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Frentes Avanzados de la Historia

Revista Interatlántica de Estudios de Género/S

INTIMIDADES

INTIMIDADES

Asunción lavrin 

Arizona State University, Tempe, Arizona

 

 Para Thomas Calvo y el Festschrift organizado en homenaje al Prof. Jean Pierre Berthe./ Asunción Lavrin    1993

 

 

 

 

 La dificultad de adentrarse en la vida privada y las experiencias íntimas de quienes vivieron hace varios siglos es uno de los obstáculos más difíciles de vencer en la reconstrucción histórica no sólo en la Nueva España, sino en toda la América hispana. La escasez de cartas y autobiografías que recojan las vivencias personales hacen la tarea más ardua, especialmente si se desea recoger la mentalidad de la gente común.  El analfabetismo fue cosa corriente en la mayoría de la población, pero aún personas que sabían escribir, dejaban poco más que su firma en documentos legales, y aún menos frecuentemente un testimonio directo sobre sus pensamientos, opiniones, o emociones.

 El rescate de la experiencia íntima y personal del hombre o la mujer común sería casi imposible de lograrse sin la existencia de múltiples instituciones de control social, a través de cuyas investigaciones legales se obtuvieron numerosos testimonios de la vida diaria.  La documentación forense abre las puertas a un mundo de personas demandadas y obligadas a hablar sobre sí mismas y sobre otras para obtener evidencia o corroborar acusaciones.  Es a través de estos testimonios que se pueden recrear situaciones en las cuales se transparenta la emoción personal, o donde se encuentran los gestos y las actividades que la simbolizaron.  La más reciente historiografía novohispana se ha enriquecido con la visión de un complejo mundo de relaciones interpersonales pacientemente extraídas de pleitos sobre propiedades, de reclamos sobre derechos de testamentaría, de juicios levantados ante las autoridades eclesiásticas, de investigaciones inquisitoriales sobre la firmeza de la fe, y otros ejemplos de literatura histórico-legal.1 

La crítica que se ha hecho a este tipo de fuentes es la de ser mediatizada.  Los testimonios legales se hacen a través de un notario, un abogado, o un juez eclesiástico, y la escritura sintetiza las palabras del sujeto histórico.  O, de otro modo, un documento como un testamento refleja una voluntad pero envuelta en el ropaje requerido por la ley y la religión.  Se pueden hacer ciertas objeciones a este argumento, pero careciendo de espacio para ello, se debe reconocer que en muchas ocasiones hay tanto monólogo como diálogo en los careos, las confesiones y las acusaciones, que nos acercan tanto como pueden a la voz del testigo.  Aún careciendo de un sujeto cuya voz se escuche directamente, estas fuentes ni anularon ni traicionaron la realidad que tuvieron la obligación de reflejar.  Simplemente la enmarcaron dentro de una fórmula cuyas claves es la responsabilidad del historiador descifrar.

En este trabajo deseo explorar la posibilidad de allegarnos a uno de los ámbitos más cerrados por el paso del tiempo y por el modo mismo de percibirlo y expresarlo contemporáneamente.  Se trata del ámbito de la intimidad entre dos personas de sexo opuesto, sea para expresar su afinidad mutua o para ocultarla de otros por una variedad de motivos personales o sociales.  Por intimidad entiendo una relación emotiva compartida entre adultos y expresada en gestos, palabras y acciones.  Esta intimidad es frecuentemente --aunque no exclusivamente-- de carácter sexual y su existencia tuvo significado para otros que no la compartieron, pero que pudieron interpretarla a través del lenguaje simbólico o real expresado por los sujetos que la vivieron.   El valor emotivo y el significado social adscrito a la expresión de intimidad tiene que ser común a todos los miembros de la comunidad para que pueda ser usado como un testimonio para investigar o corroborar una relación personal.  Por ejemplo, un enlace de manos entre dos amantes es un gesto de intimidad cuyo significado puede ser leído igualmente por los testigos como por los sujetos mismos. ¿Cuales fueron los gestos, las expresiones simbólicas de intimidad, las situaciones que hablaron de la misma a los habitantes de la Nueva España?. A través del estudio de casos sometidos al escrutinio de los juzgados eclesiásticos, nos llegan testimonios ricos en sutileza y formas de percibir la conducta, que a ojos de de los testigos llevaban un mensaje cuyo significado es crucial para entender los valores de esa sociedad respecto a la intimidad.

Esta documentación colonial ofrece una variada gama de intimidades a las cuales no hubiéramos poder tenido acceso si la rigurosa privacidad dentro de la cual se suponían desarrollar, no hubiera sido sometida a la fuerte presión de instituciones e individuos a cargo de mantener la moralidad social.  La revelación de la intimidad fue voluntaria o forzada, denunciada o auto-confesada.  En la mayor parte de los casos, la intención original de los actores fue la de mantener sus experiencias íntimas en secreto, pero un desborde emocional les hizo cometer errores que revelaron la relación a otros, o los llevó a exponerla intencionalmente cuando circunstancias imprevistas rompieron la armonía sobre la que se fundaban.  La investigación eclesiástica expone ante la sociedad formas de intimidad consideradas "aberrantes" pero muy comunes, para que sirvieran de ejemplo moralizante. Casi siempre la revelación fue enmarcada dentro de la intolerancia de un acto que se percibió como subversivo a la moralidad pública o privada.

Un catálogo de intimidades reflejadas en los archivos coloniales sería posiblemente muy largo dada la naturaleza casuística de toda experiencia personal.  Sin embargo, para lograr cierto orden interno deseo revisar varios "tipos" de intimidades.  Uso aquí casos específicos encontrados en fuentes documentales pero que representan estereotipos de muchos otros, similares en su naturaleza y significado.  Social y étnicamente, las formas de intimidad que se detallan en este trabajo fueron experimentadas por todas las capas sociales y grupos raciales, aunque sólo algunos estén representados en los ejemplos escogidos.

 

 

LA VIRGINIDAD FEMENINA COMO COSA PÚBLICA

 

La virginidad física de una mujer llegó a ser asunto público al evaluarse y discutirse ampliamente en toda clase de documentos.  Esta situación toma forma al entenderse la honra pública y privada de una mujer y su familia como la preservación de la virginidad antes del matrimonio.  El despliegue de testimonios sobre la condición física íntima de una mujer se encuentra en las cartas dotales, en las cuales se establecía el valor de las mercancías y objetos de uso diario que la mujer aportaba al matrimonio.  Usualmente estas cartas expresaban la decisión del hombre de entrar al estado matrimonial y conceder arras (un regalo en efectivo del hombre a su prometida) por "su virginidad y limpieza."  O sea, que entre los aportes de la mujer a su futuro marido, una de los objetos que merecía especial atención era la entereza física que garantizaba al hombre su absoluta y exclusiva posesión sexual.  Tal posesión se proclama legalmente para conocimiento de la comunidad.  Elocuentemente, a la mujer virgen se le llama siempre "doncella" mientras que a las que han perdido esa calidad se las llama "solteras,” fraseología que se extiende a los testamentos.

La virginidad se vuelve objeto de una transacción jurídica-social en los innumerables reclamos que su pérdida origina en las mujeres que litigan por la restauración de su honor, en los hombres que se auto-acusan de haber privado a la mujer de su virginidad y aceptan el casamiento como trueque moral para restituir el honor de la mujer, y en aquellos que son acusados de haber desflorado y, por ende, desvalorizado a sus víctimas.  La virginidad se exhibe, se quita, se roba, se cobra y se paga en público.  No existe inhibición o privacidad alguna al respecto.  Hombres y mujeres de todas las esferas sociales y en todo tiempo se refieren constantemente a la virginidad, que pierde su misterio para convertirse en uno de los asuntos más traído de la literatura forense.  Refiriéndose a María Teresa, española e hija legítima, su amante de varios meses, Juan García refuta en 1721 el haberle quitado su virginidad, "porque yo la tuve como mujer del uso, no doncella, y con tanto desorden que fue el motivo de que la largare, por saber que la manejaban tres...”2. La vulgar manera de referirse al uso de una mujer por varios hombres no fue cosa fuera de lo común en la escritura de la época.  Por otra parte, vale apuntarse el uso de la palabra "gozar" refiriéndose al acto sexual, palabra que se aplica a situaciones en las cuales hay un disfrute de algo, y común en los documentos del siglo XVII.  Josefa de los Reyes declara en 1664 haberse entregado a Juan de Aguirre, "y le hice dueño de mi honra, gozándome, lo cual ha continuado entrando en mi casa...".3

La pérdida de virginidad hecha voz pública implicaba la pérdida de la honra personal y familiar para quienes se atribuían cierta posición social.  "Estar en fama de doncella" era tan importante como serlo, situación que movió a muchas mujeres a ocultar sus embarazos o sus hijos para mantener la reputación de vírgenes y no sufrir el entredicho de la comunidad.4 Sin embargo, la pérdida de virginidad fue asunto personalísimo e íntimo que sólo se corroboró físicamente en algunos casos de investigación de estupro o violación forzada.  Si la mujer no exhibía embarazo o un hijo, el testimonio oral era la única otra base sobre la que se decidían estos casos. Tanto las mujeres como los hombres involucrados en los numerosos casos de reparo de honor tuvieron pocas inhibiciones para establecer abiertamente la pérdida del objeto de tanto cuidado obsesionante.  El epicentro de la intimidad expuesta es la virginidad, y su objetivo principal es la restauración del "honor."  Una vez iniciado el proceso de hacer pública la falta de virginidad, el mismo tiene que seguir siendo necesariamente público. El honor es cosa pública, ya que depende en parte, de la opinión de otros y su restauración siempre tiene un fin social.

En 1721, Juan García, de la jurisdicción de Santiago Ocotlán, fue acusado por una tal María Teresa, española sin apellido conocido, de haber violado su virginidad. En su defensa, declaró Juan haber tenido relaciones sólo "tres ocasiones consecutivas en que tuvo sólo un acto en cada uno de ellos" habiendo hallado a María Teresa "sin tal integridad" y "corrupta" expresando que la susodicha era mujer liviana en cuya casa traficaban toda clase de hombres.5  El abogado toma la palabra en este caso --uso no muy común-- para moralizar sobre las mujeres de baja esfera que pretenden hacer pagar a hijos de familia por deudas no contraídas.  María Teresa debía conformarse y tratar de buscar otros medios de "virtud y honestidad con que puede ocuparse en trabajo personal y no por otros medios estafar a quien le pareciese." Probar la virginidad o la paternidad fue siempre asunto difícil para una mujer, ya que al "caer" en una relación sexual perdía su gran ventaja inicia --la doncellez-- y el respeto social que su virginidad le confería, y el hombre aprovechaba la situación para obligar a la víctima a "probar" su virginidad, cosa completamente imposible físicamente y cuya demostración tenía que valerse de evidencias circunstanciales.

En 1701 Antonio Samudio Jinete, vecino de Acámbaro en Michoacán, declara que su hija doncella Casilda, quien vivía en casa de su hermano "loable y honestamente," fue sonsacada por el cura beneficiado del partido de Santa Clara, quien en "vilipendio y desdoro de su crédito y deshonor de su hija" y del "pundonor y crédito de su parentela," "hombres honrados de nobleza y punto," la sustrajo de su casa en forma de rapto y la tuvo viviendo con él por un tiempo.6  Pedía justicia repitiendo la importancia del honor de su hija, la reparación de su crédito y el sosiego de la parentela, y exigía se le diera dote según la calidad de la niña para que entre en un monasterio, por temor que sus parientes, como nobles, ejecutaran "en ella ejemplar castigo."  En otro documento insinuó temer por su vida.  La satisfacción del honor público de su hija lleva al padre a declarar el deshonor porque era "rapiña", expresión que iguala la acción del presbítero a la de un ave de caza.  El abuso de la confianza de la casa de un amigo era ultrajante para el patriarca colonial. En su respuesta, el presbítero arguyó no haber violado a la muchacha y que era público y de facto que había hecho similares diligencias de buscar hospedaje para otras mujeres de buenas casas. Pero en su contra estaban los hechos de haberle cambiado el nombre y haber gestionado una casa para la joven.  El padre no aceptaba el hecho de que su hija no fuera doncella mientras vivió en su casa. "A lo menos estaba en esta opinión" por su recogimiento.  La extracción, aun con consentimiento, era prueba irrefutable de la pérdida de su honor y de la violación, tanto como el estar en su casa le daban opinión de ser doncella. Ninguna de las dos situaciones necesitaba, en su estima, de corroboración.  Su forma de entender la realidad era inferencial y era compartida por el resto de la sociedad.

Que sepamos, los casos de asesinato de una parienta por honor fueron infrecuentes en México, pero quizás sea por la falta de estudio de estos testimonios. En 1756, Julián Navarro, analfabeto y residente en el puesto de Santa Catarina de Charcas (Michoacán), pequeña comunidad rural, había tratado de matrimonio a María Tepa Luque, española, residente en una estancia, hija legítima, y su parienta en tercero y cuarto grado. Esta situación requería dispensa eclesiástica.  Todas estas atribuciones explican la situación en que se encontró Julián, cuando en vista de las posibles largas gestiones que la parentela demandaba, “extrajo" a su pretensa de casa de sus padres y violó su virginidad. "La misma noche que la saqué," cuenta Julián, el padre de María "se arrojó a su casa en solicitud mía, y no hallandome en ella le prendió fuego, y dio de cuchilladas a quantos encontró en hizo todos los estragos que quiso."  El casamiento no tuvo efecto y Julián declaró no tener "seguridad de mi vida, ni aún la de mi pretensa, a quien, no habrá quien la quiera por mujer, por este acaecimiento."  Pedía a las autoridades eclesiásticas le dieran pronta dispensa, para reparar el error y el deshonor7.  El rapto físico seguido de relaciones íntimas fueron utilizadas por parejas para resolver el problema de las dispensas.  Para lograr ese fin tenían que confesar públicamente su intimidad sexual.  Por otra parte, un padre celoso de la honra e su hija, debía hacer amenaza patente de buscar la muerte de quien le robó su honor usando cuanto gesto de violencia le fuera permitido.  La intención criminal, fuera llevada a cabo o no, era necesaria para forzar al ladrón de la honra, pero también para no sufrir merma ni como familia ni como hombre.  Aceptar blandamente el rapto de una hija hubiera invitado a comentarios negativos en un pequeño círculo social como el que se presenta en este ejemplo.

 

 

LA RELACION EXTRAMARITAL

 

Las relaciones extramaritales de un hombre casado podían o no verse como un deshonor, pero nunca fueron deshonor sexual para el hombre, especialmente cuando se llevaban a cabo con una mujer de rango social o étnico inferior.  Por otra parte, la relación extramarital creó situaciones angustiosas y conflictivas en la familia del hombre que sólo se pueden apreciar en aquellos casos en que todos los miembros de la familia participan. Un hogar en bancarrota por la relación extramarital quedó minuciosamente expuesto en el caso de Juan de Dueñas García, vecino de San Luis Potosí.  Entre los años 1696 y 1698 encontramos a los principales actores en este sonado caso frente a las autoridades eclesiásticas de Michoacán: Juan de Dueñas García, maestro de cirugía y, al parecer, mercader en los reales de plata del norte de Nueva España; su mujer Josefa de Cuellar, sus hijas María, Francisca, Andrea--ya difunta en 1698--su hijo Manuel de Dueñas y el presunto amante de su hija María, Manuel Cabral.  En el centro del escenario, se encuentra la esclava mulata Francisca de Dueñas, cuya venta a espaldas de Juan, inició la complicada trama de esta historia.8

Juan de Dueñas, cuya edad se cita por él como de 66 años, y por sus hijas y otros como de 80 años, era un hombre "mayor" aún asumiendo su propio testimonio.  Su mujer declaró ser de 48 años, notablemente más joven que su marido.  De sus hijos, sólo la edad de Manuel se da como de 18 años.  La evidencia interna nos lleva a asumir que las hijas eran mayores que Manuel, lo cual apunta a un matrimonio entre primavera y otoño en el caso de Juan y Francisca, quien declaró haber vivido matrimonialmente con Juan por 30 años. Todos "españoles", la situación social de la familia parece definirse como de media capa, ni con la elite provincial ni entre los blancos pobres.  Francisca manejaba una tienda de mercancías mientras Juan viajaba en busca de las mismas y, al parecer, ejerciendo sus conocimientos de “cirugía. El nudo de la trama se ató alrededor de la venta de la esclava Francisca a insistencia de la esposa de Juan, y usando la mediación de las autoridades eclesiásticas.  Josefa de Cuellar y sus hijas testificaron que la esclava y Juan mantenían una escandalosa relación sexual que absorbía la atención del último hasta el punto de negarle la atención necesaria a su familia.  El adulterio o amancebamiento con escándalo público entre dos elementos sociales tan distantes fue suficiente razón para que las autoridades eclesiásticas sacaran a la esclava de la casa y la pusiera a depósito en casa de un vecino, quien fue encomendado a venderla en Parral. 

Enterado de la acción Juan inicia un proceso legal para tratar de recobrar la esclava, decide otorgarle carta de libertad, y se enfrasca en vengar lo que consideraba traición de su familia.  Acusa al capitán Manuel Cabral de haber violado a su hija María, haber concebido hijos ilegítimos con ella, y haber vulnerado su honor familiar.  Este es un caso muy rico en matices sociales y personales, y con el propósito de analizar la intimidad hogareña subvertida, me detendré sólo en varios aspectos del mismo.  En 1694 Juan Dueñas, desde el real de minas de Guadalcazar, se comunicó con Matías de Chávez sobre las sospechas que albergaba de que Josefa le traicionaba con Cabral.  Investigando el asunto directamente, Chávez confirió con Josefa y la esclava Francisca.  Ambas le aseguraron que la entrada y salida franca de que gozaba Cabral en el hogar de Dueñas se debía a su trato matrimonial con María.  La esclava añadió que Cabral era "un pícaro" que no intentaba matrimonio y añadió la noticia de que María estaba preñada con "la barriga muy grande."  Chávez, observando a María caminar y sentarse dentro de la casa, corroboró su estado y lo comunicó a Juan Dueñas.  La relación entre Cabral y María Dueñas también era bien conocida por María de la Concepción, mulata libre que tenía tratos con la familia por más de veinte años, y quien intimó que la relación entre Cabral y María  era de varios años.  De hecho, María de la Concepción, parte del cerco íntimo de sirvientes y amos, fue la persona a quien se le encargó el cuidado del primer hijo de la unión entre Cabral y María Dueñas. "Como a camarada y persona de secreto " se le dio "un niño recién nacido al cual nombraron Juan Manuel, y declaró dicha Doña Josefa que era hijo de su hija Mariquita." El niño fue llevado a casa de la declarante, donde estuvo varios días, hasta que fue reclamado una noche por Juan Cabral, acompañado de Nicolasa de Latoya, su cocinera, a quien se le entregó y con quien se encuentra.9 

El secreto de la relación de amancebamiento en el hogar Dueñas no era tal para un círculo de personas ligadas a la familia.  De hecho, varios de ellos, incluso el acusado Cabral, declararon que Juan de Dueñas había usado a su hija para pedirle dinero y que Cabral le había otorgado a Juan cien pesos en una oportunidad y proveído con mercancías para sus negocios en otras.  Los testigos no hicieron juicio moral sobre la situación, excepto la mulata María Concepción, que declaró que un embarazo no muy secreto y un hijo natural no eran nada criticable, añadiendo que en la entrada de Cabral a casa de Dueñas "no había acción indecente."  La cohabitación voluntaria de una pareja no implicaba desdoro moral en opinión de una mujer socialmente inferior a la elite racial novohispana.  Ella es índice de una situación que resultó en altas tasas de nacimientos fuera de matrimonio en el siglo XVII para las castas, pero que también fue práctica de la elite cuando le convino. La declaración de María Concepción refleja la tolerancia de una situación cotidiana.

Manuel Cabral, en deposición de Abril de 1698 siguió ampliando los detalles del hogar de Juan Dueñas.  Cabral era de origen portugués (Lisboa) y residente en San Luis Potosí por 17 años. Su amistad y vecindad con Dueñas le permitió entrada en su casa, donde "engendró amores" con Doña María, habiendo logrado "gozarla" por 6 años sin promesa de casamiento, sino por "la unión de las dos voluntades," de acuerdo con sus palabras. De hecho, habían tenido tres hijos sin reclamo alguno ni de María ni de su padre.  Esta declaración fue corroborada por María de Dueñas. ¿Cual fue la verdadera razón para el inicio de un litigio por Dueñas que reveló el escándalo interior de la familia?  Fue la mulata Francisca, por quien Juan había perdido la cabeza, y a cuenta de quien amenazó de muerte a su esposa e hizo pública la relación de su hija.

Los detalles de como se leyeron estas complejas relaciones ilícitas en la sociedad novohispana vienen como hilos sueltos en esta apretada madeja.  La unión física del amo y la esclava fue testimoniada por una de sus hijas y aseverada por las otras dos.  En la memoria de las hijas, un día cuya fecha no podían recordar --¿olvido por voluntad?-- una de ellas pasó por el corral de su casa donde vio a su padre y la esclava "en la torpeza de aquel acto" o en palabras de la otra " su padre sobre y encima de la dicha mulata ejecutando sus actos torpes e indecentes."  Admirada quedó, según el testimonio, "de que un hombre de tanta edad que podía estar rezando estuviera en tan inicuos ejercicios sin temor de Dios." 

La falta de privacidad a que obligaban las relaciones ilícitas se encuentran no sólo en este caso, sino en muchos otros consultados, en los cuales testigos oculares corroboraban la unión sexual ejecutada en lugares accesibles a la curiosidad ajena. Por otra parte, la edad de Juan lo ponía bajo entredicho, pues es patente que después de cierta edad la actividad sexual masculina, especialmente ilícita, no era objeto de empatía ni fuera ni dentro del hogar.  Esto no obvia el hecho de que como parte del proceso, Juan acusara a su mujer de no desear "hacer vida maridable" (léase relaciones sexuales) con él, aseveración negada por la misma.  Se infiere que dentro del matrimonio no se esperaba existiera coto a la sexualidad irrespectivo de la edad, pero que un viejo haciendo el amor a una esclava era objeto de censura, si no de ridículo.

Los celos crecieron alrededor de las relaciones entre amo y esclava.  La esclava celaba a Juan cuando dormía con su mujer, interrumpiendo a la pareja para pedir cigarros por la ventana, por ejemplo.  Juan pretendió celar a su mujer durante las visitas de Cabral a su hija, aunque ésta fue posiblemente una excusa para cubrir su propia relación extramarital. Las hijas y mujer de Juan obviamente resentían las atenciones que recibía la esclava y el hecho de que Juan no le permitía que las sirviera, expresando celos de la relación ilícita que les robaba la presencia de su padre y el trabajo de la esclava. 

En 1700, en San Juan Tzitácuaro, el juez eclesiástico del obispado de Valladolid, detalla la relación entre la negra esclava Juana de la Cruz y el amo mercader Francisco Ortuño.  En este caso la intimidad también se hizo pública y el hogar del mercader fue revelado en su profunda escisión íntima.10 “La amistad ilícita" entre Ortuño y Juana era "pública y notoria," atestiguando un mercader amigo algunas de la intimidades intercambiadas.  Las mismas era pequeñas "finezas" llevadas a cabo "a escondidas de su mujer," como el ordenar Francisco a su amigo dar a la esclava una libra de turrón (dos pesos) y una piña de regalo.  El secreto y el regalo eran parte de la intimidad, pero como en el caso anterior, otras personas forzosamente participaron en la relación como cómplices o amistades.  La esclava, por ejemplo, comunicó a dos mujeres del pueblo que Ortuño no era su amo, sino "su amigo," obviamente una exhibición de orgullo personal y social para ella. 

Los amantes, como en el caso de Dueñas, fueron sorprendidos durante las relaciones sexuales.  En este caso por la propia mujer de Francisco, quien una noche los encontró "detrás de su cocina con la dicha Juana de la Cruz en acto deshonesto."  Una vez que comenzó este juicio, otros testigos de vista declararon haber visto a los amantes acostados juntos.  Al fin, la mujer legítima se decidió a escribir al alcalde mayor del pueblo para que interviniera en el caso.  El litigio legal, sin embargo, fue comenzado por el mulato libre Pascual, hijo de la esclava Juana, quien reclamaba que Ortuño había prometido la libertad a su madre.  Ambos madre e hijo murieron antes de la resolución de este caso.

Los casos de Dueñas y Ortuño descubren las intimidad entre amo y esclava en un plano muy personal, en el cual la subyugación física ya no es un mero abuso físico y de poder de género y raza por el hombre, sino una relación en la cual el amo se revela esclavizado por su pasión, y la mujer esclava se adueña del círculo familiar y subvierte el orden social y étnico.  La intimidad de la vida cotidiana descubre una nueva cara de la situación que pone un toque humano a relaciones que usualmente se han descrito exclusivamente como opresivas y brutales.

 

 

RELACIONES "INCESTUOSAS"

 

Al leguaje simbólico de los actos que son leídos por la comunidad debe unirse otro elemento de gran importancia en la lectura de la intimidad y la revelación de la privacidad: la voz pública. Fuera la intimidad descubierta voluntariamente o por desliz, la transmisión oral de la situación de intimidad es rápida y al apropiarse el público de la misma se convierte en testimonio y propiedad de todos.  La mayoría de los casos "criminales" llevados ante los jueces eclesiásticos se basaron en testimonios en los que "la voz pública" o "la voz y fama" de una situación de intimidad, valida el testimonio de los testigos e incrimina a los acusados. Como herramienta legal, la voz pública era un importante elemento corroborativo admitido por todos.

En un caso de presunto "incesto" veamos como la evidencia circunstancial unida a ciertas formas de comportamiento sobre-entendidas como reveladoras de la intimidad, llegaron a constituirse en evidencia aceptable para una decisión jurídica.  En 1782 la Audiencia de Guadalajara dio orden de exilio a Don Juan de la Brena, gaditano radicado en México, para que se trasladara a las minas y haciendas de su padre y no regresara a la ciudad sin licencia.11  Este exilio legal resultó de la averiguación de una acusación de incesto con su hermana Felipa.  Varios testigos dieron detalles de la supuesta relación, nunca cabalmente comprobada, pero válidas para los oidores.

¿Cuales fueron los mensajes simbólicos de intimidad que dieron los hermanos?  Un minero en solicitud de azogues vio a Juan dormir en la misma recámara de Doña Felipa. El testigo nunca los vio en la misma cama, pero las mismas estaban en rincones opuestos de la pieza sin que mediase cosa alguna que impidiese la vista de una a otra.  Se rompía aquí la modestia que se suponía existiera entre dos personas del sexo opuesto en el área íntima de dormir.  El testigo declaró haberlos visto entrar a la recámara a la hora de la siesta, nunca en la noche, pero "oyó decir" a dos criadas que la pareja había estado acostada junta de noche.  Por mayor evidencia, este testigo los vio dar muestra de contacto físico que, se presume, sólo se daba entre casados:  salir al corredor a tomar el fresco de noche "sempre recostados uno sobre otro sin recatarse, " peinar la hermana a Juan, mostrar enojo si los observaban, y haber dicho Juan palabras muy obscenas en presencia de su hermana.  El que un hombre dijera palabras fuertes frente a una mujer se traducía como prueba de una familiaridad que quitaba la inhibición de expresión que una relación más distante hubiera requerido. Así como desnudarse físicamente es permisible en el matrimonio, desnudarse de inhibiciones respecto a expresar palabras groseras fue indicativo de intimidad.  El retozo o juego corporal entre dos adultos también se interpretaba de modo sexual, asimismo como que una mujer peinara o ayudara a lavar a un hombre.  Estas experiencias se repiten casi textualmente en otro caso investigado en Guadalajara en 1779.12

Otro testigo declaró que los hermanos pasaban largos ratos juntos en la recámara, "a pesar de los calores," y una vez los encontró "acostados los dos en la cama de la hermana, vestidos" añadiendo que jugaban "como niños de diez años" y que en una ocasión estando Felipa peinando a su hermano, "lo besó." Este testigo, que había viajado con Juan desde España, dio detalles sobre su afición al juego y a mujeres perdidas, y de ser de mal hablar y mentiroso. El compartimiento de la cama para la siesta--aunque vestidos--fue atestiguado por un tercer hombre, quien relató la inquietud que esta acción causaba en un amigo de su difunto padre.  Mediaba el problema de resolver las últimas disposiciones del mismo, estando estos tres testigos envueltos en un proceso que, por inferencias en los testimonios, parece haber causado descontento entre los herederos y los ejecutores. El que la presencia de estos hombres extraños a la familia, especialmente durante una adjudicación testamentaria,  causara incomodo a los dos hermanos no fue tomado en cuenta por los oidores, que prestaron más atención a un desliz verbal de Juan, quien expresó en alta voz el deseo de que marcharan "esos demonios" para poder volver a poner su cama en la recámara de la hermana.  De nada valió el testimonio de una sirvienta que dijo dormían los hermanos en recámaras separadas en la noche, aunque confirmó que Juan había llevado una vida disoluta en España, habiendo dicho que dejaba hijo en mujer casada, y usaba ocasionalmente un leguaje rudo. 

La evidencia circunstancial primó en este caso porque para la  mentalidad del siglo dieciocho estos gestos no podía sino expresar una relación sexual. Bajo esta evidencia circunstancial se obligó al hermano separarse de su hermana porque la sociedad no aceptaba signos de intimidad física sino entre amantes, y dos hermanos amantes incurrían en incesto.  Felipe y Juana pueden haber necesitado de una compañía más íntima que la común entre hermanos por el hecho de haber quedado huérfanos, pero la mala reputación de Felipe como hombre de acciones censurables, lo condenó a priori.

La falta de privacidad y la lectura pública de acciones personales también contribuyó a la causa contra Bernardino Rangel, de México, mestizo casado y acusado de "comercio torpe y carnal" con su hijastra Francisca Paula.13  Acusado por el juez eclesiástico, los inevitables testigos dijeron haberlos visto en acceso carnal en varias ocasiones y verlos "dormir juntos tapandose con una propia ropa."  La expresión verbal sugiere que esa comunidad en el uso de ropa de cama simbolizaba el uso común de los cuerpos. Aparentemente, dormir a vista de cualquiera fue cosa común, ya que testigos en otros casos también declararon hallar a los culpables durmiendo juntos en una cama cuando visitaban por alguna otra razón.14  Debe tenerse en cuenta el plan físico de las casas coloniales, especialmente las de gente humilde.  Los pequeños ranchos, jacales, o las habitaciones urbanas donde vivían la mayoría de la gente constaban de una pieza o dos, donde se llevaban a cabo todos los actos de la vida diaria.  Aún en casas acomodadas, las habitaciones alrededor de un patio común y sin pasillos o paredes interiores, se hacían accesibles a la mirada de cualquier intruso o curioso tan pronto se abría la puerta de la misma, o al pasar de una habitación a otra.

Andrea Rosenda Navarro, envuelta en una relación íntima con un hombre que también la tuvo con su hija, declaró que todos dormían en un jacal en el cual se acostaban cada uno en un rincón, pero que  "a medianoche se rodaba Estrada con la confesante."  El acusado dio otra versión del trío amoroso. Según él, poco después de hospedarse en casa de las mujeres se enamoró de la hija, a quien falsamente le dio palabra de casamiento para lograrla físicamente. "De noche,  sin embargo de dormir la Juliana (hija) con su madre, cuando esta se dormía se iba quedo el confesante para donde estaba Juliana, y en cuanto tenía acto se retiraba para su lugar."  Esta intimidad sexual en un solo lecho fue después revisada cuando se dijo que la cama de la hija estaba junto a la de la madre.  Fuera una cama o dos, la cercanía de los actores sugiere que la intimidad "del acto" fuera difícil de ignorarse por la madre.  El relato lleva a mayores detalles al narrar Estrada su resentimiento al llegar al jacal el padre de una criatura hija de Juliana y presumir la reunión de la pareja.  En ese estado de ánimo dijo haber caído bajo la influencia de la madre, Andrea Rosenda, quien lo provocó e indujo a una relación sexual. "En diversas noches cuando el confesante dormía le recordaba el calor de Andrea Rosenda, introduciendo sus piernas con las suyas."  A pesar de haber huido de ese contacto "se iba la Rosenda a su cama, y sin embargo de haberse resistido... considerandose flaco y tentado del demonio" tuvo accesos carnales con la madre, sin que esto fuera óbice para tratar a Juliana, con quien siguió su amistad.  El calor de la piel en el recuerdo y la sugerente caricia de las piernas dan al historiador cierta medida de lo erótico en la experiencia de un hombre y dos mujeres con la más mínima educación y que a pesar de su pobreza y de la falta de un vocabulario adecuado trasmiten confiablemente la experiencia de la seducción en el auto legal.

 

 

LA INTIMIDAD CONYUGAL Y EL ABUSO FISICO

 

Fue cosa común en la realidad de los siglos XVII y XVIII que en la intimidad del hogar el hombre ejerciera un dominio sobre la familia que frecuentemente se expresaba en el abuso corporal de la mujer.  Siendo el abuso físico con riesgo de la vida una de las causas lícitas de separación matrimonial, existen numerosos casos corroborantes de esa realidad. Se pudiera pensar que el abuso físico sería común entre los miembros de la clase baja colonial, donde el hombre podía desahogar su sentimiento de inferioridad económica o social en la persona sobre cuyo cuerpo ejercía dominio, su mujer.  La falta de inhibición social llevó a muchas mujeres pobres a denunciar el abuso físico de su marido.  Los historiadores han asumido que la categoría social de una familia que se consideraba por encima de la gente "vulgar" o "común" les llevó a ocultar sus problemas personales.  Sin embargo, escándalos hubo que permitieron conocer las intimidades y los errores cometidos por personas socialmente por encima de la gente común.  Para disipar la ilusión de que sólo los pobres apaleaban a sus mujeres, citaré el caso de Doña Micaela de Pineda contra su marido Simón Guerrero, ambos vecinos de Irapuato en 1686. 15 Doña Micaela, prestigiada por su apelativo social, llevó su caso el juez eclesiástico buscando un "divorcio" que le permitiera separarse de su marido. Para apoyar su petición revela la intimidad conyugal de un esposo que no solo le negaba lo suficiente para alimentarse y vestirse sino que la vapuleaba sistemática y sádicamente.  Así declara que al regresar a su casa tras quejarse al vicario de la falta de sostén económico, Simón "me desnudó, y ató a un palo, y me azotó a abofeteó toda la noche." Con su conducta, Simón rompió un juramento que había hecho de no repetir el tratamiento, y la tuvo "toda la noche amarrada a un palo con injurias de palabra y obra," de las cuales su cuerpo guardaba aún la evidencia.  La intimidad conyugal se había hecho pública pues Simón "no pocas veces" la dejó "en la calle sin piedad."   Micaela reclamaba que la conducta de Simón se basaba en una sospecha de infidelidad, cuya raíz histérica se reveló en las acusaciones de Simón de que los supuestos amantes de Micaela escapaban de la casa en forma de perros, o se escondían debajo de la cama.

El abuso corporal nunca tardó en ser conocido por los vecinos ya que debió ser acompañado de expresiones de ira o de dolor. En el caso de doña Micaela, la reacción del vecindario fue la de proteger a la peticionaria, cuyas razones para exponer públicamente las intimidades de su alcoba se basaban en la deshonra de su persona y la falta de libertad y violencia del albedrío “que pide el matrimonio," o sea, el respeto de la dignidad personal que debía regir la pareja.  No por esto encontró apoyo en el teniente eclesiástico, quien trató de persuadirla para que retornara a su esposo a pesar de la desaprobación social de la conducta de Simón.  Es importante notar que el reclamo legal envuelve el concepto de honra personal y el respeto personal dentro de la relación matrimonial. La denigración física sobresee la sujeción que la mujer debía al marido porque la misma ha sido abusada.  El complejo concepto de lo que se entendía por honor personal revela aquí uno de sus matices.  La mujer de categoría social no debía permitir el maltrato de su persona ya que el concepto de honor comprendió el respeto del cuerpo mismo.16

 Estas descripciones también nos dan cuenta de como maltrataban los maridos a sus mujeres.  Bofetadas, golpes con las manos con palos o espadas, amenazas con cuchillos, tijeras y armas de fuego, arrastre por los cabellos, ataduras a árboles o postes seguidas de golpes por todo el cuerpo, son varias modalidades encontradas.  María Ruiz, vecina de Salamanca, confiesa en Mayo de 1701 una serie de incidentes de maltrato físico incitados por los celos de su marido, y de que no pudieron librarla las intercesiones de los hermanos del mismo a su favor.  Como evidencia, mostró "las señales que me ha hecho, como es una partida y descalabradura en la cabeza, los dedos de la mano cortados, la garganta rosada y arañada por quererme ahogar, todo el cuerpo sembrado y llagado de azotes, y no contento con esto me echó de su casa desnuda diciéndome me saliese de su compañia o me acabaría de matar. . ." 17 La intimidad desgarrante de la "mala vida" matrimonial nos revela aspectos sádicos en los hombres y la aceptación del maltrato físico por las mujeres hasta que se traspasaban las fronteras de lo permisible y se entraba en el área de "riesgo de la vida."  Pero hasta que se llega a esa situación, la vida maridable dentro del hogar fue para muchas mujeres una serie de sumisiones femeninas frente al abuso del poder físico por el hombre.

 

 

OTRAS INTIMIDADES SEXUALES

 

Los argumentos legales no rehuyen discutir asuntos íntimos cuando se trata de evadir un compromiso matrimonial.  Así intimidades de la vida sexual que de otro modo no hubiera jamás salido de la alcoba de los amantes, se registran en los juicios eclesiásticos como evidencia para beneficio de los autos. Uno de los casos más notables en cuanto a la vividez del relato y narrativa que linda con el diálogo, fue el testimonio de Juan de Cárdenas, vecino de San Luis Potosí, en un juicio que se le llevaba en 1721, por violación de virginidad con embarazo de Doña Josefa Monasterios, parienta de mercaderes y de buena posición social.18  Cárdenas era un gachupín, cajero en una tienda del comercio de San Luis, de 27 años, buen mozo según su propia declaración, y al parecer sin inhibiciones algunas respecto a detallar sus aventuras sexuales. En su defensa recuerda el diálogo de sus conversaciones con Doña Josefa con gran precisión.  Doña Josefa no fue careada y no hay corroboración o negación del testimonio de Juan.  Fuera o no el incidente tal y como se narró, el interés nace de una recreación de circunstancias que pueden haber reflejado lo que actualmente pasó entre hombre y mujer durante las cortas e intempestivas relaciones que mediaron entre las parejas que se presentan a reclamar débitos morales basados en relaciones sexuales.

Juan conoció a Josefa de modo accidental al tropezar con una piedra frente a su casa y comenzar a intercambiar palabras, que fueron seguidas dos días después por una petición de parte de él de poderse encontrar en un lugar más privado.  Se hicieron cita para la noche. Josefa le permitió la entrada a su casa, acompañada de unas criadas pero "temblando de miedo."  Imperturbable, Juan entró "y haviendose quitado el capote se sentó sobre él, tendiendolo en el suelo; se sentó en compañía de la dicha María Josefa" y su acompañante. Inmediatamente comienza el intercambio físico, "haviendo comenzado el dicho Don juan a tener tocamientos de manos [y] ósculos, correspondiendoles en los mismos la dicha Doña Josefa."  Esta le acusa de ser falsas sus demostraciones, ya que "los gachupines no querrán pobres, sino mujeres con mucho dote y buenas mozas.."  A esta incitación verbal y étnica, sale en defensa Don Juan halagando su vanidad de mujer respondiendo "que no se persuadiera a tal cosa porque ella era buena moza y de buena sangre y que no solo los gachupines, sino el mismo rey si pasaba destas partes la merecía."

Habiendo instado a las compañeras a que se marchasen y los dejaran solos, las dos chaperonas se negaron.  Prosiguió Don Juan su conquista en compañía, comenzando "a abrazarse y besarse y darse lenguas uno a otro y forcejeando con ella [Josefa] el dicho Don Juan haciendo diligencias si podrá copular con ella; por diligencias que hizo no pudo porque la niña no dava lugar en el modo que dicho Don Juan pretendía y estar las dichas Ignacia y Marcela palpando a las niña para ver el modo de como estavan por estar el dicho Don Juan y la dicha Doña Josefa medio recostados, arrimados a la pared y abrasados."  Viendo que no podía conseguir lo que pretendía volvió a instar a la compañía que se fuera, pero al negarse, preguntó Don Juan a una de las criadas "que le va en eso y le respondió la dicha Ignacia si me vá por que es niña y doncella y cualquier cosa que le suceda lo pagaré yo que me echaran de la casa, y viendo el dicho que empezaron todos a reirse por haverse levantado la dicha Ignacia a orinar en el dicho aposento y viendo el escándalo que se seguía de  ... las risas, cogió su capote, la abrazó, la besó y aún forcejeando por ver si podía conseguir su deseo le levantó las naguas y por estar parados y para conseguir su deseo y parecerle más conveniente ... por estar todos parados y a oscuras y viendo que se resistía la dicha Doña Josefa diciendoles que estaban allí aquellas criadas, entonces se despidió..."

La forma directa de la narrativa (cierta o no en sus detalles) revela que la falta de privacidad no inhibió sexualmente al pretendiente, que tenía una sola idea fija en su cabeza y careciendo de todo escrúpulo ante la falta de soledad, confiaba en que la oscuridad cubriera sus acciones.  Las chaperonas muestran gran flexibilidad en su conducta, ejemplos de alcahuetas que dan cierta rienda a sus protegidas para que disfruten de un encuentro, con tal de que no lleguen a perder lo más privado, que sería lo más público tras la pérdida.  Después de varios días vuelve a encontrarse la pareja a instancias de Doña Josefa, quien al parecer aunque carente de experiencia no estaba escasa de deseos de relaciones íntimas.  Cuando se encuentran de nuevo Juan y Josefa en la tienda del primero, le explica la causa de ciertas ambiguas respuestas que había dado a sus recados y explica como se arriesgaba al tenerla en su tienda por haberlo amenazado su "amo" o patrón de que no recibiera mujeres.  Comienza entonces a llorar Doña Josefa, arrepentida de haberle causado tantos contratiempos a Don Juan.  "Lastimado de verla llorar comenzó a halagarla y a hacerle caricias y besándola y abrazándola le dijo: ven acá mi alma no te apesadumbres y por eso que aquí estoy para servirte y diciéndole estas razones se pararon los dos diciéndole el dicho Don Juan: ven acá acuéstate aquí en la cama; a que ella respondió: no me acuesto, ¿para qué quiere usted que acueste? Respondió el dicho D. Juan: para que estés más descansada y viendo que no quiso acostarse le fue levantando las faldas parados los dos, arrimándola a la cama y allí versando uno con otro llego a ponerle entre sus piernas las partes verendas y llegandole con ellas a la superficie del vaso próximo sin penetrarle; por los movimientos de uno y otro teniendo polución extra vas y haviéndolo consumado esta polución se sosegó el dicho Don Juan y se fue despidiendo la niña abrazándose y besándose uno y otros..."

Varios días después "descuidado ya de sus amores" según su propia cínica confesión, regresan la criada y Doña Josefa y vuelve de nuevo Doña Josefa a visitar a Don Juan, quien repitió la escena con besos y abrazos " y a decirse algunas ternuras como mi alma, mi vida, que te quiero, que te estimo, diciéndole el dicho Don Juan: es cierto mi alma que si como yo te quiero tu me quisieras acabaramos de cumplir nuestro deseo y gozarnos, a que respondió ella diciendo: antes si Usted es el que no me quiere a mi, yo si quiero a Ud ... y entonces el dicho Don Juan la fue parando y llevándola hacia la cama por ver si podría acostarla y no pudiendo le levanto las faldas y parados los dos el dicho Don Juan llegó a la parte cum membro y forcejeando por copular, ya dudoso si penetra y si no penetra, estando en esto la niña se metió las faldas de la camisa entre las piernas y entonces dicho Don Juan se las quitó y volviendo a forcejear de la misma manera que antes de lo cual le resultó polución estando en dicha contienda y haviéndose sosegado con esto advirtió haberse lastimado el membrum y hallarse en su camisa sangre que dijo tenia y hallo despues de una hora con abundancia en dicha camisa y calzones habiendo precedido antes el decirle el dicho Don Juan que por que no se quería dejar gozar, respondió la dicha que por que era mucho dolor el de una doncella, a que le dijo: pues ya sabe Usted que es mucho dolor el de una doncella? y respondiendo ella: no lo sé pero se deja entender y con esto se despidió besándose y abarazandose entrambos sin referir al dicho si llevaba sangre o no, si iba dolorida o perdida o no perdida..."  Dieciséis días después le visitó un bachiller, teniente de cura y lo acusó de haber perdido a Doña Josefa, que parecía estar embarazada. Don Juan negó haberle dado palabra de casamiento, y se enfrascó en un juicio por el pago de 1,000 pesos de dote para Doña Josefa.

Esta detallada narración tuvo por objeto de demostrar que Don Juan no fue culpable de estupro y que no estuvo seguro si perdió o no Doña Josefa su virginidad, y exculparse de la acusación.  Al contrario, para el lector, revela la premeditación de su intención, que fue conseguir relaciones sexuales, aprovechándose del obvio deseo de Doña Josefa. Llama la atención el uso de algunas frases de ternor que se esperan como parte de un cortejo de brevísima duración y que son las pocas que se encuentran también en cartas contemporáneas.  La mujer se presenta como consciente de su deseo pero temerosa de sus consecuencias. Esta minuciosa descripción de un acoso sexual no es común, pero revela que la intimidad se podía exponer en todos sus detalles y carnalidades a pesar de las hipocresías sociales. También sugiere este caso, como otros consultados, que las citas amorosas eran cortas en elegancias y que las parejas se embarcaban en relaciones íntimas sin muchos preámbulos.

Otro diálogo testimonial revela la sexualidad femenina y el mutuo tender de redes para lograr una relación íntima cuyas consecuencias muchos hombres no supieron o no quisieron prever.  Don Juan Rincón, vecino de Guaniqueo se vio envuelto en un juicio por palabra de casamiento con Luisa Lazcano de Tarimbaro, yendo a parar a la cárcel en Valladolid. 19  De visita en casa de Luisa, entró en conversación con la misma, que zalameramente le preguntó por que no se casaba. Juan respondió que aún no había llegado "la hora de Dios" aunque había pedido a muchas mujeres, y comentó que no había quien lo quisiere y que solamente hurtando a una mujer podría casarse, y que esta sería Luisa. Alegaba Juan que había hecho ese comentario con la esperanza de que Luisa lo dejara hablar con otras personas.  Entendiendo la burla, Luisa le preguntó su razón para burlarse, lo cual Juan negó.  Toma entonces la iniciativa Luisa, "diciéndole que en siendo nochecito le esperaze en un mesquite que está frontero de su casa."  Juan fue a la cita, y habiendo esperado un rato y casi a tiempo de volverse, "llegó la susodicha y le dijo que se apease [del caballo] y que la tapase por que no la viesen que venía blanqueando porque había salido en cuerpo en pechos de camisa.  Haviéndose apeado el declarante la tapó con su capa y empezaron a platicar diciéndole la susodicha que la querría sacar y tirar por allá y que le respondió que no era su intención esa; y que le dijo:  Usted lo vea bien que soy pobre, a que le respondió que ya lo tenía visto, que tambien era pobre. Y que llegando al acto se le resisitía la susodicha, por que le dijo el declarante, por que se resistía y a que había salido, y entonces le dijo que era doncella y que temía el pasar trabajos por el declarante, dando entender que era doncella. Y que hallando el declarante no serlo le dijo que como decía era doncella, no siéndolo, a que respondió que si era, que como quería negarlo el declarante que le había quitado su virginidad, a lo que respondio que no lo quisiere hacer simple, que quien era él que había hecho aquel daño, a que le volvió a replicar el declarante que no había tal porque no la había hallado doncella, y con esto se fue a su casa y el declarante a la suya..."

La cita, de clara intención sexual, termina con una riña sobre la virginidad.   Nótese que al aparecer Luisa en ropas menores en la noche, asumía el hombre que había venido para algo que, efectivamente, tuvo lugar. Amenazado por su hermana de que le pondría reclamo, Juan habló con Luisa, quien le aseguró "que no hiciese caso de su hermana, que era una loca; que ella no demandaba nada; que a Dios se lo dejara, pues lo había hecho por su gusto." Después parece haber cambiado de opinión, y comienza un litigio contra Juan, reclamando que Juan le había dado dos anillos y palabra de casamiento.  Pudo haber verdad en ambas declaraciones, ya que el motivo de este juicio fue el deseo expresado por Juan de casar con la hermana de Luisa.  Las autoridades eclesiásticas no hubieran aprobado esta unión, debido al "incesto" con una hermana, pero este punto no se dirimió durante el juicio. Despecho y miedo al entrampamiento se traslucen en este caso.  La mención del acto sexual es casi casual, mientras que la discusión sobre la virginidad toma lugar central, siendo el único fundamento legal sobre el cual podía la mujer pedir y obtener recompensa.  En ambos casos, es crucial notar que el testimonio fue presentado en paráfrasis de diálogo, con la memoria de la comunicación oral entre los actores vertida en la documentación en forma tal que la mediación del escribano y el abogado casi desaparece.  El recuerdo de lo que sucedió era muy importante para tanto para Juan de Cárdenas como para Juan Rincón, que pretendían demostrar que no existía compromiso de su parte para con sus respectivas acusadoras. Esta forma de transcribir el recuerdo y el testimonio nos acerca al sujeto histórico de un modo más efectivo que en las transcripciones más corrientes, que siguen una forma narrativa guiada por el escribano o el abogado. Estos dos casos son excepcionales en ese sentido.

 

 

LAS CARTAS DE AMOR

 

Partiendo de la premisa de que la escritura no fue patrimonio de la gente de pueblo, pedir a las fuentes históricas testimonio de sentimiento amoroso es poner a prueba nuestra suerte en encontrar algo que resulta casi tan precioso como una perla negra. Sin embargo, entre tanto papel archivado y tanto husmear de la autoridad eclesiástica en la vida íntima colonial, se han encontrado buenas muestras, si no muchas, del género epistolar amoroso. Las cartas fueron incluidas en procesos judiciales contra maridos o mujeres adúlteras, o por padres ofendidos, como testimonio irrefutable de la relación.  Las epístolas nos llevan más allá de la lectura de gestos y acciones simbólicas al hablar directamente por el sujeto histórico.  En la escritura amorosa hay que tomar en cuenta que si quien escribe es persona educada, la misma se viste de las convenciones de expresión aprendidas a través de lecturas.  Este formulario amoroso es interesante en sí como muestra del arte de expresión sentimental de su tiempo.

Además de la casi siempre pésima ortografía, las cartas existentes son casi todas de hombres a sus damas, expresando completo absorbimiento en la persona de la amada. Si bien las expresiones suenan a clichés se observan algunas formas populares de cariño, como llamar a la amada "madrecita," "dueño," o "negrita," o firmarse "tu negro", curioso uso de estos apelativos que han sobrevivido en el hablar mexicano.  En 1810 Doña María Josefa Lira acusó a su marido Manuel Cervantes de "comunicación adulterina" con María Gertrudis Hernández, mejor conocida como "La Guatalata."20  A modo de testimonio ofreció Doña María cartas que quitaban a la relación "el velo de la honestidad," pero que la señora no dudó en descorrer para exponer a su marido y lograr sus fines.  Las cartas intercambiadas entre María y Manuel eran sólo parte del testimonio.  Todos los testigos llamados a dar parte sobre el caso aseguraron que la relación era pública en el vecindario y que había durado tres años. El hijo mayor de Cervantes, quien se infiere no era un muchacho, se queja del "extremo apasionado" en que vive su padre con desprecio de sus hijos y su mujer, situación que ya hemos visto anteriormente. La esposa legítima pedía se le quitara la tienda que administraba su marido y se le diera a sus dos hijos, petición que demuestra que su objetivo era salvaguardar la posición económica de la familia, ya que se rumoraba que Cervantes estaba sacando hacienda de la tienda para proveer a su amante que había "aumentado sus cortos intereses y se trata con mucha decencia," en palabras de un testigo.

Y bien, este hombre en su pasión de estío avanzado escribe a su "Guatalata," María  Gertrudis:

Mi muy estimada madrecita de todo mi aprecio: Recibí la que me escribiste el domingo, aunque no con mucho gusto de ver las cosas que me dices no mereciéndolas... Y de lo que me dices que me volverás lo que te he dado, yo no te he dado casi nada. Si yo algún día llegara a tener algo ninguna persona fuera dueño de ellos más de tu y no es otro mi anhelo, pues ya sabes que estoy entre enemigos, pues no hallo a quien volver mis ojos. Me considero como la pluma en el aire. Y así Dios me a de sacar de hache." "Dios Nuestro Señor guarde tu vida m. a tu negro que te ama y ver desea a quien tu sabes."

 

Un poema dirigido a la misma expresa:

"Hermoso imposible mío

 Pensarás que no te adoro

 Pero te tengo en el alma

Y así guárdame decoro."

 

Para un tendero, no está mal como ejemplo de un esfuerzo por elevarse sobre lo común en la confesión de amor.  Nótese la frase "guárdame el decoro," que puede entenderse como guardar la fidelidad y comportarse honorablemente.  Por el contrario, la respuesta de La Guatalata, escrito en mano aceptable se refiere a "un mal de la barriga," le urge a que guarde silencio y deja una misteriosa amenaza de que ha de pedirle al cura "que los mortifique a sus hijos de Ud y por mi casa andan echandome chifletes y yo le he dar una puñalada. Y N. Dios Guarde, ... su servidora Maria Hernandez."  A pesar de la velada amenaza La Guatalata fue entrada en un depósito y eventualmente se le ordenó mudarse de residencia "para que no vuelva a perturbar la paz del matrimonio de Don Manuel Cervantes."  El referido, olvidando quizás su pasión y obedeciendo las reglas eclesiásticas y sociales, retornó a su esposa.

Bartolomé de Acosta, preso en Ecatepec por haber robado a una mujer, escribe a finales del siglo XVIII desde su cautiverio:21

 

En la cárcel del olvido

me tiene preso una damani ella espero ni me mueraen la cárcel poco amigo

Con esa no digo más,

pues me retrato contigo

seguiré yo vuestros pasos

asta que me vea contigo

 

Como está no digamos

de este corazón herido

que está esperando la muerte

pues te lo envío partido

Alla va mi corazón

partido en cuatro pedazos

pero va con condición

que ha de morir en tus brazos

 

Corazones partidos y muertes en brazos de la amante presumen cierta educación y un vocabulario de carácter romántico que sorprende pero que sugiere que en las provincias de Nueva España hubo quien sabía rimar amores a tono con la cultura popular.

Dos cartas amorosas sirvieron a Marcos de la Mora, padre de Gertrudis de la Mora y vecino de Michoacán, para atestiguar una ambigua relación entre su hija y el franciscano fray Juan Salazar del convento de Querétaro.22 Caso complejísimo que fue elevado al virrey Félix Berenguer Marquina, la acusación de rapto de su hija hecha por el padre, fue negada oficialmente por el fraile, quien alegó tratar de proteger a Gertrudis de su propio padre. Según el fraile, Marcos de la Mora empujaba a su hija hacia una relación fuera de matrimonio con otro sujeto. Sin embargo, las cartas contenidas en este juicio parecen desmentir la defensa del fraile y atestiguar si no una relación amorosa del mismo con la joven, a quien en dos ocasiones llevó consigo y trató de ocultar en varios lugares, al menos un estado de enamoramiento quizás no consumado.  La declaración de Gertrudis, firmada por su puño, negaba toda acusación de relaciones entre ambos, y declaraba "ser de estado virgen, de diez y nueve años de edad." La reiteración pública de virginidad (cierta o no) obedecía a la necesidad de refutar la acusación de su propio padre de que había estado en relaciones con el fraile.

Fray Juan de Salazar se muestra escritor de algún talento, con facilidad para expresar su admiración por Gertrudis y para envolverla en la red de su voluntad, a la que la muchacha parece haberse sometido completamente.

"Dueño mío mui querido: Reciví tu papelito con el gusto que ya tu puedes conciderar. No puedo negar bien mío que tu sola eres la muger más formal, y fina que e conocido, y que me as dado gusto en quanto he querido.  No tengo que decirte más que eres mi único amor, que siempre te tendré en mi alma colocada, que soi y seré tullo, y que si no fuese a tí sola, a ninguna otra miraran mis ojos con atención.  Si tu eres fina, ya verás si yo lo soy. Aunque tu ballas con tus padres, y yo me valla de aquí, no por eso se a de acabar mi amor. Veremos como se ponen las cosas pues si tu no me olvidas, yo solo muerto te dejaré. Ay dulce dueño, no sabes tu bien lo mucho que te amo.

Para que entres a las Rosas [escuela para niñas] no tienes que hacer diligencia, pues yo te aprontaré el dinero de los gastos. Lo que quiero es que tengas gusto y ningún diablo te incomode. Tu no dejes de avisarme de todo lo que pase. Adios, vello cielo."

Fray Diego había prometido ayudar a Gertrudis a entrar en el Colegio de las Rosas para librarla del hostigamiento de su familia. En otra carta se expresa como sigue:

"Querido triste dueño: Recibí tu papelito. Mucho consuelo he tenido con lo que me dices. Permita el cielo que ese empeño venza quantos imposibles se atraviesen. Tu no dejes de estar suplicando. Vallas a donde fueres ve sin cuidado. El caso es no ir con tus tatas aunque sea como dices de criada en las monjas, no te de pesar pues ya te tengo dicho que no te he de desamparar. Tus trabajos duraran mientras yo salgo, pues he de buscar quantos arbitrios me sean posible para que tu seas servida, y tú a ninguno sirvas viviendo yo. Bien sabes lo mucho que te quiero, y que todo mi cuidado eres tú sola. Si soy fino en quererte ya lo has visto. No creas que en mi amor aiga mudanza. Tu sola dulce prenda, eres y serás siempre el dueño único de mi corazón.

Escríveme qualquier novedad que tengas, y si tanta es nuestra desgracia, que no valgan empeños, y que te entreguen, onde quiera que estés me avisas. Le escrives a Manuel que él, si yo no estoy aquí me dará luego noticia. No me asusté de tu enfermedad; antes hube mucho gusto y ahora he tenido pena de ver que fue mentira. Yo sigo malo de los ojos aunque me incomoden no es cosa de mayor cuidado, y ciertamente no mirándote a tí para nada quiero ojos, Si vello cielo. Solo para verte a tí los quiero. Ojalá, y pronto te vean, Adios madre. No te olvides de quien tanto te ama y siempre será tullo."

Frente a estas irrefutables palabras de pretendido o real amor la negación de interés alguno en Gertrudis se evapora. fray Salazar, acusado por un testigo de haber tenido relaciones con varias mujeres, se muestra buen maestro en el arte de crear un ambiente de intimidad y emoción en su esquela.  La respuesta de Gertrudis, escrita en mala letra y sin puntuaciones, revela una confianza extraordinaria en su "padrecito" y odio hacia "un maldito viejo" no identificado, pero carece de las educadas expresiones de su enamorado. Pocas mujeres hubieran sabido usar el arte de expresar amor, carente como fueron de lecturas en las que aprender a escribir literariamente.

"Querido padrecito: Yo estoy mui mala de una pierna aunque me quiera llevar mi señor padre afuera no es posible ni a Río Verde voy más que me maten y a D. Mariana vá a desempeñarnos que sea de criada me entre en las monjas y yo quiero más que sea de criada como no buelba a Río Verde a ver aquel maldito viejo. Padrecito encomiéndame a Dios no me desampare en lástima de mi que después de Dios no tengo otro amparo no tengo con que pagarte lo que has hecho po mí. Dios te lo pagará y yo siempre te agradeceré y te daré gusto en vivir en el convento como quieres padrecito estoy muy mala. Adios tu hermanita que ver desea."

El único signo de confianza es el tuteo familiar y el diminutivo en la apelación "padrecito."  Es difícil inferir una intimidad sexual, y más bien se apunta una dependencia emocional entre una joven mujer rebelde en busca de apoyo moral y el fraile, aún jugando el ambiguo papel de padre.  Si hubo alguna relación física entre ambos, queda oculta entre los floreos de la escritura amorosa del hombre y la contrita sumisión de la mujer.

El caso de fray Diego fue bien común. Bien conocida es la situación de los clérigos envueltos en aventuras amatorias poco propias de su estado, que dieron pábulo a historiadores anticlericales a solazarse en la crítica de la fibra moral de la iglesia.23  Revelados algunos aspectos íntimos de estas situaciones se nos presentan los frailes o clérigos simplemente como hombres, sujetos a las mismas pasiones y flaquezas de la carne que los demás de su sexo, y desnudos de autoridad moral o espiritual.  Doña Juana Hurtado de Mendoza, autoconfesó un "adulterio" con fray Nicolás Macías, relación de la cual trataba desesperadamente de salir en 1686.24  Pero fray Nicolás persistía en actuar como cualquier amante deseperanzado. "Llevado de celos" según confesión de doña Juana, "por haber visto entrar en mi casa un hombre soltero" siembra cizaña con el marido, atenta maltratar de obra con ella y envía "recados indecentes" con su criada.  Doña Juan pide al obispo de Michoacán, Juan Ortega y Montañés, tome acción para sacar al clérigo de la villa de modo que pueda ella retornar a disfrutar de buenas relaciones con su marido, enmendar su yerros y recobrar su honra. Las autoridades franciscanas deseando guardar sigilo piden se mantenga el caso en secreto y prometen tomar acción contra el apasionado fraile.

El tono de la carta de fray Diego de Salazar es elevado si se compara con la divertida y picaresca esquela de un amante cuyo recuerdo de la amada se concentra en el placer sexual del que ya ha disfrutado. La antinomia de la carta cortés es la carta soez, de la cual es muestra la que sigue, así como un retrato íntimo de un amante que no teme revelar a su dama la naturaleza física de su atracción.

"Luzero bellisimo de mis ojos: Oy, mi bien, me amaneciste para desterrar de este oprimido corazón las funestas sombras q[ue] en un abismo de confusión me tenían sepultado. Quien hubiera sido poderoso para hacerte tantos amores quantas las ansias sumas de mi corazón anhelaban. Quien huviera podito darte unas jodiditas, ¡Ay, ay! unas afondaditas. ¡Ay dulce dueño! unas fornicaditas, unas chingaditas, echándome ensima toda la barriguita y dado el empeinito, que levantando tu mi culito, se uniera tanto mi papito con su carajito, que ni un pelo pudiera cabe entre uno y otro.

Esto, mi bien, es más para executado que pensado, porq[ue] solo pensarlo causa terribles ansias sin alivio.  Solo lo que me detenido en escribirte, todo derretido tarde en ir el mozo, Ad[io]s mi bien."25

La búsqueda de la intimidad en la historia nos puede llevar a la mejor comprensión del sistema de valores imperantes en cierto período, superando los preceptos normativos que nos ofrecen las nociones pedagógicas de los tratados teológicos o educacionales. No es lo mismo leer un confesionario, que tomarle el pulso a la realidad viva reflejada en los testimonios legales.  Ambos tipos de fuente se complementan en cuanto al confesionario nos da la norma de la iglesia y la percepción teológica del pecado, mientras que estos juicios por transgresiones llevadas a cabo, nos dan la certeza de como se transgredía el canon, por que razones, y a través de que medios.  Los comentarios y la paráfrasis de las conversaciones que se transparentan en las declaraciones nos llevan directamente a la fuente emocional de quienes quizás no hubieran podido articular las experiencias de su vida interior si no hubieran actuado en contra de los cánones sociales y religiosos. 

La obsesión con la conducta sexual en el período colonial debe contarse entre los rasgos más significativos de ese período.  Tras el choque de la conquista y la transición a un sistema normativo europeo, el legado represivo y normativo de Trento tiene especial interés en el mundo social americano, donde desde el siglo XVI se comenzó a desarrollar una sociedad muy diferente a la europea, y cuyas conductas sexuales se resisten a asimilar los cánones morales dictados en Roma y en Madrid.  Las formas de resistencia y acomodo se han trazado de manera muy general, pero merecen que se profundice en su estudio,  para poderse comparar con las españolas y analizar hasta que punto la vivencia americana transformó la visión de la vida personal, hasta que punto se incorporan elementos indígenas, y si lo que prevalece desde el siglo XVII en adelante es una nueva forma de comprender las relaciones personales, o un constante acercamiento hacia el patrón europeo.

El concepto del honor, por ejemplo, parece enraizado en Nueva España en la elite social, pero también se encuentra en las peticiones de hombres y mujeres de casta e indígenas.  Rodeados de altas tasas de ilegitimidad, pero también de numerosas vías de rectificación y asimilación a la ortodoxia de los cánones, hombres y mujeres de todas las clases étnicas y sociales, tuvieron que aprender y re-aprender a través del tiempo, cuales eran las formas aceptables de comportamiento.  La política de iglesia y estado respecto a la normativa social también cambiaron. El diálogo entre estado, iglesia, e individuo se encuentra en los testimonios de la vida diaria, de los cuales aquí se ha explorado solo una pequeña muestra. Pero en ellas encontramos señales de valores universales sobre el comportamiento social y sexual colonial: la constante preocupación por la virginidad y el honor familiar y personal; la tensión entre el pecar, el aparentar, y el confesar, que se basa en el mensaje de la religión y la conducta de los eclesiásticos; la importancia de la opinión ajena, "la voz pública," en la formación de opiniones sobre la conducta personal. También se encuentran esos atisbos del pasado sin los cuales la historia sería muy árida: el intercambio emotivo, sea carnal o espiritual, que sostiene y enriquece nuestra vida.  Todos los cuales nos invitan a seguir adentrándonos en este ámbito tan promisorio.  

  NOTAS


1. Los numerosos trabajos producidos por el Seminario de Mentalidades en México son ejemplo de estos nuevos rumbos. Véase, a modo de ejemplo, y sin agotar la producción, Familia y sexualidad en Nueva España (México: Fondo de Cultura Económica, 1982); Solange Alberro, Inquisiton et societé au Mexique, 1571-1700 (México: Centre d’Etudes Mexicaines at Centraméricaines, 1988); Simposio de Historia de las Mentalidades (Mexico: UNAM, 1983); Sergio Ortega. ed., De la santidad a la perversión (Mexico: Editorial Grijalbo, 1985); Carmen Castañeda, Violación, estupro y sexualidad: Nueva Galicia, 1790- 1821 (Guadalajara: Editorial Hexágono, 1989); María Agueda Méndez, Ilusas y alumbradas ¿Discurso místico o erótico? Caravelle 52 (1989): 5-15; Edelmira Ramírez, coord. María Rita Vargas, María Lucía Celis: Beatas embaucadoras de la colonia (Mexico: UNAM, 1988); Asunción Lavrin, ed. Sexuality and Marriage in Colonial Latin America (Lincoln: University of Nebraska tlinePress, 1989); Pierre Ragon, Les Indiens de la Decouverte: Evangelisation, mariage et sexualité (Paris: Editions L’Harttman, 1992) y Les Amours Indiens ou l’Imaginaire du Conquistador (Paris: Armand Colin, 1992); El placer de pecar y el afán de normar Seminario de Historia de las Mentalidades (Mexico: Editorial Joaquín Mortiz, S.A. y otros, 1988). 

2. Sociedad Genealógica de Utah, Archivo Histórico del antiguo Obispado de Michoacan, Sección 5, Legajo 770, rollo 763238 (1721). De aquí en adelante, SGU AHAOM. Esta fuente consiste en los documentos microfilmados y depositados en Salt Lake City. Han sido clasificado en secciones, legajos y el número final se refiere al rollo de película. No existe otro tipo de guía, y los casos contenidos en cada legajo no están numerados, pero no son difíciles de localizar. 

3. SGU AHAOM, Sección 2, Legajo 35, Rollo 704998, Celaya, 1664. 

4. Ann Twinam, "Honor, Sexuality, and Illegitimacy in Colonial Spanish america," en Asunción Lavrin, ed. Sexuality, 118-155; Susan Socolow, "Acceptable Partners: Marriage Choice in Colonial Argentina, 1778-1810," en Lavrin, Sexuality, 209-252; Carmen Castañeda, Violación y estupro, passim.

5. SGU, AHAOM, Sección 5, Legajo 770, Rollo 763238, (1721). El temor masculino a acusaciones de falsa paternidad se refleja en las leyes aún vigentes en el siglo XX en Hispanoamérica, donde los Códigos Civiles prohibían la investigación de la paternidad. 

6. AGU, AHAOM, Sección 1, Legajo 20, Rollo 778785, (1701). 

7. SGU, AHAOM, Sección 5, Legajo 254, Rollo 753975, (1756). 

8. SGU, AHAOM, Sección 2, Legajo 101, Rollo 755456, (1698) Este proceso continuó en años posteriores a los aquí mencionados. 

