto preocupaban a nuestras autoridades. AGCV, OP Cajas 587 y 590.

[16] Para evitar en lo posible situaciones de este tipo son también habituales las iniciativas de centros parroquiales o de enseñanza, u asociaciones de cariz religioso consistentes en la organización de clubs juveniles en los que diversión y garantía de contención moral vayan de la mano. Una propuesta de este tipo es la presentada, en enero de 1966, por el padre Ramírez Velasco de la Compañía de Jesús y director de la Congregación Mariana de Sirvientas y Obreras solicitando autorización para la puesta en marcha de un centro de recreo: Centro de Nazaret, situado en la Casa Social de la calle Muro. Este Centro sería utilizado como una alternativa a otras vías de esparcimiento menos adecuadas pero al mismo tiempo adaptado a los nuevos cambios sociales: “A dicho centro hasta el presente año han acudido tan sólo las chicas congregantes. Pero se ha visto que, atraídas por otros locales de diversión más acogedores y también más tentadores donde podían ir con sus novios, nuestro local se quedaba casi vacío los domingos y días de fiesta y perdía por tanto una de sus finalidades que era dar honesta diversión a las jóvenes bajo la vigilancia de un sacerdote –la mayor parte del tiempo presente- o de congregantes mayores, algunas ya de cincuenta años para arriba. Por todo ello se pensó en cambiar un poco la orientación del salón y se decidió dar entrada a los novios de las congregantes y otros chicos en número reducido con carnet de socio o amigo de la “Casa de Nazaret” (...). Así las cosas, entre otras diversiones como cantos, música, baraja y otros juegos sedentarios, se tiene de vez en cuando algo de baile y así creemos apartar a ellas y a ellos de otras diversiones peligrosas. Téngase en cuenta que el padre Director tiene todos los domingos con las muchachas una conferencia moral y con los chicos dos veces al mes. Es pues la Casa de Nazaret un centro a la vez de formación y de recreo como corresponde a una Congregación Mariana y no un salón de baile ni un simple guateque.” AGCV, SDG Caja 153, Expedientes de Asociaciones anteriores a la Ley de 1964.

[17] Precisamente la influencia de películas de baja calidad moral es la principal razón aducida en 1966 por la Brigada de Orden Público para explicar el incremento de la delincuencia juvenil y la proliferación de mayor número de delitos contra la propiedad o las sustracciones de o en vehículos. AGCV, SDG Caja 119, Memoria del Gobierno Civil. Año 1966.

[18] Debemos recordar que Valladolid es una ciudad de larga tradición cinéfila, representada a través de la tradicionalmente denominada “Semana de Cine Religioso y de Valores Humanos” (actual SEMINCI), que tampoco se mantuvo ajena de controversias en lo tocante a la moralidad de sus proyecciones. Así se refleja en una circular del arzobispo García de Goldaraz en la que manifiesta su apoyo al certamen, pero al tiempo su deseo de que en el futuro la Semana no vuelva a sufrir desorientaciones morales del tipo de las que provocaron un manifiesto desagrado de algunos diocesanos escandalizados por la admisión en la VI Semana de determinadas películas y la concesión de algunos premios para producciones poco edificantes. BOAV, nº 4, abril de 1961, p. 120.

[19] Jean-Louis GUEREÑA, La prostitución en la España contemporánea, Madrid, Marcial Pons, 2003, p. 415.

[20] Utilizamos el término “control social” en la definición utilizada por Mary NASH, “Control social y trayectoria histórica de la mujer en España”, en R. BERGALLI y E. MARI (coords.), Historia ideológica del control social (España-Argentina, siglos XIX y XX), Barcelona, PPU (Promociones y Publicaciones Universitarias), 1989, pp. 151-173.

[21] El origen de esta institución se remonta al Patronato Real para la Represión de la Trata de Blancas fundado por decreto el 11 de julio de 1902 bajo la protección de la reina María Cristina (por este motivo, dado su carácter inicial de Fundación Real, con el paso del tiempo seguirá siendo considerado como un organismo de tipo benéfico); evoluciona durante la Segunda República a Patronato de Protección a la Mujer constituido el 11 de septiembre de 1931 y disuelto el 25 de junio de 1935, y renace con un signo diferente durante la posguerra ya en 1941 como un medio de redimir al país de la ruina moral y material a la que había sido conducido por las hordas de republicanos, liberales, masones y marxistas. Puede seguirse con mayor detalle esta transformación en el artículo de Pedro Mª EGEA BRUNO, “La moral femenina durante el primer franquismo: el Patronato de Protección a la Mujer en Cartagena”, Anales de Historia Contemporánea, nº 16, Murcia, 2000, pp. 431-451 y en la reciente publicación de Jean-Louis GUEREÑA, Op. Cit, pp. 388 y ss. y 423 y ss.

[22] BOE, 4 de enero de 1942.

[23] Esta serie de funciones se nutren de los principios del llamado sistema abolicionista de la prostitución -que hay que diferenciar de los sistemas prohibicionista y reglamentarista- cuyos dogmas fundamentales se basan en no considerar la prostitución como un delito y entender que, por lo tanto, no es sancionable si se practica libremente. Como su propio nombre indica, pretende la abolición de este mercado mediante la persecución y severa represión de toda forma de proxenetismo y tráfico de personas, y por otro lado la desaparición de toda clase de medidas discriminatorias contra las prostitutas, que no son consideradas más que víctimas y por ende necesitadas de asistencia social, planes de prevención y reeducación. Para contextualizar esta cuestión véase: COMISIÓN NACIONAL DEL AÑO INTERNACIONAL DE LA MUJER, Situación de la Mujer en España. Año Internacional de la Mujer, Tomo I., Madrid, RUAN S.A., 1977, pp. 281 y ss., o desde una perspectiva actual R. ANTÓN JIMÉNEZ y R. DIEGO VALLEJO, Estudio sobre la prostitución femenina en la Comunidad de Castilla y León,  Valladolid, Junta de Castilla y León. Consejería de Sanidad y Bienestar Social, 1999.

[24] Esta Junta estaría presidida por el Gobernador Civil de la provincia, dos vicepresidentes varones según se especificaba por decreto, e integrada por representantes de diferentes organismos: eclesiásticos, sanitarios, militares, policía, un representante del movimiento, el presidente del Tribunal Tutelar de Menores, tres hombres y tres mujeres. Entre las personalidades de la ciudad que pasaron por la Junta Provincial de Protección a la Mujer tenemos constancia de la presidenta de la Sección Femenina en la ciudad Mª Antonia Trapote,  Fernando Uribe Zorita, Godofredo Garabito Gregorio, Isabel Guilarte Zapatero, Josefa Cortés López, el comisario de policía Jesús Rodríguez López, entre otros.

[25] Y bajo el patronazgo divino de Nuestra Señora de los Dolores, el Buen Pastor y Santa Micaela del Santísimo Sacramento.

[26] Para conocer cómo era el tratamiento diario que recibían las muchachas acogidas por estas congregaciones durante el primer franquismo es interesante el artículo de Adela ALFONSI, “La recatolización de la moralidad sexual en la Málaga de la posguerra”, Arenal. Revista de Historia de las Mujeres, Granada,  julio-diciembre de 1999,  pp. 365-385.

[27] AGCV, SDG Caja 119. Antecedentes y Memoria del Gobierno Civil. Año 1963. En una memoria posterior comprobamos como el número de jóvenes que permanecen internadas en colegios de la capital y otras provincias aumenta considerablemente y los lugares de destino se diversifican y alejan todavía más: 50 permanecen internas en Adoratrices y 6 en Oblatas dentro de la capital y el resto diseminadas por otras localidades 15 en colegios de Madrid, 2 en Salamanca, 2 en San Sebastián, 1 en Ciudad Real, 3 en Ávila, 6 en Zamora, 1 en Barcelona, 2 en Oviedo, y 1 en Cáceres. AGCV, SDG Caja 202, Memoria del Gobierno Civil. Año 1968.

[28] AGCV, SDG Caja 119, Memoria del Gobierno Civil. Año 1964, 1965 y 1966.

[29] Tenemos datos sobre el número de jóvenes que realizaron estos cursos de capacitación profesional en el colegio de Religiosas Adoratrices en el año 1968: nueve en el ramo de la peluquería; cinco en el ramo de maquinistas de punto; tres en el ramo de corte y confección; tres estudian bachillerato en el mismo colegio; y otras cinco estudian secretariado. AGCV, SDG Caja 202, Memoria del Gobierno Civil. Año 1968.

[30] AGCV, SDG Caja 119, Memoria del Gobierno Civil. Año 1964. En las memorias de 1965 y 66 los miembros de la Junta urgen nuevamente sobre la constitución de esta casa de familia o casa hogar para acoger a las numerosas jóvenes que vienen a la capital a buscar colocación y evitarles la nefasta y desmoralizadora influencia que encuentran en pensiones y otros establecimientos, por lo que parece que la solución a los problemas espaciales de la institución no tuvo salida a corto plazo.

[31] AGCV, Libro de Memoria del Gobierno Civil. Año 1975.

[32] AGCV, SDG Caja 204, Ministerio de Justicia. Patronato de Protección a la Mujer. Junta Provincial de Valladolid. Año 1975.

[33] AGCV, SDG Caja 202, Memoria del Gobierno Civil. Año 1968. En esta misma memoria se nos informa de la labor desarrollada por la Brigada de Orden Público que es la encargada de cuestiones de moralidad, reuniones, permisos de armas, multas, o espectáculos, y que “en cuestiones de moralidad mantiene una lucha constante para limpiar la vía pública de aquellos restos de prostitución que tan arraigada estaba en todas las ciudades españolas”.

[34] La moralidad evoluciona favorablemente conforme pasan los años si tenemos en cuenta que Valladolid entra dentro del grupo de trece provincias que en el año 1942 califican la moralidad de sus ciudadanos de francamente “mala”. Así se expone en el “Informe sobre la situación general de la Moralidad en España” encargado por el Patronato, a escasos seis meses de su puesta en funcionamiento, para tener un conocimiento de primera mano del estado de la moralidad de la nación. Algunos de estos informes, realizados por los jefes de policía de las diferentes provincias españolas en respuesta a un modelo de cuestionario elaborado desde el Patronato, son analizados en las obras de Mirta NUÑEZ DÍAZ-BARLART, Mujeres caídas. Prostitutas legales y clandestinas en el franquismo, Madrid, Oberón, 2003 y Assumpta ROURA, Mujeres para después de una guerra. Informes sobre moralidad y prostitución en la posguerra española, Barcelona, Flor del Viento, 1998.

[35] En el art. 2º del mencionado decreto se dice: “Quedan prohibidas en todo el territorio nacional las mancebías y casas de tolerancia, cualesquiera que fuesen su denominación y los fines aparentemente lícitos a que declaren dedicarse para encubrir su verdadero objeto”, Ecclesia, nº 766, 17 marzo de 1956, p. 303. Este decreto se completa con una Orden de 3 de marzo de 1960 emitida desde la Presidencia del Gobierno, y dirigida a los Ministerios de Justicia y Gobernación, por la que se constituye una “Comisión coordinadora de los problemas de la moralidad pública”. La finalidad buscada mediante este nuevo órgano era la de “gestionar más eficazmente y cumplir la labor de aquellos organismos a los que afectan directamente los problemas de la moralidad pública en sus aspectos de protección, orden público, sanitarios y asistenciales.” Constituida al igual que el Patronato de Protección a la Mujer como organismo dependiente del Ministerio de Justicia estaría integrada por el Subsecretario de Justicia como presidente, el Presidente Jefe de los Servicios del Patronato como vicepresidente, un representante del Ministerio de la Gobernación y un representante de la Cruzada Nacional de la Decencia como vocales y como secretario el mismo del Patronato, y su función principal sería la de “coordinar la labor de cuantas Autoridades y Organismos se interesan por los problemas de la moralidad pública, en relación con la mujer, y especialmente de la prostitución, enfocándolos con visión de conjunto para la más eficaz resolución de los mismos.”  BOAV, nº 6, 14 de junio de 1960, pp. 227-228.

[36] Así al menos lo confirman las cifras oficiales –a nuestro parecer excesivamente halagüeñas-  con sólo una multa por prostitución en este año. AGCV, SDG Caja 119, Antecedentes de la  Memoria del Gobierno Civil. Año 1962.

[37] Un antecedente de posteriores reglamentaciones sanitarias de este tipo en JUNTA PROVINCIAL DE SANIDAD (Valladolid), Reglamento de la higiene de la prostitución de Valladolid aprobado por la Comisión Permanente de la Junta Provincial de Sanidad en la sesión del dia 18 de marzo de 1908, Valladolid, Imprenta de Jorge Montero, 1908.

[38] Estas cuestiones se exponen en un informe de 1952 elaborado por la Iglesia vallisoletana sobre la prostitución en la ciudad y provincia. Junto con la persistencia de la prostitución encubierta habría en la capital ocho casas de citas toleradas y ocho prostíbulos públicos, y otros tres en Medina del Campo, que englobaban en total unas 110 mujeres, de entre 23 y 35 años, de escasos recursos económicos la mayor parte de ellas y que debían someterse a los obligatorios chequeos médicos dos veces a la semana en el Dispensario Antivenéreo Oficial. Cf. Cristina GÓMEZ CUESTA,  “La construcción del Régimen en la ciudad”, en E. BERZAL DE LA ROSA (coord.), Crónica de Valladolid, 1936-2000. La historia de la provincia de Valladolid desde la guerra civil hasta nuestros días, Valladolid, El Mundo, 2001, p. 76.

[39] Para profundizar en la organización y función de esta institución creada por decreto del 6 de noviembre de 1941 como órgano autónomo dentro del Patronato Central para la Redención de Penas por el Trabajo, con la finalidad de redimir y recuperar social y moralmente en prisiones especiales al creciente número de mujeres que en la dura posguerra se habían visto abocadas a la prostitución clandestina, véase la obra de Mirta NUÑEZ DÍAZ-BARLART, Op. Cit.

