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Frentes Avanzados de la Historia

Revista Interatlántica de Estudios de Género/S

LA QUERELLA DE LAS MUJERES Y EL DISCURSO DE MARCELA EN DON QUIJOTE

LA QUERELLA DE LAS MUJERES Y EL DISCURSO DE MARCELA EN DON QUIJOTE

Sara Beatriz Guardia

CEMHAL/ Universidad San Martín de Porres/ Perú

 

 

En el capítulo XI, don Quijote y Sancho llegan maltrechos a la puerta de las chozas de unos cabreros, quienes los acogen y comparten con ellos la cena. No existe aventura alguna, y el dinamismo discursivo de don Quijote centrado en el elogio a la Edad de Oro, está en  función de los sucesos que se desarrollarán en los tres siguientes capítulos. La Edad de Oro se presenta como una época mítica, idealizada, y vinculada a la literatura pastoril[1], donde las “doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad” (Cervantes 1999:170-171).

 

Pero en estos detestables siglos – se lamenta don Quijote – no está segura ninguna mujer, aunque se oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; “Porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos” (Cervantes: 170-171).

 

En este párrafo, don Quijote ratifica su voluntad de defender a las doncellas desprotegidas ante el acecho de la maldad de los hombres, afirmación que pronto se ve confrontada cuando en el siguiente capítulo se entera de la muerte de un pastor estudiante de astrología llamado Crisóstomo, y que la causante es una “endiablada moza” llamada Marcela. Aunque enfermar y morir de amor era un tema recurrente en la literatura de la época y, quizá por ello, Cervantes no especifica la causa real de esta muerte, lo cierto es que las cualidades de Crisóstomo, joven, bello y bondadoso, convierten su muerte en un hecho profundamente conmovedor.

 

Marcela, la hermosísima joven huérfana que ha crecido al cuidado de un tío sacerdote, prefiere la soledad del campo a las riquezas, y vivir como pastora en libertad antes de sujetarse al matrimonio pese a los muchos pretendientes que el tío le presenta, aduciendo que “por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio” (Cervantes: 178).

 

“Enemiga mortal del linaje humano”, la llama en su dolor Ambrosio, el amigo cercano de Crisóstomo que asiste al entierro para hacer cumplir los deseos del infortunado[2]: ser enterrado en el lugar que vio por primera vez a Marcela, y “le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar, de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida” (Cervantes: 188).

 

Entre los papeles esparcidos alrededor del cuerpo de Crisóstomo, y destinados al fuego, Ambrosio lee los últimos versos desesperados, y cuando termina, para asombro de todos, Marcela aparece en la cima de una peña, tan hermosa que los que hasta entonces no la conocían se quedan mirándola en silencio. Indignado, Ambrosio le increpa su presencia. ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición?, pregunta furioso. Inmutable, Marcela inicia un discurso en su defensa cuyo núcleo central lo constituye el amor a la libertad, en oposición a la tiranía del amor.

 

Resulta sorprendente que una mujer a comienzos del siglo XVII pronuncie un discurso con voz propia, y hasta diríamos feminista en defensa de su libertad. Sin embargo, existen antecedentes que permiten una comprensión más amplia de la postura de Marcela, y que no han merecido mucha atención, entre otras razones porque la historia hasta las últimas décadas, ha reflejado la visión, pensamientos y manifestaciones de quienes la han escrito. Todos hombres que se erigieron según el modelo androcéntrico, en el centro arquetípico del poder ejercido en el espacio público y en un tiempo cronológico (Moreno Sardá, 1986). Mientras las mujeres ocupaban un lugar secundario, en el espacio privado alejadas de los grandes acontecimientos de la historia (Hobsbawm, 1987:17).

 

Pero en la perspectiva de una nueva valoración de las experiencias femeninas y de una nueva forma de abordar la historia, el tema de la libertad en labios de una mujer forma parte de un amplio proceso social, cultural, económico, y demuestra que Cervantes recogió en estos capítulos lo esencial del debate de las mujeres iniciado muchos años antes.

 

 

La Querella de las mujeres

 

Se podría situar a comienzos del siglo XII cuando los hombres empezaron a ver y tratar a las mujeres como personas (Duby, 1998:194). Hasta entonces había prevalecido la imagen tradicional y conservadora de la mujer como portadora del mal y causante del pecado original[3]. Pensamiento que figura en los códigos medievales del derecho canónico, y que produjo que a finales de la Edad Media existiera en el imaginario popular la creencia de brujas que celebraban pactos con el demonio en aquelarres y misas negras, además de salir volando en las noches montadas en el lomo de animales. 

 

Esta es la visión que presenta el libro del obispo alemán, Burchard de Worms, Decretum,  escrito entre 1007 y 1012. También el de Étienne de Fougéres, otro hombre de la iglesia que en Livre des maniéres (1174-1178), afirma que la naturaleza femenina tiene tres vicios mayores. El primero es su inclinación a oponerse a las intenciones divinas usando prácticas, en su mayoría culinarias que se  transmiten en secreto (Duby, 1998: 16). El segundo vicio es que son agresivas y hostiles cuando reciben el varón que el padre o los hermanos le entregan por maridos. Y, el tercero es su malignidad y su lujuria. 

 

Pero cuando en 1253 la Universidad de París impuso como obligatoria la lectura de los escritos de Aristóteles en torno a lo que somos las mujeres, lo que son los hombres, y lo que deben ser las relaciones entre los sexos, y a pesar de que concluía que si bien hombres y mujeres somos diferentes, los hombres son superiores a las mujeres, este debate puso progresivamente en el centro de la política de finales de siglo XIII y del siglo XIV la lucha por el poder entre los sexos, expresada en el lenguaje de los derechos (Rivera Garretas 2003: 17-18).

 

En contraposición a la teoría misógina de la polaridad de los sexos fundamentada por la Revolución Aristotélica, surgió la teoría de la igualdad o unidad de los sexos con el Humanismo, que constituyó el eje de la Querella de las mujeres a lo largo de varios siglos. La Querella significó una práctica política que nació en Europa a finales del siglo XIV y perduró hasta la Revolución Francesa, “un enorme esfuerzo de hombres y mujeres cultas para poner en palabras las relaciones de sexos y entre los sexos nacidas de la crisis del feudalismo. Debate que marca el ingreso del lenguaje de los derechos en el vocabulario de la política y de la historia de las mujeres de Europa (Rivera Garretas 2003: 14).

 

En este contexto, Christine de Pizán, publicó el libro La Cité des Dames (La Ciudad de las Damas), que tuvo una gran influencia. Nació en 1364 o 1365 en Italia. En 1368, su padre aceptó el cargo de médico astrólogo del rey Carlos V, y la familia se trasladó a París. Fue la primera mujer que escribió un libro en defensa de las mujeres, la primera que alzó la voz en favor de la educación femenina, y la primera en ganarse la vida como escritora, decisión que adoptó al quedarse viuda con tres hijos.

 

Al inicio de La Cité des Dames, Christine de Pizán se lamenta que Dios la hiciera mujer. Pronto tres mujeres acuden a convencerla de lo contrario: la Señora Razón, la Señora Rectitud y la Señora Justicia, las tres anhelaban construir una nueva ciudad para las mujeres virtuosas como muralla y refugio. La Señora Razón fundamenta la construcción de la ciudad refiriéndose a mujeres famosas de la mitología, la antigüedad y de su tiempo. La Señora Rectitud ofrece para construir las paredes y los edificios, “piedras”, es decir, ejemplos de mujeres que habían demostrado amor filial, devoción matrimonial, integridad y generosidad. La Señora Justicia completa la ciudad con techos, torres y otros detalles arquitectónicos, y la llenó con habitantes dignos.

 

En 1390, el teólogo catalán Francesc Eiximenis, autor del Libre de les dones se pronunció a favor de la educción femenina, siempre y cuando sirva para la lectura de obras religiosas, y que al acudir a misa las mujeres leyeran sin levantar la vista. Mientras que el misógino Jaume Roig sostenía que la educación de las mujeres solo serviría para que intercambien mensajes con sus amantes. La Querella entró a los conventos cuando en ese período, Isabel de Villena (1430 – 1490), abadesa de la Santísima Trinidad de las clarisas de Valencia entre 1463 y 1490, se propuso la reforma moral y espiritual de las monjas, para lo cual escribió en valenciano Vita Christi, (Vida de Jesucristo). El texto contesta y defiende a las mujeres frente a los argumentos del libro Espejo de Roig y crea una serie de personificaciones femeninas de pureza, humildad y contemplación, fijando así modelos de comportamiento en que se destacan “las virtudes, la capacidad intelectual y el papel activo del género femenino” pudiendo establecerse así “un nexo entre este nuevo uso de la escritura y de la memoria y fenómenos culturales más amplios de aquella época” (Aischinger, 2003: 62).

 

 

El debate sobre las mujeres en Tirant lo Blanc

 

Calificada acertadamente como novela total, y considerada por los críticos como la primera novela moderna de la historia, Los cinco libros del esforzado e invencible caballero Tirant lo Blanc,  de Joanot Martorell, cuya primera edición apareció en Valencia en 1490, significó un profundo cambio en los libros de caballerías al presentar un héroe capaz de sentir emociones, luchar por sus convicciones con inteligencia, y defender a las mujeres. Narra les aventuras de armas y de amor de un poderoso guerrero, Tirant lo Blanc, al servicio del Rey de Sicilia en combate contra el yugo turco.

 

El debate sobre la mujer en Tirant lo Blanc se inicia en los capítulos 172 y 173 cuando Tirant intenta besar las manos de la princesa Carmesina, quien lo rechaza recordándole que está su honor – el de él - de por medio, como si el placer amoroso fuese incompatible con sus glorias de guerrero. Desde el punto de vista de Carmesina, honor implica la renuncia moral al placer (Cantavella 2003: 46), y para convencerlo emplea dos argumentos: Los hombres son víctimas de las mujeres, y la imposibilidad que los hombres conozcan la personalidad encubierta de la mujer. En respuesta[4], Tirant adopta la defensa de las mujeres basándose en dos consideraciones: la superioridad de la mujer sobre el hombre puesto que en su resurrección Jesús se apareció primero a su madre y a María Magdalena; y la sustancia corporal puesto que Dios hizo a Adán de la tierra, pero a Eva de una costilla, es decir, de la carne.

 

En Tirant lo Blanc, los personajes femeninos actúan, y son más  interesantes que los masculinos. Plaerdemavida, doncella de la princesa Carmesina, es alegre, atractiva, y con una sexualidad exuberante. Están también, Trotaconventos,  la condesa de Vàroic, Ricomana, Estefanía, Maragdina, la doncella del dragón, la Emperatriz y la Viuda Reposada.

En más de una oportunidad Cervantes se declaró admirador de Tirant lo Blanc  y no escatimó de elogios al héroe. Todo lo cual sugiere que probablemente constituyó una importante fuente de  inspiración, incluso en la defensa y debate de las mujeres. De hecho, salvó a Tirant de la quema de libros de caballerías que hacen en casa de Alonso Quijano el cura y el barbero con estas frases:

-¡Vágame Dios! -dijo el cura, dando una gran voz-. ¡Que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre; que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero Fonseca, (…) y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen (Cervantes 1999:134-135).

 

 

El discurso de Marcela

 

El discurso de Marcela, es una  perfecta pieza de oratoria en defensa de los derechos de la mujer a través de un monólogo en el que cuenta “su historia”, justificando su actitud  y enfrentando a quienes la culpan de la muerte de Crisóstomo, por un amor que no sintió y por el que no hizo promesa alguna,

…a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama.(…) Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? (Cervantes 1999:196).

 

Ante el asombro de los asistentes declara: Yo nací libre, y ese canto a la libertad es el centro de su discurso. Yo nací libre, dice, y para seguir siendo libre Marcela ha elegido vivir en el mundo pastoril donde solo la naturaleza acompaña su soledad. Tan libre como Alonso Quijano convertido en don Quijote de la Mancha, en su mundo caballeresco acompañado del fiel Sancho, incomprendido por todos, pero fiel a sí mismo.

 

Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Crisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. (Cervantes 1999:197).

 

Que si a Crisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este ni solicito aquel; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera. (Cervantes 1999:197).

 

Después de la contundencia del discurso de Marcela, el único que atina a hablar y lo hace para defenderla como corresponde a los caballeros andantes, es don Quijote.

Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Crisóstomo y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive (Cervantes 1999:198).

 

Marcela nos hace recordar a Preciosa, en La Gitanilla, una de las novelas ejemplares de Cervantes. Hermosa muchacha, inteligente, astuta, y también con afanes de libertad. Cuando se presenta el galán enamorado no duda en decirle que ella siempre tendrá “la libertad desenfadada, sin que la ahogue ni turbe la pesadumbre de los celos”, y cuando se casa enfatiza claramente: “Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que antes que aquí vinieses entre los dos concertamos (…) Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere”.

 

En ambos discursos la libertad es un bien cuya posesión no siempre depende de uno mismo, en tanto que el amor a la libertad es un valor inalienable que Cervantes defendió apasionadamente a lo largo de su vida, tal como lo expresa al iniciarse el capítulo LVIII de la segunda parte de Don Quijote: “La libertad, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.


NOTAS

[1] La literatura pastoril se desarrolló en España entre el siglo XV y XVII.

[2] Capítulo XIII.

[3]Algunas mujeres malvadas se han dejado pervertir por el Diablo y descarriar por ilusiones y fantasías inducidas por los demonios, de manera que creer salir de noche montadas a lomos de animales en compañía de Diana, la diosa pagana, y una horda de mujeres”. Así decía el Canon Episcopi, de la Iglesia Católica, redactado hacia el año 900.

[4] Capítulo 173.

 

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Bibliografía

 

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ZUMTHOR, Paul. La letra y la voz: de la literatura medieval. Madrid: Cátedra, 1989.

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Este artículo ha sido presentado en el Congreso Internacional Cervantino. Cervantes, Quijote y Sancho/ Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Universidad Nacional Mayor de San Marcos/ 19-22 de abril del 2005

FOTOGRAFÍA Rafael GallardoDulcinea (Don Quijote) Oleo sobre lienzo http://www.gallardo.net/
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Otro artículo y curriculum de la autora en este blog: Derechos Políticos: una visión de género en la historia de las mujeres peruanas
Proyecto de CEMHAL dirigido por Sara Beatriz Guardia: compilación Viajeras entre dos mundos

 

 

 

 

ESPACIOS VIAJEROS E IDENTIDAD FEMENINA EN EL MÉXICO DE FIN DE SIECLE: EL ÁLBUM DE LA MUJER DE CONCEPCIÓN GIMENO 1883 1890

ESPACIOS VIAJEROS E IDENTIDAD FEMENINA EN EL MÉXICO DE FIN DE SIECLE: EL ÁLBUM DE LA MUJER DE CONCEPCIÓN GIMENO 1883 1890

Carmen Ramos Escandón

CIESAS/ México[1]

 

 

1. — El álbum de la mujer, periodismo femenino como libro de viaje

 

El ocho de septiembre de 1883 empezó a publicarse en la ciudad de México una nueva publicación periódica: El Álbum de la Mujer. Anunciándose como periódico ilustrado, esta nueva adición a la prensa de la ciudad de México se inserta en una lista de publicaciones destinadas a las mujeres que habían venido apareciendo por aquellos años[2]. Sin embargo, El Álbum de la mujer tenía una característica especial, estaba dirigido por su propia dueña. Directora propietaria era el cargo oficial que aparecía bajo el nombre de Concepción Gimeno de Flaquer[3]. Nacida en Aragón, España. Se trata de una mujer española que vivía en México, y a quien sus conexiones, su situación social privilegiada y su carácter de extranjera le permitieron establecerse entre la intelectualidad mexicana como la propietaria y directora de un periódico que, si no el primero, si es de los primeros que se dedicaron a temas de la mujer con una perspectiva claramente feminista.  


 

Además de esa posición bastante original para la época, el Álbum es excepcional por el papel que tuvo como difusor de la cultura hispana en México. De hecho, inmediatamente debajo del titulo, el periódico incluía un cintillo que decía: Cultura Hispano-Mexicana. En la parte superior se lee El Álbum de la Mujer, abajo: Ilustración Hispano-mexicana. Inmediatamente debajo aparece Directora propietaria Concepción Gimeno de Flaquer. El Álbum de la mujer empezó su publicación en 1883, en su “saludo” que es el texto inicial en el que se da cuenta de las motivaciones de la publicación, su editora y dueña, la española Concepción Gimeno de Flaquer proponía su explicación de lo que se proponía con la nueva publicación al decir:

“Denomino el álbum de la mujer al periódico que os ofrezco porque el álbum es un monumento consagrado al bello sexo, en el que todo artista notable todo ilustre viajero y todo literato inminente, deja su fama como un homenaje de respetuosa admiración.

Así desde la aparición misma de la publicación, Gimeno declaraba el carácter de Álbum de viaje de su propia publicación. En efecto, el dibujo mismo que servia de frontispicio al periódico y enmarcaba su titulo, tiene un carácter misceláneo, en donde las varias actividades de la mujer están ilustradas simultáneamente. La mujer maestra enseña a leer, la mujer madre cuida de su infante, la mujer artista pinta, la mujer música toca el piano. Todas actividades femeninas que sin embargo hablan de los diferentes mundos de la mujer, de la posibilidad de una diversidad de actividades que la trasladan, como en un viaje imaginario, de un mundo a otro, que la sacan de la constricción de la domesticidad., de la repetición del cotidiano, acercando a diversas formas de cultura.