9. Ver, Thomas Calvo, "The Warmth of the Hearth: Seventeenth-Century Guadalajara Families," en Lavrin, Sexuality, 287-312. Calvo ofrece detalles sobre el nacimiento de niños fuera de matrimonio en Guadalajara durante el siglo XVII.  Ver también, Cecilia Rabell, "Matrimonio y raza en una parroquia rural: San Luis de la Paz, Guanajuato, 1715-1810," Historia Mexicana 42:1 (Julio-Septiembre 1992): 3-44, para nuevos datos sobre la ilegitimidad.

11. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Archivo de la Real Audiencia, 113-5, 1214 (1782).

12. Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Archivo de la Real Audiencia, Criminales, (1779). Este caso se detalla más abajo. En un pasaje se describe a José Santos, el acusado por incesto con madre e hija "teniendo manoseos con Juliana delante de Rosenda, peinandolo, y labandolo, y aún retozando..."

13. AGN, Bienes Nacionales, Legajo 292, Expediente 11 (1790).

14. Véase el caso contra Ignacio Ramírez, mulato libre, por conocimiento carnal con madre e hija. AGN, Bienes nacionales, Vol. 1056, exp. 1 (1777).

15. SGU, AHAOM, Sección 1, Legajo 18, Rollo 778780 (1686).

16. El abuso físico, llamado "la mala vida" fue una de las causas más comunes de disensión matrimonial. Véase, Richard Boyer, "Women, La Mala Vida, and the Politics of Marriage," en Lavrin, Sexualidad, 252-286. Véase otro ejemplos en SGU, AHAOM, Sección 2, Legajo 88, Rollo 757264 (1697) Doña Juana de Herrera de la Villa de San Felipe contra Don Francisco de Sotomayor, su marido, quien la apaleó tras una riña y la mandó desnudar instándole a que saliera de la casa en esas condición.

17. AGU, AHAOM, Sección 5, Legajo 770, Rollo 763238 (1715); Legajo 174, Rollo 768731 (1744). Golpes con una escopeta habiéndole hecho pedazos la cara, fueron reportados por un indio testigo del maltrato infligido por Nicolás Ortiz a su esposa Antonia de la Cruz, de Copandaro, Valladolid. Ver, SGU, AHAOM, Sección 1, Legajo 18, Rollo 778780 (1687).

18. UGS, AHAOM,  Sección 5, Legajo 770, Rollo 763238 (1723).

19. SGU, AHAOM, Sección 5, Legajo 772, Rollo 763247 (1704).

20. AGN, Criminales, Vol. 215, fol. 109-39v. (1804).

21. AGN, Criminales, Vol. 8, exp. 10, fols. 138-48.

22. GSU, AHAOM, Sección 11, Legajo 1, Rollo 793803 (1780).

23. Ver, por ejemplo, María Agueda Méndez y otros, eds. Catálogos de textos marginados novohipanos. Inquisición: siglos XVIII y XIX (Mexico: Archivo General de la Nación: El Colegio de Mexico, 1992), 96, 98 103, 104 para ejemplos de amores "desordenados" entre  frailes y mujeres seculares. El ramo Inquisición del Arhcivo General de la Nación conserva numerosos casos de religiosos "solicitantes."

24. SGU, AHAOM, Sección 1, Legajo 18, Rollo 77870, León, Autos Secretos (1686).

25. Texto publicado en Boletín Editorial de El Colegio de Mexico 44 (Julio-Agosto 1992): 14,

y sacado de AGN, Inquisición, Vol. 928, exp. 1, fol 38 r. Censura de algunas cartas amorosas de José Joaquín de Jesús María Martínez (1782).

ASUNCION LAVRIN      1993

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Publicado como: "Intimidades" in Alain Musset and Thomas Calvo, eds. Des Indes Occidentales a L’Amerique Latine 2 Vols. (Paris: CEMCA/Ens Editions/IHEAL, 1997), Vol. 1, 195-218.

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Imagen de portada: Pablo Picaso, "Nu couche avec Picasso assis a ses pieds," 1902-1903. Copyright Succession Picasso 2001




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Los hombres de Díos. Aproximación a un estudio de la masculinidad en Nueva España

MUJERES, FEMINISMO Y CAMBIO SOCIAL, en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940

"De su puño y letra: epístolas conventuales", en M. Ramos Medina (coord.), El monacato femenino en el Imperio español. Memoria del III Congreso Internacional sobre monjas, beaterios, recogimientos y colegios. Centro de Estudios de Historia de México Condumex. México, 1995. Documento PDF

 "Espiritualidad en el claustro novohispano del siglo XVIII". América colonial American Review, 1466-1802, Vol. 4, Nº  2, 1995, págs 155-180. Documento PDF

"Creating bonds respecting differences among feminists" , Latino(a) Research Review,5:`1 (Spring 2002), 37-50. Documento PDF 

"Spanish American Women, 1790-1850: The Challenge or Remenbering",Hispanic Research Journal: Iberian and Latin American Studies, Vol. 7, Nº 1, 2006 , págs. 71-84 (ISSN  1468-2737).  Documento PDF

"Cambiando actitudes sobre el rol de la mujer: experiencia de los países del Cono Sur a principios de siglo" en European Review of Latin American and Caribbean Studies 62, june 1997, págs. 71-92. Documento PDF



LA HISTORIA FEMINISTA DEL GÉNERO Y LA CUESTIÓN DEL SUJETO

LA HISTORIA FEMINISTA DEL GÉNERO Y LA CUESTIÓN DEL SUJETO

Lola G. Luna
Universidad de Barcelona

 

Capítulo 1 del libro El sujeto sufragista, feminismo y feminidad en Colombia, 1930-1957 , Ed. La Manzana de la Discordia, Centro de Estudios de Género, Universidad del valle, Cali, 2004

 

1. La historia feminista del género y el postestructuralismo[1]

 En la investigación feminista se están adoptando posturas eclécticas para no renunciar a los beneficios que la modernidad ha traído a las mujeres (visibilización como sujeto y cierta igualdad legal) y las posibilidades que ofrece la postmodernidad, o más concretamente las teorías postestructuralistas, para la interpretación del género, su deconstrucción, reconstrucción o resignificación. La historiadora Michelle Barret, en esa línea, señala que el feminismo "desestabiliza la división binaria modernismo/postmodernismo".[2]

Entre las nuevas aportaciones de otras disciplinas a la historiografía actual está el estudio de los significados codificados en el lenguaje de los discursos. Esta orientación metodológica, llamada "giro lingüístico",[3] hay que situarla en la crisis de la modernidad y sus instrumentos metodológicos.  Tiene la importancia de proporcionar una mirada distinta a los hechos históricos, que rompe la división dicotómica estructural, el determinismo económico y las separaciones que la historia mantenía con la lingüística y la crítica literaria.

Dentro de la amplitud que abarca el giro lingüístico, quiero recordar la definición que Hayden White hace de la historia como "estructura discursiva simbólica" en dónde se combina forma y contenido, de tal manera "que dice más de lo que dice".[4] Esta es la razón por la que teóricas feministas coinciden en algunas de las herramientas metodológicas que ofrece esta orientación lingüística, pues ayudan a interpretar con mayor profundidad los procesos de construcción y producción en torno al sujeto del feminismo y el género, al poner el énfasis en el discurso y en la significación. Kathleen Canning recuerda, que entre los antecedentes del giro lingüístico, están las primeras historiadoras feministas, que hicieron la crítica a la historia excluyente de las mujeres, rechazaron el esencialismo biológico como explicación de la desigualdad entre los sexos, y descubrieron el poder de los discursos en la construcción social de la diferencia sexual, es decir, el género. Tampoco hay que olvidar, que la descentralización del sujeto masculino y posteriormente la crítica al sujeto unitario "la mujer", han sido logros de la historia de las mujeres coincidentes con el postestructuralismo. Por tanto, era lógico que la investigación del género encontrara en el giro lingüístico una orientación interesante para ser desentrañado como una construcción discursiva y de poder.[5]

 

1.1. La historia discursiva y el feminismo

Miguel Ángel Cabrera ha precisado y recogido los nombres que se están asignando al giro lingüístico en historia: "historia postsocial", "nueva historia" o "historia discursiva", matizando que esta tendencia historiográfica se encuentra en un estadio de desarrollo y que su uso encontrará el término adecuado.[6] Todas estas denominaciones agrupan una serie de investigaciones e interpretaciones teóricas de historiadores e historiadoras anglosajones de las últimas décadas siendo una de ellas la historiadora feminista norteamericana Joan W. Scott, bien conocida y ampliamente citada por Cabrera. Este historiador canario ha llevado a cabo un estudio historiográfico muy afortunado en el que el género encuentra su lugar como "objeto" y el feminismo como "sujeto", ambos construidos significativamente a través del lenguaje.       

La historia discursiva - de ahora en adelante adoptaré esta denominación porque me parece más ajustada a la propuesta que conlleva - ha producido una ruptura historiográfica al pasar de la noción de "causalidad social" o "realidad objetiva", motor de la historia social y de la historia cultural, a la de discurso, y postular que no hay conexión causal entre la condiciones sociales o posición de los individuos, y sus prácticas significativas. Mejor dicho, el contexto social condiciona a aquellos después de que los mismos lo hayan vuelto significativo por medio de un discurso concreto o la combinación de varios. Los discursos forman una "esfera social específica", que tienen su propia lógica histórica y actúan como "matriz categorial", "cuerpo", o "red", que contiene una serie de reglas de significación que existen en cada situación histórica.[7]   

Hasta ahora la historia de las mujeres ha tenido abordajes diferentes de sobra conocidos, y que sólo enunciaré: recuperación de la visibilidad y la contribución histórica, la importancia de la vida privada femenina y de su mundo simbólico y cultural, la explotación material del trabajo de las mujeres, las mujeres en los movimientos sociales, etc. Estos grandes avances han incorporado una historiografía rica y variada desde enfoques o bien descriptivos, o de mayor interpretación.

La historia feminista del género, más concretamente, ha ampliado el campo de la historia social hacia las relaciones de género haciendo hincapié en las condiciones socio-económicas de las mujeres en relación con los hombres en diferentes contextos históricos. La lógica causal de la esfera económica se ha relacionado en ella con la esfera de lo privado, y la dualidad de ambas dobles esferas (estructura y superestructura / privado y público) es el fundamento último de su interpretación. Las relaciones de género se sitúan desde esta perspectiva junto al resto de las relaciones sociales de clase, étnicas, etc. Posiblemente es la historiografía más extendida hoy día y que goza de mayor aceptación, dentro de los estudios históricos.

Menos difundida es la historia feminista discursiva del género, en la que las aportaciones de J. W. Scott han supuesto una ruptura con los anteriores enfoques.[8] Su artículo seminal sobre el género[9] ha sido repetidamente citado en los Estudios de las Mujeres, aunque no tanto aplicado en su esencia teórica, es decir, el género como categoría discursiva y objeto significativo, y no solamente como relación social. Relativamente conocida en España, a pesar de algunas traducciones de sus artículos, su obra está más difundida en algunos países de América Latina como Argentina, Brasil y México, en dónde se han publicado entrevistas y artículos, y se ha traducido su último libro al portugués.[10] Scott, dentro de las historiadoras feministas, es hoy sin duda, la representante de la historia feminista que se preocupa por descifrar y desentrañar las paradojas que encierra la diferencia sexual, desde una perspectiva del discurso, el lenguaje (la significación), y el género. 

  

1.2 Discurso, lenguaje, género y diferencia sexual

El concepto de discurso proviene principalmente de Foucault, para el que procesos, formaciones, y prácticas discursivas son herramientas para el trabajo arqueológico de los saberes y poderes. Foucault trata los discursos como prácticas que forman los objetos de que hablan.[11] La voluntad de poder nietzscheana de las instituciones, más que de los individuos, parece ser la causa que atribuye Foucault a la formación de los discursos.[12] Paúl Veyne, en su interpretación de Foucault dice que el discurso y las prácticas discursivas no se ven, pero es "el hacer en cada momento de la historia". Las prácticas son una instancia unitaria y construyen el objeto histórico, (en nuestro caso diríamos que las prácticas construyen el "género" o "la mujer"). Lo material o contexto social es lo "prediscursivo", lo potencial, en dónde las prácticas diversas construyen objetos y sujetos.[13]

Para Cabrera, discurso, son las categorías por las que se conceptualiza la realidad en una situación histórica concreta, y es a partir del lenguaje que se desarrollan las prácticas significativas. También define el discurso como una "rejilla" de clasificación por la que se dota de significado al contexto social, se conforma el sujeto y el objeto, y se regulan las prácticas. Es decir, el discurso es un componente activo del proceso de formación de los significados, y es una variable independiente.[14]

Según Scott discurso es:

 (...) una estructura histórica, social e institucionalmente específica de enunciados, términos, categorías y creencias.[15]

 O también:

 (...) formas de organizar los modos de vida, las instituciones, las sociedades; formas de materializar y justificar las desigualdades, pero también de negarlas.[16]

 El ejemplo de discurso histórico más estudiado es el de la modernidad, criticado en su pretendida universalidad y reducido su surgimiento a una determinada circunstancia histórica. En esa crítica está el surgimiento de esta historia discursiva, que busca la explicación de mediante qué procesos se crean o transforman los discursos y se forman los conceptos. Toda situación social se conceptualiza con categorías de la situación anterior, categorías que han "interactuado" en esa situación con la realidad otorgando significados, porque las categorías no surgen de la realidad simplemente. En esa interacción la parte activa es la matriz categorial, no la realidad social, y es aquella a través del lenguaje la que le da a los conceptos la posibilidad de significar. La realidad social es el "referente material" de los conceptos, pero no su causa, la causa de los conceptos es el discurso anterior. Los discursos "son entidades de naturaleza ínter textual", forman una cadena que nunca se rompe, se suceden, de ahí que se diga que son una "esfera específica" que puede operar en una situación histórica concreta sin tener como causa ni la realidad social ni la acción racional.[17]

Hay discursos "compartidos", como es el caso del discurso liberal, el discurso socialista y el feminista, todos procedentes del discurso moderno. La "mutación discursiva" se produce por la interacción de las categorías y los cambios en la realidad social. Los cambios discursivos tampoco son el fruto de la creatividad humana, como tampoco son efectos causales de las transformaciones sociales. Y no lo son porque los individuos se transforman en sujetos discursivamente y como tales desarrollan las posibilidades significativas, pero dentro de la matriz categoríal en que alcanzan la subjetividad. Los individuos hacen uso de esas categorías, pero no son ellos los que las transforman. Los cambios discursivos están en la interacción entre la matriz categorial heredada y los nuevos fenómenos sociales, sin que ello quiera decir que entre ambos existe una conexión causal. Lo que sucede es que esos fenómenos sociales son objetivados por el discurso, porque "lo que desafía a los discursos no es el mundo, sino otro discurso".[18]

El estudiar la génesis de los conceptos lo ha ejemplificado Scott en "La Mujer trabajadora en el siglo XIX". En este artículo muestra la construcción de la división sexual del trabajo (un concepto del discurso feminista) a través del lenguaje de los sindicalistas y de los patronos, que hizo significativa la diferencia sexual femenina, de manera que el trabajo de las mujeres se consideró con menos valor que el masculino y se consideró mas beneficiosa la vuelta al hogar de las obreras casadas.[19]

A estas alturas se puede hablar de un discurso feminista, producido intertextualmente con el discurso moderno, de dónde nació - especialmente adoptando la categoría de igualdad que conceptualizó significativamente como opresión la posición de desigualdad y subordinación de las mujeres - y que ha ido cobrando cuerpo categorial conforme las circunstancias históricas fueron cambiando y se produjo una interacción significativa con la realidad de las mujeres y sus cambios. Por ejemplo, que el voto femenino significara solamente una igualdad formal supuso que esa situación de continuidad de la desigualdad se haya conceptualizado surgiendo la "paridad" como nuevo objetivo. Y también se puede hablar de un compartir con el discurso socialista al dar éste significados a las diferentes posiciones de las mujeres y sus condiciones sociales, como por ejemplo, mujeres "pobres", "obreras", etc. El discurso feminista cuenta ya con una red categorial importante: patriarcado, androcentrismo, sexismo, género, derechos sexuales y reproductivos, etc., que han conceptualizado condiciones específicas de invisibilidad, subordinación y discriminación de las mujeres.

El carácter ínter textual de los discursos se puede observar en el hecho social de la ablación. Ésta se ha vuelto significativo como "violencia de género" a través de la mediación discursiva feminista, aliada con el discurso de los Derechos Humanos, ampliado también por el feminismo como "Derechos de las Humanas". La ablación era el "referente material" ya existente, pero hasta no existir un discurso disponible para darle un significado de opresión de género, no se ha objetivado como un atentado contra los derechos humanos y ha comenzado su denuncia por parte de los sujetos construidos en ese discurso.   

Los discursos se valen del lenguaje, y éste es contemplado como la práctica que crea los significados. Pedro Cardim, ha destacado su poder en la historiografía y cómo Foucault le dedicó atención y lo consideró una "construcción social" con "control sobre el modo de razonar y pensar las cosas" y:

 (...) responsable de determinados tipos de efectos, no sólo en la esfera del discurso, sino también en un plano extradiscursivo (...) (Foucault) se interesó profundamente por la articulación entre lenguaje y relaciones de poder.[20]

 Pero según White, Foucault no elaboró un teoría del lenguaje para analizar el discurso, y los historiadores que han deseado acercarse a la historia de otra forma e investigar la significación, han partido de una "concepción semiológica" del texto.[21] La "semiótica feminista" ha participado de esta concepción del lenguaje considerando como un signo tanto a "la mujer"[22] como al "hombre".   En esa línea la historia discursiva adopta el lenguaje, no solo como palabras o vocabulario, sino como "patrón de significados". El lenguaje es un generador activo de los significados de las cosas, de los hechos, y participa en la constitución de "objetos" y de "sujetos". Los significados no son atributos de los fenómenos sociales sino "efectos" de la mediación discursiva por la que estos fenómenos se hacen significativos.[23] Esto no quiere decir que se de un determinismo lingüístico, que el discurso y el lenguaje sean una estructura congelada, estática, por el contrario, el discurso es dinámico, sincrónico y discontinuo, y en él no se crean los significados sino que lo hacen en la mediación discursiva entre referente real o contexto social y la matriz categorial, siendo ambos "imprescindibles".[24] 

Para Scott, el lenguaje es un sistema de signos y una práctica social y política, también "la creación y la comunicación del significado en contextos concretos" a través de la diferenciación.[25] Y sigue diciendo Scott:

Mi tesis por lo tanto es que si prestamos atención a los modos en que el lenguaje construye el significado, estaremos en posición de dar con el camino del género.[26]

El concepto de género es una categoría central de la teoría feminista, que como señala la socióloga venezolana Carolina Coddetta, es una teoría reconocida e incluida por muchos científicos sociales, porque:

  (...) ofrece tanto una descripción del fenómeno estudiado, es decir, la subordinación de la mujer; como una explicación de sus causas y consecuencias y la prescripción de estrategias para su superación, ya que su objetivo es transformar la posición de la mujer en la sociedad.[27] 

 En la aplicación del concepto de género a la historia, Scott ha ofrecido grandes posibilidades renovadoras para la historiografía, poniendo énfasis en la significación binaria de lo masculino y femenino que se establece desde la diferencia sexual, y en las conexiones entre género y poder, definiendo el género como: "una forma primaria de relaciones significantes de poder".[28] El lenguaje proporciona el significado de las operaciones de la diferencia sexual contenidas en los discursos.

Scott define la diferencia sexual como una "estructura social móvil", mientras el género es el "discurso de la diferencia entre los sexos".[29] Esta historiadora tiene una visión de la diferencia sexual articulada al interior de la(s) diferencia(s), y su teoría se inspira en Saussure al decir que:

El significado es construido a través del contraste, implícito o explícito, con la idea de que una definición positiva se apoya en la negación o represión de algo que se representa como antitético de ella.

  Y se inspira en Derrida, al añadir que:

  (...) la tradición filosófica occidental se apoya en oposiciones binarias: unidad diversidad, identidad diferencia, presencia ausencia, y universalidad especificidad.[30]

 Para Scott estas teorías ofrecen:

  (...) un medio de reflexión sobre cómo las personas construyen el significado, cómo la diferencia (y por lo tanto la diferencia sexual) opera en la construcción del significado y cómo las complejidades de los usos contextuales del lenguaje dan lugar a cambios de significado.[31]

 Y sigue diciendo que la diferencia es al mismo tiempo un:

 (...) sistema significador de diferenciación y un sistema históricamente específico de diferencias determinadas por el género.[32]

La primera parte de ésta definición sobre la diferencia como categoría general, es útil para analizar cómo se construyen históricamente las diferentes identidades, por razón de clase, culturales, de raza, etc. Scott, pone el ejemplo de cómo la identidad blanca de las mujeres inglesas en las colonias se construyó en oposición a la identidad india de las otras mujeres, o también cómo ser blanco implica no ser negro, porque las identidades se construyen no solo socialmente sino también conceptualmente. Es decir, la identidad está producida discursivamente y los contrastes de raza, clase o género, son construcciones con una historia, carecen de una esencia inmutable, y pueden cambiar.[33] La segunda parte de la definición se refiere a la diferencia sexual y las operaciones diferenciadoras que establece produciendo significados de género. Estos se construyen de forma binaria, opuesta, interdependiente, inmersos en relaciones de poder y saber, de ahí que históricamente los significados masculinos han sido considerados de mayor valor que los femeninos, por ejemplo: razón intuición; fuerte débil; dureza dulzura; guerrero pacífica, etc. 

Siguiendo con el status teórico del género, en Colombia, Gabriela Castellanos señala que éste está relacionado:

 (...) con una orientación específica en el estudio del lenguaje; me refiero a aquella que se interesa por el discurso, definido como "el intercambio de significados en un contexto social".[34]

 Y respondiendo a la crítica realizada acerca del dualismo entre producción discursiva y realidad, es decir, entre "la mujer" y las mujeres de carne y hueso en el sentido de que no ofrece posibilidades de cambio, Castellanos, siguiendo a Bajtin, que difiere de Saussure en cuanto a la arbitrariedad del signo, mantiene que la ideología está en los significados produciendo sentido y que el lenguaje es "dialógico". Por tanto, el género sería un diálogo de continuo intercambio de signos y significados entre mujeres y hombres, variable históricamente y por tanto con posibilidades de transformación. Igualmente, Castellanos señala que se produce también un entrelazamiento con otros sistemas simbólicos de clase, raza, etc., que igualmente rompen con el dualismo.[35]

La historia discursiva resuelve de otra manera el dualismo entre discurso y realidad social. Las condiciones sociales de las mujeres se vuelven significativas de subordinación u opresión cuando se produce la mediación discursiva feminista, por ejemplo al aplicar la categoría de género. Ésta objetiva la existencia de una desigualdad específica entre hombres y mujeres. El género es un concepto, que categoriza el fenómeno social de la existencia de diferencias masculinas y femeninas, y que también las construye significativamente. Por ejemplo, la mujer es explotada diferencialmente respecto al hombre por el trabajo doméstico que realiza, y es el lenguaje del género el que da significado a esa condición como "femenina" (que encierra desigualdad y discriminación) mediante un régimen discursivo, el feminista, que tiene el género como categoría.

Se puede hablar de otras construcciones discursivas como el sujeto mujer unitario, la mujer moderna, el sujeto maternal, etc., que se han producido en contextos históricos concretos, y se han reconstruido significativamente a través de diferentes discursos. Esas construcciones se establecen desde la diferencia sexual y contienen significados de género, binarios, opuestos y jerarquizados, inmersos en relaciones de poder, que al desentrañar su formación en contextos específicos, revelan también cómo se produjo la exclusión y la subordinación de un sexo por otro.

La dimensión de poder del género es clave para el análisis de la historia política de las mujeres, para la significación del sufragismo, porque éste está presente en los procesos sociales en los que se dan los juegos de poder entre lo masculino y lo femenino, sus estrategias, alianzas múltiples, así como las acciones de resistencia del sujeto feminista

 

2. El sujeto "mujer" construido y el sujeto constructor

     Entre los avances del feminismo coincidentes con el postestructuralismo está la aportación innegable de la pluralidad de sujetos históricos contextualizados, representados por múltiples grupos de mujeres y hombres, frente al sujeto universal abstracto del discurso de la modernidad, que remitía finalmente a un sujeto hegemónico masculino. "La mujer" se ha revelado como una identidad irreal, porque en la realidad existe como un sujeto múltiple. Si nos remontamos a la reivindicación de los derechos de ciudadanía que llevaron a cabo los movimientos sufragistas, encontraremos el comienzo de la puesta en cuestión del sujeto universal y del universalismo de los derechos del hombre, por un nuevo sujeto constructor de la identidad feminista.

 La mujer" de la cultura occidental, fue una construcción de varios discursos con aspiraciones universalistas, desmentidas por la realidad cotidiana que vivían muchas mujeres, y con un carácter esencialísta porque esa "mujer" estaba rodeada de virtudes consideradas naturales, representando un "modelo normativo de heterosexualidad reproductora.[36]

La modernidad alentada por la Ilustración hizo que esa mujer, "ángel del hogar" y buena madre, se consolidara e institucionalizara, imponiéndose en las metrópolis europeas y en sus colonias. Especialmente en el caso hispano, América Latina fue heredera del discurso occidental, marcado fuertemente por el catolicismo. En América Latina se dieron variados contextos en los que se construyó aquel sujeto de mujer, pero fue especialmente el discurso populista con sus aspiraciones modernizadoras el que contribuyó a institucionalizar y politizar la construcción de un sujeto "mujer" sesgado hacia lo maternal. Paralelamente en el tiempo se construía como sujeto el sufragismo, también deudor del discurso moderno liberal, y compartido, como ya veremos en el caso colombiano, con el discurso conservador y populista.

La filósofa Rosa María Rodríguez Magda ha trabajado para la teoría feminista sobre "la mujer", a partir de herramientas foucaultianas, llegando allí dónde no lo hizo el filósofo. Ella propone a la historia de las mujeres hacer la genealogía de la construcción del sujeto mujer a través de los discursos que han participado en su gestación. Su propuesta continúa con la "deconstrucción" de esa subjetividad y su "reconstrucción" desde la acción del sujeto autónomo,[37] activo y "resistente" que hay en la teoría de Foucault, desmintiendo ese sujeto pasivo que se ha atribuido al filósofo.[38] En esa línea me parece útil la dualidad "sujeto normalizado producido / sujeto productor de sí mismo", que Rodríguez Magda toma de Foucault; porque la pregunta es: cómo las mujeres se han construido en la subordinación, sumisas, pacientes y maternalistas como "sujeto normalizado producido", y desde esa situación cómo en determinados contextos democrático liberales o autoritarios, han actuado políticamente como "sujeto productor de sí mismo". Ese sería entre otros, el caso de las sufragistas o las Madres de Plaza de Mayo. En adelante se intentará dar respuesta a esta pregunta, adentrándonos en la cuestión de la construcción de la subjetividad.

 

2.1. El sujeto del feminismo

El feminismo tiene la particularidad de ser un discurso en construcción, como ya se ha apuntado, y producir un sujeto con una identidad, la feminista, que se ha construido históricamente, con cambios, con intermitencias. Es decir, todas las mujeres son sujetos con conciencia formada de ideas, convicciones y creencias, y lo que las clasifica, las diferencia unas de otras, las hace particulares es la identidad. En este sentido, la identidad sufragista, la identidad feminista ha caracterizado a una serie de sujetos mujer históricamente. 

La construcción en los discursos feministas actuales de un sujeto político activo - lo que llama Braidotti el "sujeto femenino del feminismo" - es un tema altamente estratégico de la teoría feminista cara a la acción y la transformación social. El reto del sujeto feminista es la diversidad existente entre las mujeres, manifiesta por las diferentes identidades según la raza, etnia, clase, opción sexual, edad, religión, pasado histórico, etc. Este hecho fue planteado inicialmente por las feministas negras y lesbianas norteamericanas, muy críticas ante un feminismo que se pensaba blanco y heterosexual. El acierto de esta crítica se extendió entre los feminismos del mundo y ha generado un gran avance en la teoría y en las relaciones entre las mujeres. Gabriela Castellanos ha criticado el sujeto moderno femenino esencialista construido en base a la afectividad, y ha señalado el acuerdo que hay en un sujeto polifónico, de "construcción múltiple y cambiante", "performativo", que se construye cuando hablamos y pensamos, pero, y de acuerdo con Judith Butler, "no determinado por los discursos".[39] Aquí, cabe avanzar que los sujetos se constituyen discursivamente en interacción con el contexto, para evitar pensar en un nuevo determinismo, ahora lingüístico. Por tanto, para la investigación y para la acción es importante el hecho mostrado por el debate feminista acerca de un sujeto múltiple y diverso, que desorganiza y descompone las construcciones históricas y discursivas de "la mujer" en contextos concretos.

 

2.2. La construcción de la subjetividad/identidad

En la historia discursiva los sujetos son una "entidad significativa":

 (...) no es que los individuos se reconocen o descubren a sí mismos como sujetos o agentes, sino más bien que se construyen significativamente como tales al aplicar una rejilla clasificatoria de origen discursivo.[40]

 

La subjetividad, se constituye en la "interacción" entre la posición que ocupan los individuos en las relaciones sociales, y la "experiencia" que se tiene de ellas.  Cabrera parafraseando a Judith Butler dice que:

Es el dominio de lo discursivo el que establece por adelantado los criterios mediante los cuales los propios sujetos se constituyen a sí mismos.[41]

Además, la subjetividad se vincula al objeto y no al referente social y material; y objeto y sujeto se constituyen al tiempo en el mismo proceso de articulación del contexto social. Las identidades, que son parte de la subjetividad, no preexisten al objeto, sino que emergen en el espacio de significación en el que se da la articulación de ambos.[42] Por ejemplo, el feminismo como identidad y la significación de la subordinación de las mujeres, como objetivación están vinculados y se producen al mismo tiempo.

Scott utiliza un artilugio categórico, el "eco fantasía", para mostrar cómo la identidad se construye históricamente por "repeticiones" y "discontinuidades":

La identidad como continuidad, coherencia, fenómeno histórico es una fantasía que apaga las divisiones y discontinuidades, elimina las diferencias que separan los sujetos en el tiempo. El eco da un brillo a la fantasía, recordándonos que la identidad es construida en relaciones complejas y distorsionadas, con otros. La identificación (que produce identidad) opera como eco de una fantasía, actualizando el tiempo a través de generaciones, el proceso que forma individuos como actores políticos y sociales.[43]  

Pero este proceso identitario puede estar "enmascarado" por la identidad que se presenta como natural y estable.[44] Así sucede en el caso de "la mujer", considerada como una categoría fija, universal, que opaca la construcción diferenciada y discursiva de diversas identidades de mujeres (obreras, burguesas, blancas, negras, feministas, etc.).

La experiencia aparece formando una parte esencial del  sujeto, pero hay discusión sobre la naturaleza de la experiencia. Para la historia social, experiencia es la forma en que la estructura "aflora a la conciencia".[45] Para Joan W. Scott, la experiencia se construye discursivamente, por lo que el hacerla evidente, el mostrarla, es una acción puramente descriptiva, irrelevante, que no explica cómo actúa en la constitución del sujeto:

No son los individuos los que tienen experiencia, sino que son los sujetos los que se constituyen a través de la experiencia.[46]

Y sigue diciendo: negar el origen discursivo de la experiencia es tanto esencializar las identidades que produce (mujer, hombre, heterosexual, etc), como ocultar las operaciones de la diferencia que actúan en su constitución en lugar de historiarlas, porque se separa la experiencia del lenguaje, que es dónde se construye. Los sujetos se constituyen discursivamente y por tanto la experiencia es un "hecho lingüístico". No obstante, aquellos no están privados de "agencia" (entiendo "agencia" en Scott como poder de actuación), pero este poder de actuación se produce bajo determinadas condiciones, sobre lo que volveremos más abajo.[47]

Junto con la experiencia los intereses son una parte clave en la contracción de la subjetividad. Los intereses se constituyen cuando las condiciones sociales adquieren significado a través de categorías discursivas. De ahí, que las mismas condiciones sociales y materiales generen intereses diferentes; por ejemplo, el caso de los obreros que votan a los conservadores porque han articulado sus intereses según una matriz categorial diferente a la utilizada por los que votan a la izquierda. Es decir, los intereses no carecen de una base social, material, pero ésta no genera los intereses, sino que estos se producen por la mediación de un discurso y en un espacio de significación entre el contexto social y las categorías. Una situación de trabajo en condiciones de máxima injusticia, no se vuelve objeto de resistencia hasta que no media la categoría de explotación, o de justicia social, dándole significado. La cuestión importante es por qué los intereses se activan en unas circunstancias históricas y en otras no, y parece que se activan cuando se produce la mediación discursiva.[48]

Es imprescindible explicar cómo se produce la acción social, cómo actúan los sujetos colectivos, los movimientos sociales. Si descartamos la existencia de una causalidad social, estructural, de las condiciones materiales de vida, se han de buscar los mecanismos de conexión entre el contexto y la acción. Es decir, hay que buscar otra lógica causal  a la acción social; y ésta según la historia discursiva depende de la significación que los sujetos dan a su contexto, a sus condiciones materiales. De nuevo es la mediación discursiva, la matriz categorial la que hace a la acción ser significativa. Los sujetos, articulan su contexto y su posición en él, dando significado a dicha posición según un discurso determinado. Lo que se produce es una objetivación del contexto y a partir de ahí es cuando el contexto influye o determina la acción.[49] Es decir: si las personas construyen sus experiencias, intereses e identidades situándose a sí mismas dentro de un sistema de significados, entonces es este último el que posibilita sus acciones y define un determinado patrón de conducta.[50]

Aunque:

Las acciones son respuestas a la presión del contexto social, pero se trata de respuestas discursivamente mediadas.[51]

Es importante insistir en que no se niega que las condiciones sociales sean un factor condicionante de la práctica social, sino que sean un factor causal. O mejor dicho, son un factor causal cuando se han construido significativamente, cuando se han objetivado. Entonces se produce una interacción entre sujetos y objetos.[52] Por ejemplo, adelantándonos a los siguientes capítulos, las condiciones de desigualdad de derechos en las que Vivian las mujeres, no causaron la acción colectiva del sujeto sufragista hasta el momento histórico en que un discurso, el moderno liberal actúo como mediación significativa de esas condiciones y la posición en que las mujeres Vivian en ellas.  

 

 2.3. El sujeto "mujer" maternal

La construcción de "la mujer", en la cultura occidental ha participado de diversos discursos (clásico, medieval, moderno y católico) y contextos históricos diferentes, que han ido modelando y variando su identidad. Posiblemente es la mujer "moderna" el sujeto más conocido y explorado por la cercanía histórica y porque aún prevalece. Pero, si hay un componente en su subjetividad que ha permanecido a pesar de sus variaciones ha sido la dimensión maternal, hasta el punto de poder hablar de una identidad subjetiva maternalista. Florence Thomas, a propósito dice que:

Sólo cuando lo femenino connota lo materno, cobra evidencia, o por lo menos remedia de alguna manera dicha carencia. Por fuera de lo materno-reproductor no existe posibilidad de llegar a ser sujeto en el mundo.[53]

Victoria Sau en su Diccionario Ideológico Feminista, dice que los Padres del patriarcado "construyeron" la feminidad con aquellas partes en las que ellos no eran aptos, como la maternidad,[54] y recoge el discurso de Apolo en Las Euménides de Esquilo, en donde se define a las madres como:

 "mujeres porteadoras", úteros extracorporales de los hombres, redomas del laboratorio masculino dónde ellos deciden sobre la vida y sobre la muerte.[55]

 La tesis de Sau, en concordancia con la anterior definición, es que la maternidad como opción libre y representativa de lo que es ser mujer, sujeto autónomo, "no existe", porque existe en tanto "función del padre".[56]

En la formación de la identidad maternal occidental participan activamente los discursos religiosos católicos, en los que indiscutiblemente la pieza central es la representación de María virgen, aunque haciendo historia, María Lozano recuerda que:

El reconocimiento oficial de los atributos de María siempre ha ido muy por detrás del reconocimiento popular a través del culto

Pues hasta el II Concilio de Constantinopla (381) no se "proclamó la perpetua virginidad de María".[57] Otras fuentes señalan el Concilio de Efeso (431), como el momento en el que después de un agrio debate, se reconoció a María como Madre de Dios.[58] Pero hasta 1854 no se establece como dogma de fe su Inmaculada Concepción y en 1954  su Ascensión a los cielos.[59] 

María Asunción González de Cháves sitúa a la Virgen María al final de una cadena evolutiva, que comienza en las diosas clásicas de la cultura occidental, lo que muestra que siempre "la mujer ha estado cercana a lo sagrado". Las primeras diosas eran "polifacéticas", "creadoras y destructivas", "benévolas y crueles", sus poderes eran independientes y no estaban vinculados solamente a la fecundidad; hablamos del periodo Paleolítico superior, cuando el hombre no conocía su participación en la procreación. Gea, madre y esposa de Urano, marcó la transición hacia la dominación olímpica masculina, favoreciendo el reinado de Zeus en un juego de complicidad por el que las diosas se volvieron protectoras y al servicio de los dioses. A partir de ahí los dioses adquirieron la preponderancia sobre las deidades, al tiempo que conocieron y engrandecieron su paternidad y se apropiaron de la capacidad biológica femenina. A partir de ahí las imágenes femeninas perdieron aquellos poderes que podían resultar amenazadores y se desexualizaron. Desde entonces representaron a la buena madre protectora que recibía su prestigio a través de la vinculación que tenía con dioses importantes. El último eslabón en la cadena es la Virgen María, venerada en cuanto Madre de Jesús-Dios, pero no como diosa. Ella es "sierva del Señor", "mediadora del Dios Creador", a la que se le niega la sexualidad y se la adora como Mujer-Madre humilde y subordinada al Hijo de Dios. María es el ideal del yo femenino, desprovista de la otra cara iracunda y hostil que tenían las diosas clásicas y que tienen las madres reales.[60]

Catherine Jagoe, que ha investigado los discursos españoles sobre el "ángel del hogar", se detiene en la "pureza" como el "punto supremo de la nueva ortodoxia" de la mujer burguesa del XIX, que viene a ser institucionalizada por la doctrina de la Inmaculada Concepción y reforzada poco después por León XIII al reconocer a la Virgen como "corredentora" de la humanidad.[61] La estimulación al culto mariano, y a María como madre y mujer modelo, sobrevive hasta hoy y es fácil hallarlo en los discursos católicos que circulan dentro y fuera de los ámbitos religiosos. El Papa Wojtila acuñó la consigna de "Totus Tuus", "Todo tuyo", refiriéndose a María,[62] y la Gran Vigilia de la Inmaculada que se celebró en muchos pueblos y ciudades de España y de Latinoamérica en 1995, se hizo bajo el lema "La Virgen María modelo de mujer y madre", exhortando el Papa a ver en María "la expresión más perfecta del genio femenino". En ese mismo año, el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls, refiriéndose a la Conferencia de Población de El Cairo (1994) y a la IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing, 1995), dijo que "intentaron transformar la cultura moral del mundo".[63] Valls aludía a los cambios, que finalmente se aceptaron sobre la separación entre la sexualidad y la reproducción de las mujeres, alejados del modelo reproductivo mariano.      El discurso moderno ilustrado era el llamado a introducir un matiz laico en ese sujeto maternal y mariano, pero es observable que las condiciones discursivas variaron algunos significados de género, produjeron otros nuevos y dejaron permanecer muchos otros. La crítica feminista ha subrayado suficientemente las construcciones binarias ilustradas: razón masculina pasión y/o naturaleza femenina, y el miedo del hombre a la irracionalidad de la mujer, supervivencia del discurso antiguo de los Padres de la Iglesia acerca de la hembra tentadora.[64] En esa línea el discurso moderno liberal configuró lo que se ha llamado desde la teoría feminista "las dos esferas", una de ellas representa el mundo de lo femenino, el hogar, lo privado, el espacio dónde reina "el ángel"; frente a él se conforma el espacio público y político masculino.

La socióloga foucaultiana Julia Varela, que ha investigado la genealogía de la mujer burguesa europea, es la que arroja más luz sobre el momento donde arranca el confinamiento de las mujeres en lo privado y la redefinición del desequilibrio entre los sexos. En su investigación es palpable la pervivencia en el discurso ilustrado de construcciones procedentes de discursos anteriores. Varela sitúa lo que ella denomina la formación del "dispositivo de feminización" (no utiliza la categoría género), en el discurso humanista expresado, por ejemplo, en los textos de Vives y Erasmo. Este dispositivo es el elemento definitorio de la mujer moderna. La autora sitúa en el siglo XII europeo el inicio de una nueva jerarquización entre los sexos relacionado con el cambio en las relaciones de parentesco. El discurso humanista sería la rejilla categorial en la que el matrimonio es uno de los conceptos que dan significado a la nueva relación entre los sexos. En palabras del Varela, el matrimonio monogámico dictado en el Concilio de Trento (1563) será un "anclaje clave" de dicho dispositivo de feminización para la "naturalización del desequilibrio entre los sexos".[65] Los tratados de la época sobre "la perfecta casada cristiana" eran una crítica a la vida amorosa libre e independiente de las mujeres de la nobleza. La perfecta casada es rodeada de las virtudes de la modestia, el silencio, la obediencia, que se construyen en oposición a las virtudes masculinas de mando, elocuencia, etc. Pero los procesos de subjetivación femenina eran diversos según la clase social de las mujeres. Para Varela, hubo una estrategia educacional con "tecnologías blandas" para las mujeres de la nobleza y burguesas, que eran alejadas de la política pero acercadas a la nueva cultura. Estas mujeres escribían poesía, cartas, mientras los hombres escribían teatro y obras épicas, acentuándose así las diferencias sexuales. El contrapunto de la perfecta casada son las mujeres "malas", representadas por las prostitutas y las brujas, todas ellas mujeres populares que se resistían a la iglesia y al matrimonio monógamo. A ellas se aplicaron "tecnologías duras de control" por parte de frailes dominicos y franciscanos, como la Inquisición o las casas de prostitución, encaminadas estas prácticas a la "destrucción de saberes" que las mujeres poseían.[66] En términos de la teoría feminista, en este proceso se percibe de forma evidente la interrelación del género con la clase social, a través de la alianzas y juegos de poder y saber en los que las mujeres de clase noble obtuvieron privilegios de tipo cultural frente a las mujeres de clases inferiores que fueron marginadas y despojadas de sus saberes.        Sobre la conformación de la esfera privada y femenina es oportuna la revisión que Rodríguez Magda hace del modelo de encierro "disciplinario" de Foucault, ampliándolo con la noción de "encierro femenino", que a diferencia de la cárcel, el manicomio o el hospital, tiene características peculiares. La reclusión de las mujeres no es grupal, es en el hogar, y allí se las priva de la solidaridad con las otras marginadas. El hogar es una "prisión camuflada", que se complementa con un encierro "simbólico" en una "ambigua esencia" en la que se subliman una serie de cualidades domésticas y se denostan otras oscuras y maléficas.[67]

Las prácticas educativas en torno al sujeto mujer maternal, son reveladoras a la par que normativas. Pilar Ballarín ha puesto de manifiesto la identificación que se hizo de la maestra con la madre virtuosa en la construcción profesional de las primeras en el siglo XIX español. Las maestras fueron agentes de feminización, transmitiendo los deberes domésticos que configuraban la identidad de las discípulas.[68] Pero como señala Ballarín, muchas veces esas maestras no eran madres y en la realidad no respondían a la "madre burguesa" de los manuales, porque habían encontrado en el magisterio un espacio de libertad para desarrollarse como escritoras e intelectuales, lo que les permitía transgredir la frontera y participar en un nuevo modelo de mujer que se estaba gestando también en otros campos.[69] De esta manera, la maestra se nos muestra como un sujeto complejo construido en los discursos modernos, que condensa las virtudes de la feminidad y el maternalismo y al mismo tiempo se reivindica como ciudadana. No en vano buena parte de las sufragistas eran maestras, fueron sujetos de la modernidad y predecesoras en la formación del nuevo discurso feminista.

Para Scott, la madre es una de las "fantasía eco" de la identidad feminista. La "fantasía materna feminista" está configurada en torno al amor puro que sirve de base común entre las mujeres. La autora la ejemplifica en el caso sufragista francés.[70] Esta tesis la veremos confirmada también en las sufragistas colombianas que coinciden en defender sus derechos de ciudadanía con ser buenas madres. Los derechos reproductivos y sexuales, categorías ambas de este nuevo discurso, vienen a ser la crítica más certera al sujeto unidimensional maternalista, poniendo de relieve su historicidad y por tanto su caducidad. Igualmente la comprensión dentro del feminismo de un sujeto de identidades múltiples, es otro ejemplo de las mutaciones discursivas.

 

 2.4. Buenas madres y resistencias insospechadas

He planteado en otro lugar el "maternalismo" como una construcción discursiva de género en contextos históricos determinados y concretos y formando parte de la identidad femenina.[71] La identificación histórica de la sexualidad con la reproducción, a través de las prácticas discursivas, ha construido el maternalismo en un doble movimiento de afirmación reproductiva y de negación placentera del cuerpo femenino. En el sujeto maternal, la parte oscura, maligna, negada, la sexualidad con el derecho a sentir, al goce, es propio de las mujeres "malas". Ello contrasta con la figura luminosa, pura, humilde y sumisa de "el ángel del hogar", la feminidad ensalzada, que es sobre todas otras cosas, madre fecunda y buena, cuya misión principal es amar y cuidar a sus hijos. En esta dicotomía, las mujeres "buenas" históricamente han construido su identidad, sus intereses y su experiencia conforme a los discursos que las han significado de esta manera, y se han asumido como tales buenas madres, llegando en determinadas circunstancias históricas a realizar resistencias insospechadas. En el caso latinoamericano los discursos populistas de los años cuarenta y cincuenta (versión latinoamericana de una fase de la modernidad en aquella región), reconocieron a las mujeres los derechos de ciudadanía en tanto eran madres de ciudadanos y no por las razones de igualdad que argumentaban las sufragistas desde hacía décadas.

El discurso populista tenía como categoría central la "justicia social", pero con un carácter paternalista y asistencialísta, que lo hacía deficitario en términos de democracia. Hay tesis bien fundamentadas de que la modernidad populista de estos años fue muy limitada y especialmente sesgada hacia un proceso de industrialización.[72] Fue un campo discursivo en el que las mujeres pobres urbanas, únicas responsables en muchos casos de la familia y la economía doméstica, se constituyeron como sujetos maternales identitarios organizados en Movimientos por la Subsistencia[73] en condiciones materiales de falta de alimento, falta de vivienda y de servicios (agua, educación, salud). Este contexto socio económico de pobreza y precariedad no fue exactamente el motor directo del proceso de concienciación de las mujeres, no se produjo la acción social como reflejo de las condiciones sociales, sino que fueron las condiciones discursivas populistas las que hicieron que las condiciones materiales se volvieran significativas. Entonces, las propias mujeres de los barrios populares conceptualizaron su contexto de pobreza injusta al sentirse interpeladas como "pueblo" (otra de las categorías centrales del discurso populista), y consideraron que al estado paternal le correspondía resolver su situación, y conforme a estas condiciones discursivas ellas construyeron sus intereses y su experiencia, y lo hicieron como responsables de la alimentación, la educación y el cuidado de los hijos. Pero no había un discurso en términos de ciudadanía, ni de derechos específicos femeninos (derechos reproductivos y sexuales, como más tarde el feminismo postularía), sino que la "justicia social" procedía de un estado providencial, y sólo de él manaba la solución de sus problemas. La oposición que aquí se establecía era estado paternal / identidad maternal femenina.

Las prácticas sociales que las mujeres populares desarrollaron en los "Clubes de Madres" (Perú, Bolivia, Brasil, etc) no se dio por un determinismo causal de la pobreza, sino porque las circunstancias particulares fueron articuladas por una mediación discursiva que les dio significado e hizo que las mujeres desarrollaran su subjetividad y construyeran su objeto de lucha: la subsistencia. Se construyeron como madres, amas de casa, al ser interpeladas por el discurso populista bajo categorías de responsabilidad familiar, de buenas madres, de buenas reproductoras. El discurso interactuó con el contexto y estas mujeres populares elaboraron sus intereses y experiencia, y en la práctica social accionaron y crearon comedores, organizaron desayunos para los niños ("Vaso de Leche"), y urbanizaron los barrios, construyendo viviendas, escuelas, plantando árboles, etc., con los escasos recursos que les proporcionaba el estado o sociedades filantrópicas en su mayoría religiosas. Se puede decir que el sujeto maternal construido se configuró en un sujeto activo y constructor. 

Esta situación sufrió modificaciones en los setenta y ochenta, dándose cambios discursivos (democracia, socialismo, feminismo, y autoritarismo) con nuevas categorías (opresión, derecho al desarrollo social y humano, derechos ciudadanos, derechos humanos, reproductivos y sexuales, género, etc.) que resignificaron las condiciones sociales y materiales y transformaron la identidad de los sujetos y sus intereses. Uno de los cambios más importante en el contexto fue la crisis económica. En estas nuevas circunstancias las prácticas se volvieron más políticas, el lenguaje de los discursos era otro diferente al populista y el movimiento social era más heterogéneo. La politización en el caso de los Movimientos por la Subsistencia hay que relacionarla con la actuación de otros sujetos como las ONG para el desarrollo, que eran a su vez de diferentes partidos de la izquierda, feministas, o de las iglesias, y que estaban constituidos en nuevos discursos. Y así sucesivamente, en los noventa, se han presentado un nuevo contexto, nuevos discursos, nuevos significados y nuevos sujetos en términos de políticas de ajuste, neoliberalismo y globalización.

Paralelamente, en los contextos autoritarios de los setenta, se visibilizaron sujetos movilizados en contra de la violencia (del estado, de la guerra o de la droga) en acciones políticas de diverso índole. Los he tipologizado como Movimientos de Madres contra la Violencia, especialmente en América Latina,[74] pero se puede hablar de una cadena que se ha continuado hasta Europa oriental, como un caso de sujetos maternales normatizados históricamente pero ahora rebelados, resistentes y constructores de democracia.

Las dictaduras del cono sur latinoamericano crearon una situación diferente de falta de libertades, de personas asesinadas, desaparecidas, presas y exiladas, en donde el discurso de la democracia y de los derechos humanos proporcionó las condiciones necesarias para dar significado a esa situación. Los movimientos de Madres contra la Violencia (Madres de Plaza de Mayo, COMADRES, etc.) construyeron su identidad a partir de elaborar conjuntamente el interés por recuperar a sus hijos y en oposición a la invisible, y en la mayoría de los casos pasiva identidad de los padres. Estas sujetos, son inestables (recordemos que la identidad es "contingente", "inestable, y "diferencial"[75]), que cambia al reelaborar el interés inicial, como sucedió con las Abuelas de Plaza de Mayo argentinas, que se desprendieron de las Madres, al dedicarse a la búsqueda de los nietos. También se puede observar en las Madres de Plaza de Mayo los cambios en su actuación de los últimos años, en que el discurso socialista radical aparece claramente en su lenguaje compartiéndolo con el inicial de los Derechos Humanos.       

Concluyendo, el objetivo de este capítulo ha sido mostrar desde la perspectiva histórica discursiva las herramientas con que se cuenta para abordar las diferentes construcciones discursivas del sujeto mujer y la subjetividad e identidad feminista, como introducción al hecho del sufragismo, que se dio en el contexto colombiano entre las décadas del treinta a cincuenta del siglo XX.

 


  NOTAS

 


[1] Corresponde al título del artículo esta primera nota (nota de la editora). Una primera versión fue publicada en Boletín Americanista, nº 52, Barcelona, 2002, y en la Revista virtual Lybris, de la Universidad de Brasilia. He de agradecer a Tania Navarro, su directora, la traducción al francés. Ahora se ha desarrollado y fundamentado más ampliamente la noción de sujeto. Agradezco los comentarios del alumnado del curso de Doctorado, Historia de las mujeres. Género y contextos discursivos en América Latina, y la lectura y sugerencias de Gabriela Castellanos, Carmen Ramos, Rafaela Vos Obeso, Cris Suaza y María Himelda Ramirez

[2]Barret, Michelle. "Palabras y cosas: materialismo y método en el análisis feminista contemporáneo", La Ventana, nº 4, Guadalajara, (México) 1996, pp. 36-37

[3] El interés por la significación, según Pedro Cardim, se adelantó al giro lingüístico en la sociología, la antropología y la filosofía, no así en la historia. "Entre textos y discursos. La historiografía y el poder del lenguaje", Cuadernos de Historia Moderna, nº 17, Madrid, 1996, p. 126

[4] También Hayden White define la historia como: "un modo de discurso, una manera de hablar, y el producto producido por la adopción de este modo de discurso". White, Hayden. El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Ed.. Paidós, Barcelona, 1992. p. 71 y 74. Para una discusión sobre "la historia narrativa", como la llama White, y sus tendencias ver páginas 47-50

[5] Canning, Kathleen. "Feminist History after the Linguistic Turn: Historicizing Discourse and Experience", Signs, v. 19, nº 2, New York, 1994, pp. 370-371

[6] Cabrera, Miguel Ángel. Historia, Lenguaje y Teoría de la Sociedad, CátedraFrónesis, Madrid, 2001, p. 18

[7]Ibíd., pp. 48-50

[8]El último libro de Joan W. Scott, La Citoyenne Paradoxale. Les feministes françaises et les droits de l´homme, Albin Michel, Bibliothèque Histoire, París 1998, supone un ejemplo paradigmático de esta forma de hacer historia, habiendo estado precedido de muchos artículos teóricos sobre la diferencia sexual, la experiencia, el lenguaje y el género. Parte de ellos los citaremos a lo largo de este libro     

[9]Scott, Joan W. "El Género: Una categoría útil para el análisis histórico", en J.S. Amelang y M. Nash (ed.) Historia y Género, Alfons el Magnanim, Valencia, 1990

[10]Joan W. Scott. A cidadâ paradoxal: as feministas francesas e os direitos do homen, Editora de Mujeres de Florianápolis, 2002

[11]Foucault, Michael. La arqueología del saber, Siglo XXI ed., México, 1979, p. 81

[12] Apleby, Joyce; Hunt, Lynn; y Jacob, Margared. La verdad sobre la historia, Ed. Andrés Bello, Barcelona, 1998, p. 210

[13]En resumen, dice Paul Veyne: "Toda historia es arqueológica por naturaleza y no por elección: explicar y hacer explícita la historia consiste en percibirla primero en su conjunto, en relacionar los supuestos objetos naturales con las prácticas de fecha concreta y rara que los objetivan y en explicar esas prácticas no a partir de un motor único, sino a partir de todas las prácticas próximas en las que se asientan (...) La historia misma es uno de tantos falsos objetos naturales. La historia no es más que lo que hacemos de ella; no ha dejado de cambiar, pues su horizonte no es eterno", Como se escribe la historia. Foucault revoluciona la Historia, Alianza Editorial, Madrid, 1984, pp. 214-215-226 y 237-238

[14]Cabrera, Miguel Ángel. Op. cit., pp. 51-52

[15] Scott, Joan W. "Igualdad versus diferencia: los usos de la teoría postestructuralista", Debate Feminista, nº 5, México, 1993, p. 87

[16]Ibíd., "Sobre el Lenguaje, el Género y la Historia de la Clase Obrera", Historia Social, nº 4, Valencia, 1989, p. 128

[17] Cabrera, Miguel Ángel. Op. cit. pp. 68-71

[18]Ibíd. p. 73

[19] Scott, Joan W."La Mujer trabajadora en el siglo XIX", en Duby, Georges y Perrot, Michelle, eds. Historia de las mujeres, v. 4, Taurus, Madrid, 1993. También el artículo ya citado: "Sobre el lenguaje...", hace referencias a la construcción del concepto de "clase", perteneciente al discurso socialista

[20] Cardim, Pedro. Op. cit., p. 138

[21] Hayden White, define la significación como: "la tradición del análisis cultural basada en una teoría del lenguaje como sistema de signos (más que de palabras), al estilo de Saussure. White, H. Op. cit., pp. 149 y 201

[22]"(...) la mujer es un constructo cultural e intenta deconstruir este signo para poder distinguir la biología de la cultura y la experiencia de la ideología". Borrás, Laura. "Introducción a la crítica literaria feminista", en: Segarra, Marta y Carabí, Angels (eds.). Feminismo y crítica literaria, Ed. Icaria, Barcelona, 2000, p. 18

[23] Cabrera, Miguel Ángel. Op. cit., pp. 55-57

[24]Ibid. pp. 73-76

[25] Scott, Joan W. "Sobre el Lenguaje...", op. cit., p. 83

[26] Ibíd., p. 84

[27] Coddetta, Carolina. Mujer y participación política en Venezuela, Edición x Demanda, Caracas, 2001, p. 31

[28] Scott, Joan W. "El Género: una categoría ..." op. cit. pp. 44-47

[29] Ibíd. La Citoyenne Paradoxale..., op. cit., p. 15.

[30] Ibíd. "Igualdad versus ...", op. cit. pp. 89 y 90.

[31] Ibíd. "Sobre el Lenguaje...", op. cit., p. 81     

[32] Ibíd., p. 90.

[33]Scott, Joan W. "Feminismo e Historia", Hojas de Warmi, nº 8, Barcelona, 1997, p. 116

[34] Castellanos, Gabriela. "Introducción. Género, discursos sociales y discursos científicos", en: Castellanos, Gabriela; Accorsi, Simone y Velasco, Gloria (comps.). Discurso, Género y Mujer, Centro de Estudios de Género / La Manzana de la Discordia, Universidad del Valle, Cali, 1994, p. 12

[35] Castellanos, Gabriela. "Desarrollo del concepto de género en la teoría feminista", en: Castellanos, Gabriela; Accorsi, Simone (comps.). Ibíd., p. 37-45

[36]Braidotti, Rosi. Citando a Monique Wittig, Sujetos Nómades, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2000, p. 226

[37]Rodríguez Magda, Rosa María. Foucault y la genealogía de los sexos, Anthropos, Barcelona, 1999, pp. 52 a 67

[38]Ibíd., p. 119 a 133

[39]Castellanos, Gabriela. "Introducción. Nuevas concepciones de la subjetividad como transfondo teórico de los estudios de género", en: Castellanos, Gabriela y Accorsi, Simone. Sujetos femeninos y masculinos, Centro de Estudios de Género / La Manzana de la Discordia, Universidad del Valle, Cali, 2001, pp. 17-19

[40]Cabrera, Miguel Ángel. Op. cit. p. 115

[41]Ibíd.

[42]Ibíd.

[43]Scott, J. W. ""Eco fantasía"": historia y construcción de identidad", Labrys, Estudos Feministas, nº 1-2, 2002, p. 1

www.unb.br/ih/his/gefemscott1.html, (La traducción es mía)

[44]Cabrera, Miguel Ángel. Op. cit. p. 116, citando a Scott, Joan W. 

[45]Ibíd. p. 83

[46]Scott, Joan W. "La Experiencia como prueba", en: Carbonell, Neus y Torras, Meri (comps.) Feminismos literarios, Arcolibros, Madrid, 1999, p. 86

[47]Ibíd., p. 106

[48]Cabrera, Miguel Ángel. Op. cit.., pp. 102-108

[49]Ibid., pp. 145-146

[50]Ibid., p. 146

[51]Ibid., p. 147

[52]Ibid., p. 149

[53]Thomas, Florence. "Mujer y código simbólico", Las mujeres en la historia de Colombia, v. 3, Norma, Bogotá 1992, pp. 12-13

[54]Sau, Victoria. Diccionario Ideológico Feminista, v. II, Icaria, Barcelona, 2001, pp. 100-101

[55]Ibíd., p. 169

[56]Ibíd. El vacío de la maternidad, Icaria, Barcelona, 1995, también: "Del vacío de la maternidad, la igualdad y la diferencia", Hojas de Warmi, nº 9, Barcelona, 1998

[57] Lozano Estívalis, María. Las Imágenes de la Maternidad, Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 2000, pp. 109. La autora hace un recorrido histórico abundante sobre figuras de la virgen en relación a la maternidad

[58] "María esa mujer misteriosa", Crónica, El Mundo, 22.12.96, p. 10.

[59] Lozano, María Estíbaliz. Op. cit.

[60]González de Chaves. Asunción. "Las imágenes de la feminidad en los mitos y las religiones. De las grandes Diosas a la Virgen María", en: Monzón, María Eugenia y Perdomo, Inmaculada (eds.). Discursos de las mujeres, discursos sobre las mujeres, Centro de Estudios de la Mujer, Universidad de La Laguna, 1999

[61]Jagoe, Catherine. "La Misión de la Mujer", en: Jagoe, Catherine; Alda, Blanco; y Enriquez de Salamanca, Cristina. La mujer en los discursos de género, Icaria, Barcelona, 1998, p. 32

[62]Ibíd.

[63]Navarro Valls, Joaquín. "El Papa dice que María es el "genio femenino", El Mundo, Madrid, 8.12.95, p. 55

[64]Entre otras, Molina Petit, Cristina. Dialéctica feminista de la Ilustración, Anthropos, Barcelona, 1994, pp. 33-34

[65]Varela, Julia. Nacimiento de la mujer burguesa, Ed. de La Piqueta, Madrid, 1997, pp. 166-193

[66]Ibíd., pp. 192-211

[67]Rodríguez Magda, Rosa María. M. Op. cit., p. 101

[68]Ballarín, Pilar. "Dulce, buena, cariñosa... En torno al modelo de maestra / madre del siglo XIX", en: Calero Secall, Inés y Fernández de la Torre Madueño, María Dolores (eds.). El modelo femenino: ¿una alternativa al modelo patriarcal?, Atenea, Málaga, 1996, p. 75

[69]Ibíd. pp. 79-88

[70]Scott, Joan W. ""Eco fantasía"": historia y ...", op. cit., pp. 30-31

[71]Defino el maternalismo - para diferenciarlo de la maternidad como una opción libremente elegida por las mujeres tal como lo hace el discurso feminista - como una construcción de género a través de diferentes discursos históricos, en proceso actualmente de desconstrucción. Para algunos ejemplos históricos ver: Luna, Lola G. "Populismo, nacionalismo y maternalismo: casos peronista y gaitanista", Boletín Americanista, nº 50, Barcelona, 2000. El mismo artículo también en: Bárbara Potthast y Eugenia Scarzanella (eds.). Mujeres y Naciones en América Latina. Problemas de inclusión y exclusión, Vervuert, Frankfurt am Main, 2001. También, Luna, Lola G. Los Movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política, Centro de Estudios de Género / La Manzana de la Discordia, Universidad del Valle, Cali, 2003, pp. 85-100

[72] Los países que llevaron a cabo este proceso entre las décadas treinta y cincuenta fueron: Argentina, Brasil, Uruguay, México, Colombia, aunque fueron muchos otros los que aplicaron "políticas populistas", como Perú, Bolivia, Ecuador. En realidad, la tendencia populista y las prácticas populistas no ha cesado en América Latina, pero aquí me refiero a esas décadas en que el estado, por ciertas circunstancias favorables como la bonanza de las exportaciones pudo desarrollar, junto a un proceso industrial de sustitución de la importaciones, cierta redistribución de la riqueza mediante reparto de alimentos, vivienda, etc., entre la población urbana popular   

[73]Luna, Lola G. Los Movimientos de mujeres en América Latina...", op. cit., pp. 75-77

[74]Ibíd., pp. 77-82

[75] Cabrera, Miguel Ángel. Op. cit., p. 121

 


 

LA AUTORA

 Currículum abreviado 

Maria Dolores González Luna, Lola G. Luna, nació en Valdepeñas de Jaén y se licenció y doctoró en la especialidad de Historia de América, en la Universidad Complutense. Comenzó su actividad docente en la Universidad Pedagógica de Tunja, y en la Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia) entre 1970-73

Y es Profesora Titular de historia de América en la Universidad de Barcelona , dónde imparte clases desde 1977, de Historia de América latina, siglo XX,  Movimientos sociales, e Historia de las Mujeres en América Latina en el nivel de Doctorado

Fue directora del Departamento de América en los años 80

Su línea de investigación desde hace treinta años se ha ido definiendo como la historia feminista del género en América Latina, especialmente sobre movimientos de mujeres, y en Colombia. Fue fundadora, y es directora del Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad SIMS (1989) en la Universidad de Barcelona, desde dónde se han publicado libros y  se han realizados los primeros Programas de Doctorado sobre las mujeres a principios de los años 90, y 5 Cruïllas del Género. Actualmente dirige en el Seminario un Grupo de Investigación sobre Historia Discursiva de las Mujeres, formado por doctorandas

Ha sido Fundadora y directora de la Revista Hojas de Warmi,, también del SIMS, dedicada a publicaciones sobre mujeres latinoamericanas.

Fue Investigadora Principal del Proyecto de Investigación “Movimientos de Mujeres y Participación política en Colombia y Argentina “, financiado por la CICYT, que reunió investigadoras de Universidades latinoamericanas.

Fue Fundadora y Coordinadora del Aula de Video de la Facultad de Geografía e Historia y ha realizado Documentación Videográfica sobre el tema de los movimientos de mujeres en América Latina en varios países, aplicada a la docencia, y apoyada por el Dpto. de Renovación Docente de la Universidad de Barcelona

Ha dirigido varias Tesis Doctorales y Tesis de Maestría en Universidades latinoamericanas, todas ellas sobre historia de las mujeres latinoamericanas. Ha participado en Cursos de doctorado de otras Universidades, Cursos de especialización, Conferencias y como Ponente en Congresos Internacionales en España y América Latina.

Publicaciones

1993 Resguardos coloniales de Santa Marta y Cartagena y Resistencia indígena. Edit. Fondo de Promoción de la Cultura, Bogotá, Colombia, que fue su Tesis Doctoral

1994 Historia, Género y Política. Movimientos de Mujeres y Participación Política en Colombia, 1930-1991. (coautoría con Norma Villarreal). Ed. Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad, SIMS, Universidad de Barcelona

2003 Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política, Centro de Estudios de Género, Universidad del Valle / La Manzana de la Discordia, Cali,

2004 El Sujeto Sufragista. Feminismo y Feminidad en Colombia, 1930-1957, Centro de Estudios de Género, Universidad del Valle / La Manzana de la Discordia, Cali,

Y ha compilado y coeditado

1991 Mujeres y Sociedad. Nuevos Enfoques Teóricos y metodológicos (compilación e Introducción), Ed. Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad, SIMS, Universidad de Barcelona.

1992 Género, Clase y Raza en América Latina. Algunas aportaciones (compilación e Introducción) Ed. Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad, SIMS, Universidad de Barcelona.

1996 Desde las orillas de la política. Género y poder en América Latina (Comp. con Mercedes Vilanova) Ed. Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad, SIMS Universidad de Barcelona

"Las Raíces de la Memoria (coeditora., García y Otras), Universitat de Barcelona

2004 Relaciones Sociales e Identidades en América, (coeditora, Dalla Corte y Otros),Publicacions e Edicions, Universitat de Barcelona

2006 Homogeneidad, diferencia y exclusión en América (coeditora y Otras), Publicacions e Edicions, Universitat de Barcelona

Ha publicado numerosos artículos en Revistas americanistas de España y América, en Revistas de Mujeres de España y América, especialmente Colombia.

En línea:

"La nación Chimila: Un caso de resistencia indígena en la gobernación de Santa Marta" en Pilar García y Jordán, Miquel Izard, Conquista y resistencia en la historia de América,  Edicions Universitat Barcelona, Barcelona 1992

 

La feminidad y el sufragio colombiano durante el período 1944-481  Otras Miradas, Revista de la Universidad de los Andes, Vol. 1 Nº 1. Junio 2001. Pp. 108 - 125/ Web Universidad de los Andes [pdf]  

 También, otros muchos artículos cortos sobre historia del feminismo en Catalunya, España y América Latina, en consonancia con su feminismo militante en varios grupos del movimiento feminista catalán independiente, y su participación en diversos eventos del movimiento feminista Latinoamericano. Pertenece a varios comités de redacción de revistas americanistas y de mujeres, y asociaciones americanistas nacionales e internacionales. Algunos de estos trabajos en la Red:

 "Para una historia política con actores reales", en revista Historia y Crítica, Universidad de los Andes, nº 12, junio 1996, págs.69-76. Web Universidad de los Andes

"De la emancipación a la insubordinación: de la igualdad a la diferencia", web Mujeres en Red

"Sobre historia, género y política" en FEMPRESS

Este mismo artículo "La historia feminista del género y la cuestión del sujeto" se ha publicado en varios espacios de la red, entre ellos LabrysRevista digital de investigación feminista, Universidad de Brasilia, nº 1-2, julio-diciembre 2002

“Entre Discursos y Significados. Apuntes sobre el Discurso Feminista en América Latina” en Labrys, Revista digital de investigación feminista, Universidad de Brasilia, julio-diciembre 2008.