[40] En una situación similar nos encontramos con los casos de dos vecinas de Medina del Campo denunciadas por los inquilinos de sus viviendas por desarrollar este tipo de prácticas: Carola (exp. 1049), de quien según el informe policial se dice que es mujer de vida airada, con varias denuncias anteriores, que recibe sin pudor ni recato en el vestir y hacer a hombres a altas horas de la noche, casados y solteros, con el consiguiente escándalo para la vecindad, y Dolores (exp. 1210) arrestada 15 días en noviembre de 1950 por escándalo público y vida licenciosa, acusada de recibir hombres con propósitos deshonestos sin haber matriculado su casa como casa de citas. AGCV, Caja OP 567, Detenidos gubernativos 1947-49.

[41] AGCV, SDG Caja 119, Antecedentes y Memoria del Gobierno Civil. Año 1963.

[42] AGCV, OP Caja 590, Informe sobre la Situación Moral de la Juventud. Año 1968.

[43] Según consta en dependencias policiales, son los restos del antiguo “barrio chino”  los que acaparan con mayor intensidad el tráfico de meretrices, en concreto un sector comprendido entre las calles de Padilla, Empecinado y Estrecha, donde las mujeres hacen “la carrera” entre las últimas horas de la tarde y primeras de la noche escudadas en los establecimientos cercanos, cuya clientela masculina concurre básicamente atraída por la presencia de estas mujeres de vida airada con quienes establecer un trato que consumarán en su domicilio, en casas de citas clandestinas o en otros lugares alternativos. AGCV, OP Caja 590, Informe sobre la Situación Moral de la Juventud. Año 1968.

[44] Y dado lo sencillo del procedimiento utilizado su persecución resulta todavía más compleja: “ya que las parejas no tienen más que acudir al sereno en horas avanzadas de la noche, y éste facilita directamente la habitación, abandonándose discretamente el hotel o la pensión en las primeras horas de la madrugada; todo ello autorizado por los dueños como verdaderos impulsores de esta lucrativa y cómoda actividad, ya que si fuera llegado el momento de alguna complicación, fácilmente se excusarían diciendo que no saben nada, que habría sido cosa del sereno.” AGCV, SDG Caja 119, Antecedentes y Memoria del Gobierno Civil. Año 1963.

[45] Ibidem.

[46] AGCV, SDG Caja 202, Patronato de Protección a la Mujer. Memoria del Gobierno Civil. Año 1968.

[47] AGCV, SDG Caja 119, Antecedentes y Memoria del Gobierno Civil. Año 1963.

[48] AGCV, SDG Caja 119, Patronato de Protección a la Mujer. Antecedentes de la Memoria del Gobierno Civil. Año 1968.

[49] AGCV, OP Caja 590, Informe sobre la Situación Moral de la Juventud. Año 1968.

 

 

APUNTES SOBRE EL DISCURSO FEMINISTA EN AMÉRICA LATINA

APUNTES SOBRE EL DISCURSO FEMINISTA EN AMÉRICA LATINA

Lola G. Luna
Universidad de Barcelona

 

 

 El feminismo es más que un movimiento social. A partir del sufragismo se ha ido creando un discurso, el feminista, que se compone de una serie de categorías o conceptos con los que las sujetos en acción o movimientos de mujeres, así como subjetividades individuales dan significado a sus condiciones sociales, a sus contextos materiales, produciéndose en la acción política y social de las sujetos una mediación de los discursos. Varias categorías del discurso feminista en el contexto latinoamericano, las más importantes actualmente a juicio de la autora se tratan aquí: Género, Género en el Desarrollo, Violencia de Género, y Derechos Humanos Sexuales y Reproductivos.

 Palabras clave: discurso, categorías,  significado, y feminismo.

                                 

Eran mujeres con entendimiento, raciocinio y voluntad creadora quienes así se enfrentaban para desafiar las iras de los dueños absolutos del poder

                                                                                                                   Ofelia Uribe de Acosta, feminista sufragista colombiana[1]

 

      El Feminismo[2] nace como movimiento social dentro del discurso ilustrado liberal, porque grupos de mujeres aplicaron la categoría de Igualdad[3] a su situación, dándole significado de desigualdad y exclusión de los derechos de ciudadanía respecto a los hombres, reivindicando éstos bajo esa categoría discursiva.[4] 

     El discurso de igualdad ciudadana no incluía a las mujeres, ya que se refería a la igualdad entre individuos propietarios y representantes de la familia, que en la realidad era el individuo masculino, un hombre generizado, no neutro. Por tanto el discurso moderno liberal utilizaba la diferencia sexual para referirse a un género de individuos hombres y no al femenino mujeres, al que excluía por ser diferentes. Pero el discurso ilustrado hablaba de derechos universales, y las sufragistas, también en América Latina, apelaron a la universalidad del discurso para reclamar los derechos de ciudadanía como iguales, pero también a su diferencia. Por eso dice Scott que el feminismo, está construido en una paradoja: dos universales contradictorios, el del individuo abstracto y el de la diferencia sexual, cuando se trataba de un individuo sexuado, es decir, hombre, y de la exclusión de otro individuo sexuado, que eran las mujeres, que reivindicaban su inclusión. Y las sufragistas lo hicieron diciendo que tenían derechos de representación política dando varios argumentos: a) porque su identidad era igual a los hombres, b) por su diferencia “física o social”, o c) reivindicando las dos posiciones.[5] En este último caso, las sufragistas feministas colombianas liberales, argumentaron que los derechos de ciudadanía, como la representación política y el voto, podían conciliarse con las responsabilidades familiares, o como diríamos hoy, con los deberes reproductivos.[6] Volviendo a las dos primeras argumentaciones, Scott indica que han motivado el debate al interior del feminismo sobre un dilema: reclamar los derechos en base a la igualdad o en base a la diferencia. Según ella es una contradicción discursiva e irresoluble en la que se constituyó el sujeto del  feminismo de la primera ola y, el sujeto del feminismo de la segunda ola ha accionado dentro de él. Por tanto, Scott sugiere que hay que abordar la diferencia sexual desde otra perspectiva, que no sea plantear el dilema entre la diferencia o la igualdad.[7] Y por qué no la diferencia en la igualdad?

     Lo que me propongo plantear en este artículo no es ese reto por ahora, sino a partir de la acción sufragista, aunque inmersa en esa contradicción discursiva, se ha ido construyendo un discurso feminista, (que hoy día aún sigue en construcción), con significados a veces específicos según los contextos, al tiempo que en él se han constituido como sujetos una diversidad de mujeres. Esa construcción discursiva feminista se ha ido realizando "intertextualmente" con otros discursos: liberal democrático del desarrollo, socialista, ecologista, religioso, al tiempo que ha enfrentado otro discurso, el patriarcal. Se trata de un nuevo discurso que aunque nace del discurso ilustrado moderno, republicano y liberal, lo supera o desborda por su crítica a una Igualdad que no ha sido tal. Cuando las mujeres obtuvieron el voto su realidad poco cambió. El hecho de votar tuvo más bien un significado formal, y no abrió las puertas a que las mujeres participaran en la política, o que salieran de la desigualdad laboral. No obstante se produjo una cierta ruptura significativa en la que la subjetividad feminista siguió construyendo su experiencia de subordinación bajo nuevas categorías discursivas.

                Históricamente hemos de situarnos en los sesenta cuando el feminismo reaparece con fuerza y se extiende de nuevo internacionalmente en las décadas siguientes. En ese momento se identifica un discurso existente que se fue descubriendo con carácter bastante universalizado: el patriarcado. Al clásico estudio histórico  de Gerda Lerner[8] sobre su formación en  la Mesopotamia antigua, que fue un ejemplo importante, no siguieron otros. Entonces, se usó abusivamente de patriarcado como adjetivo y no se entendió como un discurso.

     Alda Facio, jurista feminista de Costa Rica, ha  definido de nuevo ampliamente el patriarcado ajustado a su carácter discursivo, como aquí tengo interés en mostrar. Llamo institución patriarcal a un conjunto de prácticas, creencias, mitos, relaciones, organizaciones y estructuras establecidas en una sociedad cuya existencia es constante y contundente y que, junto con otras instituciones estrechamente ligadas entre sí, crean y transmiten de generación en generación la desigualdad. (…) Un problema serio para las personas que deseamos erradicar el patriarcado es que hay demasiadas instituciones. Por ejemplo están: el mercado omnisapiente, el lenguaje ginope (que invisibiliza lo femenino, nota de la autora) la familia patriarcal, la educación adultocéntrica, la maternidad forzada, la historia robada, la heterosexualidad obligatoria, las religiones misóginas, el trabajo sexuado, el derecho masculinista, la ciencia monosexual, la medicina androcéntrica, la violencia femicida, el pensamiento dicotómico, etc.[9]. En esa línea discursiva, la teórica feminista Ximena Bedregal define el patriarcado como: una lógica, una manera de entender la realidad y por tanto de construirla y vivirla,[10]lo que significa que esa lógica, o discurso, puede reconstruirse o dejar de ser hegemónica ante los avances de otra lógica discursiva, como la del Feminismo.  

     Cuando nace un nuevo discurso hay una quiebra de la comunidad discursiva y de sus relaciones de poder, (…) una ruptura discursiva, la aparición de una nueva forma de racionalidad discursiva que constituye nuevos modos de acción política y social.[11] En este caso, el discurso nuevo, el feminista, por un lado, vive una intertextualidad con otros y va desarrollándose también en su crítica y destrucción del discurso patriarcal.

Ya está ampliamente aceptada la herencia categorial de tiempos y situaciones anteriores, con la correspondiente intertextualidad. Según Cabrera el proceso sería el de la interacción de las categorías con los fenómenos, sucesos y acontecimientos de la realidad social del momento, referente material de los conceptos, siendo éstos la parte activa y el resultado de un proceso de “naturalización” (cursiva del autor), es decir de la incorporación de dichas situaciones y fenómenos a un lenguaje familiar.[12]

     La red de categorías del discurso feminista ya es amplia, aquí voy a centrarme en algunas de ellas, contextualizadas en América Latina y lógicamente muy conocidas y las mas utilizadas desde hace algunas décadas. Lo que quiero aquí aportar es algo de su formación histórica, su articulación, y mediación significativa con el contexto, a través de la acción de las sujetos. Otras, solamente las enumeraré. Creo que el trabajo es arduo, pero ya hay herramientas para ello,[13] lo que da idea de la creación y recreación del lenguaje que se ha llevado a cabo desde los movimientos feministas para referirse y dar significado a muchas situaciones críticas de la realidad de las mujeres. 

 

1.Género

 

     El Género, como dice Scott en su paradigmático artículo, es: un concepto útil para el análisis histórico,[14]  y fue un hallazgo para el feminismo. Aunque se haya divulgado más como relación social, o vacío de contenido significativo (esto ya ha sido muy criticado desde el feminismo, y por la misma Scout, en dicho artículo), su valor en la investigación feminista, reside en su contenido de significación y de poder, como propuso la historiadora norteamericana. En este sentido es una categoría que conceptualiza un hecho social que tiene relación con la diferencia sexual y que es la división jerárquica en géneros, y además les otorga significados que es lo que les ha dado apariencia de naturalización. Actualmente, la tradicional división binaria entre masculino y femenino se ha problematizado con la existencia de otros géneros en otras culturas y la polémica sobre los y las transexuales.[15]                                                                   A continuación ofrezco unos apuntes muy breves, porque ya se ha dicho mucho sobre el concepto, pero que darán fe de su expansión, y cómo a partir del mismo se han ido formando otros subconceptos.[16]

     El Género es un concepto que viene de la antropología. Lo utiliza por primera vez en el discurso feminista, Kate Millet,[17] tomándolo de Stoller[18] que lo había aplicado en sus estudios sobre transexualismo. La aportación inicial del Género fue clarificar la distinción entre lo biológico y lo cultural, en lo referente a las diferencias y la desigualdad entre los hombres y las mujeres, mostrando que diferencias biológicas se habían convertido en desigualdades sociales.  

La revelación de la antropología de que existía una construcción social, cultural y política de los géneros ha evidenciado que la diferencia no es igual a desigualdad. La desigualdad está en el sistema de valores, es social, política y cultural y por tanto modificable. La perspectiva sociológica lo entiende como roles o papeles diferentes; también como relación social. La economía lo identifica con las cuestiones materiales e ideológicas que afectan a la vida de las mujeres y de la familia, es decir: Género es la reproducción femenina y sus deberes. Luego vendría la aportación para la investigación histórica del Joan W, Scout, dándole un carácter discursivo, de poder y significación.