Gimeno de Flaquer define el Álbum en los siguientes términos: “El álbum, que para la mujer frívola es un alcázar donde cuelga los trofeos de su vanidad, es para la mujer seria una urna donde deposita los recuerdos que le son mas queridos.” El álbum se concibe así como una espacio para la mujer, para los “alfileres”, los recuerdos de la mujer, un espacio también de consumo, de habitación, es pues un espacio femenino por antonomasia. Este sentido de colección, de minucia, de vida femenina interna es lo que quiero destacar de la publicación. En especial, me interesa saber como se construye discursivamente un imaginario de la identidad y la cultura femenina en donde se proyecta una otredad de mundos viajeros, de espacios de viajes imaginarios que apoyados en las ilustraciones del periódico, contribuyen a la creación de una sensibilidad femenina.

 

Así pues es el sentido de destacar el papel de El álbum de la mujer como espacio de viaje, de otredad, sobre la construcción de un imaginario de la mujer. Ese es el aspecto que quiero destacar en esta ponencia.

 
2. — El álbum como invención de un universo de alteridad

 

 

En primer lugar, Gimeno construye el concepto de álbum mismo con una historia que se antoja ficticia: el álbum se origina en un monasterio cartujo en donde todos los viajeros que pasaban por allí dejaban sus recuerdos. Como es sabido el monasterio cartujo se distingue precisamente por el silencio sepulcral que reina en él, en cambio la palabra escrita no estaba prohibida y las anotaciones de los viajeros que visitan el lugar es lo que según Gimeno constituye el origen del Álbum.

Para explicar pues el desarrollo del concepto Gimeno recurre a un cosmopolitismo que rebela su familiaridad con diversos países y culturas. “Los ingleses tomaron como suya la invención del libro debió a los cartujos, llamado álbum, los franceses impusieron la moda de el, los españoles lo adoptaron, yo me permito hacer una innovación en el álbum dedicándolo a las bellas mexicanas, en forma de periódico, les será grato?

El formato del periódico desde luego tiende a atraer la atención de las lectoras con la ilustración a gran tamaño, de toda la página puede decirse, de una figura femenina. Así, en la portada, del primer número el grabado central es el de Sor Juana Inés de la Cruz, con lo cual la revista, cosmopolita como pretende ser, adquiere un tono claramente local. Al respecto dice: damos hoy con preferencia como un homenaje a este ilustrado pueblo, el retrato de la notable escritora del siglo XVII, que indudablemente es una de las legítimas glorias hispano mexicanas, muy estimada en el mundo de las letras y vulgarmente llamada la monja de México. Nació en 1614 y murió en 1697. Estudio la lengua latina, la retórica y la filosofía bajo la dirección de un tío suyo y tomo velo en el convento de las madres jerónimas en esta ciudad, de resultas de una pasión desgraciada, después de repartir su patrimonio a los pobres. El juicio de sus obras lo fiamos a la autorizada pluma del ilustrado académico ST Conde de Casa Valencia. Paralelamente, en la ilustración que enmarca el titulo de la publicación, aparecen los muchos mundos de la actividad femenina, hay una mujer ángel que enseña, una mujer artista que pinta, una mujer madre que atiende una cuna y una mujer músico que toca el piano.

 

 

 
3. — Los varios mundos femeninos 

 

Bien puede pensarse que esta ilustración sea una alegoría del papel de enseñanza y difusión que su directora le otorga a la publicación y no es casual que todas las figuras inclusive la del Ángel, sean femeninas. La propietaria y directora, Concepción Gimeno estaba casada con un hombre de negocios catalán, y sus relaciones incluían a algunos de los políticos europeos más destacados, así como a miembros de la realeza y la intelectualidad española[4]. En efecto, en las páginas del Álbum aparecieron artículos firmados por algunos de los mas distinguidos escritores mexicanos y españoles tales como Emilio Castelar, Mesonero Romanos, o Emilia pardo Bazán, de quien por cierto se incluye también retrato y perfil biográfico.

El periódico aparecía semanalmente, los domingos y se financiaba tanto con suscripciones como con venta de espacio en la publicación, pues dos páginas completas de las doce de que constaba, estaban dedicada a anuncios.

Para 1885 el periódico se seguía apareciendo con toda regularidad los domingos, e incluyó en la sección de anuncios, uno sobre el diario: “El álbum de la mujer es una ilustración hispano mexicana que no se ocupa de política y tiene por objeto la propagación de lecturas morales para las familias, el desenvolvimiento del amor a lo bello y la reproducción de retratos, paisajes y monumentos de cuanto célebre exista en Europa y América. Este periódico hace conocer las mejores novelas de autores mexicanos y españoles con objeto de desterrar las corruptoras novelas que tanto perjudican a la juventud. Nuestro periódico acentuará la parte literaria con secciones religiosas, científicas, variedades, galerías de tipos de todos los piases y biografías. Daremos crónicas mexicana, parisiense y madrileñas y publicaremos todo lo notable que se lea en el Ateneo de Madrid. El Álbum de la mujer de gran tamaño, rico papel y parte tipográfica a la altura de las mejores publicaciones europeas no aumentará de precio a pesar de sus notables mejoras”[5].

El carácter de periódico ilustrado se confirma por la practica, continuada a lo largo de los años que duró la publicación, y acentuada a partir de 1885, de presentar en la primera página, un grabado de una mujer célebre, acompañado de un artículo explicativo de los méritos de la escogida para aparecer en la portada. Por allí desfilaron Sor Juana Inés de la Cruz, Isabel de Castilla, la cantante Ángela Peralta, la actriz Sarah Berhdhart, la reina Cristina de Suecia, la esposa del Cid y una pléyade de figuras femeninas tanto históricas como contemporáneas.

Sin embargo, la parte gráfica que nos interesa se refiere a las páginas interiores, generalmente las páginas centrales, donde pareados frente a frente se reproducían en grabados de buena calidad paisajes, iglesias, escenas de la vida domestica y monumentos o sitios notables tanto de España como de México, y hasta muebles[6] Es este espacio gráfico y textual el que quiero destacar como espacio de construcción de una alteridad viajera, de un texto imaginario en el que aparece la construcción de un imaginario femenino que destaca el exotismo, lo diverso, pero al mismo tiempo de concreción específica local, pero en todo caso construyendo un espacio de viaje de traslado, de otredad que permite a las mujeres salir de la prisión de la domesticidad.

En efecto, ya desde su número inicial en 1883, El Álbum de la mujer dio cuenta de las motivaciones de la publicación, Así, señalaba que “quisiera poseer el pincel del sublime colorista, el pincel de Tiziano, con objeto de hacer fielmente vuestro asunto, anhelo la inspiración de Saint Buve para detallar los hermosos relieve de vuestra alma, para fijar de un modo indeleble los delicados contornos de vuestra silueta moral.

Gimeno de Flaquer, su propietaria explicaba: “Denomino El álbum de la mujer al periódico que os ofrezco porque el álbum es un monumento consagrado al bello sexo, en el que todo artista notable todo ilustre viajero y todo literato inminente, deja su fama como un homenaje de respetuosa admiración.”

Así pues desde la aparición misma de la publicación, Gimeno declaraba el carácter de Álbum de viaje de su propia publicación. En efecto en esta parte gráfica de páginas interiores hay una intencionalidad de crear para las lectoras mujeres que acudían a las páginas del Álbum, un espacio que hace referencia a otros países, a una realidad diversa, en suma a un espacio de alteridad, de viaje mental. Son mundos imaginarios en los que pasea la mujer, que leyendo desde su casa en la ciudad de México puede visitar mediante este recurso los sitios más exóticos, tanto de paisajes de la antigüedad, de la peninsular o sitios bien concretos de la propia ciudad de México.

 

 

 
4. — Otros mundos, otras vidas

 

 

A partir de su primer numero, el periódico se dedico sistemáticamente a la reproducción de un paisaje de España y de México en cada no de sus números. El primero fue la catedral de Burgos para el caso español y la cascada en las cercanías de Córdoba (cerca de Veracruz. La descripción que acompaña (8 sep. 1893) a estos paisajes pretende ser escueta pero informativa.

“La catedral de Burgos es el más acabado ejemplo del gótico florido, presentando una grandiosidad y bellaza que sombran Para admirar este colosal monumento hay que colocarse en la plazuela de Santa Maria viéndose la fachada principal y puerta llamada Real de Santa Maria y del perdón. Esta portada como toda la iglesia es del gótico más sorprendente, y elevadísima altura de 500 pies del frente, los preciosos calados afiligranados, la solidez de todo el edificio, las numerosas estatuas que lo adoran lo gracioso de sus contornos, la riqueza de detalles y ornatos, especialmente del cimborio, producen el mayor encanto.

Los grabados que ilustran este universo viajero incluyeron también además de iglesias monumentos, paisajes idílicos, sitios interesantes, como la plaza de la concordia en París, un paisaje de Orizaba, en el estado de Veracruz, el templo de la merced en San Luis Potosí. Y hasta sitios exóticos como un templo de Manila o las montañas del Himalaya. Es a partir de este esfuerzo por transportar a la mujer a sitios exóticos que puede decirse que El álbum de la mujer es también un Álbum de viaje y se inscribe en el estilo de literatura viajera.

Es el rescate de esta sección de viaje lo que me parece itinerante para reconstruir el espacio cultural del fin de siglo mexicano en una publicación periódica que toma la función de libro de viaje en un esfuerzo por transportar a sus lectoras más allá de las cuatro paredes de su casa y del mundo siempre igual de la domesticidad en la que se hallan. Al hacerlo, les proporciona otros espacios imaginarios. Se trata de la construcción de una realidad alternativa, de un sitio diverso, desde el cual la mujer puede trascender el aislamiento y la domesticidad. La propia Gimeno reconoce esa capacidad de viaje intelectual de las mexicanas cuando afirma:

“La mujer mexicana no es refractaria a las artes ni a las letras, si hasta hoy no había aparecido en ateneos, academias y reuniones literarias, es porque no habían contado con ella los organizadores de tales fiestas.” [7]

Así pues Gimeno expresa una perspectiva sobre la mujer mexicana construida desde la mirada de una observante extranjera. Esta mirada mundana de la editora del periódico, saca a las mexicanas de su localidad y les lleva a sitios que jamás pensaron visitar, como lo hace la literatura de viaje. En este sentido el Álbum es también un libro de viajes.

Se trata pues en las páginas de la publicación de un proceso paralelo, el de la construcción de un estereotipo de mujer mexicana y al mismo tiempo construye un espacio de otredad, un espacio viajero en el que la mujer puede recrearse y olvidar su situación concreta de mujer.

La voz desde donde se construye este espacio es, paradójicamente la de una española, es decir una trasterrada, que viviendo en México evoca los sitios notables de la península ibérica, aunque no es solo el espacio ibérico el que ella reconstruye desde su texto.

La idea de Gimeno parece ser que El Álbum proporcione a sus lectoras un espacio de solaz, de expresión. Gimeno, al publicar El Álbum de la mujer, esta subvirtiendo el orden tradicional de la mujer condenada al silencio, o de la mujer como mero objeto de reflexión masculina, o como diría Genevieve Fraisse, la otredad es necesariamente la mujer, pero en este caso también desde la mujer.[8]

A través de las páginas de El Álbum se construye al mismo tiempo una identidad cultural basada en el idioma, los valores culturales, el lenguaje y se da así la creación de un imaginario colectivo

En este sentido tendría que señalarse que el imaginario se construye sobre la base de la descripción tanto verbal como gráfica de otros mundos, otros espacios de vida interna donde se recrea la sensibilidad de la mujer

En cuanto a El Álbum como literatura de viaje, este se inscribe en una larga tradición, iniciada con la conquista, en la cual los europeos han escrito con fascinación sobre los nuevos territorios. En efecto, la fascinación y exploración de los Europeos con América como el otro, es una tradición que se refleja en los numerosos trabajos publicados en Europa desde la conquista, misma que esta sobretodo presente en los numerosos viajeros europeos y británicos que recrearon los territorios americanos sus culturas y sus gentes como parte de la construcción de una nueva realidad, de un imaginario en el que a menudo, con el pretexto de los nuevos territorios, describían sus propias fantasías. Sin embargo, es necesario indagar por que Concepción Gimeno decidió incluir una imagen de un paisaje país sitio exótico en las páginas de El Álbum. Mas allá del hecho de que ella consideraba El álbum como una colección de ilustraciones, en realidad, al hacerlo esta creando un mundo imaginario que le permite a la mujer explorar, viajar, ver otros sitios y mundos que no son los habituales para ella. Sobretodo si consideramos el ideal de domesticidad al que la mujer porfiriana esta sometida.

En efecto, es bien sabido que la literatura viajera ocupa un lugar destacado como forma de expresión femenina, incluso en el momento en que las mujeres viven apresadas por la moral victoriana del ángel del hogar. En este sentido Mary Louise Pratt ha señalado como la descripción viajera revela una buena dosis de construcción de auto identidad, es decir que el imaginario europeo se reproduce y afirma en lo que ella ha llamado un proceso de transculturación, es decir el proceso de mutua fertilización e influencia que se da en las zonas de contacto entre las colonias y la metrópoli.[9] Así nos encontramos con una viajera, y más que viajera, una residente española en la Republica mexicana, misma que fue, como todos sabemos posesión del imperio español. Esta perspectiva de mujer trasculturada le da a Gimeno una perspectiva única sobre la realidad mexicana. Es un proceso de doble invención, de doble ejercicio de un imaginario viajero, ella describe, incluso gráficamente, los paisajes europeos para las lectoras mexicanas, pero paralelamente describe los paisajes mexicanos para sus lectoras europeas. En el proceso describe también otros mundos imaginarios que no se encuentran ni en Europa ni en América, sino en el imaginario femenino de una mujer que se atreve asonar y a hacer sonar a sus lectoras. Al hacerlo las arranca del cotidiano y las transporta al tiempo eterno de la invención de sí mismas en la que están empeñadas las mujeres.
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NOTAS
 

[1] Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. CIESAS . México

[2] Entre los títulos más destacados de ese momento están:  La Moda elegante, diario de señoras y señoritas (1875 1894) La Ilustración femenil, semanario de literatura, ciencias y artes. Destinado especialmente a la defensa de los intereses de la mujer. (1880. El Eco de la moda, dedicado a las señoras y señoritas ( 1880) El correo de las señoras( 1883-1893) Las hijas del Anahuac ( 1888) Las violetas del Anahuac. Periódico literario, redactado por señoras (1888 1889. Para una apreciación contemporánea de las revistas véase Ruiz Castañeda, Carmen. “Revistas femeninas del siglo XIX" México UNAM 1980. Nora Pasternac. “El periodismo Femenino del siglo XIX en Las voces olvidadas. Antología crítica de narradoras mexicanas nacidas en el siglo XIX. Ana Rosa Domenella, Nora Pasternac, coordinadoras. México: El Colegio de México. 1991. p 399- 418. También Alvarado, Lourdes. " La prensa como alternativa educativa para las mujeres de principios del siglo XIX en Pilar Gonzalbo Aizpuru, Coord. Familia y educación en Ibero América.. México: El Colegio de México 1999 p 267-285.

[3] Se conservó la ortografía decimonónica del apellido Gimeno, así como de las citas de sus Artículos.

[4] Junto con la de Emilia Pardo Bazán, la tertulia de Concepción Gimeno compite por la atención de los literatos más importantes del momento y " Fray Candil" (seudónimo no identificado) escribía que en las reuniones de la Gimeno en Madrid se servia pulque, bebida Mexicana y caldo gallego en la de doña Emilia. Carmen Ruiz Bravo Villasante. Vida y obra de Emilia Pardo Bazán. Madrid: Revista de Occidente 1962 p 140. La afirmación sobre el pulque. Debe tomarse con mucho cuidado, pues el pulque bebida fermentada, no se era posible que se conservase en la larga travesía del traslado a Madrid. Quizá hay una confusión de Fray Candil entre pulque y tequila o mezcal, o de la propia Gimeno.

[5] Cursivas en el original. El Álbum de la mujer 11 de enero de 1885 p 11

[6] El 27 de julio de 1884 se reprodujo una mesa hecha para el general Porfirio Díaz. (p. 35) y poco antes se incluyó un sillón circular hecho para la propia Gimeno.

[7] El Álbum de la mujer 10 de enero de 1886. pagina 14.

[8] Fraisse, Genevieve "Del destino social al destino personal, historia filosófica de la Diferencia de los sexos" en Historia de las mujeres. El siglo XIX. Barcelona: Taurus 1993 Vol. 4 p 73.

[9] Pratt. Mary Louise. Ojos Imperiales, Literatura de viajes y transculturacion Buenos Aires. Universidad nacional de Quilmes 1997. p. 25, passim.

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BIBLIOGRAFÍA

*-Alvarado, Lourdes. ¨ La prensa como alternativa educacional para las mujeres de principios del siglo XIX en Pilar Gonzalbo Aizpuru coordinadora. Familia y educación en Iberoamérica. México: El Colegio de México, 1999- pp 267.285

*-Beauvoir, Simone. Le Deuxiene Sexe. Paris: Gallimard 1949

*-Evans, Richard J. The feminists: Women´s Emancipation Movements in Europe, America and Australia 1840-1920. New York: Barnes and Noble, 1977

*-El Album de la Mujer 1883- 1890

*-El Correo de las Señoras. Semanario dedicado al Bello Sexo. 1883

*-Fraisse, Genevieve . Del destino social al destino personal, historia filosófica de la diferencia de los sexos¨en Michelle Perrot, Georges Duby Historia de las mujeres.Barcelona: Taurus, 1993. Vol. 4 p. 59-89

*-Franco, Jean Las conspiradoras México: F.C.E./ El Colegio de México. 1995

*-Gimeno de Flaquer, Concepción. Evangelios de la Mujer. Madrid: Librería de Fernando Fé. 1892

*-Gimeno de Flaquer, Concepción. Mujeres de Raza Latina. Madrid: Imprenta del Asilo de huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús. 1904.