 

Otros artículos y curriculum de la autora en este blog:  

Introducción a la discusión del género en la historia política

Apuntes sobre el Discurso Feminista en América Latina 

Presentación y reseñas de libros:

Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política

El sujeto sufragista, feminismo y feminidad en Colombia, 1930-1957



 

 

RECUERDOS DEL SIGLO XX

RECUERDOS DEL SIGLO XX

Asunción Lavrin

Arizona State University, Tempe, Arizona

 

 

 

Como historiadora me gustan los recuerdos. De hecho, los recuerdos son la materia viva de mi profesión que tiene el empeño de que sigamos siempre en busca de voces dadas por perdidas, de escritos e imágenes que esperan pacientes en archivos y bibliotecas para darnos ese placer enorme de dialogar con el pasado, de hallar el significado que tuvieron para quienes nos dejaron huellas de su presencia a través de ellos, con la esperanza de que un día nos reuniéramos de nuevo con sus vidas.

La reunión que propongo hoy será breve pero llena de respeto y afecto. Será con aquellas mujeres y hombres que a través del siglo XX, pusieron gran parte de sus energías en la construcción de un programa educativo para la mujer. Hoy en día hay muchas preocupaciones sobre la creación de materiales que no discriminen contra ellas y que presenten opciones educativas amplias par ambos sexos. Aquellas voces que lamentaban la carencia de educación superior o de, simplemente, educación para las niñas y las jóvenes suenan ya muy lejanas. Pero esa percepción no deja de ser engañosa. Aún no tenemos equidad educativa en muchos países, o acceso no sólo para las niñas sino para todos los niños y jóvenes que desean y necesitan una educación completa. En realidad, si bien hoy, en teoría, muchas de las opiniones que les referiré no son exactamente aplicables a nuestra realidad, los principios de justicia educativa en los que se basaron ni han pasado de moda ni son irrelevantes. De hecho, son la base para nuevos planteamientos

Es difícil decir cuando se acaba un siglo y cuando comienza otro. Los números no significan mucho; las prácticas, las ideologías, los sentimientos que nos guían no cambian simplemente porque de la noche a la mañana ya estemos en otro siglo. Así ocurrió con respecto a la educación de la mujer cuando terminó el siglo XIX y comenzó el XX. Poco cambió, porque los procesos que se habían iniciado en el XIX siguieron en marcha; los ministerios y secretarías de educación a través de nuestra América siguieron operando más o menos bien de acuerdo con los presupuestos, la visión de los educadores, y la capacidad de gobernar de quienes tenían las riendas de las naciones en sus manos. También se prolongaron por varias décadas algunas nociones sobre el carácter y finalidad de esa educación.

Este siglo XX de nuestros recuerdos se inicia con diversos esfuerzos para crear una nueva concepción de “género” adecuada a la marcha de los tiempos. Se trataba en casi todos nuestros países de re-evaluar el rol de la mujer dentro del hogar, la familia, y el estado, a través una educación que se definió comúnmente como la piedra de toque para el cambio social y económico de muchas naciones. Así lo entendieron educadores, economistas, y hombres de estado de visión amplia. Muchos de ellos tuvieron un concepto idealista y generoso de la educación como una acto de justicia que se debía a las mujeres, a quienes se había marginal izado por centurias si no milenios. Otros y otras lo vieron como una necesidad económica imperativa para unirse al elenco de naciones en vías de industrialización. Empíricamente, la mano de obra femenina educada era un elemento imprescindible para el avance del “progreso”. También hubo otra posición intermedia que demandaba la educación para que la mujer pudiera valerse por sí misma, no ya en función de la nación, sino en lo que, acertadamente, se vio como la lucha por la vida, en la medida que el analfabetismo y la carencia de entrenamiento contribuían a la depresión económica de las mujeres pobres. De todo hubo.

Aún así, es fascinante comprobar como el concepto "biológico" de la mujer dejó huellas profundas en la construcción de su educación. Aunque el concepto “género” se supone moderno, ya en los planes e ideas sobre la educación en el siglo XX se empleaba una fuerte división sexual del trabajo y la noción de que existía un rol social apropiado para cada sexo. El concepto fundamental de las “aptitudes propias del sexo” raramente dejó de figurar en las propuestas de aún las personalidades más dispuestas a remodelar el papel de la mujer a través de la educación. Las y los feministas más dedicados y convencidos arguyeron a favor de la equiparación legal de la mujer, del sufragio femenino, de la plena igualdad educativa y laboral de ambos sexos, pero bajo la óptica ideológica del “maternalismo”. Esto es, el concepto de que el bien que la mujer tiene le pertenece en función de las virtudes morales, de administración, de sensitividad, de responsabilidad, que le confería su papel de madre y su sexo biológico. Estas sensibilidades especiales debían ponerse al servicio de la familia y la nación a través de la educación.

Oigamos el testimonio profundamente espiritualizado de Amanda Labarca, la más notable educadora chilena de la primera mitad del siglo XX:

“Nosotras tenemos que forjar otra [ciencia]: la del mejor conocimiento de las capacidades espirituales femeninas, que no sabemos ni valorizar ni usar rectamente.” “A las mujeres nos falta buscar en nosotras mismas; ignoramos todavía cuál es nuestra verdadera función en la armonía de los nuevos conjuntos humanos.” “Somos fuente de calor espiritual para el mundo...” “ Así como es imposible que crezca la semilla sin el calor del sol, así también es imposible que aliente la raza del hombre, sin el calor de los sentimientos y de los afectos.” “Nuestra cultura ha de servirnos para realzar los valores espirituales, para propender al triunfo de la hermandad entre los hombres y...los países...”[1]

 

 

 

Amanda Labarca

 

 

 

 

 

Son pensamientos destilados en 1927 en ocasión de la celebración del cincuentenario del acceso de las mujeres al bachillerato que les abrió las puertas de la universidad (Ley Amunátegui). Labarca inyecta una fuerte dosis de idealismo y también de conformación con valores atribuibles a la mujer como sexo y como género. Aquí, ella comparte con Tancredo Pinochet Le Brun, su coetáneo, ideas que aunque vertidas por éste en 1908, todavía tenían vigencia en los años 30. Pinochet LeBrun estableció una diferencia entre “educación” e instrucción que las mujeres debían tener en cuenta. “Educar es dar prendas de carácter” La educación trae virtudes, honores, salud, riqueza y alegría, “y es la primera fuerza de mundo,” decía Pinochet LeBrun”[2] La instrucción puede carecer de “educación” pero la segunda era, a sus ojos, mucho más importante. Labarca y Pinochet LeBrun desean la educación del espíritu y del carácter enfatizando virtudes atribuibles al sexo femenino y que inculcadas en la escuela o en la vida se presentan como una visión ideal del género que apenas cambia entre muchos educadores y aún reformistas de la primera parte del siglo. Así, Ermila Galindo, mujer fuerte y práctica de la revolución mexicana, podía ver panaceas espirituales en la educación de la mujer, que naturalmente iría siempre hacia el bien. La mujer nunca puede ser mala:

“Si se le ilustrase y educase debidamente...por sí sola se dirigirá siempre hacia el bien como brújula hacia el norte y con la ecuanimidad de las almas que aman el bien por el bien mismo, irá hacia él, subiendo con las alas del pensamiento hacia las regiones del infinito...llenará su corazón de sentimientos nobles, esparcirá en el hogar el perfume delicado de sus virtudes...”[3] 

La otra vertiente, ya señalada, es la que justifica la educación de la mujer como una necesidad basada en la equidad que debe existir entre los sexos (que es un asunto moral y legal), pero que considera fundamental el resultado práctico de la educación. Otra mexicana, Paula Alegría, en su tesis para la Escuela Nacional de Maestros, en 1930, establece que:

“hemos demostrado la conveniencia social y la necesidad de que a la mujer se le otorguen todos los beneficios que proporciona la educación, pues siendo la ley reinante en la sociedad actual la del trabajo, sustrayéndola de dicha educación quedará incapacitada y relegada a la situación de los seres inútiles, perjudicándose con esto, grande y simultáneamente: la mujer, la familia y la sociedad.”[4] 

Ahora bien, ¿qué clase de educación necesitaban las mujeres para iniciarse en la vida nacional como trabajadores eficientes, como creadoras de ciudadanos probos, y como ciudadanas responsables y buenas? La educación superior que abriría las puertas de las universidades para aquellas mujeres de inteligencia superior fue el objetivo de muchos. Para ellas, la clave de la igualdad intelectual radicaba en el acceso al espacio prohibido de estudios superiores. Otros y otras, asumieron que no todas las mujeres tenían la misma aptitud, y propusieron la educación de carácter técnico. Si bien la segunda no tuvo mucha oposición, la primera (la universitaria) tuvo antagonistas de calibre en algunos países hasta casi mediados del siglo XX. La educación técnica se apoyaba en especificidades femeninas, prolongaba la condición de mujer en una educación que celebraba las características que las sociedades le habían adscrito como sexo. La educación superior, según algunas opiniones. atentaba contra la concepción de la existencia de un meollo biológicamente femenino en cada mujer que sufriría si se destruía con el ejercicio del intelecto.

Deseo ilustrar estas ideas con algunos ejemplos. La visión de la educación no sexuada y basada en un concepto de derecho y justicia estuvo ejemplificada por la uruguaya María Abella de Ramírez, incansable librepensadora y defensora de cambios sociales y jurídicos que elevaran a la mujer a una situación de equidad con el hombre. Antes de 1910, escribió una satírica descripción de la educación de la mujer vista por diversos prismas masculinos:

“El analfabeto desea que su mujer sepa leer y escribir para que lo palanquée en lo más indispensable... el ignorante que sabe leer prefiere que la mujer no sepa...y entiende la educación de la mujer en el sentido de que sea buena cocinera, mucama etc... El (sic) hombre de sociedad que desea figurar, le gusta que sus hijas aprendan piano, dibujo, idiomas, para que luzcan más y puedan hacer un buen partido... Los clericales opinan que la mujer no necesita más ciencia que rezar y saber de memoria el catecismo...Al escritor le gusta que haya mujeres que mediten y estudien profundamente para que sepan interpretar sus obras... pero otra cosa distinta es que a una mujer se le ocurra ser literata.... Finalmente hay algunos hombres justos que reclaman la educación de la mujer como un derecho que le corresponde para que pueda bastarse a sí misma ... .para que pueda ser libre y feliz como su compañero, y éstos reclaman igual educación, igual instrucción para la mujer que para el hombre. A nuestro juicio, hay que desconfiar de todo el que al hablar de educación de la mujer, quiere un programa distinto del que para el varón se haga...”[5]

Abella y Ramírez encarna el tipo de mujer de avance. A pesar de elogiar la maternidad escribía que “la mujer no ha nacido solamente para ser madre, como no ha nacido el hombre sólo para ser padre...”[6] Tampoco perdió de vista el lado práctico de la educación. Elogió la escuela de masajistas y enfermeras fundada por Cecilia Grierson en la Argentina porque “el día que la mayoría de las mujeres tengan oficio o profesión, el país podrá hacer de cuenta que ha duplicado sus habitantes porque habrá doble número de brazos e inteligencias ...” para su desarrollo.[7] 

No todos pensaban de igual modo. La Cecilia Grierson, elogiada por María Abella, fue médica graduada en 1889, fundadora de la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, de la escuela de obstetras, enfermeras y masajista, y promotora de la enseñanza de Ciencias Domésticas. Nada le valió cuando le fue denegada una cátedra en la escuela de Medicina en su sección de enseñanza para las mujeres.[8]

 

 

 

 

En el centro Cecilia Grierson. Fuente: Web, Biblioteca.Academia Nacional de Medicina. Buenos Aires

 

 

 

La oposición a la educación universitaria no logró detener el lento pero notable incremento de graduadas en Educación, Filosofía y Letras, Medicina, Farmacia y Odontología, en casi todos nuestros países, de modo que ya para 1920 habían representantes mujeres entre la élite profesional. Pero la oposición fue descarnada y se extendió hasta mediados de siglo. Recordemos, para empezar, al mexicano Félix Palavacini, quien escribiendo para las maestras en 1910, les ofrece todo su respeto, pero les ruega “No seáis universitarias, no seáis académicas” Quienes cayeran en la tentación de seguir una carrera universitaria podrían llegar “al pedantismo ridículo o a una brillante miseria académica [que] acaba por hacerla madre de una prole enfermiza, débil y degenerada.” Su consejo era seguir una educación para la vida del hogar, y allegar “la verdadera misión de su sexo, que debe ambicionar como supremo fin hacer noble y buena a la vida.” Este ideal estético era aplicable a la mujer de clase media y para la mujer que necesitaba trabajar, recomendaba aprender ocupaciones como recamarera, cocineras, cuidadora de niños, etc.[9] 

El calibre de la oposición a la educación superior de la mujer se aprecia en grado extremo en Colombia. Se abre en 1872 la Escuela Normal y en 1927 se abre un Instituto Pedagógico para una preparación más completa. También se abre en 1933 la Universidad de Antioquia abre la Odontología como carrera. En el Cuarto Congreso Internacional Femenino que se celebró en Bogotá en 1930, varias oradoras propusieron reformas educativas que incluían la renovación de los métodos pedagógicos en las escuelas normales así como la admisión de las mujeres a la Universidad. Las mujeres que en años subsiguientes siguieron pidiendo apoyo para sus demandas promovían una educación adaptada a las necesidades de la mujer colombiana. Aceptaban la diferencia biológica entre hombres y mujeres y creían que “los múltiples oficios y profesiones” para la mujer debían armonizar “con su idiosincrasia a y con la misión que le ha confiado la naturaleza.”[10] Cuando finalmente se abren las puertas de la educación superior en 1936 la iglesia se expresa contra la co-educación. El obispo de Pasto lanzó la excomunión contra la Universidad de Nariño por estar en sus aulas algunas mujeres. Pero no eran sólo los conservadores de la iglesia. Hasta mediados de los años 40 el destacado ensayista Germán Arciniegas mantuvo una lucha constante contra la coeducación y la educación universitaria de la mujer aduciendo que ciertos menesteres y profesiones pertenecían a los hombres. En 1945, desde el Ministerio de Educación creó universidades femeninas para que se educaran en ocupaciones propias de su sexo como secretariado, servicio social, etc. En 1944 el Ministro de Educación, Antonio Rocha, se declara contra la educación universitaria. En un discurso de graduación de las bachilleras del Gimnasio Moderno, llamaba a las jóvenes a reflexionar sobre si su título era un triunfo o una equivocación lamentable que marchitaba su sensibilidad. Las llamaba a dejar al hombre la construcción de la historia mientras ellas siguieran reinando en el hogar.[11] La respuesta de las mujeres activistas entonces involucradas en una campaña por el voto, fue de burla, enardeciéndolas a seguir su campaña porque “si el hombre es un gigante ciego” como había dicho el Ministro, para que el país pudiera ser gobernado necesitaba a la mujer como lazarillo.[12]

Ahora bien, ni la enseñaza técnica ni la enseñaza normal levantaron críticas tan enconadas como la universitaria. La razón en esta diferencia de actitudes es que en ambos casos se trataba de cultivar esas virtudes femeninas que biológicamente se suponía tenía la mujer, y que le permitirían lograr la plenitud cívica, social y económica. O sea, que la educación técnica servía para remachar las características biológicas. A través de esa educación se creaba un concepto de “género” perfectamente tradicional. Ya desde el último cuarto del siglo XIX quedó firmemente establecido que la mujer tenía capacidades idóneas para la educación de la niñez y su labor en la pedagogía era muy aceptable. Cuando se abre la Normal para profesoras de Mexico en 1890, se informa en la Memoria de Justicia e Instrucción se dice que : “Este siglo [el siglo XX] dará a la mujer por medio de la instrucción: la igualdad.... la Escuela Normal para Profesoras ha dado al hombre la antorcha y hoy pone en la frente de la mujer la flama; ha creído que es necesario allanar el camino, nutrir su cerebro con todos los conocimientos, cultivar sus aptitudes, educar sus facultades, desarrollar su delicada inventiva..”[13] El lenguaje asienta que es el designio del hombre alumbrar el cerebro de la mujer, cera moldeable pero esencialmente inteligente que sólo necesita el toque de la llama de la educación para encender las facultades idóneas de su sexo. Dar luz al cerebro femenino fue un concepto muy frecuente antes de la primera guerra mundial.

Igualmente deseable era que se educara a las mujeres de las clases populares en alguna artesanía o profesión práctica para que tuviera un arma con que competir en los crecientes mercados de trabajo. Así mismo deseable era una educación que la preparara para administrar su propio hogar y cuidar de la salud y bienestar de sus hijos era recomendable. En la Escuela Normal para Profesoras de Mexico los planes de estudio de 1902 y 1908 estipulaban instrucción militar para los hombres y artes domésticas para las jóvenes.[14] Las escuelas de Artes y Oficios y las clases en Puericultura se pusieron de moda en la segunda y tercera década del siglo. La alta mortalidad infantil en nuestras naciones, aún en las más urbanizadas e industrializadas, demandaba que las madres fueran informadas de como cuidar a sus hijos de forma científica. En Chile, la Dra. Cora Meyers crea una “escuela de madrecitas” para que las niñas adolescentes pudieran ayudar a sus mamás en el cuidado de sus hermanitos y prepararse ellas para su futro rol de madres. En Mexico se incorpora la enseñanza de la Economía Doméstica como asignatura de rigor en los niveles primarios y secundarios. Esta división de los conocimientos prácticos persistía aún en las escuelas socialistas de los años 30.[15] Todavía el programa de los Once Años que inaugura Adolfo López Mateos, tenía especialidades domésticas paras niñas. [16] 

La revolución mexicana fue conservadora en cuanto a la educación de la mujer. No rompió prototipos. El ilustre Secretario de educación, José Vasconcelos llama a una colaboración plena de la mujer maestra a romper el analfabetismo, a unirse a la fuerza sagrada de la educación, como vestales consagradas por una ideología nacionalista para a dar su esfuerzo por el bien de la patria y sin esperar retribución otra que la propia satisfacción.[17] Las maestras se hermanarían en una tarea de evangelización por la alfabetización que aspiraba a hacer de la coeducación un medio de equiparar intelectualmente a la mujer al hombre para entonces comenzar un lento cambio de opinión en cuanto a la posibilidad de mezclar lo masculino y femenino en la consecución de un objetivo noble: la nueva patria. El estado usaría a la mujer como vehículo y arma de cambio sin cambiar la esencia misma de la relación entre hombres y mujeres.

 

 

 

 

Campesinas andinas. Fuente: http://www.cenda.org/educacion.htm

 

 

 

 

Aquí me pregunto si no pudiéramos ver lo positivo que hubo entonces para la mujer dentro de lo que a nuestra distancia puede parecer “sexista”. No niego el sexismo implícito y obvio de la educación que se la da a la mujer hasta hace poco, pero, ¿será posible hacer un reverso interpretativo de los postulados de la época y ver más allá del encasillamiento de las mujeres dentro de ciertos parámetros educativos? Después de todo, hubo en Mexico, como en toda Hispanoamérica mujeres de altísimo intelecto y de gran capacidad administrativa que supieron escapar del cuadrado en las que se las quería mantener. Todos los grandes pensadores de la estética pedagógica utilizaban adjetivos que implicaban el patrón hombre como universal, y al mismo tiempo confiaban a las maestras labores y actividades que se reconocían como esenciales en la construcción de una nueva nación y que las elevaban a ellas y sus educandas a la categoría del hombre de un modo u otro. Esto significaba una ampliación de lo masculino, que recogía dentro de sí lo femenino. Aunque desde antaño se ha visto la inclusión de mujeres notables dentro de un patrón hombre, no se puede negar que esta acción implica, hasta cierto punto, una flexibilización del concepto hombre, del mismo modo que la historiadora Carolyn Bynum ha comprobado un aspecto femenino y maternal en la concepción de Jesucristo en la Edad Media europea[18]. Con esto quiero decir que lo masculino no es necesariamente exclusivamente “machista” y que lo femenino puede contener “virilidad” en algunos momentos de la historia.

La pintura de la maestra tanto rural como urbana que nos trasmiten algunos pensadores e historiadores de la educación es la de una líder, un ser humano capaz, eficiente y dedicado. Aunque esta visión esté coloreada por un lenguaje tradicionalmente romántico, en el fondo la vestidura no puede ocultar la labor protagónica en que estaba envuelta la mujer.[19] Comprobamos en Costa Rica que las maestras prepararon literatura subversiva y eventualmente se fueron a la calle a protestar la dictadura de Federico Tinoco en los años 20.[20] Mary K. Vaughn destaca la vibrante labor organizativa que llevaron a cabo las maestras rurales de Sonora durante la administración de Rodolfo Elías Calles y llama su labor “crucial para la movilización de los pueblos,” subrayando como ejemplo la labor de María Valenzuela en La Cebolla, Álamos.[21] Lamentablemente, esta literatura inicial se vio recortada en los años cardenistas después de los repartimientos ejidatales.[22] El hecho de que para la mitad del siglo la enseñanza femenina estaba ya en mano de mujeres en todos los países hispanoamericanos evidencia que la mujer se adueñó del territorio que se le asignó a principios de siglo. Por otra parte, cuando se desgranan las estadísticas de su participación en la enseñanza secundaria, o universitarias como alumnas y maestras se comprueba que a pesar del progreso en un área, las inhibiciones contenidas dentro de la cultura de la pedagogía femenina aún surtían efecto. Este cuadro tiene sombras y luces.Es dentro de este marco que va hasta mediados de siglo, que quisiera poner la figura de Gabriela Mistral en su intervención pedagógica en Mexico sobre el tapete para darnos la oportunidad de analizar algunos matices en la historia de la educación de la mujer en Hispanoamérica. En su labor como maestra Gabriela Mistral formó una estética pedagógica femenina que respondía al llamado de inspirar y educar en el sentido que lo proponían otros educadores de su tiempo.

La presencia de educadoras extranjeras en Hispanoamérica fue relativamente común. En vías de re-estructuraciones de importancia, los líderes políticos que se esforzaron por renovar la educación recurrieron a pedagogos extranjeros. Recordemos las reformas introducidas por Juan Domingo Sarmiento en la Argentina con un grupo de educadoras norteamericanas tras de su recorrido en los Estados Unidos. Igualmente importante fueron las educadoras alemanas en Chile y Colombia. En 1907 una pedagoga chilena educada en esa escuela alemana, Bertina L. Pérez, llega a Panamá a renovar la recién creada Escuela nacional de Institutoras.[23] Pestalozzi, Montesori, Froebel y Dewey inspiran a educadores nacionales que leen ávidamente teorías europeas.

Mistral llega a Mexico en 1922 invitada por José Vasconcelos. Era la primera visita de Gabriela a Mexico y de la lectura de los artículos que envió a El Mercurio de Santiago, se deduce que quedó fascinada por la tierra y sus habitantes. De entonces en adelante siempre califico a Mexico como “mi” Mexico. Fue una fascinación que, sin embargo, tuvo mucho de espejismo alucinante y embriagador. Gabriela idealizo lo que vio tanto en la política como en la educación. Sus bosquejos de la figura del presidente Obregón y más tarde, del presidente Alemán, pueden ser leídos hoy con una sonrisa un poco escéptica. Los políticos son espejos de bonhomía que los mexicanos del siglo XXI encontrarían muy alejadas de la cruenta realidad política que ellos encarnaron.

Pero lo que nos interesa aquí es repasar sus escritos sobre la educación en Mexico y su selección de lecturas para mujeres. Escribió a Santiago sobre las escuelas granjas, las bibliotecas y la mujer. Sus impresiones sobre la escuela mexicana son predecibles dentro de su propio ambiente afectivo. Gabriela estuvo siempre orientada hacia la tierra y quienes la cultivaban como símbolos de una esencialidad humana cristiana. En su poesía, la maestra rural fue objeto de uno de sus más tristes poemas. Le dolía la misión noble pero casi despreciada de la mujer que enseña en una especie de holocausto cristiano. Mexico le dio la oportunidad de reverdecer su confianza y su fe en esa maestría rural

 

 

Le fascinó la transformación de la pupa en mariposa: el proyecto de una escuela abandonada en un barrio de obreros (Peralvillo) donde el ideal que según ella había visto tanto en León Trostki y Rabindranath Tagore, se había hecho realidad: un maestro no formado en ninguna Escuela Normal, sino en la experiencia de la vida y que, desencantado de los dogmatismos de la formación académica, se dedica a sembrar el suelo, a enseñar a sus alumnos el amor a la tierra con el azadón (“No les di lecciones previas de la agricultura porque no creo en la enseñanza teórica”[24]) y una lección pragmática de la convivencia social. Un pequeño terreno árido en el medio de la población se va convirtiendo en huerto fructífero, bajo la vigilancia, pero sin la intervención directa del maestro. La intuición de los niños va creando de modo socrático no solo una huerta, sino que van aprendiendo por sí mismos los peligros del mercado al por menor, llegando a la comprensión de la necesidad de una cooperativa y de apelar a los políticos de Ministerio para obtener semillas, más tierra, y apoyo. Ese maestro Arturo Oropeza (“oscuro maestro del arrabal”), se convirtió en una personificación de cómo responder al “sistema” de la oficialidad de la enseñanza que no respondía a las necesidades de la ciudadanía. Esa experiencia le dio a Mistral alas para una utopía del futuro en la cual esperaba que esos niños llegarían a ser ciudadanos no en busca de riquezas, sino de dignidad personal y protagonistas de “una democracia menos convulsionada y menos discurseadora” (p. 43) A Gabriela le fascinó el periodismo infantil de la escuela, la dicción de los niños y los mexicanos en general (p 40), y la ilusión compartida con Elena Torres, de que la labor ejemplar y evangélica de los humildes serviría para reformar tanto la vida de los niños como el ambiente moral de la ciudad de Mexico. Palma Guillén describe magistralmente las actividades en las cuales se enfrascó: visitas a escuelas, turismo, trato con gente de todas las clases sociales, conferencias y pláticas con maestros y alumnos. Como dice: “Amó a Mexico, con un amor hecho de conocimiento y de esperanza: mejor propagandista y mejor defensor no ha tenido Mexico ni de dentro ni de fuera.” (xi)

Esa Gabriela romántica e idealista se vierte en la preparación de Lectura para Mujeres, que se hace entre 1923 y 1924.[25] Palma Guillén, quien con Jaime Torres Bodet la fue a recibir a Veracruz en 1922, introduce esta obra en un esquema mistraliano inolvidable, y la propia Gabriela hace su Introducción. Entre ambas se explica un poco el ambiente en el cual se gestó esta selección de lecturas. Gabriela viene en medio de un hervor cultural “dirigido” desde varios ministerios a servir como punta de lanza en un gran experimento de educación nacional, parte del reinicio del concepto de estado docente tras la convulsión militar de la revolucion. Vasconcelos la había invitado porque era “mujer de provincia, casi del campo, y sabe lo que necesita la gente del campo. Es una gran maestra y una gran poetisa.”[26] Así que realmente no la trajo para que escribiera para las mujeres, sino para que viviera el aspecto campesino de la educación en su papel de maestra, para que conociera a Mexico tal cual era, y diera “su opinión acerca de todo lo que estamos haciendo y que nos ayude con su experiencia.”[27] 

 

 

 

 

 

Gabriela Mistral pagó con creces la invitación, pero ese aspecto de su visita no cabe aquí. Me oriento hacia ese libro de lecturas, tarea que se le asignó por la Secretaría de Educación. De entrada, y a un año más o menos de su estancia, el proyecto recibió una crítica acerca de aquellos que veían en Mistral “una extranjera.” Ese nacionalismo le dolió, y aceptó hacer la selección sólo para la lectura de una escuela de mujeres que llevaba su nombre, una escuela de educación técnica que se describía como dedicada a enseñarle a la mujer lo que necesitaba para el hogar; y ponerla en condiciones de que por sí sola tuviera un medio de subsistencia independiente y decoroso, procurando su mejoramiento por el desarrollo intelectual y la elevación de su carácter.

Escribir un libro de lecturas adecuado a esos fines fue un verdadero desafío político y cultural. Asegura repetidamente su falta de pretensión para competir con otros textos nacionales que deberían quedar a cargo de mexicanos.[28] Se cubría humildemente de la crítica aunque le quedaba un sabor amargo en la boca, ya que no sólo había dedicado muchas horas al campo y la cultura mexicana, sino le había cobrado un amor intenso al país. La Introducción de las lecturas arroja mucha luz sobre el espíritu que la guió y sobre Gabriela Mistral. De entrada reafirma el maternalismo que siempre fue su nota característica y que era muy congruente con las ideas del momento y los fines de la escuela. Reconoce que las lecturas para mujeres recibían poca atención, resultando que lo que específicamente le debía pertenecer como género, se quedaba corto y defraudaba a las jóvenes. La “índole femenina” demandaba, a su juicio, la maternidad espiritual y biológica, dos caras de la misma realidad. Le importaba que no se perdiera la importancia del hogar, dentro del cual se fortalecía el espíritu de familia. Veía la emergencia de una “mujer nueva”, esto es, moderna, pero la creía diluyente del espíritu de la familia y de la maternidad. Y, para reforzar esa necesidad de revalorizar lo cotidiano y lo doméstico, donde a su ver, se llegaba a la mayor espiritualidad femenina, crea una sección HOGAR en su libro.

Recordemos que Mistral escribía no para una élite, sino para un grupo de mujeres de humildes, y dado su afición a idealizar al hombre y mujer campesinos o pobres, su esperanza no era allegarse un público de futuras literatas, sino al ama de casa que se gestaba en la escuela–hogar que llevaba su nombre. Contradicción quizás en una mujer de tan amplia cultura, que a pesar de vivir entre profesionales, vio con recelos la liberación de la mujer en el campo económico e intelectual porque éstas la podrían llevara a abandonar su feminidad. En esto Gabriela no era muy diferente de muchas mujeres que, como hemos señalado, escribían entonces en el resto de Hispanoamérica. Algunas eran más abiertamente feministas que otras, pero aún esas que luchaban por avances jurídicos y sociales no se desprendían del concepto de maternidad como vía y fin de sus propuestas reivindicativas.[29] Gabriela, permaneció tradicionalmente fiel al concepto del destino maternal de la mujer, infundiéndole un carácter espiritual, casi religioso, a pesar de no declararse abiertamente a favor de ninguna religión. Esto la protegió dentro del contexto mexicano de aquel momento. Si su acérrimo maternalismo luce anacrónico hoy en día, recordemos que en su tiempo le sirvió para centrar atención sobre la mujer, sus vivencias, su ausencia en la atención intelectual y política del hombre de entonces. Su propio auspiciador, Vasconcelos, nunca tuvo vocación para tratar sobre los asuntos de la mujer.

Gabriela Mistral profundiza el esquema vasconceliano. En una forma elíptica hace aceptable un nicho especial para la mujer. En la sección HOGAR incluyo pasajes sobre la misión de la mujer---decimonónicas en su orientación-- elogiando la madre y la paz y refugio que para las mujeres representaba el hogar. Su decidido apoyo a fortalecer la espiritualidad afectiva de la mujer le llevó a incluir una sección sobre “MOTIVOS ESPIRITUALES, en los cuales introdujo temas abstractos como la caridad, la voluntad y la alegría, junto a secciones sobre el valor de la literatura y las artes y lo que ella llamó La Vida Superior que fueron pasajes en los cuales se exaltaban vidas heroicas, o vidas de artistas, el heroísmo, el sacrificio, las virtudes morales de un cristianismo básico, y la belleza de la libertad. Considerando la historia como disciplina educadora por excelencia, Mistral trata de concertar en una sección Mexico y América Española la historia de Mexico con la del resto de América. Deseaba que la difusión de la historia fuera “amena” más que académica, porque le preocupaba la calidad “literaria” de los textos históricos. Sin embargo, dada su construcción eminentemente genérica retorna al concepto afectivo de un patriotismo que define como “femenino” y que hermana a la maternidad. Prefiere despertar ese patriotismo a través del cultivo sentimental de la geografía y la historia patria, de lo americano frente a lo europeo. Siempre preocupada por no herir el nacionalismo mexicano que se suponía servir, incluyó un numero de pasajes sobre Mexico “equiparable al que contienen los textos de lecturas nacionales.” (xviii) Allí se encuentran José Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes y Genaro Estrada. En esta sección, Gabriela se adjudicó el derecho de incluir una serie de sus propios ensayos que reflejan su admiración y afecto por “lo mexicano”..

Como su percepción de la feminidad demandaba una construcción de la sensitividad por la naturaleza y los animales, en una larga sección titulada NATURALEZA, la última de sus grandes divisiones, sus selecciones incluyó temas como “La Tierra”, los “Motivos del Mar”, La “Vegetación” y los “Animales.” Aquí, visiones de paisajes marinos y campestres se unen a pasajes sobre flores, árboles, nidos, aves e insectos. Creo que esta sección es una de las más originales temáticamente, y quizás el avatar de un sentido ecológico que comienza por la apreciación de la belleza y valor de los reinos animal y vegetal de nuestro mundo.

Un repaso de los autores seleccionados por Mistral para la educación de la joven mexicana nos revela un amplio abanico estético. Entre los europeos, Ruskin, Ada Negri, Victor Hugo, Eduardo Marquina Romain Rolland y Charles Wagner. Entre los hispanomaericanos, Leopoldo Lugones, Rubén Darío, Constancio C. Vigil, José Martí, José Enrique Rodó y José Santos Chocano. Entre los mexicanos, los antes mencionados y Amado Nervo, Luis G. Urbina y Enrique González Martínez. En conjunto, los románticos y los modernistas, unidos a varios costumbristas. Los hombres predominan sobre las mujeres, pero explicó esa ausencia femenina por la escasa educación literaria de la mujer, que sólo acierta a emerger en la segunda mitad del siglo XIX. Mistral se descubre como pedagoga estableciendo que sus criterios fueron los de crear una elevación moral, un aprecio de la belleza y un módico de amenidad. Las lecturas debían proporcionar alegría y no ahogar la curiosidad infantil en retóricas secas. O sea que la moral no estorbara con pesadez. En suma, “la juventud, esa agua viva, no puede amar al que tiene, sobre la lengua viva, la palabra muerta”(xix), una felicísima descripción de su estética pedagógica. Y, el maestro (y añadiría yo, la maestra) que guía a esa juventud, como debe ser? “El maestro, dice, tendrá siempre algo de artista, no podemos aceptar esa especie de “jefe de faenas” o de “capataz de hacienda” en que algunos quieren convertir al conductor de los espíritus.” (xix).

Gabriela cierra su propia presentación con palabras de gratitud para José Vasconcelos, y si al comienzo de la misma trataba de defender su figura de “extranjera” en su despedida trastoca los términos. Se llama entonces plenamente “maestra chilena” honrada de servir a un “gobierno extranjero.” Recobra su identidad y ubica su yo frente al “otro” que ha servido con amor, y a quien agradece la “ocasión de escribir para las mujeres de mi sangre en el único período de descanso que he tenido en mi vida” (xx). Al finalizar retorna cariñosamente al género femenino, vuelve a ser la mujer, por encima de todo, hermanada con otras a través de ese vínculo fisiológico y espiritual –la raza-- que le ha concedido la gracia de encontrar reposo intelectual en la búsqueda de una estética de la educación diseñada específicamente para su sexo. Pero, en la educación de esa joven mexicana, había algo conflictivo y que quizás encaja dentro del ambiente de redefinición de la mujer dentro de la construcción de un Mexico nuevo en la década de los veinte.[30] En el abanico de opciones sobre el papel de la mujer que entonces se ofrecía, Mistral trató de mantener calidades tradicionales dentro de la modernización que implicaba la expansión de la educación femenina. Comparada esa selección con otras que se usaban a principios de siglo, no cabe duda que le puso alas al intelecto de la mujer. También es de creer que tuvo influencia en el diseño de Lecturas clásicas para niños, en las cuales colaboró con Palma Guillén, Salvador Novo, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet y otros.

No se si se ha estudiado la influencia, si es que tuvo alguna, de la Mistral sobre la institucionalización de la educación de la mujer mexicana a través de las décadas siguientes. ¿Fueron sus lecturas olvidadas o transformadas en algo distinto a medida que pasó el tiempo? . Dejando de lado ciertos anacronismos estéticos, yo veo en esta selección de lecturas numerosas y defensibles valores humanísticos y culturales. Quizás sea porque en mi propia educación me aventuré a leer, no bajo la influencia de este libro, cabe aclarar, a Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Rubén Darío, Amado Nervo y la propia Gabriela, que cuando apenas tenía trece años, se convirtió en mi escritora favorita. Pasaron, desde luego, esos años y mis inclinaciones literarias dejaron algunos de estos nombres atrás. De hecho, me decidí por la historia pero, precisamente, la iniciación estética que me dieron algunos de esos escritores seleccionados por Gabriela Mistral, fue esencial en mi propia formación. En una historia de la pedagogía del género y del género en la pedagogía en el siglo XX la re-lectura de Gabriela Mistral es indispensable. También lo son las de otras innumerables mujeres pedagogas que han trabajado sin pretensión de gloria histórica y, lamentablemente sin reconocimiento alguno, pero que representaron los valores culturales de su época.

Lo sorprendente para mí fue constatar que a una generación de distancia, una mexicana que fue extraordinariamente sensitiva a la problemática de la mujer en su tiempo, Rosario Castellanos, encontró en Gabriela Mistral una fuente de inspiración. En la cabalgata por los territorios de numerosas lecturas que realizó para encontrar su propia personalidad, Rosario Castellanos recurre a Gabriela. Tratando de salvarse de un vocabulario poético abstracto, y en busca de otro “que hiciera referencia a los objetos próximos” o sea los cotidianos y reales, encuentra el ejemplo de la Gabriela Mistral de las “materias” de las “criaturas” y lectora de la Biblia. La consideró buen árbol del que disfrutó buena sombra.[31] Pero veamos en que difiere Castellanos de Mistral. En Mujer que sabe Latín, una de las más sentidas construcciones feministas de su época, escrita alrededor de 1970, Rosario Castellanos lanzó su guante intelectual a los estereotipos femeninos construidos por tradiciones patriarcales que reducían a la mujer a una ineptitud bajo capa de adoración, que la constreñían ética, estéticamente e intelectualmente. No vio la maternidad como carta de ciudadanía, como la vio Gabriela. Al contrario, la analiza y le parece que se la idealiza y se la convierte en una enfermedad cuyo desenlance, dice” es catastrófico para quien la padece” ¿Por qué? Porque paga la mujer con su propio desgarramiento y se hace a su hijo, deudor implacable que demanda la completa abnegación de la madre. “La maternidad no es, de ninguna manera, la vía rápida para la santificación. Es un fenómeno que podemos regir a voluntad.” Nada más lejos que la idealización de Gabriela.

 

 

Gabriela Mistral. Fuente: http://www.poetseers.org/nobel_prize_for_literature/gab/gabp

 

 

En cuanto a la educación de la mujer, también sus comentarios están llenos de cierto amargor resultado de las negaciones ilógicas que vio tan frecuentemente. A Rosario le dolía ver que la mujer no alcanzaba aún a tener una personalidad reconocida, siendo convertida en musa, tiranizada por la moda y girando entre los polos de Eva o María. Aunque en 1970 se vio rodeada de estadísticas que le hablaban del creciente número de mujeres educadas y trabajadoras, intuyó que aún esas mujeres tenían que pretender que eran quien no era, tratando de ocultar su propia personalidad. “Nos movemos [en Mexico] en un círculo vicioso. Me figuro que muchas mujeres profesionistas se preguntaran a la hora del balance, si habrá valido la pena afrontar tantas hostilidades, correr tantos riesgos, soportar tantas humillaciones para recoger tan exigua cosecha.” (p. 36)Le parecía a Rosario que en 1970, era necesario acabar con muchas costumbres tradicionales “de que el hombre tenga que ser muy macho y la mujer muy abnegada.” (p.8) Y, palabras que auguran el futuro:

“De nada vale aferrarse a las tablas de un navío que naufragó hace muchos años. El nuevo mundo, en el que hemos de habitar y que legaremos a las generaciones que nos sucedan, exigirá el esfuerzo y la colaboración de todos. Y entre esos todos está la mujer que posee una potencialidad de energía para el trabajo con la que ya cuentan los sociólogos que saben lo que traen entre manos y que planifican nuestro desarrollo. Y a quienes, naturalmente, no vamos a hacer quedar mal.” (p. 41)

Y, para sentar su colaboración en la construcción de una nueva visión de la mujer, Rosario dedica el resto de su libro al análisis de mujeres escritoras contemporáneas con un sentido muy global: Virginia Wolf, Lillian Hellman, Clarice Lispector, Silvina Ocampo, Maria Luisa Bombal. Ya no había que quejarse, como lo hacía Gabriela, que había poco escrito para la mujer. Rosario no fue educadora como Gabriela, ni maternalista, ni creyó en la santificación de un hogar donde hipotéticamente reinara una mujer dulce arrullando a un hijo que era su única gloria. Hablaron con voces diferentes para dos generaciones diferentes.¿Cómo entonces, pudo haber en Rosario, espacio para Gabriela? Ambas creyeron muy firmemente, dentro de sus propios espacios, en valores femeninos esenciales para la sociedad, en la necesidad de la definición de una personalidad suya propia para la mujer. Rosario buscó, esa unión directa y casi mística de la mujer con su ambiente que Gabriela esencializó. Por eso pudo encontrarse con ella alguna vez. Pero Rosario Castellanos abrió la puerta de la rebelión de los años 70 y vio un futuro distinto para la mujer mexicana y la mujer en general. Supo criticar la ficción “mujer” que la educación, la ley, y las costumbres le entregaron durante su formación como ser humano. Se atrevió a criticar lo que después se definiría como la construcción social del poder masculino y buscó horizontes más amplios para la coexistencia equitativa de ambos sexos.

Menciono a Rosario Castellanos como preconizadora de cambios que se han comenzado a definir, si bien aún estamos un poco distantes de alcanzar. Desde adentro de la profesión ha ido creciendo una sensitividad por las consecuencias de una educación en la cual el concepto de género se use para seguir prototipos tradicionales que cada vez resultan más antitéticos a la rápida evolución de actividades de las mujeres en el mundo de hoy. Se ha definido claramente lo que es sexismo, como mecanismo de preferencia al prototipo hombre. Y se ha comenzado a pensar si las diferencias en las orientaciones no sólo de los programas educativos, sino del comportamiento de educandos y educadores no están basadas en ese prejuicio de base que hace de las diferencias biológicas todo un canon de socialización. El siglo XX se heredó una pedagogía creada por educadores positivistas que jugaron con ambos conceptos con gran agilidad intelectual, convenciendo a todos, hombres y mujeres, que cada cual tenía el mejor destino posible. Desde este punto de vista, la creación de un sistema ideológico para la docencia en masa --pública y privada--fue un éxito completo. Se le otorgó a la mujer un rol protagonístico, pero se definió el mismo muy cuidadosamente para que no transgrediera los límites de su "naturaleza" porque en general, los hombres aún no estaban preparados para privarse de ser primeros actores del drama social.

Los historiadores han rebasado pocas veces la mitad del siglo 20 en sus análisis, pero quienes están estudiando ese período ya ven claramente como persistió un substrato tradicional detrás de planes de movilización política y de inclusión de la mujer en campañas de salud, de educación, y de política.[32] Pero también han subrayado como la pedagogía dio a la mujer un espacio propio dentro del cual pudieron definir los objetivos de la enseñanza con su propia voz, participar en la política, saltar a la creatividad literaria. La memoria histórica no ofrece una evolución ascendente o de rotura con el pasado. La actividad educativa se desarrolló en el siglo XX bajo muchas presiones personales y políticas. Las secretarías o ministerios de educación siguieron siendo, en su mayoría dirigidos por hombres con visiones en muchos casos de conservatismo patriarcal, o en los mejores casos, de deferencia a presiones sociales y culturales que aceptaban evolución, pero nunca revolución, en la concepción de una verdadera redefinición de equidad entre los géneros.

Hoy en día se ha logrado la definición oficial de la igualación de la educación de los dos sexos y ha desaparecido la segregación sexual en las escuelas primarias y secundarias. Sin embargo, no ha desaparecido el sexismo en la educación ni los dobles estándares de valores en todos los niveles de comportamiento social. Las escuelas primaria y secundaria siguen impartiendo modelos de género y relaciones de género en los cuales quedan aún muchos resabios de antaño en cuanto a recrear estereotipos androcéntricos. Ni siquiera la educación superior lleva necesariamente a la creación igualitaria de oportunidades para la mujer a los niveles superiores administrativos y de toma de decisiones.[33] Por fortuna, creo que hay ya una conciencia del problema que urge se fortalezca. y esta nueva conciencia ha surgido dentro de las mismas filas de las y los pedagogos, sociólogos y psicólogos interesados en un verdadero cambio social que incluya tanto a l educadora/o como a la educanda/o. Estudios culturales y sociológicos, en conjunción con la psicología pedagógica, nos están entregando una nueva versión de la educación como medio de socialización y creación de identidades Deseo citar algunas historiadoras y educadoras como Graciela Morgade en la Argentina, Lucy Cohen para Colombia y Oresta López en Mexico. Tomo como ejemplo de una búsqueda de cambios al Programa Nacional de Promoción de la Igualdad de Oportunidades para la Mujer en el Área Educativa, dirigido por la Lic. Gloria Bonder en la Argentina, que ha puesto en el mercado un manual dedicado a sensitivizar a los maestros al problema de crear estereotipos en el proceso educativo.[34] En su presentación se dice que "históricamente la escuela fue creada por y para varones; y en este sentido, las mujeres fueron, y aún siguen siendo un "agregado" en el modelo cultural vigente." (p. 7) También en Chile se ha cuestionado la existencia de un sexismo implícito en la educación preparatoria y universitaria tanto pública como privada, que tiene aún rasgos sexistas en cuanto a su orientación y, además, que la educación de las mujeres no les resulta en igualdad salarial.[35] Para Mexico he consultado la publicación coordinada por Rosa María González Jiménez, Construyendo la Diversidad. Nuevas Orientaciones en Género y Educación en la cual de modo interdisciplinario se plantan necesidades de cambio en la pedagogía. Curiosamente el feminismo iberoamericano contemporáneo no se ha preocupado mucho por explorar la filosofía y la política de la educación femenina y la masculina, y ha hecho poco por la rectificación de estereotipos promovidos al nivel escolar y de educación secundaria.[36] 

Cuantitativamente, se puede decir al final del siglo XX que la educación de la mujer ha sido un éxito en cuanto a que hoy en día el número de mujeres analfabetas se ha reducido considerablemente en nuestros países. Pero aún queda una importante tarea: terminar con el sexismo en la enseñanza. Las formas sutiles, o aún burdas de privilegiar al hombre en su instrucción, y la representación de poder y autoridad masculina que se proyecta a través de los diferentes niveles de educación en Latinoamérica permanecen incrustadas dentro de la educación pública y privada. Es necesario comenzar una tarea de educación social que construya un modelo de respeto para la mujer sin denigración de su naturaleza biológica, pero tampoco basado únicamente en esa naturaleza, y que apoye la accesibilidad a todas las oportunidades que se han construido como masculinas, destruyendo la concepción binaria de roles exclusivamente masculinos o femeninos. Ni el liberalismo, ni el positivismo, ni el anarquismo, ni el socialismo, ni el feminismo han logrado romper los conceptos de género que usan la biología como base. ¿Seguiremos cargando ese peso? ¿Sabremos al fin liberarnos de la impotencia de representar los géneros atendiendo menos a las tradiciones culturales del pasado que a los retos que nos presenta el porvenir? Es necesario educar al hombre en afectividad para devolverle la humanidad que se le niega con percepciones excluyentes de masculinidad tradicional. Es necesario reemplazar el imperio de la voluntad masculina sobre la femenina y aceptar la autoridad femenina cuando ésta se manifiesta como resultado de capacidad adquirida y reconocida por todos los medios válidos de la educación. Se educa dentro de la escuela, pero se educa también a través de los medios de comunicación y de la fijación de normas de comportamiento dentro de entidades políticas y empresariales. Se educa cuando se admite que una mujer puede ser decana universitaria; o ser capataz o superior de un grupo de hombres, o presidenta de una empresa. Pero esa educación requiere más que una admisión de principios. Demanda una adhesión ética a esos principios y una dedicación a hacerlos funcionar hoy y ahora, no mañana o quizás en algunos años. ¿Seguimos diseminando definiciones de género basadas en aptitudes biológicamente definidas rememorativas de la educación del siglo XIX?. Hagamos una introspección en nuestros currículos y nuestras interpretaciones de la historia. Si aún enseñamos más historia de hombres que de mujeres o incluimos a algunas mujeres “notables” para contemporizar; si preferimos privilegiar la historia política y militar, o utilizar formas de analizar la sociedad que asumen la preponderancia del hombre, estamos fallando el reto de superar la ambigüedad intelectual de la educación de los géneros de los dos últimos siglos. Entonces aún muchos dudaban que la mujer fuera capaz de pensar nociones abstractas de física y química, o de desarrollar una cátedra en filosofía. Se han superado esas ideas con la realidad de mujeres intelectuales capacitadas y activas, pero creo que aún quedan muchos problemas sin resolver en la definición y eliminación de actitudes mentales a veces no declaradas, pero que se transparentan en formas de comportamientos, en la definición de objetivos, en los medios de implementación de políticas educativas y sociales. Cada una de nosotras debe pensar en el significado de los conceptos de género en el pasado y evaluar cual ha sido el costo de la asimetría establecida entre hombre y mujer para la economía, la política, las relaciones sociales y el contenido ético de nuestras vidas. Para este siglo XXI la historia nos dice que ha llegado la hora de hacer de la relación de géneros una tarea educativa de armonía, de equidad, de creación de nuevos modelos de comportamiento sin rémoras de construcciones de género anticuados. Ha llegado la hora de pensar más en el futuro de los géneros que en el futuro de los sexos, abriendo la posibilidad de renovación a través de la redefinición de nuestros modelos de hombre y de mujer.


NOTAS

[1]Amanda Labarca Hubertson, ¿A donde vá la mujer?: Santiago de Chile: Ediciones Extra, 1934), p. 189-90. dentro del ensayo “Cincuenta años de Cultura femenina” (1927).

[2] Tancredo Pinochet LeBrun, La Educación de la mujer (Santiago de Chile: Imprenta, Litografía y Encuadernación Francia, 1908), 4-8.

[3] Hermila Galindo, “Soy un mujer de mi tiempo” en Ana Lau y Carmen Ramos, Mujeres y Revolución, 1900-1917 (Mexico: Instituto Nacional de estudios Históricos de la Revolución Mexicana/ Secretaría de Gobernación/ INAH/ CONACULTA, 1993), 257.

[4] Paula Alegría, La educación de la mujer en Mexico (Escuela Nacional de Maestros. Tesis) Mexico: Editorial “Cultura,” 1930), 23.

[5] María Abella de Ramírez, Ensayos feministas (Montevideo: El siglo Ilustrado, 1965). Esta obra es una reedición de escritos en las revistas “Nosotras”( 1901) y “la Mujer Nueva” (1910), 39-42.

[6] Abella de Ramírez, Ensayos feministas, p 53

[7] Abella y Ramírez, Ensayos feministas, 94.

[8] Cecilia Grierson, Instituciones de enfermeras y masagistas en Europa y en la Argentina (Buenos Aires: Imprenta Litografía y Encuadernación de J. Penser, 1901); Educación Técnica de la Mujer. Informe presentado al Sr. Ministro de Instrucción Pública de la República Argentina (Buenos Aires: Tipografía de la Penitenciaría Nacional, 1902); Cecilia Grierson, Homenaje Póstumo (Buenos Aires: Imp. López, 1937). Murió en 1934 a los 75 años

[9] Félix F. Palavacini, “El Ideal femenino en el mundo moderno,” en Lau-Ramos, Mujeres y revolución, p. 128-134.

[10] Lucy Cohen, Colombianas en la Vanguardia, (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2001) Capítulos, 2-5 y 7. Para la cita, ver p. 135.

[11] Magdala Velásquez Toro, “Condición jurídica y social de la mujer.” en Nueva Historia de Colombia (Bogotá: Planeta, 1989), Vol. 4, pp. 26-30.

[12] Alcira Solano, “Triunfantes o derrotadas seguiremos luchando,” Acción Femenina (Colombia) (Diciembre 1944), 11.

[13] Citado por Milada Bazant en Historia de la educación durante el Porfiriato (Mexico: El Colegio de Mexico 1993), 133.

[14] Alicia Civera Cereceda,. Entre surcos y letras. Educación para campesinos en los años treinta. (Zinacantepec: El Colegio Mexiquense, 1997); Oresta López, Alfabeto y enseñanzas. El Arte de ser maestra rural en el Valle del Mezquital (Mexico: CIESAS/Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, 2001).

 

[15] Milada Bazant, Historia de la educación, 133-34; Civera Cereceda, Entre surcos y letras, p. 68 y siguientes.

[16] Ernesto Meneses, Tendencias educativas oficiales en México (México : Editorial Porrúa, 1983) Vol. 3 , La problemática de la educación mexicana durante el régimen cardenista y los cuatro regímenes subsiguientes , con la colaboración de Margarita Arzac Riquelme ... [et al.] .

[17] José Vasconcelos, Textos sobre educación. (Mexico: SEP/80 1981), 209-10.

[18] Carolyn Bynum, Jesus as Mother. Studies in the Spirituality of the High Middle Ages (Berkeley: University of California Press, 1982).

[19] Oresta López, Alfabeto, p. 87.

[20] Virginia Mora Carvajal, “Redefiniendo la política. La participación de las reformistas en la campaña electoral de 1923, ” en Eugenia Rodríguez Sáenz, Un siglo de luchas femeninas en América Latina (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002), 112. Muchas de estas maestras se unen después a campañas por el logro del sufragio femenino.

[21] Mary K. Vaughn, Cultural Politics in Revolution (Tucson: The University of Arizona Press, 1997), 59.

[22] Vaughn, Cultural Politics, 181.

[23]Yolanda Marco, “Mujeres y política educativa en Panamá a inicios del siglo XX,” en Eugenia Rodríguez Saénz, Mujeres, Género e Historia en América Central durante los siglos XVIII, XIX y XX (San José: UNIFEM/Plumsock Mesoamerican Studies, 2002), 62.

[24]. Gabriela Mistral, Croquis Mexicanos (Santiago: Editorial Nascimento, 1979), 35.

[25]. Gabriela Mistral, Lecturas para Mujeres (Mexico, Editorial Porrúa, 1969). Introducción de Palma Guillén de Nicolau. Ver también, para el ambiente cultural femenino de esa época, Gabriela Cano, “A la sombra del Ateneo: Un Público de Mujeres,” Solo Historia, 8 (Abril-Junio 2000), 15-23.

[26]. Gabriela Mistral, Lectura, ix.

[27]. Ibid.

[28]. Mistral, Lectura, xv.

[29]. Asuncion Lavrin, Women, Feminism and Social Change: Chile, Argentina and Uruguay, 1890-1940. (Lincoln: University of Nebraska Press, 1995).

[30]. Apen Ruiz Martínez, “Nación y género en el Mexico revolucionario. La India Bonita y Manuel Gamio, Signos Históricos, 5 (enero-junio) 2001, pp. 55-86.

[31] Rosario Castellanos, Mujer que sabe Latín, (Mexico: Sepsetentas,1974), 205-06

[32] Dentro de una variedad de trabajos que no puedo citar, tomo como ejemplos, Graciela Morgade, comp. Mujeres en la educación: Género y docencia en Argentina 1879-1930 (Buenos Aires: Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación, 1998); Gabriela Cano, Las maestras en la fundación de la Secretaría de Educación Pública. (Foro Universitario de la Mujer en Mexico, UNAM, 1985); Laura M. Méndez, “Género, historia y escuela. Apuntes para una historia no sexista.” La Aljaba. Revista de Estudios de la Mujer, Segunda Época, Vol. 6 (2001), 171- 188. (Argentina)

[33] Ver, Eulalia Donoso, "Educación y empleo de alto nivel: El caso de las mujeres latinoamericanas," Boletín Estadístico de la OEA, 8:1 (Enero-Junio 1986). 1-31. Versión inglesa y española en el mismo número. La autora establece que "la discriminación contra las mujeres en las posiciones altas es parte de la cultura de la región," (p. 16) y prueba su tesis de que "la educación superior no deriva en las ocupaciones de alto nivel en lo que concierne a las mujeres," utilizando estadísticas en ocho países. Este estudio corrobora la información ofrecida por Tiramonti y García Franciboy, citadas en la nota 34.

[34] Ver, Gloria Bonder, Educando a Mujeres y Varones para el Siglo XXI (Buenos Aires: UNICEF, 1993); Guillermina Tiramonti, "Mujer y educación," en Haydée Birgin, comp. Acción pública y sociedad. Las mujeres en el cambio estructural (Buenos Aires: CELADEFeminaria, 1992), 102-141; Mónica García Franciboy, "Mujer y educación,"en Diana H. Maffia y Clara Kuschnir, comp., Capacitación política para mujeres: género y cambio social en la Argentina actual (Buenos Aires: Feminaria Editora, 1994), 253-288.

[35] Educación y género: Una propuesta pedagógica (Santiago:” Ediciones La Morada/Ministerio de Educación, 1993). Específicamente, ver los trabajos de María de la Luz Silva Donoso, Gloria Bonder, y Eliana Ortega en la sección “Políticas Educacionales en Relación al Género.” pp. 109-166.

[36] Las feministas de fines del siglo XX se interesaron, y siguen interesándose por asuntos de política de géneros dentro del hogar, la economía, y la política, pero no han escrito mucho sobre la educación.

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Publicado en Revista de Historia Social y de la Mentalidades, (Santiago de Chile) Año VIII, Vol.1-2, (2004), 11-33. Aparecio en el 2006, a pesar de eque el volumen esta fechado 2004.

Publicado en la Red anteriormente por Sara Beatriz Guardia, en CEMHAL: http://webserver.rcp.net.pe/cemhal/cemhal.html / Lima, Año VIII No. 81, agosto 2006

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Fotografía de portada: Educación y escuela en la II República. http://blog.iespana.es/escuelarepublicana/5


Otras producciones de la autora en este sitio

Intimidades

Los hombres de Díos. Aproximación a un estudio de la masculinidad en Nueva España

MUJERES, FEMINISMO Y CAMBIO SOCIAL, en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940

"De su puño y letra: epístolas conventuales", en M. Ramos Medina (coord.), El monacato femenino en el Imperio español. Memoria del III Congreso Internacional sobre monjas, beaterios, recogimientos y colegios. Centro de Estudios de Historia de México Condumex. México, 1995. Documento PDF

 "Espiritualidad en el claustro novohispano del siglo XVIII". América colonial American Review, 1466-1802, Vol. 4, Nº  2, 1995, págs 155-180. Documento PDF

"Creating bonds respecting differences among feminists" , Latino(a) Research Review,5:`1 (Spring 2002), 37-50. Documento PDF 

"Spanish American Women, 1790-1850: The Challenge or Remenbering",Hispanic Research Journal: Iberian and Latin American Studies, Vol. 7, Nº 1, 2006 , págs. 71-84 (ISSN  1468-2737).  Documento PDF

"Cambiando actitudes sobre el rol de la mujer: experiencia de los países del Cono Sur a principios de siglo" en European Review of Latin American and Caribbean Studies 62, june 1997, págs. 71-92. Documento PDF

 

POBREZA, TRABAJO Y CONTROL SOCIAL: LAS HILANDERAS DE LAS REALES FÁBRICAS DE GUADALAJARA (1780-1800)

POBREZA, TRABAJO Y CONTROL SOCIAL: LAS HILANDERAS DE LAS REALES FÁBRICAS DE GUADALAJARA (1780-1800)

Victoria López Barahona
Universidad Autónoma de Madrid, UAM

 

 

 

A veces elegimos un tema de estudio porque se desconoce; otras veces justamente porque se conoce pero sus explicaciones resultan insatisfactorias y dejan a un lado interrogantes imprescindibles. En estos casos resulta obligado volver a las fuentes conocidas y recabar información nueva. Esta comunicación se aborda desde ambas perspectivas, ya que no estamos ante un simple episodio o la manifestación de un problema aislado. Por el contrario, en nuestro tema, las hilanderas de las Reales Fábricas de Guadalajara, se cruzan diversas motivaciones de índole económica, política y social, en un extenso territorio, la región de Castilla-La Mancha incluida Madrid.

Fundado en 1717, el complejo industrial alcarreño, el más vasto de la península, constituye también uno de los más importantes aparatos de imagen de la dinastía borbónica. Nace con el propósito de aumentar la producción textil nacional para equilibrar la balanza comercial, y con todo un elenco de privilegios: no tiene que pagar portazgos, aduanas, alcabalas o cientos por la compra de materias primas y otros útiles, ni tampoco por la venta de los paños. Para surtirse de lana no acude al derecho de tanteo como el resto de fabricantes, pues adquiere la mejor directamente de los dueños de las cabañas. El director de la fábrica es también intendente y corregidor de la ciudad de Guadalajara y juez privativo en todos los delitos e infracciones que cometan sus empleados. Éstos, a su vez, gozan de un fuero especial que les exime de quintas y levas, alojamientos, bagajes y todo tipo de repartimientos.

La vida de la fábrica dura más de un siglo, concretamente hasta 1822. Tras unas primeras décadas de fracasos reiterados, a partir de 1750 el Estado decide trasladar parte de la producción al Real Sitio de San Fernando, a la villa de Brihuega y a la misma ciudad de Guadalajara donde, junto a la fábrica matriz, se construye la sucursal de San Carlos. En 1791 los empleados del complejo fabril ascienden a 23.590, de los cuales 18.394 –casi el 78 por ciento- son hilanderas e hilanderos de 168 escuelas de hilar dispersas por las provincias de Guadalajara, Toledo, Madrid, Ciudad Real, Cuenca y Soria. Ahora bien, la única monografía que disponemos sobre la fábrica sólo aborda las vicisitudes de los talleres y las condiciones laborales del 22 por ciento de la plantilla que trabajaba intramuros.[1] Del resto, ese 78 por ciento extramuros y disperso, compuesto de mujeres y niños, lo desconocemos todo, salvo algunas cifras y lugares comunes que a continuación señalamos.

Las hilanderas representan la gran parte sumergida del iceberg de la manufactura estatal. Es un extenso colectivo mal conocido y peor interpretado, ya que los autores actuales siguen las opiniones de los proyectistas del XVIII. Así, sin mayores ni mejores explicaciones, elogian la labor del reformismo borbónico atribuyéndole nada menos que “la inclusión de la mujer de las clases humildes en el trabajo productivo”, o afirmando que gracias a las escuelas de hilar “muchos pueblos vieron disminuir su decadencia y ociosidad”.[2] Estas maneras de divulgar dejan que el lector considere que aquellas gentes holgaban de manera voluntaria o que las mujeres no estuvieron implicadas en la producción antes de la llegada de los Borbones.[3]

Adelanto que ni el discurso ilustrado ni los autores actuales han cotejado estos planteamientos ideológicos con la realidad económica y social del período.[4] Si las fuentes estatales contemporáneas fueron desconsideradas con las hilanderas de la factoría alcarreña, como, en general, con todas las trabajadoras, hay aún quien considera que las hilanderas dispersas por las escuelas “ofrecen menos interés desde la perspectiva social”.[5] Dependerá, por supuesto, del concepto de sociedad que manejemos. Nosotros sostenemos lo contrario: el trabajo disperso de las hilanderas entronca directamente con la realidad socioeconómica en que se ancló el gigante alcarreño. Estas trabajadoras procedían de las unidades domésticas más empobrecidas de las zonas rurales y urbanas, es decir, del grueso de la población “marginal”; y forman parte de “esa masa desorganizada de mano de obra explotada” que a lo ancho de Europa no sólo fue el sostén de la industria textil sino también del proceso de acumulación de capital que se produjo en su seno, antes de que la mecanización de la hilatura escribiera el último capítulo de una trayectoria milenaria.[6]

Con la presente comunicación esperamos avanzar en la incorporación de estas trabajadoras al relato de la historia económica y social, así como llamar la atención sobre el error metodológico en que incurren algunos estudios históricos sobre la marginación al desvincular ésta de la realidad laboral del período, pues la pobreza, la beneficencia y la regulación del trabajo fueron factores indisociables de los cambios que facilitaron la transición al capitalismo industrial.[7]

 

 

Escuelas de hilazas: la fatiga de un torno.*

 

Telar del siglo XVIII. Fuente: Brihuega plaza del coso.

 


En la industria textil del XVIII, sustentada en una amplia base de producción doméstica, la hilatura es el oficio femenino por excelencia y, además, el cuello de botella del proceso de transformación: suministrar hilo a un solo telar exige, en la pañería, el trabajo de un mínimo de 6 y un máximo de 20 personas, dependiendo del tipo y ancho de la tela.[8] En Castilla-La Mancha y otras regiones españolas, el huso y la rueca componen la principal herramienta de la hilandera. La única innovación técnica, el torno de hilar, no está al alcance de la mayor parte de productoras domésticas. Su mayor tamaño, coste y facilidad para averiarse lo hacen desaconsejable. Estos ingenios sólo se generalizan en las fábricas privilegiadas que pueden permitirse grandes inversiones en capital fijo, a la cabeza de las cuales se hallan, por supuesto, las Reales Fábricas de Guadalajara.

El trabajo enorme que requiere la hilatura obliga a las unidades productoras, privadas o públicas, grandes o pequeñas, a externalizar parte o la totalidad de esta manufactura en el propio vecindario y en las localidades del entorno. Las Reales Fábricas, cuya producción a gran escala requiere mayores cantidades de hilo, desarrollan una red de suministro a través de intermediarios subcontratistas de diverso tipo. Las hilanderas son, de este modo, objeto de competencia en una región con larga tradición de industria pañera, sobre la cual el gigante alcarreño proyecta una sombra muy alargada.[9]

Por un lado, los responsables de la factoría estatal compran el hilo directamente a fabricantes y mercaderes de la industria doméstica local. Por ejemplo, en 1784, entre los fabricantes de Sigüenza (Guadalajara), hay un individuo que mantiene a tres oficiales con el encargo de surtir de hilos gordos y delgados a la fábrica alcarreña y su sucursal de Brihuega.[10] En 1789, la sucursal de San Fernando entrega a un tratante de la villa de Lillo (Toledo) 6.771 reales por 366 libras de estambre hilado, a 18,5 reales la libra. Obviamente, tras estos proveedores se halla el trabajo de hilanderas domiciliarias en régimen de Kaufsystem o de Verlagsystem. La fábrica, además, reparte lana directamente a hilanderas de la propia Guadalajara y localidades circundantes y, por supuesto, al reducido número que trabaja intramuros de la factoría, como es el caso de las esposas e hijas de los maestros traídos de fuera.

Por otro lado, para asegurar un aporte regular y constante de hilo que permita mantener un stock de seguridad, y para abaratar los costes de producción, los directivos de la fábrica, desde sus inicios, optan por la creación ex novo de un ejército de hilanderas de torno, que ha de reclutarse del gran contingente de familias pauperizadas de la región, especialmente mujeres, niños y adolescentes. Para ello se crean las “escuelas de hilazas”; nominalmente escuelas, y no talleres, porque se basan en los mismos principios de “caridad bien entendida” que inspiran las escuelas patrióticas o gratuitas de las Sociedades Económicas, Juntas de Caridad y Diputaciones de Barrio: instruir a las niñas de las clases populares en el catecismo y el orden moral dominante así como en las “labores propias de su sexo”. Con una diferencia: en las escuelas de hilazas no se da esta enseñanza religiosa, sino lana para hilar, cardar y otras tareas ocasionales. En la práctica, las escuelas son talleres donde las hilanderas trabajan a destajo durante largas jornadas bajo la vigilancia de un patrón; pero en su calidad de “escuelas” el trabajo intensivo se subsume en la “enseñanza”, lo que a su vez justifica la escasa o nula remuneración y el hecho de considerarse ésta como una “ayuda”, un “premio” o simplemente una “limosna”.[11]

Al frente de estas escuelas hay un “maestro de hilazas”, generalmente artesano del oficio examinado por la fábrica, con el que entabla contrata formal. Ésta otorga al maestro el estatuto de empleado con las exenciones, regalías y franquicias correspondientes, recibiendo lana, tornos y anticipos de dinero para pagar las hilazas, que él debe afianzar con sus bienes raíces. En realidad, casi todos los maestros delegan en su esposas o hijas la dirección del trabajo en las escuelas, aunque hay también una minoría de maestras titulares. Entre los cometidos de su magisterio está preparar la lana y cardarla convenientemente para que las discípulas puedan sacar el hilo fino. Los maestros no reciben un sueldo de la fábrica, sino que ésta le paga el hilo que entrega a razón de un tanto por libra según la finura, por lo que les conviene que las discípulas produzcan la mayor cantidad y calidad posible. Pero no siempre estos maestros están al frente de una escuela dado que, en ocasiones y lugares concretos, se limitan a repartir la lana entre las mujeres adultas del vecindario, como veremos más adelante.