     No voy a hacer una historiografía de las autoras que han hecho uso del concepto en América Latina, solamente citaré cuando se introdujo y cuando se le ha dado un uso discursivo. La socióloga chilena, Julieta Kirkwood en 1980 comenzó a utilizarlo como una construcción cultural y simbólica.[19] En los noventa gozó de una amplia discusión en un Seminario realizado por la Fundaçâo Carlos Chagas de Sâo Paulo,[20] en su dimensión de poder y en el contexto del debate sobre feminismo y postmodernidad. Siguieron desde entonces los estudios sobre género, en su mayoría desde la vertiente como relación social, tanto desde la antropología, la sociología, la economía y la historia.[21] En cuanto su carácter discursivo – en la línea de Scott - ha sido el Centro  de Estudios de Género Mujer y Sociedad de Cali, el que desde 1994 lo ha difundido en mayor medida, y especialmente Gabriela Castellanos.[22] 

     El Género, como concepto estaba ahí, se fue divulgando con uno u otro significado, pero es el significado que le dan los individuos, en este caso las feministas, a través del lenguaje,[23] lo que importa en el análisis. El concepto Género pertenece al discurso feminista en tanto en cuanto, las mujeres sujetos feministas utilizan su mediación para explicar las desigualdades entre los sexos, los significados que encierran, así cómo se han construído dichas desigualdades. Las desigualdades vienen representadas por el significado de poder, superioridad, dominación, que tiene en su construcción el género masculino y las desigualdades y la subordinación que se le da a la construcción del género femenino. El hecho de dos sexos son fenómenos materiales, así como el contexto geográfico y temporal (histórico) en el que viven. Es a ese contexto material que se le da significado de dos o más géneros, pero no es el contexto material el que los origina, sino la atribución de un significado u otro. Y es aquí, dónde interviene la acción del sujeto, o de las sujetos, en nuestro caso. Ha sido el movimiento feminista, construído discursivamente (recordemos sus orígenes en el discurso liberal y socialista) como sujeto en acción el que ha utilizado el Género, no sólo para nombrar una relación social de desigualdad, nacida de las condiciones socioeconómicas de las mujeres, sino como una categoría discursiva de mediación para dar significado a las condiciones materiales de desigualdad, subordinación, explotación, opresión, que sufre un género por otro. Las acciones significativas no son ni actos de elección racional ni efectos, sean inmediatos o simbólicos, del contexto social, sino que, por el contrario, son el resultado de la particular articulación que los individuos en tanto sujetos realizan de dicho contexto y de su posición en él.[24] Por ejemplo, las mujeres urbanas y rurales de sectores populares, que viven en contextos de pobreza, falta de atención en salud, educación, vivienda, violencia, sumisión, y golpeadas especialmente en épocas de crisis, por el hecho de padecer esas condiciones socioeconómicas no se han agrupado y rebelado (lo habrían hecho todas). Es más, las han agrupado en muchos casos desde el estado, sin darse una conciencia de oprimidas o explotadas. La toma de conciencia surge cuando hay una mediación discursiva significativa. Los Movimientos por la Sobrevivencia,[25] o sujetos colectivos en acción, se organizaron cuando se dieron unas condiciones discursivas populistas, de democracia liberal desarrollista, socialistas o feministas. Algunos de estos movimientos al tener acceso a categorías como Opresión, Género, o Igualdad de Derechos, las categorías interactuaron con su contexto y dieron significado a sus condiciones materiales a partir de una articulación de la experiencia y la identidad. Es así cómo se constituyeron en sujetos, pasaron a la acción y construyeron su objeto de lucha según sus intereses, que eran los desayunos para los niños o los comedores populares para la sobrevivencia, la vivienda, etc.; y  avanzaron en otras reivindicaciones, a veces relacionadas más específicamente con sus derechos como mujeres. Su identidad, cambiante, pudo ser la de un sujeto feminista, o la de un sujeto de clase popular productivo de prácticas de desarrollo, o étnicamente indígena, y siempre produciendo acciones significativas. A veces esa identidad pudo ser múltiple, articulando varias experiencias e intereses disponiendo de diversas categorías de varios discursos: Género (feminista), Clase (socialista), Etnia (indígena), que interactuaron con sus contextos, dándoles significados.

 

1.1 Violencia de Género

  

     Con el tiempo fueron apareciendo subconceptos derivados del de Género, como por ejemplo Violencia de Género, que  conceptualiza y da significado a la realidad del maltrato, las diferentes clases de mutilación de que son objeto las niñas y mujeres[26] y el asesinato de un género, el femenino. El concepto procede de la intertextualidad y mutación discursiva de Género del discurso feminista con el concepto de Derechos Humanos del discurso de la democracia. Inicialmente se conceptualizó esa terrible realidad como Violencia contra las Mujeres y actualmente se utiliza esta caracterización, la de Violencia Doméstica (más restrictivo en su descripción), y  Violencia de Género, de contenido más amplio. Violencia Doméstica, vendría a ser otro subconcepto específico, muy utilizado lamentablemente, tal vez porque ha sido un tipo de violencia que se ha dado desde que existe la familia.

      Me centraré en Violencia de Género por la institucionalización que se ha hecho de éste concepto. Unos breves apuntes para situar la categoría históricamente en el contexto latinoamericano y su expansión al español, y dejo abierta la exploración de otros contextos. En el primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Bogotá en 1981 se acordó fijar como jornada de lucha contra la violencia hacia las mujeres el 25 de noviembre. La fecha conmemoraba el asesinato en 1960 de las hermanas Mirabal por el dictador Trujillo de República Dominicana.[27] Desde 1981, ese Día contra la Violencia, se fue extendiendo en América Latina, y en algún momento que hay que investigar, comienza a hablarse de Violencia de Género, cuando ya se utilizaba el concepto Género. En 1991, el número 2 de Hojas de Warmi (Barcelona) hacía suya esa fecha, con el objetivo de extenderla también en España.[28] En el año 1997, se decía en esta revista: 60 mujeres han muerto víctimas de la violencia de quienes habían sido o eran sus parejas. También ha sido el año en que de forma más generalizada se ha asumido por parte de los medios de comunicación y las instituciones, el día 25 de noviembre, como jornada internacional de lucha contra la violencia a las mujeres.[29] Por aquel entonces Violencia de Género aún no había arraigado en nuestro país, y en América Latina se utilizaba indistintamente, junto con Violencia contra la Mujeres . En 1994, en la Convención Interamericana celebrada en Belem do Pará (Brasil) se adoptó el concepto.[30] Posteriormente se extendió definitivamente, no exento de polémica en su contenido, porque cuando hablamos de Violencia de Género, ¿nos referimos a la violencia ejercida por cualquiera de los dos géneros o la que ejerce el género masculino sobre el femenino?. A partir de la significación feminista de esos hechos, se trata de la segunda situación, y así se ha considerado como discriminación positiva en el caso de la Ley Integral contra la Violencia de Género española, (la primera en Europa), porque la realidad es que la mayoría de las diferentes violencias se ejercen contra las mujeres, y se deben a la concepción de dominación que tiene el género masculino. Por otro lado,  el 7 de agosto de 2006, se promulgó en el Brasil la Ley  sobre La Violencia Doméstica y Familiar contra la Mujer llamada Ley Maria da Penha.[31] En este caso las categorías dan significado a situaciones más restrictivas. Lo que no hay duda en que se está utilizando Género en su contenido significativo de poder y dominación / subordinación de un sexo por otro, y cómo la Violencia ha sido históricamente permitida y aceptada por el patriarcado.

     Hay que retroceder a 1993, cuando en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, celebrada en Viena, la confluencia de movimientos de mujeres de África, América Latina y Asia, trabajaron para que en la agenda se incluyera el tema de los derechos de las mujeres con el lema “los derechos humanos son también derechos de las humanas”, y uno de ellos es estar libres de violencia.[32] A raíz de Viena la violencia se reconoció como un problema social en la Declaración sobre Violencia contra la Mujer, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en su resolución 48/104 del 20 de diciembre de 1993. A partir de ahí, se llevó a cabo un trabajo preparatorio cara a la IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing, 1995), y to[1]mo como ejemplo el que se realizó en la región Centroamericana. En mayo de 1994 se hicieron seis consultas en cada uno de los países, y entre los temas estaba: el tratamiento de la violencia contra la mujeres en la normativa internacional. Como resultado se caracterizaron las principales manifestaciones de “violencia de género” (las comillas son mías) que enfrentan las mujeres en Centroamérica, como expresiones de la violación de los derechos humanos, en la región Centroamericana, y de su “socialización genérica”, (las comillas son del texto).[33]

     Los sujetos que actuaron fueron los movimientos de mujeres que adoptando las categorías disponibles de diferentes discursos como el feminista y el de los derechos humanos: Género, Violencia, Mujeres y Derechos, interactuaron con el contexto, y llevaron a cabo una reconceptualización de los derechos de las mujeres como derechos humanos.[34] Y en esa línea, Gabriela Castellanos ha profundizado en una concepción alternativa de lo humano, como identitariamente diverso, porque un diálogo solidario entre grupos discriminados es básico para la defensa de los derechos humanos.[35]

    Siguiendo con la violencia y la formación de los conceptos hay un ejemplo reciente. Un contexto específico como los asesinatos de mujeres de Ciudad Juarez en México, ha sido significado con un nuevo concepto: Feminicidio, partiendo de Femicidio. Ninguno de los dos viene en el diccionario de María Moliner. Si buscamos en la Red, ésta ofrece 45.500 entradas de femicidio, y 182.000 de feminicidio. Es más, el programa de texto que utilizo me corrige ambas y me las cambia hasta que me las acepta como error. Está claro que se trata de nuevas palabras, pero no son sólo eso, son conceptos del discurso feminista y dan significado mediante el mismo. Veamos: en el 2004 se realizó en Santiago de Chile la Jornada de Reflexión, El Feminicidio en América Latina, organizada por Amnistía Internacional (AI), en donde participó, junto a otras teóricas feministas Ana María Portugal, coordinadora de Isis Internacional. Portugal señaló que ha sido la teórica feminista y diputada mexicana Marcela Lagarde la que ha señalado que la categoría femicidio es parte del bagaje teórico feminista introducido por las estadounidenses Diana Russel y Hill Radford, término homólogo a homicidio, que sólo significa asesinato de mujeres. Por su parte Lagarde  ha escogido la voz Feminicidio para hablar de genocidio contra las mujeres, lo que le da una significación política. Portugal añadió que el concepto de Feminicidio no ha sido recogido por ninguna legislación todavía, sino que se emplea en los ámbitos académicos y del movimiento feminista porque es: más político, ya que no sólo involucra al agresor individual sino que apela a la existencia de una estructura estatal y judicial que avala estos crímenes, reforzó Isabel Espinosa, otra de las participantes de la Jornada de Reflexión.[36] A partir de ahí también se puede encontrar el concepto de Violencia Feminicida. El caso mexicano ha sido más conocido y denunciado que el guatemalteco, del que: en el año pasado se registraron 383 crímenes violentos con características de Feminicidio, 306 de los cuales aún no están esclarecidos, según la única investigación realizada por la organización Redes de No Violencia. La Organización de las Naciones Unidas señaló que: el feminicidio en Guatemala había rebasado ampliamente al caso de Juárez, pese a lo cual había pasado casi desapercibido.[37] En el caso del concepto de Feminicidio, desde mi punto de vista se trata de un subconcepto específico de  Violencia de Género o Violencia contra las Mujeres, que se está ejerciendo en Ciudad Juarez, o en Guatemala, sobre mujeres, con rasgos semejantes: obreras, jóvenes y bonitas.

     Aquí, igualmente, las categorías se forjaron en interacción con los hechos; las sujetos de identidad feminista construyeron su interés en denunciar, condenar y buscar justicia para esos crímenes, adoptando la categoría de Genocidio, formada en fenómenos anteriores de violencia,   para darle un significado a la experiencia de la Violencia contra las Mujeres en contextos concretos. La experiencia de la violencia, siguiendo a Scott,[38] es construida discursivamente. Las mujeres la han vivido, la han sufrido de múltiples formas a lo largo de la historia, pero hasta ahora no se le ha dado significados discursivos feministas, cargados de denuncias contra el patriarcado, contra los discursos dictatoriales, y contra las falencias  del discurso democrático.

 

1.2. Género en el Desarrollo

 

          En América Latina se dio una intertextualidad entre el  discurso feminista, el discurso socialista  y el discurso democrático del desarrollo. En ellos se construyeron los movimientos de mujeres y desarrollaron sus prácticas políticas en dos contextos: las barriadas populares urbanas, y en menor medida núcleos rurales, como agentes de la cooperación no gubernamental; y por otro lado se construyeron en el contexto de los Foros internacionales no gubernamentales, paralelos a las Conferencias Mundiales de la Mujer y otras Conferencias Mundiales promovidas desde Naciones Unidas. Muchas mujeres, como nunca antes, en esas condiciones discursivas se han constituido en actoras protagonistas, han producido conocimiento, han aplicado estrategias de desarrollo, han negociado y ejercido poder gubernamental y no gubernamental, han penetrado en las agendas de las Conferencias Mundiales de la ONU (Población, Medio Ambiente, Desarrollo Social, Derechos Humanos) y han formado un capital humano y social considerable. Se ha tratado de un sujeto plural que en las últimas décadas se ha ampliado con nuevas identidades. En el seno del movimiento feminista se ha cuestionado hablar de diferentes identidades por lo que tiene de divisorio y antipolítico, pero la realidad es que hoy existe una pluralidad de movimientos y de feminismos, que desde mi punto de vista, no hay que considerar como fragmentariedad sino como expansión de la acción política de las mujeres al tiempo que se expande el discurso. En el caso de Género en el Desarrollo, primero expondré cómo las sujetos que se vieron involucradas en ello, actuaron, y cómo posteriormente, hablando ya de los últimos años, los autollamados Feminismos Disidentes han mostrado los cambios de la realidad de las mujeres latinoamericanas y les han dado significados nuevos a partir del lenguaje discursivo.

    Género en el Desarrollo (GED)[39], es otro subconcepto de Género, con una gran  especificidad en el Tercer Mundo por sus condiciones socio-económicas y  su relación con los centros capitalistas. Su historia es bastante conocida[40], a partir de la evolución Mujer y  Desarrollo (MYD)[41] y Mujer en el Desarrollo (MED)[42], conceptos del discurso desarrollista. No voy a intentar hacer la historia del concepto de Desarrollo, que sería una labor inmensa, sólo decir para lo que nos interesa, que hay que remontarse a la inclusión de las mujeres en la teorías sobre el mismo desarrollo y sus primeras aplicaciones desde las Conferencias de Población del FNUP (ONU), al plantearse en estas que aquel dependía del control de población. Hay que situarse en el contexto del boom demográfico ocurrido en América Latina en los sesenta, y la pobreza existente y sobre todo en la muy evidente urbanización precaria por parte de la emigración del campo a las grandes ciudades.  En este contexto se identificó a las mujeres como objeto de estudio y de políticas, sin considerarlas como sujetos del desarrollo con autonomía y derechos. El énfasis estaba puesto en el rol materno, lo que conectaba con una tradición cultural y política que hunde sus raíces en la historia, y sesga la identidad de la mujer en la dirección exclusiva de la maternidad. De esta forma el discurso del desarrollo actualizó, algo ya histórico,  que denomino Maternalismo, concepto del discurso feminista que da significado a la maternidad unidimensional, para diferenciarla del hecho de la Maternidad como opción libremente escogida, concepto también del discurso feminista.[43]

     Género en el Desarrollo (GED) fue una propuesta del Sur y de la década de los 90, a diferencia de las dos décadas anteriores en que las propuestas sobre la mujer y el desarrollo vinieron desde el Norte. Fue la propuesta feminista más elaborada que se hizo, y partía de la idea de que los programas de desarrollo impactaban de forma diferente a los hombres y las mujeres por la existencia de roles y de relaciones de género. Así se articularon las dos categorías disponibles en el lenguaje discursivo, y se utilizaban para significar que el desarrollo estaba perpetuando la discriminación, y que a diferencia del MED y el MYD, no se trataba de conseguir parte de la hegemonía masculina, sino que las mujeres consiguieran poder (Empoderamiento[44]), evitando conflictos con el sector masculino, al tiempo que se desplazaba la responsabilidad del cambio hacia hombres y mujeres.