*-Gimeno de Flaquer, Concepción. La mujer juzgada por una mujer. Barcelona: T. Lazzo. 1892.

*-Hobsbawn, Eric The Invention of Tradition. New York : Cambridge University Press. 1990

*-Hobsbawn, Eric . Nations and Nationalism since 1780. New York: Cambridge University Press. 1991

*-Jameson, Friedric. The political Unconscious: Narrative as a socially symbolic act. Ithaca, New York: Cornell Univeristy Press. 1981

*-Lionnet, Francoise Poscolonial Represntations. Ithaca: Cornell Univeristy Press, 1995

*-Offren, Karen European Feminisms 1700-1950. Stanford: Stanford University Press. 2000

*-Pasternac, Nora. El periodismo femenino en el siglo XIX en Ana Rosa Domenella, Nora Pasternac, coordinadoras Las voces olvidadas. Antología crítica de narradoras mexicanas nacidas en el siglo XIX. .México: El Colegio de México, 1991. P 399-418

*-Ruiz Castañeda, Carmen. Revistas femeninas del siglo XIX. México. 1980

*-Ruiz Bravo Villasante, Carmen. Vida y obra de Emilia Pardo Bazán. Madrid: Revista de Occidente, 1962.

*-Simón Pálmer, Carmen. Escritoras Españolas del siglo XIX. Madrid: Castalia, 1991.

*-Trillo Tenorio, Mauricia. Artilugio de la nación moderna: México en las exposiciones universales 1880-1930. México: FCE. 1988.
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FOTOGRAFÍA: Concepción Gimeno de Flaquer/ Fuente: http://wzar.unizar.es/siem/premio.html
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LA AUTORA

 La doctora Carmen Ramos Escandón es investigadora en CIESAS, México, y está titulada en los siguientes estudios:

1991.University of Texas at Austin. Maestría. en Literatura Latinoamericana.

Tesis: Del cuerpo social al cuerpo carnal: Santa y La Calandria o el inconsciente político de una sociedad reprimida

1981.State University of New York at Stony Brook. Doctorado en Historia de América Latina. Disertación doctoral: La formación de la clase trabajadora en la industria textil mexicana: 1880-1912.

1972.University of Texas at Austin. Instituto de Estudios Latinoamericanos. Maestría en Estudios Latinoamericanos. Tesis: Planes educativos en el México Independiente 1821-1833.

1970.Universidad Nacional Autónoma de México. Licenciatura en Historia de México.

Tesis: Las ideas político económicas de Manuel Abad y Queipo.1804-1808.

AREAS DE ESPECIALIZACION.

Historiografía de la mujer: Procesos de diferenciación de género en México y América Latina. Metodología de investigación y análisis histórico. Usos de la literatura como fuente histórica. Historia oral, sus usos para la historia de las mujeres.

EXPERIENCIA PROFESIONAL.

1998 – 2005 Inv. Titular C. CIESAS, Investigación: Hegemonía estatal, derechos ciudadanos y legislación

familiar 1854-1917

1991- 1997 Profesora Asociada. ( Associate Professor) Occidental College. Los Angeles

1979- 1991: Profesora Titular. Universidad Autónoma Metropolitana. Iztapalapa. México

1986 Profesora Titular. División de Estudios Superiores. Facultad de Filosofía y Letras. UNAM, México.

1984- 1987. Fundadora y coordinadora del Seminario de historia de la mujer. PIEM. Colegio de México.

1982. Profesora invitada. Centro de Estudios Históricos. El Colegio de México. México D. F.

1976 Profesora Asistente Centro de Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Letras. UNAM.

Publicaciones:

Libros:

2004. Industrialización, genero y trabajo femenino en el sector textil mexicano: el obraje, la fabrica y la compañía Industrial.  Ciesas  

 La diferenciación de genero en el trabajo textil en Mexico.. Mexico: El Colegio de San Luis Potosí.

1994. Planear para progresar: planes educativos en el México Independiente. México. Universidad Pedagógica Nacional

1993 Mujeres y Revolución: 1900-1910 México INEHRM /INAH. Con Ana Lau.

1992. Genero é Historia La historiografía sobre la mujer. México: Instituto José María Luis Mora./UAM.

Género en perspectiva: de la dominación universal a la representación múltiple. México: UAM.

1988. La industria textil y el movimiento obrero en México. México: Universidad Autónma Metropolitana.

1987 Presencia y transparencia: la mujer en la historia de México. México: El Colegio de México. 1987.

Capítulos en libros.
 

En prensa:
"La fuerza de la ley. Mujeres y espacios de poder familiar en la Guadalajara decimonónica", XIII Coloquio Internacional de la AEIHM, La Historia de las Mujeres: Perspectivas actuales Barcelona, 19-21 de Octubre de 2006. [en línea] < Web de AEIHM.>
“ Trabajo e identidad femenina en el siglo XIX mexicano: textil, tabaco y trato sexual” en Historia de las mujeres. Barrancos, Cano, Lavrin y Pérez Canto, editoras. Editorial Cátedra. Barcelona España

De la transparencia a la presencia consciente: La mujer y el genero en la historiografía mexicana reciente.” En Memorias del IV encuentro de Historiográfica Mexicana. Danna Levin, Saúl Jerónimo, compiladores. UAM Azcapotzalco.
2005

“ Cambio jurídico y jerarquía familiar en el México decimonónico: Genero y generación en el control de la patria potestad, en Esteinou Rosario, coordinadora Cambio Social en México. CIESAS. P 170 -189
 

“ Entre la ley y el cariño. Normatividad juridica y disputas familiares sobre la patria potestad en Mexico( 1873-1896)En Entre la familia, la sociedad y el estado. Barbara Pottash, Sandra Carreras, editoras. Berlin: Iberoamericana/Verbuet 2005 p. 115-141.

2004. “ Legislación y representación de genero en la nacion mexicana: la mujer y la familia en el discurso y la ley 1870 1890.enVoces disidentes. Debates contemporaneos de genero en Mexico. Sara Elena Perez Gil Romo Patricia Ravelo Blancas, coordinadoras. Mexico Porrua/Ciesas 2004 p93-112.

2003. “ The narrative voice in : Maria Ríos Cárdenas: La mujer mexicana es ciudadana” en Disciplines on the Line: Feminists Research on Spanish Latin American and U. S. Latina Women Anne Cruz, Rosie Hernández Pecorato y Joyce Tolliver . Editoras.. Hispanic Press./ Juan de la Cuesta editores. P. 167-187
 

2002. “ Imperial Eyes, gendered views" Concepción Gimeno rewrites the aztecs at the end of the ninetenth century " En. Woman and the Colonial Gaze Tamara Hunt, editor New York: Palgrave 2002 p 117-122; 231-233.

Reglamentando la soledad. Las viudas y sus derechos en la legislación mexicana 1860-1884. En Las viudas en la historia. México .Condumex 2002.p 270- 285

2001. Mujeres positivas: los retos de la modernidad en las relaciones de genero y la construcción del parámetro

femenino en el fin de siglo mexicano 1880-1910. en Modernidad, tradición y alteridad. Elisa Speckman y Claudia Agostini, compiladoras. México. UNAM. P. 291-317

Genero y modernidad mujeril: las relaciones de genero en el fin de siglo mexicano 1880-1920 en Modernidad y modernización en América Latina. México y Chile siglos xviii-xx Gladis Lizama Silva, coordinadora. México: Universidad de Guadalajara: Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades. México 2001 p 301.340

Legislación y representación de Genero en la nación mexicana: la mujer y la familia en el discurso y la ley 1870- 1890 en Mujeres y Naciones en América Latina. Cuestiones de inclusión y exclusión. Bárbara Potthast y Eugenia Scarzanella, eds. Berlín: Verlag-Iberoamericana 2001 p 115-134

“Genaro García, historiador feminista de fin de siglo” en Signos Históricos. UAM Izt.. No 5 Enero-Junio 2001 p.87-101.
 
“Mirando de Nuevo a la dama: una década de visiones norteamericanas sobre la Revolución Mexicana” en

El siglo de la Revolución Mexicana. Jaime Bailón Corres, Carlos Martínez Assad, Pablo Serrano Álvarez, coordinadores. México : INHERM 2000 p 369-389

1998 Gender, Labor and Class Consciousness in the Textile Sector in Mexico 1880- 1910.." en Meeting the Challenges: Mexican and Mexican American Workers in Transition.. John Mason Hart, editor. Willmington, Delaware: Scholarly Resources. p 71- 93.

" The forgotten heritage" en Women and Political Participation in Mexico Victoria Rodríguez, editor. Temple, Arizona. p. 87-102.1997 Reading Gender in Mexico" en Gender and Power in Latin America: Methods, Theory and Practice.. Elizabeth Dore, editor. London: Monthly Review Press p. 149-160

1996 " 500 años de olvido: Historia e historiografía de la mujer en México" en Las raíces de la memoria: América Latina. Pilar García Jordán, Lola G Luna, Jordi Gussinyer, Miguel Izard, Javier Laviña, Ricardo Piqueiras, Maria Teresa Zubiri, editores. Barcelona: Universidad de Barcelona.p.565-585.

"Demandas de género y crisis política en el México de hoy" en Desde las orillas de la política Genero y poder en América Latina. Lola G Luna, editora. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1996. pp. 117- 147.

" The Social Construction of Wife and Mother: Women in Porfirian Mexico: 1880-1917". en Kinship. Gender Power: a comparative and interdisicplinary history. Mary Jo Maynes, Ann Walter, Brigitte Soland, Ulrique Strasser eds. London, New York: Routledge Eds. 1996. p.275- 286

1995 "México en el imaginario Chicano: los espacios de la nostalgia" en México en imaginario. México: CEMCA/UAM Xochimilco/ Universidad Pierre Mendes France. 1995. p.207-228.

1994. " Women’s movements, feminism and Mexican Politics" ( Movimientos de Mujeres, feminismo y politica en

Mexico.) en Feminism and the Women’s Movement in Latin America. Jane Jaquette, editor. Denver:Greenwood Press. p.199 -222.

" De instruir a capacitar: la educacion para adultos en la Revolución 1910-1920." en Historia de la Alfabetización y de la Educación de Adultos en México. Vol. 2. México: SEP/ INEA. 1994 p.291-330.

Genaro Garcia portrait of a book collector¨en SALALM and the Area Studies Community. Seminar on the acquisition of Latin America Library Materials General Library University of New Mexico. SALALM, 1994 p 97-105.


    

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Otro artículo de Carmen Ramos Escandón en este blog:    Los debates en torno a la historia de mujeres y la historia de género
   
 

 

Enlace relacionado con este artículo: Marina Bianchi, "María De La Concepción Gimeno De Flaquer (1850 - 1919)" en Escritoras y pensadoras europeas





 

EL DRAMA DEMOGRÁFICO EN LA NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVI: EL ÁMBITO DOMÉSTICO [México]

EL  DRAMA DEMOGRÁFICO EN LA NUEVA ESPAÑA EN EL SIGLO XVI: EL ÁMBITO DOMÉSTICO [México]

 

Blanca López de Mariscal
Tecnológico de Monterrey/ México


Las primeras denuncias del drama americano, a las que en el siglo XVI dieron voz misioneros como fray Bartolomé de las Casas[1], fray Toribio de Benavente, Motolinía[2] e incluso el mismo fray Bernardino de Sahagún[3], han sido posteriormente corroboradas por estudios de demografía histórica, como los de Dobyns y los de Cook y Borah, que numéricamente demuestran cómo las guerras y las epidemias, la esclavitud, la desesperanza y la pobreza; el verse arrancado de los territorios en los que crecieron y aprendieron a vivir; así como los trabajos forzados en las minas y los obrajes, fueron causantes de la catástrofe demográfica en la población de la Nueva España:

La corriente iniciada por Dobyns [...] afirma que la población indígena americana, de unos 90 a 112 millones antes de la llegada de los españoles, se redujo a 4,500,000 (para toda América) a mediados del siglo XVI. Más mesurados, aunque dentro de esa misma corriente, S. F. Cook y W. Borah proponen, únicamente para el México central, las cifras siguientes: 1519: 25.3 millones; 1523: 16.8; 1548: 2.6; 1595: 1.3; 1605: 1.0 millones[4].

Tanto las estimaciones numéricas contemporáneas, como las crónicas del siglo XVI, escritas por los misioneros testigos de la devastación y la mortandad, nos proporcionan datos reveladores sobre la catástrofe. A través de ellas podemos vislumbrar los múltiples factores que contribuyeron a que, durante la primera centuria, los pueblos se vieran desolados, las familias mermadas y los hogares fragmentados.

Los textos de Las Casas y de Motolinía se encuentran inscritos dentro del debate iniciado por el primero, en el que el dominico, al denunciar el maltrato y la mortandad, pone en tela de juicio la legitimidad de la empresa de conquista y dominación española en América, mientras que fray Toribio escribe con la intención de acotar la postura de Las Casas, ya que teme que la denuncia lascasiana desautorice, a los ojos del Monarca, la obra de los misioneros en el Nuevo Mundo. Aún así no puede pasar por alto la elevada mortandad entre la población indígena y por tanto dedica el tratado primero de su Historia de los indios de la Nueva España[5] a dar cuenta de las persecuciones y las “plagas” con las que “Dios hirió y castigó estas tierras”.[6]

Fray Toribio explica la devastación y la mortandad que se vive en tierras americanas a través de la figura retórica de las diez plagas de Egipto, haciendo con ellas un paralelismo con el que va enumerando los diferentes factores que contribuyeron al drama demográfico del continente recientemente descubierto. Las enfermedades traídas por los españoles; las guerras de conquista; la hambruna provocada por el abandono de de las tierras; el maltrato que se daba a los naturales a raíz de la institución de la encomienda; los grandes tributos; el trabajo forzado en las minas de oro, son sólo algunas de las calamidades enumeradas por Motolinía para explicar la devastación y la mortandad en los territorios mesoamericanos. Aunque han sido profusamente citadas resulta sumamente iluminador retomarlas cuando nos cuestionamos: ¿Cómo se vivió el drama demográfico en el ámbito de lo doméstico?, y sobre todo, ¿qué papel jugó la mujer en el drama demográfico de la Nueva España? Una lectura cuidadosa hace resaltar que los marcadores de género en el recuento de las “plagas” son siempre masculinos, de tal forma que parecería que solo los varones fueron heridos y perseguidos por tales desgracias. Sin embargo sabemos que las mujeres estaban ahí, y que ellas lo mismo que los varones se vieron envueltas en este torbellino de devastación y de muerte. Es mi intención, en este trabajo, retomar como hilo conductor la esfera de lo doméstico para revisar la suerte que corrieron las mujeres en el drama demográfico del Nuevo Mundo.

Epidemias y pestilencias

Uno de los primeros desastres que devastaron a la población indígena fueron las enfermedades traídas por los españoles. Las viruelas, el sarampión, las enfermedades venéreas, e inclusive el virus de la gripe, eran males para los que los indígenas mesoamericanos no habían desarrollado anticuerpos y para los cuales se encontraban totalmente indefensos:

Siendo capitán y gobernador Hernando Cortés, al tiempo que el capitán |Pánfilo de Narváez desembarcó en esta tierra, en uno de sus navíos vino un negro herido de viruelas, la cual enfermedad nunca en esta tierra se había visto, y a esta sazón estaba esta Nueva España en extremo muy llena de gente; y como las viruelas se comenzasen a pegar a los indios, fue entre ellos tan grande enfermedad y pestilencia en toda la tierra, que en las más provincias murió más de la mitad de la gente y en otras poca menos.

Después desde ha once años vino un español herido de sarampión, y de él saltó en los indios, y si no fuera por el mucho cuidado que hubo en que no se bañasen, y en otros remedios, fuera otra tan gran plaga y pestilencia como la pasada, y aún con todo esto murieron muchos. Llamaron también a éste el año de la pequeña lepra[7].

Las crónicas del siglo XVI, tanto las de los españoles como las de los indígenas, dan cuenta de esta serie de epidemias y pestes que diezmaron a la población. Fue, nos dice Georges Baudot:

... un choque microbiano de amplitud inusitada, debido a las enfermedades del Viejo Mundo importadas por los españoles [...] En la actualidad se puede afirmar que en una proporción del 75 por ciento son esas enfermedades europeas las que diezmaron la población de América después de la conquista, porque los indígenas del Nuevo Mundo, aislados del resto del mundo, no habían desarrollado ninguna inmunidad protectora contra los gérmenes patógenos que no conocían.[8]

En el Códice florentino encontramos diversos pasajes en los que un informante de Tlaltelolco narra la devastación provocada por los virus llegados del Viejo Mundo:

Y los españoles todavía no se habían levantado contra nosotros cuando, de entrada, se produjo una gran enfermedad, una enfermedad pustulosa. Fue en Tepeíhuitl donde empezó. Ella extendió sobre nosotros una gran devastación. A algunos los cubrió completamente; por todas partes se extendió, por el rostro de las gentes, por la cabeza de las gentes, por el pecho de las gentes, etc. fue una gran ruina, muchas personas murieron de ella. Ya no podían pasearse, únicamente se mantenían en sus estrados, en su cama. Ya no podían moverse, ya no podían menearse, ya no podían agitarse, ya no podían volverse de lado, ya no podían tumbarse sobre el vientre, ya no podían acostarse sobre la espalda. Y cuando se movían, gritaban mucho. Fue una gran ruina. Estaban recubiertos, como envueltos en lepra pustulosa.