La fábrica alcarreña es, sin embargo, un coloso con pies de barro, pues la red de escuelas de la que en buena medida depende no es una estructura homogénea y estable, ni exenta de una problemática que posee varios niveles. Por un lado, los directores se enfrentan a la falta de colaboración de las justicias locales, generalmente por cuestiones de competencia jurisdiccional; por otro lado, a la resistencia de los fabricantes locales contra los privilegios de la factoría y el monopolio que pretende sobre las hilanderas; y por último, a la deserción de hilanderas por la renuencia de las familias pobres a enviar a sus jóvenes a las escuelas de hilazas, hasta el punto de que algunas se ven precisadas a cerrar. En este último problema, sobre el que aquí nos centraremos, se mezclan tres aspectos: el reclutamiento de las hilanderas, sus remuneraciones y sus condiciones de trabajo.

 


Reclutamiento


Las autoridades del Consejo de Estado reconocen que “la perfección y economía de las labores de hilaza constituyen el fundamento de la prosperidad de las Reales Fábricas”.[12] Después veremos el alcance de dicha “economía”. Lo que interesa resaltar ahora es que ésta dependía, en buena medida, del tamaño de la oferta de mano de obra –lo más amplia posible- y de su calidad –femenina e infantil preferentemente-; criterios de género y edad utilizados para rebajar la remuneración del trabajo. Para este fin económico, la recluta de hilanderas adquiere un carácter marcadamente político. Es el propio Estado, dueño de las manufacturas reales, quien la reglamenta y ordena movilizando las redes de control sobre la población trabajadora pauperizada: hospicios y cárceles, juntas de caridad, sociedades patrióticas, diputaciones de barrio, gremios y compañías mercantiles y, por supuesto, justicias y párrocos locales. Algunos funcionarios de las Reales Fábricas asumen la recluta de pobres como parte de su meritoriaje. En 1785 el director de la fábrica, Juan de Torres, elogia el “amor patriótico” de uno de ellos por “instruir, amonestar y obligar” a las hilanderas a permanecer en la fatiga. Aparte de meritoria, la recogida de pobres se vuelve también lucrativa: en 1789 el alguacil mayor de la Real Sociedad Económica de Aranjuez recibe de la fábrica 300 reales por “recoger” a más de 90 niñas y niños.

Ya hemos dicho que la manufactura real con sus escuelas viene a instalarse a una región con experiencia y conocimiento acumulado en los distintos oficios que componen la industria textil, incluida la hilatura. Comarcas como la Sisla, la Sagra, la Mancha Baja y la Mesa de Ocaña tienen una larga tradición en la manufactura de la lana y de las fibras vegetales (lino, cáñamo y esparto), manifestada en una gran variedad de artículos y extensas redes de trabajo y comercio. Como en otras regiones, buena parte de estos productos se logran a través del Kaufsystem o producción artesanal de las unidades domésticas campesinas, especialmente de sus miembros femeninos, compatible con el trabajo del campo u otras dedicaciones. Sin embargo, este tipo de industria no se ejerce de manera continuada a lo largo del año, no sólo por la injerencia de las tareas agrarias sino también por la generalizada descapitalización que afecta a estas fábricas domésticas y que, de algún modo, allana sus diferencias internas. Así vemos que el endeudamiento con proveedores de lana afecta tanto a los “fabricantes y tratantes” de paños bastos de Horche (Guadalajara), que mueven un modesto volumen de producción, como al “gremio de fabricantes de bayetas y paños” de Novés (Toledo), que abastece los mercados de Andalucía, Extremadura, Galicia y las dos Castillas, y cuyas redes de trabajo se extienden por 22 localidades del contorno dando ocupación a unas 1.700 personas.[13]

Unos y otros padecen los efectos de la carestía de la lana debido a la exportación de la misma pero también a las prácticas especulativas de unos cuantos acaparadores, problema que viene, en efecto, de muy atrás. Ya en 1699 más de una centena de hilanderas de Colmenar Viejo protestan por la salida de la lana basta en detrimento de sus fábricas. A lo largo del XVIII la situación se agrava. Los telares de Getafe y Fuenlabrada (Madrid), los de Alcaraz (Albacete) o los de la misma ciudad de Toledo, que mantienen a 3.000 operarios de ambos sexos en el hilado, acusan la imposibilidad de hacer acopio de lana para todo el año.[14] En estas circunstancias, en las que se añade una pesada carga fiscal, la teórica independencia de las unidades productoras del Kaufsystem se ve gravemente erosionada y allana el camino a la penetración del capital mercantil con el aumento de las relaciones de Velagssytem, especialmente en la hilatura pero también en otras manufacturas como el tejido de cintas, medias y encajes.[15]

En este contexto industrial, entre 1767 y 1797, la fábrica de Guadalajara, tras casi 70 años de inyección de grandes sumas y eyección de mayores pérdidas, parece que vive su época de mayor esplendor. En 1754 el número de escuelas es ya considerable: 91 trabajan para la fábrica de Guadalajara, 14 para la de San Fernando y 21 para la de Brihuega. La mayoría están en las respectivas poblaciones y lugares inmediatos, y las de Villacañas y Quero son las más importantes en estos años. En 1767, las tres fábricas y sus escuelas suman 1.438 tornos de hilar y 2.140 ruecas. Dos años después, los tornos ascienden a 1.850 y las ruecas a 3.440. Y en 1791 son ya 168 las escuelas de hilazas dispersas por todo el parcelario castellano-manchego, con un total de 18.394 hilanderas. A medida que la fábrica aumenta la producción, la proporción de estas últimas crece también pero en forma relativamente mayor, pues cada telar requiere una media de 20 hilanderas. Por tanto, el crecimiento que experimenta el personal de la fábrica entre 1791 y 1795 se hace a expensas de esta mano de obra mientras el resto de empleos disminuye. [16]

¿Cómo se capta a las hilanderas? Nominalmente, las juntas de caridad, las justicias y los notables locales son, como hemos dicho, los encargados de la recluta de pobres para las escuelas. En 1785, cuando la región sufre una virulenta epidemia de tercianas acompañada de crisis de subsistencias, el entonces director de la fábrica, Miguel Vallejo, acusa un descenso en la entrega de hilazas. Al año siguiente se expiden Reales Cédulas recordando a las justicias y párrocos su obligación de promover y proteger la “industria popular”, pero no se obtiene la respuesta deseada. En su informe de 1787, Vallejo atribuye la menor afluencia de hilaza a las consecuencias catastróficas de la epidemia y no menos a la inobediencia por parte de las justicias locales de la Real Cédula de 21 de mayo de 1786. Tras ésta se halla, sin embargo, el elevado coste de oportunidad que para las familias pobres representa prescindir de sus miembros más jóvenes enviándolos a unos establecimientos donde trabajan largas jornadas a cambio de apenas nada.[17]

En el referido informe de 1787, figuran los pueblos a cuyas justicias se ordena reconvenir. Entre ellos se hallan Lominchar, Cedillo, Almonacid de Toledo, Alameda de la Sagra, Añover de Tajo, Yepes, Huerta, Ciruelos, Ocaña, Dos Barrios e Illescas. Tampoco en Ciudad Real se logra abrir la proyectada escuela; Torrejón de Ardoz, apenas ofrece una veintena de hilanderas, entre sus 500 vecinos, a pesar de la mala cosecha; la escuela de Corral de Almaguer, que lleva funcionando unos años, tiene que cerrar por falta de trabajadoras; y en Torrelaguna las justicias informan de que “no hay niñas que enseñar por tenerlas sus madres destinadas a otras labores”. En las respuestas que sucesivamente llegan a la dirección de la fábrica, los representantes locales coinciden en pedir aumentos en las remuneraciones o “premios” para estimular la permanencia de las hilanderas. Así, por ejemplo, las autoridades de Aranjuez son explícitas al afirmar que no pueden sujetar a “los muchachos” por el poco estipendio que reciben, ni convencer a sus padres de que les obliguen a asistir. En los mismos términos se pronuncian las autoridades de Dos Barrios, Ocaña y Añover de Tajo, donde los padres sacan a las niñas de las escuelas “para los trabajos del campo en que interesan más”.

Las escasas remuneraciones y las duras condiciones de trabajo entorpecen el reclutamiento y mantenimiento de la mano de obra en las escuelas de hilazas. Sin embargo, para las autoridades de la fábrica, los trabajos alternativos de “ir a rebuscar uva y aceituna en sus respectivas temporadas, y a espigar en la recolección de granos” son simple y llanamente “ociosidad”.[18] En la opinión oficial, son razones de orden moral, como la holgazanería, o ideológico, como el estigma de vileza que recae sobre los oficios mecánicos, lo que previene a las familias contra el empleo de sus jóvenes en las escuelas. Las respuestas de los poderes locales nada dicen al respecto; pero, si alguna vez las familias esgrimieron el argumento de la vileza, no hacían sino repetir el mensaje machaconamente difundido por las clases privilegiadas durante más de siglo y medio. Reprobado ahora por los nuevos mandamientos del mercantilismo, aquéllas se desprenden de toda responsabilidad en su génesis atribuyéndosela al “vulgo”.

 

 

Remuneraciones


La petición unánime de aumento salarial a las trabajadoras de las escuelas no obtiene respuesta favorable de la dirección de la fábrica. Ceder hubiera sentado un precedente, además de suponer “un gasto excesivo”, un “sacrificio para la hacienda real” y una contravención del reglamento de las hilazas. Cuando excepcionalmente se accede a alguna petición de pequeñas pagas extra, ropa o dote, se intenta que sea sufragada por la caridad privada, por el arzobispo de Toledo o por el propio rey, es decir, que se entienda que se recibe en concepto de “limosna” y no del presupuesto de la fábrica. Así es como las 60 hilanderas de Aranjuez, “pobres miserables”, solicitan “alguna limosna” para ayudar a sus padres. La dirección –al revés de lo que hace con las hilanderas de Alameda de la Sagra- accede a entregar 30 reales a cada una, pero dejando claro que es en atención a que los comestibles son más caros en el Real Sitio y que los dineros no salen de la fábrica.

Según el mencionado reglamento, las hilanderas no deben percibir más de 3’5 reales por cada libra de estambre hilado. El propio director Juan de Torres dice que este “estipendio del pobre está tasado por arancel”, para añadir que la hilandera que hila media libra al día gana más de un real. Sin embargo, otros datos recogidos apuntan que en la década de 1780 es rara la hilandera que alcanza el real diario por su trabajo en la escuela. En Aranjuez, las jóvenes abandonan porque sólo perciben de 12 a 16 maravedíes “trabajando todo el día en la fatiga de un torno”. En Ocaña, un real es el salario del “que más gana, estando todo el día al pie del torno”. Alguna vez el pago se efectúa en especie, aunque no faltan las ocasiones en que la dirección incumple la promesa de “vestir a todas las muchachas” de Aranjuez y Añover de Tajo. Incluso hay niñas de 7 u 8 años que aprenden a hilar, pero la hilaza no se desperdicia sino que va a la fábrica, sin que ellas perciban un maravedí. Sólo en casos excepcionales se aprueban ligeros aumentos en las remuneraciones: en 1789 el veedor general advierte de lo difícil que resulta hacer que las hilanderas “se apliquen a las hilazas azules cuya labor les es muy repugnante”, y aconseja que se les pague a real de vellón por madeja de berbí. En esta ocasión el director no duda en aprobar la subida, aunque vaya contra lo reglamentado, pues está en juego su prestigio de suministrar uniformes al ejército.

En otras fábricas privilegiadas de la región la remuneración del trabajo se mantiene asimismo en niveles ínfimos y el descontento de las familias es similar. La de lana y algodón, que instala José March en Morata de Tajuña hacia 1792, asigna un real diario a las hilanderas de la escuela local, pero algunas madres no sólo no le dan las gracias por estos “oficios patrióticos”, sino que le insultan por el escaso jornal que paga a sus hijas.[19] Nos movemos, en efecto, en remuneraciones raquíticas que no llegan para cubrir el sustento, sobre todo en una coyuntura de inflación galopante como es la de la segunda mitad del XVIII.[20] Meterse en comprar un equipo de ropa sencillo son palabras mayores. Se requeriría prácticamente un año de trabajo para hacerse con un conjunto de mantilla, dos pañuelos, dos camisas, jubón de paño o estameña, un delantal de algodón, un guardapiés de bayeta, un par de medias y otro de zapatos. Este equipo, valorado en 150 reales, es lo que piden las autoridades de Añover de Tajo para cada una de las 50 niñas de su escuela. Ya se ha dicho que la petición fue rechazada.

Fuera de las escuelas, la remuneración de la hilatura para la fábrica alcarreña es algo más elevada, aunque todavía escasa. En 1789 la sucursal de San Fernando, trasladada a Guadalajara, paga a las “hilanderas del sitio”, mujeres adultas que hilan en sus casas, de 1’5 a 2 reales diarios, mientras que el aprendiz de hacer canillas gana 3 reales. La cosa cambia radicalmente cuando hablamos de otros empleos y empleados: los maestros de los distintos oficios reciben 20 reales diarios y 10 reales uno de los aprendices; una maestra devanadora –valga la comparación- sale por 10 reales y una maestra de hilar 6 reales. En todos los casos, nada tienen que ver con los 90 reales diarios, incluidos días no laborables, que gana el superintendente de Guadalajara.

La depreciación del trabajo de hilatura es, como hemos dicho, un fenómeno generalizado en la industria castellano-manchega. En 1778, las que trabajan en sus casas para los fabricantes de Novés reciben una remuneración máxima de casi real y medio por libra, si se trata de estambre de bayetas, y sólo 18 maravedíes por el hilo de trama para el mismo tejido.[21] Una década después, Larruga señala que “en los pueblos industriosos”, hilar una libra de lana fina cuesta, a lo sumo, en torno a un real y medio.[22] En la fábrica de Astudillo (Tierra de Campos) por las mismas fechas, el jornal de las hilanderas no llega a los 20 maravedíes.[23] En España y el resto de Europa las hilanderas siguen estando invariablemente entre los obreros peor remunerados. No obstante, sus salarios son importantísimos para sus familias.[24] Ello nos induce a pensar que, aparte de las remuneraciones, hay otras condiciones de trabajo que inciden en el escaso interés de las familias pobres por las escuelas de hilazas.

 

 

 

 

 

Disciplina


Las escuelas locales, que son mayoría, se diferencian de aquellas otras situadas en los centros de reclusión. Comencemos por estas últimas. Ya se ha dicho que las Reales Fábricas tenían el privilegio de utilizar en los tornos la mano de obra reclusa, principalmente niños y mujeres. Se trata, obviamente, de trabajo forzado y de remuneraciones que se inscriben en la manutención de los internos. En los comienzos de la factoría alcarreña se establece en Guadalajara un “seminario de muchachos” conducidos desde el Refugio de Madrid, con la intención de enseñarles todas las maniobras de la fábrica, aunque en realidad se les mantiene de cinco a siete años hilando en los tornos bajo una férrea disciplina. Las fugas proliferan a pesar de que se exponen al encierro y los grilletes.[25] En la Galera de Madrid también funciona hasta 1796 una escuela de hilar para la fábrica de Guadalajara, y otra probablemente en la casa de corrección de San Fernando.

Para las víctimas de las levas de “vagos” y “ociosos”, el Hospicio es una cárcel y el trabajo un castigo, valoraciones que casan con la apreciación popular que equipara los tornos de hilar a los cepos. El mismo Larruga ratifica este sentimiento cuando advierte que los hospicios “no deben tener resabios de cárcel, ni cosa que haga odiosas unas casas que han de ser universalmente recibidas como escuelas de educación e industria y plantel de vecinos útiles y laboriosos”.[26] El principio de utilidad que preside el discurso mercantilista se dirige a hacer de los pobres una fuerza útil; y para ello sus cuerpos han de ser productivos y sometidos. El trabajo, como relación de poder, implica sumisión individual y ajuste a un aparato de producción, tanto en las instituciones de reclusión como en las escuelas y establecimientos “patrióticos”.[27] Sistema de beneficencia y sistema penal, difíciles de deslindar, se inscriben en la reordenación de las fuerzas del trabajo.

En las escuelas locales, a diferencia de los internados referidos, el trabajo pierde ese carácter compulsivo, aunque el pobre no goza de libertad ni derecho ante la sociedad; tiene que aceptar el trabajo que se le ofrece y el orden moral que éste implica.[28] Tampoco entraría en contradicción el que una parte de las familias enviasen voluntariamente a sus hijos a las escuelas, en tanto que las juntas de caridad deben “recoger” a los pobres desocupados y “obligarlos” a trabajar en dichos establecimientos.

Obviamente, el trato recibido por las muchachas del maestro o maestra incide también en el grado de aceptación de estos establecimientos entre las familias pobres. La historiografía del siglo XVIII asume, en general, que dicho trato era bastante benigno, muy lejos de las sweat-shops inglesas. Sin embargo, estas afirmaciones no están basadas en ninguna evidencia empírica sino en el discurso oficial. Aunque los niveles de producción textil en España no alcanzaban los de otros países europeos, y aunque a los talleres se los llamara escuelas, no quiere decir que la disciplina no rebasara a veces el nivel de tolerancia de las familias. Veamos un ejemplo.

En 1795, las justicias de Tamajón (Guadalajara), desafiando el fuero que gozan los empleados de la fábrica, arrestan al maestro de la escuela local, Luis Juaranz, por haber agredido a la niña de nueve años, Matilde Borlaz, hija del alguacil de la villa. El médico certifica que la niña no deja de vomitar y no puede tenerse en pie; horas después vuelve a certificar un empeoramiento con calentura, delirios y convulsiones. Mientras se efectúan las diligencias, se manda que la mujer de Juaranz se encargue de dirigir la escuela “como lo ha hecho en ausencia de su marido”, pero ésta se niega alegando que en las circunstancias actuales no puede sujetar a las hilanderas porque “la perdían el respeto y no llevaban buena la labor”. Pero la niña mejora y declara que aquel día, sobre las nueve de la mañana, paró para abrocharse el jubón y el maestro le dio “un cachetazo en lo alto de la cabeza” derribándola al suelo. Esta explicación difiere de las testigos, para quienes la niña y el maestro discutieron porque ésta no había acabado su tarea del día anterior, “llevaba el hilo gordo” y dio un peso “escaso”. La versión del propio Juaranz, aunque suaviza la agresión, ratifica el motivo de llevar gorda la hilaza.

En la carta en que el maestro pide amparo al director de la fábrica, confiesa su violencia pero culpa a las hilanderas, ya que “necesitan de bastante rigor (...) lo uno por la mala crianza que han adquirido, lo otro por mirar la hacienda que tanto interesa”. Mientras tanto, algunas madres expresan sus quejas por el severo trato que este maestro y su mujer daban a las niñas “denostando a las discípulas y sus padres con varios dicterios”. Por eso las madres no quieren enviar a sus hijas y otras “las sacan y separan de la asistencia a la escuela”.

Cabe preguntarse si se trata de una excepción o más bien de la norma. Sólo cuando avancemos en la investigación podremos confirmarlo. De momento, el asunto revela que las niñas no podían distraerse en su trabajo, debían rendir una cantidad fija de hilo al día y de la mayor finura, y recibían un trato vejatorio, muy lejos de la imagen de condescendencia y paternal comprensión que los estudios apologéticos del reformismo borbónico nos han legado. Pero revela también otro problema de las escuelas que a las hilanderas les afecta especialmente, la incompetencia de algunos maestros no sólo en cuanto a sus “métodos pedagógicos”, sino también a su impericia a la hora de suministrar la lana debidamente cardada, factor del que depende la facilidad para sacar fino el hilo.

El maestro de Tamajón, según los testigos, no puede ni con la ayuda de su mujer dar preparada de carda la lana, aunque ocupa en esta labor a alguna que otra discípula, atribuyendo después a éstas el no hilarla bien. Un problema similar ocurre en 1776 en Villanueva de Alcardete, del partido de Ocaña, donde no hay escuela propiamente dicha sino que el maestro, Manuel Morollón, reparte la lana entre las mujeres adultas del vecindario. El alcalde mayor instruye contra él una causa tras repetidas quejas de las hilanderas de que mezcla lana basta con fina, da la lana mal cardada y les descuenta un real por cada onza de lana que, pesada en una balanza trucada, alega que le entregan de menos. Además, los 3’5 reales que debe pagar por cada libra de estambre no los abona en efectivo sino en géneros de lienzo dándolos en cuenta de pago a precio excesivo. Muchas hilanderas, de este modo, “se ven tan apuradas que dejan la hilaza y se dedican a hacer medias y otros ejercicios”. Las 18 hilanderas que testifican coinciden en estas declaraciones. [29]

Las mujeres de Villanueva de Alcardete, expertas hilanderas, no abandonaron la hilatura. En 1817 las vemos trabajando para la fábrica de estameñas de Manuel Sánchez Comendador, radicada en Toledo, y para otra de estambre de la propia villa al cargo de Clemente Canalejas. Ambos se disputan su “gremio de hilanderas”, pero ni con ellos dos, según expresa Sánchez Comendador, “se llena el crecido número de hilanderas que continuamente claman se les reparta las estameñas para la subsistencia de tantas familias pobres”.[30] Por esos años, los últimos de la vida de las Reales Fábricas de Guadalajara, su director, Juan López Peñalver, protesta porque los fabricantes locales violan el privilegio de su establecimiento abriendo ellos mismos escuelas de hilar, y anuncia la inminente disminución de dichos establecimientos “con la planificación sucesiva de las máquinas de hilar”.[31] Con éstas, en efecto, terminan las hilanderas artesanas y comienza otra historia.

 

 

Conclusiones


Este acercamiento a las condiciones sociolaborales de las hilanderas de las Reales Fábricas de Guadalajara nos ha permitido arrojar algo de luz sobre un colectivo cuyo trabajo fue fundamental para el desenvolvimiento de la manufactura estatal, pero que hasta ahora no ha gozado del merecido reconocimiento de la historiografía, al igual que sucede en gran medida con el ejército de hilanderas domiciliarias que sostuvieron la industria textil castellano-manchega. Quedan aún cuestiones por resolver en cuanto al impacto de la instalación de la fábrica real sobre el tejido industrial de la región y cómo afectó a la estructura y composición de sus mercados de trabajo, especialmente en la hilatura.

Hemos destacado asimismo algunas de las causas de los obstáculos al crecimiento de las escuelas de hilar dependientes de Guadalajara, así como también los dispositivos ideológicos –el discurso de la ociosidad- y políticos –la policía de pobres-, que el reformismo borbónico conjugó en pos del aumento de la producción, la ampliación de la oferta de trabajo y la rebaja salarial. Estos dispositivos hicieron diana especialmente en las mujeres pobres, cuya mano de obra sufrió una mayor desvalorización material y simbólica. En última instancia, la extracción del excedente se fundamentó en estos referidos aspectos políticos e ideológicos.

Las escuelas de hilar se crearon para asegurar a las Reales Fábricas un superávit de hilo, en previsión de posibles crisis, no para “fomentar el trabajo entre los sectores más populares”, como se ha afirmado, pues éstos se hallaban entre los únicos que trabajaban en la España del XVIII.[32] Lo que subyace en el discurso ilustrado de la “ociosidad” es la transformación de la cultura del trabajo de las clases populares demandada por la política mercantilista, en pos de una mayor acumulación de capital y la implantación de formas más depuradas de control de dicha población mediante una extremada disciplina laboral. En otro lugar ya he señalado que fue el descubrimiento por parte de los ilustrados del trabajo abundante, versátil, dócil y barato de las mujeres y niños de los sectores pauperizados lo que inspiró las medidas liberalizadoras del mercado de trabajo femenino puestas en vigor durante este período y la creación de los establecimientos “patrióticos”; no las consideraciones de orden moral y filantrópicas que los justificaron.[33]

La investigación debe continuar abriendo interrogantes, por ejemplo, sobre las causas de que una gran parte de las escuelas dependientes de Guadalajara se abrieran en las zonas de influencia de las nebulosas industriales o en sus cercanías: ¿Hasta qué punto las hilanderas procedían de familias involucradas en la producción textil local? ¿Qué grado de competencia por la mano de obra hilandera estableció la factoría respecto del resto de fabricantes? ¿Cómo organizaban las productoras del Kaufsystem las redes de trabajo extradoméstico para la hilatura entre las mujeres de sus vecindarios y los circundantes? Responder a estas y otras preguntas contribuirá a reflotar el gran iceberg del trabajo femenino en la industria textil de Castilla-La Mancha, y a establecer comparaciones con otras regiones protoindustriales de dentro y fuera de la Península.



NOTAS

[1] González Enciso, A.: Estado e industria en el siglo XVIII: la Fábrica de Guadalajara, Madrid, 1980. En los apartados sobre jornada de trabajo, sueldos y sistemas de contratación no incluye a las hilanderas.

[2] Negrín Fajardo, O.: Educación popular en la España de la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, 1987, p. 119; y González Enciso, A.: Estado e industria..., p. 708.

[3] Sobre las falacias que encierran estas interpretaciones, Carbonell Esteller, M.: “Hecho y representación sobre la desvalorización del trabajo de las mujeres (siglos XVI-XVIII)”, Actas de las III Jornadas de Investigación Interdisciplinar. Mujeres y hombres en la formación del pensamiento occidental, vol. II, pp. 157-171.

[4] Por fortuna, la industria textil de Castilla-La Mancha comienza a aflorar. Los logros más recientes son: García Ruiperez, M.: “La industria textil en Castilla-La Mancha durante el siglo XVIII”, I Congreso de Historia de Castilla-La Mancha. Tomo VIII, Talavera (Toledo), 1988, pp. 351-397; Nieto Sánchez, J.A.: La Protoindustrialización en Castilla, 1350-1850, Tesis doctoral inédita, UAM, 1999; y del mismo autor, “Nebulosas industriales y capital mercantil urbano. Castilla la Nueva y Madrid, 1750-1850”, Revista de Sociología del Trabajo nº 39, Madrid, 2000, pp. 85-108.

[5] Luis Enciso Recio en la introducción a González Enciso, Estado e Industria... , p. 27.

[6] Así lo señalan los estudios de la protoindustrialización y las revisiones de la revolución industrial. Entre la extensa bibliografía destacamos el estudio pionero de Medick, H, Kriedte, P. Y Schlumbohm, J.: Industrialización antes de la Industrialización, Barcelona, 1986 (original 1977), y la valiosa aportación para el caso inglés de M. Berg: La era de las manufacturas, Barcelona, 1987, de donde procede la cita (p. 156).

[7] Lis, C. y Soly, H.: Pobreza y capitalismo en la Europa preindustrial (1350-1850), Madrid, 1984.

* Salvo expresa indicación, la información de este apartado proviene de A.G.S., Secretaría y Superintendencia de Hacienda, legajos 774, 776, 777, 778, 779, 780, 781, 782, 784 y 785.

[8] Por ello es la mecanización de la hilatura a partir de la década de 1770 lo que en Inglaterra favorece la “revolución industrial” .Véase Berg, M.: “Women’s Work, mechanisation and the early phases of industrialisation in England”, Joyce. P. (ed.): The Historical Meaning of Work, Cambridge, 1989, pp. 64-100.

[9] Véase Nieto Sánchez, J.A. y López Barahona, V.: “Women’s Work and Proto-industrialization: Madrid and New Castile (1750-1850)”, Blondé, B. et al (eds.): Labour and Labour Markets between Town and Countryside (Middle Ages-19th century), Turnhout (Bélgica), 2001, pp. 254-266.

[10] Larruga y Boneta, E.: Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercios, fábricas y minas de España, Madrid, 1792, tomo XVI, pp. 217-219.

[11] La rebaja de las remuneraciones en la hilatura durante la última parte del XVIII se da también en otras regiones europeas. Véase Berg, M.: La Era ... , pp. 156-157.

[12] A.H.N. Estado, leg. 3.182/2, exp. 150.

[13] Las fabricantes de Orche, en A.H.N. Consejos, leg. 895, exp. 39; las de Novés, Ibid. leg. 1.240, exp. 2.

[14] Para Colmenar, Larruga: Memorias..., tomo XVI, pp. 149-175; para Alcaraz, Ibid., tomo XVII, p. 264; para Getafe y Fuenlabrada, Ibid., tomo II, pp. 300-305; para Toledo, A.G.S. Consejo Supremo de Hacienda. Junta de Comercio y Moneda, leg. 359, exp. 12.

[15] En la década de 1780, el ejército de encajeras de Almagro y localidades aledañas produce para la Compañía de Mercaderes de la Puerta del Sol de Madrid. Sobre la penetración del capital mercantil de la Corte en la industria castellano-manchega, Nieto Sánchez, J.A.: “Nebulosas industriales y capital mercantil urbano...” op. cit.

[16] González Enciso, Estado e industria..., pp. 321-338, 395 y 471.

[17] Sobre la crisis palúdica de mediados de 1780 en Castilla-La Mancha, véase Pérez Moreda, V.: Las crisis de mortalidad en la España interior. Siglos XVI-XIX, Madrid, 1980, pp. 336-374.

[18] Sobre el binomio trabajo/ociosidad en el discurso ilustrado, véase Carbonell Esteller, M.: “Hecho y representación ...”, pp. 164-166.

[19] A.G.S. Secretaría y Superintendencia de Hacienda, leg. 791. Sobre la experiencia de Morata, Corella Suárez, M.P.: “Coyuntura económica e ilustración. La fábrica de tejidos e hilados de Morata de Tajuña (Madrid) a fines del siglo XVIII”, Jornadas sobre el Real Sitio de San Fernando y la Industria en el siglo XVIII. San Fernando de Henares, 1997, pp. 243-259.

[20] Reher, David S. y Ballesteros, E.: “Precios y salarios en Castilla La Nueva: La construcción de un índice de salarios reales, 1501-1991”, Revista de Historia Económica, 1991, XI, pp. 101-141.

[21] A.H.N. Consejos, leg. 1.240, exp. 2.

[22] Larruga, Memorias ... , tomo II, p. 276.

[23] Hernández García, R.: “El factor trabajo en la industria textil de Tierra de Campos a mediados del siglo XVIII: la fábrica de Astudillo”, www.unizar.es/eueez/cahe/hernandezgarcia.pdf.

[24] Aparte de las obras de Maxine Berg para Inglaterra, el caso francés durante la segunda mitad del XVIII se puede consultar en Gullickson, G.L.: “Amor y poder en la familia protoindustrial”, en Berg, M. (ed.): Mercados y manufacturas en Europa, Barcelona, 1995, pp. 184-209.

[25] Larruga, Memorias... , tomo XIV, pp. 224-25.

[26] Larruga, Memorias..., tomo II, p. 242.

[27] Foucault, M.: Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, Madrid, edición de 1990, p. 33.

[28] Soubeyroux, J.: “Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del siglo XVIII” (1), Estudios de Historia Social, nº 12-13, (1989), p. 190.

[29] A.H.N. Consejos, leg. 949, exp. 6.

[30] A.G.S. Consejo Supremo de Hacienda, Junta de Comercio y Moneda, leg. 360, exp. 13.

[31] Ibid., leg. 311, exps. 8 y 15.

[32] Cita de A. González Enciso: Estado e industria... p. 473.

[33] López Barahona, V.: Las trabajadoras madrileñas de la Edad Moderna, D.E.A. inédito, Universidad Autónoma de Madrid, 2004.

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Este artículo ha sido publicado en: Actas del V Congreso de Historia Social de España. Las figuras del desorden: heterodoxos, proscritos y marginados, Madrid, 2006
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Fotografía de Portada: Francisco de Goya. Alegoría de la industria, Museo del Prado, Madrid.

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LA AUTORA


Victoria López Barahona es Licenciada en Antropología social y cultural por la Universidad Complutense de Madrid, U. C. M., Experta en traducción de lengua inglesa, por el Instituto de Lenguas Modernas y Traductores de la U. C. M. Y, habiendo obtenido el Diploma de Estudios Avanzados en Historia Moderna por la U. C. M., ultima su doctorado en U. A. M.

 

Publicaciones:

-- López Barahona, V. & Nieto Sánchez, J. A. eds. (1996) El trabajo en la encrucijada. Artesanos urbanos en la Europa de la Edad Moderna, Madrid.

-- Nieto Sánchez, J.A. & López Barahona, V. (2001) “Zapatero a tus zapatos: el radicalismo de los zapateros madrileños en la Edad Moderna”, en Castillo, S. & Fernández, R. (coord.) Actas del IV Congreso de Historia Social de España. Campesinos, Artesanos y Trabajadores, Lleida, pp. 343-355.

-- López Barahona, V. & Nieto Sánchez, J.A. (2001) “Women’s Work and proto-industrialization: Madrid and New Castile (1750-1850)”, en Blondé, B., Vanhaute, E. y Galand, M. (eds.) Labour and Labour Markets between Town and Countrisyde (Middle Ages-19th century), Turnhout (Bélgica), pp. 254-266.

-- López Barahona, V. (2004) Las Trabajadoras madrileñas en la Edad Moderna, DEA inédito, UAM.

-- López Barahona, V. (2006) “Pobreza, trabajo y control social: las hilanderas de la Real Fábrica e Guadalajara (1780-1800)”, en Castillo, S. y Oliver, P. (coords) Actas del V Congreso de Historia Social de España. Las figuras del desorden: heterodoxos, proscritos y marginados, Madrid.

 

LOS DEBATES EN TORNO A LA HISTORIA DE MUJERES Y LA HISTORIA DE GÉNERO

LOS DEBATES EN TORNO A LA HISTORIA DE MUJERES Y LA HISTORIA DE GÉNERO

 

María Teresa Fernández Aceves*, Carmen Ramos Escandón** y Susie Porter***

 Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. CIESAS . México

 

 

(Capítulo introductorio de la compilación coordinada por las mismas autoras: Orden social e identidad de género. México, siglos XIX y XX, CIESAS, Universidad de Guadalajara, México, 2006)

 

 

 

Orden social e identidad de género. México siglos XIX y XX es un libro colectivo que analiza y reinterpreta varios aspectos y periodos de esos siglos para integrar a las mujeres y las relaciones de poder desiguales entre hombres y mujeres en la historia mexicana. Esta obra contribuye a entender las distintas construcciones de feminidad y masculinidad, sus variaciones a través del tiempo y sus complejas relaciones entre clase, género, raza y etnicidad. Hace hincapié en las experiencias, prácticas y representaciones de las mujeres y los hombres para descifrar cómo diferentes ideas sobre género han sido elementos importantes en la construcción de la ciudadanía, el nacionalismo y en ideologías en romo a la política, el trabajo y la belleza. Los(as) autores(as) utilizan diferentes perspectivas históricas -historia social, laboral, cultural y vida privada- pero su eje central es el análisis de género. Por tanto, son representativos de la nueva historia social y cultural en México y muestran la riqueza y los matices que puede brindar la perspectiva de género al análisis histórico.


Este volumen es fruto de una interlocución e influencia de diferentes historiografías teóricas y empíricas en torno a la historia social, cultural, laboral, de mujeres y de género. Refleja los avances en los estudios de mujeres y de género en México y en Estados Unidos; así como los distintos caminos que se han tomado en cada país en estas perspectivas. Se enmarca dentro de la crítica feminista anglosajona, francesa y latinoamericana. El caso anglosajón sobresale porque obedece en buena parte a un movimiento feminista que llamó la atención acerca de la necesidad de los estudios históricos de la mujer. La profundización en los problemas que este nuevo enfoque histórico planteaba dio origen a la creación del concepto de género2 El punto de partida inicial fue la invisibilidad de las mujeres como actores sociales e históricos, y que "mujer", "hombre", "feminidad" y "masculinidad" son construcciones históricas y culturales3 Esta idea es la que resultó central para la conceptualización de "género" como relación de poder desigual entre hombres y mujeres.


El feminismo de la década de 1980 señaló, con ciertos riesgos, cómo un enfoque desde la mujer desestabilizaba los paradigmas de las ciencias sociales. La historia se planteó como el gran laboratorio en donde se demostraba la génesis, la maduración y la estructuración de la subordinación femenina, de la desigualdad entre los sexos, es decir, el proceso de formación de género propiamente dicho. El feminismo emergió así como una metodología que corregía las suposiciones aceptadas en la historia y en otras ciencias sociales. La difusión de estas ideas fue mayoritariamente desde la academia estadounidense, pues fueron las historiadoras de esa nación quienes, paralelamente al cambiar el enfoque de sus investigaciones, abrieron espacios políticos dentro de la profesión histórica para propiciar las investigaciones, los cursos, los programas que destacan la historia de la mujer.4 Probablemente el producto conceptual más acabado de este proceso es el concepto de género, cuya historiografía reconoce hoy varias vertientes; entre otras, el concepto de género como poder5 (Scott), como representación (Butler), o bien como opción (Wittig)7


La historia de mujeres y la historia de género han sido producto de una construcción trasnacional en las últimas décadas8 pero ha dominado la cultura académica, los estilos de escribir los avances teóricos y empíricos que han creado un marco de referencia lingüístico y analítico estadounidense, que hace visibles a las mujeres como sujetos sociales históricos en tanto agentes de cambio y revela las relaciones implícitas o explícitas de poder; pero que silencia otras perspectivas que no son parte de la cultura y lengua anglosajonas9


Este acertado señalamiento ayuda a ubicar el desarrollo distinto de los estudios sobre la historia de mujeres y de género en México desde la década de 1970. En México se han entretejido las propuestas anglosajonas. francesas y latinoamericana sobre la historia de mujeres. En contraposición a Estados Unidos. En México ha habido movimientos de mujeres, pero no ha habido un fuerte movimiento feminista que haya transformado la cultura académica. Algunos(as) antropólogos(as) y sociólogos(os) que se interesaron por el desarrollo intentaron integrar a la mujer en sus estudios, en sus cursos de docencia, en sus reuniones académicas; formaron redes y establecieron centros de investigación10, mientras que en la disciplina de la historia se integró una perspectiva feminista de un modo más lento. Sin embargo, han sido las académicas feministas quienes han propiciado los estudios de la mujer, a veces aun contra la corriente predominante en las instituciones11.


Gracias a esos esfuerzos. muchas veces individuales, se han logrado establecer centros de investigación enfocados en estos temas, a veces con financiamiento externo inicial como es el caso del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM) de El Colegio de México; el área de investigación mujer. identidad y poder, de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco; el Centro de Estudios de la Mujer de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que desapareció y después continuó esta línea de investigación ya como el Programa Universitario de Estudios de Género de esa casa de estudios. A pesar de esos esfuerzos aún no existe una revista académica especializada exclusivamente en los estudios históricos de las mujeres y del género12. La teoría feminista más reciente se conoce a través de publicaciones como Debate Feminista y Revista de estudios de género y La Ventana de la Universidad de Guadalajara, GenEros de la Universidad de Colima y algunos números monográficos de la Revista política y cultural de la UNAM-X y Signos Históricos de la UNAM-I, la primera ya con más de 15 años de publicación continua.13 Estas realidades culturales y financieras han condicionado la producción de la investigación sobre la historia de mujeres y la historia de género; además de la fuerte influencia de la academia anglosajona.


A pesar de estas condiciones no muy favorables, las ideas de las historiadoras Joan Scottl4 y Michelle Perrot15 han ejercido fuerte influencia en México. La propuesta de Scott de utilizar el género como una categoría de análisis que remarque las relaciones de poder ha sido fructífera en México y en otros sitios de América Latina, precisamente por el carácter de urgencia, de inmediatez y de compromiso político que ha caracterizado a los intelectuales de la región desde, por lo menos, la Independencia. Las historiadoras feministas siguieron, en buena medida, esta tradición. El interés especial puesto en los estudios sobre la participación política de la mujer, sobre el movimiento feminista mismo, obedece a esta perspectiva, a la necesidad de explicar históricamente fenómenos políticos contemporáneos desde la mirada de la mujer. Por su parte, la propuesta de Perrot de resaltar la vida cotidiana, la importancia de las mujeres en ésta y, sobre todo, la voz de las mujeres, ha tenido importancia y ha producido una obra colectiva en donde el foco de análisis es la vida cotidiana, pero en donde aparecen también mujeres16 Por otro lado, a diferencia de Estados Unidos, donde las ideas de Scott han suscitado un enorme debate, porque se han enmarcado dentro de la crítica feminista y postestructuralista a los paradigmas de las escuelas marxista y de los anales, por sus nociones en tomo a los conceptos de clase, ciudadanía, trabajo y poder,17 estas críticas han contribuido a la nueva historia cultural por el acento en las diferencias culturales y de género, por la extensión de la concepción de cultura y poder para comprender los cambios económicos y políticos en la vida cotidiana, por su atención detallada al discurso y al lenguaje, y por la influencia de la antropología en los estudios históricos.18 En México la historia de la mujer y la perspectiva de género siguen siendo novedosas y ha prevalecido la ignorancia sobre el tema, antes que la polémica académica. En los últimos diez años, estas perspectivas se han hecho más visibles en la historiografía mexicana.


En términos generales, las historiadoras mexicanas han mostrado que las mujeres han sido actores históricos sociales y han cuestionado la periodización tradicional que las deja fuera.19 En 1987, como producto colectivo de un seminario del PIEM, Carmen Ramos Escandón y Julia Muñón, en un esfuerzo personal, en editorial Planeta publicaron las dos primeras obras que presentaban una perspectiva general de las mujeres en la historia de México, sus diferentes roles asignados y las cambiantes representaciones y prácticas femeninas desde el mundo prehispánico hasta el siglo XX20 En esta década aparecieron más estudios sobre conventos,21 sexualidad y los conflictos en tomo a la elección matrimonial,22 y educación23 en el periodo colonial; la cultura de mujeres, representaciones, la participación laboral femenina,24 mujeres y el derecho en los siglos XIX y XX,25 mujeres y la revolución mexicana,26 y el sufragio femenino en las décadas de 1920 a 1950.27


A mediados la década de 1990, como en Estados Unidos, aquí hubo un cambio de historia de mujeres a historia de género.28 Es decir, la descripción y el rescate de la presencia femenina en la historia, se sustituyó por la reflexión sobre la historicidad de las categorías de "hombre", "mujer",29 se empezó a dar prioridad al estudio de las relaciones de poder desigual entre ellos y ellas y al examen sobre cómo las instituciones sociales, políticas y educativas reproducen y perpetúan esas relaciones. Precisamente, al analizar las relaciones de poder desiguales de ellos y ellas, la masculinidad se problematizó también como una construcción social cuyas raíces y modalidades pueden encontrarse en la historia.30 Se trató de superar el rescate de lo que hicieron las mujeres, un proyecto basado en una suposición de actores concretos que realmente podemos conocer, y generar, en su lugar un enfoque que resalta cómo las estructuras sociales crean el espacio en el cual es posible identificarse como masculino o femenino y cómo se construye a los hombres y a las mujeres.


A finales de ese decenio y a principios del nuevo milenio se han incrementado los estudios históricos de género31 que han abordado nuevos temas sobre los lineamientos de comportamiento social,32 la violencia, la criminalidad y la sexualidad,33la relación entre la construcción de la nación y el género,34 las construcciones y prácticas masculinas,35 las manifestaciones queer36 y las representaciones de las mujeres en el cine.37 Se ha avanzado en otros temas que ya se habían trabajado en las décadas anteriores, pero ahora con hincapié en la categoría de género y se ha combinado el análisis con las perspectivas de poder, vida privada y cotidiana, y cultura. Estos estudios han mostrado las complejidades que se les han atribuido a las mujeres y hombres en lo público y lo privado y han de construido los estereotipos sobre "la mujer", "el hombre", "la familia", "la obrera" y "la política". Se ha avanzado en dilucidar sobre las relaciones entre los modelos dominantes normativos propuestos por la Iglesia y el Estado y las prácticas de las mujeres y los hombres en diversos periodos y regiones. Las temáticas estudiadas han sido las interconexiones entre la ley y el género,38 las relaciones entre la familia y el género,39 educación,40 la revolución mexicana y el proceso revolucionario,41 la campaña del sufragio femenino42 y la participación laboral femenina.43 Se ha profundizado en las formas y los contenidos que asume la construcción del género en la vida política.44 Estos estudios han resaltado los aspectos culturales y han recuperado diferentes miradas, experiencias y representaciones de diversas mujeres y hombres para mostrar cómo influyeron en la construcción de la nación, en el proceso revolucionario, en la construcción del nuevo Estado y en la participación en distintas agencias gubernamentales.


En concreto, este libro es producto de un diálogo entre historiadoras mexicanas, estadounidenses y alemanas interesadas en la historia de México. Desde el año 2000 este diálogo se ha llevado a cabo en una serie de conferencias internacionales y en el establecimiento de una red académica interesada en la historia de mujeres y de género. Los capítulos editados en esta obra fueron presentados en el Segundo Coloquio Internacional de Historia de Mujeres y de Género que se llevó a cabo en el CIESAS-Occidente del 3 al 6 septiembre de 2003.45

 

El libro está dividido en cinco secciones. La primera "Los debates en tomo a la historia de mujeres y de género" incluye un trabajo de Joan Scott sobre "La historia del feminismo" en donde evalúa cuál ha sido el desarrollo y qué efecto tuvo la historia de mujeres en el campo de la historia. Puntualiza los diferentes momentos en que se ha debatido en la academia estadounidense lo que debe ser la historia de mujeres, su futuro y sus logros e innovaciones y cómo esta línea de investigación se volvió más sofisticada.


Cada uno de los ensayos representa una combinación de historia de mujeres, o sea el proyecto de rescate y, a la vez, historia de género que investiga la arqueología de la creación de identidades de género. La segunda sección "Ciudadanía, organización y movilización de mujeres" incluye el capítulo de Kif Agustine-Adams acerca de "El construir a la nación mexicana: matrimonio, derecho y la nacionalidad dependiente de la mujer casada en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del siglo XX" donde examina el complejo contexto legal y social de por qué al casarse una mujer mexicana con un extranjero ésta perdía su nacionalidad. Este capítulo refiere que la ley establece derechos y obligaciones diferentes a sus ciudadanos en razón de que sean hombres o mujeres, idea que incide en la de Scott acerca de las relaciones primarias de poder, pero también en el señalamiento de que la ciudadanía es vicaria, dependiente y, en todo caso, sexuada. El capítulo "Expresiones políticas femeninas en el México del siglo XIX: el Ateneo Mexicano de Mujeres y la Alianza de Mujeres de México", de Ana Lau, examina la relación entre la posición de las mujeres dentro de la sociedad y cómo ésta influyó en sus luchas para el reconocimiento de un aspecto de la ciudadanía: el voto. En su ensayo, Lau se enfoca en el estudio de dos organizaciones de mujeres de clase media que buscaron el reconocimiento del voto, otra forma de ciudadanía por medio del uso de una ideología tradicional de género. Analiza a sus integrantes, pero se concentra en sus publicaciones y, sucintamente, puntualiza su alianza con el Estado para obtener legitimidad y credibilidad. El capítulo rescata unas formas organizativas de mujeres poco conocidas y las compara, por lo que ahonda en la variedad de formas de expresión política femenina, independientemente de sus logros concretos. En el último capítulo de esta sección, Miriam Lang en "Políticas públicas, violencia de género y feminismo en México durante los últimos sexenios priistas" examina los cambios que se dieron de 1988 a 2000 para combatir la violencia así como la participación de organizaciones de mujeres para que cambiara la legislación y se crearan nuevas instancias gubernamentales.


En la tercera sección "Etnicidad, clases sociales y trabajo", Adriana Zavala en "De santa a india bonita. Género, raza y modernidad en la ciudad de México, 1921" analiza el concurso de la india bonita organizado por El Universal en 1921. Zavala va más allá de los estudios que ven este concurso como el surgimiento del indigenismo revolucionario, para argumentar desde una perspectiva feminista, que éste fue una continuidad de la ideología porfirista en torno a las ideologías sociales, culturales, políticas y de género. Por su parte, Susie S. Porter en "Empleadas públicas: normas de feminidad, espacios burocráticos e identidad de la clase media en México durante la década de 1930" puntualiza que el debate sobre el papel de la mujer en la administración pública no se limitaba al tipo de trabajo sino a la naturaleza misma de la clase media y de la mujer. Este análisis desentraña cómo los esquemas de construcción de conductas genéricas inciden en el momento económico que se trate, y cómo el esquema de feminidad está construido aun en espacios tan supuestamente objetivos como el trabajo. En esta última sección, Mary Goldsmith en "Política, trabajo y género: la sindicalización de las y los trabajadores domésticos y el Estado mexicano" analiza los factores que contribuyeron a la creación de estos sindicatos durante las décadas de 1920 y 1930 en Tampico y en Veracruz. Revisa la discusión en tomo a la conceptualización de trabajadores domésticos en la legislación laboral y cómo ésta fue usada por los sindicatos y trabajadores.


En la cuarta sección "Ideales de masculinidad y procesos de masculinización", Ana María Kapelusz-Poppi, en "Las nociones de género y la construcción de un discurso científico: la Escuela de Medicina de Morelia y la regulación del trabajo de obstetras" explora las ideas y actividades de un grupo de médicos de Morelia entre 1820 y 1880. Afirma que estos médicos no sólo utilizaron los conceptos de jerarquías epistemológicas y de clase, sino también las imágenes basadas en las diferencias de género para legitimar la superioridad intelectual de los hombres. Víctor M. Macías-González, en "Hombres de mundo: la masculinidad y los manuales de urbanidad y buenas maneras" examina los manuales y libros sobre las buenas costumbres durante el siglo XIX, los cuales fueron leídos principalmente por la incipiente clase media mexicana. Ilustra la construcción de la masculinidad en relación con las conductas individuales dentro de los esquemas de conductas genéricas de la moral porfiriana victoriana. Finalmente, Roberto Miranda en "La vida de un obrero y la construcción de la masculinidad, 1890-1940" escudriña la correspondencia entre un obrero calificado y su esposa de 1890 y 1940, para explorar el modelo de masculinidad expresada en estos documentos. Concluye que la masculinidad es un proceso histórico y no una construcción acabada, debido a los ciclos de vida de los individuos y las relaciones sociales y de género que establecen.


Este libro muestra una riqueza de temas que se cruzan a lo largo de la obra: ciudadanía, sufragio femenino, movilización política, trabajo, clases sociales, nacionalismo y masculinidades. Orden social e identidad de género. México siglos XIX y XX va más allá de mostrar que las mujeres han sido sujetos sociales e históricos al "añadidas" al análisis histórico, porque utiliza la perspectiva de género y la entreteje con otras categorías de análisis como clase social, etnicidad, ciudadanía, nacionalismo y trabajo. Esta mirada permite plantear nuevas preguntas y proponer interpretaciones más matizadas en tomo a las ideologías culturales sobre el género y ver cómo han influenciado la experiencia histórica de hombres y mujeres. Por tanto, este análisis de género contribuye en el cuestionamiento de narrativas tradicionales acerca de la construcción de la nación mexicana.



 

Notas

 

1. Para una discusión más a fondo véase Joan Kelly Gadol, "La relación social entre los sexos, implicaciones metodológicas de la historia de las mujeres", en Carmen Ramos Escandón (ed.), Género e historia, México, Instituto Mora, UAM, 1992, pp. 123-141; Joan Wallach Scott, "El problema de la invisibilidad", en Carmen Ramos Escandón (ed.), Género e historia, México, Instituto Mora/UAM, 1992, pp. 38-65.

2. Joan Scott, "El género una categoría útil para el análisis histórico", en Marta Lamas (ed.), El género, la construcción cultural de la diferencia sexual, México, Porrúa/UNAM, 1996, pp. 265-302.

3. Robert Connell, Masculinidades. México, UNAM, 2003, 329 p.; Denise Riley, "Am 1 that Name?" Feminism and the Category of "Women" en History, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1988, 126 p.

4. Véase Scott, "El problema de la invisibilidad".

5. Joan Wallach Scott, Gender and the Politics of History, Nueva York, Columbia University Press, 1988,242 p.

6. Judith Butler, Excitable Speech, A Politics of the Performative, Nueva York, Routledge, 1997, 185 p.; Judith Butler, The Psychic Life of Power, Theories in Subjection, Stanford, Stanford University Press, 1997,218 p.; Judith Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, México, Paidós/UNAM/PUEG, 2001; Judith Butler, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del "sexo", Buenos Aires, Paidós, 2002, 345 p.; Judith Butler, Undoing Gender, Boca Raton, Routledge, 2004.

7. Judith Butler, "Variaciones sobre sexo y género, Beauvoir, Witrig y Foucault", en Martha Lamas (ed.) El género, la construcción cultural de la diferencia sexual, México, PUEG/UNAM, Porrúa, 2000, pp. 303-326; Namascar Shaktini, On Monique Wittig, Theoretical, Political, and Literary Essays, Urbana, University of Illinois Press, 2005, 230 p.; Monique Wittig, The Lesbian Body, Nueva York, Morrow, 1975, 165 p.; Monique Wittig, Across the Acheron, Londres, Dufour Editions, 1987, 119 p.

8. Cheryl Johnson-Odim y Margaret Strobel, Expanding the Boundaries of Women’s History, Essays on Women in the Third World, Bloomington, Indiana University Press, 1992,333 p.

9. Karen Hagemann, "Gendering Trans/National Historiographies, Similarities and Differences in Comparison", ponencia presentada en la 2005 Berkshire Conference on the History of Women, Sin Fronteras, Women’s Histories, Global Conversations, Claremont, California, junio 2-5, 2005.

10. Lourdes Arizpe, Indígenas en la ciudad de México, el caso de las Marías, México, Secretaría de Educación Pública, 1975; Lourdes Arizpe, La mujer en el desarrollo de México y de América Latina, México, Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, 1989; Lourdes Benería y Gita Sen, "Accumulation, Reproduction and Women’s Role in Economic Development, Boserup Revisited", Signs 7, núm. 2, 1981, pp. 279-298; Ana Buquet Codeto, "Panorama actual de centros, programas, y áreas de estudio de la mujer y de género en instituciones de educación superior de México", en Eli Bartra, Gloria Careaga, Mary Goldsmith, (compiladoras), Estudios feministas en América Latina y el Caribe, México, UAM, PUEG, 2004, 265-278. Para una discusión actualizada y amplia del desarrollo de la perspectiva de género en México véase Salvador Cruz y. Patricia Ravelo, "Introducción. Los retos actuales en los estudios de género", en Sara Elena Pérez-Gil Romo y Patricia Ravelo Blancas (coordinadoras), Voces disidentes. Debates contemporáneos en los estudios de género en México, México, CIESAS, Porrúa, Cámara de Diputados, 2004, 5-28.

11. Aquí estamos hablando explícitamente de historia y género, y no nos referimos a cómo otras disciplinas enriquecieron la perspectiva de género. Para una discusión de cómo se ha incorporado la perspectiva de género en la historia, véase, Carmen Ramos Escandón, "Quinientos años de olvido, historiografía e historia de la mujer en México", Secuencia, nueva época, núm. 36, 1996, pp. 121-150; Gabriela Cano, "Más de un siglo de feminismo en México", Debate Feminista, vol. 14, oct. 1996,345-360; Gabriela Cano y Georgette José Valenzuela (ed.) , Cuatro estudios de género en el México urbano del siglo XIX, México PUEGUNAM, Porrúa, 2001; Carmen Ramos Escandón, "Prólogo a la segunda edición", en Carmen Ramos Escandón (coord.), Presencia y transparencia: la mujer en la historia de México, México, El Colegio de México, 2006, 15-20.

12. Mary Goldsmith, "Feminismo e investigación social. Nadando en aguas revueltas", en Eli Bartra (ed.), Debates en tomo a una metodología feminista, México, UNAM- PUEG, UAM, 2002, 35-62; Hagemann, "Gendering Trans/National Historiographies, Similarities and Differences in Comparison".

13. Véase Revista política y cultural, "Mujeres y política", otoño de 1992, núm. 1; Revista políticay cultura, "Raza/etnia y género", otof.o del 2000, núm. 14; Eli Bartra (comp.) Debates en tomo a una metodología feminista, México, segunda edición UNAM/PUEG, 2002; Eli Bartra, Ana Lau, Ana María Fernández Poncela, Feminismo en México, Ayer y Hoy, prol. Ángeles Mastreta, México, UAM, 2000, núm. 130.

14. Scott, "El género una categoría útil para el análisis histórico"; Joan Scott, "Experiencia", Revista de Estudios de Género. La Ventana, núm. 13, 2001, 42-73; Scott, Gender and the Politics of History; Scott, "El problema de la invisibilidad"; Joan Wallach Scott, Feminism and History, Oxford, Oxford University Press, 1996, 611 p.; Joan Wallach Scott, Only Paradoxes to Offer, French Feminists and the Rights of Man , Cambridge, Harvard University Press, 1996,229 p.

15. Georges Duby y Michelle Perrot, "Escribir la historia de las mujeres", en Georges Duby y Michelle Perrot (eds.), Historia de las mujeres en occidente, Madrid, Taurus, 1993; Michelle Perrot, Workers on Strike, France, 1871-1890, Nueva York, Berg, 1987,321 p.; Michelle Perrot, "Haciendo historia, las mujeres en Francia", en Carmen Ramos Escandón (ed.), Género e historia, México, Instituto Mora, 1992, pp. 66-85.

16. Pilar Gonzalbo, Introducción a la historia de la vida cotidiana, México, El Colegio de México, 2005; Pilar Gonzalbo y Pablo Escalante (eds.), Historia de la vida cotidiana en México, México, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, 2004. Carmen Ramos Escandón, "Género e historia, la historiografía sobre la mujer", en Carmen Ramos Escandón (ed.), Género e historia, México, Instituto Mora, 1992, pp. 23-37.

17. Linda Alcoff, "Cultural Feminism versus Structuralism, The Identity Crisis in Feminist Theory", en Nicolas B. Dinks, Eley Goof y Sherry Oter (eds.), Culture, Power and History, New Jersey, Princeton University Press, 1994, pp. 92-122; Kathleen Canning, "Feminist History After the Linguistic Turn, Historicizing Discourse and Experience", Signs, ]ournal of Culture and Society 19, núm. 2, 1994, pp. 416-445; Laura Frader, "Dissent over Discourse, Labor History, Gender, and the Linguistic Turn", History and Theory 34, núm. 3, 1995, pp. 213-230.

18. Victoria E. Bonnell y Lynn Hunt (ed.), Beyond the Cultural Tum, Berkeley, Univesity of California Press, 1999,350 p.; Peter Burke (ed.), Formas de hacer historia, Madrid, Alianza Editorial, 1991; Lynn Hunt (ed.), The New Cultural History, Berkeley, University of California Press, 1989,244 p.

19. Ramos Escandón, "Género e historia, la historiografía sobre la mujer".

20. Carmen Ramos Escandón (ed.), Presencia y transparencia, la mujer en la historia de México, México, El Colegio de México, Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, 1987; Julia Tuñón Pablos, Mujeres en México; una historia olvidada, México, Planeta, 1987.

21. Asuncion Lavrin, "Women in Latín American History", The History Teacher 14, núm. 3, 1981, pp. 87-99, Asunción Lavrin, (ed.), Las mujeres latinoamericanas, perspectivas históricas, México, FCE, 1983; Asunción Lavrin, "Investigación sobre la mujer en la colonia en México", en Asunción Lavrin (ed.) , Mujeres latinoamericanas, perspectivas históricas, México, FCE, 1984, pp. 23-40.

22. Carmen Castañeda García, Violación, estupro y sexualidad, Guadalajara, Exágono, 1989; Asunción Lavrin, "Unlike Sor Juana? The Model Nun in the Religious Literature of Colonial Mexico", The University of Dayto Review 16, núm. 2, 1983, pp. 75-92, Asunción Lavrin, Sexualidad y matrimonio en la América hispánica, siglos XVI-XVIII, México, Grijalbo, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991; Patricia Seed, Amar, honrar y obedecer en el México colonial. Conflictos en torno a la elección matrimonial, 1574-1821, México, CONACULTA, Alianza Editorial, 1991,296 p.

23. Pilar Gonzalbo, La educación de la mujer en la Nueva España. Antología, la. ed., México, Ediciones El Caballito, Secretaría de Educación Pública, 1985; John E. Kicza, "La mujer y la vida comercial en la ciudad de México a finales de la colonia", Revista de Ciencias Sociales y Humanidades 2, núm. 4, 1981, pp. 39-59; Mary Kay Vaughan, "Women, Class, and Education in Mexico, 1880-1928", Latin American Perspectives 4, núm. 1-2, 1977, pp. 135152, Mary Kay Vaughan, Estado, educación ’J clases sociales en México, 2 vols., México, SEP, FCE, 1982.

24. Dawn Keremitsis, "La industria de empaques y sus trabajadoras, 1910-1940", Encuentro, estudios sobre la mujer, Ciencias Sociales y Humanidades 2, núm. 1, 1984, pp. 491-504¡ Dawn Keremitsis, "Latín American Women Workers in Transitíon, Sexual Division of the Labor Force in Mexico and Colombia in the Textíle Industry", The Americas, núm. 40, 1984, pp. 57-74; Verena Radkau, "Imágenes de la mujer en la sociedad porfirista. Viejos mitos en ropaje nuevo", Revista Encuentro 4, núm. 3,1987, pp. 5-40; Verena Radkau, Por la debilidad de nuestro ser, México, CIESAS, 1989; Carmen Ramos Escandón, "Mujeres mexicanas, historia e imagen. Del porfiriato a la revolución", Revista Encuentro 4, núm. 3,1987; Ramos Escandón (ed.), Presencia, transparencia, la mujer en la historia de México, pp. 4158; Zoraida Josefina Vázquez, "La educación de la mujer en México en los siglos XVIII y XIX", Diálogos, núm. 98, 1981, pp. 10-16.

25. Silvia Arrom, La mujer mexicana ante el divorcio eclesiástico, 1800-1857, México, SEP-setentas, 1976; Silvia Arrom, Las mujeres de la ciudad de México, México, Siglo XXI Editores, 1988; Edith Couturier y Asunción Lavrin, "Women and the Family in Eighteenth-Century Mexico, Law and Practice "Joumal of Family, History 10, núm. 3,1985, pp. 294-304; Lorena Meléndez y Plascencia Ramón, "Dotes, arras, bienes parafernales, gananciales y testamentos de mujeres en Nueva España, 1790-1821", tesis de licenciatura en historia, Universidad de Guadalajara, 1992.

26. Gabriela Cano, "Revolución, feminismo y ciudadanía en México, 1915-1940", en Georges Duby y Michelle Perrot (eds.) , Historia de las mujeres en occidente, Madrid, Taurus, 1992, pp. 685-695; Gabriela Cano, "Adelina Zendejas, arquitecta de su memoria", Debate Feminista, vol. 8, sep. 1993, pp. 387-400; Gabriela Cano y Verena Radkau, Ganando espacios, historias de vida, Guadalupe Zúñiga, Alura Flores, Josefina Vicens, 1920-1940, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1989; Ana Lau Jaiven y Carmen Ramos Escandón, Mujeres y revolución, 1900-1917, México, INEHRM, INAH, 1993; Barbara Ann Miller, "Women and Revolution, The Brigadas Femeninas and the Mexican Cristero Rebellion, 1926-1929",Journal of Third World Societies, núm. 15, 1981, pp. 55-66; Barbara Ann Miller, "The Roles of Women in the Mexican Cristero Rebellion, Las Señoras y las Religiosas", The Americas 40, 1984, pp. 303-324; Ilene O’Malley, The Myth of the Revolutian. Hero Cults and me 1nstitutionalization of me Mexican State, 1920- 1 940, Nueva York, Greenwood Press, Inc., 1986, 145 p.

27. Gabriela Cano, "México 1923, Primer Congreso Feminista Panamericano", Debate Feminista, vol. 1, marzo de 1990, pp. 303-318; Anna Macías, Contra viento, marea. El movimiento feminista en México hasta 1940, México, CIESAS, UNAM-PUEG, 2002, 221 p.; Esperanza Tuñón Pablos, "El Frente Único Pro Derechos de la Mujer, 1935-1938", FEM 8, núm. 30, 1983, pp. 21-23; Enriqueta Tuñón Pablos, "La lucha política de la mujer mexicana por el derecho al sufragio y sus repercusiones", en Carmen Ramos Escandón (ed.), Presencia, transparencia. La mujer en la historia de México, México, El Colegio de México, 1987,181-189.

28. Para un balance historiográfico a mediados de ese decenio véase, Ramos Escandón, "Quinientos años de olvido, historiografía e historia de la mujer en México"; Ramos Escandón, Carmen, "Mujeres y género y México: A mitad del camino y de la década", Mexican Studies/ Estudios Mexicanos, vol. 11, núm. 1, 1995, pp. 113-130.

29. Elizabeth Dore y Maxine Molyneux, Hidden Histories of Gender and the state in Latin America, Durham, Duke University Press, 2000; Heather Fowler-Salarnini y Mary Kay Vaughan (ed.), Mujeres del campo mexicano, 1850-1990, Zamora, El Colegio de Michoacán, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003; Jean Franco, Las conspiradoras. La representación de la mujer en México. Versión actualizada, México, El Colegio de México, FCE, 1994, 240 p.; Sandra McGee Deutsch, "Gender and Sociopolitical Change in Twentieeth-Century Latin America", Hispanic American Historical Review 71, núm. 2 ,1991, pp. 259-3%; María de Jesús Rodríguez Shadow, La mujer azteca, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2000; Steve J. Stem, La historia secreta del género. Mujeres, hombres y poder en México en las postrimerías del periodo colonial, México, FCE, 1999.

30. Matthew Gutmann, "Traficando con hombres, la antropología de la masculinidad", La Ventana, vol. 8, 1998, pp. 47-99; Matthew Gutmann, Ser hombre de verdad en la ciudad de México, ni macho ni mandilón, México, El Colegio de México, 2000, 394 p.

31. Para un balance historiográfico de finales de la década de 1990 Y principios de la década de 2000, véase Sueann Caulfield, "The History of Gender in the Historiography of Latin America", Hispanic American Historical Review 81. núm. 3-4.2001, pp. 451-490; Asunción Lavrin, "Latin American Women’s I-lisrory. 1he National Periad", en Bonnie G. Smith (ed.), Women’s History in Global Perspective, Urbana, University of Illinois Press, 2005, pp. 180-221; Gail Murnmert, "Los estudios de la mujer a los estudios de género en México", en Luzelena Gutiérrez de Velasco (ed)" Género y cultura en América Latina. Arte, historia y estudios de género, México, El Colegio de México, 2003, pp. 367-376; Carmen Ramos Escandón, "La historiografía sobre la mujer y el género en la historiografía mexicana reciente", Boletín Virtual del Centro de Estudios de Historia de la Mujer en América Latina IV, núm. 65, 2005; Ann Twinam. "Women and Gender in Colonial Latin America", en Bonnie G. Smith (eds.), Women’s History in Global Perspective, Urbana, University of Illinois Press, 2005, pp. 187-237.

32. Valentina Torres Septién, "Los manuales de urbanidad, 1850-1900", en Gabriela Cano y Georgette José Valenzuela (eds.), Cuatro estudios de género en el México urbano del siglo XIX, México, PUEG-UNAM, Porrúa, 2001, pp. 97-128; Valentina Torres Septién, "Manuales de conducta, urbanidad y buenos modales durante el porfiriato. Notas sobre el comportamiento femenino", en Claudia Agostoni y Elisa Speckman (eds.), Modernidad, tradición y alteridad. La ciudad de México en el cambio de siglo XIX-XX, Ciudad de México, UNAM, 2001, pp. 271-290, Valentina Torres Septién, "Las lectoras católicas, educación informal a través de los manuales de urbanidad y conducta en el siglo XIX", en Carmen Castañeda, Luz Elena Galván y Lucía Martínez Moctezuma (eds.), Lecturas y lectores en la historia de México, México, CIESAS, El Colegio de Michoacán, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2004, pp. 247-262.

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45. Las .siguientes instituciones y programas financiaron esta conferencia: CIESAS, El Colegio de Michoacán, Gender & History, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa¡ merecen una especial mención los apoyos que nos otorgaron CONACYT-National Science Foundation con el acuerdo Ref. J200 563/2003 y UC-MEXUS.


 

 Otro artículo de autoría invidual de Carmen Ramos Escandón, curriculum y enlaces bibliográficos en este blog: Espacios viajeros e identidad femenina en el méxico de fin de siecle: el álbum de la mujer de Concepción Gimeno 1883 1890 

 


 

CIUDADANAS DE VALLADOLID EN LA SEGUNDA REPÚBLICA (Resumen)

CIUDADANAS DE VALLADOLID EN LA SEGUNDA REPÚBLICA (Resumen)

María Teresa Díez Martín 

Universidad Nacional de Educación a Distancia.UNED/ España

 

Este es un resumen, probablemente demasiado conciso y a la espera de una revisión, de un trabajo más extenso y significativo que bajo el mismo título recibió el Premio de Investigación Elisa Pérez Vera de la UNED, el 8 de marzo de 2002.