     En las Conferencias de la ONU, por mediación de los Foros No Gubernamentales paralelos las sujetos trabajaron en la crítica sobre el impacto de los proyectos de desarrollo (microproyectos de carácter doméstico, y proyectos productivos), hasta que el Foro de Nairobi (III Conferencia Mundial de las Mujeres, 1985), protagonizado especialmente por las mujeres del sur, introdujo el GED rompiendo el circulo vicioso de la Mujer y el Desarrollo como un sujeto pasivo. En Beijing, (IV Conferencia Mundial de las Mujeres, 1995) finalmente el Foro dio respuesta a los tres ejes de las Conferencias: "Igualdad, Desarrollo y Paz", con la reflexión correspondiente sobre "Democracia y Ciudadanía, Modelos de Desarrollo y Políticas de Ajuste y, Violencia contra las Mujeres". Las ONGs y ONGDs[45] pudieron participar en la elaboración del PAM (Plan de Acción para las Mujeres) a través de un proceso de Foros preparatorios realizados desde niveles locales,  nacionales y regionales. En cada uno de ellos se discutió el borrador y se incluyeron recomendaciones, que tuvieron dificultades para ser incorporadas por falta de mecanismos reales que lo permitieran. Esta conclusión final fue desesperanzadora. Por entonces ya se habían acumulado nuevas estrategias políticas y mayor conocimiento por parte de las investigadoras, que en buen número se convirtieron en consultoras de las agencias financieras y de los organismos gubernamentales nacionales e internacionales. También había aumentado el número de ONGDs, la organización de las mujeres se había fortalecido y su importancia social y económica había ido en aumento. Al mismo tiempo se tocaba el techo de cristal institucional. A partir de ahí, en las instituciones mundiales se fue asumiendo Género en el Desarrollo, con diferentes significados. Por ejemplo el Banco Mundial creó una Unidad de Igualdad de Género en el Desarrollo. En la Comunidad Europea, los Proyectos de desarrollo, tuvieron una línea de Transversalidad de género, lo que quiere decir que éstos deben incluir la igualdad de oportunidades entre los sexos y no centrarlos en acciones directas y específicas a favor de la mujer.[46] El resultado hasta ahora ha sido, que mientras en el feminismo el género se discute en cuanto a su significado, en las instituciones se adopta como adjetivo y existe todo un mundo “generizado”[47].

     Las sujetos autodenominados Feminismos Disidentes, son la crítica a la institucionalización del género y representan tanto a una nueva generación, como también a nuevas sujetos de la antigua generación que han construido su acción política creando sus significados más cercanos a un discurso feminista de la diferencia en la igualdad, actualizando de esta manera dicho discurso. Pero, cuándo se ha producido este cambio discursivo y qué alcance puede tener. Para empezar a buscar respuestas me he documentado en una obra que representa en parte esa disidencia, que ya fue mostrada en algunos de los últimos Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe.

     Feminismos disidentes en América Latina y el Caribe,[48] es: disidencia entendida como un cuestionamiento a un pensamiento único y universalizable de feminismo,[49] y que propone Autonomía, Lesbianismo, Antirracismo, Feminismo, Anticapitalismo. Estos son los conceptos claves que aparecen en la portada de la obra, y a ellos responden los sucesivos artículos – atención a las categorías discursivas de que disponen los títulos - que contiene el volumen reivindicando y encerrando significados opuestos: Autonomía frente a la dependencia patriarcal; Lesbianismo contra la lesbofobia y/u olvido de las opciones sexuales no heterosexuales; Antirracismo ante el racismo existente, a veces de manera sutil dentro del mismo movimiento; Feminismo frente a las claudicaciones con el patriarcado; y Anticapitalismo por la acomodación a los programas, instituciones y financiamientos del desarrollo capitalista.

     El sujeto múltiple del feminismo está representado por las diferentes identidades, (lesbianas, afro descendientes, indígenas). Alguna de ellas, es en sí misma una identidad mestiza en el sentido de su constitución. No son identidades nuevas pero ahora se visibilizan, y lo nuevo es que actúan políticamente, colectivamente, y dan significado a su contexto. Su experiencia se ha construido en diferentes discursos: étnicos, socialista y feminista, y de ellos proceden las categorías enunciadas. Nombraré a cada una de las autoras, porque escriben desde su subjetividad y son ejemplos de cómo están construidas en esos diferentes discursos.

     Un ejemplo de “reconstrucción” subjetiva feminista como culminación de un proceso de “desconstrucción”, a través de varios de los Encuentros Feministas Latinoamericanos, es el que describe admirablemente la poeta y escritora guatemalteca Elizabeth Álvarez,[50] en su tránsito como sujeto por el discurso socialista de la izquierda antiimperialista revolucionaria latinoamericana, el discurso de las diferentes opresiones: género, etnia, clase, hasta llegar a la autonomía crítica con la dependencia patriarcal.

     Según Melissa Cardoza el discurso lésbico feminista es una posición política,[51] que se inquieta ante las financiaciones y busca la  Autonomía en la lucha contra el capitalismo, el patriarcado, el racismo y la heterosexualidad normativa.[52] Y sigue diciendo: A nuestro movimiento lésbico le falta construir discursos y prácticas, aunque sean experimentales, que integren visiones articuladoras de las condiciones materiales, políticas y culturales de otras mujeres.[53] Pienso que en este pasaje de una sujeto lésbica feminista se pueden observar dos cosas. La primera, que rompe con la tendencia  lesbiana del separatismo y afirma un principio de integración con otras mujeres; segundo, que desde el punto de vista discursivo confirma la tesis de la construcción inacabada del discurso feminista.

     Sueli Carneiro, frente al racismo, invita al Ennegrecimiento del feminismo y la lucha contra la Violencia Racial. Estos son los intereses de las mujeres negras, otras sujetos disidentes que se sienten con identidad de objeto mirando su historia de esclavitud, y se reclaman ahora de una nueva identidad política. [54] El debate suscitado desde hace años sobre el occidentalismo y euro centrismo feminista, se debe especialmente al movimiento de mujeres negras, liderado por Brasil. Dice Jurema Wernekc que dieron significados nuevos a su historia,[55] rescatando su cultura africana, a través de una acción política colectiva y organizada. Desde entonces, en otros países de población llamada también Afro descendiente por las feministas, es la categoría Mujer Negra, la que discursivamente es utilizada por el movimiento.

     Mujer Indígena, es una categoría correspondiente a un sujeto construido en los discursos étnicos, en el discurso de la igualdad de derechos humanos, que establece alianzas con el Feminismo y con otros sujetos indígenas. Sus acciones políticas han sido visibles especialmente desde la década de los noventa.  Hay una categoría que prevalece en sus luchas y es Dignidad, que le da sentido a una reconstrucción de su identidad de Nación Pluricultural y Multiétnica[56] después de siglos de humillaciones coloniales y gubernamentales nacionales; y por tanto es también una respuesta al racismo. La Autonomía de sus pueblos, el Desarrollo, y la Igualdad entendida como complementariedad entre los géneros, son intereses que las Mujeres Indígenas han elaborado. También se preguntan sobre su feminismo. Martha Sánchez Néstor, participante en el IX Encuentro Feminista (Costa Rica, 2002) dice: las indígenas ya manejamos conceptos como “género”, “perspectiva de género”, “advocacy”, “empoderamiento”, “las y los”, “equidad”, “derechos sexuales y reproductivos” (las comillas son del texto). Debido a ello, sigue diciendo, en la comunidad son criticadas, a partir de los estereotipos negativos ya conocidos sobre las feministas. Y les dicen que deberían: crear conceptos propios, y no repetir los que vienen de fuera, de EE. UU. o los que las feministas utilizan.[57] Aquí se plantean varios discursos en los que la identidad traspasada por la diferencia étnica y sexual se constituye, y presenta una complejidad importante, porque a su vez pugna con el patriarcado no solo colonial sino también indígena. Y es por eso que el feminismo como movimiento social ante las categorías Mujer Negra, Mujer Indígena, Mujer Lesbiana, y Transexual se ha sentido cuestionado y se agita desde hace una década. Pero como señala Scott, el feminismo ha ido avanzando gracias a sus contradicciones,[58] y en ese proceso de formación de nuevas categorías reside su fuerza como discurso. De ahí que desde los Feminismos Disidentes, Amalia Fischer,[59] una feminista de larga trayectoria ha analizado los Encuentros Feministas Latinoamericanos en relación al debate sobre la Autonomía, como una propuesta política originaria, salida de los grupos de la Autoconciencia.[60] Desde ahí se ha hecho la crítica al proceso de oenegización del movimiento feminista, al igual que lo hicieron Marta Fontela y Magui Bellotti, de la revista argentina Brujas.[61]. Ésta ha sido una crítica a la mestización del discurso feminista con el discurso del desarrollo y sus efectos, que son múltiples, e imposible de analizar aquí.

     Casimira Rodríguez Romero, actual Ministra de Justicia en Bolivia, con el gobierno de Evo Morales, y antigua líder de las trabajadoras del hogar, dio significados antiimperialistas, antirracistas, de dignidad, y contra la pobreza, a su lucha como Mujer de Clase Trabajadora. El proceso de globalización (dicho de otra manera: otra fase del discurso del desarrollo) ha sido su interés en esa acción desde su identidad múltiple,[62] pudiéndose decir que se construyó en dos discursos: étnico y socialista. Y finalmente, Mercedes Olivera,[63] étnicamente blanca, líder guerrillera guatemalteca-mexicana, se construye como sujeto en el discurso socialista antiimperialista y feminista. Lidera un movimiento de participación indígena y mestiza en Chiapas bajo los significados del antineoliberalismo, antipobreza,  antiviolencia guerrera, y antipatriarcal.

     A partir de esta diversidad, se trata de varios Feminismos como se oye hace tiempo, o se trata mas bien de nuevas vertientes del Feminismo, que añadir a las que señalaba hace dos décadas Gina Vargas?.[64] Son varios discursos feministas, o es uno sólo?. A partir de lo estudiado hasta ahora, diría que cada discurso al mediar en la interrelación de los sujetos con su contexto político, económico y social concreto, se producen nuevos significados a través del lenguaje. Los Feminismos Disidentes con sus categorías discursivas han dado significados a la vida de otras mujeres, que han supuesto críticas al discurso feminista del desarrollo de décadas anteriores, lo que considero un paso adelante en el discurso y en las condiciones políticas y materiales de esas mujeres.

 

2. Derechos Reproductivos y Sexuales  

 

     Otro concepto relacionado con la sexualidad y perteneciente al discurso feminista, que fue desarrollado en América Latina y luego pasó a España, fue: Derechos Reproductivos y Sexuales, después, Derechos Humanos Reproductivos y Sexuales. Los sucesivos Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe fueron uno de los  campos donde se fue construyendo el discurso. El movimiento de las mujeres de Brasil tuvo un protagonismo decisivo en la articulación del concepto, y después se formaron las Redes, una expresión muy contemporánea de los movimientos de mujeres y feminista a nivel mundial.

    Uno de los avances del discurso feminista fue distinguir entre sexualidad y reproducción. Las categoría existían procedentes del discurso médico pero la situación que se daba era considerar a las mujeres ligadas a la reproducción biológica sin ningún tipo de derechos.[65]  La sexualidad no importaba, la función única y principal históricamente era tener hijos para la familia; y luego fue tener hijos para la comunidad y la patria como un bien social. Este era el significado de la categoría Maternidad en el discurso patriarcal. El placer quedaba fuera e incluso mancillaba esa función. De ahí la derivación de otra categoría patriarcal la Prostitución, que daba y sigue dando significado al hecho del mercado sexual masculino, que sigue siendo el mayoritario, ahora ampliado con cierto mercado cara al placer femenino, precisamente cuando ya es aceptado que las mujeres tenemos derecho al placer.

    Desde el discurso feminista, se desprenden otros subconceptos como Maternalismo que ha dado significado a esa situación injusta, reductora de identidad y desde luego muy conflictiva para las mujeres a nivel emocional, que políticamente ha sido usada desde el estado, o también por las mismas mujeres.[66] Ana María Portugal se preguntaba más específicamente sobre el carácter social de la maternidad, frente a la mística que hay acerca de ella, la respuesta que daba era la identificación que se hace entre feminidad maternidad como fuente de autovaloración y de reconocimiento social en un mundo donde las mujeres no tienen acceso al poder.[67]

     En el concepto de Derechos reproductivos y Sexuales lo que aportó el discurso feminista fue la articulación entre el discurso de la igualdad de derechos y las categorías del discurso médico. Los avances en la contracepción ciertamente fueron claves para la interacción entre el discurso y las condiciones reproductivas en las que vivíamos las mujeres. Posteriormente, estos derechos fueron reconocidos como parte de los derechos humanos por Naciones Unidas en la Conferencia de Derechos Humanos de Viena de 1993, como consecuencia de las propuestas y acciones feministas.

     Desde la perspectiva lingüística los Derechos Humanos Reproductivos y Sexuales, no sólo introdujeron la contracepción, ahora sí, con el conocimiento de las mujeres, también han dado significado de condena y justicia a condiciones de desigualdad (abusos sexuales, esterilizaciones a mujeres sin conocimiento) de diferencia (penalización de la homosexualidad, bisexualidad, lesbianismo,  transexualidad, aborto), y de falta de libertad en las relaciones entre dos o más géneros. Además también tienen relación con las condiciones de salud en las que se realizan las actividades sexuales (información, anticoncepción, tratamientos del SIDA), las reproductivas (partos, abortos, tratamientos de infertilidad).