Basta pasar los ojos por las frases con las que el informante de Tlaltelolco da cuenta de la epidemia, para que, inmediatamente, se haga presente en nuestra mente la lámina del mismo Códice que apoya el pasaje anterior, en la que una mujer presta sus cuidados a varios indígenas postrados por la viruela: la voluta de la palabra sale de su boca como si estuviese dando consuelo al enfermo.

Entre los antiguos mexicanos, las enfermedades y las prácticas curativas se encontraban asociadas a sus creencias religiosas y a su cosmovisión. Ellos consideraban que las enfermedades se instalaban en sus cuerpos, ya fuera como producto de una acción mágica, ya como la voluntad expresa de alguna deidad asociada a la misma. “El doctor, hombre o mujer, era ante todo un hechicero, pero un hechicero benévolo, admitido y aprobado por la sociedad...”[9] Las mujeres que se ocupaban de hacer curaciones y de aliviar a los enfermos, eran buenas conocedoras de las propiedades de las yerbas, de las raíces, de los árboles y de las piedras. “La que es buena médica – nos dice Sahagún – sabe bien curar a los enfermos...; sabe sangrar, dar la purga, echar medicina y untar el cuerpo..., concertar los huesos, sajar y curar bien las llagas y la gota, y el mal de ojo...” El proceso de curación, entonces, no era un proceso sencillo, ya que implicaba por un lado una serie de conocimientos propios de la medicina tradicional y por el otro el tratamiento y la invocación de los dioses relacionados, ya con la enfermedad, ya con su curación.

A partir de la información que nos presenta Sahagún en su libro primero, sabemos que las enfermedades que se manifiestan a través de granos y escoriaciones en la piel, como las bubas, las úlceras y la lepra, estaban relacionadas con el dios Tlaloc, y con la diosa Tzapotlatena. Esta última “fue la primera que inventó una resina que se llama úxitl, y es un aceite sacado por artificio de la resina del pino que aprovechan para sanar muchas enfermedades”. Se curaban también, nos informa Sahagún en su libro X, bebiendo agua de la hierba nombrada tletlémaitl y tomando baños y echando encima polvos de la hierba nombrada tlaquequétzal, o las limaduras del cobre. Se trata en todos los casos de remedios de compleja elaboración sustentada en un saber ancestral que era trasmitido de generación en generación, y en muchos de los casos por vía femenina. Sahagún se declara conscacado por artificio de la resina del pino que aprovechan para sanar muchas enfermedades”[10]. Se curaban también, nos informa Sahagún en su libro X, bebiendo agua de la hierba nombrada tletlémaitl y tomando baños y echando encima polvos de la hierba nombrada tlaquequétzal, o las limaduras del cobre. Se trata en todos los casos de remedios de compleja elaboración sustentada en un saber ancestral que era trasmitido de generación en generación, y en muchos de los casos por vía femenina. Sahagún se declara conscacado por artificio de la resina del pino que aprovechan para sanar muchas enfermedades”[12]. Se curaban también, nos informa Sahagún en su libro X, bebiendo agua de la hierba nombrada tletlémaitl y tomando baños y echando encima polvos de la hierba nombrada tlaquequétzal, o las limaduras del cobre. Se trata en todos los casos de remedios de compleja elaboración sustentada en un saber ancestral que e a trasmitido de generación en generación, y en muchos de los casos por vía femenina.

Fray Diego de Durán describió la forma como los cadáveres se iban apilando en los canales de la ciudad de México Tenochtitlan:

...quedaron aquellas acequias llenas de hombres muertos y de caballos y de indios y indias que no tenían número."[13]. Imágenes como ésta las encontramos también reflejadas en los códices postconquista, justamente en el libro XII del Códice Florentino podemos ver una lámina en la que algunos indígenas recogen de entre los juncos los cadáveres que van apilando en las márgenes de las acequias, el tlacuilo o pintor ha tenido buen cuidado de consignar no sólo cuerpos de varones y caballos, sino también la presencia de mujeres que han muerto como resultado de la batalla.

Uno de los pasajes que seguramente resulta más ilustrativo de la participación femenina en la batalla lo encontramos en las descripciones de la ciudad sitiada, cuando, a punto de agotar todos los recursos, Cuauhtémoc pertrecha, en las azoteas de las casas de Tlaltelolco, a las mujeres ataviadas como guerreros:

Cuauhtémoc determinó de no mostrar su flaqueza ni cobardía, antes queriendo dar a entender que no le faltaba gente y fuerza para se defender; hizo vestir a todas las mugeres de la ciudad con sus armas y rodelas y espadas en las manos y que luego de mañana se subiesen en las azoteas de todas las casas...[14]

Las voces de los informantes de Tlaltelolco dan cuenta también del valor y la forma como se comportaron las mujeres en la lucha, ya que este enfrentamiento será el decisivo y marcará la suerte de la ciudad sitiada, y en última instancia, la suerte de todo el territorio mexicano: “Fue entonces cuando arremetieron, cuando pelearon las mujeres de los tlaltelolcas. Golpearon al enemigo, portaron armas de guerra, se arremangaron las faldas, se las levantaron para perseguir duro al enemigo”[15]. Esta escena que nos permite visualizar el papel activo que tomaron las mujeres durante los enfrentamientos y las batallas, y cómo su labor, cuando fue necesario, trascendió el ámbito de lo doméstico.

Las mujeres y el hambre

Son muchos los factores que propician la falta de alimentos y por lo tanto el hambre como su consecuencia inmediata. Por un lado tenemos el abandono de las tierras, ya que, dado el estado de desconcierto en la que se encontraban los indígenas por la llegada de los españoles y la continua amenaza que ello significaba, resultaba prácticamente imposible dedicarse a la labranza de las tierras o a la recolección de sus frutos. Fray Bartolomé de las Casas, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, denuncia el maltrato al que se han visto sometidos los indígenas y el abandono de los campos como consecuencia del mismo: “Es tanto que, desde el año dicho de mil e quinientos y veinte y nueve a la fecha han despoblado por aquella parte más de cuatrocientas leguas de tierra que estaban así pobladas como las otras”[16]. Es por esto que en su afán por denunciar la devastación y el maltrato, Fray Bartolomé reproduce escenas extremas de mujeres que, desesperadas, cometen actos inimaginables antes de permitir que sus hijos se enfrenten al abandono y al hambre:

...Salió una mujer, con un niño chiquito en los brazos dando voces, diciendo que no le llevasen a su marido, porque tenía tres niños chiquitos y que ella no los podría criar y que se le morirían de hambre, [...] e tornó a segundar con mayores voces, diciendo que sus hijos se la habían de morir de hambre; e visto que la mandaban echar por ahí e que no le quiso dar a su marido, dio con el niño en unas piedras y lo mató...[17]

Escenas como ésta se reproducen con demasiada frecuencia cuando las mujeres indígenas se ven ante situaciones extremas en las que no pueden ya controlar su futuro y el de su familia. También los varones llegan a estos actos en los que queda de manifiesto la extrema desesperación, como aquel indígena que a su regreso de las minas del Potosí “encontró a su mujer muerta y a sus hijos abandonados y hambrientos”, por lo que “desesperado ahorcó a sus hijos y se suicidó antes de tener que regresar al infierno de las minas.”[18].

Además, en la organización social prehispánica, una parte muy importante de las labores agrícolas descansaban en las mujeres, y ellas con la nueva forma de vida habían tenido que recluirse o dispersarse. Era responsabilidad de las mujeres también la venta de los víveres en los tianguiz o mercados, a los que se acudía de diversos pueblos para comprar las mercancías que las mujeres presentaban bien dispuestas en el suelo, como se sigue haciendo en los mercados indígenas del México de hoy: “...debajo de unos tendejones o sombras que hacen para la defensa del sol y cada una conoce y tiene su asunto y lugar”[19] Esta escena de mercado, perfectamente dispuesto, en la que cada mercancía tiene su lugar para la comercialización, ha sido descrita con profusión por la mayoría de los cronistas, pero lógicamente pertenece a una organización social que en los primeros años de la conquista se vio violentada por el caos y las calamidades que la guerra propició, de tal forma que durante la etapa de devastación, de la que hablan Las Casas y Motolinía, en la que el hambre era una calamidad generalizada, una gran cantidad de indígenas vivían desamparados presos de la confusión y de la miseria, entre ellos: “...millares de huérfanos, víctimas de la guerra, que “andan por los tianguis a buscar de comer lo que dejan los puercos y los perros.”[20]

A esto tendríamos que agregar que el equilibrio en la producción de alimentos, que era propio del mundo prehispánico, se ve también violentado por los cambios que se propiciaron en la ecología americana. Con la introducción del ganado europeo, los nuevos productos y las nuevas formas de cultivo se introducen también nuevas tecnologías que dan cabida a nuevos roles sociales; los pesados aparatos de cultivo europeo implican que sean los hombres quienes se encargan del manejo de los arados, pero lo hombres habían sido desplazados a las producciones de las minas o a las actividades de construcción de las ciudades españolas.

Los calpixques, el sistema de encomiendas y la esclavitud

Los calpixques, mayordomos, o por mejor decir el sistema de encomienda fue seguramente una de las grandes calamidades a las que se vio sometida la población indígena. Los autores de la época, cuando se habla del drama demográfico de la Nueva España, suelen clasificar como la segunda en orden de importancia, sólo precedida por las enfermedades y las epidemias.

La fuerza de trabajo que representaba la población indígena era seguramente una de las mayores riquezas que España encontró en el Nuevo Mundo, riqueza que seguramente superó a la proporcionada por los yacimientos de oro y de plata, pero que muy pronto se vio mermada ya que por el maltrato y la sobreexplotación la población indígena llegó a estar muy cerca del exterminio, o fue exterminada por completo como lo demuestra el caso de las islas caribeñas y de las zonas costeras en donde la devastación fue total.

Las mujeres no se vieron ajenas a esta calamidad; ellas también fueron tomadas prisioneras, erradas como esclavas y explotadas hasta la muerte como queda consignado en esta carta del 8 de noviembre de 1558, dirigida por el Virrey y la Audiencia de México al Consejo de Indias:

... que en estas provincias se van acabando los yndios y naturales dellas por los malos tratamientos que sus encomenderos les hazen, peor que esclavos, y que se venden y compran de uhnos encomenderos a otros, y que algunos han muerto a zotes, y que a las mugeres con cargas pesadas que las cargan las hazen rebentar, y que se sirven de sus hijos en sus granjerías y les hazen otras crueldades...[21]

Es evidente que la esclavitud –que en teoría estaba prohibida en los reinos que formaban el imperio español– era una práctica generalizada. En muchas ocasiones estos desplazamientos tomaban la forma de franco tráfico de esclavos; es así como lo denuncia Las Casas en diversos pasajes de su Brevísima relación, cuando da cuenta de lo acaecido en el reino de Yucatán, en el año de 1526:

Daba a escoger entre cincuenta y cien doncellas, una de mejor parecer que otra, cada uno la que escogese, por una arroba de vino, o de aceite, o vinagre, o por un tocino, e lo mesmo un muchacho bien dispuesto, entre ciento o doscientos escogido por otro tanto. (p.p. 103)

Como podemos observar en este pasaje, las mujeres y los niños son uno más de los productos a comercializar y su precio no excede al valor de una arroba de vino o de vinagre o una buena pieza de tocino.

Con referencia a los atropellos perpetuados en el reino de Yucatán, encontramos, también en Las Casas, casos documentados en los que una especie de genocidio genético se encuentra íntimamente ligado a la venta de mujeres como esclavas:

Este hombre perdido se loó e jactó delante de un venerable religioso, desvergonzadamente, diciendo que trabajaba cuanto podía por empreñar muchas mujeres indias, para que, vendiéndolas preñadas por esclavas, le diesen más precio de dinero por ellas.[22]

No solo Las Casas y Motolinía se detienen a reflexionar en lo que el tráfico humano significó para los indígenas. Fray Gerónimo de Mendieta en su Historia Eclesiástica Indiana dedica varios capítulos a reflexionar sobre el daño que se hace a los indígenas a partir de los repartimientos y de la forma como se les obliga a “que sirvan contra su voluntad y por fuerza” a los españoles. El franciscano considera que es un pésimo ejemplo de parte de los cristianos y uno de los mayores obstáculos para lograr la conversión de los indígenas. Es de tal magnitud el genocidio perpetrado en la población indígena que Mendieta llega a considerar que la muerte es para la población indígena una forma de liberación, es un camino de escape y de salvación frente a la crueldad de los españoles: “a nosotros nos castiga Dios llevándoselos porque si los conserváramos con buena proximidad y compañía, la suya nos sería utilísima...”[23]

Las mujeres y los tributos

Los tributos, que se aplicaban a los pueblos indígenas que permanecieron en libertad, fueron también una de las fuentes de devastación y de muerte ya que estos sobrepasaban por mucho la capacidad de producción de un pueblo, el cual se encontraba ya debilitado por el hambre, las enfermedades y la guerra. Se impusieron tributos de diversos tipos, lógicamente todos en especie, como era la costumbre en las tierras mesoamericanas. Con frecuencia no eran capaces de reunir la cuota de maíz, de oro o de mantas que les había sido impuesta por lo cual se veían sometidos a la destrucción de sus hogares, al maltrato y, en ocasiones, a la esclavitud:

...y porque no traían tanto maíz como él quería, mandó ir a muchos españoles con sus indios e indias que fuesen por maíz, y donde quiera que lo hallasen que lo trujesen; [...] e hallaron a los indios e indias en sus casas de paz, e los dichos españoles e los que con ellos fueron les tomaron y robaron el maíz e oro y mantas e todo lo que los indios tenían, e ataron muchos dello.[24]

Los tributos en oro se controlaban mediante cédulas en las que se marcaba la cantidad de oro que el poseedor de la cédula había entregado. Para aquéllos que no cumplían con sus cuotas de oro el castigo era morir aperreados, una práctica muy común que los españoles infringían a los naturales, pues “al indio que no traía dicha cédula lo echaría a los perros porque no les daba oro.”[25]

Sin embargo, el más preciado de los tributos era aquel que se exigía en vidas humanas, los padres y las madres, los caciques y los principales tenían que entregar a sus jóvenes como esclavos para ser destinados a las minas, a los trabajos de construcción de las ciudades coloniales o para el servicio de los españoles. Las Casas describe “...los clamores y llantos que los padres y las madres hacían por el pueblo de ver llevar sus hijos a vender y donde sabían que poco habían de durar.[26]

Las mujeres y el autoexterminio

Se trata de un tema que ya he tratado con cierta extensión en trabajos anteriores[27], pero aún así es un asunto que no quiero pasar por alto en este texto en el que estamos revisando el papel de la mujer en el drama demográfico mesoamericano. Como la amenaza del maltrato y la explotación era una realidad innegable, en muchos de los casos era preferible dejarse morir y aniquilar a los hijos antes de permitir que se les tomara como prisioneros. Es, no cabe duda, un recurso extremo de seres que se encuentran desesperados ante la realidad que están viviendo:

... mas de cuarenta mil hombres y mugeres, que huyendo de la refriega y de la muerte cruel que los españoles y índios amigos les daban, se echaban en las acequias, á sí mesmos como á sus hijos é hijas, por no verse en poder de los españoles.[28]

El pasaje refleja la angustia por la que los indígenas estaban pasando; ante ella la única perspectiva posible parecía ser la muerte: ven el fin de la vida como una posibilidad de mitigar los sufrimientos que los rodean. El suicidio empieza a presentarse como una opción, al grado que se atestiguan casos en los que los padres terminaban con la vida de los hijos para después segar la propia.

... una india enferma, viendo que no podía huir de los perros que no la hiciesen pedazos como hacían a los otros, tomó una soga y atóse al pie un niño que tenía de un año y ahorcóse de una viga...[29]

Es común encontrar en los textos de Landa, de Motolinía y de Las Casas, a madres que prefieren terminar con las vidas de sus hijos antes de enfrentarlos al hambre y a la esclavitud. En la misma forma, los cronistas atestiguan las decisiones de pueblos enteros, de no traer más hijos al mundo como una forma extrema de defensa frente al conquistador: “...las mujeres, si se empreñaban, tomaban hierbas para echar las criaturas muertas, y desta manera, perecieron en esta isla muchas gentes.”[30]

La sensación de derrota y pérdida total no es privativa de una sola región; lo mismo la vemos en los textos de los indígenas del altiplano que en la zona maya. Es claro que lo han perdido todo: sus familias, sus hogares, sus tierras. Un informante anónimo de Tlaltelolco lamenta la triste suerte de su pueblo:

Y todo esto nos sucedió.

Lo vimos,

Lo admiramos.

Con esta lamentable, lastimosa suerte

Soportamos la angustia.

...............................................