 

 

Mi agradecimiento a todas las personas que compartieron su memoria conmigo haciendo posible esta investigación. Un recuerdo especial, y emocionado, para Pilar Barajas Fernández, Isaías García Clemente y Julia Pérez Cabello, fallecidos recientemente. Tristes pérdidas que hacen doblemente valiosos sus testimonios. Las demás voces de esta historia fueron la de Manuela González Maestro, Marina Zarzuelo García, María de la Encarnación Rodríguez de Castro y Leonor González Cabeza. Decisiva ha sido la ayuda de Julio Fernández Barajas, hijo de Pilar Barajas, quien fue el  portavoz de su madre a la vez que de su propia historia. También, gracias a Pilar de la Torre Montiel del PSOE de Valladolid, hija de otra republicana y socialista de aquella valiente generación de mujeres, que me prestó su desinteresada colaboración.

 

 

Siguiendo lo que ya supone cierta tradición siempre que se aborda un tema de historia de las mujeres y de género, no está demás comenzar con aquella proclama testimonial, tantas veces oída, que afirma la necesidad de visibilizar a las mujeres en la historia. Aunque, es cierto que desde hace ya algo más de tres décadas la confluencia de las avanzadas historiográficas y el impulso de los movimientos sociales, especialmente el feminista, ha conseguido desvelar a las mujeres como sujeto histórico trastocando sin remedio la visión androcéntrica tradicional de la Historia. Como también es constatable que la exploración de los discursos desde el análisis de género ha situado en una dimensión propiamente histórica las claves de la subordinación de las mujeres.  Y todo ello asentado en un marco académico cada vez más amplio, pues se puede decir que hoy lo extraño en el ámbito occidental  es una  universidad que no cuente con una cátedra, posgrado, seminario o programas dedicados a este campo de estudios.  Sin duda, en conjunto, los hallazgos para el conocimiento histórico son destacables, y a la vista está una sólida producción científica que hace ya innecesario el dedicar página alguna a justificar la necesidad de una historia de las mujeres y de género, como hasta no hace mucho tiempo ha sido habitual.  Sin embargo, en gran medida, son logros reducidos  a su campo de especialización, que no terminan de integrase con plena autoridad en el conjunto de la producción histórica que como mucho recoge, y salvo excepciones que siempre las hay, ecos políticamente correctos. Los avances y aportes ya pocas veces se niegan, simplemente se ignoran. En definitiva, procede decir, aun desde un marco de significado diferente, que todavía quedan frenos por abatir para una total visibilización de las mujeres en la Historia

 

Valga lo dicho no sólo como el derecho al pataleo, sino también como un cuadro de las referencias historiográficas que han informado esta investigación; que en lo  esencial se propone desde una posible historia sociocultural de género/s, femenino aquí.  Podría decirse, por aquello del gusto a las etiquetas,  que la dirección seguida es la de una renovada historia política que trata de analizar las relaciones de significado entre el discurso político sobre y para las mujeres, las representaciones y las prácticas de género. Significaciones que construyen el sujeto ciudadana. Un plano del análisis que no excluye, sino muy al contrario, el estudio de las culturas políticas femeninas y feministas, generacionales y locales en este trabajo.

Estos son los puntos de referencia para la presentación de un trabajo del que, a la espera de su versión definitiva,  se esbozan unos cuantos párrafos en los que se destacan las prácticas de la militancia femenina que irrumpen en la vida social vallisoletana, transgrediendo el sistema tradicional. Ya que, sin duda,  la conciencia política de las mujeres y su proyección social es el primer factor, activo y consciente, a tener en cuenta en la construcción del sujeto ciudadana. Un sujeto de importancia que, por primera vez en la historia de España, se empodera con la consecución del voto, o mujeres de pleno derecho político, ciudadanas. Por supuesto, y como es sabido, el derecho formal de la igualdad política distó mucho de extenderse a otras esferas de la vida de las mujeres y no logró subvertir, en lo fundamental, el sistema de subordinación femenina, pero marcó un hito que se añadió como referente colectivo de las izquierdas, el feminismo y el  progresismo republicano. Referente, el sujeto ciudadana, que informó la decidida intervención de las mujeres, combatientes o en la retaguardia, en la guerra civil, y que en la  oscuridad de la  dictadura franquista fue para muchas un tesoro de dignidad a guardar, como la mejor herencia para las generaciones futuras de mujeres y hombres.

Semejante potencial fue objeto de una atención especial en el contexto de la política republicana. Los diferentes gobiernos, la Iglesia, partidos, sindicatos y movimientos sociales de diversa índole estuvieron interesados en instrumentalizar a estas recién nacidas a la ciudadanía política. El escenario político de Valladolid no fue una excepción. Con todo, la percepción de aquel momento por las protagonistas, su testimonio, constituye el necesario contrapunto a la historización "desde arriba" y aporta las claves de la construcción del sujeto ciudadana. Sirva lo expuesto como una sumaria presentación del tema, pues, por el momento y como se ha indicado, la investigación se encuentra en fase de revisión y ampliación, contando ahora con otros aportes documentales que no estaban disponibles en 2002.

 


Se han utilizado tanto fuentes impresas como orales. Entre las primeras han sido fundamentales los diarios El Norte de Castilla y el Diario Regional, junto al semanario socialista Adelante y el falangista Arriba. Sobre la filiación ideológica de los dos diarios, brindan una precisa caracterización las consideraciones de Checa Godoy: " Diario Regional será órgano a caballo entre e integrismo y de la CEDA y el Norte de Castilla, más influyente, oscilará entre el conservadurismo independiente y una cierta simpatía hacia el radicalismo, pero en cualquier caso fieramente enfrentado a la izquierda"
[2]. La oposición a estas posturas sería uno de los fines del socialista Adelante, erigido en el mejor defensor de la política municipal republicano-socialista. La misma que El Norte de Castilla y Diario Regional silencian o critican. También, el semanario socialista abanderó la lucha anticlerical, siendo el acicate continuo de la línea confesional-católica del Diario .Regional.

La prensa, pues, muestra la escena política local y nacional conformada en espacio creador de los discursos de género. Así, la derecha católica y conservadora sublimaba el destino natural de la mujer como esposa, madre, piedra angular de la familia y espejo de las virtudes cristianas. De la misma forma reivindicó la prensa fascista la condición femenina y, además, enfatizaba su subordinación al destino guerrero de los varones, en una perfecta apología sacrificial de inmolación y culto al dolor[3].

La lucha por la igualdad de los sexos fue la tarea que se marcaron las izquierdas republicanas. Impulso que amparó los objetivos del feminismo liberal, y que encontró su portavoz en El Norte de Castilla. Por último, la difusión del ideario feminista de clase ocupó continuamente las páginas socialistas de Adelante, en una doble tarea de propaganda y educación política.

Las fuentes orales se han manifestado como un instrumento primordial, y han aportado los factores de interpretación sobre la memoria histórica individual y colectiva. Las entrevistas grabadas han permitido conservar unos valiosos testimonios humanos, y han dado a esta investigadora una lección de historia viva. Vaya por delante mi agradecimiento a las mujeres y hombres que, con entusiasmo y generosamente, han contribuido con sus recuerdos a este estudio.

 

 

Mutualidad Maternal. Memoria histórica de la Casa Social Católica, 1915- 1938

 

 

La presencia femenina: población, trabajo e instrucción 

 

Los aspectos poblacionales de Valladolid durante los años de la segunda República siguieron la pauta nacional del modelo demográfico de nuevo régimen, que se aprecia durante el decenio de los años treinta más acusado en la ciudad que el campo. Se constata así, una mayor población femenina sobre la de varones debido al menor índice de mortandad, superior esperanza de vida y tasa de supervivencia.

Se acusa, igualmente, un descenso de las tasas de nupcialidad y natalidad condicionadas en gran medida por la crisis económica, e indicadoras de prácticas anticonceptivas voluntarias que sugieren un cambio en la mentalidad femenina. Por otra parte, el retraso en la edad de los matrimonios provocó un aumento de solteras y la mayor demanda de trabajo remunerado. Necesidad que se impuso también a las casadas y viudas ante el aumento del desempleo masculino.

Valladolid, como capital regional, fue un centro de acogida de la emigración rural, y principalmente la de los núcleos urbanos periféricos, población migrante que en una alta proporción fue femenina, contrastando con la preferencia masculina por la emigración a la periferia peninsular y extranacional. El importante contingente de mujeres que acogía la ciudad se dedicaba, en su mayoría, a las labores domésticas y ocupaciones derivadas de la reproducción. Una minoría de ellas se contabilizan entre las activas, de éstas los índices más altos corresponden al servicio doméstico y trabajos relacionados con las tareas tradicionalmente adjudicadas a las mujeres. Porcentualmente, la ocupación en el sector secundario se muestra muy pequeña respecto al total de activos, y es la rama del textil el sector que más trabajadoras agrupaba. Fue, no obstante, un colectivo escaso en relación con las concentraciones industriales de primera línea peninsulares, pero el más alto en el ámbito regional. Pues, Valladolid durante las tres primeras décadas del siglo XX fue una provincia dinámica cuya capital se encontraba en proceso de industrialización, de tal forma que se constituyó en foco de atracción de los recursos periféricos regionales.

La alta proporción del analfabetismo femenino es otra de las características a destacar, como sinónimo de una triste realidad nacional. Situación que experimentaría una mejoría notable en los años republicanos, por los programas gubernamentales que propiciaron la extensión de la educación en general, y la corriente ideológica que incentivaba la incorporación activa de las mujeres a la vida social a través de múltiples proyectos culturales, institucionales o alentados por las formaciones políticas. Estas últimas desarrollaron sus actividades en Valladolid a través de la Casa del Pueblo y la Casa Social Católica. Todas estas iniciativas se situaron en el centro de la polémica nacional sobre la educación e instrucción de las mujeres, y que en sus diversos matices refleja la prensa local[4].

Aún acusando la crisis económica, el período republicano significó una mejora apreciable en el nivel de vida de la población vallisoletana[5]. A la que contribuyó, de forma decisiva, una normativa laboral más progresista con los derechos de los trabajadores, que fue intención preferente de los gobiernos republicanos-socialistas. Las obreras se beneficiaron de las ventajas generales y algunas que les afectaban singularmente, como las prestaciones de los seguros públicos a la maternidad y sus servicios asociados. Disposiciones gubernamentales que, aún estando lejos de una efectiva implantación por múltiples causas[6], comprometieron al Ayuntamiento de Valladolid en algunos de sus fines, entre los que destaca la promoción del "Instituto de Maternología y Puericultura"[7], primera institución en su género promovida por una municipalidad.

Complementariamente, y con semejantes fines asistenciales, las Mutualidades fomentadas por las agrupaciones políticas ofrecieron una cobertura importante, y acogieron a un número elevado de mutualistas. Organizaciones que, como efectivo instrumento de propaganda política, se dirigieron directamente a las mujeres, desde los diferentes presupuestos ideológicos que representaban en la ciudad la Mutualidad Obrera[8], vinculada a la Casa del Pueblo, y la Mutualidad Maternal ligada a la Casa Social Católica[9].

Sin embargo, y a pesar de estas condiciones favorables, la situación de las mujeres trabajadoras en Valladolid como en el resto del país no experimentó avances sustanciales, porque la Legislación Laboral, en lo que a ellas les afectaba, contenía disposiciones discriminatorias que legalizaron una explotación sin atenuantes y a más bajo salario que la  que afectaba a los varones. Panorama más gravoso aún porque las cuasiasalariadas trabajadoras estaban obligadas a la prolongación  de sus jornadas fuera de los tajos con el trabajo casero y familiar[10].  . Esta situación no fue, en general , un objeto específico en las reivindicaciones obreras del sindicalismo del momento, y la igualdad de los sexos en los derechos laborales se defendió, más testimonialmente que de hecho, en el marco programático de  la clase obrera. A considerar  quedan, pues, los discursos sobre el trabajo femenino bajo los parámetros  de  las fuerzas político-sindicales de la ciudad, donde, aparte los movimientos anarquistas y comunistas minoritarios, se imponía el discurso igualitario socialista junto al del reformismo social de tintes cristiano-caritativos del movimiento sindical católico vallisoletano en el que las mujeres podían aspirar a ser rescatadas del castigo del trabajo asalariado para ocuparse de sus labores "naturales"[11].  

 

Adelante.  25 de diciembre de 1932.  Número, 65

 

 

 

La práctica ciudadana de las vallisoletanas.

 

Cuando el cuerpo legislativo del proyecto democrático republicano-socialista estableció formalmente la igualdad de los sexos, posibilitó la plena participación política de las mujeres. Es ésta una afirmación que se debe subrayar, independientemente de las inevitables contradicciones o de los límites ideológicos que la mentalidad tradicional impuso a la práctica total de la ciudadanía femenina. Porque, en cualquier medida que se considere, supuso la transgresión de los valores sociales conservadores. Una percepción, si cabe, más acusada en la mentalidad provinciana de la sociedad vallisoletana que entra de lleno en un exacerbado debate, mediatizado por las coordenadas ideológicas y políticas de un discurso polarizado entre la derecha católica agrarista y la izquierda socialista. Dualidad aún más relevante ante la mínima organización de fuerzas radicales como la comunista, la anarquista o un feminismo de vanguardia.

Son factores que aparecen como decisivos a la hora de rentabilizar los votos femeninos, o de contener lo que fue un nuevo poder en manos de las mujeres. Así, la consecución del sufragio femenino como derecho político por excelencia, logró movilizar múltiples recursos políticos. En este sentido, se recogen los discursos de la política electoral, que desvelan, en un rápido bosquejo, claves decisivas para la interpretación del período en la ciudad: el inicial miedo al voto de la mujer tanto de la izquierda como de la derecha[12], los discursos de Gil Robles poniendo en píe de guerra a un ejército femenino integrista-católico[13], el efectivo activismo político de la Liga Anticomunista Femenina abanderada de la lucha contra el marxismo y la masonería[14], o las ultramontanas arengas de Falange Española que anunciaban a la nueva mujer española[15]; en contraste, se registra el discurso radical de los partidos republicanos, que tienen en la Unión Republicana Femenina liderada por Clara Campoamor[16] su foro feminista, o la decidida defensa de la izquierda obrera socialista por el voto y los derechos de la mujer[17].

Si la relevancia de la práctica electoral de las mujeres alcanzó a todas las esferas de la vida ciudadana, quizás mayor significación adquirió la militancia política. Con independencia del número o los porcentajes de las afiliadas, la incidencia fue claramente cualitativa en el área social y cultural. Una importancia que asumieron todas las formaciones políticas, que crearon y apoyaron el desarrollo de sus ramas femeninas.

La izquierda obrera lideró el feminismo socialista organizado en el Grupo Femenino Socialista[18], que señalaba una intención de ruptura con la mentalidad tradicional de y sobre la mujer, y una sincera batalla por la emancipación femenina, sin embargo, subordinada a los intereses del partido que eran los de la revolución social. Es precisamente el ímpetu revolucionario el que explica la mayor iniciativa y responsabilidad organizativa en los temas de las mujeres de la Juventud Socialista. Por otra parte, parece que faltó, o fue muy débil, entre la familia socialista vallisoletana el asentamiento de corrientes coincidentes con propuestas feministas más avanzadas dentro del PSOE, como la que representó Margarita Nelkel.

En el movimiento de derechas, que aglutinó con ventaja a la mayor parte de mujeres organizadas, el protagonismo perteneció a la Liga Anticomunista Femenina dirigida desde el integrismo agrario y el obispado. La Liga se integraría en la órbita de la CEDA, bajo cuyo impulso una parte de la organización se constituyó en Acción Popular Femenina. La recuperación de Acción Católica a partir de 1934, reforzó las filas de la derecha femenina con Acción Católica Femenina y Juventud Femenina de Acción Católica.

En una caracterización común de las fuerzas conservadoras resalta su dependencia de un ideario patriarcal cerrado, el que se asumió como parte característica de su cultura política contraria a cualquier libertad de las mujeres, sin ambigüedades. No obstante, y entrando en contradicción con la usual ausencia de las mujeres en los espacios públicos, la alianza de la derecha y la Iglesia promocionó la movilización femenina de forma masiva en apoyo de sus intereses. Lo cual, suponía el ejercicio activo de sus derechos de ciudadanas, aun contando con el efectivo control partidista y espiritual. El peso decisivo de la militancia femenina conservadora en el devenir político del período republicano es un hecho que hay que destacar, y sobre el que aún faltan estudios locales de entidad como ocurre en el caso de Valladolid.

Sobre lo anteriormente expuesto, se puede deducir que tanto en el bloque ideológico de la derecha como en el de la izquierda se impuso una general prioridad partidista sobre las reivindicaciones propias de las mujeres. Y aun considerando las diferencias entre los dos bloques, hay que contemplar esta actuación como un condicionante que limitó el acceso de las mujeres a los puestos de poder dentro de los organismos institucionales, movimientos sociales o políticos. De hecho, en Valladolid tal presencia es prácticamente anecdótica.

Para finalizar, interesa constatar que la práctica de la ciudadanía femenina, en cualquiera de sus dimensiones, o nivel geográfico, fue una escuela de aprendizaje para las mujeres y la sociedad en general. Y un proyecto desgraciadamente truncado por el levantamiento militar franquista. En cualquier caso, constituyó una experiencia imprescindible para el proyecto democrático de la segunda República.

 

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APÉNDICE/  selección de hemeroteca

  

 

 

 

 

En un acto de agitación de FE  celebrado en el Teatro Calderón, el 16 de enero de 1936, ya en precampaña de las elecciones de febrero del mismo año, Rosario Pereda pronunciaba uno de sus discursos más inspirados dirigido a las mujeres falangistas. Anunciaba en él la dirigente del SEU y de la Sección Femenina a la vanguardia tradicionalista femenina  llamada a  ejemplarizar y disciplinar a las mujeres en la "nueva España de Franco" :

 

 

(...) Falange Española de las JONS, (...) ha tenido un gesto nuevo; este de querer oir junto a sus voces directoras a la mujer de España, que acertó desde un principio a sentir con emoción auténtica cuanto la Falange es, cuanto simbolizáis vosotros, camisas obscuras de heroísmo, calientes de sangre, en anhelo puro de salvar a España, rehaciendo su unidad y su grandeza para hacerla libres otra vez. Y porque todas vosotras con vuestro estilo de milicia, intentáis esto y consiguiéndolo vais día tras día(...) y es aquí, entre vuestra hombría, en este ambiente de lucha y de lucha cierta contra todo lo que nos envilece y nos deforma, es aquí, digo, donde nuestra debilidad de mujeres, valientes sólo ante al amor y el sacrificio, encuentra verdaderamente motivado un serio quehacer(...) porque sólo en nuestras filas no se nos utiliza con miras a las elecciones; porque sin adularnos ni deformar nuestra misión exponiéndonos al ridículo de ser diputadas, por ejemplo, nos asignáis, integro un cambio, un papel de acción educativa que es en verdad nuestro papel de mujeres y de españolas. Como a Isabel nos queréis junto a vosotros, en la pelea para infundiros ánimo y sonreiros mientras reedificáis santa fe en estas horas históricas que teñís de rojo vuestra camisa oscura (Gran ovación)
Reproducción facsímil del semanario de la Falange Arriba, 16 de enero de 1936

 

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 NOTAS 

 


[1] El grueso de la investigación se ha centrado en la ciudad de Valladolid, aunque se aporta una visión general del conjunto provincial.

 [2] CHECA GODOY, A. (1989) Prensa y partidos políticos durante la II República en Valladolid. Salamanca: Universidad de Salamanca.

[3] Consideraciones que corroboran ampliamente las fuentes consultadas, y que coinciden con las reflexiones de GALLEGO MÉNDEZ, M. T. (1983) Mujer, falange y franquismo. Madrid: Síntesis.

 [4] Abunda el recelo sobre la instrucción de la mujer, y así se expresa lo legítimo de la educación intelectual cuando obliga la penosa necesidad de ganarse la vida, tal y como escribe Graciela Madero desde El Norte de Castilla, 15- III- 1936; o se insiste en la necesidad de apartar a las mujeres del peligroso camino del intelecto que las lleva descuidar sus deberes naturales. Buen ejemplo de ello es el artículo que publica el Diario Regional el 10- I- 1936, en el que anuncia la apertura de la “Escuela Hogar” en Valladolid.

[5] Es ésta una de las principales conclusiones expresadas por PRADO MOURA, A. de (1985) El movimiento obrero en Valladolid durante la II República. Valladolid: Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura

[6] Memoria de la Caja de Previsión Social de Valladolid- Palencia en el ejercicio de 1932. Archivo Histórico Provincial de Valladolid. Signatura U-75-1917

 [7] El Norte de Castilla. 8- II- 1933 y Adelante 23- IV- 1933, pág. 1

[8] Información al respecto en PALOMARES IBÁÑEZ. J.M. (1988) El Socialismo en Castilla. Partido y Sindicato en Valladolid durante el primer tercio del siglo XX. Valladolid: Universidad de Valladolid. Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca

[9] Memoria Histórica de la Casa Social Católica. 1915-1938. (1939). Valladolid. Archivo Histórico Provincial de Valladolid- V- 9/157

[10] Sobre esta cuestión es obligatorio citar el minucioso trabajo de NÚÑEZ PÉREZ, M.G. (1989) Trabajadoras en la Segunda República. Madrid: Centro de Publicaciones del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.

[11] La primera en afiliados y poder político fue la socialista, conjuntamente PSOE-UGT, en segundo lugar se situaron las formaciones católicas. Sin embargo, es presumible que los sindicatos y organizaciones católicas, sumados a las organizaciones de la derecha, tuvieran entre sus filas a un mayor número de mujeres.

[12] Como ejemplo el artículo de Carmen de Burgos" Colombine" en El Norte de Castilla 24- VI- 1931, o el de Francisco de Cossio en el mismo diario 20- X- 1933.

[13] Al respecto véase: "Discurso de Gil Robles en el Teatro Calderón", El Norte de Castilla 13- I- 1932

[14] El Diario Regional ofreció numerosas noticias de las actividades y evolución de esta organización. También, de sumo interés es la información de Adelante, que dirigió una campaña de ataques contra la Liga especialmente beligerantes durante los períodos electorales.

[15] Una magnífica muestra es el discurso de Rosario Pereda en el Teatro Calderón de Valladolid, organizado por Falange Española el 16 de enero de 1936: Arriba. Reproducción facsímil.

[16] Dejó Clara Campoamor constancia de su coherencia personal en el acto celebrado en el Ateneo de Valladolid, y organizado por la Unión Republicana Femenina de la ciudad: El Norte de Castilla. 7- I- 1933

[17] Adelante mantuvo una continuada llamada a las mujeres, en un discurso que combinaba la propaganda electoral con la labor educadora. Se insistió en la deuda moral de la mujer con la República y el socialismo que las hizo ciudadanas de derecho.

[18] Las puntuales informaciones de Adelante sobre el Grupo Femenino Socialista y la Juventud Socialista, han permitido un excelente seguimiento de sus actividades, completadas y contrastadas con los testimonios de antiguas militantes.

Es obligado citar como referencia esencial la investigación realizada por Sonsoles Gómez Carbonero en su tesis doctoral Cultura ciudadana y socialización política en la República. Actitudes y comportamientos de los vallisoletanos, 1995. Trabajo que, teorizado sobre el concepto de cultura política, traza el mapa de la actividad política de las mujeres en el Valladolid de la II República.  Disponible el texto completo en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

 


 

Fuentes documentales 

Archivo Histórico Nacional de la Guerra Civil, Salamanca.

Archivo Histórico Provincial, Valladolid.

Biblioteca Universitaria Reina Sofía, Universidad de Valladolid.

Archivo de la Real Chancillería de Valladolid

Prensa periódica y partidista: El Norte de Castilla, Diario Regional, Adelante y  Arriba.

Fuentes orales

Entrevistas varias

 


 


FOTOGRAFÍA DE PORTADA

 

 

 

1932 - Grupo de la Juventud Socialista y miembros del Grupo Femenino Socialista de Valladolid, en una visita al Monasterio del Escorial con motivo de unos cursillos.

De pie, tercera por la izquierda, Pilar Barajas Fernández, una de las mujeres que nos ha prestado su recuerdo. Sentadas en la primera fila, dos de las jóvenes socialistas citadas en este trabajo que fueron víctimas de la barbarie franquista: primera por la izquierda María Ayllón, fusilada en 1937; tercera por la izquierda Vicenta Bermejo, fusilada en 1936. 

El original de esta fotografía pertenece a Julio Fernández Barajas, hijo de Pilar Barajas Fernández, quien ha autorizado su reproducción en esta investigación y en este blog. Se recuerda expresamente la obligatoriedad, según la ley de la propiedad intelectual, de citar su procedencia y la prohibición de su reproducción con fines lucrativos.

 


 

Este resumen fue publicado en: adistancia, Revista de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, Vol. 20, nº 1 ( octubre 2002), (pp.101-107).

 


 

LA AUTORA

Es licenciada en Geografía e Historia por la UNED. En la actualidad realiza su tesis doctoral sobre Colonialismo y Género y ha obtenido el Diploma de Estudios Avanzados (DEA) con el mismo tema, en la misma universidad y bajo la dirección de la doctora Marina Alfonso Mola.


DISTINCIONES

-- 2002, 8 de marzo. Premio Elisa Pérez Vera de investigación, U.N.E.D, por el trabajo Ciudadanas de Valladolid en la II República

 -- 2007, 19 de septiembre. Mención especial en el concurso de investigación “Otras Miradas”. Convocado por el Ayuntamiento de Palencia, por el trabajo Señoras brigadieras, coronelas, capitanas…Colonialismo y género en el siglo XVIII.

 

ACTIVIDADES

 -- Desde 2005, dirección y Edición de la Revista digital Frentes Avanzados de la Historia

 -- Desde 2005, colaboradora del Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina, CEMHAL

 -- Desde 2009, colaboradora de la revista Hojas de Warmi, Investigación para el feminismo la cooperación y solidaridad con América Latina. Ed. Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad, SIMS / Universitat de Barcelona, UB 

 

PUBLICACIONES

 -- Artículo: “Ciudadanas de Valladolid en la II República”, en adistancia, Revista de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, Volumen 20, nº 1, octubre 2002, págs. 101-107; [en línea] FAH, Resumen: 

 -- Artículo: “Perspectivas historiográficas. Mujeres indígenas en la sociedad colonial hispanoamericana”, en Tiempo y Forma, Revista de Historia Moderna, UNED, nº 17 (2004), págs. 215- 253. En Sara Beatriz Guardia (Ed.) Escritura de la historia de las mujeres en América Latina. El retorno de las diosas, Ed. Minerva, Lima, 2005, págs. 155-200;  e-espacio digital UNED   / En FAH    

 -- Artículo: “Representaciones y prácticas de género en la proyección del colectivo social de la oficialidad militar. Una estrategia de la política colonial en el siglo XVIII”; Revista digital Destiempos, año 3, nº 14, México, D.F. (mayo-junio 2008)    

 -- Artículo: “Viajeras al servicio de su majestad en el siglo XVIII. Un discurso colonialista en las prácticas de género” y prólogo en Sara Beatriz Guardia (ed.) Viajeras entre dos mundos, Ed. CEMHAL, 2011, págs. 123-140;  Artículo En  FAH     / Presentación del libro en FAH / Libro completo pdf en CEMHAL

 -- Compilación y presentación, Dossier: “Reflexiones para el Debate sobre los géneros desde las dos orillas atlánticas”, Hojas de Warmi, nº 16, 2011, SIMS, UB, [en línea] SIMS

 


 

Enlaces de interés a los grupos de trabajo que investigan en torno a la Memoria Histórica de Valladolid

Verdad y Justicia 

Memoria Histórica de Valladolid

 

LOS HOMBRES DE DIOS: APROXIMACIÓN A UN ESTUDIO DE LA MASCULINIDAD EN NUEVA ESPAÑA

LOS HOMBRES DE DIOS: APROXIMACIÓN A UN ESTUDIO DE LA MASCULINIDAD EN NUEVA ESPAÑA
  

Asunción Lavrin

 Arizona State University, U.S.A.

 

 

  

 

 

 

   

 

Abordar el tema de la masculinidad después de muchos años de estudiar la experiencia femenina en el período colonial y principios del siglo XX es, para mí, un reto intelectual al que me acerco con curiosidad y respeto al mismo tiempo. No tenemos muchos “modelos” que nos guíen en la historiografía colonial ya que los pocos estudios que han abordado hasta ahora el tema, se han interesado en indagar sobre la naturaleza de la homosexualidad y su represión[1]. Así que estamos en terrenos poco explorados que demandan echar cimientos con vistas a la información que nos brindan las fuentes.

He escogido la masculinidad representada por los hombres que pertenecieron a las tres órdenes mendicantes que evangelizaron Nueva España, agustinos, dominicos y franciscanos, por sentirme cómoda dentro del ámbito de la iglesia. Mis estudios sobre las “esposas de Cristo” en Nueva España, casi me han empujado a indagar la cara masculina de quienes se dedicaron a servir a Dios. Desde luego que la masculinidad de hombres que se salieron “del siglo” tiene sus peculiaridades, pero parto de la premisa que aún siendo religiosos, no dejaron de ser hombres, y que precisamente su vocación religiosa les confiere características de masculinidad que resultan provocadoras en su expresión. Mi propuesta de estudio tiene tres temas: la masculinidad santa o sea la representación del ideal del hombre dedicado a Dios. Parte de esa “representación” es la renuncia al sexo: o sea que es una masculinidad presuntamente asexuada. Sin embargo, la información histórica nos ofrece otra realidad muy distinta. La sexualidad no se podía borrar con la toma de hábitos, y por lo tanto, el segundo aspecto en esta propuesta es el estudio de la sexualidad manifiesta de los hombres de Dios. Otro aspecto clave de la representación del hombre santo es su distanciamiento de los intereses que motivaban al hombre común y corriente. De nuevo la información histórica nos presenta a hombres constantemente involucrados en la lucha por el poder. En consecuencia, el tercer aspecto del estudio de la masculinidad sería el de las formas de ejercer el poder. Podría argüirse que la lucha por el poder es la clave de toda historia. Y así es. De hecho se puede afirmar que la lucha por el poder entre las diversas ramas de la iglesia es una necesidad metodológica si se desea conocer esa historia. Dada la riqueza de ejemplos de lo que fue ese constante enfrentamiento de órdenes religiosas entre sí; o de órdenes religiosas con la iglesia episcopal, o con las autoridades reales, esta tercera sección del trabajo se debe reducir a ilustrar esa lucha con sólo algunos ejemplos que nos permitan establecer la validez de la propuesta.

 

 

LOS HOMBRES SANTOS

 

La tradición de Vitae o Vidas que representaban los modelos de perfección cristiana se estableció muy temprano en los primeros siglos después de Cristo y continuó a través de la Edad Media europea[2]. Las vidas se proponían contar las virtudes de los hombres y mujeres que, dedicados a la propagación de la nueva fé, poseían virtudes superiores a los demás, y que servirían de inspiración a generaciones venideras. Para el tiempo de la conquista del nuevo mundo existía una considerable tradición narrativa sobre hombres y mujeres, mayormente biográfica que serviría de modelos al desarrollo de ese género en Hispanoamérica y aún la América portuguesa. Las primeras biografías ejemplares comienzan a aparecer en “las Indias” a finales del siglo XVI. Fue cuando las órdenes mendicantes se dieron cuenta de que por falta de memoria escrita, la historia de quienes llevaron a cabo la obra de evangelización y enraizamiento del catolicismo, se podría perder. Así en 1573, el franciscano Jerónimo de Mendieta (d. 1604) recibió la órden de escribir una crónica de su orden, que terminó en 1585. fray Agustín Dávila Padilla (1562-1601) terminó la primera crónica dominica en 1596. [3] fray Juan de Grijalva publicó una crónica de la orden de San Agustín en 1624[4]. Otras varias se publicaron en el siglo XVII. Es en estas historias que aparecieron las primeras “vidas” de los miembros de las órdenes; las biografías personales no aparecen sino hasta mediados del siglo XVII. Otra fuente de información biográfica fueron los sermones fúnebres, género que dejó numerosos ejemplares a través de dos siglos y medio. En estas fuentes he buscado la representación emblemática del modelo de masculinidad “santa.”

Asumimos que “representación” es una creación cultural que intenta proyectar una imagen deseable de un sujeto, un evento o una cultura. La representación no coincide con la realidad, pero persuade a otros de que es en sí, la suma de características específicas y deseables de la realidad. Es una proyección imaginaria pero necesaria para aglutinar voluntades y crear una “mitología” social que sirva de emblema a un grupo o una sociedad. La representación sirve para dirigir la memoria en cierta dirección y hacia objetivos prefijados. La creación de un fraile observante y ejemplar fue un elemento esencial en la construcción de la memoria histórica de cada órden en busca de la aprobación social de su comportamiento y la reafirmación de su identidad como ente corporativo. También fue una herramienta pedagógica para sus propios miembros, un medio de propaganda para consumo de la Corona y de la feligresía e importante y un argumento más para ilegitimizar la conquista y la conversión de los indígenas al cristianismo.

Con pocas excepciones, las crónicas de las órdenes se escribieron entre el final del siglo XVI y mediados del XVIII, cuando el entusiasmo por ese tipo de escritura parece haberse apagado., a excepción de las crónicas de áreas alejadas de la capital virreinal, donde aún se llevaba a cabo un proceso de “conquista espiritual,” como en la frontera norte[5].

Aunque la mayoría de los cronistas buscaron información verídica y corroboración de hechos usando documentos conventuales e historia oral, sus trabajos son una mezcla de realidad y hagiografía. Para evitar el riesgo real de “hacer santos” en una época tan inclinada a la exageración y la credulidad, Urbano VIII prohibió en 1625 que ningún autor hiciera reclamos de revelaciones, milagros o visiones sin la aprobación explícita de las autoridades religiosas. Todas las crónicas y biografías serían revisadas por varios “lectores” con autoridad para disputar o vetar la información contenida en el manuscrito antes de su impresión El autor tenía que declarar que no pretendía establecer la santidad de nadie y se atenía en todo al juicio de la iglesia católica.

A pesar de estas salvaguardas, los autores barrocos de los siglos XVII insertaron toda clase de maravillas y milagros en la escritura, protegidos por su declaración previa, y los “censores” cumplían con su deber y aprobaban obras en las cuales podían ocurrir los incidentes más imaginativos y los hechos más super-humanos personificados por los beatíficos porta-estandartes de un nuevo reino cristiano en el nuevo mundo. Es dentro de este marco referencial que debemos estudiar la construcción del hombre santo, y también recordando que las crónicas y las vidas reflejaban la creencia que Dios había asignado a las órdenes mendicantes la oportunidad de cambiar el destino de la humanidad. Aún así se sobre-entendía que los hombres de Dios no eran perfectos. El hombre santo, reclamaba fray Jerónimo de Mendieta, no tenía que ser un paragón de virtudes, pero era un hombre con una misión, a quien Dios probaba con tentaciones y flaquezas[6]. El siervo de Dios se acercaba más a su perfección cuanto más ardua era su tarea en luchar contra cualquier tentación para mantener el espíritu de su orden y sus votos de obediencia, castidad, y pobreza. Era precisamente la lucha contra estos obstáculos lo que ponía al fraile en el camino de perfección y la que lo hacía memorable.

Las cualidades que ostentaban esos siervos del Señor, presentados por sus biógrafos, destilaban la esencia de una hombría dedicada al servicio de Dios. Algunas de estas virtudes eran muy semejantes a la de los seglares, pero los hombres dedicados a Dios no perseguían –hipotéticamente en estos recuadros– la gloria o la ambición personal dentro de su ambiente socio-político. La esencia de la observancia, para el fraile que aspiraba a seguir el modelo de perfección, era obedecer las reglas de su orden. Nunca debería creer que había logrado la perfección. El amor y la caridad (básicamente una misma cualidad) eran las virtudes básicas que se ejercían con los hermanos en religión ante todo, y con el resto de la humanidad. El objetivo del hombre santo era la imitación de Cristo, un concepto muy popular en el siglo XVI, y que se predicaban lo mismo para los seglares como para los miembros de las religiones. Centrándose en la humanidad de Cristo y sintiendo sus sufrimientos se llegaría a ser más como El.

La vida del perfecto mendicante tendría que establecer un balance entre lo espiritual y lo temporal. Una vida espiritual perdida en contemplación excesiva, oraciones y visiones, podría semejarse peligrosamente a una vida femenina, especialmente a las hermanas en religión. Los frailes no hacían voto de enclaustración y por lo tanto tenían el deber de involucrase en actividades que hablarían del servicio a Dios en un mundo lleno de las hostilidades. En palabras de Mendieta. “Durante el día Dios te pide que te ocupes de asuntos de su servicio; por la noche puedes alabar la gloria de Dios.” [7] La afectividad, una característica de la espiritualidad femenina, fue mucho menos enfatizada en los elogios de frailes, que, al contrario, se centraban en la sociabilidad de un hombre al servicio de Dios en el mundo y cuyo propósito era recordarle a esa sociedad, cuales eran las verdaderas miras de la vida humana. Aprender cual era el buen gobierno de su órden y defender sus intereses, era parte de sus deberes, pero siempre respetando las jerarquías de la religión. Los hermanos legos, por ejemplo, eran elogiados por su humildad y la simplicidad con que cumplían sus obligaciones y nunca por otras aspiraciones intelectuales o espirituales que pertenecían a los profesos en más altos grados[8].

El martirio era un aspecto especial de la vida perfecta, pero no necesariamente su objetivo. El martirio que algunos sufrieron servía para recordar a los miembros de las órdenes que ese había sido un aspecto ejemplar de los fundadores de la religión, pero no un requerimiento para quienes volvían a imitar su ejemplo en otro tiempo y otro continente. Jerónimo de Mendieta opinaba que la vida diaria podía ser un martirio, y todos los que servían a Dios eran mártires, aunque aquellos que ofrecían su vida tenían más derecho a recibir ese apelativo[9]. El martirio fue alcanzado en el norte árido y en la empresa de cristianización global que comienza en el siglo XVI, cuando cobró relevancia en el lejano Oriente[10]. Los jesuitas, franciscanos y agustinos que llegaron a las Filipinas, China y Japón pusieron el martirio muy de relieve en el catálogo de virtudes de sus miembros. El franciscano fray Martín de Valencia, uno de los originales “doce” que llegaron a Nueva España en 1526, había deseado ir a Africa a predicar entre los musulmanes. Igualmente ese había sido el deseo de Teresa de Ávila en su niñez. Después de su llegada a Mexico, fray Martín contó haber tenido un sueño en el cual vio a dos mujeres tratar de cruzar un río. Una era fea y tuvo mucho trabajo en lograr cruzarlo. La otra era hermosa y no tuvo problema alguno en vadear la corriente. fray Martín interpretó ese sueño como sigue: la mujer fea era Nueva España y su gente, que si bien alcanzaban la conversión al llegar al otro lado del río lo hacían con mucho trabajo. La mujer bella, era una nueva tierra en la cual sus habitantes se convertirían voluntariamente y alcanzarían la perfección. Era China, donde el fruto de la cristiandad sería abundante[11].

Aún así, el martirio no era alcanzable ni siquiera deseable entre los objetivos de las religiones. Las crónicas y las vidas hacen evidente que la perfección era una mezcla de virtudes que representaba a todos los miembros de la comunidad –una colección muy variable de aptitudes. La moderación se podía combinar con la castidad para recomendar los especiales esfuerzos que debían hacerse para resistir el llamado de la carne. La fe y la esperanza eran las fuerzas que movían aquellos que dejaban sus conventos para ganar más almas. El amor de hermanos se expresaba en muchos con su deseo de aprender las lenguas indígenas que le permitían predicar y confesar. Y así, cada “modelo” podía personificar las posibilidades de una perfección que era intrínsecamente plástica.

Veamos un ejemplo de fraile modelo, recordado por Mendieta, usando no una figura cimera, sino un oscuro fraile, fray Fernando de Leiva. Profesó en Burgos y vino a Nueva España a mediados del siglo XVI. Mendieta subraya su estricta observancia de la Regla, y su voluntad de castigo corporal para mantener a raya sus pasiones. Leiva no pudo servir en la tarea de evangelización, porque no pudo aprender las lenguas indígenas, pero su caridad hacia los indios se dice haber sido constante, dándoles de comer a diario y reprimiendo a cualquier español que los abusara. Su humildad se expresaba en su hábito viejo y remendado, la tabla que usaba como almohada y el silencio que mantenía en el convento. [12] 

Casi doscientos años después, el sermón panegírico que enmarcó las virtudes de fray Antonio Gomón, un franciscano descalzo que murió en 1736, exaltaba su educación, su habilidad en reprimir su orgullo mientras servía en cargos administrativos en la Orden, su obediencia ejemplar, y el estoico sufrimiento de la enfermedad que lo llevó a la tumba[13]. La biografía de fray, Antonio Margil, que murió en 1726 y llegó a alcanzar renombre durante su vida de evangelizador en Nueva España y Guatemala, lo retrata como un “superhombre” capaz de llevar a cabo proezas como cubrir distancias increíbles en sus caminatas nocturnas. Era compasivo con todos, un humilde servidor del Señor y sus hermanos en religión, y constantemente envuelto en una lucha intensa contra el pecado y la idolatría, no sólo entre los indios, sino entre el populacho novohispano[14].

Otras virtudes elogiadas como propias de los hombres santos eran el ayuno, el caminar descalzo por largas distancias, la adopción de una vida eremítica, la enseñaza de música y artesanías a los indios, y en mucho menor escala: las visiones que hablaban de una vida espiritual intensa. Algunos de los milagros recordados no eran portentosos, sino más bien prácticos y hasta “caseros.” Por ejemplo, la provisión de comidas cuando la alacena del convento estaba vacía, o hacer llover en tiempos de sequía. De otro modo, la santidad se presumía por el aroma que emanaba de los cuerpos tras su muerte, o la ausencia de corrupción por meses o años. La aparente falta de interés en crear una hagiografía milagrosa de los fundadores de las religiones, fue explicada por Mendieta como una expresión de Dios, quien no deseaba que Nueva España fuera una tierra de milagros. La vida impecable de los fundadores sería suficiente para complacer a Dios, quien también deseaba que los misioneros impartieran una doctrina sólida a sus catecúmenos y que sus vidas fueran ejemplares, no milagrosas, para que nunca fueran tenidos como dioses por los indios. Este era un consejo muy pertinente en una tierra donde el politeísmo era la base de las religiones indígenas. Tampoco Dios quería que los nuevos predicadores de su fe cayeran el error de pensar que eran tan santos como los primeros apóstoles[15].

En general, los modelos de masculinidad dependían de un cuerpo capaz de sufrimientos físicos, ya fueran auto-infligidos en prácticas ascéticas, o el producto de los incidentes y accidentes de la vida. Aún aquellos que sufrían enfermedades o impedimentos los podían controlar con su voluntad. Igualmente, los deseos sexuales debían ser controlados, aunque les costara muchas batallas. El cuerpo se atemperaría con el servicio a Dios y a la humanidad. [16] Los modelos de masculinidad eran pues, una mezcla de dinamismo y piedad, de dedicación a la observancia de la regla y amor a Dios, de servicio a sus hermanos de religión y a los indígenas. En mis estudios de modelos de perfección femenina entre las monjas, he encontrado algunas de estas “virtudes masculinas,” como el estoicismo durante las enfermedades, el castigo corporal como medio de purificación, el rigor en la observancia de las reglas. No creo que se pueda hablar de un modelo andrógino de virtudes compartidas por hombres y mujeres, aunque si es importante señalar que hay virtudes femeninas compartidas por los hombres y virtudes masculinas elogiadas en las mujeres. Sin embargo, debido a su enclaustración, las mujeres dependían mucho más de la afectividad de su fé y de sus relaciones con sus confesores o directores espirituales. Tenían más visones y escribían más sobre las mismas. En el discurso elaborado por los hombres sobre las mujeres religiosas, esas características se veían como peculiares de ese sexo. Quizás por esta razón no fueron necesarias para construir modelos de masculinidad, ya que ambos sexos tenían que ser diferentes, como había sido la voluntad de Dios

 

 

El Fraile No Santo y el Deseo Sexual

 

El retrato del hombre santo fue una construcción intelectual. Las biografías doraron los modelos humanos y eliminaron los detalles que pudieran revelar debilidades humanas. Al nivel personal, muchos frailes estaban muy lejos de ser los modelos pintados en las historias de las órdenes. Las dos fuerzas más destructivas en la construcción, real o imaginada, de un fraile perfecto, fueron: el deseo sexual y el deseo por el poder. Veamos entonces, la realidad no santa de aquellos cuyas debilidades han sido recogidas por el más implacable de todos los tribunales eclesiásticos: La Inquisición. Aunque no fue el único tribunal a cargo de justicia eclesiástica, el Santo Oficio fue donde se airearon muchos de los casos de masculinidad sexuada[17].

Establecida en Nueva España en 1571, la Inquisición comienza a examinar la vida y comportamiento de los frailes y clérigos en detalle, para la década siguiente. El gran número de frailes que llegaron a la Inquisición corrobora que el celibato y la castidad fueron retos que muchos no pudieron sostener. No en balde aquellos que morían en presumida virginidad, eran enterrados con una palma en las manos. Hay más de 2,000 casos de intemperancia sexual eclesiástica recogidos en el Archivo General de la Nación, que son aquellos cuyas actividades fueron denunciadas. Muchos no llegaron jamás al Santo Oficio o se dirimieron en otros tribunales. Romper y hollar el voto de castidad era un pecado capital expresado como “solicitación.” La solicitación se definía como la expresión de deseos sexuales en el confesionario. La confesión era parte del sacramento de la penitencia que todos los católicos debían ejercitar al menos una vez al año, y fue uno de los pilares de la Contrarreforma. El pecador que confesaba y se arrepentía sinceramente recobraba la gracia de Dios.

Para llegar a ser confesor, un hombre debía ser mayor de 40 año, que entones se consideraba una edad madura, y haber sido nombrado por las autoridades episcopales, para ese fin, tras demostrar conocimiento del proceso de confesión. Pero ninguna forma de entrenamiento preparaba a aquellos que no tenían una verdadera vocación para resistir el llamado de la carne. El fraile no-santo que abandonaba su deber como padre espiritual e incitaba a sus “hijas de confesión” a pecar, fue una plaga para las autoridades eclesiásticas[18].La Inquisición trató –aunque no con mucho éxito– de mantener ojo avizor con estos transgresores. No hubo momento alguno entre finales del siglo XVI y finales del XVIII en que no se registraran casos, y aunque no hay estudios cuantitativos de los tres siglos no cabe duda que nunca faltaron candidatos para las investigaciones del Santo Oficio[19]. Los solicitantes podían ser denunciados por miembros de su órden o de otra órden; por otros confesores, por los padres o esposos de las solicitadas y por las propias víctimas. En este último caso, la denuncia podía ser espontánea o inducida por un confesor a quien la mujer había consultado al respecto. La mayoría de las solicitaciones ocurrían en el confesionario, cuyo espacio íntimo –a veces un mero cubículo– ponía a la confesante de rodillas y en relativa cercanía al confesor. El acto de confesión establecía una jerarquía física que reflejaba la espiritual. Técnicamente, la iglesia consideraba “solicitación” a un acoso de naturaleza sexual que tomaba lugar después de hacer el signo de la cruz, acción que comenzaba la confesión. Esta definición estableció que, en algunos casos, la solicitación no se considerara como tal, pues el acoso había tomado lugar antes de que la confesante iniciara el sacramento con el gesto que era la señal del inicio del proceso. La disparidad de jerarquías y autoridades en el acto de solicitación propiciaba el abuso. El confesor era un “padre” que de accedo con la definición de la época “estaba en lugar de Dios” y que en vez de asumir el papel protagónico de tan alta responsabilidad, expresaba su sexualidad en un momento en el cual la mujer estaba completamente a su disposición, confesando sus presuntas debilidades y en una posición espiritual y moralmente vulnerable.

Las solicitaciones comenzaban verbalmente, pero iban frecuentemente acompañadas de avances corporales, como tomar las manos o tocar partes del cuerpo de la confesante, actos insinuantes de una sexualidad fuera de control. La intención del confesor era la de dar a conocer su deseo a la confesante y sondear la voluntad de ella a acceder a sus requiebros y, posiblemente, arreglar un encuentro en un lugar más propicio, sorprendentemente, a veces la propia celda del confesor. Inevitablemente, algunas jóvenes fueron convencidas a acceder a una cita furtiva. Estos encuentros podían resultar en atentados frustrados de relaciones sexuales, en formas seudo-sádicas de expresión sexual, como azotes a la dama, o aún en violaciones[20]. No podemos asumir, sin embargo que todas las mujeres fueran inocentes. Indudablemente algunas fueron voluntariamente, quizás acicateadas por la curiosidad de saber como sería un encuentro con un monje. El meticuloso e impersonal proceso de investigación de la Inquisición nos permite separar a las víctimas de las cooperadoras. En 1614 la viuda Juana Ramos, residente en un pequeño pueblo de la provincia de Michoacán, declaró que diez años atrás había establecido una relación voluntaria con el franciscano fray Juan Gutiérrez, antes de que su marido muriera. La relación se volvió “escandalosa” pues parece que todo el pueblo estaba enterado. En su viudez, el franciscano la visitaba frecuentemente y ella cocinaba para él. Al mismo tiempo, fray Juan seguía siendo el confesor de Juana, a quien regularmente absolvía de su pecado dándole a ingerir una hostia no consagrada durante la comunión[21].

En los pequeños pueblos de provincia las mujeres iban a confesarse anualmente alrededor de Semana Santa, y ésta era la oportunidad que aprovechaban los solicitantes para ejercitar sus artes. Las mujeres objeto de solicitaciones eran generalmente jóvenes pero también las viudas y las mujeres de dudosa virtud entraban en el círculo de las solicitadas. Una revisión de mis casos muestra que en los últimos años del siglo XVI las mujeres indias fueron el centro de la atención de muchos frailes que administraban pueblos de indios, mientras que ya entrado el siglo XVII parece haber una reorientación hacia las mujeres mestizas o blancas. Quizás este cambio haya sido resultado de cambios demográficos que dieron a los frailes una selección más variada de mujeres, especialmente dado los estragos causados por las epidemias entre la población indígena. Aunque estas hipótesis requieren mayor fundamentación, no cabe duda que las indígenas figuran en mucho menos número de solicitaciones en un muestreo de las secciones centrales de Mexico para los siglos XVII y XVIII. Este último ha sido estudiado con detenimiento por González Marmolejo, que confirma la inclinación hacia no-indias en el siglo XVIII. Por otra parte, la situación para Yucatán difiere. Allí, John Chuchiak ha documentado ampliamente las solicitaciones entre la población maya-yucateca. [22] La edad de los solicitantes es raramente declarada, pero algunas de las descripciones que se incluían en los legajos insinúan que los solicitantes eran hombres entre los 30 y 50 años, algunos de los cuales peinaban canas cuando incurrieron en la trasgresión. [23] 

Algunos ejemplos de solicitación servir para ilustrar la naturaleza del comportamiento del religioso sexuado. En 1598, fray Alonso de Formicedo comenzó a llorar cuando una indígena que se confesaba con él le contó el acoso sexual a que había sido sometida por uno de sus hermanos en religión. fray Alonso le aseguró a la mujer que no todos ellos eran iguales, y según su propio informe al santo Oficio sobre este caso, tomó cartas en el asunto, confrontando al otro fraile y rogándole que reformara su comportamiento por amor a la orden franciscana. Y, sin embargo, un año más tarde, Formicedo aparece acusado de solicitación[24]. Sospecho que la acusación fue fabricada por algún enemigo personal, situación infrecuente pero posible, y que la Inquisición tenía que tener en cuenta. A mediados del siglo XVIII, en la región minera de Zacatecas, el dominicano fray Francisco de Cuadra solicitó a Javiera Silva Portillo, mujer blanca y casada. Le ofreció su amor eterno y pagar el alquiler de la casa. No sabemos cual fue la respuesta de Javiera, pero fray Francisco visitó su casa un poco más tarde el mismo día, y le volvió a recordar su oferta veinte días después. Sabemos de fray Francisco porque otras mujeres se resolvieron a testificar sobre su aparente inclinación a las solicitaciones múltiples. Algunas de ella entraron en detalles sobre lo que ocurría en el confesionario, y declararon que fray Francisco les hacía preguntas sobre sus deseos sexuales, las formas específicas de como sentían urgencias en la carne, y aún sobre si tenían curiosidad sobre su cuerpo y tocaban sus partes con propósitos eróticos. [25] Es obvio que no toda solicitación perseguía un objetivo abiertamente sexual, sino una titilante provocación erótica con ribetes de voyerismo psicológico.

El caso de fray Buenaventura Pérez, denunciado en 1758 por un número de novicias conventuales y sus sirvientas, expone cómo momentos de eroticismo visual parecían satisfacer las urgencias sexuales de los solicitantes. fray Buenaventura pedía a sus hijas espirituales que le enseñaran los pechos como un acto penitencial, cuyo mérito residía en llevarlo a cabo mientras más le costara sufrir a la confesante. Alegaba que Cristo había expuesto su pecho por todos, y ellas debían devolver el sacrificio ante él. Algunas resistieron, pero otras obedecieron, alegando que lo que les pidiera su padre espiritual tenía que ser correcto, y no se preocupaban por sus consecuencias morales, ya que el padre sabía lo que hacía[26]. Quizás no es arriesgado especular por que estas mujeres sucumbieron a la tentación espuria de la atención de un “padre.” Eran jóvenes y reclusas en un mundo donde la atención de un hombre era en sí, una aventura.

La forma más transgresora de solicitación fue aquella dirigida a las monjas, las esposas de Cristo. Solicitar a una esposa de Cristo era traicionar a Dios mismo, pero la osadía de tal comportamiento no parece haber impresionado a quienes lo cometieron, que realmente no son muchos. De ellos sólo dos resultaron en relaciones sexuales. En la última década del siglo XVI, una monja del convento dominico de Santa Catarina de Sena y un fraile agustino entablaron relaciones sexuales en un caso que al fin se juzgó por la Inquisición, que estuvo tan interesada en investigar las posibles ramificaciones de alumbradismo como en la relación sexual. El agustino se hizo sospechoso cuando comenzó a hablar de las cualidades visionarias de su amante, quizás para prolongar la posibilidad de seguirse encontrando con ella. El segundo caso, un siglo después, ocurrió con una monja en el convento de Jesús María, uno de los más aristocráticos de Mexico, y otro fraile agustino emparentado con la élite dominante dentro de la orden. En este caso, las relaciones resultaron en embarazo y una niña, cuyo destino se desconoce. En ambos casos las monjas fueron encarceladas de por vida dentro del convento, y los frailes expulsado de Nueva España[27].  

El resultado de estas y otras pesquisas sobre solicitación nos informan sobre la actitud ambivalente de la iglesia sobre la trasgresión sexual de sus miembros. Hubo varias opciones de resolución. Una de ellas fue el abandono de la causa. La denuncia de un agustino cortejando una mujer de mala reputación en 1637, llegó finalmente al registro inquisitorial en 1669. [28] En otras instancias las denuncias meticulosamente registradas carecen de documentación que indiquen el curso de la investigación. Sin embargo, en aquellos casos que llevan el proceso a su término, los veredictos contienen las más acerbas condenaciones, describiendo al culpable como vicioso, escandaloso, lobo engañador de almas a su cargo, traidor a su ministerio, su orden y su religión. El solicitante era encerrado en la cárcel inquisitorial durante el período de investigación, pero cuando el veredicto lo hallaba culpable, el mismo no implicó la expulsión de la orden o la iglesia. Los castigos usuales fueron: 1. La anulación del permiso de confesar mujeres 2. Exilio por varios años del convento en una jurisdicción alejada 3. Encierro en el convento por un año. 4. Privación de voz y voto en la comunidad por un año[29]. Las órdenes usualmente representaban a sus miembros ante el Santo Oficio pidiendo remisión del castigo o, por lo menos, la oportunidad de hacerse cargo del mismo con el sigilo más prudente. Si la solicitación no era en el confesionario (la forma más culpable por romper un sacramento y la única a cargo de la Inquisición) la causa era enviada a otras autoridades eclesiásticas para su resolución. Los frailes se podían proteger los unos a los otros pidiéndoles a la ofendida y sus familiares que cejaran en sus intentos, o simplemente ocultando la conducta de las “ovejas descarriadas.” La mediación y la falta de efectividad en el castigo caracterizan la historia de la solicitación.

Los inquisidores estuvieron muy conscientes de la tentación carnal y estaban preparados a examinar los casos intensa mente. El proceso permanecía anónimo y secreto, ya que su propósito no era crear un cuerpo de prescripciones para un desenmascaramiento público de los culpables. Tampoco estaba orientado a hallar modos de controlar el deseo sexual a nivel personal. El proceso inquisitorial era un ejercicio casuístico orientado a resolver las circunstancias específicas de cada caso, en cada ocasión, y separa a los culpables o comprometidos. Pero no podía eliminar la naturaleza sexuada de sus miembros, aunque se reconocía que el voto de castidad no garantizaba una conducta ejemplar. Así el deseo sexual siguió agazapándose y expresándose en los confesionarios.

 

 

El Deseo del Poder

 

Quizás el deseo de poder es uno de los resortes más comunes detrás de todos los eventos históricos, y en Nueva España la lucha por el poder entre los hombres de Dios fue multifacética y complejísima. Esta lucha envolvió a órdenes contra órdenes, órdenes contra el episcopado y la Corona, y criollos contra gachupines dentro de cada órden. Dado el amplio espectro de comportamientos me concretaré a ilustrar dos formas de estas apasionadas luchas por el poder: el de los regulares y la iglesia secular, y más brevemente, el de los peninsulares o gachupines y los criollos por el control de las elecciones dentro de cada claustro.

Cuando las órdenes mendicantes llegaron a Nueva España en las décadas de 1520 y 1530, la tarea evangelizadora les fue asignada por una excepcional decisión papal. En Europa las órdenes no estaban a cargo de esta tarea, pero el nuevo mundo parecía ofrecer una ocasión sui generis para renovar las premisas de la primitiva cristiandad, cuya memoria era ya bastante remota. Además, parecía que el fin del tiempo y la llegada del reino de Dios estaban quizás más cercanos de lo que se esperaba y había que acelerar la incorporación de esas almas antes del juicio final. Aunque esta visión no era la de todos los cristianos, ni tampoco la de aquellos que pasaron al nuevo mundo, el final de la reconquista de la península de los musulmanes significó para muchos de sus habitantes la decisión de Dios de hablar a la humanidad con la voz del Catolicismo. Un proceso de conversión obligatoria de los musulmanes que quedaron en la península estaba ocurriendo dentro de España y la apertura de los nuevos territorios no podía indicar otra cosa que la voluntad del creador.

Carlos V envió un grupo de hombres inspirados por una visión casi utópica de su destino a cristianizar a los indígenas de Nueva España, donde se ensayaría un proceso después repetido en otros lugares del continente. Pero cuando Felipe II ascendió al trono en 1556 sus objetivos eran los de restablecer el modelo español en el cual la Corona y la iglesia episcopal serían los principales entes de gobierno en el imperio. Nombró obispos y arzobispos con amplias facultades y jurisdicciones para que establecieran la supremacía de la iglesia secular sobre las órdenes. Para 1580, después de 30 años de monopolio virtual del proceso de evangelización por los regulares, la hegemonía de éstos comenzó a desmoronarse lentamente. Este proceso no terminaría sino hasta mediados del siglo XVIII y aún entonces, los regulares siguieron conservando su autoridad en zonas lejanas y poco pobladas del imperio. La fecha decisiva para la terminación de la hegemonía regular fue 1749, año en que Fernando VI autorizó a los obispos y arzobispos a tomar posesión de todas las parroquias gobernadas por los regulares y trasferirlas ipso facto al clero secular.

Así, entre 1580 y 1749, el clero secular y las órdenes mendicantes mantuvieron una lucha por el poder que implicaba el control de los cuerpos y las almas de los indígenas. Esta lucha estuvo caracterizada por toda clase de actividades de dudosa ejemplaridad religiosa en las cuales estos hombres se enfrentaron unos a otros con una animosidad inusitada, pero que yo caracterizo como una forma de expresar “su masculinidad.” La Corona misma era partidaria en esta lucha porque también el rey estaba empeñado en rescatar su propia autoridad y patronato real sobre las actividades de la iglesia, irrespectivamente de que rama de la iglesia se tratara. Sin embargo la Corona no llegó a expresar este deseo de recobrar su autoridad claramente sino hasta las últimas décadas del siglo XVII y aun más, durante el siglo XVIII.

Uno de los episodios más prolongados y aún pintorescos de este conflicto entre la autoridad episcopal y las órdenes fue el creado por el obispo de Puebla, Juan de Palafox y Mendoza con la Compañía de Jesús. Pero por no haber incluir a los jesuitas dentro de mi estudio, me eximo de analizarla. Pero Palafox que fue, brevemente, Virrey de Nueva España en 1642 durante su tenencia obispal también involucró a los franciscanos en su deseo de reducir la autoridad de los regulares[30]. En 1640 Palafox sacó a los franciscanos de 34 doctrinas, dejándoles sólo siete que, de acuerdo con las alegaciones de la órden, estaban en las áreas más pobres del obispado.  Los agustinos y dominicos también perdieron doctrinas, pero en menor número. El objetivo palafoxiano fue el de reducir el poder de los franciscanos, que habían ocupado el área de Puebla desde 1603. [31] En 1641 la orden franciscana comenzó una litigación jurídica contra el obispo, contando con el apoyo de la Audiencia. Se trataba de una lucha entre hombres que tomó ribetes muy personales. Una vez que fueron expulsados de sus doctrinas, los franciscanos enviaron sus representares a la corte con lo que la iglesia episcopal dio en llamar cuentos “siniestros y fingidas dudas”[32] El sucesor de Palafox, el obispo Diego Osorio y Escobar, se empeñó en demostrar las pobre administración de almas y fondos de la orden, y envió visitadores para comprobar irrefutablemente ambos cargos y la decadencia moral de la orden. El abuso de los tributos que imponían a los indígenas por ofrecer sus servicios espirituales fue un punto álgido en la investigación. También acusó a los regulares de no hablar las lenguas regionales y, por ende, no poder evangelizar adecuadamente. Este asunto de la lenguas indígenas fue uno de los argumentos que las iglesias metropolitanas continuaron usando en su lucha contra los regulares hasta el final de la contienda secularizante, ya que la comprensión de los sacramentos era esencial para la salvación de sus almas.

En 1659 la Corona ordenó al obispo de Puebla que visitara a los franciscanos y los examinara en lenguas. Como todos los franciscanos, excepto uno, se resistieron a obedecer la orden real, el obispo procedió a expulsarlos de sus parroquias y reemplazarlos con clérigos seculares. El obispo también colectó una serie de testimonios en las doctrinas de indios, en las cuales tanto indígenas como españoles testificaban sobre la “rapacidad” de los franciscanos en extorsionar servicios y tributos de sus doctrinas. Los franciscanos fueron acusados de mantener obrajes en sus conventos, todos a cargo de mano de obra indígena. Los frailes ni siquiera usaban sus hábitos: usaban ropa secular, se desplazaban a caballo y algunos mantenían relaciones con mujeres públicamente. Sabiendo lo que sabemos sobre frailes y sus fragilidades el obispo no puede haber sido sorprendido por esta información. En su informe al rey, el obispo también envió noticias sobre las transgresiones morales de dominicos y agustinos, Entre estos últimos se destaca la historia de uno que había encerrado a una joven india en su casa, de la cual ella se escapó por una ventana. Enfurecido, el fraile llamó a la madre a la iglesia, donde le propinó una paliza. Las dos mujeres se fugaron del pueblo[33]. No hay que fiarse de que todos los cargos fueran ciertos, pues en estas contiendas se buscaban testigos favorables, y es precisamente este proceso el que vicia la presunción de vidas perfectas de los hombres de Dios.

La larga lista de cargos y contra-cargos y la s declaraciones de los testigos nos hablan de una complejísima historia de rivalidades entre seculares y regulares que se puede ampliar ad infinitum si incluyéramos otras provincias eclesiásticas. El concepto que formó la base de este enfrentamiento entre obispos y regulares fue el de “desacato “a la autoridad episcopal, base de la lucha por el poder bajo la pretensión de orden social y beneficencia para los indios. El obispo Osorio argüía que los franciscanos estaban en desacato de la autoridad real, del Concilio de Trento de su propia orden y de su autoridad. Esta letanía de jerarquías legitimaba su postura. Entre estos hombres de Dios, era esencial que cada quien y cada grupo comprendiera cuales eran las fuentes de su poder y delante de quien debían inclinar la cerviz. El mantenimiento de jerarquía era la forma más eficaz y directa de establecer su propia identidad contra otras fuentes rivales de autoridad. Esta argumentación los consumía en una búsqueda de los medios de como establecer y asegurar su sentido del honor personal y corporativo, y los deponía a luchar para restañar las heridas en sus propios “egos” y crear otras en los de sus “enemigos.”

El guante lanzado por el obispo de Puebla necesitaba una respuesta. En 1666 el Comisario General de la orden franciscana, frayay Hernando de la Rúa, llega a la Nueva España, poseído de una rígida actitud peninsular de que la situación de su orden necesitaba ser corregida. Estaba dispuesto a entablar una lucha contra el obispo Osorio. Reabrió el caso reclamando las doctrinas confiscadas y siguiendo la iniciativa de su cabeza, los franciscanos se reapropiaron de un coro de indígenas usando el muy masculino proceder de una batalla a puñetazos en la villa de Topoyanco. Este tipo de incidentes –el uso de la fuerza de manos– fue bastante común en la resolución de problemas dentro de los conventos de frailes, incidentes que no podemos pormenorizar aquí, pero que fueron parte de la cultura de resolución de conflictos que fue parte de la expresión de masculinidad en esos tiempos[34]. La confrontación de La Rúa con el obispo de Puebla se extendió al arzobispo de Mexico y el obispo de Nueva Vizcaya, en todos los casos instigando a los franciscanos a desobedecer cualquier orden episcopal que los desposeyera de sus doctrinas, y apoyando a los dominicos y agustinos en causas similares. [35] 

En estos conflictos la Corona favorecía al arzobispo y las autoridades seculares tratando de fortalecer sus derechos de patronazgo, mientras que el Virrey y las autoridades locales debilitaban la política real favoreciendo a las órdenes. Por ejemplo, después de la orden de expulsión de los franciscanos dada por Palafox, los mismos retuvieron muchos de sus edificios por el apoyo ofrecido por los virreyes Duque de Escalona y Conde de Salvatierra Y así la historia se alargó por décadas. Hubo intermedios de mutuo entendimiento y cooperación, como la cesión voluntaria de las doctrinas dominicas en el istmo de Tehuantepec en 1712[36]. Otras veces la autoridad episcopal evadió fricciones, como cuando el arzobispo José Lanciego y Eguilaz (1717-1728) decidió que los frailes podrían permaneces en sus doctrinas en el arzobispado porque los clérigos seculares no llenaban sus requerimientos en cuanto a eficiencia en la administración de las parroquias indias. Notó que aunque los indios podían hablar el castellano, preferían confesarse y hablar a “sus superiores” en su propia lengua, y que los frailes manejaban las lenguas mejor que los seculares[37].

 Así, la transferencia final fue demorada hasta mediados del siglo XVIII, cuando la monarquía borbónica, alentada por sus ministros, decidió reiniciar el proceso de crear una iglesia aliada y al servicio de sus intereses, respetando la independencia de la autoridad espiritual de los ministros de Dios. La confrontación que comenzó en el siglo XVI terminó oficialmente con el pase de las cédulas de 1749 y 1753, que establecía que todas las parroquias a cargo de los regulares pasaran a manos de clérigos seculares. Esta orden fue llevada a cabo vigorosamente, con una pujanza atlética y viril por parte de las autoridades seculares y con la colaboración entusiasta de obispos y arzobispos. Esta orden fue el ensayo de otro acto de aserción de autoridad y poder: la expulsión de los jesuitas en 1767.  El arzobispo de Mexico en 1749, Manuel Rubio y Salinas, no se tomó el trabajo de notificar con anticipación a los mendicantes aún es posesión de sus doctrinas. Simplemente envió pelotones de soldados para tomar iglesias y conventos bajo órdenes estrictas de que los frailes abandonaran los edificios en 24 horas, llevando consigo sólo sus posesiones personales, y dejando intactos todo el menaje de las iglesias y claustros, que servirían, de entonces en adelante, a sus futuros ocupantes: el clero secular.