     Los contextos en dónde las sujetos en movimiento han actuado para el logro de estos derechos han sido los ámbitos nacionales gubernamentales, pero dónde mayor visibilidad han conseguido además de algunos logros han sido los internacionales, como las Conferencias Mundiales de la ONU. El contexto de las transiciones democráticas posibilitó florecer nuevas reivindicaciones en torno a estos derechos.  Pero la lucha fundamental se dio en las últimas Conferencias Mundiales del Fondo de Naciones Unidas para la Población, (FNUP), y a través de los Foros No Gubernamentales de mujeres paralelos a las Conferencias.[68] Específicamente, en el contexto latinoamericano se actuó en la Conferencia Regional Latinoamericana y del Caribe de la CEPAL, realizada en México, anteriormente a la de Población de El Cairo, con el documento "Consenso Latinoamericano y del Caribe sobre Población y Desarrollo". En él se incorporaron algunas de las reivindicaciones del Foro de las Mujeres: el aborto como un problema de salud pública; Programas de Seguridad Social; la necesidad de educación sexual; y la investigación de anticonceptivos masculinos. En 1994 en la Conferencia de El Cairo las posiciones estaban polarizadas: los fundamentalistas, en dónde había  países latinoamericanos y la mayoría musulmanes, estaban  en contra de la anticoncepción, liderados por el Papa Woytila; el resto estaban a favor de la anticoncepción como un asunto de libertad individual que requería educación, por tanto el estado no habría de regularla sino reconocer los Derechos Humanos Sexuales y Reproductivos de hombres y de mujeres, tal como se había aprobado en Viena el año anterior. El inicio y buena parte de la Conferencia se desarrolló con el propósito de retirar del debate el tema del aborto. El aborto se había introducido como un problema de salud pública, pero la acusación del Papá fue que se trataba de hacerlo un derecho internacional. Las organizaciones de mujeres que trabajaban en el tema estuvieron representadas a través de la Alianza Internacional "Voces de Mujeres". La introducción finalmente de los Derechos Humanos Reproductivos y Sexuales en el Plan de Acción de la Conferencia, supuso reconocer que las mujeres eran sujetos activos en las políticas de población. Finalmente en Beijing (1995), se ratificaron estos derechos.[69] Pero la acción de las sujetos en este campo desde entonces no ha cesado. La acción de los movimientos de mujeres y del movimiento feminista desde hace más de tres décadas, practicando estos derechos, denunciando, apoyando, formando a otras mujeres, significando esa realidad, ha sido uno de los trabajos más intensos. El discurso está ahí disponible, pero en muchos territorios, las mujeres no tienen acceso a él y a los medios anticonceptivos, y continúan viviendo la maternidad y la sexualidad en unas condiciones en las que no se reconocen sus derechos. Queda pendiente que se construyan muchas más subjetividades colectivas e individuales, no sólo en este campo, sino en todos los demás en que es necesario actuar con el cambio discursivo que se está produciendo.  

 

3. Otras categorías

 

     Hay otras categorías relacionadas con la ciencia, y la exclusión histórica de las mujeres en su desarrollo. Androcentrismo y Sexismo fueron de las primeras que aparecieron como discurso feminista. Androcentrismo que da significado a la exclusión de las mujeres de los procesos de la ciencia, la investigación, el desarrollo y la innovación; y Sexismo, que significa la discriminación de las mismas en los campos de la educación, la salud, la alimentación, etc., en relación con el varón.   

     Además, quisiera solamente nombrar otras categorías discursivas feministas que son compartidas con otros discursos, utilizadas también en América Latina. Ya hice alusión al principio, de cómo el discurso feminista se origina en el discurso liberal, y de ahí viene la categoría de Igualdad que se despliega en Igualdad Jurídica, Laboral, etc.; Libertad, con la que las sujetos feministas han dado significado a su Independencia y Autonomía. De Solidaridad se ha desprendido la Sororidad que desde el feminismo ha  dado significado a la alianza entre mujeres. Derechos y Democracia son igualmente categorías compartidas con el discurso liberal. Al mismo tiempo hay categorías que se comparten con el discurso socialista como Explotación de las mujeres y Opresión; y en la intertextualidad con este discurso surgieron: la Triple Reproducción (biológica, material y social) y la  División Sexual del Trabajo.

     Y para terminar, resumir que la exclusión, subordinación, explotación y opresión de las mujeres en las relaciones sociales, significa en el discurso feminista conceptualizar las condiciones socioeconómicas y políticas en que vivimos, e interactuar con esas realidades, con nuestro contexto, y pasar a la acción como sujetos colectivos. Mediante el discurso construimos la identidad feminista, y elaboramos nuestra experiencia, y desde ahí llevamos a cabo una serie de prácticas y acciones en tanto sujetos, articuladas a través del lenguaje. Cómo grupos de mujeres transforman sus condiciones de marginación en objeto de acción?, cómo dan significado a esa experiencia de vivir en un mundo sexista, que las excluye; o a sus vivencias de desigualdad en el trabajo ya sea en el hogar o en cualquier otro sector; de subordinación en la política?. Si observamos lo qué ha pasado históricamente, parece que la respuesta es cuando tenemos un discurso y un sujeto en acción. Por eso el Feminismo es más que un movimiento social. 

 


NOTAS


[1] Una voz Insurgente (Bogotá: Ed. Guadalupe, 1963), p. 44

[2]Se ha escrito mucho sobre el origen del concepto Feminismo. Aquí quiero recoger la referencia de un estudio extenso sobre el mismo en lengua galega, que tiene un título que nos interesa. Blanco, Carmen. O Contradiscurso das Mulleres. Historia do Feminismo, (Vigo: Nigra, 1995)

[3] Utilizaré las cursivas para todas las categorías o conceptos discursivos

[4] Empleo discurso en el sentido de Scott, Joan. W. “Sobre el Lenguaje, el Género y la Historia de la Clase Obrera,”, Historia Social, nº 4., (Valencia 1989), p. 128; "Igualdad versus diferencia: los usos de la teoría postestructuralista", Debate Feminista, nº 5, (México, 1993) p. 87; y Cabrera, Miguel Ángel. Historia, lenguaje y teoría de la sociedad, (Madrid: Cátedra / Frónesis, 2001) pp. 51-52. 

[5] Scott, Joan W. La Citoyenne Paradoxale. Les feministes françaises et les droits de l´homme, (París, Albin Michel, Bibliothèque Histoire, 1998), pp. 12-13

[6] Luna, Lola G. El sujeto sufragista. Feminismo y feminidad en Colombia, 1930-1957, (Cali: Centro de Estudios de Género Mujer y Sociedad, Universidad del Valle / La Manzana de la Discordia, 2004), p. 15

[7] Scott, Joan W. La Citoyenne Paradoxale, op. cit. pp. 233-234

[8] Lerner, Gerda. La Creación del Patriarcado (Barcelona: Crítica, 1990)

[9] Facio, Alda. “El patriarcado y sus instituciones”, (La Cuerda, Ciudad de Guatemala, año 9, nº 92, agosto, 2006, revista electrónica)

[10] Bedregal, Ximena. “Con mi feminismo mirando hacia el sur (primeras reflexiones de un viaje de regreso al futuro)”, www.creatividadfeminista.org, 24.8.06. La autora habla del Patriarcado occidental y su colonización de otras culturas originarias latinoamericanas, planteando la falta de estudios de los “otros Patriarcados”.

[11] Cabrera, M. A. Op. cit., p. 171

[12]Ib., p. 70

[13] Para adentrarse en el estudio de la formación de los conceptos del discurso feminista el Diccionario ideológico feminista, de la teórica feminista Victoria Sau, en sus diferentes ediciones, es hasta ahora la herramienta más rica que conozco. Sau Victoria, Diccionario ideológico feminista, (Barcelona: Icaria, 1981, 1989, 2001); también es muy útil “Palabras y Conceptos claves”, (El Periódico feminista en Red), www.mujeresenred.net/vocabulario.html

[14] Scott, Joan W. “El género un concepto útil para el análisis histórico”, Lamas, Marta (comp.). El Género: la construcción cultural de la diferencia sexual (México: Porrua ed. / PUEG, 1997). Esta fue la segunda traducción al castellano; la cito por ser la que se realizó en América Latina, aunque ya se utilizaba la primera ("El Género: Una categoría útil para el análisis histórico", en J.S. Amelang y M. Nash (ed.) Historia y Género, Alfons el Magnanim, Valencia, 1990). El primer  artículo de Scott traducido al español en América Latina fue: “El Problema de la invisibilidad”, Ramos Escandón, Carmen (comp.). Género e Historia (México: Instituto Mora / UAM , 1992;   

[15] Alves, Berenice. A (re) invenção do corpo: sexualidade e gênero na experiência transexual, (Brasilia: Centro Latino Americano em Direitos Humanos e Sexualidade/GARAMOND, 2006), (versión de tesis doctoral); Mejía, Norma. Transgenerismos, (Barcelona: Edicions Bellaterra / Librería Antonous, 2006), (versión de tesis doctoral); Flores Bedregal, Teresa. “El género no debería ser una categoría binaria”, Red www.modemmujer.org, 2003

[16] En la Red, buscando en google y en español: “genero feminismo” da aproximadamente 681.000 entradas; aproximadamente 314.000 de “genero, feminismo, discurso”; y de los subconceptos que veremos más adelante: 6.140.000 de “violencia de género”; y “género en el desarrollo” aproximadamente 12.900.000 entradas.

[17] Millet, Kate. Política sexual (México: Aguilar, 1975)

[18] Stoller, Robert. Sex and Gender, (New York: Science House, 1968)

[19] Kirkwood, Julieta. "Sexo-género", en Feminarios, (Santiago de Chile:  Documentas Mujer, 1987)

[20] Oliveira Costa, Albertina y Bruschini, Cristina (comps.). Uma Questâo de Género, (Rio de Janeiro, Sâo Paulo: Rosa dos TemposFundaçâo Carlos Chagas, 1992)  

[21]Una recopilación historiográficamente importante hasta el año 1997 la hizo la uruguaya Silvia Rodríguez Villamil. "Mujeres y género en la historiografía latinoamericana reciente", Bareiro, Line y Soto, Clyde  comps.). Ciudadanas: una memoria inconstante, (Caracas: CDE/Nueva Sociedad, 1997). Ella murió el 17.10.03, y ha supuesto una pérdida  para la historia de las mujeres en América Latina, por lo que aportaba  su visión continental. Tuve el honor de compartir con ella momentos intelectuales y amistosos. 

[22]Ha sido Gabriela Castellanos y el grupo de colaboradoras del Centro, entre ellas Simona Accorsi, quienes están trabajando en esta línea. Ver: Castellanos, Gabriela. “Introducción. Género, discursos sociales y discursos científicos”; “Desarrollo del concepto de Género en la Teoría Feminista”; “Mujeres, hombres y discursos”, Castellanos, Gabriela; Accorsi, Simona; y Velasco, Gloria (comps.) Discurso, género y mujer, (Ed. De la Facultad de Humanidades/Centro de Estudios de Género Mujer y Sociedad/La Manzana de la Discordia, 1994), Castellanos, Gabriela. "Género, poder y postmodernidad: hacia un feminismo de la solidaridad", Luna, Lola G. y Vilanova, Mercedes. (comps.) Desde las orillas de la política. Género y poder en América Latina (Barcelona: Seminario Interdisciplinario Mujeres y Sociedad UB, 1996); Castellanos, Gabriela y Accorsi, Simona. “Introducción: Nuevas concepciones de la Subjetividad como trasfondo teórico de los Estudios de Género”, Castellanos, Gabriela, y Accorsi, Simona (comps.) Sujetos femeninos y masculinos, (Cali: Centro de Estudios de Género Mujer y Sociedad/La Manzana de la Discordia /Universidad del Valle, 2001). También en el campo de la literatura, Castellanos, como poeta y ensayista su dedicación al género ha sido continuada. Por ejemplo desde esta última modalidad ver una serie sobre autoras: La mujer que escribe y el perro que baila. Ensayos sobre Género y literatura (Cali: Grupo de Investigación sobre Género, Literatura y Discurso / Centro de Estudios de Género Mujer y sociedad, U. del Valle, 2004)

[23] Entendido el lenguaje como sistema de signos, y dónde se construyen los significados. Scott, J.W. “Sobre el lenguaje, el género y la historia de la clase obrera”, Historia Social, nº 4., Valencia, 1989

[24] Cabrera, M. A., p. 145

[25]Luna, Lola G. “Contextos históricos y discursivos de género y movimientos de mujeres en América Latina”, Luna, L. G. Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política, (Cali: Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad, Universidad del Valle / La Manzana de la Discordia, 2003), pp. 75-77

[26] Prácticas realizadas en la India y África, como la  ablación, infibulación, clitoridectomía, el satî, etc. Las dos primeras aparecen en el diccionario de María Moliner  pero no hay especificación de que se trate de esta clase de prácticas terribles sobre las niñas. Las tres últimas las recoge Victoria Sau, ops. cit. (1981) pp. 65-70, (1987) pp. 77-84, y (2001) pp. 249-252. Sobre el satî: el 14 de septiembre de 1987, en el pueblo de Deorala, India Occidental, una viuda se inmoló. Bajo una pira de cocos ardiendo ella sacó las manos. Quienes la seguían decían que era para bendecirlos, pero unos grupos de mujeres del estado de Jaipur condenó el hecho y pidió a la justicia que castigara a quienes habían participado en ese horror. A partir de ahí se extendió la condena del rito y se prohibió. Una multitud de 70.000 personas se manifestaron contra la prohibición. Narasimhan, Sakuntala. “El rito de la quema de viudas en la India”, La mujer ausente. Derechos Humanos en el Mundo, (Santiago de Chile: Ediciones de las Mujeres, nº 15, 1991), pp. 145-147 

[27]Un hecho histórico maravillosamente narrado por Álvarez, Julia. En el tiempo de las mariposas, (Bogotá: Alfaguara, 2001); como complemento ver Vargas Llosa, Mario. La fiesta del chivo, (México: Alfaguara, 2000)

[28] “25 de Noviembre, una fecha de denuncia de la violencia contra las mujeres en América Latina”, Hojas de Warmi, nº 2, (Barcelona: Warmi, ONG para la cooperación con Latinoamérica, 1991)

[29] “Editorial”. Anuario Hojas de Warmi, nº 9 (Barcelona: SIMS, 1998), pp.5-6

[30] Reñé, Michelle. “Préstamos para la igualdad de género: análisis conceptual, lingüístico y social”, 2006. www.mujerpalabra.net

[31] www.Cladem.org

[32] Ya hacía años que las feministas llevaban elaborando este interés. Ver: La mujer ausente. Derechos humanos… Op. cit. 