El oro, el jade, las mantas de algodón,

Las plumas de quetzal,

todo lo que es precioso,

no valía para nada...[31]

Las anteriores son la primera y la última estrofa de un iconcuícatl o canto de huérfano, canto de angustia. Se trata de composiciones elegíacas escritas por los cuicapicque o poetas que narraron la desolación de su pueblo después de la conquista. El mundo se ha venido abajo, el orden preestablecido se ha esfumado, todo aquello por lo que se ha vivido ya no tiene vigencia, todo aquello que era preciado en el antiguo régimen, en el nuevo orden ya no tiene ningún valor. Cuando la conquista se ha consumado, lo único que queda al poeta es expresar la angustia generalizada por la “lamentosa y triste suerte” de su pueblo; a partir de este momento, los valientes y viriles guerreros no llevan más que harapos y: “... de la misma manera, las mujeres-amadas llevaban faldas deshilachadas, como cabellos, llevaban camisas de tela parchadas. Entonces los señores se afligieron y se consultaron a este respecto. ¡Nos han destruido una vez más! .”[32]

A los orgullosos guerreros aztecas y tlaltelolcas no les queda más remedio que lamentar su suerte, y las mujeres se ven obligadas a escapar ya que “por todas partes los cristianos, las esculcaban, las despojaban de sus faldas [...] de esta manera fue como se escaparon las gentes del pueblo. Se repartieron por todas partes, en las ciudades, en los rincones, cerca de las casas de los otros, en escondites”[33]. La invasión ha penetrado hasta los más íntimos ámbitos de la vida y la familia, y ya no hay nada que pueda detener la desolación. Frente a ellas se levanta un incierto futuro que, como ellas presentían y nosotros sabemos, se verá teñido por uno de los dramas demográficos más violentos que la humanidad ha presenciado.


NOTAS

[1] Casas, Bartolomé de las. Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Consuelo Varela (ed.), Clásicos Castalia, Madrid, 1999, p. 172.

[2] Motolinía, Fray Toribio de Benavente. Historia de los Indios de la Nueva España, Georges Baudot (ed.), Clásicos Castalia, Madrid, 1985.

[3] Sahagún, Bernardino de. Historia general de las cosas de la Nueva España, Editorial Porrúa, México, 1982.

[4] Historia General de México, El Colegio de México Tomo 1, p. 350.

[5] Motolinía, Fray Toribio de Benavente. Historia de los Indios de la Nueva España, Georges Baudot (ed.), Clásicos Castalia, Madrid, 1985.

[6] Relación que aparece también como uno de los capítulos iniciales de los Memoriales, obra que ha sido considerada por Georges Baudot como un texto en proceso de gestación en el que encontramos buena parte de los elementos textuales de la Historia de los Indios de la Nueva España. C.f. Georges Baudot, introducción a la Historia de los Indios de la Nueva España, op.cit., p. 54.

[7] Op. cit., p. 116-117.

[8] Baudot, Georges, La vida cotidiana en la América españols Baudot (ed.), Clásicos Castalia, Madrid, 1985.

[9] Ha sido considerada por Georges Baudot como un texto en proceso de gestación.

[10] Op. cit., p. 116-117.

[12] Baudot, Georges, La vida cotidiana en la América español, peste o epidemia. Matlazahuatl es una variedad mutante de la fiebre tifoidea. La viruela apareció desde el principio de la Conquista; en 1531, el sarampión; en 1541, la tifoidea; entre 1557- 1558, la gripe; en 1576, de nuevo la tifoidea y entre, 1595-96, una combinación de sarampión, paperas y tifus. Cf. Georges Baudot, México en los albores del discurso colonial, México, Ed. Nueva Imagen, 1996, pp.189-190.

[13] Durán, Fray Diego de, Historia de las Indias de la Nueva España, y islas de tierra firme, Imprenta de Ignacio Escalante, México, 1880, p. 49.

[14] Durán, Fray Diego de, op.cit., p. 60

[15] “Anales Históricos de Tlaltelolco”, en Georges Baudot y Tzevetan Todorov, Relatos Aztecas de la Conquista, Editorial Grijalbo, México, 1990, p. 198.

[16] Casas, Fray Bartolomé de las, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, en Tratados, México, Fondo de Cultura Económica, 1965, p. 117.

[17] Casas, Fray Bartolomé de las, op. cit., p. 207.

[18] Casas, Fray Bartolomé de las, op. cit., pp. 223-224.

[19] Torquemada, Fray Juan de, Monarquía indiana... p. 144.

[20] Muriel, Josefina, Hospitales de la Nueva España, Tomo I, México, UNAM, 1990, p. 58.

[21] Archivo General de Indias, Audiencia de México, núm.70, ramo 2. Citado por Georges Baudot, México e los albores del discurso colonial, op. cit., p. 194-195.

[22] Las Casas, Bartolomé, op. cit. p. 107.

[23] Mendieta, Fray Gerónimo de, Historia Eclesiastica Indiana, México, 1945, Chávez Hayhoe, tomo III, libro IV, pp. 174-175.

[24] Las Casas, Tratados, p. 207-209

[25] Las Casas, Tratados, p. 211.

[26] Las Casas, Op. cit., p. 521.

[27] López de Mariscal, Blanca, La figura femenina en los narradores testigos de la conquista, México, El Colegio de México, 1997.

[28] Durán, Fray Diego, op. cit.,p. 62.

[29] Las Casas, Tratados, op. cit., p. 105

[30] Las Casas, Historia de las Indias, Biblioteca Mexicana, José María Vigil, ed, Imprenta de Irineo Paz, México, 1877, p. 93.

[31] “Anales Históricos de Tlaltelolco”, en Georges Baudot, Relatos aztecas de la Conquista, pp. 189 - 200.

[32] “Anales Históricos de Tlaltelolco”, en Georges Baudot, Relatos aztecas de la Conquista, p. 203.

[33] “Anales Históricos de Tlaltelolco”, op. cit., pp. 202-203

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PUBLICACIÓN

El presente trabajo es parte de una investigación más amplia realizada para el Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina (CEHMAL), que se ha publicado bajo el título de: "La mujer en el drama demográfico de la Nueva España. Blanca López Mariscal", en Sara Beatriz Guardia (Comp.Ed.). Escritura de la Historia de las Mujeres en América Latina. El retorno de las diosas. Tomo II. Lima: Editorial Minerva, 2005. Coedición: Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina, CEMHAL; Facultad de Ciencias de las Comunicación de la Universidad de San Martín de Porres, Lima, Perú; Centro de Estudos Latino-Americanos, Universidad Fernando Pessoa, Oporto, Portugal; Foro de Estudios Culturales de Latinoamérica, Viena, Austria.

FOTOGRAFÍA. Códice Florentino, Libro XII

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LA AUTORA

Blanca López de Mariscal es: Doctora en Historia (Universidad Iberoamericana);Maestra en Historia (Universidad Iberoamericana); Maestra en Letras Españolas (Facultad de Filosofía y Letras, UANL); Licenciada en Letras Españolas (Universidad Iberoamericana).

Actualmente es profesora titular y ejerce de Coordinadora de la Maestría y Doctorado en Estudios Humanísticos en el Tecnológico de Monterrey. México. Y es la fundadora y editora de la Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, publicación académica semestral del Tecnológico de Monterrey, desde otoño de 1996.

LIBROS

Relatos y relaciones de viaje al nuevo mundo en el siglo XVI : un acercamiento a la identificación del género, Madrid, Ediciones Polifemo, 2004.

La figura femenina en los narradores testigos de la conquista. Programa interdisciplinario de Estudios de la Mujer. El Colegio de México, Consejo para la Cultura de Nuevo León, México, 1997

La portentosa vida de la Muerte de Fray Joaquín Bolaños, Edición crítica, Introducción y notas por Blanca L. de Mariscal. Biblioteca Novohispana, El Colegio de México, México, 1992.

Los pájaros de la cosecha, cuento infantil. Children’ s Book Press, Emeryville, California, 1995.

Es también coautora del libro Las aves de Chipinque, CONABIO (Comisión Nacional para el conocimiento y uso de la Biodiversidad), Monterrey, 1995.

Otras referencias de artículos y vida académica en http://www.mty.itesm.mx/dhcs/directorio/b_lopez.htm

EDUCANDO AL BELLO SEXO:LA MUJER EN EL DISCURSO ILUSTRADO

EDUCANDO AL BELLO SEXO:LA MUJER EN EL DISCURSO ILUSTRADO

Claudia Rosas Lauro

Pontificia Universidad Católica del Perú

 


“La mujer tiene siempre la forma del sueño que la contiene”.
Juan José Arriola

El discurso ilustrado imagina a la mujer, sueña cómo debe ser, la inventa desde una mirada masculina. Una mirada de hombres de élite, de hombres de cultura que creen tener el poder de crear a la mujer a la imagen y semejanza de su ideal femenino. Médicos, filósofos y demás hombres de ciencia y letras hablan de ella todo el tiempo, incansable y arduamente. La mujer es centro de un encarnizado debate en que se trata de dilucidar su naturaleza misteriosa y normar su rol en la sociedad. Ellos se dirigen, principalmente, a sus esposas y a sus hijas. La mujer de los ilustrados peruanos no es un ser abstracto, adquiere una forma particular, pues se concreta en el estereotipo de la mujer de élite, de la criolla limeña. En este sentido, su discurso expresa el proceso de construcción de una identidad propia manifestada en un nacionalismo criollo consolidado en las postrimerías del período colonial. Se trataba, entonces, de una representación criolla de la mujer[1].

El artículo explora las diversas facetas que adopta la mujer en el discurso ilustrado, que hace de la prensa el medio para ejercer su función pedagógica y docente. Los ilustrados peruanos realmente estaban educando al bello sexo a través de los periódicos. A lo largo de sus páginas podemos percibir los elementos que componen la imagen de mujer que se buscaba proyectar a la sociedad. Un primer aspecto de esta representación es la misteriosa y temible sexualidad femenina, que debía ser regulada mediante el honor y el recato. La belleza y la seducción son vistas como formas de poder que se expresaban en usos y costumbres femeninas como la vestimenta y la cosmética. Otro elemento central en la configuración de la imagen femenina es el matrimonio, que nos permite incursionar en temas como el amor y la fidelidad conyugal. Un tercer punto de análisis es la maternidad, donde se enfocan las prescripciones médicas de higiene y salud durante el embarazo y el parto así como los consejos morales sobre la educación de los niños. Este aspecto se vincula con el siguiente, que trata sobre la mujer y su acceso a la cultura. Finalmente, terminaremos con una mirada fugaz a los espacios femeninos tanto públicos como privados.


1. La educación y el discurso ilustrado

El discurso ilustrado otorga un protagonismo principal a la educación, pues considera que la felicidad de los hombres depende de ella y dicha felicidad es el fin principal de la naturaleza humana, la cual es perfectible y se moldea a través de la educación. Esa ciega confianza ilustrada en la educación como instrumento para perfeccionar y reformar la naturaleza del hombre, evidencia toda una dinámica secularizadora de la sociedad. Si bien la importancia de la educación nunca había sido subestimada, antes del siglo XVIII se consideraba que tenía objetivos específicos y un campo de acción limitado. Con la Ilustración se empieza a vincular la educación con el dominio público, con la sociedad en su conjunto y con el ámbito de decisiones de la autoridad política. La educación permitía, en la perspectiva de los ilustrados, el desarrollo de las potencialidades buenas de la naturaleza humana y la constricción de la exteriorización de las pasiones. Entonces, por medio de la educación, el hombre logra la domesticación de las pasiones naturales y su transformación en virtudes sociales para el interés personal y la utilidad social[2].

En consecuencia, el discurso ilustrado respondía a la voluntad dieciochesca de cambiar la sociedad según los presupuestos ilustrados, siendo la prensa periódica uno más de los diversos medios empleados por el Estado y las élites para educar. Como señala Jean Sarrailh, el proyecto reformista borbónico pretendía modelar y controlar a la sociedad[3], de la cual la mujer formaba parte, por eso el afán normativo y preceptivo también se extendió al ámbito femenino. Se trataba de delimitar claramente un rol para la mujer y que ella debía asumir para la construcción de una nueva sociedad. Este discurso se nutría de tradicionales supuestos sobre la inferioridad de las mujeres y la necesidad de controlarlas y subordinarlas, que se mezclaban con las nuevas ideas y el avance científico de la época. En este período fue importante la producción de discursos, imágenes y representaciones sobre la sociedad peruana, pues lo que empieza a delinearse en esta etapa se perfilará claramente en la centuria siguiente. En este proceso, la mujer no se hallaba ausente, por el contrario, era una pieza angular en el nuevo proyecto[4].

Entonces, el proyecto ilustrado, un proyecto verdaderamente optimista, utilizó un nuevo medio que empezaba a crecer en importancia para difundir sus máximas, sobretodo, entre las mujeres. Por eso, a fines del siglo XVIII los periódicos van a cumplir un rol fundamental en el proceso de construcción de la nueva sociedad. El deseo de modernizar los conocimientos y actualizar la cultura levanta su voz desde los periódicos. Muchas veces son difusores de cosas sorprendentes y otras de experimentos singulares sin ordenarlos en un sistema, pero están siempre al servicio de la ciencia extrauniversitaria, de las ciencias útiles y de la modernidad. Como sostiene Sánchez-Blanco, a falta de una institución educativa que enseñe los nuevos conocimientos, los periódicos se convierten en sucedáneo de la enseñanza superior ocupando un lugar intermedio entre especialistas y la mera divulgación[5].

La prensa se erige como una tribuna de moral laica difundiendo un discurso que, según el editor de un periódico de la época,

... haga patentes a todos los defectos de las costumbres públicas por medio de la crítica... a fin de suavizar la aspereza de las costumbres públicas” (Prospecto, Semanario Crítico). Los agentes que tendrían un papel fundamental para lograr este fin serían las mujeres, pues se consideraba que esa era su misión natural, tal como se expresa en otra de las publicaciones cuando se afirma que eran “Nacidas para suavizar las costumbres del hombre...

(Gaceta de Lima Nº 21, 11 jun. 1794)


Dentro de esta orientación pedagógica y docente es que el discurso ilustrado abordó el tema de la mujer para definir su rol dentro de la sociedad, como se evidencia en los cuatro periódicos editados en Lima durante esta época. Es importante señalar que estos periódicos eran publicados por hombres, pues la prensa femenina y las mujeres periodistas aparecerán recién en la centuria siguiente. Sin embargo, a diferencia de los que postulan la aparición de una prensa orientada a un público femenino recién en el siglo XIX, proponemos que el primer periódico destinado a las mujeres, esencialmente a las madres de la élite, surgió a fines del siglo XVIII. Este fue el Semanario Crítico que, editado por el sacerdote franciscano Juan Antonio de Olavarrieta, aparecía los domingos y fueron dieciséis números en total que trataban, esencialmente, sobre la educación de los hijos. En el prospecto el editor lo manifiesta claramente al afirmar que:



No será pues ultilísima ocupación hacer ver a las Señoras mujeres sus comunes defectos en este ramo tan importante a la sociedad, desde el momento en que una agradable suerte las condecoró con el dulce título y renombre de Madres?

(Prospecto, Semanario Crítico).

 

En efecto, el público lector estaba constituido por las madres, a ellas se dirigían los consejos para la educación de sus hijos y las orientaciones para llevar adelante una adecuada maternidad. En esta misma época circuló el Diario de Lima, que empezó a publicarse en octubre de 1790 y salió durante dos años, bajo la dirección de Jaime Bausate y Mesa. Los temas que abordaba eran diversos: principalmente se trataba de proposiciones morales mediante cartas que exponían casos supuestamente reales o a través de poemas y disertaciones; además se anunciaban compras, ventas y alquileres, generalmente, de amas de leche.

Otro carácter tuvo la Gaceta de Lima, que surgió en 1793 con el objetivo de dar la versión oficial sobre la Revolución Francesa[6]. Su publicación fue una de las medidas adoptadas por las autoridades virreinales para evitar la posible difusión de ideas contrarias al sistema político. Empezó a circular cuando ya habían desaparecido el Diario y el Semanario, pero aún se editaba el Mercurio. Esta publicación es de gran relevancia porque constituye el primer periódico peruano que trató sistemáticamente un tema de carácter internacional, pues casi la totalidad de los ejemplares estaban dedicados a informar sobre el evento político que estremecía al mundo[7]. Se puede entrever en sus páginas la imagen de la mujer en un contexto revolucionario.

El más exitoso y prestigioso de estos periódicos fue, sin lugar a dudas, el Mercurio Peruano. Editado por miembros de la élite organizados en la Sociedad de Amantes del País circuló desde 1791 hasta 1795, contando con el favor de las altas autoridades coloniales[8]. Cabe resaltar que tres mujeres, cuya identidad desconocemos, participaron en las primeras tertulias de la Sociedad pero luego no figuraron. Dedicó sus páginas íntegramente a temas orientados al conocimiento del país, por lo que ha sido considerado por la historiografía el paradigma de la Ilustración peruana de fines del siglo XVIII, llegando a eclipsar en el discurso histórico a las otras publicaciones periódicas de la época.

Estos periódicos, a medida que expresaban una concepción moderna y profesional de la prensa, iban a producir un destinatario al que llamaron público y con el cual mantenían una relación activa por la frecuencia con la que se editaban. De esta manera, el periodismo supuso y a la vez fue constituyendo la opinión pública. Según Jurgen Habermas, esta transformación que llevó al surgimiento de la moderna opinión pública se gestó durante el siglo XVIII en Europa [9], y que en el Perú se hizo palpable a fines de esta centuria.