Los regulares elevaron voces angustiadas, pero, dado el carácter terminante de la orden real, la resistencia fue mínima. Apelaron al virrey Guemez de Orcasitas, Conde de Revillagigedo, un hombre poco amistoso y convencido de la equidad de la corona. También enviaron cartas al Consejo de Indias y a Fernando VI, urgiéndolos a comprender la magnitud del desastre que podía implicar una secularización tan rápida. Faltarían las confesiones para los indios por la ineptitud lingüística de los nuevos pastores. Además, la calamidad sería personal. ¿A dónde irían los frailes expulsados de sus doctrinas? ¿Con que se mantendrían?[38] Los franciscanos de Michoacán invocaron la sangre que sus mártires habían perdido por la causa de Cristo y el rey. Aquellos hombres santos y perfectos del pasado fueron resucitados para defender a sus hermanos de religión, que sufrían una situación completamente inimaginable doscientos años atrás. Pero ningún argumento logró su objetivo. La orden real prevaleció. [39] 

La secularización fue testigo de algunas demostraciones de protesta contra los soldados a cargo de ejecutarla. En Cupulac, una doctrina agustina, el capitán a cargo de su ejecución tuvo que sacar a relucir sus armas de fuego. Esta fue una de las pocas doctrinas en las cuales un fraile tuvo la iniciativa de organizar un protesta entre los indios del lugar, o, como fue descrito en un informe, atentó “la seducción” de los mismos, metáfora de carácter sexual muy apropiada para describir a un elemento feminizado, el indígena, disputado por dos facciones de hombres contendiendo por su posesión. En pago de su incitación, el fraile fue enviado prisionero a Veracruz con órdenes de ser deportado a España.

El virrey Revillagigedo no solo prestó oídos sordos a las súplicas de los regulares, sino que escribió largos y detallados informes a la corona en apoyo de la secularización, en los cuales invitaba a los frailes a retornar “a la santidad de su destino,” una frase que parecía haber sido prestada de alguna “vida ejemplar” del siglo XVII. En su proceder demostró total falta de interés por la suerte de los regulares, pero una obvia complacencia en el ejercicio de su autoridad sobre el destino de los regulares. Así, bajo el manto de la disciplina, el orden, la obediencia y el respecto, los obispos y arzobispos, con la ayuda del virrey, procedieron a poner las cédulas en efecto, usando el código de honor personal y espiritualidad de las órdenes. Y para remachar la situación, el rey prohibió cualquier demanda ante las autoridades seculares que se opusiera a la orden de secularización. El absolutismo real del siglo XVIII puso punto final a este proceso con una elocuente expresión de dominio masculino sobre sus contrincantes. En el mismo, la comunidad indígena, “el cuerpo” disputado por las facciones, ganó una relevancia que parecía haber sido olvidada por mucho tiempo. Los edictos reales reconocían los esfuerzos y el trabajo que los indios habían puesto en la construcción de enormes y extravagantes templos en el pasado y decidía que no se les podía seguir pidiendo más. De entonces en adelante, dijo el rey, esos edificios serían “suyos” –de los indígenas para disfrutarlos bajo la guía de “sus verdaderos pastores.” El golpe a las órdenes no podía haber sido más duro, porque envolvía acusaciones de falta de respeto a sus propias Reglas y la explotación de la mano de obra indígena. En una carta al rey, el virrey llamó a los frailes “los piojos de los pobres indios.” Esta manipulación de los sujetos indígenas por las órdenes, la iglesia, el virrey y aún la corona misma, debe estudiarse más profundamente como expresión de un juego de poder entre hombres en el cual se le pretendía dar un boleto de entrada a un nuevo elemento étnico

Muy brevemente insinuaré el otro tópico que se presta a la indagación de como se jugaban los roles masculinos dentro de las órdenes mendicantes. Si retornamos a la bien conocida práctica de la alternativa creo encontraremos una rica veta de posibilidades. El plan para elegir priores y consejeros entre gachupines y criollos trató de contener un creciente sentimiento de alteridad entre los criollos y de defensa de “su” identidad entre los peninsulares. Pero, en el fondo, fue también otra manifestación de una lucha por el poder. Estaban en juego no sólo el gobierno de cada comunidad sino el de la provincia de la orden religiosa. Con un número de conventos dentro de cada provincia, cada provincia se atenía a un Prior y su Consejo de cuatro religiosos elegidos en capítulos trienales. Estos puestos estuvieron en manos de peninsulares hasta comienzos del siglo diecisiete, cuando la configuración demográfica de casi todas las órdenes comenzó a cambiar. Un número creciente de criollos ingresó a las órdenes religiosas, mientras que muchos peninsulares pasaban a las Filipinas. Algunas órdenes como la Carmelita trataron de mantener la primacía de los gachupines restringiendo el número de admisiones criollas. Otras, como la agustina, pronto se vieron colmadas de criollos.

En la orden agustina, que tomo como ejemplo, para 1627 el número de criollos, 402, contrastaba con los 43 peninsulares que se localizaron en la provincia de Mexico. La inevitable guerra entre ambas facciones se puso en evidencia con formas de violencia personal y “orgullo étnico,” que no se circunscribía a esa provincia, ni a esa orden. Tomemos las palabras de un dominico de la provincia de Chiapas de Guatemala, en carta dirigida al rey. Alrededor de 1646,  frayay Raimundo de Peramato, esgrime la pluma en acida diatriba contra los criollos. [40] Furioso contra el rey el vaticano por haber aceptado la alternativa expresa que el buen gobierno de la Provincia dominicana sólo puede alcanzarse bajo el mando de los peninsulares. En el oficio de Provincial, en cuyo buen gobierno y religioso celo consistía la conservación de virtud y buen ejemplo, debía caer en sujetos de prendas y méritos de religión y prudencia. En éstos excedían “los religiosos que han pasado de España, como personas que se crían en mayor obediencia, en más rigor, estudios, y que pasaron con tanto celo a mejorarlos en tan loable empleo, como es la administración de las almas de tantos Indios reducidos a nuestra Santa Fe, y reducir otros muchos, que aún no lo están, como consta de información auténtica.” Dadas las circunstancias, hasta entonces no habían habido religiosos criollos en el dicho oficio, “porque aunque sea tolerable haya algunos priores criollos, como los hay, no lo será, sean Provinciales, habiéndose de conservar la dicha provincia en la religión y observancia que hoy tiene.” En su opinión los factores que conspiraban contra los criollos eran de carácter y crianza.

“Los criollos nacidos en ellas, es gente sumamente flaca, de poco vigor para la virtud, y rigor que profesa el estado religioso, de menos fondo y gravedad, dados mucho al ocio. Y muy inclinados a tener regalo y comodidades temporales, sin que les cueste trabajo, ni diligencia mucha; y porque esto, a quienes no tienen muy preferentes las obligaciones de su instituto, les es fácil en las religiones que tienen a su cargo doctrinas de Indios. Nada desean más los deudos y padres que ver sus hijos en dichas religiones, y según se experimenta, no parece ser otro el motivo con que los más toman el hábito en ellas.”

¿Cómo podía confiarse en gentes con esas cualidades y que profesaban sin convicción?

 La riqueza y utilidad de las Indias consistía en que continuamente pasaran de España personas que descubran y beneficien minas, asistan a las granjerías de ganado, comercio, tratos y contratos, etc. “por ser rarísimo el criollo que asiste a nada de esto, ni sea para ello...” Si les faltase el pasar españoles, la Indias serían la más desventurada y pobre tierra del mundo[41]. Esa auto-percepción de superioridad mantuvo a los gachupines en actitud de constante defensiva dentro de las órdenes, atizando las más increíbles luchas por el poder dentro de las mismas. Dentro de la orden agustina apareció un poderoso grupo de criollos hacia 1630 que crearon un sistema de dominación bajo la dirección de un llamado “monarca.” [42] Esta fue la respuesta de los criollos cuando tuvieron la oportunidad de capturar el poder, aunque hubo “monarcas” peninsulares. En cualquier caso, el trasfondo fue el deseo de poder. El “monarca” usualmente provenía de una familia criolla de distinción, se reelegía frecuentemente y jugaba el papel de patrón distribuyendo regalos y prebendas, no sólo entre miembros de su órden sino entre las autoridades reales. La actuación del “monarca” no tuvo nada de ejemplar; usualmente era la antítesis del modelo de perfección religiosa pintado en las crónicas y sermones fúnebres. El monarca silenciaba a sus enemigos enviándolos a localidades remotas, y distribuía oficios en subastas abiertas entre sus colaboradores durante las elecciones trienales. El ascetismo, la oración, la renuncia de los placeres del mundo, no eran tópicos de ninguna vigencia en este mercado de poder personal, uno de cuyos objetivos era la eliminación total de los gachupines en los asuntos de la órden.

En el tercer cuarto del siglo XVII llegó a la Nueva España un pequeño grupo de agustinos peninsulares (con algunos canarios) que reforzaron la pequeña cuadrilla residente en la capital. Entre sus propósitos estaba, los de restaurar la alternativa y hacer obedecer las órdenes reales en cuanto a la misma. La petulancia de la facción criolla era tal que en 1666 el provincial frayay Hernando de Sosa, criollo y monarca de turno, decidió ignorar la real orden de restaurar la alternativa. En esta decisión contaba con el apoyo del virrey la Audiencia, que a posteriori, decidió que desde 1660 la alternativa se había legítimamente suspendido por falta de peninsulares[43]. Con mucho esfuerzo de parte de los peninsulares y apoyo real y del Vaticano, la alternativa fue restaurada en 1670 con sólo once peninsulares en disposición de acceder a puestos de gobierno, contra los 90 criollos con ese derecho. Contando con el apoyo de un visitador real, el sistema funcionó por once años más, pero entre 1681 y 1705, el poderoso, Diego Velázquez de la Cadena, miembro de una familia con títulos de nobleza, restauró el poder del monarca en su persona. Para la elección de 1684, compró 92 de 101 votos, y en 1687 “vendió” el puesto de provincial por 10,000 pesos a un individuo cuyas manipulaciones entre los agustinos eran bien conocidas en la ciudad. La única oposición a estos hombres la encarnó un gachupín reformista, fray José Sicardo, que defendió su causa con una pasión obsesionada. Irónicamente, fue uno de los más ardientes defensores de la beatificación de un agustino criollo y mártir del Japón, fray Bartolomé Gutiérrez, de quien escribió una biografía. Se podía escribir hagiografía en medio de luchas que hablaban más de pasiones humanas que angélicas[44]. Sicardo fue descrito como un hombre de “disposición ardiente’ y tuvo que dejar la provincia en 1684 bajo acusaciones de apostasía y excomunión fabricadas por sus hermanos en religión. Aunque se lograron algunas leves mejoras en este sistema bajo el patronato del estricto arzobispo Francisco Aguiar y Seijas, que permitió que 45 peninsulares estuvieran ya en Mexico para 1700, el sistema de monarquía continuó en el siglo XVIII. Y esta no fue su única mácula. A la corrupción política se añadían representaciones teatrales dentro de los conventos y fiestas de cumpleaños para los monarcas, en las cuales se presentaban los bastardos de algunos frailes sin empacho alguno. La provincia agustina de Michoacán también estuvo profundamente afectada por desordenes similares, y a principios del siglo XVII, entre los dominicos de Puebla, las elecciones había degenerado en luchas abiertas en la que algunos padres pedían votos para sus facciones, como declaró un testigo: “Que le consta de cierta ciencia que Juan de Gorozpe había pedido votos y pretendido captarlos con agasajos y amenazas y que sabe haber ofrecido a cierto religioso cuyo nombre esta pronto a decir quinientos pesos por votarle a su favor en una elección ...” [45] Una de las razones de acciones descritas como “sediciosas’ era el deseo de uno de los cabecillas que se les diera Vicario de “la nación española.” En los disturbios que siguieron durante la primera década del siglo XVIII, padres “arrebatados y calientes” se trasladaron a Mexico para argüir contra las elecciones y los electos para el convento de Puebla. Quienes trataban de poner algún orden y paz en la provincia recurrían a metáforas en la cuales la orden era representada como femenina madre sufriente que, sin embargo recibiría amorosa a los facciosos, mientras que los frailes locales eran aquellos prohijados en el vientre de la provincia. Moldes de masculinidad y feminidad son alternados en esta representación de la lucha por el poder en la cual la provincia es siempre la madre que todos respetaban en teoría, y que como la virgen María extendía su amor a los hijos que no hacían otra cosa que comportarse como retoños difíciles de sufrir, a despecho de sus sotanas.

Y aquí pongo punto no final, sino suspensivo a esta aproximación al tema. Hasta ahora se va percibiendo un mundo muy complejo en el cual alternan representaciones de masculinidad con realidades que nada tenían que ver con esos arquetipos que servía de inspiración para mantener una fé intelectual en la supervivencia de un modo de vida –la religión–que era uno de las pocas opciones que tenían los hombres de entonces. Los frailes no podían escapar su configuración biológica., como tampoco los elementos culturales que los inclinaban a adoptar ciertos valores como el honor en la jerarquía y nacimiento. Examinando el lenguaje de las numerosas apelaciones y contra-apelaciones, se detectan valores escondidos en el mismo que son nuestra clave para ir deshaciendo la madeja de este imaginario masculino. Por ejemplo, no se puede “injuriar” la alternativa, porque era una práctica aprobada por el Papa y a la que los frailes que se creen sus defensores le conceden una naturaleza honrosa, porque sólo la honra se puede injuriar. El concepto de que existe una honra religiosa, unívoca e irrevocable que se expresa en la conducta, ya está vigente en los primeros historiadores y tiñe la enunciación de argumentos en todos los documentos oficiales[46]. En Puebla, los dominicos “díscolos,” en rebeldía contra sus superiores, “han quebrantado todos los reparos de la modestia y han sacudido el yugo de la obediencia; han faltado a todas las leyes de la observancia...” y al descargar sus acusaciones contra su superior “se ceban en su honra y denigran su buena fama hasta llegar a imputarle falsamente del torpísimo vicio de ebrio.”[47] Existe el desacato a los preceptos morales de la religión y a los de la observancia conventual, pero los conceptos culturales que conforman el juicio sobre la conducta personal permanecen para definir lo que es justo o recto. ¿Qué es lo que define la esencia o esencias de la masculinidad entre los regulares? Por el momento hay que reconocer que existían ciertas formas de crear vínculos entre los miembros de esas comunidades que refuerzan su hombría en común, que los definían como “hermanos” dentro de una familia virtual, la Orden. Hasta el tercer cuarto del siglo XVI, el número de frailes es relativamente pequeño, y la dispersión de los mismos en conventos que siguen multiplicándose en una vasta región, obliga a mantener una estrecha vinculación entre ellos. Pero con la llegada del siglo XVII comienza una superabundancia de religiosos que va minando el espíritu de orgullo en su comunidad que definitivamente tuvieron los fundadores, y van introduciendo toda clase de corruptelas, en especial las sexuales y las de deseo de poder y dominación entre sí, sin mencionar el afán de riquezas y comodidad que comienza a atizar la rivalidad entre las órdenes. Añádase la política real que introduce la rivalidad con los seculares y se van aumentando los factores que sacarían a relucir conductas eminentemente seculares y masculinas. En la escritura de las historias de las órdenes y la creación de arquetipos de hombría santa, hay posiblemente, un deseo de reafirmación de comportamientos e ideales que se hacen más difíciles a diario, pero que sirven para afianzar el vínculo espiritual que era necesario para la perpetuación de las órdenes y su servicio dentro del cuerpo de la iglesia[48] 

Los elementos que cementaron una cultura masculina dentro de las órdenes son complejos, pero podemos iniciar su recuento con la asunción de misoginismo implícita en el celibato pero idealizada en metáforas femeninas como la madre iglesia y el culto espiritual de la Virgen María. A pesar de repetidas caídas, la reafirmación de la virginidad masculina es una reafirmación de la capacidad de los hombres de Dios de controlar su propia identidad biológica, esfuerzo esencialmente viril en ese contradictorio concepto. También se puede ver un cultivo de la hombría en el deseo de martirio o sacrifico personal exaltado en las biografías de los fundadores, quienes en la sumisión a los deberes de la Regla prueban como para ser varón en religión, era necesario predicar continuamente, caminar sin cansancio, vivir con lo mínimo y sufrir lo máximo. Aún a finales del siglo XVII, la hagiografía refuerza ese modelo. La biografía de fray Antonio Margil de Jesús, predicador franciscano en olor de santidad, elogia en su vida ver renovadas “las huellas de los primitivos varones apostólicos, que con desnuda planta transitaron lo ásperos caminos de estos vastísimos reynos”[49] Seguir en la búsqueda de esas complicadas huellas culturales es nuestra tarea para el futuro.

 

NOTAS


[1]. Pete Sigal, Ed, Male Homosexuality in Colonial Latin America (Chicago: The University of Chicago Press, 2003); Federico Garza Carvajal, Federico: Butterflies Will Burn. Prosecuting Sodomites in early Modern Spain and Mexico (Austin: University of Texas Press, 2003).

[2].Caroline White, Early Christian Lives. London: Penguin Books, 1998; Thomas J. Heffernan, Sacred Biography. Saints and Their Biographers in the Middle Ages (New York: Oxford University Press, 1988); Sandro Stica, editor, Saints. Studies in Hagiography. (Binghamton, N.Y.: Medieval ad Renaissance Texts and Studies, 1996); Isabelle Poutrin, Le Voile et la plume. Autobiographie et sainteté dans L’Espagne moderne. Madrid: Casa de Velázquez, 1995.

[3]. Agustín Dávila Padilla, Historia de la fundación y discurso de la Provincia de Santiago de Mexico, de la Orden de Predicadores, 2a edición, 1625. En William Agustin Mahan, Padre Island, Treasure Kingdom of the World. Waco: Texan Press, 1967. Para una visión general de la historiografía de la iglesia en Hispanoamérica, ver, Asunción Lavrin, "Misión de la Historia e Historiografía de la Iglesia en el Período Colonial Americano," Historiografía y Bibliografía Americanista, Suplemento de Anuario de Estudios Americanos (Sevilla) Vol. XLVI, No. 2 (1989), pp. 11-54.

[4]. Juan de Grijalva, Crónica de la Orden de N. P. S. Agustín en las provincias de la Nueva España, en quatro edades desde el año de 1533 hasta el de 1592. Por el P. M. F. Ioan de Grijalva, prior del convento de N. P. S. Augustin de Mexico. Mexico, en el religiosissimo convento de S. Augustin, y Imprenta de Ioan Ruyz, 1624.

[5]. Antonio Rubial García, La santidad controvertida. Mexico: Fondo de Cultura Económica/UNAM 1999. Rubial subraya la importancia de la producción hagiográfica en la beatificación del franciscano fray Antonio de Jesús Margil. Ver, pp. 287-297.

[6]. Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, Tomo II, Madrid: Biblioteca de Autores Españoles, 1973, p. 130.

[7]. Ibid., p. 141.

[8]. Fray. Baltasar de Medina, Chronica de la santa Provincia de San Diego de Mexico de Religiosos Descalzos de N.S.P.S Francisco en la Nueva España. Vidas de Ilustres y Venerables Varones que la han edificado con excelentes virtudes (Mexico: Juan de Ribera, 1682), passim.

[9]. Fray. Jerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica, p. 227.

[10]. Ibid., pp., 228-250.

[11]. Ibid., pp. 143-44.

[12]. Ibid., pp. 204-05.

[13]. Fray. Francisco de Abreu, Panegírico Funeral. Honras que la Santa Provincia de N.P. S. Francisco celebró a su venerado y más digno padre. fray Antonio Gamón, Lector que fue de Philosophia y Theología, dos veces definidor, Vicario y Ministro Provincia. (Mexico: Joseph Bernardo de Hogal, 1736); Baltasar de Medina, Chronica de la Santa Provincia de San Diego de Mexico, de religiosos descalzos de N.P.S. S Francisco en la Nueva España. Vidas de ilustres y venerables varones que la han edificado con excelentes virtudes (Mexico: Juan de Ribera, 1682) Los dieguinos rechazaban los milagros aunque aún así, reclamaron algunos entre sus miembros. Prefirieron evocar las habilidades de sus miembros de dedicarse la las letras y los estudios, y su humildad y obediencia. Igualmente elogiaban la castidad y la devoción a la oración

[14]. Isidro Félix de Espinosa, El peregrino septentrional: Atlante delineada en la ejemplarisima vida del venerable padre fray Antonio Margil de Jesús (Mexico: Joseph Bernardo Hogal, 1737)

[15]. Mendieta, Historia eclesiástica, p. 130.

[16]. Fray Alonso Franco. Segunda Parte de la Historia de la Provincia de Santiago de Mexico, Orden de Predicadores en la Nueva España (Mexico: Imprenta del Museo Nacional, 1900).

[17]. Jorge E. Traslosheros, Iglesia, justicia y sociedad en la Nueva España. La Audiencia del Arzobispado de Mexico, 1528-1668. (Mexico: Editorial Porrúa, Universidad Iberoamericana, 2004).

[18]. Para la solicitación en España, ver, Stephen Haliczer, Sexuality in the Confesional: A Sacrament Profaned (Oxford: Oxford University Press, 1996.

[19]. Los más recientes estudios sobre solicitación en Mexico son los de Jorge René González Marmolejo. Ver, “El delito de solicitación en el obispado de Puebla durante el siglo XVIII. Tesis. Escuela Nacional de Antropología e Historia, Mexico, 1982, “Correspondencia amorosa de clérigos del siglo XVIII: El caso de José Ignacio Troncoso y María de Paula de la Santísima Trinidad,” En Amor y desamor en Nueva España (Mexico: UNAM, 199?), y Sexo y confesión. La Iglesia y la penitencia en los siglos XVIII y XIX en la Nueva España (Conaculta-INAH/ Plaza y Valdés, editores, 2002).

[20]. AGN, Inquisición, 544, exp. 27 (1701) fol. 518-37. En este caso la confesante fue tocada ad turpia antes de la confesión. Tras la confesión ella declaró haber sido “convencida” de ir con el fraile a su celda, donde el mismo la besó, pero cuando ella comenzó a gritar, el fraile la echó de la misma.

[21]. AGN, Mexico, Inquisición, Vol. 295, (1615) 105-115v. He estudiado 12 casos de este legajo, muestra de los que se informaron para 1615. En esta etapa preliminar de mi investigación he buscado ejemplos significativos de casos entre 1580 y 1800, sin tratar de establecer una cuantificación metódica, que será llevada a cabo en el futuro.

[22]. John Chuchiak, “The Secrets Behind the Screen. Solicitantes in the Colonial Diocesis of Yucatan and the Sexual Conquest of the Yucatec Maya, 1570-1700.” De próxima publicación en Susan Schroeder y Stafford Poole, C.M., editores, Mexico’s Transformative Church: Colonial Piety. Progroms and Politics (Newark, Delaware: Scholarly Resources, 2005). Este volumen se publicara en 2007 pero con diferente titulo, Religion in New Spain.

[23]. A modo de ejemplos cito algunos de los volúmenes de Inquisición que he consultado, dejando sentado que mi muestreo es más amplio. Vol. 748, exp. 2; Vol. 1303, exp. 6. fol. 49; Vol. 244, fol. 154-154v; Vol. 244, fol. 33-54v 37; Vol. 485, exp. 29 fol. 285-86; Vol. 458, Exp. 28, fol. 283-284; Vol. 366 exp. 30, fol. 357-357 v; Vol. 767, exp. 9, fol. 214-35; Vol. 520, exp. 42, fol. 59v-61; Vol. 1159, exp. 15, fol. 323-328; Vol. 122, que cubre todos los casos de 1580; University of Texas, Ms collection, Nettie Lee Benson Library G 164 El Señor Inquisidor Fiscal del Santo Oficio de Mexico vs. Manuel Martínez religioso del orden de San Francisco de esta provincia del Santo Evangelio, por solicitante, 1732.

[24]. AGI, Inquisición, Vol. 244, fol. 254-54v and 33-54v.

[25]. AGN, Inquisición, Vol. 759, exp. 5.

[26]. AGN, Inquisición, Vol. 1957bis. (1758) fol. 366-84. Era el confesor de varias monjas y seculares del convento de Santa Clara y San Juan de la Penitencia. fray Buenaventura pertenecía a la orden dieguina de los franciscanos.

[27]. AGI, Mexico, 316 (1693); Antonio Rubial García, “Un caso raro. La vida y desgracias de Sor Antonia de San Joseph, monja profesa en Jesús María,” en Manuel Ramos Medina, coord. El Monacato Femenino en el Imperio Español: Monasterios, beaterios, recogimientos y colegios. Mexico: Condumex, 1995, pp.351-57; Antonio de Robles, Diario de sucesos notables, 3 Vol. (Mexico: Editorial Porrúa, 1972), 2:19, 140; AGN, Inquisición, Vol. 186, passim.

[28]. AGN, Inquisición, Vol. 384 (1637).

[29]. Este fue el castigo aplicado al franciscano Joseph de Oliva, a mediados de 1690. Ver, AGN, Inquisición, Vol. 527, fol. 28-67 (1692)

[30]. AGI, Audiencia de Mexico, 348, 719, 722, 815, 1936, 260, 721; Antonio Rubial García, “La mitra y la cogulla: La secularización palafoxiana y su impacto en el siglo XVII”, 239-272

[31]. Genaro García, Don Juan de Palafox y Mendoza (Mexico: Vda. De C. Bouret, 1906); Christiana de la Cruz Arteaga, El obispo Palafox y Mendoza (Madrid: Ateneo, 1960).

[32]. Biblioteca Nacional de Madrid, Sala Cervantes, Manuscritos. Ms 3048 Memoriales del estado eclesiástico del obispado de la Puebla de los Ángeles sobre diferencias ocurridas con los franciscanos doctrineros, fol. 231-34. Sin fecha. Toda la información sobre este caso esta sacada de esta fuente.

[33]. El obispo anotaba que la orden franciscana había renunciado a sus doctrinas en el Consejo General de Toledo en 1654. En ese año, la orden había declarado que el gobierno de esas parroquias era perjudicial para la disciplina interior y el deseable estado de pureza del estado religioso.

[34]. Antonio Rubial, “Votos pactados. Las prácticas políticas entre los mendicantes novohispanos,” Estudios de Historia Novohispana, Vol. 26 (enero-Junio 2002), pp. 51-83. Los ataques físicos personales fueron bastante comunes. Palos, puños, y armas blancas no fueron ajenas a la dirimición de elecciones en todas las órdenes mendicantes.

[35]. Manifiesto a la Reyna Señora en su Real Consejo de las Indias… en que se hace notorio el continuo y estraño movimiento que ha padecido y padece el Nuevo Mundo, y Provincias de la Nueva España el día que tomo posesión de el Oficio de comisario General de la Seraphica Familia de estos Reynos frayay Hernando de la Rua (Mexico 1671) Impreso sin paginación o imprenta: AGI, Audiencia de Mexico, Leg. 348.

[36]. AGI Mexico, 2712. Testimonio del compromiso y convenio hecho entre los religiosos de la Provincia de San Hipólito del Valle de Oaxaca del Orden de predicadores en la administración de sus curatos, 1752. Recordaba el acuerdo de 1712.

[37]. AGI Mexico, 2712 Cartas sobre secularización de doctrinas 1750s.

[38]. AGI, Mexico, 2712. Cartas.

[39]. AGI, Mexico 2712, El Procurador de la Provincia de Michoacán, de la Orden de San Fran cisco. Firmado al margen por fr. Diego Ortiz de Osada, Enero 31, 1753.

[40]. Biblioteca Nacional de Madrid, Sala Cervantes de Manuscritos. Ms 3048, Papeles Varios, 218v-221 “Contra criollos.” Antonio Rubial estima que las pugnas causadas por la alternativa eran más por el poder que por defender la base étnica, pues había criollos que se aliaban a los peninsulares y viceversa. Ver, Antonio Rubial, “Votos pactados. Las prácticas políticas entre los mendicantes novohispanos. Aunque estoy de acuerdo con la premisa de que el deseo de poder era la clave de las “prácticas políticas” de los mendicantes, soy de opinión que la identidad peninsular y la criolla estaban muy íntimamente ligadas a la alternativa, a pesar de que algunos se pasaran a las filas de los otros por conveniencia, Cuando le pareció oportuno, la Corona siguió enviando peninsulares aún en el siglo XVIII para mantener una línea de representación puramente hispana, lo que indica, a mi juicio, que ser peninsular contaba para algo en este controvertido proceso.

[41]. Biblioteca Nacional de Madrid, Sala Cervantes de Manuscritos, Ibid.

[42]. Antonio Rubial, Una monarquía criolla. La Provincia agustina en el siglo XVII (Mexico: CONACULTA, 1990).

[43]. AGI, Audiencia de Mexico, Leg. 348, 706.

[44]. Antonio Rubial, La santidad controvertida, 147-152 AGI, Audiencia de México, Leg. 708.

[45]. AGI, Audiencia de Mexico, Leg. 1033; Henry A. Monday Collection, Library of Congress. En la colección de microfilm de la Universidad Estatal de Arizona, Película 9366, Rollo 14 Provincia Dominicana de San Miguel y los Santos Ángeles.

[46]. Así lo sugiere Francisco Solano sobre Jerónimo de Mendieta. Ver fray Jerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana 2 Vols. (Biblioteca de Autores Españoles, Madrid: Atlas, 1973), p. xxv.

[47]. Ibid ante.

[48]. Francisco Solano, apunta como en sus últimos años, Mendieta, posiblemente proyecta su inconformidad con el tono político de su provincia franciscana y su deseo de volver a una vida más observante, propiciada por su alumno fray Juan Bautista Viseo, proyecto que lo inclina a una vida eremítica y la creación de la memoria ideal del religioso misionero de sus inicios. Ver, comentarios introductores de Francisco Solano, en fray Jerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, p. xxxvii.

[49]. Isidro Félix de Espinosa. El Peregrino Septentrional, Atlante delineado de la ejemplarisima vida del venerable Padre Antonio Margil de Jesús (Mexico: Joseph Bernardo de Hogal), 1737, p. 117.

 

 

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Datos de publicación: 

Asunción Lavrin, “Los hombres de Dios. Aproximación a un estudio de la masculinidad en Nueva España”. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 31 (2004). 283-309.

FOTOGRAFÍA DE PORTADA: 

Composición propia: Santiago Matamoros/ Padre Eusebio Francisco Kino, en Gabriel Rodríguez Pérez, EL NORTE DE NUEVA ESPAÑA EN TIEMPOS DE CARLOS III,

http://personal.telefonica.terra.es/web/ihycm/revista/91/rodriguez.html


 


 

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 "Espiritualidad en el claustro novohispano del siglo XVIII". América colonial American Review, 1466-1802, Vol. 4, Nº  2, 1995, págs 155-180. Documento PDF

"Creating bonds respecting differences among feminists" , Latino(a) Research Review,5:`1 (Spring 2002), 37-50. Documento PDF 

"Spanish American Women, 1790-1850: The Challenge or Remenbering",Hispanic Research Journal: Iberian and Latin American Studies, Vol. 7, Nº 1, 2006 , págs. 71-84 (ISSN  1468-2737).  Documento PDF

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Women, Feminism and Social Change in the Southern Cone, 1890-1940 (Lincoln: University of Nebraska Press, 1995). Available in paperback, 1998. Reseña: María Teresa Fernández, Espiral, sep-dic, año/vol.XI, nº 031, Univ. de Guadalajara, México (2004) pp.335-338

 

A la escritura desde un mundo oculto: espiritualidad y anonimidad en el convento de San Juan de la Penitencia,@ Estudios de Historia Novohispana , Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Vol. 22, (2000) pp. 49-75 [en línea] El Colegio de México, Fuentes y documentos para la historia de México  

 

"Female Religious," in Louisa Schell Hoberman and Susan Migden Socolow, Cities and Society in Colonial Latin America (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1986), 165- 195. 10. [en línea] "Religiosas", en Ciudades y sociedad en Latinoamerica colonial, Louisa Schell Hoberman y Susan Miggen Socolow, comp. (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992) pp. 175-213, en El género en historia, Anne Pérotin-Dumon    

 

 


 

 

 

 

 

PERSPECTIVAS HISTORIOGRÁFICAS: MUJERES INDIAS EN LA SOCIEDAD COLONIAL HISPANOAMERICANA

PERSPECTIVAS HISTORIOGRÁFICAS: MUJERES INDIAS EN LA SOCIEDAD COLONIAL HISPANOAMERICANA

Mª Teresa Díez Martín [1]

Universidad Nacional de Educación a Distancia. UNED/España

 

 

 

El presente trabajo de reflexión historiográfica se concluyó en 2003, y fue  presentado en el marco de una propuesta compilatoria de CEMHAL[2] sobre la escritura de la historia de las mujeres en América Latina[3].  Una colaboración animada, entonces  como ahora, por el convencimiento de que los proyectos con proyección internacional y multidisciplinar son un motor para el avance de los Estudios de las Mujeres y los de Género, que ya, sin remedio, han de plantearse bajo una vocación globalizadora.

Nuestro estudio se ha ordenado siguiendo las diferentes escuelas historiográficas que identifican el siglo XX y los principios del XXI[4], pero dando prioridad a la obra investigadora que sobre las mujeres se desenvuelve dentro de los frentes avanzados de la historia, ya tengan como referencia las innovaciones de tradición moderna que dominaron el panorama historiográfico durante las décadas de los setenta y ochenta, o el complejo actual de las tendencias postmodernas. Un contexto al que, recíprocamente, los Estudios de las Mujeres y los de Género vienen contribuyendo decisivamente en su conformación renovadora. Además, se ha contemplado con especial atención la incidencia del hispanismo y el indigenismo, como corrientes de pensamiento esenciales en la historiografía americanista e implicadas, con desigual intensidad y carácter en Hispanoamérica, en la construcción de las identidades nacionales, una cuestión central que articula una parte importante de la interpretación histórica.

Desde estas perspectivas partimos para elaborar el mapa de las investigaciones sobre las mujeres indias en el período colonial, en un conjunto historiográfico sólo explicable en la medida que se atiende a las interrelaciones multidisciplinarias, y a la sistematización de las corrientes teóricas y de método que le afectan. En definitiva, es la práctica historiográfica concebida esencialmente como un instrumento de trabajo y reflexión.

Los límites obligados[5] de todo estudio han exigido destacar una bibliografía que dirige preferentemente su atención hacia las culturas indígenas más evolucionadas del período colonial: la azteca, maya e inca; aunque se ha tratado de recoger las referencias de otras áreas y culturas periféricas. Con ello somos conscientes de que dejamos pendiente un análisis más detallado de importantes líneas investigadoras, como las que se ordenan alrededor del concepto de frontera, que han renovado la visión de espacios y sociedades coloniales escasamente definidas hasta no hace mucho. Abordar esta tarea es un proyecto para futuros trabajos que se pretenden bajo la visión del ámbito iberoamericano.

Estamos ante una producción que, desde su despegue en los años setenta, registró el mayor ascenso durante la década de los noventa, impulso que mucho debió a los renovados espacios de investigación propuestos por la postmodernidad. Así, se ha manejado una bibliografía que, desde diferentes disciplinas, se presenta en general diversificación temática, teórica y de enfoques metodológicos. En ella, de las realizaciones históricas muy pocas se plantean globalmente para el período colonial, o como análisis comparativo de las sociedades hispanoamericanas; la mayoría son monografías preferentemente regionales, manteniéndose una alta cantidad de microhistorias y estudios de caso. Y en consecuencia, se impone el ensayo corto presentado en compilaciones o revistas científicas, cuyo aumento en un sin fin de publicaciones propicia lo que a todas luces constituye una dispersión excesiva. Situación que dificulta la consulta y plantea como una necesidad constante el trabajo de síntesis, que no es frecuente.

Por otra parte, se advierte el menor volumen de investigaciones históricas frente a las realizaciones sociológicas, antropológicas y etnohistóricas, algunas de cuyas formulaciones han resultado decisivas en la transformación historiográfica del período colonial, y que vienen definiendo áreas primordiales de los estudios que nos ocupan. También, se observa el peso creciente de  la lingüística y la semiótica, que son hoy  pieza angular en los nuevos horizontes abiertos por los estudios de lo discursivo, ya sean los planteados desde el  análisis textual o el de las representaciones icónicas. Son éstos los campos de una historia cultural en auge, la  que  ha desplazado  la otrora hegemonía de lo social impulsada desde la nueva historia que plantearan la Escuela de los Annales y el materialismo histórico.  

Se subraya, por tanto, la polarización del debate actual entre la historia social y la cultural, en el cual inciden decisivamente la práctica y las teorías de la historia de las mujeres y de género. Simplificando, mucho, se puede decir que en Europa se ha privilegiando el enfoque de lo social frente al giro lingüístico que define el espacio de la deconstrucción y construcción del discurso de género. Un frente que bajo la influencia estadounidense se impone, con peso, en la investigación hispanoamericana[6] y ha avanzado decisivamente en la producción europea. Pero, además, otras líneas y matices de las investigaciones nacionales responden a la controversia entre modernidad y postmodernidad, singularizando con ello el espacio historiográfico internacional. No obstante el panorama ecléctico, se va afianzando una postura común que preconiza el enfoque sociocultural. Un ajuste problemático, sin duda, más teorizado que resuelto en una práctica que  divide los espacios del análisis discursivo y el de las prácticas históricas, de lo que resulta un divorcio evidente entre los estudios de género y los de las mujeres a pesar de su inevitable convivencia. Hace ya tiempo, y como en su momento sintetizó Lola G. Luna, que el reto está en profundizar en el  discurso de género como el potente instrumeno de análisis que se ha revelado, aunque integrando los indispensables hallazgos que desde la modernidad, léase historia social, fueron aportados a la historia de las mujeress[7]. Es más, y teorizando este enunciado, no renunciar a ciertos marcos generales de interpretación política,economica y social asegura un freno a la descontextualización histórica de los sujetos mujeres y los discursos de género que, de la mano de los posmodernismos, se interpreta, por más de una voz, como una avanzada desmovilizadora de  aquellos frentes que ligaron en la historia el feminismo y la reivindicación social. Es, en fin, una parte importante del debate que anima determinadas líneas, escasas todo hay que decirlo, de una renovada historia política que trata de desenvolverse en el horizonte posestructuralista, y en el que parece caber con bastante propiedad el género a través de la teórica de la construcción social.

Tales debates actuales no dejan de ser la manifestación de la madurez de un campo de estudios que cuenta ya con  algo más de tres décadas de andadura.  Su evolución general, de sobra conocida, se puede esbozar partiendo del objetivo marcado en las primeras producciones, el cual  planteaba descubrir las claves de la subordinación de las mujeres a través de la experiencia histórica, a la vez que levantaba bandera de la visibilización de las mujeres como sujeto histórico. Fueron presupuestos estos renovados por la exploración de las identidades de género desde las diferencias de clase, étnicas o desde las representaciones raciales y por las nuevas dimensiones que abrió la conceptualización del género como categoría de análisis[8].Sobre estas líneas maestras, la historiografía de las mujeres Iberoamericanas[9] atiende a su propia especificidad en tanto que se resuelve en el marco colonialista y pluricultural.

Las dificultades que planteaba definir una Historia de las Mujeres propiamente hispanoamericanas fue una problemática abordada, principalmente en los años ochenta, desde las actitudes críticas del feminismo académico[10], cuyo proceso de definición contiene una primera etapa en la que las mujeres indígenas, y las negras,  fueron mínimamente consideradas en las investigaciones históricas. Omisión plenamente remediada durante la década de los noventa, cuando la Historia de las Mujeres se incorpora a otros espacios ideológicos como los que abrían las reivindicaciones neoindigenistas e indianistas, y por la misma extensión teórica del feminismo hacia las propuestas postmodernas[11] del multiculturalismo y los enunciados postcoloniales. Se advierte con todo lo dicho una necesaria identificación, aún pendiente de hacer con profundidad, que se aborde desde un estudio comparado de las diversas escuelas historiográficas, estadounidenses, europeas e iberoamericanas comprometidas en la investigación de las mujeres y de género[12]. Y aunque éste es un objetivo que sobrepasa el de nuestro estudio, hemos tratado de subrayar, en la medida de lo posible, estas influencias como referencia de futuras reflexiones.

Indudablemente, se alude en esta síntesis a procesos dialécticos que han generado, y generan, importantes tensiones. Pues, al contexto general historiográfico se suman otras cuestiones específicas: las divergencias conceptuales entre historia de mujeres o de género, a menudo resuelta en coexistencia; o las que se derivan de la experiencia de una historia contributiva y los objetivos de otra interpretativa; u otros desacuerdos largamente  sostenidos  que  enfrentan algunos presupuestos feministas con la práctica histórica[13]. Y el tema capital de la aún no resuelta normalización de la historia de las mujeres y la de género en una posible historia integrada.

Tensiones que, así mismo, señalan al trabajo interdisciplinar y las necesarias reformulaciones que su ejercicio está requiriendo. Ya que, si ciertamente los enfoques múltiples han enriquecido y revalorizado la disciplina histórica, no lo es menos que ésta acusa cierta seducción por metodologías impropias que lejos de ser asimiladas o fundidas en su propia práctica han llegado, en ocasiones, a sustituirla. Un efecto, en buena parte, derivado de acríticas y coyunturales adhesiones al relativismo postmoderno. En este sentido, nos encontramos ante una parte de trabajos que reclamándose históricos son más bien dignas etnografías, estudios psicológicos o análisis literarios. Entonces, nos atrevemos a plantear, la cuestión a resolver estaría en continuar ampliando el marco de las nuevas interpretaciones sin perder la jerarquía de lo histórico.  Una proposición que, lejos de pretender cualquier definición de esa jerarquía, trata de ser un acicate para la reflexión abierta en torno al necesario consenso sobre los nuevos paradigmas de la historia.

 Un deseable equilibrio aún por conseguir en diferentes prácticas comunes, entre las que necesariamente hay que referirse a la de la etnohistoria por su peso en nuestra temática. Puesto que si la interacción entre historia y antropología ha aportado unos referentes indispensables, no por ello se ha establecido un diálogo fácil. De hecho, son dos disciplinas con espacios conceptuales y metodológicos diferentes, que se vienen distanciando cuando una parte de la antropología, incluida la feminista, insiste en delimitar un campo propio de actuación interesado en las pervivencias de las culturas prehispánicas[14]; un objeto de estudio que choca, a menudo, con la esencia de la temporalidad histórica[15].  En conclusión, se plantea con estas observaciones la importancia de definir límites y connivencias, lo que no deja de ser una propuesta para la formulación actual de la misma Historia.

Otras dinámicas más externas han de ser tenidas en cuenta en la valoración historiográfica. Así, los incentivos políticos y disposición de medios propiciados por algunos eventos internacionales, que promocionaron durante la última década del siglo pasado un aumento de las investigaciones. Las que a su vez se hicieron eco de las controversias históricas suscitadas por celebraciones tales como la del V Centenario del Descubrimiento; o recogieron estímulos de capital importancia para las reivindicaciones indígenas y de las mujeres: Los Encuentros Continentales de la Campaña 500 años de resistencia indígena, negra y popular, la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, y los Encuentros Continentales de Mujeres Indígenas que se iniciaban en 1995, entre los más decisivos. En otro orden de acontecimientos, hay que considerar los desafíos discursivos abiertos por la insurrección de Chiapas, junto a la dialéctica de la globalización en la que actualmente vivimos como propulsores de nuevas líneas de estudios.

Éste es el sucinto perfil de un curso político e histórico difícil a la vez que estimulante, y un plano de referencia incuestionable para los Estudios de las Mujeres y de Género, que informa sobre una parte de las aportaciones realizadas desde las comunidades académicas hispanoamericanas. Una historiografía que, aún con lentitud, se va singularizado en su desarrollo frente a la omnipresencia de la investigación anglosajona y europea, a las que está superponiendo un vitalismo crítico realmente renovador que en muchos aspectos abre perspectivas nuevas. Sin embargo, es un cuerpo de investigaciones obviado, generalmente, en los predominantes estudios historiográficos estadounidenses. Situación que ha determinado nuestro propósito de exponer la relevancia de este repertorio, a la vez que hemos entendido como ineludible el facilitar la identificación de las todavía insuficientes traducciones al castellano de la bibliografía en inglés.

En un rápido bosquejo, podemos marcar los inicios de la producción hispanoamericana durante la década de los setenta, en una línea de trabajos fuera de los cauces académicos, o en paralelo a los inicios de ellos, que fueron incentivados por un movimiento feminista amparado por las ONGs y los planes de cooperación internacional. Estudios y planteamientos desarrollados bajo un espíritu militante, ligados, inevitablemente, a la necesidad social de contestación ante la aguda crisis económica y de regímenes dictatoriales que asolaron Iberoamérica. No fue hasta los años ochenta cuando comenzaron a regularizarse los programas universitarios que incluyeron los Estudios de Género y de las Mujeres, estimulados por una nueva generación investigadora abierta a la innovación histórica. Si las universidades pioneras fueron las de México y Brasil, a finales de la década le siguen los programas de la Universidad puertorriqueña, y los de Argentina. Ya durante los noventa, las iniciativas corresponden a Perú, Chile y Bolivia, habiéndose ampliado en la actualidad a la mayor parte de las universidades iberoamericanas[16]. El saldo de esta actividad es un trabajo sostenido de investigación interdisciplinar que valida a autores y autoras destacadas.

Por último, y en la medida que hemos apuntado a un balance de la historiografía en castellano, observamos cómo la aún pequeña aportación española refleja, no obstante, el interés creciente hacia la historia de las mujeres iberoamericanas, a la que se contribuye con trabajos de calidad desde la década de los noventa. Presencia que viene a remediar el anterior vacío en la investigación, más acusado en la vertiente indigenista colonial, tratada escasamente por la antropología y en proporción anecdótica por la historia. El mismo cuadro que todavía en 1989 exponía la antropóloga Pilar Alberti en  Revista de Indias[17], señalando, hasta esa fecha, tan sólo la aparición de siete artículos referidos a la mujer indígena americana durante los cincuenta años de la revista. Probablemente, tan pobres resultados tenían mucho que ver con las apreciaciones de José Alcina Franch[18], cuando, en el mismo volumen, caracterizaba un americanismo español de marcado carácter historicista y documentalista, cerrado a la realidad americana y a la historicidad de lo indígena que aportaba la antropología. Opiniones que no hacían sino ratificar la condición general de una historiografía nacional alejada de las corrientes internacionales de innovación histórica, o elaborada desde su lectura incompleta[19].  Afortunadamente, las líneas críticas presentes desde los años ochenta en España, empujaron durante los noventa una renovación historiográfica que sustentó el mayor calado de los estudios sobre las mujeres durante el período colonial hispanoamericano.

 


I.  MUJERES INDIAS EN NUEVA ESPAÑA

 

Acomodó el positivismo una interpretación lineal de los indígenas que pasaba de la épica beligerante de la conquista al discurso de la evangelización y aculturación colonial. Escuela historiográfica, llamada a una larga persistencia en los estudios americanistas, que en México recibía la influencia del academicismo autóctono enciclopedista, cuya filosofía política implicada en la construcción nacional había articulado las premisas del indigenismo liberal. Coordenadas bajo las que se fraguaba la utopía indigenista, con todo lo que paradójicamente recogía el positivismo del liberal romanticismo. Utopía que, aún con todas las diferencias que se quieran contemplar, conformó un fenómeno común hispanoamericano, el cual enunció la simbólica idealizada de lo indio intemporal: la del indio arqueológico[20]. Un discurso que se incorporó a la reivindicación de la herencia indígena precolombina como elemento legitimador de las identidades nacionales. En este contexto la experiencia histórica de las mujeres indias quedaba reducida, inevitablemente, a los arquetipos del imaginario nacional que, así mismo, recogía otras elaboraciones del hispanismo, ya fuera el conservador o el liberal.

El ideario indigenista liberal, retomado en México por el pensamiento de José Vasconcelos[21], sería impulsado por la Revolución mexicana e institucionalizado desde la antropología aplicada por Manuel Gamio. Un proceso en el que la historia mexicana fue recreada por el poder con mucho de ideario folclórico, y dio cobertura a la proyección del mito de la Malinche, el que se construía con algunas de las imágenes tipo más persistentes de la mujer india; iconos culturales polivalentes que desde la Ilustración se debaten entre significados positivos o negativos. Esto es, símbolo materno de la realidad interétnica de la nación y puente entre culturas, o alegoría de la claudicación ante el conquistador: la Malinche traidora a su pueblo.  Una dinámica que, además, señala la singular historificación del mito[22] en América, o viceversa, la historicidad de doña Marina es fagocitada por el mito. En cualquiera de sus interpretaciones es tal figura un elemento esencial de la reflexión nacional, la que continúa hasta el presente insistiendo en explicarse la sustancia de la mexicanidad

Los influjos positivistas, que alimentaban la biográfica de las mujeres excepcionales: “espejo de varones sobresalientes”[23], también inspiraron un buen número de retratos de la Malinche. Obtenidos, comúnmente, de la lectura de Bernal Díaz del Castillo, y que a menudo derivaron en narraciones prácticamente noveladas; una lista de títulos que abunda en la tragedia y el romance de la conquista[24]. Imperio del arquetipo que tampoco cambiaron, entre finales del siglo XIX y primera parte del XX, las perspectivas históricas de las primeras generaciones de feministas mexicanas. Sus producciones ligadas al pensamiento del indigenismo nacionalista no pasaron de una reivindicación poética de la figura de doña Marina, así la que Carmen Ramos Escandón recoge de Adela Formoso de Obregón Santacilia: “Por el amor de un pueblo, la mujer marcó el signo de una conquista en la que Cortés se llevó la gloria”[25]. Tal y como advierte la misma autora, la escasa investigación sobre la relación de aquellas corrientes feministas con el indigenismo limita otras apreciaciones sobre las indias que superen la figura de la Malinche.

 


Esta reducción de la mujer india colonial al monotema malinchista fue la que evaluó Asunción Lavrin en 1978, cuando señalaba que entre la Malinche y Sor Juana Inés de la Cruz existía un vacío historiográfico[26]. Un hueco que desde entonces se ha ido cubriendo, pero no en detrimento de la abrumadora presencia de doña Marina. Figura confirmada por la historiografía del siglo XX como mito fundacional mexicano que significa la identidad mestiza: los hijos de la chingada, en la obligada cita a las fundamentales reflexiones de Octavio Paz. Madre de una prole despreciada y abandonada por el padre, el varón ausente. Resumen de la traición y sumisión ante la violación del conquistador, en lo que se ha pretendido como núcleo de la esencia femenina hispanoamericana. Pero, también, la Malinche dignificada por la pluma de Carlos Fuentes, que en la clave del drama teatral la erige en salvadora de los pueblos indios oprimidos por el Imperio Azteca, redentora de la nación por la realidad nueva del mestizaje.

 

Frentes avanzados de la Historia

Fuera del campo de la simbólica arquetípica las indias, y todas las mujeres hasta el momento de la renovación historiográfica en la década de los setenta, habían ocupado escasas páginas[27], y éstas se decantaban por las pertenecientes a los niveles sociales privilegiados y emparentadas con los conquistadores. Los mismos planos que, mediatizados por las fuentes institucionales, había explorado la obra pionera de la historiadora Josefina Muriel desde los años cuarenta. La autora comenzaba en 1941 una investigación sobre las monjas indias que completaría en 1963 con la publicación de Las indias caciques del Corpus Christi. Tema al cual le había dedicado un espacio en su trabajo general sobre las religiosas novohispanas editado en 1946[28].

Otro conocimiento histórico de las mujeres coloniales sólo fue posible a partir de la ruptura crítica con la historiografía tradicional y los pilares metodológicos sobre los que se asentaba, tal y como planteara la revisión de la historia francesa: nuevas fuentes[29] y el encuentro con los sujetos históricos que fundamentaban la teórica feminista de la historia. Era el marco historiográfico que posibilitaba la historia de las mujeres, cuyos inicios en Iberoamérica han quedado ligados a la publicación, en 1978, de la compilación de Asunción Lavrin: Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas[30], obra en la que se reunían las investigaciones punteras de la década, entre las que no faltaban las dedicadas a las indias coloniales.

Fueron unas primeras investigaciones movilizadas en torno a una intensa crítica historiográfica e ideológica, en la que confluían por una parte las corrientes europeas de la historia social y de las mentalidades, cuando aceptada mayoritariamente la primera se remarcaba su carácter militante y de compromiso con las renovadas filosofías marxistas; y por otra las nuevas líneas de la historia económica irradiada desde los Estados Unidos. Hasta bien avanzados los años ochenta, imperó la autoridad del discurso científico, del materialismo histórico y del estructuralismo, a la vez que se afianzaban las propuestas de Foucault; era el momento de la teoría de la dependencia y la feminista.  En los Estudios de las Mujeres la identificación entre propiedad privada y patriarcado como causa de la subordinación y opresión de las mujeres[31], señalaba la orientación preferente hacia los análisis económico-sociales, a la vez que el feminismo radical estadounidense teorizaba una comunidad femenina hermanada solidariamente por sus intereses de sexo en oposición al patriarcado

Más adelante, la crítica de la postmodernidad a los paradigmas históricos encontró las categorías de análisis de aquella etapa escasamente receptivas a las diferencias étnicas y de raza, lo que de hecho había sido un límite a la investigación histórica sobre las indias coloniales. Tarea que, mayoritariamente, ocupó hasta los años noventa a la antropología social y cultural anglosajona comprometida con el feminismo radical. Menores fueron las contribuciones antropológicas y etnohistóricas hispanoamericanas, que incorporaban más lentamente a la tradición indigenista las nuevas corrientes de la historia cultural y de la antropología feminista[32]. Ya durante la década de los noventa se puede hablar de un aumento en las investigaciones y del carácter singular de la producción mexicana.

De importancia, en este contexto historiográfico mexicano, fue la influencia de la Escuela de los Annales, encauzada desde 1978 a través del Seminario de historia de las mentalidades y la religión en el México colonial[33], un proyecto impulsado por la dirección fundamental de Solange Alberro, Serge Gruzinski y Sergio Ortega. Las teorías y métodos innovadores que promovió el Seminario desde sus comienzos avanzaron temas primordiales de género y del mundo indígena colonial. Paralelamente, y bajo el mismo espíritu, se ponía en marcha la historia social de la educación planteada por Dorothy Tanck y Pilar Gonzalbo Aizpuru[34]. Nuevos modos de historiar, con los que Pilar Gonzalbo, desde una mirada general a las mujeres coloniales, incorporaba a las indias y mestizas.

Procede distinguir a estas autoras como integrantes de la primera generación de académicas feministas, o que reflejaban su influencia, cuya producción durante los años ochenta marcó el ritmo de la renovación historiográfica de género. Desde la que se proporcionaban las claves de la visión histórica de las indígenas novohispanas, pero aún con un horizonte limitado. En cualquier caso, fue una generación que dejó trabajos señeros para la Historia de las Mujeres y de Género, como es el de Julia Tuñón: Mujeres en México. Una historia olvidada[35]. Historia de tiempo largo, que mostraba las posibilidades de las nuevas fuentes dentro de una práctica metodológica rigurosa. La autora parte de las categorías del mestizaje, a través de la simbólica de la Malinche, para establecer el análisis sobre las jerarquías de género, étnicas y de clase en Nueva España

Ya durante la última década del siglo XX, hay que resaltar la relevancia de los estudios globales y de síntesis que respondían al progresivo aumento de la historiografía dedicada a las mujeres, y que cumplían con la indispensable tarea de recoger los avances en la investigación. Pautas que definen la publicación de Marcela Tostado en 1991: El álbum de la mujer. Antología ilustrada de las mexicanas[36]; u otras aportaciones como las de Josefina Muriel en Las mujeres de Hispanoamérica. Época colonial[37], una perspectiva iberoamericana fundamentada en la documentación tradicional, que contiene precisas referencias sobre las mujeres indias.

Sin embargo, específicamente, el estado de la cuestión lo proporcionaba en 1992 una síntesis apoyada en la bibliografía hispanoamericana del momento, realizada con motivo del “2º Encuentro Continental de la Campaña 500 años de resistencia indígena, negra y popular”: Mujeres indígenas de ayer y hoy. Aportes para la discusión desde una perspectiva de género[38], de Teresita Hernández y Clara Murguialday. Más reciente es la publicación de Marysa Navarro y otras, Women in Latin America and the Caribbean[39], estudio comparativo de las mujeres indias en las principales sociedades coloniales iberoamericanas. Y también actual es The women of colonial Latin America[40], de Susan Socolow, texto de carácter más divulgativo que académico, pero que presenta un panorama preciso de las diferencias entre indias, blancas, negras y castas dentro del espacio colonial del mestizaje.

 

Dominación colonial, dominación de género: las resistencias

 En conjunto, los estudios más diferenciados sobre las indígenas atendieron a una línea común que identificó dominación y resistencia colonial con las de género. Si bien, distinguiéndose una primera etapa en la que se destaca el carácter de la explotación colonial de las mujeres y su adaptación al sistema, además de la denuncia que las dignificaba como víctimas. Líneas de investigación en las que una rígida revisión postcolonialista señalaría algunas afirmaciones como tópicos, y deudoras de un discurso anticolonial oscilante entre la versión de la acomodación y la de la resistencia idealizada de los indígenas[41]. En este segundo tiempo, ya en la década de los noventa, se ampliaba el campo conceptual de las resistencias, que incluía desde las pasivas hasta los pleitos con la administración, pasando por otras formas de actividades sociales públicas o privadas. Oposición que explicada desde factores culturales anticolonialistas y de género, principalmente por el americanismo estadounidense, pretende sustituir la interpretación socioeconómica que se viene considerando un marco demasiado estrecho. Son nuevas concepciones contestadas por una parte de la crítica histórica, aquélla que aduce una tendencia a la abstracción de una realidad compleja cuando se prescinde del análisis socioeconómico, además de observar la insistencia en la idealización de la resistencia indígena y de género.

Como ya se ha señalado, a la antropología social se le deben los más tempranos estudios sobre mujeres indias coloniales. Eran los de Ann Pescatello[42], o los de June Nash y Eleanor Burke Leacok[43] que introducían, en la década de los setenta, el enfoque feminista de la economía política. El análisis de J.Nash examinaba el impacto de la conquista en las mujeres centroamericanas, afirmaba un patriarcado prehispánico consolidado durante el proceso colonizador, y abría el debate en torno a la producción y reproducción social.

También trabajo inicial era en 1980 el de Iris Blanco[44], que consideraba el origen social como factor determinante en las consecuencias de la conquista y colonización para las mujeres aztecas; estratificación social y sistema patriarcal colonial que, en opinión de la autora, reproducían los prehispánicos. Las repercusiones sociales de la conquista sobre las mujeres mayas eran estudiadas en 1982 por Inga Clendinnen[45], en un ensayo apoyado en la revisión crítica de las crónicas, escritos misionales y literatura indígena, texto que concluía con la afirmación de la pérdida para las mujeres de un estado social precolombino más privilegiado.

Otros argumentos, ya avanzados los ochenta, incorporarían los elementos culturales de la resistencia, así los de la historiadora Stephanie Wood[46], a los cuales se añadieron los estudios mexicas de Susan Kellogg[47] sobre los mecanismos de imposición colonial: legales, religiosos, o políticos que degradaron los sistemas igualitarios de género prehispánicos

Tal y como se apunta, compartían estos estudios un interés común en el análisis de los efectos de la conquista sobre los sistemas de género indígenas, aunque desde interpretaciones enfrentadas[48]: las que defienden un patriarcado prehispánico y su coincidencia con el hispánico, lo que se traduce en la subordinación femenina durante los dos períodos; y aquéllas otras que proponen sistemas de género igualitarios basados en la complementariedad sexual del trabajo, antes y después de la conquista. Principio de reciprocidad cuyos espejos son las cosmovisiones indígenas, y que, por extensión, se correspondería con un estado de no subordinación a los varones durante el tiempo de la colonia; diferentes grados de igualdad han sido interpretados dependiendo de las diversas lecturas en la investigación.

La  discusión sobre el tema quedaba abierta desde que en los años cincuenta se formulara la tesis de las relaciones no jerárquicas entre sexos de las culturas prehispánicas, deducida esencialmente por la antropología  del estudio de las cosmogonías y cosmovisiones contenidas en los códices, crónicas coloniales, y de las contribuciones  arqueológicas. Una interpretación de las relaciones de género que se vio impulsada por las decisivas aportaciones de la visión de los vencidos[49], y la promoción de la literatura en lenguas indígenas, esencialmente del náhualt[50]. Decisiva en el desarrollo de esta hipótesis fue la intervención del marxismo y del funcional-estructuralismo.

A grandes rasgos se puede trazar un esquema de las posturas sobre la cuestión[51]. Así, entre los más conocidos estudiosos, Miguel León –Portilla partiendo de la posición no subordinada de la mujer azteca hace una lectura de su preeminencia social[52]. Los postulados sobre la complementariedad precolombina desvalorizada por la cultura patriarcal hispana, son defendidos en México por Noemí Quezada[53], pionera de los estudios culturales de género. Lo que también mantienen las ya nombradas antropólogas Inga Clendinnen y Susan Kellogg, y desarrollan en Indian Women of Early Mexico[54]; compilación que, al margen de otros valores, tipifica la adhesión a las tesis igualitarias de un significado grupo de investigadores estadounidenses[55]. La teoría contraria, es afirmada por June Nash o Julia Tuñón Pablos[56], y así mismo aseverada en La mujer azteca[57] obra publicada en 1988 por Rodríguez-Shadow, donde la autora argumentaba una condición social de dominio masculino para las aztecas prehispánicas[58]. La misma antropóloga, junto a Robert D. Shadow[59], presentaba unos años después dos artículos en los que validaba su interpretación para el período colonial, apoyándose en las crónicas y literatura de los siglos XVI y XVII

La polémica, muy presente y con plena incidencia en los análisis históricos, recoge otras elaboraciones que contribuyen a su complejidad, como el cuestionamiento que hace una parte del feminismo sobre el concepto de la complementariedad, cuando argumenta que la óptica de la equidad de sexos establece los papeles tradicionales de las mujeres como naturales, obviando las tensiones de género y, por tanto, perpetuando la visión androcéntrica. A ello se pueden sumar las objeciones a ciertas interpretaciones unilaterales o enfáticas de la visión de los vencidos, opiniones revisionistas que, de hecho, niegan veracidad a algunas de las conclusiones sobre el período prehispánico o colonial[60].

La exploración de los sistemas de género como parte del análisis de lo social, se estableció en directa relación con el estudio de las estructuras de producción y de la división sexual del trabajo; fundamentos de la investigación sobre la condición socioeconómica de las mujeres indígenas. En general, y respecto a la bibliografía citada, abundan los datos sobre el trabajo y el papel de las indias en la economía de la familia rural[61], o su aportación desde la producción doméstica y comercialización a la economía colonial.  Otros estudios de género centrados en los espacios urbanos han informado del empleo doméstico, actividades comerciales o de la ocupación en las manufacturas urbanas[62]. Pero, se puede decir que es mínima la aportación de la historia al tema en concreto, y no se ha producido ninguna obra de perspectivas temporales o comparativas amplias del período colonial[63].

Si nos referimos a investigaciones específicas, así la del trabajo textil femenino, obligadamente hay que citar el ensayo de Margaret Villanueva[64] y su análisis de la producción de las mujeres indias como elemento de negociación tributaria: una de las claves de la economía colonial. Desde un planteamiento histórico de largo plazo, Carmen Ramos Escandón[65] estudia en una reciente publicación el trabajo preindustrial urbano en los obrajes.  La autora centra las escasas referencias bibliográficas sobre el tema, y trata de determinar el proceso seguido por la actividad artesanal del textil, cuando pasó de estar controlada tradicionalmente por las mujeres indias a ser una ocupación propia de varones en las primeras instalaciones industriales.

Por otra parte, la mayoría de esta bibliografía que venimos citando se ocupa de las culturas del centro y norte mesoamericano, y en menor proporción del Yucatán. Por ello, distinguimos una investigación temprana sobre las mujeres mayas en la mirada antropológica de June Nahs[66], a la que se sumó el ensayo de Beatriz Castilla y Alejandra García[67]: "El Yucatán colonial: mujeres, telares, y paties", o las aportaciones de Inga Clendinnen[68]. De mayor envergadura fueron las aportaciones en 1984 de Nancy M. Farris[69], en La sociedad maya bajo el dominio colonial, una etnografía histórica en la intención de la autora, que incluye en el marco social el enfoque de género. A través del cual se visibiliza el trabajo de  las mujeres, y su papel esencial en la  preservación y transmisión de los valores culturales indígenas, mantenidos en contra de las imposiciones coloniales y sus excesos: el trabajo obligado, el concubinato o la prostitución. En los años noventa, trabajos como el de María Espejo-Ponce Hunt y   Matthew  Restall[70] reflejaban nuevas calidades culturales en los estudios de lo social.

Volviendo al conjunto, apreciamos en esa última década del siglo XX el peso de los enfoques renovados, que, no obstante, recogían los beneficios de las contribuciones documentales y reformulaciones teóricas anteriores,  de manifiesto en trabajos como el de Deborah E. Kanter en Ethnohistory 42[71] o en el ya citado de Indian Women of Early Mexico[72]. Textos los de esta compilación que, entre otros aspectos, muestran diferentes perspectivas sobre la condición social y económica de las mujeres indígenas mesoamericanas, dentro de una línea común que destaca la participación activa de las mujeres en las sociedades coloniales. El conjunto expone una rica variedad de fuentes: testamentos[73], censos, registros bautismales y otros documentos, que desvelan las relaciones entre posición social y económica.  Así, se analiza el poder de las cacicas, a las mujeres propietarias de tierras y casas, a las tributarias, a las comerciantes de los mercados locales, o el papel del trabajo doméstico. Aspectos que ocupan los ensayos de Stephanie Kellogg Susan Wood, de Louise M. Burkhart, Ronald Spores, María Espejo-Ponce Hunt con Matthew Restall, Susan M. Deeds[74]

En directa relación con el mundo del trabajo se plantea la temática de las migraciones, una investigación que bajo la visión de la historia social trastocó el cuadro estático de las sociedades coloniales. La dinámica migratoria cuenta actualmente con excelentes estudios, que son la referencia para las aún incompletas indagaciones sobre la migración femenina y de las indígenas. Los precedentes más destacados como el de Juan Javier Pescador[75] o Luis Miguel Glave en Perú, a quien veremos más adelante, son recogidos en una actual síntesis, de 2001, por Susan Migden Socolow[76]: “Women and Migration in Colonial Latin America”, a la que añade las conclusiones de sus propias investigaciones. El texto destaca las transformaciones de vida e identidad en las migrantes, los cambios en las sociedades de acogida y en las de origen, y los efectos de la emigración masculina sobre las mujeres rurales. Además, un claro esquema da cuenta de las modalidades del trabajo urbano. Termina recalcando la autora, unos finales del siglo XVIII en los que las grandes ciudades hispanoamericanas arrojaban un saldo a favor de la población femenina, constantemente reforzado por la migración de las mujeres indias y mestizas.

Como venimos observando, una investigación continuada a lo largo de casi tres décadas ha transformado el cuadro precedente sobre los papeles sociales de las indígenas, insistiéndose actualmente en el carácter activo de su participación en las sociedades coloniales. Sin embargo, la dimensión del activismo político, o simplemente de su presencia en movimientos de sublevación, no cuenta con demasiados estudios. Fue William B. Taylor[77] en 1979, el que en un trabajo pionero puso de manifiesto la implicación de las mujeres indias en las rebeliones indígenas norteñas. Lo que ratificaba en 1995 Steve J. Stern[78], que, además, ponía en evidencia otros niveles de acción política y respuestas de resistencia, dentro de una importante actividad pública de las indias.

También, los autores de Indian Women of Early Mexico[79], han dejado diversas visiones sobre las indias  y su vida pública, algunas ya comentadas respecto al plano socioeconómico,  a las cuales se pueden añadir en su relación con los entramados de poder y política la de Robert Haskett[80]. Y desde la perspectiva de la economía moral el trabajo de Kevin Gosner[81], autor que historia el activismo rebelde de las mujeres mayas en el contexto de la sublevación de los Tzeltales del siglo XVIII. Un ensayo que patentiza la influencia espiritual y la contribución de las indias mayas al discurso de la justicia social. Fuera de esta compilación, la rebelión maya y la figura emblemática de María de la Candelaria ha sido recreada por Juan Pedro Viqueira[82], cuya rentabilización de las formas literarias apoyando las fuentes históricas es destacable.

 

La conquista espiritual: respuestas y transgresiones

 

El estudio de las instituciones virreinales y su cuerpo jurídico, civil y eclesiástico, como campo propio de la historia tradicional, fue también el primero en ser abordado por la historia de las mujeres. Ya que el conocimiento de su situación legal, de la normativa sobre dotes, heredades o de los códigos matrimoniales[83] eran condiciones indispensables para las investigaciones posteriores. Igual sentido tenía entender las estructuras religiosas y civiles que regularon la vida social de las mujeres a través de instituciones como los conventos, recogimientos, beaterios, colegios, hospitales, etc. Temas que, a pesar de su predicamento, todavía han dejado espacios sin cubrir en algunos de sus tramos y áreas coloniales, destacando con ventaja la bibliografía dedicada a Nueva España.