[33] Caravaca, Afilia y Guzmán, Laura. Violencia de Género, derechos humanos y democratización: Perspectiva de las Mujeres, Tomo IV (San José de costa Rica: PNUD, 1995), pp. 5-6, 22-25

[34] Ib., p. 9

[35]Castellanos Llanos, Gabriela. “Los Derechos Humanos de las mujeres y las nuevas concepciones de las identidades: igualdad, diferencia y performatividad”. Castellanos Llanos, Gabriela (comp.). Textos y prácticas de género, (Cali: Centro de estudios de Género / La Manzana de la discordia, 2004), pp. 29-34

[36] “Genocidio contra las mujeres”, 11.11.2004, www.Mujereshoy.com

[37] Ib.

[38]Scott, J. W. “La Experiencia como prueba", en: Carbonell, Neus y Torras, Meri (comps.) Feminismos literarios, (Madrid: Arco libros, 1999)

[39] Del mismo se han derivado: intereses de género prácticos y estratégicos; conciencia de género, identidad, etc.

[40]Portocarrero, Patricia (Ed.). Mujer en el Desarrollo. Balances y Propuestas, (Lima: Ed. Luís Varela/Flora Tristán, 1990); Guzmán,Virginia; Portocarrero, Patricia; Vargas, Virginia (Comps.). Género en el desarrollo, (Lima: Ed. Entre Mujeres, 1991);  Montecino, Sonia y  Rebolledo, Loreto. Conceptos de Género y Desarrollo, (Santiago de Chile,

PIEG, 1996); Luna, Lola G. "La relación de las mujeres y el desarrollo en América Latina: apuntes históricos de dos décadas (1975-1995)", Hojas  de Warmi nº10,(Barcelona: 1999)

[41] Ib. El MYD se gestó en el seno de la Comisión Femenina de la Sociedad para el Desarrollo Internacional (ONU), que valoraba la participación de las mujeres del Tercer Mundo en la subsistencia familiar y consideraba que éstas no podían quedar al margen de los beneficios del desarrollo

[42] Ib. En la I Conferencia Mundial de la Mujer (México 1975) comenzó a hablarse de Mujer en el Desarrollo (MED). La diferencia con el MYD era considerar a las mujeres como sujetos de derechos y su posición subordinada como un obstáculo para el desarrollo

[43] Sau, Victoria. El Vacío de la Maternidad, (Barcelona, Icaria, 1995); Luna, Lola G. “Maternalismo y discurso gaitanista”. Luna, L. G. Los Movimientos de Mujeres en América Latina… Op. cit., pp. 97-10

[44]Empoderamiento tiene el significado de constituir sujetos con poder a través de estrategias determinadas. En el GED se refiere a las feministas y a todas aquellas mujeres vinculadas de una forma u otra al desarrollo. Batliwala, Susan. "El significado del empoderamiento de las mujeres. Nuevos conceptos desde la acción", en León, M. (comp.) Poder y Empoderamiento de las Mujeres. (Bogotá: Tercer mundo, 1997), pp. 188-192.

[45] ONGDs para el Desarrollo

[46] “Palabras y Conceptos claves”, op. cit.

[47] Para hacer un rastreo desde los 90 hasta el 2006 es muy útil el que ofrece Reñé, Michelle. “Prestamos… “, op. cit.

[48]Curiel, Ochy; Falquet, Jules; y Masson, Sabine (coords.) Feminismos disidentes en América Latina y el Caribe / Nouvelles Questions Féministes, V. 24, nº 2, 2005. Edición especial en castellano. Ediciones fem-e-libros. www.creatividadfeminista.org

[49]Ib. P. 6

[50] “Autogalería feminista. Entrecruces en el tiempo”, Ib., pp. 79-99

[51] Cardoza, Melissa. “Desde un balcón de lesbianas” ”, Ib., p. 14

[52] Ib., p.18

[53] Ib., p. 20

[54] Carneiro, Sueli. “Ennegrecer al feminismo. La situación de la mujer negra en América Latina desde una perspectiva de género”, Ib. pp.22-23

[55] Werneck. Jurema. “De Ialodês y Feministas. Reflexiones sobre la acción política de las mujeres negras en América Latina y el Caribe”. Ib. pp. 27-39 

[56] Sánchez Néstor, Martha. “Mujeres indígenas en México: acción y pensamiento. Construyendo otras mujeres en nosotras mismas”, Ib. pp. 42-43

[57] Ib. p. 51

[58] Scott, J. W. La Citoyenne Paradoxale, op. cit. pp. 233-234

[59] Fischer P., Amalia E. “Los complejos caminos de la autonomía”, Curiel, Ochy; Falquet, Jules; y Masson, Sabine (coords.) Feminismos disidentes, op. cit. pp. 54-74. También: “Producción de tecnocultura de género, mujeres y capitalismo”, Hojas de Warmi, nº 10, BARCELONA 1999 

[60] Se trata de una categoría general que el feminismo convirtió en práctica política de lo privado. Tuvo especial importancia en EE. UU., e Italia, de dónde pasó a España. En América Latina germinó en algunos grupos de diferentes países. Se dio especialmente en colectivos independientes de los partidos políticos, de ahí su lucha por la autonomía. Aquí, Fischer se refiere a ella desde el grupo La Revuelta (México, 1983), del que formó parte.    

[61]Fontela, Marta, Bellotti, Magui. “ONGs, financiamiento y feminismo”, Hojas de Warmi, nº 10, Barcelona, 1999

[62] Rodríguez Romero, Casimira. “Bolivia: la lucha de las trabajadoras del hogar”, Curiel, Ochy; Falquet, Jules; y Masson, Sabine (coords.) Feminismos disidentes, op. cit. pp. 101-105 

[63] Olivera B., Mercedes. “El movimiento independiente de mujeres en Chiapas y su lucha contra el neoliberalismo”, Ib. pp. 106-115

[64]Vargas, Valente; Virginia. “Reflexiones sobre la construcción del movimiento social de mujeres”, Boletín Americanista, nº 38, Univ. de Barcelona 1988, pp. 265-266

[65]Las primeras políticas de control de la natalidad

llegaron a América Latina a principios de la década de los sesenta dentro de los Programas de la Alianza para el Progreso. En esta primera etapa, se esteriliza a las mujeres o se les colocan dispositivos intrauterinos sin su conocimiento. Se trataba de mujeres de sectores campesinos y populares urbanos. No se consideraba a la mujer como sujeto de derechos reproductivos.

[66] Luna, Lola G. “Contextos históricos discursivos de género…”, AP.

cit., pp. 66 y 75-77

[67] Revista FEM, nº 121, México, 1993

[68]En la I Conferencia de Población (Bucarest, 1974) el Tercer Mundo señaló que el mejor anticonceptivo era el desarrollo. En la I Conferencia Mundial  de la Mujer (México, 1975), se incluyó en contraste con la Conferencia de Bucarest, la libertad reproductiva de las mujeres. En la II Conferencia de Población (México, 1984) se reconoció que la participación de las mujeres era clave para impulsar la planificación familiar, y en cierto modo se aceptó el lema de las feministas “No al Control de población, las mujeres deciden". En 1990, el FNUP reconoció que existía una discriminación de la mujer en lo que se refería a las responsabilidades de la reproducción, y toda la carga de contracepción se cargaba sobre ellas. Ante la III Conferencia de Población (El Cairo, 1994) el FNUP recomendó a los gobiernos que incorporaran "la visión de género", es decir, el punto de vista de los movimientos de mujeres.

[69]Las fuentes principales para este aspecto del tema son los Informes del FNUP y MujerFempress, nº 154, Santiago de Chile, 1994; Especial MujerFempress. Población: hablan las mujeres, s/f. También, Londoño, María Lady. Los derechos sexuales y reproductivos, los más humanos de todos los derechos (Cali: Sí, mujer, 1996), y Ríos, Gloria de los. "Maternidad y derechos reproductivos en América Latina", Hojas de Warmi, nº 9, Barcelona, 1998

 

 

________________________________________________________________________________

Este artículo ha sido originalmente publicado en Historia, Antropología y Fuentes Orales, nº 38, Barcelona 2007, páginas 145-162

________________________________________________________________________________

Imagen de portada: composición de Mayte Díez

________________________________________________________________________________


Otros artículos de la autora y curriculum en este blog:

La historia feminista del género y la cuestión del sujeto

Introducción a la discusión del género en la historia política

 

Presentación y reseñas de libros:

Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política

El sujeto sufragista, feminismo y feminidad en Colombia, 1930-1957 

INTRODUCCIÓN A LA DISCUSIÓN DEL GÉNERO EN LA HISTORIA POLÍTICA

INTRODUCCIÓN A LA DISCUSIÓN DEL GÉNERO EN LA HISTORIA POLÍTICA

Lola G. Luna
Universidad de Barcelona

 

 

Introducción del libro Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política , Centro de Estudios de Género Mujer y Sociedad, Universidad del Valle, La Manzana de la Discordia, Cali, Colombia, 2003, 100 páginas

 

 

Una feminista hoy no declara la guerra a nadie: se limita a cambiar la vida.

Florence Thomas 

 

 

Introducción a la discusión del género en la historia política

 
Esta compilación gira en torno especialmente a un par de temas: que las luchas de las mujeres por diferentes reivindicaciones están excluidas de los intereses de la historia política, pero se trata de un tema importante a tener en cuenta en esta corriente historiográfica por las aportaciones que representa para su renovación, y que este tema a su vez forma parte de la historiografía de las mujeres, más concretamente de la corriente que se inspira en el género. Entiendo el género en el sentido en que lo ha definido la historiadora Joan W. Scott: como una construcción histórica y como un campo de articulación de relaciones y de producción de significados de poder, que operan desde la diferencia sexual a través del lenguaje y el discurso.[1] Entre los productos significativos de género aporto la construcción del maternalismo e identifico variados contextos históricos discursivos en los que se construyen movimientos sociales de mujeres. A fin de explicar la diversidad de estos movimientos y sus formas de acción se señala en algunos de ellos al maternalismo como vía de inclusión formal de las mujeres como sujetos sociales y políticos, y por tanto, como motor inicial de la acción; en otros movimientos el motor es la crítica patriarcal. Más adelante se desarrollan algunas notas acerca de cada uno de los artículos que constituyen los capítulos del libro, ahora, en primer lugar deseo justificar más ampliamente el título.

 

 

1. El silencio acerca de la historia política de las mujeres

 

Una de mis preocupaciones historiográficas es cómo se puede insertar la historia de las mujeres en la historiografía general - al no considerarla por mi parte como un objeto de estudio aislado -, cómo participa de las diversas corrientes, y cómo encierra aportaciones para la historia política, social, cultural, etc. Más concretamente me interesa esa inserción de la historiografía de las mujeres en su vertiente política, en un intento de salir del silencio que aún la envuelve, solamente roto al nombrarla a veces como un nuevo tema, generalmente considerado aparte, y del que las mujeres son las responsables de su investigación. Es innegable que el origen de la historia de las mujeres ha sido la conciencia de algunas historiadoras de que faltaba su escritura y la explicación de su ausencia, de ahí el carácter específico que ha tenido su aparición, pero actualmente el grado de complejidad que ha alcanzado esta historiografía plantea nuevos retos e inserciones en la historiografía general. Parto de la apreciación lógica de la naturaleza política de las luchas de las mujeres, especialmente de los Movimientos Feministas, de los Movimientos de Madres contra la Violencia y de los Movimientos por la Sobrevivencia politizados. Todos ellos han producidos resultados de carácter político: cambios en las leyes y en las instituciones, nuevas legislaciones e instancias específicas con Programas propios para resolver sus problemas, y lo que es más importante: cambio en las mentalidades y en la vida cotidiana.

Además, las luchas, y los logros de las mujeres son hechos políticos relacionados con la ideología, las ideas políticas, en suma, con problemas de exclusión y de subordinación, que pueden ser analizados en términos de poder a través del género y sus significados.

La crisis de la historia política tradicional se produjo en la década de los setenta, entre otras razones, porque tenía como objeto de estudio el acontecimiento único, a los poderosos, sus experiencias y las instituciones de gobierno. Su renovación hizo revisar sus temas e incorporar las experiencias históricas de otros grupos sociales, también incorporar nuevas metodologías, enriqueciéndose con aportes de la sociología y la ciencia política.[1] Según Mina:

 

La renovación consiste en superar las críticas que en su día hicieron los fundadores de Annales a la historia política y hacer suyos los postulados que sirvieron para renovar la historia económica y social

Es decir: "interdiciplinariedad", "investigar a las masas" y adoptar la "larga duración"[2].

Hay que indicar que hasta ahora en la investigación de los desposeídos y las masas, no se han incorporado los temas de la historia política de las mujeres, como son: los diferentes movimientos de mujeres ya señalados antes, la participación de mujeres en los movimientos políticos masculinos partidistas y sindicales, sus relaciones con el estado y las instituciones para la igualdad, las biografías de las líderes, etc. En cuanto a las posibilidades del género para el análisis político hay un desentendimiento total y no se encuentran referencias a obras que ya existen muy consistentes en esta línea.[3] No obstante, siguiendo con el ejemplo de los movimientos de mujeres voy a señalar cómo su historia se inserta en algunas de las preocupaciones de la historia política actual.