Estas publicaciones circulaban, principalmente, entre los miembros de los estratos sociales más altos, sin embargo las capas superiores de los sectores populares urbanos no estuvieron al margen del impacto de la prensa en su vida diaria[10]. Los periódicos eran leídos en los espacios de sociabilidad de la ciudad, donde las noticias eran comentadas dando origen a corrientes de opinión, acalorados debates y proliferación de rumores. En las Tertulias, los Cafés, las Fondas, las barberías y otros espacios de encuentro, tanto de la élite como del pueblo, se leían y comentaban los artículos periodísticos. Muchas veces, un ejemplar era conocido por más de una persona, pues la lectura en voz alta era una práctica cotidiana, como lo ha explicado Roger Chartier en sus estudios sobre la Europa moderna[11]. Pero, no sólo era importante que el periódico llegara a manos de los habitantes y que lo leyeran, sino también considerar que el mismo contenido de un ejemplar podía tener múltiples lecturas y disímiles interpretaciones según la persona que lo leyera[12]. A continuación apreciaremos cuál era el contenido de estos periódicos que expresaban una visión dieciochesca e ilustrada de la mujer.


2. La sexualidad femenina: lo prohibido y lo pecaminoso

La mujer era definida en función de su sexo, de su capacidad para engendrar, entonces la medicina y la ciencia se empeñarían en hallar en su cuerpo la explicación última de su naturaleza. Identificadas con sus cuerpos, las mujeres terminaron por ser presas de ellos en el discurso filosófico, religioso y médico. Desde la Edad Media la medicina aparece como prisionera de un mismo discurso en el que el cuerpo de la mujer interesa como ente necesario para la reprucción. Era común apelar al discurso médico para comprender la naturaleza femenina y en base a ello, justificar el rol de la mujer en la sociedad. Los fundamentos históricos de este discurso se habían establecido mucho tiempo atrás, a finales del siglo XIII con el aristotelismo que reducía lo femenino a lo incompleto y el galenismo que lo encerraba en la especificidad del útero[13]. El punto de referencia era la anatomía del hombre y por eso la definición de “úteros andantes” o “varones imperfectos”. Estos presupuestos frenaron el avance ginecológico y sirvieron para explicar el rol de la mujer en la sociedad.

Después del mito de la mujer incompleta se instaura el de la mujer útero a partir del siglo XVI hasta el XIX. Entonces, el órgano que determina la identidad de la mujer es el útero, esto explica las características de una fisiología y psicología muy vulnerables en el sexo femenino. La irascibilidad del útero sustituye al temperamento húmedo, por la teoría de los temperamentos, para explicar la inferioridad natural de la mujer. Entonces, el sexo no define la naturaleza del hombre, pero sí de la mujer. En el discurso ilustrado el recurso a la naturaleza permitió producir una teoría racional de lo femenino en la cual el sexo legitimaba por naturaleza la inferioridad femenina.

A este respecto, es interesante una extensa disertación en que se trataba sobre si una mujer se podía convertir en hombre. Acerca del particular se establecían diferencias físicas de género, y sobre una base científica se negaba la posibilidad de esta transformación. Sobre esta polémica se expresaba un artículo del Mercurio Peruano en 1792 planteando que:



Según nuestros más clásicos autores en el hombre se hallan tres circunstancias, que lo distinguen esencialmente de la mujer, y en esta solamente una: a saber, en el hombre, lo primero, la notoria diferencia que se halla en el Pirineo respecto a la mujer: lo segundo el foramen del Pene llamado uretra por donde sale la orina: lo tercero el escroto en donde se hallan los testículos.

(Mercurio Peruano V, 9-12 ag. 1792)



La teoría de los temperamentos explicada en los textos antiguos y los principios de la fisiología galénica explicaron dimorfismo sexual durante toda la Edad Media, seguían vigentes en el siglo XVII y fueron reformulados en el XVIII. Hasta que los médicos filósofos empiezan a ver el cuerpo femenino como un cuerpo completo y singular. En el siglo XVIII, se llega a la conclusión de que el temperamento era incapaz de producir un cambio de lugar de los órganos y que las partes del hombre no se parecían a las de la mujer. Entonces, el pensamiento ilustrado está convencido de que las historias de trasmutaciones sexuales eran mera fantasía. Según Guibelet y Du Laurence estos relatos indicarían casos de hermafroditismo o de excrecencia monstruosa del clítoris[14]. En el artículo hay alusiones a los hermafroditas, de quienes se decía que “tienen unos ciertos promiscuos caracteres”, porque aparentemente participaban de uno y otro sexo. Sin embargo, los mercuristas señalaban que con el tiempo y el prolijo examen de los peritos, se desvanecían perfectamente las dudas que podían suscitarse entre los teólogos y canonistas, para que bautizaran como hombre al que tuvieron al principio como mujer (Mercurio Peruano, V, 9 ag. 1792).

Sólo se contemplan como naturales dos posibilidades, hombre o mujer, ninguna otra. Dentro de esta explicación, los homosexuales no cabrían, ni hombres ni mujeres según el discurso médico, serían una atroz anomalía, un error de la naturaleza. La transexualidad cuando se la admite como biológicamente posible es siempre considerada como una virilización.

Esta visión se debía también a la dura crítica que recibieron las mujeres en el pensamiento ilustrado. El gran problema siempre había sido la sexualidad femenina, su naturaleza insaciable y lujuriosa. En una pieza literaria, cuyo sugerente título era “Definición de Mujer”, se manifiesta la ambigüedad que existía en la actitud ante el sexo femenino.



Es la mujer del hombre lo más bueno
Es la mujer del hombre lo mas malo ....
Es un Angel, y a veces una Harpia ....
Es la mujer, al fin, como sangría,
Que a veces da salud, y a veces mata

(Diario, 9 jun. 1791)



Había una actitud de desconfianza frente a la mujer. Siguiendo a Macera, podemos afirmar que la ascética cristiana unida a la tradición clásica ofrecieron en el siglo XVIII los mejores argumentos en favor de la superioridad masculina y contra el peligro de los placeres sexuales[15]. En este período, como en los anteriores, la mujer y la tentación del sexo constituían una amenaza para el hombre porque eran contrarios al ejercicio de su razón y a la salvación de su alma, ideales tan caros a la ilustración y al catolicismo respectivamente. Esto explica el cuestionamiento severo que desarrolla la prensa con respecto a la posición femenina en la sociedad y la propaganda que hacía de los ideales de pudor y honor femenino.



Honor y recato


Retrato de Doña Mariana Belsunse y Salasar. Anónimo. Lima, Perú. Siglo XVIII Pintura al óleo. Museo de Arte de Brooklyn. http://www.smith.edu/vistas/vistas_web/espanol/visualculture.htm


La honra femenina y el recato eran principios que toda mujer debía proteger. Uno de los principales consejos dados a las mujeres consistía en que no confiaran plenamente en su belleza y perdieran el honor con un hombre que después las abandonara. Un ejemplo de ello se encuentra en la “Glosa que muestra a la hermosura el evidente riesgo de despreciada después de poseída”, donde el autor advierte:



A ninguno tu beldad entregues,
que es sin razón, que sirva tu perfección,
de triunfo a su vanidad (...) sino serás desgraciada.

(Diario, 4 enero. 1791)

 

Se insiste, entonces, en la preservación del honor de la mujer (Diario, 2 en. 1791), el cual constituía un mecanismo de control de la sexualidad femenina. Se exponen casos edificantes para advertir a hombres y mujeres las graves consecuencias que podía acarrear este tipo de comportamiento. Una joven explicaba su caso diciendo que:



Apenas había cumplido los 16 años, y me hallaba en la flor de mi hermosura, cuando un vil y pérfido traidor vino a galantearme, y con promesa de casamiento me hizo la más infeliz de todas las mujeres.

(Diario, 24 febrero. 1791)

 

En la noticia se muestra a los seductores que fácilmente podían ser presa de la venganza femenina o retados a duelo por algún varón que quisiera limpiar su honra. La apelación al duelo para limpiar el honor femenino es particularmente significativo, pues se convierte en una forma tradicional de control social, comúnmente aceptado, para evitar las relaciones fuera del matrimonio. La prensa buscaba normar de esta manera el comportamiento sexual de hombres y mujeres, orientándolo hacia el matrimonio.

Además, hay que considerar que el honor masculino también se medía en función del honor femenino. Por ello, los hombres no estuvieron al margen de estas enseñanzas, en los periódicos se lanzan constantes advertencias a los seductores de las jóvenes, como la que sigue a continuación:



Que el que trata con doncellas,
logre divertirse con ellas,
bien puede ser.
Mas despues de divertido,
deje de ser marido,
no puede ser.

(Diario, 2 enero. 1791)



Las advertencias a los donjuanes y libertinos continuaban diciendo que “..la falsa maxima recibida de los libertinos, que aquella que fue liberal de sus ultimos favores con uno, puede franquearlos a mil” (Diario, 24 feb. 1791). Esta vocación de normar los comportamientos femeninos y masculinos se extendía a toda la sociedad como se evidencia en la publicación del Bando en el que se ordenaba la separación de los baños públicos de hombres y mujeres (Diario, 16 feb. 1791). Esta disposición se debía a los cotidianos desórdenes que se generaban entre hombres y mujeres, y que se pretendían evitar a través de la diferenciación de los espacios.

En este sentido, son significativas las alusiones a las enfermedades venéreas. En una disertación se mencionaba que: “Del mal venereo en particular sabemos que se comunica, y tenemos demasiados ejemplos de niños, que desde su nacimiento han sido víctimas de la vida licenciosa de sus Padres” (Mercurio Peruano IX, 29 dic. 1793). Tanto es así que se publicó en el Mercurio una receta para enfermedades venéreas (Mercurio Peruano, X, 6 feb. 1794). Desde una esfera laica y pública, el periódico intervenía en la vida privada, en la vida íntima de hombres y mujeres, apelando a su racionalidad, a sus convicciones religiosas; pero también, a sus creencias morales, a sus temores, a su sensibilidad.

La sublimación de la sexualidad en la imagen de la joven limeña iba de la mano con el deseo expreso de normar su recato a través del pudor o la verguenza, que no sólo protegía a la mujer de los asaltos de los hombres, sino también servía para contener los desbordes propios de la naturaleza femenina. En contraste con el recato de la limeña criolla, la mujer negra estaba asociada a la sexualidad, lo cual era debido a sus rasgos físicos según la argumentación racista de la época. Por eso, en más de un pasaje, se la presenta como objeto de deseo sexual[16]. Esta imagen iba acompañada siempre del cuestionamiento que se hacía de su moralidad. Además de la diferenciación socio-racial, esta visión se debía a la importancia que daba el pensamiento ilustrado al factor climático y su influencia sobre el ser humano, que hacía más recatadas a unas mujeres y más liberales a otras.

No sólo a las jóvenes se dedicaron los escritos sobre el cuidado que debían tener de su honor. Las viudas constituyen otro de los personajes a los que se dirigió una prensa con función docente. Se enfatiza en la posibilidad de que la viuda encuentre consuelo en diferentes hombres convirtiéndose en una mujer de mala reputación; frente a este problema los periódicos postulan diversas alternativas. Cuando se refiere que las negras eran inútiles para el servicio doméstico se propone que las viudas se desempeñen como amas de llaves o amas de leche, “por no quedar expuestas a la debilidad del sexo, y asegurar así su reputación y subsistencia” (Diario, 14 abr. 1791). O cuando se comenta que la madre viuda debía dedicarse a sus hijos “sin que la seducción triunfase de su virtud y la desviase de sus oficios” (Mercurio Peruano X, 16 feb. 1794).

Para ejemplificar la máxima expresión de estos principios de castidad y honra, se mostraba la imagen de las santas y monjas. En el Diario de Lima, es patente la imagen de Santa Rosa que se evidencia a través de noticias sobre su canonización, los milagros que realizó y las fiestas llevadas a cabo en su honor. Es así como el periódico limeño expresaba que santa Rosa era “una de las más prodigiosas mujeres que han visto los siglos pasados y verán acaso los venideros” (Diario, 12-15-20 abr. 1791), elevándola al papel de modelo ejemplar de mujer. Además, los criollos encontraban en su figura un elemento para la construcción de una identidad propia.

En oposición a esta imagen, aparece la mujer de mala vida que lleva al extremo la idea de que la mujer es la fuente del pecado, instrumento de la lujuria y de los placeres de la carne. Su aparición en el discurso periodístico es interesante porque permite apreciar cómo el mito de la mujer devoradora cobra realidad a través de la mujer de malas costumbres o de la prostituta, en las que el pudor no habría podido poner freno a la insaciabilidad propia de su sexo. De acuerdo con la visión de la época:



En la sexualidad de la mujer, la naturaleza se permite desbordes. El sexo llamado débil tiene deseos ilimitados, tiene una actividad devoradora que, en determinados climas, se expande tan amenazadoramente que, para tranquilidad y paz de todos, los hombres (...) encierran a sus mujeres.[17]



Es por ello que Ignacio de Lequanda, en el “Discurso sobre el destino que debía darse a la gente vaga en Lima”, afirmaba que “Nadie duda que la reclusión de estas mujeres contribuye a conservar las buenas costumbres” (Mercurio Peruano X, 23 feb. 1794). Este ilustrado señalaba que cuando las mujeres se hallaban en una situación económica lamentable se empleaban en “los oficios más indecorosos” y hacían en la sociedad “el papel más despreciable y criminal” (Mercurio Peruano X, 16 feb. 1794). La prostitución se daba entre las negras, indias, mestizas y mulatas como entre las españolas. Si bien son todas ellas mujeres de mala vida, se remarcan las diferencias por su extracción social y racial. En el caso de las primeras son vistas como un “gremio menos honesto, que estando de ellas más distantes las leyes del pudor, son de genios más libres y desenvueltos”. Mientras que las españolas que pasaban “de la vida inocente a la vida licenciosa: pero aún en ella vive la mayor parte con recato y sin escándalo”. A nivel de las prostitutas se mantenía la jerarquización socio-racial. Asimismo, aparece una clara separación y discriminación de estas mujeres en el conjunto social. En una noticia procedente de la Gaceta de Lima se relataba que se había mandado en Francia que todas las mujeres pidieran cédula de civismo, las que lo merecieran llevarían la escarapela nacional, mientras que a las de mala vida no se les concedería el derecho de portar este distintivo (Gaceta de Lima Nº 13, 19 abr. 1794, p.232).

Como veíamos, el honor femenino constituía un fuerte valor que cohesionaba a la sociedad en su total aceptación. Cuando se describía en la Gaceta la violencia de los revolucionarios franceses, para desprestigiar a la revolución aparecía la mujer ofendida en su pudor, como en la ciudad de Poperinque, donde habían obligado a todas las mujeres del lugar a despojarse de su ropa en medio de la calle, haciéndolas quitarse hasta el calzado y las medias (Gaceta de Lima Nº 22, 14 jun. 1794). Peor aún, cuando las noticias insistían en el ultraje a la reputación de la Reina antes de su muerte, concluyendo el artículo que “no bastando a sus verdugos quitarle la vida, sino también la honra” (Gaceta de Lima Nº 11, 11 abr. 1794), bien tan caro a una mujer hasta después de su muerte. Con el fin de acentuar la naturaleza caótica y violenta de la revolución en el periódico se le presentaba ajusticiada, violada, ofendida en su pudor. De este modo, apreciarían los lectores cómo en un contexto revolucionario donde se había dado la inmersión del orden, no se respetaba ni la vida ni la honra de las mujeres, principios tan caros a toda sociedad civilizada. Este entonces, era un argumento sólido para la propaganda contrarrevolucionaria.


Belleza y seducción

En los periódicos encontramos el énfasis en el tratamiento del tema de la belleza, aspecto central en la configuración de la imagen femenina. En este sentido, resulta significativa la generalizada denominación de “bello sexo” utilizada en esta época y en la centuria siguiente para referirse al género femenino, lo que revela como el atributo de belleza era considerado propio de las mujeres. En efecto, un redactor del periódico expresaba que: “La hermosura es la excelencia como privativa de su sexo, llamado por antonomasia el hermoso” (Mercurio Peruano IV, 19 abr. 1792).

Por ello, el tema de la belleza femenina fue materia a la que no dejó de prestar atención el discurso ilustrado. En el periodismo de la época aparecen numerosos comentarios sobre el tema. Un artículo estaba dedicado a presentar las “Ideas que tienen los diferentes pueblos sobre la hermosura”, donde se ponía de relieve el aspecto cultural de las diversas concepciones de belleza (Diario, 9 en. 1791). De acuerdo con el texto, las groenlandesas gustaban llevar el cabello largo, las mujeres de las Islas Marianas lo blanqueaban y las judías le echaban polvo de oro. Las mujeres de Florida se pintaban los ojos mientras que las griegas y romanas se bruñían como las turcas. Las chinas trataban de mantener pequeños sus ojos y sus pies como señal de belleza.