El temprano interés por la vida conventual femenina, se apoyó en la existencia de un sólido cuerpo historiográfico dedicado a la historia de la Iglesia hispanoamericana. Dentro del cual, el tema de las religiosas se presentó siempre en posición secundaria respecto a la jerarquía monástica masculina, y bajo el enfoque de un hispanismo tradicional especialmente ultramontano[84]: esencia de la Hispanidad católica que equipara civilización con evangelización.

 Este marco ideológico sólo fue superado por la investigación crítica de los Estudios de las Mujeres, en cuya producción la específica sobre el monacato femenino indígena es mínima. Ausencia comprensible si consideramos la exclusión de las indias de la vida religiosa durante la mayor parte del período colonial. Pero no ausentes en los espacios conventuales, pues en ellos tuvieron una presencia considerable: indias en situación semi-religiosa de hermanas serviciales o donadas, como sirvientas o educandas. Todas como parte de los sugerentes universos femeninos que fueron los conventos coloniales.

Como ya hemos señalado, fue la investigación pionera de la historiadora mexicana Josefina Muriel la que dio la salida a la historia de las monjas indias en Las indias caciques del Corpus Christi[85], donde la autora a través de la crónica colectiva del convento, escrita presumiblemente por una religiosa india, describe la ejemplar vida espiritual de aquellas hijas de caciques; símbolo de la victoria evangelizadora. Necesariamente, tal eje argumental es cuestionado por otros/as investigadoras, que han destacado en Muriel una postura acrítica hacia la historia de las mujeres, y una metodología tradicional, que dirige inevitablemente el estudio a las instituciones y élites coloniales. Sin embargo, se esté en contra o a favor de las interpretaciones de la historiadora, lo cierto es que los estudios actuales no pueden prescindir de sus aportaciones u otras en la misma línea.

La renovación de mayor calado sobre esta cuestión se inicia durante la década de los años sesenta, cuando a partir de los estudios de Asunción Lavrin sobre el tema se perfilaba el contexto económico, social y cultura de la experiencia religiosa femenina. Bajo esas influencias, en 1978, elaboraba la hermana Ann Miriam Gallagher su ensayo sobre las monjas del Corpus Christi[86].  Investigación enfocada desde el análisis del origen social de las monjas, que profundiza en el exclusivismo racial de las indias clarisas y establece las relaciones de poder, de prestigio y económicas entre la clase alta indígena y la de los españoles[87].

 Del proceso que posibilitó en el siglo XVIII la toma de hábitos por las indias, se ocupa una ponencia de Mª Justina Sarabia Viejo, que en 1992 centraba el tema en solitario durante el I Congreso Internacional del Monacato Femenino. La misma autora retoma la cuestión en otro artículo posterior, que dedica a la Concepción y el Corpus Christi ilustrando la polémica fundacional de los conventos para indias nobles[88]. El segundo congreso dedicado al monacato femenino, de nuevo, recogió un solo trabajo sobre el tema presentado por Luisa Zahino Peñaflor[89]. Más reciente es la aportación de Ascensión Baeza Martín[90], en la que investiga los conflictos étnicos a que dio lugar la especial normativa del Corpus Christi, y los intereses que se movieron por el control del convento. Desde otra perspectiva, son de gran interés los estudios que viene realizando Elisa Sampson Vera Tudela[91] apoyados en el análisis textual, y que observan las implicaciones culturales de los modelos de las monjas indias, especialmente las del Corpus Christi en la sociedad indígena. Tampoco se puede dejar de destacar la siempre renovadora mirada de Asunción Lavrin[92]  sobre el tema conventual, y la sugerente línea que explora desde la significación de los nuevos espacios abiertos a las indias en la vida monástica.

El modelo protector, de guarda y amparo, de los conventos femeninos, legitimado por la actitud social y la legislación proteccionista, fue el que siguieron otras instituciones coloniales para mujeres: beaterios, orfanatos, recogimientos, colegios y escuelas, y en otra medida los hospitales. Establecimientos presididos por cierta ambigüedad entre sus funciones educacionales, protectoras, de reclusión forzada o de castigo. Un campo temático de importancia en el que no se pueden citar investigaciones diferenciadas respecto a nuestro tema, pero sí trabajos como los de Muriel y Gonzalbo[93] que contienen referencias indispensables para establecer la relación de las indias con estas instituciones.

Por otra parte, la historia de la educación a través del estudio de las instituciones femeninas, de la organización de las sociedades de indios o de las reformas ilustradas, ha conseguido importante logros que, sin embargo, no han cubierto la aún pendiente profundización sobre la educación e instrucción de las mujeres indias. A pesar de ello, hay investigaciones esenciales para la comprensión del tema que prestan atención a la particularidad de las indias coloniales, como los de Pilar Gonzalbo Aizpuru[94], o los proyectados por Dorothy Tranck[95].

Las categorías culturales implicadas en algunas de estas investigaciones venían a subrayar el fructífero campo abierto por la perspectiva de género en el análisis de los discursos. El trabajo personal y la labor compiladora de Asunción Lavrin de nuevo marcaban, a finales de los ochenta, el contexto historiográfico que se había ido gestando en: Sexualidad y matrimonio en la América hispánica: siglos XVI-XVIII[96], donde se planteaba la visibilización de los códigos culturales configuradores de los valores sociales de género. Valores morales que definieron los conceptos de la sexualidad, del honor, del matrimonio o la familia como factores determinantes de las identidades femeninas coloniales.

En esta compilación la participación de Gruzinski[97], como ya apuntamos anteriormente, era la muestra de las continuadas contribuciones de la historia de las mentalidades mexicana, de manifiesto especialmente en algunas de las publicaciones de los Simposios de la Historia de las Mentalidades[98]. En cualquier caso claves de lo social, también de manifiesto en otras líneas de trabajo como la de Gonzalbo Aizpuru, autora que durante los años noventa articulaba las aportaciones al tema de la mujer y familia indígena, a través de la eficaz coordinación de la serie de compilaciones sobre la historia de la familia colonial[99], labor a la que añadía su investigación propia. Un tema en el que hay que considerar las nuevas direcciones apuntadas por la demografía histórica, donde destacan los nombres de Robert McCaa[100], Pedro Carrasco[101], Sarah Cline[102] y Elsa Malvido[103].

En la publicación dirigida por Asunción Lavrin, La sexualidad..., la misma historiadora[104] y Gruzinski[105] destacaban la importancia del discurso evangelizador en la conquista espiritual de las Indias y la acción de sus códigos morales sobre las mujeres indígenas. Las reglas del poder en definitiva, dictadas para el control de la sexualidad indígena, especialmente la de las mujeres. Fueron las normas de la virginidad, la castidad o el ayuntamiento sin lujuria, inscritas en la mentalidad indígena por el mecanismo de la autoculpabilidad[106] en el confesionario. Moral cristiana estudiada a través de los Manuales de Confesión, que han sido han sido examinados entre otros muchos por Juan Pedro Viqueira[107].

Estas son referencias indispensables dentro de una abundante bibliografía que relaciona religión y valores sexuales de género[108], y que paralelamente pone en evidencia el éxito del discurso cristiano distanciado de las actitudes sexuales y valores sociales reales. De hecho, es la transgresión la que tipifica la normalidad de la convivencia social colonial, tal y como documentaba Asunción Lavrin[109] en los muchos ejemplos de las uniones libres, de bigamia, de la general ilegitimidad o de la habitual utilización de los hechizos amorosos.

En definitiva, el devenir cotidiano en contradicción con las normas religiosas, inobservancia que también arrastró a una parte de los valedores del discurso: clérigos y monjes, cuya manifiesta actividad sexual se mostraba en absoluto edificante bajo la consideración de la Inquisición, institución que juzgó, por ejemplo, los frecuentes casos de solicitación en el confesionario, buena cantidad de los cuales tuvieron por victimas a las indias. Se plasma en estas breves líneas un panorama social que suscita la inmediata cuestión que resume el título de la compilación dirigida por Sergio Ortega: Porqué no se cumplía la Ley de Dios en la Sociedad Novohispana, interesante muestra del amplio conjunto que se ocupa de esta temática[110], y dentro del cual acentuamos la referencia de una investigación muy reciente: “Pervertiendo” el orden del santo matrimonio. Bígamas en México: S. XVI–XVII, de Estrella Figueras Vallés[111]. Un extenso trabajo en el que se articulan con maestría los planos de la actuación institucional frente a la subversión del buen orden colonial, y el hilo rector de la realidad social que son los imaginarios sociales. Prácticas y representaciones que analiza la autora en continua contradicción intercultural, la que determino la vida de las mujeres novohispanas y marcó el especial protagonismo de las indígenas. 

Otros autores son destacables en esta materia, como Ramón A. Gutiérrez[112], Sarah Cline[113] o Rebecca Overmyer[114] y su análisis dialéctico de la ideología religiosa. Así mismo, es obligada la cita de Louise M. Burkhart[115] y su prolongada investigación del diálogo entre la moral cristiana y el mundo nahua, que viene cuestionando la utilización unilateral y acrítica de los textos en náhualt para poner el acento en el contradiscurso cristiano que contienen. Y desde otro enfoque, Noemí Quezada[116] y las interpretaciones de la sexualidad antes y después de la conquista. Argumenta la autora sobre la unidad que componen amor y erotismo en la sociedad mexica, con lo que subraya su separación bajo la cultura patriarcal española. Pues, neutralizado el amor por la idealización cristiana occidental se convierte el erotismo en la dimensión propia del pecado, espacio natural de la magia y la hechicería femeninas.

Recursos sobrenaturales para la inseguridad económica y sentimental femenina, según interpreta Noemí Quezada. Mujeres, todas, que enfrentan el ideal de la vida conyugal a una convivencia cotidiana regida por las imposiciones patriarcales. La subordinación al varón, la doble moral frente al matrimonio como derecho masculino y la subestimación de las mujeres por un machismo omnipresente, enmarcan el conflicto de las relaciones entre hombres y mujeres que estalla en violencia habitual. La misma sobre la que se extiende La historia secreta del género de Steve J. Stern[117],  investigación densa de valiosos aportes documentales, en la que el autor se plantea visibilizar las relaciones de poder que descubre el  análisis de género, y la dialéctica que éste establece con  la cultura política.

Frente a la violencia masculina sortilegios para amansar hombres. Magia, hechicerías, idolatrías, curanderismo, como parte de una línea temática que ha venido a definir en los Estudios de las Mujeres un campo propio sobre la transgresión social, y de las estrategias de resistencia de género e indígenas. Prácticas antinormativas analizadas en su relación con las estructuras de poder, que contrariamente a la historiografía andina en la novohispana se refieren escasamente al marco jurídico especial de las idolatrías o hechicerías indígenas, debido en lo principal a la insuficiencia de fuentes. Por ello, ha sido indispensable la investigación desde la documentación inquisitorial que, a pesar de recoger la presencia de hombres y mujeres indígenas como sujetos jurídicos secundarios, ofrece la posibilidad del estudio sobre las mentalidades y prácticas sociales de las indias. Mujeres que fabrican magia amorosa, hechicerías protectoras u otras dañinas, compartiendo, también, los imaginarios híbridos que componen las culturas coloniales. En este plano de la investigación además de Noemí Quezada se destaca Ruth Behar, la que hace un agudo análisis de la mentalidad mágica colonial y sus referentes: los del simbolismo subversivo femenino, el del ideario occidental sobre el poder mágico de las mujeres indias, o el significado que la autora subraya para las redes interétnicas femeninas de la brujería sexual[118].

 

Del discurso colonial al útero malinche de la nación

Parte de la producción interdisciplinaria que venimos citando, de forma creciente, utiliza el análisis intertextual del discurso literario y el científico, ya sea éste histórico, antropológico u otros. Unas prácticas metodológicas definidas en sus líneas esenciales desde el área de los Estudios Literarios Coloniales, cuya investigación viene revitalizando desde la década de los ochenta la interpretación sobre lo colonial. Aportaciones que son dependientes de la teórica postcolonial y de la deconstrucción textual contemporánea, impulsadas por la academia estadounidense y la inglesa.

Si obligada es la referencia en este campo a Walter Mignolo o Rolena Adorno, entre los más destacados autores que han contribuido a caracterizar el espacio común del discurso histórico y el narrativo, que tiene como eje el análisis de las crónicas y otras literaturas coloniales; también es imprescindible la mención a los que incorporan las reflexiones decisivas de la visión de género: Sara Castro Klaren o Jean Franco.  En lo que a nuestro tema interesa  seleccionamos trabajos señeros para los Estudios de las Mujeres y de Género como los de Raquel Chang-Rodríguez y Regina Harrison[119], o los de Asunción Lavrin y Nina M. Scott, de sobra conocidos, que citamos contenidos en la edición clave de Cevallos-Candau[120] para no alargar la ya de por sí extensa lista bibliográfica.

 Otras muestras de esta línea pueden señalarse en estudios donde se pretende que la historia de las mujeres indias no sea secundaria, así el texto de Virginia M. Bouvier[121], donde se investiga a las mujeres en la conquista y colonización de California. Aquel espacio de frontera donde españolas e indias fueron sujetos activos en el mantenimiento del orden colonial y las resistencias a él.

El mismo contexto histórico-literario enmarca La figura femenina en los narradores testigos de la conquista, de Blanca López de Mariscal[122]. Un texto que partiendo del discurso narrativo, y un acercamiento al iconográfico, subraya el histórico. Rescatar del olvido el papel activo de las indias durante la conquista, es la intención de la autora. Contribuyendo con ello a socavar la asentada imagen de las indígenas como víctimas pasivas del conflicto. Las vemos a través de la visión de los testigos narradores que son realmente los descubiertos: mentalidad y cultura hispana en la imagen que compusieron de las mujeres americanas y en las relaciones de género que plantearon.

Ricardo Herren[123], que también retoma la voz de los cronistas, propone la historia narrativa para ilustrar el espacio cultural de los conquistadores y su comportamiento sexual con las indias recién descubiertas. Pierre Ragón[124] ensaya la construcción y transformación cultural, en un interesante texto que explora las crónicas laicas para mostrar el discurso europeo sobre la sexualidad de los indios que llegó a América, y la composición del  imaginario que de vuelta se propagó en Europa. Además, estudios como los de Blanca López y Pierre Ragón son una muestra de otras muchas incursiones en el imaginario del mito: donde habitan las amazonas, las sirenas, o las sociedades de mujeres en islas imposibles[125]. Es el trasfondo de las mentalidades de cronistas y conquistadores, claves occidentales resignificadas en América, sobre las que aún queda mucho por decir desde los Estudios de Género.

Respecto a la lectura analítica de las representaciones icónicas, y aunque recurrir a las imágenes de los códices indígenas o a las de las crónicas es una forma común en los estudios coloniales, nos falta información en este terreno que podamos vincular a los análisis de género. Sin embargo, sí podemos apuntar, por su interés, el planteamiento metodológico de la historiadora Stephanie Wood[126], en artículo que se estructura en torno a la interpretación de los manuscritos pictográficos de la colección Aubin Goupil.

Para terminar esta primera parte queremos volver a la figura de la Malinche con la que comenzamos. Ya que constituye un buen expositor de otras dinámicas de la historia cultural reciente, aquéllas que se implican en la construcción simbólica del género, en este caso vinculadas a la construcción de la identidad femenina mexicana como parte de la nacional. Pues, son las últimas tendencias las que han logrado interrelacionar la investigación sobre los mitos, las cosmogonías y la psicología nacional, abriendo con ello la vía a la historicidad de los universos simbólicos: los que se van incorporando al análisis histórico.

Las ambivalentes imágenes de la Malinche se desenvuelven en el campo de lo discursivo con mucho de calidad transhistórica, en el concepto acuñado por el estructuralismo. Son las que definen desde la antropología a la Eva-Malinche[127] en palabras de Sonia Montecino, y a la "madre y puta, traidora y útero simbólico de la nación mexicana" en la conocida frase de Fernanda Núñez Becerra[128]. Malinchismo que enuncia la inferioridad indígena y mestiza, y fundamenta la femenina. Son las consecuencias del trauma de la conquista, coartada del exacerbado machismo hispanoamericano[129].

Se estudia, así, el malinchismo como arquetipo de lo femenino o metáfora del mestizaje, pero también como imaginario colectivo multifacético que se entrecruza con otros arquetipos[130], ya sea el binomio Malinche-Virgen tratado por Julia Tuñón Pablos[131], el del marianismo-machismo[132], las soldaderas, o la fusión con la Llorona analizada profusamente por una larga lista de autores[133]. Gradaciones exploradas ampliamente desde Chile por Sonia Montecino[134], investigadora de vanguardia que examina las identidades simbólicas del género apoyándose en una afortunada asociación entre antropología y lenguaje; lo que algún comentarista ha llamado la nueva antropología literaria chilena. Obra, la de Montecino, inscrita en los nuevos espacios de estudio que han venido conformando un significado conjunto de investigaciones hispanoamericanas, como las de Milagros Palma, Norma Fuller o Norman Palma[135].

Otras perspectivas interrogan también a la simbólica de la identidad colectiva, así,  Cristina González Hernández[136] destaca en una publicación reciente la construcción del malinchismo como elemento explicativo de las diferentes etapas de la historia mexicana hasta la actualidad. La etnoantropología, por su parte, viene definiendo  lo que ya son hitos del pensamiento cultural, así en la obra de Fernanda Núñez Becerra[137]. Autora que dibuja la universalidad del mito, despojando a Marina de sus señas históricas para diluirlas en la identidad colectiva: una mujer que "resume a todas las mujeres".

Finalmente, es referencia imprescindible la recapitulación de las diferentes dimensiones del malinchismo en el ensayo múltiple coordinado por Margo Glantz[138], donde la Malinche es reivindicada desde la mirada de la interpretación histórica, la antropológica y la literaria. Entre los excelentes estudios de esta compilación destacamos, por la significación que ha alcanzado, el ensayo de Sandra Messinger Cypess[139], como ejemplo del conjunto de investigaciones de esta autora que propone un estudio social de género desde el análisis de la dramaturgia y la literatura. Así, la deconstrucción de los mitos patriarcales acentúa el de la Malinche, punto de referencia de la reacción contra la traición de la Chingada interpretada por Octavio Paz que reclama otra tradición interpretada por la crítica feminista: una Malinche epicentro del viejo y el nuevo mundo, dueña del privilegio masculino del discurso intercultural a través del dominio del lenguaje.

Subrayar en este punto los estudios sobre la producción teatral malinchista, es plantear las reciprocidades entre el discurso dramático, el filosófico y el histórico,  lo que significa una dinámica constante del diálogo intelectual mexicano. Sabina Berman y la conmoción que levantó con su  Águila o Sol en 1985, la reivindicación de Carlos Fuentes, o la lectura postmoderna de La Malinche de Víctor Hugo Rascón Banda en 1998, son entre otros los nombres de una polémica que llenó el siglo XX, como muy acertadamente expone Alessandra Luiselli (2003) en un ensayo muy actual.

 

II.   MUJERES INDIAS EN EL VIRREINATO DEL PERÚ

 Si México utilizó la reconstrucción idealizada de su pasado azteca como elemento legitimador del proceso independentista, en Perú el discurso de la utopía étnica fue ambiguo. Prevaleciendo la valoración negativa de lo indio, o al menos la no-exaltación, instrumentalizada por unas élites peninsulares y criollas que pretendían la continuidad con España, y percibían el ideario andino como una amenaza a sus privilegios económicos y sociales. Indudablemente, acusaban la presión de las rebeliones indígenas del siglo XVIII que se sustentaron en la utopía andina[140], la que según algunos autores se constituyó en marco de un proyecto nacionalista indio[141].

Aquél era el imaginario del paraíso perdido inca, que se había ido gestado desde el siglo XVII, bajo la justificación histórica que proporcionara Garcilaso de la Vega el Inca en sus Comentarios Reales[142]. Una idealización subversiva para el orden colonial, que el siglo ilustrado recogía de la tradición andina en clave de drama teatral: el Ollantay[143]. Representación  de la simbólica intemporal del Tawantinsuyo que contenía el arquetipo idealizado de la mujer india, personificado en  Cusi Coyllur e Hima-Sumac, incas nobles y heroicas.  

La respuesta de la intelectualidad criolla a la amenaza indígena fue una cuidadosa elaboración del pasado. Se recreó, entonces,  la grandeza de los testimonios arqueológicos, desconectando su historia de la legitimación del poder inca que reivindicó Túpac Amaru II. De esta forma, rechazada la seña de identidad nacional del movimiento tupamarista por un nacionalismo criollo de marcado carácter segregacionista, también se excluyó del reconocimiento histórico a las heroínas indias de la sublevación,  y a la figura principal de  Micaela Bastidas Puyucahua. Así, comenzaba el  periplo de Micaela como icono invisible de la historia peruana[144].

De hecho, desde finales del siglo XVIII, a la divulgación del activismo político femenino indígena opuso la prensa un ideal de mujer india sumisa, registro discursivo analizado por Claudia Rosas Lauro[145]. Y ciertamente, durante el siglo XIX, la historicidad de aquellas indias, mujeres y rebeldes, quedó ocultada por la retórica patriótica del nacionalismo que se elaboraba en clave masculina. Valores nacionales subrayados por el proyecto de la gran Historia Nacional, la que promoviera el positivismo decimonónico teñido de romanticismo[146]. Fueron las líneas comunes que centraron el discurso de los arquetipos de cartón piedra del Imperio Inca. Referentes ideales que negaban a los indios e indias reales, tal y como lo expresa Cecilia Méndez en un ensayo de afortunado título: Incas sí, Indios no[147].

En este contexto político e historiográfico se cimentaba la contradictoria lectura de la mujer india, fluctuante entre la negatividad de lo indígena y el idealismo intemporal. Éste como discurso simbólico e ideológico que presentaba a “la india” como paradigma del eterno femenino, en sustitución  de los contenidos históricos que pudieran definir el papel e identidad de las colectividades femeninas en las sociedades indígenas. Composiciones representativas a las que también contribuyeron las primeras feministas del siglo XIX a través de una literatura de adscripción proindigenista; eran las mujeres ilustradas en el título de Francesca Denegri[148].

Ideario que, por ejemplo, se manifestaba en la obra sobresaliente de la autora de Aves sin nido, Clorinda Matto de Turner[149]. Y que recrea en su  melodrama musical Hima-Sumac de épica patriótica y mítica aristocrática. En él la princesa peruana, presentada débil y pasiva, es escogida en desmérito de la figura histórica a la que sustituye: Micaela Bastidas, para la que hubiera cabido esperar bajo la pluma de Matto su encumbramiento a gran heroína de la historia peruana. Una observación tomada del  análisis de Mary Berg[150], autora que  advierte sobre la necesidad de profundizar en la obra de Turner y del resto de aquella generación de pioneras feministas; lo cual subrayamos en los matices que le faltan al tema, ocultos por una insuficiente investigación que relacione  los primeros feminismos, el indigenismo y el nacionalismo[151].

Las primeras décadas del siglo XX, configuraron el marco temporal donde se articuló la corriente indigenista que representaban Mariátegui, José María Arguedas y Luis E. Valcárcel. Era el momento en el que Mariátegui[152] expresaba su pensamiento de un socialismo nacionalista, que invocaba al  comunismo incaico latente como herencia del pasado prehispánico; y  Valcárcel, precursor de la etnohistoria y el mayor impulsor de la Antropología Aplicada en Perú, escribía su conocida sentencia: “el proletariado indígena espera su Lenin”[153]. Un clima intelectual  que arroparía la creación de Amaruta, portavoz de una vanguardia  que  recogía la voz de  la brillante generación femenina de los años veinte[154].

 Se movían, pues, nuevas y trascendentes ideas, las que, no obstante, continuarían cultivando la imagen irreal de la mujer inca moldeada por el discurso de género patriarcal: de abnegación, sumisión y depósito de los altos valores morales de la raza. Virtudes preservadas en la  pureza sexual de las indias, tal y como sublimó  la  inflamada prosa de Valcárcel[155] en  la doncella Kori Ojllo, asesinada defendiendo su castidad frente al conquistador. Son éstas algunas de las apreciaciones de  Maruja Barrig, en el análisis del pensamiento  indigenista que aborda en El mundo al revés. Imágenes de la mujer indígena[156]

Fuera de las  elaboraciones indigenistas el positivismo hispanista ofrecía dispersas y escasas referencias históricas de las mujeres: las generadas a través de la biográfica de las grandes mujeres americanas. Categoría cuyos criterios limitaban la experiencia histórica de las indias coloniales a la consideración esporádica  de Micaela Bastidas[157]. Visión restringida en la que abundó una escasa bibliografía peruana de corte tradicional en los años sesenta y setenta[158]. Son textos que recogieron el  eco de la promoción gubernamental nacionalista de un indigenismo arcaico, y de la gesta independentista que destacaba las precursoras sublevaciones del siglo XVIII. Los resultados fueron trabajos escasamente críticos respecto a la historia de las mujeres en general y de las indígenas en particular. Así, se interpretó a las heroínas indias a través de Micaela Bastidas, dentro del discurso de la epopeya patriota habitado por el arquetipo de valientes y broncíneos indígenas.

 

Las nuevas tendencias historiográficas

Como revulsivo político, la intelectualidad progresista de los setenta levantaba con la bandera del neoindigenismo una búsqueda de las auténticas raíces indígenas, objetivo que inspirara el cuerpo ideológico de las renovadoras propuestas que inauguraba la, etnohistoria andina[159]. Disciplina ésta, que a finales de los ochenta fue, según sus detractores[160], el sustento académico del esencialismo andino. Por otra parte, eran  innovaciones deudoras de una visión de los vencidos[161] que, a diferencia de la relativa tensión interpretada hasta aquel momento en las fuentes mesoamericanas, subrayaba en Perú el enfrentamiento y separación de indios y españoles[162]. Entonces, se ponía en marcha  un proceso dialéctico provocado por la llegada de las tendencias historiográficas más avanzadas al espacio cultural hispanoamericano, esto es en síntesis: el renovado materialismo histórico, la escuela de los Annales y la nueva historia económica estadounidense[163].

Son las referencias de una pujante historia  social de interpretación marxista, que analizó  las rebeliones indígenas como procesos de resistencia colectiva dentro de la dinámica de las revoluciones sociales. Clima ideológico que, sin duda, alentó otra épica de las heroínas revolucionarias[164], como la que publicó en 1972 Juan José Vega: Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas[165].

 

Constituyeron estas publicaciones los precedentes de la primera eclosión de los estudios históricos sobre las mujeres peruanas en la década de los ochenta. Así, las reflexiones en 1985 de León G Campbell[166], autor que observaba la intervención de indias del común en la rebelión tupamarista,  y deducía de ello un mayor grado de participación y libertad femeninas en las sociedades indígenas respecto a los otros grupos coloniales; o las señeras investigaciones del historiador francés Bernard Lavallè[167]. Y a destacar, la producción académica peruana que, además  del ya citado Juan José Vega[168],  tuvo pioneros como el ecléctico historiador Pablo Macera[169], María Rostworowski[170], María Emma Mannarelli[171], y desde las mentalidades de la familia Alberto Flores Galindo y Magdalena Chocano[172]. Completaban el panorama las investigaciones estadounidenses, a las que nos referimos más adelante.

Al interés del momento por la historia de las mujeres contribuía el del feminismo peruano, que  comenzaba a remediar con nuevas  propuestas  la anterior ausencia de las mujeres andinas en sus contenidos programáticos. Aunque, la conjunción académico-feminista no produjo una investigación tan amplia como la mexicana. Pues, aparte de las síntesis comparadas hispano o iberoaméricanas[173], solamente  apareció un estudio en 1985 que se pueda llamar general de la historia de las mujeres peruanas: Mujeres peruanas. El otro lado de la historia[174], de la periodista y escritora  Sara Beatriz Guardia, elaborado bajo una perspectiva comprometida con el feminismo de izquierda y de solidaridad con lo indígena. En aquel momento, este trabajo visibilizaba una experiencia histórica negada a las mujeres, que significaba la de las indígenas prehispánicas y coloniales. Micaela Bastidas y las caudillas de la rebelión tupamarista ocuparon en la publicación un lugar destacado,  interés por el tema que ha llevado a su autora a otro ensayo más detallado sobre la heroína india[175]. El texto  de Mujeres peruanas, en su  quinta edición actual, continúa siendo la única síntesis de tiempo largo en el Perú, y singular por la constante actualización de contenido que su autora viene realizando en las sucesivas impresiones.

La militancia política de las indias del siglo XVIII continúa teniendo un indudable atractivo que, no obstante, ocupa trabajos muy puntuales[176], entre los que destacan  algunos nuevos enfoques que apuntan a un estudio de las culturas políticas coloniales. Es el caso de: Mujeres en rebelión: la presencia femenina en las rebeliones de Charcas del siglo XVIII[177]. Texto boliviano que, apoyado en una sólida base documental,  estudia tanto a las líderes como a las sublevadas de pueblo llano en el Alto Perú virreinal. Proponiendo una tradición indígena de participación social y política de las mujeres que explica su actuación en las rebeliones. Tradición heredada del período prehispánico, según indican las autoras, y extraña a las mujeres criollas y peninsulares. En este texto, el enfoque de género pone al descubierto las interacciones sociales que sustentaron la rebelión. Así mismo, destacan estas historiadoras la “ceguera de género” en prácticamente la totalidad de los estudios dedicados a la cuestión. Una argumentación que se puede subrayar respecto a la temática general de los levantamientos indígenas en el Perú virreinal.

 

 Identidades de género coloniales

 Otras dimensiones de la resistencia fueron expuestas, a partir de los años setenta, principalmente desde el área de la antropología social y cultural, y a través de los análisis de la condición socioeconómica de las indias y su participación en la economía colonial. Una temática en la que los estudios son mayoría respecto a los de otros grupos de mujeres coloniales, y en la cual el conjunto atiende a los macrotemas de la dominación colonial, la de género y a las estrategias de resistencia.

La base común de la investigación ha sido la división sexual del trabajo y su papel en las estructuras familiares y de parentesco. Con preferencia los temas estudiados vienen siendo: el empleo doméstico[178],  el trabajo en el comercio urbano[179], la producción doméstica de textiles[180] y las relaciones  jerárquicas de poder económico-social  En este marco, se ha problematizado la respuesta de las indígenas ante la presión colonial: “acomodación o resistencia”[181], cuestión  que suscita, inmediatamente, la indagación sobre el desarraigo o la  continuidad cultural en las migrantes urbanas e indias rurales. También se polemiza sobre la complementariedad sexual, concepto utilizado como un baremo que mide el grado de la transculturación y de subordinación femenina. Son preguntas a la investigación que coinciden en el objetivo de definir las identidades femeninas indígenas.

En 1978, la estadounidense Elinor Burkett[182] planteaba  la conocida interpretación de la acomodación de las indias a la sociedad colonial, promocionadas social y económicamente en la vida urbana por delante de los varones indios. Se señalaba con ello una relativa independencia de las mujeres, y su papel  integrador de las dos culturas que subrayaba una nueva identidad. Una tesis que Frank Salomon  ratificaría en 1988, a partir del estudio de los  testamentos de las indias de Quito[183]. Las opiniones críticas señalaron en la interpretación de E. Burkett la  subestimación de los costos sociales para las indias.

A la postura contraria respondía en los años ochenta el análisis de Irene Silverblatt, en su investigación sobre  las indias  rurales: Luna, sol y brujas. Género y clases en los Andes prehispánicos y coloniales[184]. Ensayo deudor de la teórica del feminismo radical estadounidense,  y que marcaba un hito en la interpretación del género y sus relaciones con las jerarquías de poder y estructuras económicas coloniales. El trabajo de la antropóloga  enfatizó la mayor explotación económica de las mujeres indias respecto a los hombres, a la que se sumaba la humillación y explotación sexual. Siendo tal situación de opresión  un detonante para la resistencia consciente al  poder español, rebeldía que se sustentaba en el  mantenimiento y transmisión de su cultura espiritual y se hacía activa con la huida a las punas. Es la imagen de las víctimas, pero también la del poderío femenino de la resistencia. Una fuerza moral que, según Silverblatt, hacía de las mujeres indias los sujetos colonizados más idóneos para preservar las culturas originales indígenas de la desestructuración forzada por la conquista hispana.

En el mismo año de la publicación de Irene Silverblatt veía la luz el trabajo fundamental de Luis Miguel Glave: “Mujer indígena, trabajo doméstico, y cambio social en el Virreinato peruano del siglo XVII”[185],  una investigación apoyada en el estudio del padrón de la ciudad de La Paz. Éste es un texto esencial para la situar a las indias dentro de la temática de las migraciones y su significación en la economía colonial[186], cuyo análisis evidencia la sociedad estructurada por España de subordinación: indígena y de género. Las emigrantes indias, que eran la mayor parte de la población indígena de la ciudad, son mostradas por Glave dedicadas a cubrir todas las necesidades de los servicios domésticos. El cuadro resultante es el de unas condiciones de  general explotación y abusos de las indias; trabajadoras voluntarias y forzadas, reproductoras indispensables para el desarrollo  colonial; niñas y mujeres desarraigadas de sus ayllus, sin origen conocido: son las María Sisa en la negación extrema de un nombre propio.

Si L. M. Glave y, desde otra óptica, Elinor Burkett, destacan la ruptura de las indias con sus sociedades originales y la formación de nuevas identidades urbanas, las investigaciones sobre Bolivia de Brooke Larson[187] y de Ann Zulawski[188],  junto a las de Irene Silverblatt, distinguen la continuidad cultural y la resistencia. Argumenta Zulawski una yuxtaposición de sistemas sociales de complementariedad andina y patriarcado hispano, que ligaba a las indias y a su trabajo  a las estructuras familiares indígenas. Refutaba con ello la autora, en los años noventa, la relativa independencia económica que sugerían Frank Salomon o Burket, y proponía múltiples respuestas a la complejidad social en la colonia. En este sentido enmendaba el cuadro desolador que proponía L.M. Glave, señalando situaciones más ventajosas para las indias como las ocupaciones comerciales urbanas.  Y cuestionaba, además, la  sublimación de la explotación y sufrimiento de las mujeres que hiciera  Irene Silverblatt frente a la de los hombres o la infancia.

Hay que destacar a Larson y Zulawski en sus trabajos de finales de los años ochenta, cuando recogían las propuestas de la antropología cultural y  la visión marxista estadounidense en un intento de superar los estrechos cauces del estructuralismo. En este sentido se desarrollaron sus estudios de economía regional: una interacción de la perspectiva de clase, étnica y de género. Su postura, destacando el peso decisivo del trabajo indígena en las estructuras económicas coloniales, alineaba a las autoras en la corriente  crítica a la teoría de la dependencia.

Posteriores ensayos ampliaron estos campos de reflexión, en una dirección principal de exposición de los mecanismos de construcción de las identidades de género coloniales. Y a los muchos ejemplos, que veremos más adelante relacionados por áreas de estudio o temáticas extensas, se sumaron otros que aportan los matices de lo discursivo a cuestiones más tradicionales. Por ejemplo,  la lectura de la incidencia del discurso dominante en la división sexual del trabajo que hace  Karen B. Graubart[189],  o las transformaciones de las mentalidades y prácticas sociales de las indias en la élite colonial  investigadas por Ximena Medinaceli[190].  

El planeamiento de la continuidad cultural es también, necesariamente, el de la complementariedad  sexual: “una de las vacas sagradas de los estudios andinos” en palabras de Denise Arnold[191].  Sobre la cuestión, y a lo ya dicho en la primera parte de esta exposición,  hay que añadir en los estudios sobre el Perú colonial el mayor consenso en torno a las tesis de los sistemas de género igualitarios andinos, antes y después de la conquista[192]. Incluso, la difundida argumentación antropológica que, en 1976, hiciera Billie Jean Isbell en  La otra mitad esencial[193] sobre las estructuras complementarias prehispánicas, estaba llamada a prevalecer por encima de  la revisión que la propia autora haría en la década de los noventa[194], en la cual señalaba categorías de representación andróginas. Una interpretación ésta que  aún respetando el funcionalismo de la complementariedad,  rechaza la anterior hipótesis que situaba el núcleo de su acción natural entre los cónyuges, pues se advierte contaminada la imagen de la pareja inca por  la ideología de género europea.

Otras reflexiones revisionistas de la complementariedad andina fueron adquirieron peso ya avanzados los años noventa. Entre las que destacan aquéllas que partieron de las contradicciones que el esquema igualitario planteaba al estudio sociológico y antropológico de las sociedades contemporáneas: un enfoque afectado de "culturismo extremo" en palabras de Norma Fuller[195], y producto cultural idealizado en la consideración de Maruja Barrig[196].

  Para los fundamentos de la hipótesis de la complementariedad, también, han sido esenciales las investigaciones de María Rostworowski[197] que  insiste en estructuras prehispánicas igualitarias de género, cuyo correlato es la cosmovisión dual andina. Tanto los estudios de esta autora como los de Billie Jean Isbell han influido en una abundante analítica que se plantea la definición de la estructura socio-económica sustentadora de las relaciones igualitarias entre sexos. Estructura que, mayoritariamente, ha sido inscrita dentro del orden de reciprocidad andina. En esta línea, resulto decisivo para la interpretación del  período colonial el citado trabajo realizado por Irene Silverblatt[198] en 1987. Un análisis el de este texto que sugería  un sistema de igualdad de género, derivado de la valoración equivalente del trabajo de los dos sexos en las sociedades campesinas pre-incas. Situación que la autora entendía ya subvertida en la fase final del dominio Inca, y degradada hasta la total subordinación de las mujeres durante el gobierno hispano, cuando legislación y régimen tributario minaron los principios de la descendencia paralela, que afectaba directamente a la herencia de las mujeres y su tenencia de la tierra.

A esta breve semblanza nos parece adecuado añadir, entre las abundantes consideraciones sobre el tema, la referencia a las importantes aportaciones teóricas de la socióloga  Silvia Rivera Cusicanqui[199]. Valga como ejemplo el  artículo que citamos, centrado en la evolución de las relaciones de género dentro de la sociedad aymara.

En otro plano de la interpretación, María Rostworowski argumentó un poder político paralelo al orden mitológico dual.  Poder social compartido, que la etnohistoriadora encontró vigente en los pleitos por la herencia femenina, una documentación utilizada para su investigación sobre los territorios coloniales de la costa septentrional peruana. Curacas y sucesiones. Costa norte, es el título de este estudio en el que se avanzaba el concepto de  la jefatura  étnica  femenina[200], significando de esta  forma el poder que detentaban las “capullanas” en sus curacazgos[201].

A pesar de su interés manifiesto, en el  tema de las jefaturas femeninas coloniales no abundan nuevas aportaciones. Por ello es de destacar la línea de investigación que mantiene Estela Cristina Salles[202] que,  a partir de una primera reflexión sobre fuentes documentales del siglo XVIII en Omasuyos,  ha publicado un reciente ensayo que refleja el estado de la cuestión: "La herencia femenina andina prehispánica y su transformación en el mundo colonial". Expone la historiadora que los derechos de la descendencia paralela no se explican desde categorías económicas, y replicando a Silverblatt observa que “el problema patrimonial era inexistente en el mundo andino: no existía la noción del derecho de propiedad”[203]. Lo que se transmite es la “herencia del poder”, y es ésta la que otorga entidad propia a la historicidad de las capullanas durante el período colonial. Ciertamente, una prolongada pervivencia  la de este sistema sucesorio, cuya  génesis  sitúa la autora en el tiempo anterior a la hegemonía inca, y al cual se superpuso el ordenamiento legislativo español. Así, “la herencia del poder” en conflicto con la “herencia patrimonial”  hispana fue perdiendo su legitimidad, que era la de los derechos políticos de las mujeres indias.  En opinión de E.C. Salles, el mantenimiento de tal orden de sucesión si no se puede afirmar con certeza que indique relaciones simétricas de género,  al menos sí muestra  una situación de no-sometimiento de las mujeres andinas. En cualquier caso, apunta la autora lo imprescindible que resulta considerar  las diferentes ópticas culturales de europeos e indígenas americanos para una correcta interpretación.

Otras referencias sobre esta temática conforman un conjunto de investigaciones dispersas y escasas, entre ellas citamos los artículos de  Juan José Vega, Oswaldo Fernández Villegas y  el conjunto de Glady A. Varela y Luz M. Font.[204]

 

Ya no ay uírgenes como en tiempo de los Yngas[205]

Hasta aquí, distinguimos un mayoritario consenso en la interpretación que señala estructuras igualitarias de género en las sociedades prehispánicas, devaluadas  bajo el sistema económico y de dominación hispana[206]. Entendida, por tanto, la dinámica colonial como el factor externo diluyente de la cultura indígena que afectó en todos los órdenes a las sociedades andinas, y, según algunos autores, especialmente  a las mujeres indias. Puesto que ellas acusaron la desestructuración de las instituciones andinas doblemente, en su condición de dominadas por el poder español y en la de mujeres. Las indias ante las leyes patriarcales españolas quedaron en una situación de extrema vulnerabilidad,  perdieron el reconocimiento social que mantenían en sus culturas originales, a la vez que sus derechos económicos y políticos. Una indefensión a la que se añadía la explotación despiadada de su trabajo, y el  abuso sexual generalizado  que perpetuaron  los  varones españoles.

En estos términos se expresa Irene Silverblatt siguiendo la Nueva crónica y el buen gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala.  La autora identifica  dominio inca y español con el sistema patriarcal, este último responsable de la destrucción de los valores morales prehispánicos. Aquéllos que para las mujeres fueron los de la virtud y castidad, en unas sociedades que ignoraban la prostitución femenina antes de la llegada de los españoles. Esta argumentación cuenta con una amplia aceptación, y la encontramos repetidamente en múltiples estudios de diversas disciplinas. Como ejemplo, y desde el campo de la historia, la interpretación reiterada de  Juan José Vega[207] en un artículo donde rechaza las noticias sobre la prostitución incaica que  daba Garcilaso de la Vega, el Inca, en sus Comentarios reales de los incas, concluyendo el autor con la aseveración de que el ejercicio de la prostitución por las indias es un producto de la introducción de la propiedad privada y la economía monetaria por los españoles. El mismo tema tratado por Ward Stavig[208], quien no rechaza la versión de Garcilaso de la Vega, destaca durante el período virreinal las diferencias entre la prostitución urbana y la rural, la implicación en tal práctica de varones indios y no indios, la situación de parias que pudieron sufrir las prostitutas indias censuradas por sus comunidades y la ambigüedad entre la condición de concubina o prostituta[209]. 

El argumento de la contaminación cultural ampara otras reflexiones, así las que exponen  como a mayor  grado de aculturación y mestizaje correspondió mayor subordinación de género, de la que es inseparable la violencia masculina.[210].  En parecidos términos lo indica Irene Silverblatt[211], subrayando a Guaman Poma en su denuncia de que alcoholismo y violencia son una perversión europea  ajena al mundo prehispánico; o en todo caso, según Armas Asin[212], aun existiendo el maltrato sexual en las sociedades andinas con los españoles se hizo sistemático. En conjunto se advierte del  peso que en la investigación histórica tiene esta interpretación, que se ha constituido en referente común cultural y político. Es el mismo espacio que revisa el análisis crítico de  Maruja Barrig[213], autora que cuestiona estas concepciones desde los requerimientos del presente, y a través de la deconstrucción histórica de los discursos clarifica las implicaciones ideológicas en la composición de un persistente pensamiento de idealización andina.

Ya fuera la violencia social y de género un fenómeno exógeno a las culturas prehispánicas o no,  su visibilización fue un logro de la historia de las mentalidades, interesada en las nuevas perspectivas que ofrecía el estudio de la familia, el de las relaciones sexuales, o el de los discursos sociales de género. Posibilidades planteadas en 1984 por Alberto Flores Galindo y Magdalena Chocano[214],  y poco después desarrolladas en varios de sus aspectos por Bernard Lavallè desde 1986[215]. La colección  de los sucesivos trabajos que el historiador dedicó al tema fue publicada en Amor y opresión en los Andes coloniales[216]. En estos ensayos, el sólido cuerpo documental de los expedientes de divorcio y nulidad informa de una realidad social recorrida por el  desamor  y la violencia cotidiana. La visión de género del autor y su atención a los sujetos históricos indígenas hacen de esta obra una referencia imprescindible.

Otros enfoques de los estudios culturales van completando el cuadro de los valores morales y de género en las sociedades indígenas. Compartiendo, todos ellos, la  exploración del discurso de la dominación. Así, dentro de las fundamentales investigaciones que venimos  citando al respecto, no se puede dejar de destacar  el ensayo de Ward Stavig en Amor y violencia sexual: Valores indígenas en la sociedad colonial[217], trabajo sobre el Cuzco que analiza los encuentros y conflictos entre las culturas de conquistadores y conquistados: mentalidades coloniales y  matrimonio, la homosexualidad,  o la violencia sobre las mujeres.

Además, al margen de las adhesiones  o las críticas a sus hipótesis, hay que referirse al buen  trabajo de Irene Silverblatt y sus logros, que han establecido buena parte de las complejas relaciones entre cultura, género e historia del período colonial. Conexiones desveladas cuando examina los valores de la familia indígena y mestiza en el siglo XVII[218]. En el ensayo que citamos, el análisis de género descubre en  los escritos evangelizadores y las crónicas los códigos del discurso, o lo que es igual: el armazón del control social y de género. Apreciable investigación la de la antropóloga en este tema, en el que los estudios referidos al sur  americano  son escasos en comparación con los dedicados al México virreinal. Un breve comentario sobre el estado de la cuestión hace Mariángeles Mingarro en uno de los pocos exámenes recientes sobre mujer y familia en Nueva Granada[219], en el que la referencia clave es el trabajo antropológico de Virginia Gutiérrez de Pineda[220],  único estudio sistemático de la familia  en Colombia.

Por otra parte, muchas investigaciones esenciales en el estudio del género, que recogen diferentes facetas de la mentalidad social sobre  el matrimonio, la ilegitimidad o el honor[221], estructuradas desde perspectivas generales no ofrecen apreciaciones diferenciadas sobre la sociedad indígena o sus mujeres. Aunque algunos sugerentes ensayos se destacan, en la medida que apuntan a otros niveles de análisis escasamente tratados como el de las relaciones interraciales o las de sociabilidad, temas que para  finales del período colonial ha tratado Margarita Zegarra[222]. Otro plano de investigación novedoso es el de la infancia, cuyas posibilidades desde el análisis de género se encarga de demostrar  María Enma Mannarelli[223].

 Un elevado número de estos estudios sitúan el foco analítico sobre el discurso religioso, cuya decodificación viene evidenciando no solamente la dinámica de la identidad de género, sino la intención de deculturación  y de control de la sociedad indígena que tuvo la empresa misionera. En definitiva, orden social al servicio de la economía colonial. Son versiones que apoyan a la necesaria revisión de la evangelización americana,  a la cual se ha contribuido decisivamente desde una parte de los Estudios de las Mujeres y de Género.

En este sentido, es importante  la exploración de las claves del dominio de la sexualidad femenina indígena, u otras que  descubren la doble moral católica.  Estos son los términos que desde la intertextualidad literaria y antropológica plantea el trabajo de Regina Harrison[224], en un análisis de los Manuales de Confesión de  revelador título: "The Theology of Concupiscence…”; o el de Ana Sánchez[225], que desde  los procesos inquisitoriales examina los delitos de solicitación y otros abusos de la clerecía. Fernando Armas Asin[226], también se ha ocupado del  mismo tema, buscando su implicación en la construcción de las nuevas identidades de género. Sin olvidar algún artículo  más específico de Irene Silverblatt, en lo que es una temática constante de su trabajo[227].

Manuales, catecismos, o expedientes, pero también los escritos de los clérigos o las crónicas de laicos son fuentes primordiales para la indagación de las mentalidades, en el doble proceso  de la elaboración y transmisión de las representaciones sobre las mujeres  indias. Así, las imágenes de feroz misoginia del cura doctrinero Bartolomé Álvarez, anti-indigenista y machista en palabras de Mª del Carmen Martín Rubio[228]. Y bajo la visión histórica de Pilar Pérez Cantó[229], la mirada más templada de Pedro de Cieza de León revela los pilares de la cultura patriarcal hispana con la que interpreta a  las mujeres prehispánicas.

Mención especial merece la investigación en torno a la Nueva crónica y buen gobierno de Guaman Poma, peruano universal y referente de la herencia andina que se ha erigido en icono de la cultura nacional. Si en el campo interdisciplinar la utilización del texto de Guaman Poma como fuente primaria es amplia y recurrente, en la historiografía de género es pieza angular de varios debates de importancia desde la interpretación que hiciera Irene Silverblatt, de la que ya hemos hablado. No obstante la resonancia del tema, y que una de las objeciones a la lectura de Silverblatt sobre dicha crónica ha sido la utilización acrítica del discurso de Guaman Poma, no abundan los trabajos de análisis intertextual sobre el cronista referidos a las mujeres.

Bajo estas observaciones, podemos destacar el  estudio de Alejandra Osorio[230]. La autora centra su análisis en el discurso de Guaman Poma, significando la construcción por el cronista de una utopía incaica desde los presupuestos de la cultura europea y la moral católica. La magnificación de la pureza y el orden social inca componen la imagen de la castidad de sus mujeres, la que una vez pervertida por los conquistadores pone de  relieve la inmoralidad  de la dominación española. El discurso católico sobre las mujeres eleva la culpa que Guamán Poma pretende para las indias colonizadas: de vírgenes a amancebadas y muy grandes putas, en expresión repetida del autor; cómplices de una corrupción cuyo fruto es el mestizaje. Mezcla étnica y racial  aborrecida por el cronista, y a la cual culpa de la destrucción del orden superior de las sociedades prehispánicas. Era la realidad en la que Guaman Poma vivía, sentida como un mundo al revés.

Dentro del  campo de los Estudios Literarios  Coloniales[231], el manuscrito de Guaman Poma[232] mantiene la posición de honor que le ha dado una investigación[233] destacada, y decisiva para el estudio tanto de la crónica como del cronista. Estudios a los que contribuye el análisis de género realizado por  Raquel Chang Rodríguez, autora que, apoyada en una línea importante de trabajos sobre la Nueva crónica,  realiza una interesante lectura de las coyas incaicas en el manuscrito[234]. Otros ensayos de Chang Rodríguez,  llenos de ricas sugerencias, amplían su estudio sobre las representaciones de las mujeres indias en las crónicas, por ejemplo, cuando nos expone el pensamiento de Fray Martín de Murúa[235], o se dedica a la literatura del Ciego de la Merced en su relación con la pintura colonial, trazando las líneas discursivas del mestizaje aristocrático[236]. Otra investigadora, Diana Miloslavich Tupac[237], se plantea la observación de la mujer indígena desde la simbólica del matrimonio y de las historias de amor, en las obras épicas de Juan de Miramontes y Miguel Cabello de Valboa. 

Del espacio de la subjetividad amorosa, examinado desde el análisis común de la literatura y la etnohistoria, puede ser buen ejemplo el estudio de Luis Millones[238] y Mary Pratt, Amor brujo[239]. Texto que utiliza el análisis psicológico, y menos el histórico, en la interpretación de las  representaciones icónicas de las tablas de  Sarhua y los dibujos de Guamán Poma, para mostrar la cultura sexual y las relaciones amorosas indígenas. Esta exploración de las representaciones iconográficas, apunta a un terreno de la investigación interdisciplinaria  aún por desarrollar en todas sus posibilidades en los Estudios de las Mujeres. Por ello, son valiosas algunas aportaciones recientes como la que presenta desde España  Rocío de la Nogal[240], en un artículo que visibiliza la historicidad de las indias en la obra gráfica de Martínez  Compañón.

 

 Las brujas andinas

Transgresiones sociales, mentalidades mágicas, sexo, religión y poder colonial, resistencia de género e indígena. Estos son los términos de otros nexos de la historia colonial a los que ya nos referimos en la primera parte de esta exposición, y una temática  que ha abierto nuevas vías de interpretación en el terreno de las prácticas sociales, las mentalidades y las identidades femeninas. Los inestimables resultados obtenidos en lo que al conocimiento de las mujeres indias se refiere, se han visto beneficiados por la disponibilidad documental de causas idolátricas y por los avanzados estudios sobre  la extirpación de idolatrías, uno de los grandes temas historiográficos del Perú. 

Fue  Irene Silverblatt, en su ensayo de 1987[241], la  que abordó el estudio de las prácticas mágico-religiosas de las mujeres andinas interpretándolas como formas de resistencia cultural anticolonialistas. Actuaciones, según la autora, que  revalorizaron el papel social de las mujeres como guardianas y transmisoras culturales. La represión efectuada bajo el mecanismo institucional puesto en marcha por las Visitas de Idolatrías fue, en la lectura coincidente de la etnohistoriadora y  Pierre Duviols[242], un proyecto para la destrucción de las religiones andinas. Campaña que entendieron paralela a la caza de brujas europea.

Estas interpretaciones son destacadas por Alejandra Osorio[243] para  cuestionarlas, a partir de las conclusiones de su investigación sobre los juicios de idolatrías a las indias de los sectores populares de Lima en el siglo XVII. Al énfasis en la permanencia de las culturas prehispánicas, opone Osorio la importancia de la transculturación y de  la dinámica del mestizaje cultural como sustento de hechicerías y curanderías, utilizadas como controladores de la propia sexualidad de las mujeres, y configuradoras de una red solidaria femenina  interétnica[244]. Por otra parte, al móvil de la persecución religiosa  añade la historiadora, junto a  Ana Sánchez[245], el factor determinante del proyecto político de cultura oficial normalizadora que impulsó el Concilio de Trento. 

Con todo, el aporte de mayor difusión ha sido el trabajo sobre "Las brujas andinas" de Alicia Poderti. Aporte de valía en cuanto a su incursión en el discurso que resitúa el tema en una esfera de interpretación de notable interés para futuras reflexiones. (Por acaecer la publicación de este trabajo al filo del cierre del presente artículo no se incluyó su referencia, pero ahora, en 2011, sería inexcusable no remediar tal omisión,  máxime contando con la ventaja de su publicación en la Red. La cita completa en el apartado de bibliografía: Poderti)

Ciertamente, el espacio andino durante los dos primeros siglos de la colonia ha sido el foco de esta temática,  y estudios posteriores completaron esta visión para el siglo XVIII. Así, Tucumán[246],en el  dieciocho y siglo  anterior, es el escenario para los procesos por brujerías y hechicerías contra indias y negras  que ha sido analizado por Carlos Garcés[247] en un trabajo referido a este espacio andino argentino. Para otras  investigaciones centradas en  Atacama y Ecuador,  recogemos la cita  de Adolfo Luis González[248], en un artículo donde analiza un juicio de brujería en Santiago del Estero, fechado en 1761.

 La temática, también, ha sido examinada a fondo por Judith Farberman[249] en dos ensayos, en los que resalta los discursos   de género en la respuesta social y expone un imaginario mágico popular de contenido hispano-indígena, que revela mentalidades y actuaciones judiciales alejadas de los modelos andinos de las extirpaciones y de la caza de brujas europea.  En la medida que se  subraya no el enjuiciamiento invidual sino el de los colectivos de brujas, construidos estos, entoncés, con los elementos  de una cultura mestiza, híbrida, desvelada a través de los sumarios de hechizos imposibles, pactos con el diablo y  el aquelarre que llamaron la salamanca.

Por último, en lo que a las instituciones femeninas se refiere, las investigaciones sobre el Perú virreinal han sido menores que las dedicadas a la colonia novohispana, y no conocemos ninguna diferenciada sobre las indígenas. No obstante, un conjunto de  buenos trabajos enfocados desde categorías del mestizaje es la mejor guía para destacar el  segundo plano en el que se documenta a las mujeres indias. Así, Kathyn Bums[250] observa el papel jugado por conventos como el de Santa Clara de Cuzco en  la economía espiritual. Economía estructurada sobre una red de relaciones jerárquicas que favoreció la hispanización de la élite indígena y mestiza cuzqueña, proceso en el cual fue esencial la acogida de las hijas de la aquellas aristocracias.

Nancy E van Deusen[251], que ha desarrollado una interesante línea de exploración sobre las mentalidades y los recogimientos, también señala visiones parciales de las indias. Fragmentos de información que para el recogimiento de Santiago de Chile proporciona Patricia Peña[252]. Apuntes, en cualquier caso, de lo que a todas luces es una investigación pendiente sobre aquellas instituciones de acogida: “…casas donde las indias solteras pudieran recogerse por las noches a fin de evitar amacebamientos, y deshoneftidades...”; como rezaba el mandato de la Recopilación de Leyes de Indias, de 1680, y citado por Patricia Peña en su artículo.

 

NOTAS

[1] Con la colaboración de Celia Parcero Torre.

[2] Centro de Estudios la Mujer en la Historia América Latina, dirigido por Sara Beatriz Guardia. Es obligado en esta primera nota que conste nuestro agradecimiento a la directora de CEMHAL que nos dedicó paciencia, confianza y sugerencias indispensables para este estudio. Agradecimiento que hacemos extensivo a la decisiva ayuda y apoyo de Blanca López de Mariscal,  Marina Alfonso Mola y Margarita Alvárez Martín. También a las generosa respuesta que recibimos de Justina Sarabia Viejo y Carmen Lloret Miserachs, así como a la contribución de José Manuel Simón Sánchez, traductor de los textos en inglés.

[3] M. T. Díez Martín, “Perspectivas historiográficas: mujeres indias en la sociedad colonial hispanoamericana” en Sara Beatriz Guardia (Ed.) Escritura de la historia de las mujeres en América Latina. El retorno de las diosas, Ed. Minerva, Lima, 2005. En España fue publicado el mismo artículo en Tiempo y Forma, Revista de Historia Moderna, UNED, nº 17 (2004), pp. 215- 253.

[4] .- Para el contexto historiográfico general ha sido esencial: Marina Alfonso Mola, La América virreinal: del encuentro de culturas a la identidad criolla, Guía Didáctica, Servicio Publicaciones UNED, Madrid. 2002.

[5] .- Una limitación  menos voluntaria es la escasa disponibilidad de  bibliografía especializada  en los fondos editoriales españoles, un déficit que, inexplicablemente, se repite en  las bibliotecas universitarias.

[6] .- Sobre estas cuestiones un artículo muy claro es el de Isabel Morant Deusa, “Mujeres e Historia: Innovaciones y confrontaciones”, en C. Barros (ed.), Historia a Debate, Vol. III, A Coruña, 2000, pp. 293-304.

[7].- Lola Luna, “La historia feminista del género y la cuestión del sujeto”, BA, nº 52 (2002), pp. 105-122. El mismo artículo [en línea], Mujeres en Red,  < http://www.mujeresenred.net/f-lola_luna-sujeto.html > [ Consulta: 12-12-2002].

[8] .- Es una cita obligada la del muy conocido, y ya emblemático, artículo que en 1986*  publicara Joan W. Scott  en inglés:  “ El Género. Una categoría útil para el análisis histórico”, en J. Amelang  y M. Nash (eds.), Historia y Género: Las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea,  Alfons el Magnánim, Valencia, 1990, pp. 23-56.

*De aquí en adelante, se señalará entre paréntesis con asterisco la fecha de la edición original en inglés, tanto de libros como de artículos. Las primeras ediciones en castellano se marcarán entre corchetes con asterisco. Las ediciones en otros idiomas se especificarán expresamente.

[9] .-  Sobre historiografía, género y su desarrollo en Iberoamérica, es particularmente útil el trabajo de Anne Pérotin-Dumon, El género en historia [en línea], Santiago de Chile, 2000, University of London. Institute of Latin American Studies. [Consulta: 15-2- 2002].    

[10]..- Véase la reflexión que al respecto hacía a finales de los años ochenta Julia TuÑÓn Pablos, “La problemática para reconstruir la historia de la mujer en México”, en P. Galeana de Valadés (comp.), Seminario sobre la participación de la mujer en la vida nacional, UNAM, México, 1989, pp. 71-79. Y en el mismo sentido, pero en un texto más reciente, se expresa  Sonia Montecino, Palabra dicha. Escritos sobre el género, identidades y mestizaje [en línea] [194 pp.], 1997, Facultad de Ciencias Sociales. Univ. de Chile,, [Consulta:  3-8-2002]

[11] .- Al menos hacia la parte más importante de esas propuestas que incidieron en la investigación, y al margen de las controversias entre modernidad/ postmodernidad  en Iberoamérica,  que la necesaria síntesis de esta exposición obligan a obviar.

[12] .- El trabajo historiográfico de Sueann Caulfield, aborda con precisión  las mutuas influencias entre las escuelas historiográficas estadounidenses e iberoamericanas, “The History of Gender in the Historiography of Latin America”, HAHR,  81:3-4 ( 2001), pp. 449-490. Otros aspectos de la historiografía estadounidense en Virginia M. Bouvier,  "Los alcances de la historiografía: La mujer y conquista de América", en  Juan Andreo y Sara Beatriz Guardia (eds.), Historia de las mujeres en América Latina,  CEMHAL, Univ. de Murcia-Fundación Séneca, Murcia,  2002,  pp. 111-133.

[13].- Unas interesantes reflexiones al respecto en Gisela Bock: “La historia de las mujeres y la historia del género: aspectos de un debate internacional” [en línea], en Historia Social, nº 9 (1991), pp. 55-78, Web Cholonautas, [Consulta: 3-3-2002]. Otras destacables consideraciones son las de Mª Victoria López- Cordón Cortezo,  “Problemas teóricos y modelos prácticos de la integración académica de la historia de las mujeres”, en Los estudios sobre la mujer: De la investigación a la docencia. Actas de las VIII jornadas de investigación interdisciplinaria, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, UAM, Madrid 1991, pp. 549- 571.

[14] .- Por otra parte, un legítimo objetivo de la antropología que aún hoy se encuentra reforzado, en buena parte,  por la influencia  del estructuralismo y del marxismo, escuelas que potenciaron la articulación de un pasado indígena magnificado  en su estatismo intemporal.

[15] .- Al respecto de esta reflexión abunda en un claro artículo Jacques Poloni-Simard, “Historia de los indios en los Andes, los indígenas en la historiografía andina: Análisis y propuestas” [en línea], Anuario del IEHS (Tandil-Argentine), nº 15 (2000), pp. 87-100, Nuevo Mundo. Mundos Nuevos.CERMA, < http://www.ehess.fr/cerma/Revue/bac.html > [ Consulta: 10-10 -2002]. En un tono más agrio se expresa Henrique Urbano,  “Historia y etnohistoria andinas”, en RA, , nº 17 (jul. 1991), pp. 123-163.

[16] .- Sobre esta evolución y su valoración en diferentes países: Gloria Bonder (ed.), Estudios de la mujer en América Latina [en línea], Colección Interamer, nº 66, OEA, Website de AICD, [Consulta: 5-5-2002];  Loreto Rebolledo,  “Balance del Desarrollo de los Estudios e Investigaciones sobre Mujer y Género en la Universidad” [en línea], EXCERPTA, nº 2, Colección de Ciencias Sociales, Univ. de Chile, (abr.1996), Web Cholonautas, [Consulta: 5-5-2002].  

[17] .- Pilar Alberti Manzanares,  “ La mujer indígena americana”, en RI, Vol. IL,  nº 187 (1989), pp. 683-690.

[18] .- José Alcina Franch,   “Los estudios antropológicos en la Revista de Indias”, en RI,  Vol. IL,  nº 187 (1989),   pp. 627-642.

[19].- Sobre la evolución de la historiografía española viene realizando sendos balances Carlos BARROS: “Historia de las mentalidades. Posibilidades actuales” [en línea], Problemas actuales de la historia. Terceras Jornadas de Estudios Históricos, Salamanca, Universidad, 1993, pp. 49-67, y “La historia que queremos” [en línea], Revista de Historia Jerónimo Zurita, nº 71 (1995), pp. 309-345, Web Carlos Barros, < http://www.cbarros.com>    [Consulta:  2-1-2002].

[20] .- Entre la multitud de reflexiones sobre el indigenismo americano sugerimos la consulta de un  texto reciente: Miguel León-Portilla (coord.), Motivos de la antropología americanista. Indagaciones en la diferencia, FCE,  México, 2001. Los ensayos de esta obra  colectiva son, en general, válidos para una revisión actualizada de las particularidades de la antropología  y el indigenismo americano, sus relaciones con el poder político,  sus aspectos  históricos, y la referencia de la antropología social feminista a través del artículo de June Nash  incluido en esta edición y que comentamos más adelante: “Dialéctica del género y proceso laboral en la América de la preconquista, la colonial y la contemporánea”,  pp. 199-232.

[21] .- Por una cuestión de espacio se han omitido las citas de  obras suficientemente conocidas y de fácil localización,  como es el caso, entre otros, de la obra de José Vasconcelos, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mariátegui, Foucault, o la de los cronistas coloniales.

[22].- Sobre la capacidad de historificación del mito véase Gregorio Recondo, Identidad Integración y Creación Cultural en América Latina, Belgrano, Buenos Aires, 1997.

[23].- Carmen  RAMOS ESCANDÓN, “Quinientos años de olvido: historiografía e historia de la mujer en México”, en Secuencia, nº 36 (Sept- dic. 1996),  pp. 121-149.

[24].- Algunos de estos títulos son de por sí descriptivos de su contenido: Federico Gómez de Orozco,  Doña Marina: la dama de la conquista,   Xochitl,  México,  1942; Felipe González Ruiz, Doña Marina: la india que amó a Hernán Cortés,  Morata,   Madrid, 1944; Mariano Somonte G, Doña Marina, La Malinche, México, 1964.

[25] .-  C.  RAMOS ESCANDÓN, “Quinientos años de olvido..., ( la referencia en p. 131).

[26].- Asunción LAVRIN, “Investigación sobre la mujer de la colonia en México”, en A. Lavrin (comp.), Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, FCE, México, 1985 (*1978), pp. 33-73 (la referencia en p. 33).

[27] .-  Las referencias se dispersaban en obras como la de Richard Konetzke desde el enfoque del mestizaje, o las del padre de la etnohistoria mexicana Charles Gibson. Perspectivas más renovadoras fueron las de M. León Portilla, o las de James Lockhart, cuando historiaba por primera vez a las indias del común en los primeros pasos de historia social: El mundo hispanoperuano, 1532-1560, FCE, México, 1982 (*1968)

[28].- Josefina MURIEL: “El convento de Corpus Christi de México. Institución para indias Caciques”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, II, 7 (México, 1941); Las indias caciques del Corpus Christi, Instituto de Historia, Series Históricas, nº 6, UNAM, México,  1963; y Conventos de monjas en la Nueva España,  Santiago, México, 1946. Véanse los comentarios sobre la misma autora  más adelante, en el apartado sobre las instituciones.

[29] .- En lo que Le Golff llamó la revolución de los documentos: Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Paidós (Paidós Básica 51),  Barcelona-Buenos Aires, 1991 (1ª edición en italiano 1977).

[30].- A. LAVRIN (comp.), Las mujeres...,

[31] .- Ejemplos significativos de los análisis marxistas renovados son las obras de Luis Vitale, Historia y sociología de la mujer latinoamericana,  Fontanamara, Barcelona, 1981, y La mitad Invisible de la Historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana [en línea], Sudamericana/Planeta, Buenos Aires, 1987, Biblioteca Digital de la Universidad de Chile  [Consulta: 5-10-2002] 

[32].- Elsa  Muñiz, “La antropología feminista en México” [en línea] Memoria, nº 168, CEMOS (Febr. 2003), Memoria [Consulta: 5-5-2002] 

[33] .- Por  una cuestión de espacio no citaremos aquí la fundamental serie bibliográfica de este Seminario, por otra parte de sobra conocida. No obstante, más adelante se especifican algunos de sus títulos requeridos por las diferentes  temáticas que tratamos.

[34] .- Una línea temática desarrollada en la década de los ochenta por Pilar Gonzalbo AIZPURU, Las mujeres en Nueva España; educación y vida cotidiana, ECM, México, 1987, y “Tradición y cultura en la educación femenina del siglo XVI”, en C. Ramos Escandón, (comp.), Presencia y transparencia: La mujer en la historia de México, ECM, México, 1987, pp. 33-60. Valgan estas referencias concretas para nuestro tema como una aviso de la amplia investigación que esta autora ha dedicado a la educación   indígena colonial.

[35].- J. Tuñón Pablos, Mujeres en México. Una historia olvidada, Planeta, México, 1987. Otro texto importante del momento es el de C. Ramos Escandón, (comp.), Presencia..., además de P. Gonzalbo Aizpuru, en esta obra colectiva la temática sobre las mujeres prehispánicas y coloniales fue tratada por: María de J. Rodríguez -Shadow, y S. Alberro.

[36] .- Marcela Tostado Gutiérrez, El álbum de la mujer. Antología ilustrada de las mexicanas “Volumen II. Época colonial”, INAH, México, 1991

[37].- J. MURIEL, Las mujeres de Hispanoamérica. Época colonial, Mafre, Madrid, 1992.

[38] .- Teresita Hernández y Clara Murguialday,  Mujeres indígenas de ayer y hoy. Aportes para la discusión desde una perspectiva de género,  Talasa,  Madrid, 1992.