La historia inmediata guarda una relación fructífera y estrecha con la historia política, de manera que ésta, como ha recordado Sirinelli, "ha sido fermento para la historia del tiempo presente"[4]. Y es en la contemporaneidad dónde encontramos la mayoría de los acontecimientos y cambios más importantes que se han producido en las vidas de las mujeres. La historia política, por tanto, puede enriquecerse con el conocimiento del hecho político de los movimientos de mujeres, hasta ahora más estudiados desde la sociología y la antropología que desde la historia misma. De éstos se desconoce un pasado y unas raíces que en algunos casos, como el de los Movimientos Feministas (en su primera ola sufragista) y los Movimientos por la Sobrevivencia, se remontan más allá de las décadas recientes, en las que se producen las eclosiones más conocidas de los Movimientos Feministas (de segunda ola) y de los Movimientos de Madres contra la Violencia.

En el campo de la cultura, otra de las preocupaciones de la historia política, la historia política de las mujeres tiene muchas posibilidades. Mantiene Sirinelli que la cultura política son: valores, creencias, ideologías, memoria específica, textos, vocabulario, formas de sociabilidad, o:

En otros términos, la cultura política es, a la vez, una especie de código y un conjunto de referentes formalizados en el seno de un partido o de modo más ampliamente difundido, en el seno de una familia o de una tradición política.[5]

 

No hay duda que los movimientos sociales de mujeres aportan elementos en esa línea, porque son una expresión importante de formas de sociabilidad política. Y ya que la cultura política como objeto de estudio, remite a una más larga duración que la historia inmediata o del tiempo presente,[6] interesan especialmente estos movimientos para interpretar sus formas de hacer política como nuevas formas, porque proceden de una experiencia histórica relacionada con la diferencia sexual.[7] Y es por la diferencia sexual que la cultura política de los movimientos de mujeres es novedosa, porque ésta no se produce en la inmediatez de sus expresiones, sino que hunde sus raíces en un tiempo histórico de carácter estructural, que también ha marcado la experiencia masculina.

En torno al acontecimiento se ha producido una gran discusión por parte de los historiadores políticos y se le ha redefinido en relación a la larga duración, huyendo de su consideración puntual en la historia política tradicional. Para René Remond es "fundador de mentalidades"[8], para Michael Vovelle es "revelador de tendencias profundas", "estructurante y desestructurante"[9], para Paul Ricoeur "se inscribe en el tiempo largo como parte de un discurso"[10], y Julliard, en la línea de Remond, lo considera "productor de estructuras"[11]. Si tomamos un acontecimiento como es la obtención del voto de las mujeres en Colombia en 1954, es evidente que no es un acontecimiento único, aislado, lo había precedido una lucha que se estructura en los años treinta, pero que tiene antecedentes en proclamas anteriores, y dónde las mentalidades conservadoras y liberales entraron en juego por un tiempo largo que dura hasta hoy. El cambio para las mujeres, aunque formal en cuanto a la participación política se refiere, fue especialmente visibilizarse como sujetos en el sistema político, en el que empezaron a producirse algunas transformaciones décadas después, como por ejemplo, nuevas leyes o la creación de una Consejería de Género. Tampoco hay que olvidar la producción de significados maternalistas que el acontecimiento del voto dio a la luz. El discurso populista maternalista del general Rojas Pinilla llevó a la prensa, a la radio y a la calle, que las mujeres eran ciudadanas importantes porque eran madres, algo que hasta ese momento se pensaba pero no en términos de derechos ciudadanos, y que ahora se convertía en ideología política.[12] Además, la vida de las mismas sufragistas cambió y dejaron una herencia de reivindicaciones pendientes que recogieron las feministas colombianas de los setenta y ochenta.

 Mirando el panorama historiográfico latinoamericano de la nueva historia política, se encuentran algunas excepciones incluyentes de las mujeres como la de María Fernanda G. de los Arcos, que las recuerda como parte de los "gobernados", sujetos ahora considerados activos y con voz.[13] Junto a ésta, Carlos Miguel Ortiz al referirse a los nuevos campos de investigación abiertos por los programas de doctorado de la Universidad Nacional de Colombia señala entre ellos la "Historia de los géneros y sus interrelaciones", incluyéndose el concepto de género, que puede ser entendido en un sentido más amplio que el del más fácilmente incorporado de las relaciones sociales de género.[14] Unos años antes, en el recuento numérico realizado por Medófilo Medina de la producción historiográfica política colombiana del siglo XX no aparecen trabajos relacionados con las mujeres,[15] pero este historiador abogará por derribar tabiques, abrir ventanas y hacer la historia del "Aquí y el Ahora",[16] iniciando inclusiones de las mujeres en la historia política colombiana[17]. Pienso que la invisibilidad de algunos trabajos de historia política de las mujeres en los balances historiográficos tiene que ver con la parcelación que ha supuesto la historiografía de las mujeres, porque en otros recuentos colombianos, como el de Jorge Orlando Melo, se recogen las nuevas aportaciones de la historiografía de las mujeres desde una sensibilidad bastante incluyente y se ha hecho el esfuerzo de insertar dicha producción en las grandes corrientes historiográficas, aunque se consignen en nuevos campos de la historia social algunos trabajos que a mi juicio participan del campo de la historia política.[18] Lo que estoy planteando es que hay una doble consignación de la literatura histórica sobre las mujeres: por un lado se ha ido consolidando como una vertiente historiográfica propia, desarrollando conceptos específicos que han ido explicando la subordinación, la exclusión de la escritura de la historia, etc., pero al mismo tiempo participa (no olvidemos su hermandad con la historia social) y aspira a hacerlo cada vez más de las grandes corrientes historiográficas.

Por otro lado, estas nuevas actoras han puesto a su vez en cuestión la universalidad del sujeto contenida en anteriores interpretaciones. Posiblemente por esta razón el objeto de estudio "mujeres" cada vez está más frecuentemente unido a la posmodernidad, pues ha tenido la virtud de convertirse en testigo de cargo de la diversidad de sujetos reales. Sin entrar en esta ocasión en el debate sobre historiografía y posmodernidad, deseo fijar mi posición como historiadora hija del positivismo, hermana del marxismo, y con cierta experiencia maternal, que no maternalista, en el feminismo, porque como dice Remond "no hay mirada inocente sobre la historia", "lo honesto es dejar claros los presupuestos".[19] Me reconozco en la postura de Jersy Topolski cuando argumenta, primero, que no hay una historiografía posmoderna, sino influencias de la posmodernidad en el hacer la historia, y segundo, que los nuevos campos de investigación y los nuevos enfoques teóricos son cambios que se van fraguando sin grandes rupturas de paradigmas historiográficos[20]. Por ejemplo, Appleby, Hunt y Jacob, que no rechazan las puertas que abren las teorías de la posmodernidad, en relación a la democratización universitaria en Estados Unidos señalan que:

 

Grupos recién admitidos en la universidad demostraron gran receptividad a las proclamas escépticas posmodernas cuando verificaron que los principales representantes de las tres mayores escuelas de historia excluían o trataban de manera estereotipada a mujeres y minorías. [21]

 

En cierto modo, es lo que mantengo en el primer capítulo, cuando digo que el enfoque del género se gesta como específico de la historiografía feminista después de que historiadoras de las mujeres hubieran dado un paseo por la historia social y el materialismo histórico. Y es desde una postura abierta con dosis de eclecticismo, que me gustaría insertar la historia de los movimientos sociales de mujeres en la historia política que se hace hoy día. Y añadir, que da que pensar que historiadores etiquetados como posmodernos nieguen esa filiación, como es el caso de Hayden White[22] o de Joan W. Scott, que precisa su postura como de post-estructuralista[23]; no será que esa etiqueta en historia ha llegado a ser banal?.

 

La actualización de la historia política pasa no sólo por incorporar algunos temas relacionados con los sujetos femeninos, sino también por incorporar conceptos de la historiografía de las mujeres, como es la diferencia sexual y el género, que son políticos porque explican la exclusión y las formas que adquiere la inclusión de las mujeres en los ámbitos de la política. Además, también es un hecho político su exclusión de la historia escrita hasta hace unas décadas, por tanto:

Si durante los dos últimos siglos la historia ha ocupado un lugar importante en la interpretación del conocimiento acerca de la diferencia sexual, entonces tal vez sea en el examen de la historia como parte de la "política" de la representación de los géneros dónde encontremos la respuesta a la pregunta de la invisibilidad de las mujeres en la historia escrita en el pasado.[24]


En mi interpretación me inclino por el enfoque del género, aún muy polémico, pero "útil"[25] para la historia política, porque como dice Castellanos:

"es una categoría íntimamente ligada a las relaciones sociales, al poder y los saberes"[26]

Elena Hernandez Sandoica ha recogido excepcionalmente este sentido del género en su historiografía general, cuando se refiere al género como un concepto que se refiere "al poder en la historia",[27] y como una:

(...) elaboración deconstruccionista, desenmascaradora de las opacas estructuras del poder constituido (poder social, poder académico, poder intelectual, poder científico...) (...) El saber llamado "histórico" o "historiográfico", en su totalidad, reclamaría pues, urgentemente, una reescritura, una reordenación de sus fundamentos.(...) Una reflexión que, por fuerza, sólo teniendo en cuenta el género podría hacerse satisfactoriamente.[28]

 

Aunque la autora más adelante no acaba de distinguir claramente la diferencia entre historia de las relaciones de género e historia del género[29], pues aunque las primeras forman parte de la segunda - como señala Castellanos - sólo son una parte, y no alcanzan a explicar el contenido político del género.[30]

Pienso que hay varios temas en las investigaciones sobre la historia política de las mujeres: unos generales, que se refieren a las acciones de las mujeres que tienen que ver con el poder, la participación, las instituciones, el estado, el sistema político en general, etc. Hay un tema más específico, que atañe directamente al liberalismo y a la democracia, y es la exclusión del ejercicio de derechos ciudadanos y su inclusión por cualidades "diferentes" a las masculinas. Cuando en el siglo XIX comienza a implantarse el liberalismo en los países latinoamericanos, las mujeres quedan fuera de los derechos de ciudadanía, al igual que había sucedido en Europa, y de ahí surgió el hecho histórico de los movimientos sufragistas. Pero para entender la exclusión de las mujeres del estado liberal y de estados democráticos más recientes, hay que conocer cómo se produjo aquella, preguntarse por qué no eran consideradas ciudadanas, y, por qué después de ser incluidas en los derechos de ciudadanía siguieron siendo excluidas del ejercicio de la política, y, por qué actualmente siguen estando ausentes de los centros de decisión en los países democráticos. Para responder a estos interrogantes cabe investigar, entre otros aspectos, los significados políticos de género codificados en el lenguaje de los discursos liberales y democráticos, porque atañen a las raíces más profundas de la exclusión. Hay un tercer tema, también muy específico, que es el de la igualdad en el sistema democrático, como un acontecimiento también político y que plantea el interrogante de por qué las políticas de igualdad aplicadas en el mundo occidental, y en los países del sur con cultura occidental dominante, no se corresponden con una mayor celeridad en la presencia de las mujeres en los centros de decisión (salvo algunas excepciones norteeuropeas), y han de ser aplicadas desde fórmulas de discriminación positiva, que por otro lado, tan mala prensa tienen. Aquí la historia política tiene un tema de investigación de nivel profundo, de larga duración, que puede aportar luz a ese misterio de que las mujeres aún permanezcan en las orillas de la política democrática.

 

 

 

 2. Para una historia política con mujeres

 

El orden de los capítulos de esta compilación da cuenta de los tramos de mi itinerario de investigación seguidos en los años en que se escribieron los artículos que les dan vida. No puedo decir que estaban planeados de antemano, pero lo cierto es que fluyeron con cierto orden, y las cuestiones que se esbozan en los dos primeros se desarrollan en los tres siguientes, y los conceptos de género, diferencia sexual y maternalismo aparecen nombrados en los primeros capítulos y luego alcanzan cierta ampliación en los siguientes. El concepto de maternalismo es el que tiene un despliegue mayor a través del ejemplo del gaitanismo colombiano. Está en proyecto una investigación más amplia de esa línea, siguiendo la tipología que se ofrece de los movimientos de mujeres en el capítulo cuarto. Entonces, en la reunión de los artículos se puede ver la continuidad en el proceso de investigación y cómo éste nos lleva por unos caminos y no por otros, gracias a procesos vitales en los que nacen nuevas ramas y hojas del tronco inicial, que ha sido y es mi interés por la historia política y los movimientos de mujeres en América Latina.

"Para una historia política con actores reales" es un artículo de carácter historiográfico, que en la primera parte hace algunos planteamientos (que se desarrollan en la segunda) acerca de cómo se inserta la historia de las mujeres en el momento crucial que se vive de cambios en los paradigmas, de aparición de nuevos objetos de estudio y enfoques históricos. Entre la pluralidad de formas de hacer historia a que se ha llegado, se propone la diferencia sexual como un elemento a historiar desde el enfoque teórico del género, como vía para superar las limitaciones del enfoque de un patriarcado universal en el que las mujeres aparecen como víctimas pasivas, de forma que se puedan visualizar sus actuaciones históricas, políticas y se explique cómo se produjo la subordinación y su naturalización. Se apunta el camino inicial seguido por la historia de las mujeres, recorrido junto a la historia social principalmente, hasta comenzar a construir sus propias herramientas de análisis, y es a través de esas ramificaciones historiográficas y del contenido de poder que se le atribuye al concepto de género, que se establece la vinculación entre la renovación de la historia política y una parte de la historia de las mujeres, aquella en la que éstas se relacionan con el poder. En la segunda parte se muestra el tratamiento que se le dio al poder en el análisis feminista a través de autoras clásicas como Kate Millet y Gerda Lerner y sus aportaciones acerca del patriarcado, que permitieron fundamentar el concepto de relaciones de género, y cómo éste no explica lo político que encierra la construcción del género. De ahí la necesidad de otra perspectiva para estudiar el género desde propuestas centradas en el lenguaje y la significación, que revele el porqué de las actuaciones políticas de las mujeres, y al mismo tiempo aporte elementos a la renovación de la historia política.