Al margen de estas reflexiones sobre la naturaleza de la belleza femenina, ésta era percibida como una forma de poder y en ese sentido era reverenciada al mismo tiempo que temida. En principio, la belleza daba a su poseedora un poder inusitado y tremendo sobre el hombre, lo cual es resaltado en el discurso ilustrado a cada instante. Entonces, se considera que “El principal patrimonio que constituye el esplendor y la opulencia de la mujer, estriba en el dominio que disfruta comunmente sobre el varon” y su hermosura la que “forma los grillos con que aprisiona y sujeta la dignidad del varón” (Mercurio Peruano X, 1794). Pero, esta no era la única dimensión del misterioso poder que daba a las mujeres su belleza. En una “Carta dirigida a una mujer hermosa” se le reprueba por comportarse como una tirana que perdía de vista lo justo y lo honesto, pues no iba a la Iglesia para adorar a quien le había dado la belleza, sino para usurparle las adoraciones. Se les tilda a estas mujeres de “heresiarcas que merecen los rayos de la venganza divina” (Diario, 13 jun. 1791). De acuerdo con Veronique Nahowm-Grappe, el poder de la belleza funciona en el breve lapso de la percepción estética y se convierte en el centro de atención que atrae las miradas, por lo que la mujer bella rivaliza entonces con las instancias de poder como el trono y el altar. En este sentido, la belleza corporal amenaza la jerarquía, pero es una amenaza puramente formal que se esfuma con la desaparición del objeto[18]. Sin embargo, formal y momentánea, la belleza femenina seguía siendo una amenaza a otras formas de poder.

Este temor a la belleza femenina no era nuevo, pero se mezcló con otras tradiciones culturales. En efecto, durante la Edad Media se manifestó un temor a la belleza femenina y el poder que ésta daba a las mujeres sobre los hombres, mientras que en el Renacimiento la belleza femenina era concebida como signo exterior de una bondad interior e invisible, por lo que la fealdad era asociada con la inferioridad social y el vicio[19]. El Siglo de la Ilustración va a ser heredero de estas dos tradiciones, exaltando el ideal de belleza femenina y criticando la fealdad de las mujeres que va a ser objeto de burla y de diatriba. Un ejemplo muy claro es el de la “Carta de la Sociedad de los Feos”, en la cual el editor comenta que los asociados han tenido siempre en tanta estimación al otro sexo, que están prontos a admitir a las damas, pero ninguna se ha acercado aunque “en el día abundan más las fealdades y defectos en las mujeres que en los hombres” (Diario, 22 feb. 1791).

La exaltación del ideal de belleza femenino era el de la joven. Por ello, la mujer anciana era mal vista porque había dejado atrás su belleza y su juventud. Se advertía a la muchacha que iba a perder su hermosura cuando envejeciera (Diario, 14 jun. 1791) y que si quedaba soltera iba a ser más cuestionada, pues la anciana soltera fue totalmente descalificada (Diario, 3 en. 1791). En general, existía una imagen negativa de la vejez, pero en particular, de la vejez femenina.

En la prensa ilustrada, destaca en especial la belleza atribuida a la mujer limeña, llegándose a afirmar que las jóvenes limeñas eran de una belleza igual o superior a aquella de las mujeres pertenecientes a otras culturas y razas (Mercurio Peruano I, 6 marz. 1791). Había una intención de propagandizar la belleza limeña, considerada prototipo de la peruana, seguramente con el objetivo de realzar la imagen de la mujer criolla sobretodo frente a la europea. Asimismo, se trataba de difundir en la prensa una imagen criolla de la mujer, donde la limeña reflejaría un estereotipo centralista frente al de las provincias. Se destaca, entonces, la imagen de la excepcional belleza de la limeña con su coquetería característica, orientada a la consecución de un esposo. En efecto, el centro de la vida de esta mujer sería la búsqueda de un marido, para lo cual despliega todas sus habilidades para seducir al hombre, pero sin perder el honor[20]. Este discurso reivindicatorio de la belleza femenina local es comprensible en función del nacionalismo criollo presente en el discurso ilustrado peruano, que buscaba hacer frente a las severas críticas de la realidad americana esgrimidas por los autores europeos.

El deseo de resaltar su hermosura iba de la mano con la propaganda que se hacía de su habilidad para seducir. La mujer era objeto de enfoques ambiguos dentro del pensamiento ilustrado, pues una vez destacada su belleza, su encanto, ese irresistible atractivo que ejerce sobre el otro, los textos insisten sobre su pusilanimidad, su debilidad y su coquetería, todas ellas cualidades que en lo físico y lo moral se confunden[21]. De esta manera, la prensa ofrecía descripciones detalladas de cómo esta mujer se paseaba coquetamente en los lugares públicos como la Alameda (Mercurio Peruano I, 13 en. 1791). La limeña era una mujer que gustaba mantenerse bella, bien vestida y con una agitada vida social que incluía desde los toros, rodeos y fiestas hasta las festividades religiosas. Era una mujer que ejercía su dominio sobre el hombre, sin embargo dependía de él pues está presente la idea de que la mayoría de ellas vivía bajo el asilo y la protección de sus padres, maridos o parientes (Mercurio Peruano X, 16 feb. 1794). La joven casadera resalta en los periódicos limeños por su gran belleza y su destreza para coquetear y seducir al hombre, quien vive bajo el imperio de una constante amenaza.

En este sentido, es que encontramos en los periódicos la recurrencia del tema de la seducción de las mujeres. En efecto, se enfatiza como a través del arte de la seducción las jóvenes limeñas enamoraban a los hombres y se convertían en dueñas de su voluntad. Es más, se cuestiona el hecho de que seducían haciendo “abuso de su belleza” (Diario, 14 jun. 1791). Las limeñas ejercían su poder sobre el hombre por medio de sus atributos físicos, que realzaban a través del vestido y el maquillaje.


Vestimenta y maquillaje

Al lado del ideal de belleza, otro tópico recurrente en la caracterización de la mujer era la vestimenta. Se evidencia una clara diferenciación en el atuendo femenino y el masculino, siendo este campo dominio privilegiado de la mujer, que buscaba verse bella y femenina. Por eso, los intentos de las mujeres por llevar pantalones eran mal vistos porque iban contra el orden natural y por tanto, contra la jerarquía social. Ese era el caso de las revolucionarias francesas que vestían pantalones o calzones largos a semejanza de los sans-cullottes (Gaceta de Lima Nº 22, 11 jun. 1794, p.298). El hecho de que las mujeres vistieran prendas masculinas era otra de las evidencias de la total inversión del orden natural y social provocado por la Revolución Francesa.

Hay un gran interés por la vestimenta que se evidencia a través de los artículos que hablan, en general, del gusto y la moda en el vestir de las mujeres (Semanario Crítico Nº 3,4, 12,13). Asimismo, encontramos noticias dedicadas a describir las piezas del atuendo femenino como el puchero de flores, cuya descripción es ofrecida por los mercuristas a raiz del pedido de un lector interesado.



El fondo principal de puchero de flores es una manzanita al tamaño de la nuez, un palillo, uno o dos capulies, igual número de cerezas, y el azahar de naranja agria: puesto todo sobre una hoja de plátano... salpicadas encima las flores de manzanilla, del alelí amarillo, de las violetas, la aroma, la margarita, sobre lo cual se pone una rama pequeña de albahaca... otra del choclo, que trae una flor entre morada y blanca, tal vez una vara de jacinto, una rama de junco, cuyas flores son amarillas entre hojas blancas, y una frutilla pequeña ... todo lo que roseado con una agua de olor...

(Mercurio Peruano III, 18 septiembre. 1791)



Otra de las piezas más importantes del atuendo utilizado por las limeñas fue el faldellín, que es mencionado en varias oportunidades.



Un faldellín de los ricos
Vale siempre en Bodegones
incluyendo guarniciones
Y los diez pesos de hechura;
Y a pesar de su estructura
Que parece teatral,
Su salero lo hace tal,
Que realza la hermosura.

(Mercurio Peruano I, 6 marzo. 1791)

 

Del mismo modo se mencionan los grandes aros portados por las mujeres de la capital (Diario, 8 feb. 1791). Estas referencias aparecen muchas veces en forma de poemas dedicados a ensalzar las partes del vestuario femenino y se resalta que son prendas de origen local, específicamente limeñas, lo cual estaría reflejando la construcción de una indentidad criolla a través de la vestimenta. Dichos artículos cumplían también el objetivo de propagandizar el uso de estas prendas entre el público femenino ya que se mencionaba dónde eran adquiridas, el precio al que ascendían los modelos que se podían comprar y la forma en que debían ser llevados.

Este interés por hacer propaganda de la vestimenta femenina se debía, entre otras cosas, a que durante el siglo XVIII, el papel de las mujeres como consumidoras se consolida. Los Borbones dan un nuevo cariz a la corte y se difunde la moda francesa al mismo tiempo que los espectáculos públicos para exhibirla. Sin embargo, la importación de productos suntuarios se convierte en una carga demasiado pesada para un país con una economía como la española. Por ello, según Bonie Anderson “uno de los temas predilectos de los ilustrados será precisamente la necesidad de que las mujeres vuelvan al tradicional modelo de austeridad, laboriosidad y recato que se había diseñado para ellas[22].

En el Mercurio un airado esposo se quejaba, a través de una carta, de que su mujer gastaba excesivamente en su vestuario, especialmente en el de tapada



Según mis cuentas ajustadas por un quinquenio son precisos al cabo del año cuatro faldellines de verano, y dos a lo menos de invierno, y aun sobre esto último tenemos mil camorras (de donde provienen las pataletas), porque el faldellín que sirvió para una función no ha de salir en otra así de pronto. ¿ Con qué se paga pues todo esto?

(Mercurio Peruano I, 10 febrero. 1791)

Es necesario señalar que este tipo de cartas, que intentaban exponer casos con la mayor carga verídica, eran inventadas por los editores del periódico para que sirvieran de ejemplo al público lector sobre lo que se debía o no hacer. Es decir, formaban parte de una estrategia desplegada por la prensa para cumplir con su vocación moralizadora. Entonces, las mujeres supuestamente contestaban al esposo enfurecido, argumentando que la vestimenta era una preocupación propia de su género, en la cual no debían inmiscuirse los hombres. Por ello, se muestra a las criollas como mujeres que no permitían que el marido las vista “según su gusto estrafalario”, mostrando independencia en este campo (Mercurio Peruano I, 3 mar. 1791). Sin embargo, este tipo de epístola que representaría la voz femenina, en realidad constituye una palabra doblemente masculina escondida bajo la máscara de la palabra del otro sexo.

El problema que ponía en evidencia esta carta era el del lujo de las mujeres y el excesivo gasto que éste significaba para la economía familiar. Justamente, el lujo en el siglo XVIII fue condenado tanto por moralistas como por economistas. Como vemos a través de la noticia, el lujo significa gasto y es considerado sinónimo de vanidad y ostentación. Para algunos ilustrados, el mal lujo es el de la aristocracia y el buen lujo es el de la burguesía. Lima padecía del primero[23]. Sin embargo, la causa de la crítica a los excesivos gastos de las mujeres no sólo se fundamenta en cuestiones de tipo económico, sino también en el nuevo ideal de mujer laboriosa, recatada y dedicada completamente al hogar.

El aspecto del vestuario se vinculaba con el de la belleza en dos sentidos. Por un lado, se consideraba que el vestuario era un medio que las mujeres utilizaban para verse bellas y distinguirse socialmente de las demás clases. La vestimenta de las mujeres negras y mulatas debía diferenciarse de la utilizada por mujeres de otros grupos sociales. En tal sentido, se recomendaba no vestirlas como las mejores señoritas (Diario, 14 abr. 1791). De esta manera, se remarcaban las diferencias socio-raciales en una sociedad tan compleja como la de las postrimerías de la época colonial. Por otra parte, se enfatizaba que el atuendo y los adornos no eran capaces de dar hermosura a quien no la tenía:



... saben muy bien estas señoritas...que los ricos adornos, superfluas galas, y redundancia de preciosos diges no es capaz de dar nueva y agradable forma a quien no la tuviere.

(Semanario Crítico Nº 12)

 
La cosmética era otro de los aspectos del vestir femenino, pues la pintura era vista como la “vestimenta” de las partes visibles del cuerpo y como un accesorio que completaba el arte de ponerse bella. Para las mujeres el maquillaje era indicador de status social y era parte de la obligación social y moral de aparecer bellas. Pero, tanto en Europa como en América, se difundieron argumentos negativos contra la costumbre femenina de maquillarse. Se incidía sobre los nocivos efectos que a largo plazo tenía esta práctica en el aspecto físico de las mujeres. Asimismo, se pensaba que no era natural pues alteraba “el rostro de Dios” y se le asociaba con el engaño y el adulterio. Al parecer, el ataque a la cosmética se debía, principalmente, a un profundo miedo masculino al engaño[24]. Entonces, el hecho de que las mujeres recurriesen a la cosmética para verse bellas no dejó de ser objeto de reprobación en el discurso ilustrado.

Ejemplo de ello es la protesta de un marido furioso que relataba cómo había sido engañado mediante los artificios de la cosmética, pues descubrió que la belleza de su esposa “era un puro efecto del arte”, por lo cual quería separarse de ella o que el padre entregase una mayor dote (Diario, 17 feb. 1791). En el siguiente ejemplar, el editor respondía realizando una distinción entre las mujeres que conservaban el rostro natural, a las que llamaba puras, y aquellas que lo tomaban prestado del arte, a las que denominaba pintadas. Con afán pedagógico, el redactor narraba el desgraciado caso de un amigo suyo con una pintada y aconsejaba a la pura que debía alejarse de esos engaños, dado que la mujer “libre de todo artificio interior, no necesita el exterior”. Se advertía que esta práctica podía acarrear funestas consecuencias (Diario, 18 feb. 1791).

Estas advertencias tenían su razón de ser dado que, tanto en el Perú como en Europa, la cosmética femenina era desaprobada por sus misteriosos poderes de seducción que, de acuerdo con el pensamiento de la época, inducían a los hombres a su perdición. Este discurso manifestaba la constante preocupación que existía por regular la sexualidad dentro de la esfera matrimonial[25]. Al mismo tiempo, esta prédica se debía a la gestación de una nueva estética femenina a fines del siglo XVIII que auguraba el concepto romántico de feminidad que predominó en la centuria siguiente. Empezaba a aparecer un gusto por la gracia y la simplicidad, las formas delgadas y el rostro natural, pálido, sin maquillaje.


3. El matrimonio: el acto central de la vida de las mujeres

El sentimiento amoroso entre el hombre y la mujer fue objeto de disertaciones científicas y composiciones literarias en el discurso ilustrado, que intentaba caracterizarlo, explicar su naturaleza y hasta establecer sus síntomas y por ende, sus remedios. Así, encontramos una descripción de cómo se empieza a amar, apelando en la argumentación al mundo de las sensaciones así como al encanto y al hábito (Mercurio Peruano I, 23 en. 1791). En la mayoría de alusiones al tema, se destaca cómo “..el amor es una dolencia de un género diferente a las demás” (Diario, 13 jun. 1791).

Son muchos los lamentos de hombres apasionados que se expresan en verso o en cartas. Pareciera que sólo los hombres podían ser presa de un sentimiento tan profundo hacia una mujer por la cantidad de piezas sobre el tema compuestas por varones. En muchos pasajes se describen los padecimientos de un amor no correspondido como en el poema que está a continuación:



Tres lustros que la adoro,
y ella a mi me aborrece,
y al paso que su odio crece,
yo me enciendo y acaloro, ....
O! cuanto un hombre padece,
cuando llega a apasionarse!,
O! quien pudiera librarse,
del tirano Rapacejo;
pero este es un mal muy viejo
e imposible de curarse.

(Diario, 7 enero. 1791)

En otras piezas literarias, se resalta la desdicha de aquel que “nunca bebió el generoso vino con que el amor embriaga” (Diario, 14 feb. 1791). El amor, a pesar de ser visto como una enfermedad, una dolencia o un padecimiento, se presenta como algo positivo, natural y necesario en la vida humana. También se habla de la enorme tristeza que genera la pérdida del amor de la mujer (Mercurio Peruano II, 4 ag. 1791). De ahí que se encuentren consejos, como el de Rossi y Rubi, quien decía a los hombres que estudiasen matemáticas para enfrentar los enamoramientos frustrados y dominar sus pasiones amorosas. El ilustrado afirmaba que:



Yo no hago mas que proponer una conjetura nueva, tal vez arriesgada y atrevida, sobre el modo de moderar las pasiones violentas, con especialidad la del Amor, y sobre el de preservarnos de su contagio. Esta nueva receta, este nuevo remedio es EL ESTUDIO DE LAS MATEMATICAS.

(Mercurio Peruano VIII, 1793)



Esta proposición expresaba el ideal ilustrado de la razón dominando a la pasión y a su vez, la contraposición natural de los dos géneros: la mujer sinónimo de sensualidad, irracionalidad y pasión; al lado del hombre considerándose a si mismo un ser racional, inteligente, cauto. El amor hacia la mujer causaría un desequilibrio en la natural racionalidad del hombre, quien debía dominar esta pasión por medio de la razón y la cultura. Sin embargo, hay otros hombres que no encuentran consuelo en la filosofía que es un vano escudo contra los sentimientos amorosos hacia una esposa ejemplar (Mercurio Peruano IV, 12 feb. 1792).

En otros casos, se presenta al hombre liberado del sentimiento que lo hace esclavo de la mujer como en este pasaje:



Yo he delirado mas que otro cualquiera en la loca adoracion de una belleza que me parecia fuese el centro de toda la sensibilidad y dulzura. Todas mis delicias se cifraban en su conversacion hechicera: no vivia sin verla, y la veia hasta en mis sueños. Le había jurado amor eterno: y mi corazón estaba tenazmente resuelto a cumplir este apasionado y temerario juramento-

(Mercurio Peruano II, 18 agosto. 1791)



Finalmente, el autor del texto dice con gran entusiamo y alegría que consiguió su libertad. Esta era constreñida por el sentimiento amoroso que daba a la mujer el dominio sobre el hombre convirtiéndolo en esclavo de su hermosura.