[39] .-  Marysa Navarro, Virginia Sánchez Korrol y Kecia Ali, Women in Latin America and the Caribbean: Restoring Women to History, Indiana Univ. Press, Bloomington, 1999.

[40] .- Susan M. Socolow, The women of colonial Latin America, Cambridge Univ. Press, Cambridge-New York, 2000. En este libro es apreciable la completa relación bibliográfica.

[41] .- Patricia Seed, “Colonial and postcolonial discourse”, en LARR, nº 26:3 (1991), pp. 181-200.

[42] .- Ann Pescatello (ed), Female and Male in Latin America,  Univ. of Pittsburg Press, Pittsburg, 1973, y también como editora en Power and Pawn: The Female in Iberian Families, Society and Culture, Greenwich Press, Westport. 1976.

[43] .- Eleanor Burke Leacock,  “Montagnais women and the Jesuit program for colonization”, en M. Etienne y E. B. Leacok (eds.), Women and Colonization: Anthropological Perspectives, Book Praeger Publishers, New Cork, 1980, pp. 25-42. En esta misma compilación publicaba J. Nash la versión original en inglés de un artículo traducido al castellano bajo el título de: “Mujeres Aztecas: la transición de status a clase en el Imperio y la Colonia”, en V. Stolcke (ed), Mujeres invadidas (Colección Cuadernos inacabados nº 12), HORAS y HORAS, Madrid, 1993, pp. 11-28. También J. NASH con el mismo esquema analítico: “Estudios de género en Latinoamérica”, en Mesoamérica, nº 23 (Jun.1992), pp.1-22; Bajo la mirada de los antepasados: creencias y comportamientos en una comunidad maya, Instituto Indigenista  Interamericano,  México, 1975 (*1970); “The aztecs and the ideology of male dominance”, en Signs: Journal of women in culture and society, 4: 2 (1978), pp. 349-362.

[44] .- Iris Blanco, “Mujer en los albores de la conquista de Mexico” [en línea], en Aztlán, Vol. 11, nº 2 (1980), pp. 249-270, Social Sciences at UCLA,  [ Consulta: 8-7-2002].

[45] .- Inga Clendinnen, “Las mujeres mayas yucatecas y la conquista española: rol y ritual en la reconstrucción histórica” (*1982), en V. Stolcke,  Mujeres invadidas..., pp.93-118, y  Aztecs an interpretation, Cambridge Univ. Press, Cambridge, 1991. 

[46] .- Stephanie Wood, “Rural Nahua Women under Spanish Colonization: The Late-Colonial Toluca Valley”, en Mesoamerican and Chicano Art, Culture, and Identity, Willamette Journal of the Liberal Arts, Supplemental Series 6 (1994), pp. 78-103, y “Sexual Violation in the Conquest of the Americas”, en Merril D. Smith (ed.), Sex and Sexuality in Early Americ, New York University Press, New York, 1998, pp. 9-34.

[47] .-  Entre otros importantes trabajos de Susan Kellogg, citamos: “Aztec women in early colonial courts: Structure and Strategy in a Legal Context,”, en R. Spores y R. Hassig (eds.), 5 Centuries of Law and Politics in Central Mexico, Vanderbilt Univ. Publications in Anthropology, Nashville, 1984, pp. 25-38, y Law and the transformation of Aztec culture, 1500-1700, Univ. of Oklahoma Press, Norman, 1995.

[48] .- Diferencias que tienen como referente el  macrodebate antropológico y de la teórica feminista sobre las categorías biológicas universales.

[49] .- M. León- Portilla, Visión de los vencidos: relaciones indígenas de la conquista, UNAM, México, 1998 [*1959].

[50] .- Véase, a modo de resumen, sobre la evolución de los estudios lingüísticos en la historia social la introducción de J. Lockhart, en Los nahuas después de la conquista, FCE,  México, 1999 (*1992)

[51] .- Una ampliación de la polémica y de los investigadores/as implicadas en ella puede consultarse en el capítulo primero del libro de M. J. RODRÍGUEZ- Shadow, La mujer azteca, UAEM, México, 2000 [*1988].

[52] .- Por otra parte, esta línea interpretativa, que se contempla en el estudio de todas las sociedades prehispánicas,  justifica las teorías del matriarcado.

[53].- Noemí Quezada: Amor y magia amorosa entre los aztecas: supervivencias en el México colonial, IIA-UNAM, México, 1975; “Sexualidad y magia en la mujer novohispana: siglo XVIII”, Anales de Antropología, nº 26, 1989, pp. 261-295; Sexualidad, amor y erotismo. México Prehispánico y México Colonial, Plaza y Valdés, UNAM, México, 1996.

[54] .- Susan Schoeder,  S. Wood y Robert Haskett (eds.), Indian Women of Early Mexico, Univ. of Oklahoma Press, Norman- London, 1997.

[55] .- Un comentario sobre estos ensayos y que recoge la polémica es el de M. J. Rodríguez- Shadow, en Mesoamérica, nº 38 (Dic.1999), pp. 179-184.

[56] .- También, en 1990 y 1992 corroboraban el patriarcado azteca  los trabajos  de Carmen Lloret Miserach, en una de las escasas aportaciones al tema que se hicieron en España a comienzos de los años noventa, La mujer en el mundo azteca, Cuadernos de Investigación Histórica, nº 13,  Seminario Cisneros, Madrid, 1990, y “Estudio comparativo de las sociedades española y mexicana a principios del siglo XVI, a través de la mujer” IX Congreso Internacional de Historia de América (AHILA), AHILA, Sevilla, 1992.

[57].- M. J. Rodríguez Shadow, La mujer azteca....,. 

[58] .- Un comentario crítico sobre este trabajo realizado por S. Kellogg en Mesoamérica, nº 39 (jun. 2000), pp.472-473.

[59] .- M. J. Rodríguez-Shadow y Robert D. ShAdow, “Las mujeres aztecas y las españolas en los siglos XVI y XVII: análisis comparativo de la literatura social”, CLAHR,, 5:1 (1996),  pp. 21-46,  y  “Las mujeres en la sociedad azteca y española en las crónicas y la literatura de los siglos XVI y XVII”, en Antropología, INAH, 45:3-12  (1997), pp.3-12.

[60] .- Al respecto, es ilustrativa la  revisión historiográfica de Sergio Raúl Arroyo García,  “Entre mentes y corazones. El papel de algunos estudios sobre mito y cosmogonía en la historia y la antropología mexicanas (1987-1993)”, en K. Kohut y S. V. Rose (eds.), Pensamiento europeo y cultura colonial,  (teci),  Vervuert- Iberoamericana, Frankfurt-Madrid, 1997, pp. 280-293.

[61] .- A los que se pueden añadir Sarah Cline, The Book of Tributes. Early Sixteenth-Century Nahuatl Censures from Morelos, Univ. of California-LASC Press, Los Angeles, 1993. La dimensión religiosa del trabajo femenino tratada por Louise M. Burkhart,  “Mujeres mexicas en el frente del hogar: trabajo doméstico y religión en el México azteca” Mesoamerica, XXIII (1992), pp. 23-54. Otras aportaciones y  una completa relación bibliográfica en Steve J. Stern, La historia secreta del género. Mujeres, hombres y poder en México en las postrimerías del periodo colonial, FCE, México, 1999 (*1995).

[62] .- Silvia Marina ArromLas mujeres en la ciudad de México. 1790-1856, Siglo XXI, España, 1988 (*1985).

[63] .- Un intento de síntesis comparada, de paupérrima traducción al castellano,  realizado por J. NASH, en  M. León Portilla, Motivos…Y una síntesis teórico-marxista del conjunto en  L. Vitale, Historia y sociología...

[64] .- Margaret Villanueva,  “From Calpixqui to Corregidor: Appropriation of women’s cotton textile production in Early Colonial Mexico”, en  LAP, 12,  nº 1 (1985), pp. 17-40.

[65] .- C. RAMOS ESCANDÓN, “La diferencia del género en el trabajo textil mexicano en la época colonial”, en BA, nº50  (2000), pp. 243-265.

[66] .- J. Nash, Bajo

[67] .- Beatriz Castilla RAMOS y Alejandra García Quintanilla, “El Yucatán colonial: mujeres, telares, y paties”  en Revista de la Univ. de Yucatán, 23:133 (ene.-febr.1981), pp. 146-163.

[68] .- I. Clendinnen,. "Las mujeres mayas...

[69].-  Nancy  M. Farris, La sociedad maya bajo el dominio colonial, Alianza Editorial, Madrid, 1992 (*1984).

[70] .-  María Espejo-Ponce Hunt y Matthew Restall, “Work, marriage, and status: maya women of colonial Yucatan”, en S. Schoeder et al, Indian…, pp. 231-253,  y M. Restall, “He Wished it in Vain. Subordination and Resistance among maya women in Post-Conquest Yucatan”, en K. Gosner y D. E. Kanter (eds), en Ethnohistory, (Special Issue: Women, Power, and Resistance in Colonial  Mesoamerica), 42:4 (1995), pp. 577-594.

[71].- D. E. Kanter,  “Native female land tenure and its decline Mexico, 1750-1900”, Ethnohistory  42…, pp. 607-616.

[72] .- S. Schoeder et al, Indian…

[73].- Otra muestra de diferentes propuestas metodológicas en la utilización de los testamentos como fuentes históricas es la compilación de S. Kellogg, y Matthew Restall (eds.), Dead Giveaways: Indigenous Testaments of Colonial Mesoamérica and the Andes, Univ. of Utah Press, Salt Lake City, 1998. Destacamos en esta obra el artículo de S. Kellogg, “Indigenous Testaments of Early-Colonial Mexico City Testifying to Gender Differences”, pp. 37-58, un estudio sobre las últimas voluntades de dos mujeres nahuas. 

[74] .- Los trabajos de estos autores en S. Schoeder et al, Indian…,: S. Kellogg, “From parallel and equivalent to separate but unequal: tenochca mexica women, 1500-1700”, pp. 123-143; S. Wood, “Matters of life at death: Nahuatl testaments of rural women 1589-1801”, pp. 165-182; Ronald. Spores. “Mixteca cacicas: status, wealth, and the political accommodation of native elite women in early colonial”, pp. 185-197; M. Espejo-Ponce Hunt y M. Restall, “Work… ; Susan Deeds, “Double Jeopardy: Indian women in Jesuit Mission of Nueva Vizcaya”,  pp. 255-272; y  L. M. Burkhar,  “Mexica...

[75] .- Juan Javier  Pescador, “Vanishing Woman: Female Migration and Ethnic Identity in Late-Colonial Mexico City,” Ethnohistory, 42:4 (1995), pp.617-626.

[76].- S. M.  Socolow, “Women and Migration in Colonial Latin America”  [en línea], en, M. Anore Horton (ed.), New Perspectives on Women and Migration in Colonial Latin America, PLAS, Cuadernos, nº 4 (2001), pp. 1-20, Princeton University, [Consulta: 5-5-2002]

[77] .- William B. TAYLOR, Embriaguez homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales, FCE, México, 1987 (*1979). La obra de Taylor es igualmente el punto de partida de una línea de investigación que propone S. Wood, “Gender and town guardianship in Mesoamerica directions for future research”, Journal de la Société des Américanistes, 84:2 (1998), pp. 243-276. La autora, pretende indagar si las expresiones públicas de violencia y el temple contestatario de las mujeres indígenas obedecían a patrones culturales prehispánicos, aquellos que otorgaban a las mujeres el papel de protectoras de sus comunidades. 

[78] .- S.J. Stern, La historia secreta...

[79] .- S. Schoeder et al, Indian …

[80] .- Robert HasketT, “ Activist or  adulteress?. The life and struggle of doña Josefa María of Tepoztlan”, en S. Schoeder et al, Indian ..., pp. 145-163.

[81].- Kevin Gosner, “ Women  rebellion, and the moral economy of maya peasants in Colonial Mexico”, en S. Schoeder et al, Indian…, pp. 217-230. Los trabajos sobre las mujeres mayas de K. Gosner remiten  a las propuestas de su obra fundamental: Soldiers of the Virgin: The Moral Economy of a Colonial Maya Rebellion,  Univ. of Arizona Press, Tucson, 1992.  También, de interés para nuestro tema es el siguiente artículo del mismo autor:   “Women in the Tzeltal Revolt:  Reflections on Gender and the maya moral economy”, Tercer Congreso Internacional de Mayistas (Memoria 1995),  UNAM-Univ. de Quintana Roo, México, 2002,  pp. 788-798. 

[82] .- Juan Pedro Viqueira Albán,. María de la Candelaria: india natural de Cancuc,  FCE, México, 1993

[83].- Sobre estos temas son imprescindibles: Daisy Ripodas Ardanaz, El matrimonio en Indias. Realidad social y regulación jurídica, FECID, Buenos Aires, 1977, y S. M. Arrom, Las mujeres... Los trabajos de S. Kellogg, específicamente centrados en las mujeres indias, son una referencia precisa en lo que se refiere a la incidencia de las leyes coloniales en las estructuras mexicas de la propiedad y herencia desde la perspectiva de género. Y sobre el significado de las disposiciones racistas en la normativa sobre el matrimonio y la legitimidad se ha expresado Verena. Stolcke, “Mujeres invadidas. La sangre de la conquista de América”, en V. Stolcke, Mujeres invadidas…, pp. 29-45. Por último, las indispensables aportaciones de A. Lavrin entre las que destacamos: A. LAVRIN y Edith Couturier, “Dowries and Wills: A View of Women’s Socioeconomic Role in Colonial Guadalajara and Puebla, 1640-1790”, en HAHR, 59:2 (1979), pp. 280-304, y A. Lavrin (ed), Sexuality and marriage in colonial Latin America, Univ.of Nebraska Press, Lincoln,1989 Aunque esta primera versión en inglés es la que hemos utilizado, citamos, por su importancia, la edición en castellano: Sexualidad y matrimonio en la América hispánica: siglos XVI-XVIII, Conaculta-Grijalbo, México, 1991.

[84].- Resaltamos la adjetivación con la intención de distinguir una filosofía del hispanismo más reciente que apuesta por un dialogo intercultural, crítico con las posturas esencialistas e impulsor de un espacio de identidad común.

[85].-  J. MURIEL, Las indias caciques...

[86].- Ann Miriam Gallagher, “Las monjas indígenas del Monasterio del Corpus Christi de la Ciudad de México”, en A. Lavrin (comp.), Las mujeres latinoamericanas…, pp. 177-201.

[87] .- El texto es el extracto de una tesis de doctorado más amplia, fundamentada para el Corpus Christi en las fuentes documentales del archivo del mismo convento, vetado a las investigaciones laicas: The Family Background of the Nuns two Monasteries in Colonial México: Santa Clara de Querétaro and Corpus Christi of Mexico City (1724- 1822), Catholic Univ. of America, 1972.

[88] .- Justina  Sarabia Viejo, “Monacato femenino y problemática indígena en la Nueva España”, en I Congreso Internacional El monacato femenino en España, América y Portugal 1492-1992,  Univ. de León, León, 1993,  pp. 173-185, y  “La Concepción y Corpus Christi: Raza y vida conventual femenina en México, siglo XVIII”, en Manifestaciones religiosas en el mundo colonial americano, T. II: Mujeres, instituciones y culto a María, UIA-INAH-CONDUMEX, México, 1994,  pp. 15-27.

[89] .- Luisa Zahino Peñaflor, “La fundación del convento para indias cacicas de Nuestra Señora de los Ángeles de Oxaca”, en Memoria del II Congreso Internacional El Monacato Femenino en el Imperio Español (Monasterios, beaterios, recogimientos y colegios),  Condumex,  México, 1995, pp. 331-337

[90] .- Ascensión Baeza Martín, “Rechazo a la admisión de tres Criollas en el convento de monjas indígenas del Corpus Christi de México en 1742”,  en IX Congreso Internacional de Historia de América, (AEA) Junta de Extremadura, Mérida,  2002, pp. 235-245.

[91] .- Elisa Sampson Vera Tudela, “Fashioning a Cacique nun: From Saints´Liver to Indian Lives in the Spanish Americas” [en línea], en Gender&History, Vol.9,  nº 2 (Ag. 1997),  pp. 171-200, Univ. of Notre Dame [ Consulta: 15-11-2002], y Colonial Angels: Narratives of Gender and Spirituality in Mexico, 1580-1750,  Univ. of Texas, Austin, 1999. Otra aportación desde el campo de los Estudios literarios es el artículo de Mariselle Meléndez, “El perfil económico de la identidad racial en los Apuntes de las indias caciques del Convento de Corpus Christi”, RCLL, 23:46 (1997), p. 115-133.  

[92] .- A. LAVRIN, “Indian Bridges of Christ: Creating New Spaces for Indigenous Women in New Spain”, en Mexican Studies, 15: 2 (1999), p 225-260.

[93] .- J. MURIEL, Los recogimientos de mujeres: respuesta a una problemática social novohispana, UNAM, México, 1974; y P. Gonzalbo Aizpuru, “Reffugium Virginum. Beneficencia y educación en los colegios y conventos novohispanos”,  en Memoria II Congr .Inter. El monacato ..., pp. 429-441.

[94] .- P. Gonzalbo Aizpuru, “ Tradición..., y Las mujeres en Nueva España... Otra visión, no coincidente con la de P. Gonzalbo Aizpuru respecto a los valores de la enseñanza femenina colonial, es la de J. MURIEL, La sociedad novohispana y sus colegios de niñas, UNAM, México, 1995.

[95] .- Dorothy  Tranck de Estrada, Pueblos de Indios y educación en el México colonial, 1750-1821, Colmes- CEH, México, 2000. De la misma autora en prensa al cierre de este trabajo: “ Escuelas, colegios y conventos para niñas y mujeres indígenas en el siglo XVIII”, en Arredondo, Adelina (ed.), La educación femenina en México.

[96] .- A. LAVRIN (ed), Sexuality... Algunos artículos de esta compilación [en línea] A. Pérotin-Dumon, El género... Otros dos títulos son  fundamentales: P. Seed, Amar, honrar y obedecer en el México colonial. Conflictos en torno a la elección matrimonial, 1574-1821,  Alianza, México, 1991 (*1988), y, Jonson Lyman y Sonya Lipsett-Rivera, The faces of Honor: Sex, Shame, and Violence in Colonial Latin America,  Univ. of New Mexico Press,  Albuquerque, 1998.

[97] .- Serge Gruzinski, “Individualization and acculturation: Confession among the Nahuas of Mexico from the sixteenth to the eighteenth century” en A. Lavrin (ed), Sexuality..., pp. 96-117.

[98] .- Familia, Matrimonio y Sexualidad en Nueva España Memoria del I Simposio de Historia de las Mentalidades, FCE, México, 1982; Familia y poder en Nueva España. Memoria del III Simposio de Historia de las Mentalidades,  INAH, México, 1991.

[99] P. Gonzalbo AIZPURU: (coord.), Familias novohispanas siglos XVI al XIX,, ECM, México, 1991; P. Gonzalbo AIZPURU y Cecilia Rabell Romero (coord.), Familia y vida privada en la Historia de Iberoamérica, ECM- UAM, México, 1996; y Familia y orden colonial, México, ECM, México, 1998.

[100] .- Para una exposición metodológica sobre familias y género en México, con una completa bibliografía ver Robert McCaa, “Families and Gender in Mexico: a Methodological Critique and Research Challenge for the End of the Millennium “  [en línea] Univ. of Minnesota, Department of History, [Consulta: 4-4-2002].

[101] .- Pedro Carrasco, “Indian-Spanish Marriages in the First Century of the Colony”, en S. Schoeder et al, Indian…,  pp. 87-104.

[102] .- Una selección bibliográfica de  P. Carrasco y S. Cline se recoge en  el citado ensayo de McCaa.

[103] .- Entre otros muchos trabajos sobre la familia realizados por Elsa Malvido, citamos el siguiente: “El abandono de los hijos: una forma de control del tamaño de la familia y del trabajo indígena, Tula, 1683-1830”, HM. 29, nº 4 (1980), pp.521-561.

[104] .- A. LAVRIN, “Sexuality in colonial Mexico:A Church dilemma”, en A. Lavrin (ed), Sexuality...,  pp.47-95.

[105].- S. Gruzinski, en A. Lavrin (ed), Sexuality..., entre otros muchos ensayos de Gruzinski referidos al tema: “Matrimonio y sexualidad en México y Texcoco en los albores de la conquista o la pluralidad de los discursos”, en S. Alberro (ed.), La Actividad del Santo Oficio de la Inquisición en Nueva España, 1571-1700, INAH, México, 1981, pp. 19-74.

[106] .- Del pecado asumido a la autoinculpación en el tribunal inquisitorial, un tema explorado por Jorge Klor de Alva, “Colonizing Souls: The Failure of the Indian Inquisition and the Rise of Penitential Discipline”, en M. E. Perry y A. J. Cruz (eds.), Cultural Encounters. The Impact of the Inquisition in Spain and the New World, Univ. of California Press, Berkeley, 1991, pp. 3-22.

[107] .- J. P. Viqueira albán, “Matrimonio y sexualidad en los confesionarios en lenguas indígenas”, en Cuicuilco, nº 12, IV época, (1984), pp.27-37; Jorge René González Marmolejo, Sexo y Confesión, INAH-Plaza y Valdés, México, 2002; Martine Azoulai, en ALL, Vol. 13, (1983) y CHELA, nº 2 (1987); y desde el análisis literario, Colleen Ebacher, “No me veo en su discurso: El confesionario colonial y la construcción de la sexualidad femenina”, en G. Ilarregui (ed) Femenino plural: la locura, la enfermedad, el cuerpo en las escritoras hispanoamericanas. Ensayos contra el margen, Alexandria VA :Los signos del tiempo, Virginia, 2000.

[108] .- Para una caracterización del contexto historiográfico sobre la sexualidad, son útiles los trabajos de: Lourdes Villafuerte, “Los estudios del seminario de historia de las mentalidades sobre la sexualidad”, y Carmen Castañeda, “Historia de la sexualidad. Investigaciones del período colonial”, en I. Szasz y S. Lerner (comp), Sexualidades en México. Algunas aproximaciones desde la perspectiva de las ciencias sociales, ECM, México, 1998. El discurso religioso-literario de la sexualidad y el matrimonio dirigido a las mujeres mayas ha sido tratado por Wilbert Pinto y Landy Santana, “La mujer maya del XIX, según el cristal..., en L. .A. Ramírez Carrillo (ed), Género y Cambio Social en Yucatán. (Tratados y Memorias de Investigación UCS 2), Univ. Autónoma de Yucatán, Mérida, 1995, pp. 169-182.

[109] .- A. LAVRIN, “Sexuality in colonial...

[110] .- S.Ortega Noriega (comp), De la santidad a la perversión, o porqué no se cumplía la Ley de Dios en la sociedad novohispana,  Grijalbo, México, 1985

[111] Estrella Figueras Vallés, “Pervertiendo” el orden del santo matrimonio. Bígamas en México: s. XVI-XVII,[en línea][436 p.], Publicacions UB, Barcelona, 2003, Les publicacions de la Universitat de Barcelona, Tesis doctorales en Red [Consulta: 15- XI-2003]

[112] .- Ramón A Gutiérrez, Cuando Jesús llegó, las madres del maíz se fueron: matrimonio, sexualidad y poder en Nuevo México, 1500-1846,  FCE, México, 1993 (*1991), y “Honor, Ideology, Marriage Negotiation and Class-Gender Domination in New Mexico 1690-1846”, en LAP, Vol. 12 (1985), pp. 81-104.

[113] .- S. Cline, “The Spiritual Conquest Reexamined: Baptism and Christian Marriage in Early Sixteenth-Century Mexico”, en HAHR, Vol. 73, (1993), pp. 453-480.

[114] .- Rebecca Overmyer-Velázquez, “Christian Morality Revealed in New Spain: The Inimical Woman in Book Ten of the Florentine Codex” [en línea]  en Journal of Women´s History, Vol. 10, nº 2 (1998), pp. 9-37, Journals, Indiana Univ. Press,       [Consulta: 8-IX-2002]

[115] .- L. M. Burkhart, “ Gender in Nahuatl Texts of the Early Colonial Period: Native Tradition and the Dialogue with Christianity” [en línea],  en C. F. Klein (ed.), Gender in Pre-hispanic America, Dumbarton Oaks-Harvard Univ, Washington, D.C, 2001a, pp.87-107, Dumbarton Oaks Electronic Texts, [Consulta: 8-IX-2002]. En este mismo trabajo se recoge la bibliografía de la autora sobre el tema.  Destacamos por su interés otra publicación de L. M. Burkhart, en la que analiza la construcción del ideario mariano y su funcionalidad como instrumento de poder sobre las colectividades indígenas coloniales: Before Guadalupe: The Virgen Mary in Early Colonial Nahuatl (IMS Monograph Series, nº 13), Univ. of Texas Press, Austin,  2001b.

[116] .- N. Quezada, Amor...

[117] .- S.J. SternLa historia secreta... Más apreciaciones sobre el tema en W. B. TAYLOR, Embriaguez…, en  Seminario de Historia de las mentalidades. Amor y desamor. Vivencias de parejas en la sociedad novohispana, Conaculta -INAH. México, 1999, [2ª edición]. Otras aportaciones en Felipe Castro Gutiérrez, “Condición femenina y violencia conyugal entre los purépecheas durante la época colonial”, Mexican Studies/Estudios Mexicanos, 14:4 (1998), pp. 5-21. Y J.J. Pescador, “Del dicho al hecho: uxoricidios en el México central, 1769-1820”, en P. Gonzalbo Aizpura y C. Rabell Romero (eds.), Familia y vida privada en la historia de Iberoamérica, ECM- UNAM, México DF, 1996, pp. 373-386.

[118] .-  Ruth Behar, “Sex and Sin, Witchcraft and the Devil in Late-Colonial Mexico”, America Etnologist, 14,  nº 1 (1987), pp. 34-54, de la misma autora  “Brujería sexual, colonialismo y poderes de las mujeres: su reflejo en los Archivos de la Inquisición Mexicana” (*1989), en V. Stolcke,   Mujeres invadidas..., pp. 171-199. Esenciales para el  tema de mujer e Inquisición novohispana son las investigaciones de S. Alberro, y N. Quezada.

[119] .-  Ver a R. Chang-Rodríguez y R. Harrison en la segunda parte. 

[120] .- Francisco Javier Cevallos-Candau, Jeffrey A. Cole, Nina M. Scott y Nicomedes Suárez-Arauz (eds.), Coded Encounters. Writing, Gender, and Ethnicity in Colonial Latin America, University of Massachusetts Press, Amherst, 1994.

[121] .- V. M. Bouvier, Women and the Conquest of California, 1542-1840: Codes of Silence,  Univ. of Arizona Press, Tucson,  2001.

[122] .- Blanca López de MariscalLa figura femenina en los narradores testigos de la conquista,  ECM, México, 1997.  Entre otras lecturas de género sobre los  cronistas citamos la de Teresa Piossek PrebischMujeres en las crónicas de la conquista. En Bernal Díaz del Castillo y Garcilaso de la Vega,  San Miguel de Tucumán,  1997. 

[123] .- Ricardo HerrenLa conquista erótica de las Indias,  Planeta, Barcelona, 1991.

[124] .- Aunque no referido en exclusiva a las mujeres, aporta sobre éstas consideraciones de importancia Pierre Ragón, Les amours Indiennes ou l´imaginaire du conquistador, Armand Colin, París, 1992.

[125].- Entre otros muchos: Jean-Pierre SAnchez, Le Mythe des Amazones du Nouveau Monde.Monde, Pamplona, Universidad de Navarra (coll. Acta Colombina), Pamplona, 1991. La cultura clásica y sus mitos, en los cronistas del sur americano, son temas que han sido tratados en varias ocasiones por Franklin Pease García Irigoyen.

[126] .- S. Wood,  “Gender and town…

[127].- S. Montecino, Palabra dicha… Con el malinchismo entramos de lleno en las dimensiones discursivas del mestizaje, categoría que junto a la del género son esenciales en el análisis de la autora, de la que entre otros trabajos seleccionamos por su interés: “Identidades de género en América Latina: mestizajes, sacrificios y simultaneidades”, Debate Feminista, nº14 (Oct.1996), pp. 187-200.

[128].- Fernanda Núñez Becerra, La Malinche: de la historia al mito,  INAH, México, 1996.

[129].- Véase al respecto la reflexión de  Norma Fuller,  cuando advierte sobre el efecto reduccionista de explicar el machismo por el trauma de la conquista,  una interpretación que sólo define parcialmente la actual identidad masculina hispanoamericana en “Reflexiones sobre el machismo en el Perú” [en línea],   Presentado en  la Conferencia Regional: La equidad de género en América Latina y el Caribe. Desafíos desde las identidades masculinas, Santiago de Chile, 8-10 jun. 1998, EuroPRO-Fem,  > [Consulta: 3-8-2002]

[130] .- Véase la  precisa bibliografía, mayoritariamente anglosajona, que sobre estas dimensiones arquetípicas reseña  S.J. SternLa historia secreta...

[131].-  J. TuÑÓN PablosMujeres en México...

[132].-  Milagros Palma, “El malinchismo o el lado femenino de la sociedad mestiza”, en M. Palma (coord.), Simbólica de la feminidad. La mujer en el imaginario mítico-religioso de las sociedades indias y mestizas, Abya-yala (Colección 500 años, nº 23), Ecuador, 1990, pp. 13-38; y N. Fuller. “En torno a la polaridad marianismo-machismo”, en Anuario de Hojas de Warmi, nº 7 (1996,  pp. 11- 18.

[133].- Como muestra señalamos los siguientes trabajos: Cristina González Hernández, “Tonantzin-Guadalupe y la Malinche-llorona: algunas reflexiones en torno a los dos símbolos principales de la cultura mexicana”, en Actas de VII Congreso Internacional de la Asociación Española de Semiótica. Mitos. Volumen II. Zaragoza. 1996; M. Palma, La Mujer es puro Cuento. Simbólica mítico-religiosa de la feminidad aborigen y mestiza, Abya-yala, Ecuador, 1996; y Olga Raquel Herrera Uribe, “La Llorona: una muestra de lo colectivo popular mexicano” [en línea], Revista Presencia Latinoamericana  (nov. 2001)  [ Consulta: 3-8-2002]

[134].- S. MONTECINO, Palabra...

[135].- Además de las obras citadas de M. Palma y N. Fuller como muestra de la más extensa producción de estas autoras, sugerimos un interesante  trabajo de Norman Palma “Disgresiones sobre el Goce y el Sufrimiento en el Horizonte Etológico del Macho”, en M. Palma, Simbólica..., pp. 121-130.

[136].- C. González Hernández, Doña Marina, la Malinche y la formación de la identidad mexicana,  Encuentro, Madrid 2002.

[137] .- F. Núñez Becerra, La Malinche

[138].- Margo Glanz (coord.), La Malinche, sus padres y sus hijos, UNAM, México, 1995 [*1994].

[139].- Sandra. Messinger CypessLa Malinche in Mexican literature: from history to myth,, Univ.  of  Texas Press, Austin, 1991; “Revisión de la figura de la Malinche en la Dramaturgia mexicana”, en M. Glanz, La Malinche..., ,pp. 179-196; “Historia y leyenda de la única mujer importante durante la conquista de México”, en M. M. Jaramillo y B. Osorio (comp.) Las desobedientes: Mujeres de nuestra América,  Panamericana, Santa Fe de Bogotá, 1997,  pp. 3-24.

[140] .- El papel primordial de la utopía en las rebeliones es uno de los puntos  cuestionado desde posturas “desmitificadoras” que critican el esencialismo andino. La  polémica se puede seguir a través de dos artículos: H. Urbano,  “Historia y etnohistoria andinas…,  y  Manuel Burga,  “Historia y Antropología en el Perú (1980-1998): tradición,  modernidad, diversidad y nación” [en línea], Primer Congreso Internacional de Peruanistas  en el Extranjero. 1999, Harvard Univ, [Consulta: 6-5-2002] 

[141] .- Según algunos autores: Karen SpaldingDe Indio a campesino: cambios en la estructura social del Perú colonial,  IEP, Lima, 1974; John Howland Rowe,  “El movimiento nacional inca del siglo XVIII”,  Revista Universitaria. Univ. Nacional del Cuzco, 43:107, (2. Semestre 1954), pp. 17-47.

[142] .- Los  citados trabajos de  K. Spalding y J.H.  Rowe se pueden completar con: Alberto Flores Galindo, Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes, Instituto de Apoyo Agrario, Lima, 1987; M. Burga, Nacimiento de una utopía: muerte y resurrección de los incas, IAA, Lima, 1988; y Maruja Barrig, El mundo al revés. Imágenes de la mujer indígena [en línea], CLACSO-Asdi, Buenos Aires, 2001. Web FLACSO, < http://www.clacso.org/wwwclacso/espanol/html/libros/barrig/barrig.html > [ Consulta: 8-5-2002].

[143] .- Julio Calvo Pérez, Ollantay, edición crítica de la obra anónima quechua, CERA/BC, Cuzco, 1998.

[144] .- Es el sugerente título de una ponencia presentada por Renata Fernández de la Universidad de Kentucky, de la cual, lamentablemente, sólo tenemos esta referencia.

[145] .- Claudia Rosas Lauro, “ Jaque a la Dama. La imagen de la mujer en la prensa limeña de fines del siglo XVIII”, en M. Zegarra Flórez (coord.), Mujeres y género en la historia del Perú, CENDOC-Mujer, Perú, 1999, pp. 143-171.

[146] .- Es obvia la necesidad de ampliar el estudio y los enfoques del discurso histórico positivista sobre las mujeres indígenas, a ello pueden contribuir líneas de investigación como la de María Isabel Paredes Vera, “Las primeras limeñas. Una visión de la imagen peruana por Marcos Jiménez de la Espada” [CD], en VIII Congreso Internacional de Historia de América (AEA), XIII Coloquio de Historia Canario-Americana, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria,  2002, pp. 1515-1531.

[147] .- Cecilia Méndez, Incas sí, Indios no: apuntes para el estudio del nacionalismo criollo en el Perú 1680-1809,  IEP, Lima, 2000.

[148] .- Francesca Denegri, El Abanico y la Cigarrera: La primera generación de mujeres  ilustradas en el Perú 1860-1895,  Flora Tristán, IEP, Lima, 1996, y  una caracterización general en S.B. Guardia, Mujeres peruanas. El otro lado de la historia,  Minerva, Lima, 2002 [*1985].

[149] .- Clorinda Matto de Turner, Aves sin nido,  Solar/Hachete, Buenos Aires, l968 [*1889], e Hima-Sumac. Drama en tres actos y en prosa., Servicio de Publicaciones del Teatro Universitario, Lima, 1959 [*1890].

[150] .- Trabajo el de esta autora de importantes sugerencias: Mary Berg, “Presencia y ausencia de Clorinda Matto de Turner en el panorama literario y editorial peruano” [en línea] en I. Arellano y J. A. Mazzotti (eds.), Edición e interpretación de textos andinos,  Univ. de Navarra-Iberoamericana, Madrid, 2000, pp. 211-229, Loyola College in  Maryland: Thomas Ward, Mujeres Ilustradas del Perú, [ Consulta: 1-2-2002], y “Pasión y nación en Hima-Sumac de Clorinda Matto de Turner” [en línea], Primer Congreso Internacional de Peruanistas  en el Extranjero, 1999, Harvard Univ,   [Consulta: 6-5-2002] 

[151] .- Igual observación era hecha por C. RAMOS ESCANDÓN para México, en “Quinientos años...

[152].- Pensamiento el de Mariátegui indispensable en cualquier dimensión de la historia del Perú, que sirve de referencia tanto para la utopía indigenista como para la teología de la liberación, el feminismo u otros movimientos reivindicativos, incluso se ha vinculado a Sendero Luminoso. 

[153] .- Luis E. Valcárcel, Tempestad en los Andes, Universo, Lima, 1972 [*1927]

[154] .- Entre las que destacó Dora  Mayer de Zulen, o Rebeca Carrión Cachot cuya visión proindigenista caracterizó una de las  primeras aproximaciones a las mujeres prehispánicas: “La mujer y el niño en el antiguo Perú: notas arqueológicas”, en Inca, 1:2, Lima (1923), cita recogida de S.B. Guardia, Mujeres peruanas...

[155] .- L. E. Valcárcel, Tempestad…, y en otra  interpretación M. Barrig, El mundo…

[156].- M. Barrig, El mundo…, y también la construcción de las categorías raciales desde el discurso indigenista, y con perspectiva de género, es parte de la línea de investigación de  Marisol De la Cadena, La decencia y el respeto. Raza y etnicidad entre los intelectuales y las mestizas cuzqueñas (Documentos de Trabajo), IEP, Lima, 1997. Desde el análisis literario se acerca a estas cuestiones Patricia Oliat, “Temidos y despreciados: Estereotipos de los hombres y mujeres de las clases populares en la literatura limeña del Siglo XIX”, en M. Barrig, y N. Henríquez (comp.), Otras pieles: Género, Historia y cultura, PUCP, Lima, 1995.

[157].- Micaela Bastidas fue incluida en la relación de heroínas de Francisco A. LoayzaMártires y Heroínas, Los Pequeños Grandes Libros de Historia Americana, Lima, 1945. Anterior, y dentro de una visión tradicional, fue el primer y valioso intento de una historia de las mujeres peruanas que realizó Elvira García y García, La mujer peruana a través de la historia, Imprenta Americana, T. II, Lima, 1924.

[158].- Judith Prieto de Zerraga, Así hicieron las mujeres del Perú Lima, 1965, y Rubén Chauca Arriaran, Micaela Bastidas, Universo, Lima, 1980.

[159].- Alrededor de los años setenta se fraguaba la nueva etnohistoria andina en torno a los peruanos M. Rostworowski, W. Espinosa y F. Pease, que recogían las influencias de los investigadores pioneros: J. H. Rowe,  J. V. Murra y R.T. Zuidema.

[160].- Ver H. Urbano, y M. Burga, 

[161].- Nathan Wachtel,  La visión de los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570), Alianza Univ,  Madrid, 1976 ( 1ª edición en francés, 1971), y la  ya citada obra de M. León -Portilla, Visión….

[162] .- Es la interpretación de N. Wachtel, en la que abunda una interesante reflexión de Juan Ossio, “¿Existen las poblaciones indígenas andinas del Perú?”, en J. Alcina Franch (comp.), Indianismo e indigenismo, Alianza, Madrid, 1990

[163].-  Véase el contexto de la renovación historiográfica peruana en una precisa síntesis de Luis Miguel Glave, “Notas sobre la historiografía andina contemporánea”, en Historias, nº 38, INAH (Abr.-Sept. 1997), pp. 111-135.

[164].- “Las heroínas revolucionarias” es el título del breve capítulo que el historiador incluyó en su libro Túpac Amaru, Inca S.A, Lima, 1969.

[165].- Juan José Vega, Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas, Univ. Nacional de Educación La Cantuta, Lima, 1972. Tema que retomaría en  Túpac Amaru y sus compañeros, Municipalidad de Cusco, T. II, Cusco. 1995. Véanse más adelante  otras citas del  mismo  autor. 

[166] .- Leon G. Campbell, “Women and the great rebellion in Peru”, The Americas. (AAFH/TAM),  42:2  Oct. 1985),  pp. 163-196

[167] .- Bernard Lavallè, “Divorcio y nulidad de matrimonio en Lima (1650-1700). (La desavenencia conyugal como indicador social)”, en RA, nº 8 (dic.1986), pp. 427-464; [en línea] A. Pérotin-Dumon, El género... Véase más adelante a B. Lavallè.

[168] .- Y algún otro autor como Luis Martín, que trató a las mujeres mestizas en Las hijas de los conquistadores. Mujeres del Virreinato del Perú, Casiopea, Barcelona, 2000 (*1983). Posterior es la referencia a la aristocracia mestiza en  María Rostworowski de Diez Canseco, Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza (1534- 1598), IEP, Lima, Perú, 1989. 

[169] .- Pablo Macera, “Sexo y coloniaje”, Trabajos de Historia, Vol. 3, Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1977, pp. 297-346.

[170] .- M. Rostworowski, La mujer en la época prehispánica, Documento de Trabajo 17, IEP, 1988. Del libro de S.B. Guardia, Mujeres peruanas…, recojo la referencia de M. Rostworowski y Pablo Macera en su intervención dentro del Primer Seminario Nacional de Mujer e Historia en el Perú, realizado en 1984, y de los trabajos que presentaron bajo el título: “La mujer en la historia del Perú” (referencia en p. 223).

[171] .- María Emma Mannarelli,  “Inquisición y mujeres: las hechiceras en el Perú durante el siglo XVII”, en RA, Año 3, nº 5 ( jul. 1985), pp. 141-156.

[172] .- A. Flores Galindo y Magdalena Chocano, “Las Cargas del Sacramento”, en RA,  nº 4 (dic. 1984), pp. 403-462

[173] .- Véanse al respecto, en las obras de síntesis citadas en la primera parte, los textos de J. MURIEL, T. Hernández, y M. Navarro que incluyen a las indias del Perú. A continuación otras referencias importantes para la historia de las mujeres coloniales del sur americano: Ermila Troconis de Veracoechea, Indias, esclavas y mantuanas, Academia Nacional de la Historia, (Colección Trópicos, nº 25), Caracas, 1990. Un punto de vista tradicional y aportación documental indispensable en Imelda Cano Roldan, La mujer en el Reyno de Chile, Ilustre Municipalidad de Santiago, Santiago de Chile, 1980. Las mujeres guaraníes y la vida doméstica de las campesinas a través de Marilyn Godoy, La conquista amorosa en tiempos de Irala [en línea] [138 pp.], BASE-IS, Asunción– Paraguay (2º Ed.), 1995, Web FLACSO,  [Consulta: 4-4-2002]. Y Magdala Velásquez Toro, Las mujeres en la historia de Colombia, Consejería Presidencial para la Política Social, Presidencia de la República de Colombia, T.I, Norma, Santa Fe de Bogotá, 1995.

[174].- S. B. Guardia, Mujeres peruanas…

[175].- S. B. Guardia, “Micaela Bastidas y la insurrección de 1780”, en S. B. Guardia. Voces y cantos de las mujeres, Punto & Línea, Lima, 1999.  

[176] .- A los ya citados se puede añadir el artículo de Alicia Poderti, “Mujeres en rebelión: Estrategias de resistencia femenina en la sublevación de Túpac Amaru”, en América Latina: ¿Y las mujeres qué?, Red Haina. Instituto Iberoamericano. Univ. de Gotembürgo. Alemania. 1998. Y los trabajos de M. Meléndez: “La dimensión discursiva del miedo y la economía del poder en las cartas y autos de Micaela Bastidas, 1780-1781”,  en DIECIOCHO (Hispanic Enlightenment),  21:2, 1998,  pp.181-193; “La ejecución como espectáculo público: Micaela Bastidas y la insurrección de Túpac Amaru, 1780-81” [CD], en La literatura Iberoamericana en el 2000. Balances, perspectivas y prospectivas, Univ. de Salamanca, Salamanca, , 2003, pp. 767-772.

[177].- Silvia Arze, Magdalena Cajías y Ximena Medinaceli, Mujeres en rebelión: la presencia femenina en las rebeliones de Charcas del siglo XVIII, Ministerio de Desarrollo Humano, La Paz,  1997. Varios capítulos de este texto [en línea], en A. Pérotin-Dumon, El género...

[178] -   Ver más adelante L.M. Glave y E. Burkett.

[179] .- Ann L. Zulawski, “Mujeres indígenas y la economía de mercado en la Bolivia Colonial”, en V. Stolcke,  Mujeres invadidas…, pp. 67-91,  prácticamente el mismo texto en ingles, en LARR, 25:2 (1990), pp. 93-113, la misma autora y sobre el mismo tema They Eat From Their Labor: Work  and Social Change in Colonial Bolivia, Univ. of Pittsburgh Press, Pittsburgh, 1995. También: Martín Minchom, “La economía subterránea y el mercado urbano: pulperos, “indias gateras, y “recatonas” del Quito Colonial”,  en  Memorias del Primer Simposio Europeo sobre Antropología del Ecuador, Bonn-Quito, 1985, pp. 175-188; Christiana Borchart de Moreno, “La imbecilidad y el coraje. La participación femenina en la economía colonial (Quito, 1780-1830)”, en RCHA, nº 17 (1991), pp. 167-182; y Jacques Poloni, “Mujeres indígenas y economía urbana: el caso de Cuenca durante la colonia”, en A.C. Defossez, D.Fassin y M. Viveros, Mujeres de los Andes: condiciones de vida y salud, IFEA, T. 65, 1992, pp. 201-221.

[180].- Brooke Larson,  “La producción doméstica y el trabajo femenino indígena en la formación de una economía mercantil colonial”, en  Historia Boliviana, III:2 (1983), pp. 173-188;  Chantal Caillavet, “La artesanía textil en la época colonial: el rol de la producción domestica en el norte de la Audiencia de Quito”, en  Cultura. Revista del Banco Central del Ecuador,  8:24b (1986), pp. 521-530; y Karen B. Graubart, “El tejer y las identidades de género en el Perú en los inicios de la colonia”,  en   BIRA,  nº  24 (1997), pp. 145-165.

[181] .-  Véase P. Seed,  “Colonial…

[182].- Elinor Burkett, “Las mujeres indígenas y la sociedad Blanca: El caso del Perú del siglo XVI”, en A. Lavrin (comp.), Las mujeres…, pp. 121-152, de la misma autora  “In Dubious Sisterhood: Class and Sex in Spanish Colonial South America”, en LAP (1977), pp. 18-26.

[183] .- Frak SalomOn, “Indian women of early colonial Quito as seen through their testaments”, The Americas (AAFH/TAM), 44:3 (1988), pp. 325-341.

[184] .- Irene SILVERBLATT, Luna, Sol y Brujas. Género y clases en los Andes prehispánicos y coloniales, CBC, Cuzco, 1990, (*1987). Otros trabajos anteriores de la misma autora: “Principios de organización femenina en el Tawantinsuyu”, en Revista del Museo Nacional, nº 42, Lima  (1976),  pp. 299-340;  “Andean Women in the Inca Empire.”, en Feminist Studies, (1978), pp. 36-61; y “Andean Women under Spanish rule”, en M. Etienne y  E. B. Leacock (eds.), Women…, pp. 149-185.

[185] .- L.M. Glave, “Mujer indígena, trabajo doméstico, y cambio social en el Virreinato peruano del siglo XVII: La ciudad de la Paz y el sur andino en 1684” [en línea]  Bulletin de l´Institut Français de etudes andines, nº 16: 3-4 (1987), pp.39-69, Web IFEA, [Consulta: 3-9-2002].

 [186] .- Sobre migraciones ver, también, A. L. Zulawski, “Mujeres indígenas…, y They Eat… Otras referencias al tema en la primera parte.

[187].-  B. Larson, “La producción doméstica …

[188].- A. L. Zulawski,   “Mujeres indígenas…, y They Eat…

[189] .- K. B. Graubart, “El tejer...,

[190].- Ximena  Medinaceli, De indias a doñas : mujeres de la élite indígena en Cochabamba, siglos XVI-XVII, Ministerio de Desarrollo Humano, La Paz, 1997. De la misma autora un interesante artículo, “Nombres disidentes: mujeres aymaras en Sacaca, siglo XVII”,  Estudios Bolivianos, nº1, (1995),  p. 321-342.

[191].- Denise Arnold (comp.),  Más allá del Silencio: Las fronteras de género en los Andes, T. I,  CIASE/ ILCA, La Paz, 1997. Recomendamos el estupendo  resumen comentado de este libro realizado por Susan Paulson, “Las fronteras de género y las fronteras conceptuales en los estudios andinos”, [en línea] [11 pp.] RA, n° 32 (dic. 1998) Revista Andina,   [Consulta: 2-2-2002]

[192].-  Además de los ya comentados son de interés J. Ossio, “ La estructura social de la comunidad campesina”, en J. Mejía Baca (ed) Historia general del Perú, Juan Mejía Baca, Lima, 1980, y Daisy Nuñez del Prado,  “La reciprocidad como Etnos de la cultura andina” en ALL,  nº  4  (1972),  pp. 135-155.

[193].- Billie Jean Isbell, “La otra mitad esencial: un estudio de complementariedad sexual andina”, en Estudios Andinos, nº 5 (1976), pp. 37-56. 

[194].- B. J. Isbell,  “De inmaduro a duro: Lo simbólico femenino y los esquemas andinos de género”,  en D.Arnold,  Más alla del Silencio..., pp. 253-300.  Otros autores  en esta compilación  expresaron sus posturas críticas a la teoría de la complementariedad andina.

[195].- N. Fuller,  “Los estudios de género en el ámbito sudamericano”,  [en línea] Encuentro Nacional de Sociólogos preparatorio al XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología- ALAS,  2000, Arequipa,  Asociación Latinoamericana de Sociología. ALAS,  [Consulta: 15-8-2002].

[196].- M. BARRIG,  El mundo...

[197].- M. Rostworowski: Estructuras andinas del poder ideología religiosa y política,  IEP, Lima,  1983;  La mujer en el Perú prehispánico,  IEP, Lima, 1995;  y  “Visión Andina Prehispánica de los géneros”, en  M. Barrig,  y N. Henríquez (comp.),  Otras pieles...

[198] .- I. SILVERBLATT, Luna, sol…

[199] Silvia RIVERA CUSICANQUI, “Diferencias, complementariedad y lucha anticolonial. Enseñanzas de la historia andina”, en I. Siu Bermúdez, W. Dierckxsens  y L. Guzmán, Antología latinoamericana y del Caribe: mujer y género, T. 1, UCA, Managua, 1999, pp. 403-420.

[200] .- Términos destacados por Estela Cristina Salles en el trabajo que comentamos a continuación.

[201]  .- M. Rostworowski: Curacas y sucesiones. Costa norte,  Minerva, Lima, 1961; “El repartimiento de doña Beatriz Coya, en el valle de Yucay”, en Historia y Cultura,  nº  4 (1970),  pp. 153-267; y  Estructuras andinas...

[202].- Estela Cristina Salles, “Mujeres cacicas en Omasuyos a fines del siglo XVIII. Una cuestión de legitimidad”, en Espacios de Género, T. I,  Centro Rosarino Interdisciplinario sobre las Mujeres, Facultad de Humanidades y Artes,  UNR. Rosario, 1995, y la misma autora junto a Héctor Omar  Noejovich Ch.,  “La herencia femenina andina prehispánica y su transformación en el mundo colonial” [en línea] [22 pp.]  Ponencia presentada en Economic History Congress, IEHA, 25 jul., Buenos Aires, 2002, EH.net/Economic History Services, [Consulta:  7-9-2002].

[203] E.C. SALLES, “ La herencia..., ( la referencia en p. 18)

[204].- J. J. VEGA,”Las capullanas”, en  J. J. Vega, Los Tallanes,  La Cantuta, Lima, 1988, pp. 18-24; Oswaldo Fernández Villegas, “Las capullanas: mujeres curacas de Piura siglos XVI-XVII”, Boletín de Lima, nº 66 (1989), pp.43-50; y Glady A. Varela y Luz M. Font,.  “Cacicas ricas y laboriosas en la frontera chileno-argentina” Dimensión Histórica de Chile, nº 13-14  ( 1997-1998),  pp. 47-62.  Más brevemente trata la cuestión Fernando Armas Asin, “ Religión, género y construcción de una sexualidad en los Andes (siglos XVI y XVII) Un acercamiento provisional”, en RI, nº 223 (2001), pp. 673-700. Y citamos, aunque no ha sido posible consultalo, el trabajo de  Karen B. Graubart, “Cacicas and the invention of political tradition in the Andes”,  Actas del Primer Congreso Internacional de Peruanistas en el Extranjero,  Harvard University, 29  abr.-1 may. 1999.

[205] .- Felipe. Guaman Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno, Edición de Joh V. Murra, Rolena Adorno y Jorge L. Urioste, Historia 16, Serie: Crónicas de América 29,  Madrid, 1987,  pág. 936: 86 [875]).

[206] .- B. Larson, “ La producción …; A.L. Zulawski, “Mujeres indígenas…; They Eat… ; y S. J. Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española. Huamanga hasta 1640, Alianza Editorial, Madrid, 1986 (*1982)

[207] .- J. J. Vega, La poligamia española en el Perú: siglo XVI, La Cantuta, Lima, 1968, y “La prostitución en el incario”, en J. Andreo, y S. B. Guardia,  Historia de las mujeres…, pp. 45-53.

[208] .- Ward Stavig, Amor y Violencia Sexual: Valores Indígenas en la Sociedad Colonial, IEP, Lima, 1996, cap. V, (*1995). También E. Burkett se ha referido al tema en varios de sus trabajos.

[209] Para una reflexión sobre este tema apuntamos, de acuerdo con la cita de  W. Stavig, el libro de L. MARTÍN,  Las hijas de los conquistadores..., cap. VI.

[210] .- La  misma argumentación se ha mantenido para las sociedades novohispanas: S.J. Stern,  La historia secreta...,  y  W. B .TAYLOR,  Embriaguez...

[211] .- I. SILVERBLATT, Luna, Sol…

[212] .-  F. Armas Asin, “ Religión....

[213] .-  M. Barrig,  El mundo al revés...

[214] .- A. Flores Galindo y M. Chocano, “Las Cargas..., también,  respecto a estos temas véanse las citas de: A. Lavrin, P. Seed, J. Lyman, y S. Lipsett-Rivera.

[215] .- B. Lavallè,  “Divorcio y nulidad…

[216] .- B. Lavallè, Amor y Opresión en los Andes coloniales,  IEP, Lima, 1999. En lo que a nuestro trabajo interesa destacamos la primera parte de esta recopilación, y especialmente el ensayo: “Amor, amores y desamor en el sur peruano(1750-1800)”  [*1996], pp. 85-112.

[217] .- W. Stavig: Amor…, y  “ Living in Offense of Our Lord: Indigenous Sexual Values and Marital Life in the Colonial Crucible”, en  HAHR, Vol. 75:4  (1995), pp. 597-622.

[218] .- I. SILVERBLATT, “ Family Values in Seventeenth-Century Peru”, [en línea], en E. Hill-Boone y T. Cummins (eds.), Native Traditions in the Postconquest World, Dumbarton Oaks-Harvard Univ, Washington, D.C, 1998, pp. 63-89. Dumbarton Oaks Electronic Texts, [Consulta: 12- 9-2002]

[219].- Mariángeles Mingarro Arnandis, “Familia y mujer en Tunja ( Nueva Granada) en el siglo XVIII”, en IX Congreso... (AEA), pp. 247-252.

[220] .- Virginia Gutiérrez de Pineda, La familia en Colombia,T I, Univ. Nacional de Colombia, Bogotá, 1963, y Familia y cultura en Colombia,  Tercer Mundo-Univ. Nacional de Colombia, Bogotá, 1968. Valga la cita de estos estudios como referencia de otras publicaciones posteriores de la misma autora, y sobre el mismo tema.

[221] .- M. E. Mannarelli, Pecados públicos: la ilegitimidad en Lima, siglo XVII, Flora Tristán, Lima, 1993 [en línea], Cap. IV [27 pp.], en A. Pérotin-Dumon, El género ... También, ver A. LAVRIN (ed), Sexuality...

[222] .- Margarita. Zegarra Flórez,  “El honesto velo de nuestro sexo. Sociabilidad y género en las mujeres de los sectores populares, en la Lima del 800”, en M. Zegarra Flórez (coord.), Mujeres y género…, pp. pp.183-204. Otra visión a través de las uniones interétnicas la proporciona Jesús A. Cosamalón Aguilar, “Amistades peligrosas: matrimonios indígenas y espacios de convivencia interracial (Lima 1795-1820), en S. O’Phelan Godoy (comp.), El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica, Instituto Riva-Agüero, Lima, 1999, pp. 345-368.

[223] .- M. E. Mannarelli, “La infancia y la configuración de los vínculos en el Perú. Un enfoque histórico” [en línea], en Políticas Públicas e Infancia en el Perú. Save the Children – UK. Lima, 2002, Niños del Peru.Publicaciones. [Consulta:2-2-2003] 

[224] .- Regina. Harrison: “The Theology of Concupiscence: Spanish-Quechua Confessional Manuals in the Andes”, en F. J. Cevallos-Candua, et al, Coded Encounters…,  pp. 135-150, y True Confessions: Quechua and Spanish Cultural Encounters in the Viceroyalty of Peru, LASC, nº 5, Univ. of Maryland, USA, 1992.

[225] .- Ana Sánchez, “Pecados secretos, públicas virtudes: El acoso sexual en el confesionario”, RA, nº 27 (jul. 1996), pp. 121-147.

[226] .- Fernando ArMas Asin, “ Religión...

[227] .- I. Silverblatt, Honor, Sex and Civilizing Missions in The Making of Seventeenth-Century Peru, LASC, nº 7, Univ. of Maryland, USA, 1989-90.

[228] .- Mª del Carmen Martín Rubio, “La mujer indígena andina, según un Memorial inédito dirigido a Felipe II en 1588 por Bartolomé Álvarez” [CD], VIII Congreso Internacional de Historia de América (AEA), XIII Coloquio de Historia Canario-Americana, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2002, pp.1506- 1514

[229] .- Pilar Pérez Cantó, “Las crónicas bajo otra mirada: las mujeres indígenas en Cierza de León”, en IX Congreso (AEA)..., pp.153-172

[230] .- Alejandra Osorio,  “Seducción y conquista: Una lectura de Guamán Poma”,  en ALL. Año XXII, nº  35/36 (1990), pp. 293-327.

[231] .- Ver comentario sobre los Estudios Literarios Coloniales en la primera parte.

[232] .- Otros trabajos de interés, además de los comentados, sobre la crónica de Guaman Poma son los de R. Harrison, “Guaman Poma, la construcción de la memoria incaica y la estética corporal”, en Martín Lienhard (coord.), La memoria popular y sus transformaciones, Vervuert- Iberoamericana, Madrid,  2000,  pp. 237-249,  y Philomena Gebran, “La mujer inca en la crónica de Guaman Poma de Ayala”, en J. Andreo y S.B. Guardia, Historia...., pp. 57-68.

[233] .- Entre los más destacados investigadores están: Rolena Adorno, John V. Murra , Juan Ossio, Nathan Wachel , Frankin Pease, y Mercedes López- Baralt. Un completo catálogo bibliográfico sobre Guaman Poma y su manuscrito, que incluye a estos autores, en: Proyecto Ensayo Hispánico, [Consulta: 2-3-2002].

[234] .- Raquel CHANG RODRÍGUEZ, “Iconos inestables: el caso de la coya Chuquillanto en “Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno (1615)”, en A. Pellicani y F. Cantù (eds), Guamán Poma y Blas Valera: tradición andina e historia colonial, Instituto Italo-latinoamericano, Roma, 2001, pp. 293-312.

[235] .- R. CHANG RODRÍGUEZ,  “Las coyas incaicas y la complementariedad andina” (c.1616) de Martín de Murúa” [en línea], en Studi Ispanici, 1999, pp.11-27, El Website de Guaman Poma, [Consulta: 3-3- 2002].

[236] .- R. CHANG RODRÍGUEZ, “Historia, pintura y literatura, en una loa de Perú Virreinal” [en línea], en Ines Azar (ed.),  El puente de las palabras: Homenaje a David Lagmanovich, Colección Interamer, nº  50, IV, OEA, 1994, Website de AICD [Consulta: 3-3- 2002].

[237] .- Diana Miloslavich Tupac, “ El personaje de Curicuillor/ Curicoyllor. En Miscelánea Antártica y Armas Antárticas”, en J. Andreo, y S.B. Guardia,  Historia …, pp. 69-85.

[238] .- Luis Millones, Virgilio Galgo y Anne Marie Dussault, “Reflexiones en torno al romance en la Sociedad indígena: Seis relatos de amor”, en RCLL, nº14 (1981), pp. 7-28.

[239] .-  L. Millones y Mary Pratt,  Amor brujo. Imagen y cultura del amor en los Andes,  IEP,  Lima,  1989.

[240] .- Rocío de la Nogal Fernández e Itziar Lado, “ La vida cotidiana de las mujeres coloniales a través de la crónica de Jaime Baltasar Martínez Compañón” en E. Martín Acosta, C. Parcero Torre y A. Sagarra Gamazo (comp.), Metodológia y nuevas líneas de investigación de la historia de América, Univ. de Burgos/AEA, Burgos, 2001, pp.247-258.

[241] .- I. SILVERBLATT, Luna, Sol…

[242] .- Pierre Duviols, Cultura andina y represión:  procesos y visitas de idolatrías, hechicerías, Cajatambo, siglo XVII,  CERA/ BC, Cuzco, 1986

[243] .- A. Osorio,  “Hechicerías y curanderías en la Lima del siglo XVII. Formas femeninas de control y acción social”, en M. Zegarra Flórez (coord.), Mujeres y género…,pp. 59-75.

[244] .- Conclusiones, que como destaca la autora, coinciden con las interpretaciones de M. E. Mannarelli y R. Behar  para el conjunto popular femenino implicado en estas prácticas: M.E. Mannarelli,   “Inquisición y mujeres..., de la misma autora  Hechiceras, beatas y Expósitas. Mujeres y poder inquisitorial en Lima, Congreso de la República del Perú, Lima, 1998; y R. Behar, “Brujería sexual...

[245].- A. Sánchez,  Amancebados, hechiceros y rebeldes (Chancay, siglo XVII),  CERA/ BC, Cuzco, 1992.

[246] .- Desde una perspectiva amplia de los discursos, el espacio colonial colombiano ha sido examinado por Jaime Humberto BorJa GÓMEZ,  “Sexualidad y cultura femenina en la Colonia. Prostitutas, hechicera, sodomitas y otras transgresoras”, en Las mujeres en la historia de Colombia, T. III, Presidencia de la República y Norma, Santa Fe de Bogotá, 1996.

[247] .- Carlos GarcésBrujas y adivinos en Tucumán (siglos XVII- XVIII),  Univ. Nacional de Jujuy, San Salvador de Jujuy,  1997.

[248] .- Adolfo Luis González Rodríguez, “Juicio por hechicería en Santiago del Estero, 1761. El caso de las indias Lorenza y Pancha”,  en Temas Americanistas,  nº  14 (1998),  pp. 25-31, [*1996].

[249] .- Judith Farberman, “Hechicería, cultura folclórica y justicia capitular. El proceso de Tuama (Santiago del Estero), 1761” [en línea] [32 pp.], Revista Andes, nº 11 (2000), pp. 237-266, Educar. Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, Argentina,   [Consulta: 2-2-2003], y “La fama de la hechicera. La buena reputación femenina en un proceso criminal del siglo XVIII”, en F Gil Lozano, V. Pita y M. G. Ini, Historia de las mujeres en la Argentina. Colonia y siglo XIX.”, T. I,  Taurus, Buenos Aires, 2000,  pp. 27-47.

[250].- Kathryn Burns: “Conventos, criollos y la economía espiritual del Cuzco, siglo XVI”, en Memoria II Congr .Inter. .El monacato …, pp. 311-318, Colonial Habits Convents and the Spiritual Economy of Cuzco, Peru, Duke University Press, 1999.

[251].-  Nancy E. van Deusen, “La casa de Divorciadas, la casa de la Magdalena y la política de recogimiento en Lima, 1580-1660”,  en Memoria II Congr.Inter. El monacato ...,  pp. 395-406, y “Los primeros recogimientos para doncellas mestizas en Lima y Cuzco, 1550-1580”, en ALL, Año XXII, nº 35/36  (1990), pp. 249-291.

[252] .- Patricia Peña González, “La Casa de Recogidas de Santiago, un hospital de almas” [en línea], Anales de la Universidad de Chile. Muerte y cultura Sexta Serie, nº 6, 1997, Univ. de Chile, [Consulta: 15-1-2003].


 

ABREVIATURAS

 

AA/IIA: Anales de Antropología. Instituto de Investigaciones Antropológicas. UNAM. 

AAFH/TAM: The Americas. Academy of American Franciscan History. 

AEA: Asociación Española de Americanistas.

AHILA: Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos.  

AICD: Agencia Interamericana para la Cooperación y el Desarrollo. 

ALL: Allpanchis. Instituto de la Pastoral Andina.

BA: Boletín Americanista.

BIRA: Boletín del Instituto Riva-Agüero. PUCP.

CBC: Centro Bartolomé de las Casas.

CEMOS: Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista.

CENDOC: Centro Documentacion sobre la Mujer.

CERA/ BC Centro de Estudios Rurales Andinos. Bartolomé de Las Casas.

CLACSO: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales

CLAHR: Colonial Latin American Historical Review.

CONACULTA: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

CHELA: Cuadernos para la Historia de la Evangelización en América Latina.

EA/ LASC: Estudios Andinos. Latin America Studies Center.

ECM: El Colegio de México.

FCE: Fondo de Cultura Económica.

H/ INAH: Historias. Instituto Nacional de Antropología e Historia. México.

HAHR: Hispanic American Historical Review.

HM: Historia Mexicana.

IAA: Instituto de Apoyo Agrario.

IEHS: Instituto de Estudios Histórico-Sociales.

IEP: Instituto de Estudios Peruanos.

IFEA: Institut français d’études andines.

IIA: Instituto de Investigaciones Antropológicas. UNAM.

INAH: Instituto Nacional de Antropología e Historia.

LAP: Latin American Perspectives. 

LARR: Latin American Research Review. 

LASC: Latin America Studies Center.

LASS/  Latin America Studies Series.  

MA: Mesoamérica.  

PUCP: Pontifica Universidad Católica de Perú.

RA: Revista Andina. Centro Bartolomé de las Casas.

RCLL: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana

RCHA: Revista Complutense de Historia de América.

RI: Revista de Indias.

UAM: Madrid. Universidad Autónoma de Madrid.

 UAM: México: Universidad Autónoma Metropolitana. 

UNAM: Universidad Nacional Autónoma de México.

 

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 Una versión reducida de este artículo ha sido publicada en Tiempo y Forma, Revista de Historia Moderna, UNED, nº 17 (2004), pp. 215- 253, y en Sara Beatriz Guardia (Ed.) Escritura de la historia de las mujeres en América Latina. El retorno de las diosas, Ed. Minerva, Lima, 2005. (Enlaces a continuación)

 



 

 

LA AUTORA

Es licenciada en Geografía e Historia por la UNED. En la actualidad realiza su tesis doctoral sobre Colonialismo y Género y ha obtenido el Diploma de Estudios Avanzados (DEA) con el mismo tema, en la misma universidad y bajo la dirección de la doctora Marina Alfonso Mola.

DISTINCIONES

-- 2002, 8 de marzo. Premio Elisa Pérez Vera de investigación, U.N.E.D, por el trabajo Ciudadanas de Valladolid en la II República

-- 2007, 19 de septiembre. Mención especial en el concurso de investigación “Otras Miradas”. Convocado por el Ayuntamiento de Palencia, por el trabajo Señoras brigadieras, coronelas, capitanas…Colonialismo y género en el siglo XVIII.

 

ACTIVIDADES

 -- Desde 2005, dirección y edición de la revista digital Frentes Avanzados de la Historia

-- Desde 2005, colaboradora del Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina, CEMHAL

 ― Desde 2009, colaboradora de la revista Hojas de Warmi, Investigación para el feminismo la cooperación y solidaridad con América Latina. Ed. Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad, SIMS/ Universitat de Barcelona, UB.

PUBLICACIONES

-- Artículo: “Ciudadanas de Valladolid en la II República”, en adistancia, Revista de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, Volumen 20, nº 1, octubre 2002, págs. 101-107; [en línea] FAH, Resumen: 

-- Artículo: “Perspectivas historiográficas. Mujeres indígenas en la sociedad colonial hispanoamericana”, en Tiempo y Forma, Revista de Historia Moderna, UNED, nº 17 (2004), págs. 215- 253. En Sara Beatriz Guardia (Ed.) Escritura de la historia de las mujeres en América Latina. El retorno de las diosas, Ed. Minerva, Lima, 2005, págs. 155-200;  e-espacio digital UNED   / En FAH    

-- Artículo: “Representaciones y prácticas de género en la proyección del colectivo social de la oficialidad militar. Una estrategia de la política colonial en el siglo XVIII”; Revista digital Destiempos, año 3, nº 14, México, D.F. (mayo-junio 2008)    

-- Artículo: “Viajeras al servicio de su majestad en el siglo XVIII. Un discurso colonialista de género en el siglo XVIII” y prólogo en Sara Beatriz Guardia (ed.) Viajeras entre dos mundos, Ed. CEMHAL, 2011, págs. 123-140;  Artículo En  FAH     / Presentación del libro en FAH / Libro completo pdf en CEMHAL

-- Compilación y presentación, Dossier: “Reflexiones para el Debate sobre los géneros desde las dos orillas atlánticas”, Hojas de Warmi, nº 16, 2011, SIMS, UB, [en línea] SIMS