En el capítulo "La diferencia y el género en la renovación de la historia política", se recoge la crítica realizada al etnocentrismo occidental desde el que se ha escrito durante siglos la historia de América. Esta crítica se está llevando a cabo por historiadores e historiadoras de América Latina, Europa y Estados Unidos, desde hace ya algunas décadas. La "otredad" o "problema del otro", según Todorov, tiene que ver con múltiples diferencias: étnicas, culturales, de clase, entre mujeres y hombres. Aunque este autor sí lo señala, la mayoría de la comunidad académica poca atención ha puesto al "problema" de las "otras". De nuevo insistimos aquí sobre la necesidad de preguntarnos cómo ha funcionado la diferencia sexual en la historia, y por ende la diferencia sexual en la historia política. Escogiendo uno de los historiadores que hablan de la renovación de la historia política, François Xavier Guerra, se percibe el silencio y nuevamente la exclusión de la historia política de las mujeres en sus conceptos analíticos. Guerra apuesta por una historia con "actores reales" frente a la abstracción de los "actores sociales" de otros enfoques historiográficos, pero la realidad actoral de la que habla es parcial, en ella nuevamente falta una parte de los sujetos, los femeninos, que han estado en la escena de otra forma que los sujetos masculinos ciertamente, pero presentes al fin y al cabo. La pregunta que se plantea es qué formas y mecanismos de exclusión y de inclusión de las mujeres en la política se han producido desde la diferencia sexual, y se afirma que éstas forman parte de las construcciones de género.

"La otra cara de la política: exclusión e inclusión de las mujeres en el caso latinoamericano", se puede decir que sirve, por un lado, de presentación de los dos grandes temas que se desarrollan en los capítulos cuarto y quinto: los movimientos de mujeres, y el maternalismo, y por otro, su tema central es ahondar, tanto en las razones de la exclusión de las mujeres, como en las formas de su inclusión, en relación con el ámbito de la política del mundo occidental y occidentalizado. Para ello se recogen las críticas feministas a los clásicos y contractualistas de la filosofía y la ciencia política. La exclusión se presenta como motor del origen del feminismo (en su primera ola sufragista), y como una gran contradicción del sistema liberal democrático, en tanto que la forma de inclusión por el mismo sistema es la ideología maternalista, que ofrece reconocimiento social y poder doméstico a las mujeres, y al mismo tiempo les asigna múltiples deberes reproductivos. Dentro de esta hipótesis de inclusión maternalista, el caso latinoamericano presenta algunos movimientos de diferente signo: los Clubes de Madres y las Madres de Plaza de Mayo, cuestión que se desarrolla en el artículo siguiente.

En contraste con la diversidad de movimientos de mujeres, se recoge la expresión latinoamericana acuñada desde los liderazgos feministas de "movimiento social de mujeres", interpretándose como la confluencia de esa diversidad de movimientos en la década de los noventa y se buscan las razones de ella.

En "Contextos históricos discursivos de género y movimientos de mujeres en América Latina" se proponen una serie de conceptos: género, contexto discursivo y maternalismo, a fin de fundamentar e interpretar la tipología: Movimientos Feministas, Movimientos por la Sobrevivencia y Movimientos de Madres contra la Violencia, todos ellos movimientos de mujeres surgidos en América Latina en la segunda mitad del siglo XX. El género se entiende operando en contextos discursivos históricos y determinados, y produciendo significados relacionados con la diferencia sexual, que han originado subordinación y exclusión de las mujeres de ámbitos sociales y de la política; al tiempo, los movimientos de mujeres se ven como respuesta política a la exclusión y también como formas de inclusión en la política, tal como se concluía en el capítulo tercero. Ahora se pone la atención en cómo se constituye el sujeto "mujer" desde el discurso del estado en sus diversas manifestaciones: liberal, democrático, dictatorial, revolucionario; cómo lo hace desde discursos procedentes de la iglesia, del ejército, de la guerra; y cómo desde la crítica a esos mismos discursos se construyen movimientos de mujeres que cambian los significados de género. La dinámica política más ambigua corresponde a los Movimientos por la Sobrevivencia, que hunden las raíces de su arquitectura en el discurso maternalista político religioso y están amarrados a los deberes de la reproducción, pero hay fuentes que acreditan sus transformaciones de conciencia e identidad a través de la participación social y política. Más claramente políticos son los Movimientos Feministas, que se construyen en un proyecto propio de transformación y cambio, y los Movimientos de Madres contra la Violencia, que son respuesta a acciones de guerra y muerte contra sus hijos, centrados en utilizar el poder maternal contra las instituciones de dónde proceden los discursos en los que a su vez se han constituido. Esos movimientos, además, a través de la evolución de la identidad de sus mujeres se convierten en la crítica más evidente del maternalismo. En resumen, se trata de nuevas actoras políticas, constituidas históricamente en contextos discursivos y en la acción, al tiempo que son un tema, insisto, a considerar dentro de la historia política más actual y renovada.

En "Maternalismo y discurso gaitanista, Colombia 1944-48" se trata de interpretar la construcción del maternalismo a través del estudio de un caso concreto de movimiento político populista en un periodo de la historia colombiana. La idea central es que en América Latina, el populismo institucionaliza el maternalismo. Se aborda el movimiento nucleado en torno a la figura de Jorge Eliecer Gaitán, el líder más amado de Colombia y muerto violentamente en Bogotá el 9 de abril de 1948. El periodo escogido es un tiempo corto pero rico en cultura política popular y feminista, ya que es coincidente con un momento muy activo del movimiento sufragista en el que se presentaron en el Congreso varios proyectos para reconocer el voto a las mujeres. Entretanto Gaitán se hacía con el liderazgo del partido liberal cara a las elecciones, convocaba a las masas a la participación política en su movimiento, y entre ellas invocaba específicamente a las mujeres, reglamentando de manera excepcional su representación política, y pactaba con algunas líderes feministas el reconocimiento del voto (sobre éste establecía un reconocimiento escalonado). La construcción del maternalismo en el discurso populista de Gaitán no es original, su arquitectura está en la sintonía de la época, que fundamenta los reconocimientos de ciudadanía en las virtudes y atributos femeninos y en sus significados hogareños y reproductivos. Aunque Gaitán, retóricamente, les reconoce también capacidades profesionales más allá de la maternidad. Lamentablemente no se pudo ver hasta dónde sus promesas se hacían realidad. Este estudio de caso cierra el volumen con el objetivo de ejemplificar la propuesta teórica mostrada en los capítulos anteriores.

Básicamente las correcciones de los textos han consistido en suprimir algunas notas y añadir otras nuevas. También han desaparecido algunos párrafos repetitivos y se han clarificado frases obscuras en algunos de los artículos.

Por último unas palabras sobre las fuentes y de agradecimiento. Los años en que se escribieron los artículos fueron los posteriores a la recogida de documentación videográfica sobre los movimientos de mujeres en América Latina, por lo que muchas ideas están impregnadas de esa experiencia; especialmente el capítulo cuarto está basado en ella. Una vez más deseo expresar mi agradecimiento por todas las palabras, corazones y puertas que se me abrieron en esta investigación. Conocer tan gran diversidad de mujeres enriqueció tanto mi trabajo como mi persona, en ningún momento me sentí ajena o forastera y con ellas percibí que algo nos une por encima de nuestras diferencias, de qué se trata es objeto de discusión en estos tiempos de sujetos fragmentados, pero diría que tiene que ver con el género. Espero haber interpretado correctamente sus acciones. Por el valor que tienen estas fuentes en video, quiero aprovechar la ocasión para comunicar que ahora ya disfrutan del soporte en CD, que evitará su desaparición, y que pueden ser reproducidas. Otras deudas intelectuales son con Joan W. Scott, Gabriela Castellanos y con esa latinoamericanista de corazón que ha sido Elsa Chaney. Las primeras con sus obras me hicieron entender los vericuetos del género y la tercera con su libro Supermadre me puso a pensar en el maternalismo y me honró con su apoyo y amistad; no puedo hacerme a la idea de que ya no esté con nosotras. También quiero recordar con afecto y gratitud por la atención que me prestaron a los y las estudiantes de licenciatura y doctorado de la Universidad de Barcelona, con quienes he compartido a lo largo de los años muchas de estas ideas, que iban acompañadas del visionado de las fuentes videográficas. Además fueron importantes y de agradecer las invitaciones y el acogimiento que tuve en los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe realizados en Brasil, Argentina y Chile, que me hicieron vivir y ver de otra manera la historia política de las mujeres, y en dónde las amigas colombianas me adoptaron siempre. Finalmente decir que este libro debe su aparición al Centro de Estudios de Género de la Universidad del Valle (Cali), a las amigas y colegas de La Manzana de la Discordia, y especialmente a Gabriela Castellanos, Directora del Centro, porque sin sus iniciativas e interés en publicar la producción feminista, no lo hubiera logrado. Desde luego, las equivocaciones y los olvidos son de mi responsabilidad.

Barcelona, noviembre 2001



NOTAS

[1].. Sobre estos aspectos y las primeras voces renovadoras hay un buen resumen historiográfico con énfasis en una de sus cabezas, René Remond, en: Mina, María Cruz. "En torno a la nueva historia política francesa", Historia Contemporánea, nº 9, Bilbao, 1993. Ver también, Julliard, Jacques. "La Política", en: Le Goff, Jacques y Nora, Pierre. Hacer la Historia, v. 2, Ed. Laia, Barcelona, 1979; y Balmand, Pascal. "La Renovación de la Historia Política", en Bourdé, Guy y Martin, Hervé. Las Escuelas Históricas, Ed. Akal, Madrid, 1992

[2].. Mina, María Cruz, op. cit., p. 63

[3].. Un ejemplo de historia política, en la que se muestra la construcción de varias sujetos de la lucha por los derechos de ciudadanía en Francia en sus correspondientes contextos discursivos, es la última obra de Joan W. Scott. La Citoyenne Paradoxale. Les feministes françaises et les droits de l´homme, Albin Michel, Bibliothèque Histoire, París, 1998 (1ª 1996)

[4].. "El retorno de lo político", Historia Contemporánea nº 9, Bilbao, 1993, pp. 26 a 29. Sirinelli forma parte del grupo francés, encabezado por René Rémond, considerado como uno de los renovadores de la historia política en las últimas décadas, que dirigió la obra pionera: Pour une histoire politique, Le Seuil, París, 1988

[5].. Ibid., pp. 30-31

[6].. Sigue diciendo Sirinelli que:

Los fenómenos culturales (...) e incluyendo las culturas políticas, son de combustión más lenta que aquellos más específicamente políticos. p. 31

[7].. Para Joan W. Scott, la diferencia sexual "es un sistema históricamente específico de diferencias determinadas por el género". "Sobre el lenguaje, el género y la historia de la clase obrera", Historia Social nº 4, Valencia, 1989, p. 90

[8].. citado en Mina, op. cit., p. 66

[9].. Ibid., p. 67

[10].. Ibid., p. 69

[11].. op.cit., p. 249

[12].. Luna, Lola G. "El logro del voto femenino en Colombia: La Violencia y el maternalismo populista, 1949-1957", Boletín Americanista, nº 51, Barcelona, 2001

[13].. "El ámbito de la nueva historia política: Una propuesta de globalización", Historia Contemporánea nº 9, Bilbao, 1993, p. 43

[14].. Ortiz Sarmiento, Carlos Miguel. "El Camino de ayer y los retos de hoy", en: Ortiz Sarmiento, Carlos Miguel y Tovar Zambrano, Bernardo. Pensar el Pasado, Universidad Nacional de Colombia - Archivo General de la Nación, Bogotá, 1997, p. 14

[15].. Medina, Medófilo. "La Historiografía Política del Siglo XX en Colombia", en: Tovar Zambrano, Bernardo. La historia al final del milenio, v. 2, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1994, p. 435

[16].. Ibid. "La historia: hic et nunc", en: Ortiz Sarmiento, Carlos Miguel y Tovar Zambrano, Bernardo. Pensar el Pasado, Universidad Nacional de Colombia - Archivo General de la Nación, Bogotá, 1997, p. 71

[17].. Ibid. "Mercedes Abadía y el movimiento de las mujeres colombianas por el derecho al voto en los años cuarenta", en: VV. AA. Las Raíces de la Memoria, Universidad de Barcelona, 1996

[18].. Melo, Jorge Orlando. "De la nueva historia a la historia fragmentada: la producción histórica colombiana en la última década del siglo, Boletín Cultural y Bibliográfico, v. 36, nº 50-51, Bogotá, 1999, pp. 176-178

[19].. citado en: Mina, María Cruz. op. cit., p. 61

[20].. "La verdad posmoderna en la historiografía", en: Ortiz Sarmiento, M. y Tovar Zambrano, B. op. cit., p. 176

[21].. Appleby, Joyce; Hunt, Lynn; Jacob, Margared. La verdad sobre la Historia, Ed. Andrés Bello, Barcelona, 1998, p. 204

[22].. Ibid., p. 181

[23].. "Entrevista con Joan Wallach Scott", Estudos Feministas, v. 6, nº 1, Campinas (Brasil), 1998, p. 123

[24].. Scott, Joan W. "El Problema de la invisibilidad", en: Ramos Escandon, Carmen (comp.). Género e Historia, Instituto MoraUAM,

México, 1992, p. 65

[25].. Ibid. "El Género: Una categoría útil ...", op. cit.

[26].. Castellanos, Gabriela. "Género, poder...", op. cit., p. 23

[27].. Hernández Sandoica, Elena. Los caminos de la historia. Cuestiones de historiografía y método, Ed. Síntesis, Madrid, 1995, pp. 175-183

[28].. Ibid., p. 179

[29].. Me refiero concretamente al título del apartado de su obra: "El poder en la historia: historia de los poderes e historia de las relaciones de género", ibid., p. 175

[30].. Este aspecto se desarrolla en el capítulo uno



Otros artículos y curriculum de la autora en este blog:  

La historia feminista del género y la cuestión del sujeto

 

Apuntes sobre el Discurso Feminista en América Latina

Presentación y reseñas de libros:

Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política

El sujeto sufragista, feminismo y feminidad en Colombia, 1930-1957