Esta preocupación por el tema del amor y su representación parecen preludiar el amor romántico del siglo XIX. Pero, al lado de este ideal de amor romántico no se ausentan los preceptos moralizantes y pedagógicos que contienen el desencadenamiento de esa pasión. Asimismo, se enfatiza la importancia del amor conyugal.


Edad y consentimiento

El matrimonio era el objetivo que debía perseguir toda mujer para su realización personal. Sin embargo, se aconsejaba no hacerlo tan pronto y acatar la decisión del padre. Se evidencia por la información periodística que a partir de los quince años el matrimonio es el centro de la vida de la mujer limeña (Diario, 25 en. 1791). En una Carta escrita supuestamente por una señorita de 13 años, ésta relataba cómo el padre se oponía al matrimonio y preguntaba qué debía hacer al respecto. La niña preguntaba a los editores lo siguiente:



Quando el Sr. Leandro me está mirando una hora continua, y me llama niña de sus ojos, no es esta una fuerte prueba de que está enamorado de mi?(...)
Mi edad acaso no es suficiente para dejar enteramente a mi albedrío la elección de un esposo?

(Diario, 25 enero. 1791)

 

En el texto se pone en evidencia que no sólo el sentimiento amoroso era importante para el matrimonio, lo era aún más el consentimiento del padre. El ideal era que las niñas pasaran de la tutela del padre a la del marido, es decir, reemplazar al padre por el esposo para estar bajo la tutela masculina siempre. Es ilustrativa la publicación de la Real Cédula en que se ordenaba que sólo los hijos de familia eran los que podían pedir consentimiento a sus padres, abuelos, tutores o personas de quienes dependían para contraer matrimonio (Diario, 19 en. 1791). Asimismo, a través de las noticias podemos advertir que el matrimonio se seguía tratando como una transacción social o económica, decidida por los hombres de familia.
En otro artículo dirigido “A las jóvenes en edad competente para el matrimonio”, una muchacha hace una consulta exponiendo que tiene dos amantes: un hombre de juicio y que goza de toda la estimación del sexo masculino y otro necio al que las damas favorecen. La joven termina diciendo que: “Si me caso con el hombre de mérito daré gusto a mis padres...Mas con mi querido galán...seré feliz, aunque no me pueda dotar en nada” (Diario, 22 feb. 1791). Es significativa la respuesta que con tono pedagógico editó el periódico, en la que se exohorta a la joven a que “acepte no al galán sino al cuerdo caballero”. El editor explica que las mujeres juiciosas después de algún tiempo de casadas no tienen la ambición de verse rodeadas de muchos pretendientes y adoradores. Cuando la edad ha sanado su natural vanidad y las ha hecho discretas, entonces su amistad se fija completamente en el esposo. A su vez, los maridos quieren a sus mujeres viejas y feas, pues la pareja casada comparte el mismo espíritu y las mismas ideas (Diario, 23 feb. 1791).

En este sentido, se daban recomendaciones para que las niñas evitaran ser seducidas, lo cual evidencia el despliegue de estrategias empleadas con el fin de controlar la sexualidad de la mujer desde temprana edad y orientarla al matrimonio, preocupación central de la vida de la joven. Hay una severa crítica del concubinato y de las relaciones extramatrinoniales como en la “Sátira de las costumbres de los presentes tiempos” (Diario, 5 en. 1791). Por eso, era necesario convencer a cada mujer de que su felicidad sólo se entendía en función de la consecución de un esposo, si no lo lograba había fracasado. El discurso periodístico era muy claro y tajante en este sentido; entonces, podemos comprender la dura y despiadada crítica dirigida a las solteras de más de treinta años. Clara muestra es el estribillo que aparece en el Diario de Lima: “Que haya con cara arrugada, doncella desesperada, bien puede ser. Mas que no nos diga ella, porque quiero soy doncella, no puede ser” (Diario, 3 en. 1791). Como vemos, las solteras eran objeto de burla o compasión. Estaban condenadas a la marginalidad en una sociedad en la cual el discurso era descalificador frente a quien se alejaba de las normas establecidas, en este caso la mujer que no cumplía con el requisito del matrimonio.

Se puede advertir una fuerte presión en las mujeres para el matrimonio, no sólo amparándose en el discurso moral laico sino en la política del Estado. Los periódicos, como se muestra en un artículo del Semanario, convenían en que el Estado debía “favorecer el matrimonio y poner grillos al celibato” (Semanario Crítico Nº 10). De la misma forma, en un pasaje de la Gaceta se enunciaba que la Junta de Salvación Pública ordenó en Francia que todas las mujeres, so pena de muerte, debían presentarse con marido en el término de tres meses ante un tribunal especial y que cualquier mujer viuda o soltera debía admitir por esposo al primero que la pidiera sin que pudieran servir de obstáculo las costumbres, el empleo, ni otros motivos. Más adelante se explica que la razón de la medida era remediar la pérdida diaria de la población del reino (Gaceta de Lima Nº 22, 14 jun. 1794, p.303). Esto se vincula con la preocupación por la demografía que, de acuerdo con Macera, encuentra una clara expresión en el siglo XVIII. Por eso la importancia de la maternidad y la procreación en este período.


La perfecta casada

Los deberes de la esposa son recordados a cada momento para hacer de ella “La perfecta casada”, parafraseando el título de la obra de Fray Luis de León. Sin embargo, son escasas las alusiones a la mujer casada en contraste con la joven que busca marido. Su imagen no se delinea con nitidez como esposa, sino como ente que sirve, principalmente, para la procreación y ésta se debía dar sólo dentro del matrimonio. Este va a ser un elemento esencial para la comprensión de la imagen de la mujer en la prensa de la época, pues había sólo dos opciones contempladas en el destino de la mujer: convertirse en esposa o en monja, las que no optan por ninguna de estas dos vías son severamente criticadas. Con el matrimonio, la mujer pasaba de la protección del padre a la seguridad que le brindaba el marido. El rol asignado a la mujer casada puede apreciarse en la siguiente frase:



Dar gusto al marido, que sabe sostener el peso de las obligaciones anexas al título de superioridad (...) subordinando con prudencia y razón el resto de sus miembros, es una máxima fundamental, en que reposa el hermoso edificio de la estabilidad y armonía de un matrimonio...

(Semanario Crítico Nº 8)



De esta manera, el discurso ilustrado establecía que en la relación conyugal, el marido disponía y la mujer obedecía. Uno de los principales deberes que debía cumplir la mujer era el de la fidelidad conyugal, por eso el discurso ilustrado enfatiza sobre el tema. Esta era vital dentro del edificio social, por lo cual el adulterio, especialmente femenino, era el acto subversivo por excelencia. La importancia de la fidelidad se remontaba a la época medieval. De acuerdo con Georges Duby desde el siglo X la Iglesia instituyó el matrimonio en Europa para someter la mujer al hombre, siendo durante el feudalismo una copia del acto de investidura por el cual la mujer le debía, principalmente, fidelidad al hombre. De este modo, el hombre se convertía en un señor feudal de su hogar al que la mujer y los niños le debían respeto y sumisión[26]. En el siglo XVIII, ya no sólo el sermón religioso, sino también la prensa trató de apelar a la conciencia individual para evitar este tipo comportamientos que iban contra el orden social. Si se insistía tanto en el discurso periodístico sobre el particular, eso significaba que en la realidad estaba muy difundido. Como señala María Emma Mannarelli para el siglo XVII, las relaciones extraconyugales se hallaban extendidas en la sociedad e involucraron directa o indirectamente a una gama social muy amplia, siendo parte de la vida cotidiana de la población, tanto en ámbito privado como en la esfera pública. Estas prácticas estaban sujetas a sanciones sociales y religiosas, siendo el adulterio el modo más amenazante y conflictivo de la extraconyugalidad; por eso el más criticado[27].

También se intenta normar el comportamiento de los esposos, pues se evidencia que la pareja es un terreno de conflictos. Como señala Michelle Perrot: “la historia de la vida privada es también la historia política de lo cotidiano”[28]. El proyecto ilustrado incursionaba también en este terreno para regular las relaciones políticas y de poder en la vida cotidiana, en un período en el que se estaba estableciendo una clara diferenciación entre lo público y lo privado. El dominio privado era el de la familia, el del hogar, donde la mujer tenía una importante injerencia en la gestión doméstica. Anteriormente vimos como la vestimenta era motivo de discusión entre los cónyuges, del mismo modo que va a ser el tema de la educación de los hijos. En ambos casos se le prescribía su rol a la mujer tanto como al hombre. También se presentan aspectos como el de los celos que generaban los maridos en sus mujeres, actitud que es criticada (Diario, 18 jun. 1791), o como debía ser el cariño prodigado por el marido a su esposa que está ejemplificado en la “Carta de un esposo enamorado” que ante la ausencia de su mujer no encuentra consuelo en la filosofía (Mercurio Peruano IV, 12 feb. 1792).


4. Maternidad: el ideal de mujer

Un aspecto central en la configuración de la imagen femenina es la procreación, que aparece como uno de los objetivos centrales del matrimonio. La naturaleza de la mujer y su razón se delinean en base a su facultad de dar a luz, por eso el discurso ilustrado insiste en la importancia que tiene la madre para la propagación del género humano (Mercurio Peruano X, 1794).


Higiene y salud durante el embarazo y parto

En el discurso ilustrado hay una preocupación recurrente por el embarazo y el parto, que se manifiesta en la cantidad de artículos producidos sobre el tema por médicos y obstetras. Al parecer, la mortalidad femenina por los partos alcanzaba en Europa cifras impresionantes debido a las pésimas condiciones en que éstos se producían[29]. En consecuencia, uno de los aspectos que ocupó las páginas de las publicaciones periódicas fue el cuidado que se debía tener durante la gestación y en el parto. En la “Disertación en la que se proponen las reglas que deben observar las mujeres en tiempo de preñez” se prescribe que “todo el objeto de la Madre debe dirigirse a conservar su feto, precaver el aborto y facilitar un parto natural. Los preceptos de la Higiene favorecen estas intenciones...” (Mercurio Peruano II, 5 jun. 1791).

Como se aprecia en la cita, evitar el aborto era uno de los objetivos del discurso médico, que en varias noticias intenta ofrecer una explicación sobre las causas del mismo. Para los médicos de la época existían, principalmente, tres clases de aborto: uno provocado por una sustancia o medicamento, otro originado en la violencia física o una intervención mecánica y el tercero, motivado por una conmoción psicológica. Es importante destacar que estas tres formas de aborto son descritas con detalle en diferentes artículos periodísticos. En uno de ellos se explica cómo las convulsiones histéricas originan la pérdida del niño.



Entre todas las cosas no naturales, son muy perniciosas las graves pasiones del ánimo, y con particularidad la ira, y el terror: la primera, enrareciendo los líquidos, es la causa mas comun de los abortos: y el segundo turbando los nervios y espíritus, en los primeros meses quita la vida al feto, y en los ultimos lo pone epiléctico

(Mercurio Peruano II, 5 junio. 1791)



En el artículo referido, se mencionan también como causas del aborto, los olores fuertes sean agradables o fétidos, olor de carbones encendidos o velas apagadas. Para evitar los abortos, se le recomienda a la mujer -de acuerdo con su complexión anatómica que las divide en histéricas o débiles y fuertes o robustas - que tenga una dieta especial y lleve una forma de vida saludable. La insistencia del discurso médico en las precauciones que debían tener las madres se vincula con el hecho de que para estos hombres, el embarazo, aun cuando evolucionara sin complicaciones, constituía un estado patógeno que perturbaba el sistema humoral y alteraba el equilibrio psicológico de la mujer. Por eso, encontramos en la prensa local y europea todo un imaginario del embarazo plagado de fantásticas historias sobre los irreprimibles deseos de las embarazadas, sus apetitos depravados y los nacimientos monstruosos a que daban lugar. Entonces, los médicos dan recomendaciones para superar ese estado de turbación muy peligroso para el feto y ofrecen orientaciones para el alumbramiento con la intención de mejorar la comodidad de la parturienta y aliviar tanto sus dolores como sus temores. Junto con este imaginario se encontraban también las descripciones científicas producto de la observación y la experimentación en las que los obstetras describían los males de la madre y el tratamiento al que son sometidas. Al respecto es ilustrativo el artículo titulado “Disertación de cirugía sobre un feto de nueve meses que expulsó una mujer por el conducto de la orina” (Mercurio Peruano V, 31 may. 3-7 jun. 1792). En la noticia se relata un caso médico en el que una mujer



... había tenido la desgracia en tres ocasiones diferentes de parir muertos los hijos a los nueve meses cumplidos; y viéndola en una florida edad, complexión robusta y un temperamento sanguíneo bilioso, entre otros recursos de que me valí para que se lograse ese fetus, fué el que se diera una sangría de brazo ácia el tiempo en que le bajaba la menstruación; y aunque no abrazó este dictamen por el horror que tenía a sangrarse (...) lo hizo en el tercero y quinto mes. Al entrar en el séptimo, tuvo tales ímpetus de ira una tarde que para desahogo de su pasión se arrojó al suelo dándose terribles golpes en el vientre...

(Mercurio Peruano V, 3 junio. 1792)

 

Vemos cómo los fantasmas de la histeria y el aborto en las mujeres recorrían el discurso médico que buscaba ejercer una función docente a través de la prensa. Otro de los temas que preocupó a los médicos fue el de los antojos de la madre y su influencia sobre el niño. Varias son las referencias a este tema en el Mercurio que advierten sobre los males que puede acarrear al feto la satisfacción de los “depravados apetitos” de la madre, que en los inicios del embarazo aún no ha desarrollado un instinto maternal. Esto interesaba porque en muchas ocasiones se intentaba dar una explicación de las deficiencias en la salud o malformaciones del niño a partir de los problemas durante el embarazo, como en el caso de la nota que trataba sobre la desfiguración de una niña (Mercurio Peruano II, 14 jul. 1791).

A este respecto, es interesante el artículo escrito por Cosme Bueno titulado “Disertación sobre los antojos de las mujeres preñadas”, que apareció en El Conocimiento de los tiempos, pequeña publicación que acompañaba a los periódicos. Este médico al igual que sus contemporáneos ilustrados, explica la existencia de antojos debido a la desmesurada imaginación de las madres. El antojo es definido como el apetito vehemente de alguna cosa extraña o usual que no fue satisfecha dentro de cierto tiempo y que puede llevar a las mujeres a realizar cosas extravagantes y hasta poco decentes. Sin embargo, Cosme Bueno afirma que los abortos y las deformaciones no se deben al incumplimiento de lo que dicta el antojo, sino a la descarriada imaginación de las madres, quienes trasmiten al feto las enfermedades y los estados de ánimo. Esta idea tenía su origen en la antigua creencia de que el útero dominaba a la mujer y hacía de ella un ser sensible a ultranza, presa de una imaginación sin límites, un ser exaltado y pasional. Si estaba gestando, peor aún porque estas características se acentuarían mucho más.

Sin embargo, ya en esta época se dejaban oir las voces que argumentaban en contra de esta creencia. En un artículo editado por los mercuristas, el autor afirmaba que: “El objeto de mi argumento no es otro, que el de la prolija y curiosa cuestion tratada por tan buenas plumas en diferentes tiempos, acerca del influjo de la imaginación materna respecto del feto” (Mercurio Peruano IX, 26 dic. 1793). Después de dar una serie de explicaciones médicas, finalmente concluye que esta idea no es cierta. Pero, en general, en el discurso ilustrado se siente un temor de la mujer, de la madre todavía más por su mayor propensión a la irracionalidad, aspecto que siempre buscaba normar la ilustración. La madre aparecía en las disquisiciones como un ser difícil de entender y conceptualizar.

El cuidado que debía tenerse durante el parto también fue motivo de reflexión y orientación pedagógica. En este punto, el discurso médico ilustrado, que busca la comodidad y el menor dolor de la madre, se rebela contra el religioso que manda a la mujer parir con gran sufrimiento. A las justificaciones teológicas se oponen las observaciones científicas que explican el dolor de la parturienta y las dificultades del parto debido a la cabeza del feto que es grande en el ser humano y a que en las sociedades civilizadas la mujer no está acostumbrada a trabajos duros y lleva un régimen de vida bastante sedentario. Por ello, en los artículos periodísticos se encuentran detalladas descripciones de la forma en que se debe dar a luz, siguiendo los principios de higiene y salud de la época. En muchas explicaciones se recurre a la tradición de Galeno e Hipócrates y en otras ocasiones a las autoridades de la ciencia médica moderna. Por eso se criticaba costumbres como el grave error de no lavar a los niños después de que nacían así como el aplicar braseros y aromas a los cuartos de las recién paridas (Semanario Crítico Nº 11). También hay noticias como aquella que refería que el estado de la luna cuando se daba el parto servía como anuncio sobre la calidad o sexo de los fetos (Diario, 31 en. 1791).

Estas disquisiciones involucran al feto también, se intenta explicar su crecimiento y desarrollo. Se pone al tanto al público lector, de los avances en este campo, cómo se observa en esta noticia:



Ultimamente sabemos que a correspondencia que el feto va creciendo, las piezas que componen un hueso se osifican, y constituyen una sola pieza o hueso, y lo que era membranoso se hace cartilaginoso, y esto huesoso...

(Mercurio Peruano V, 3 junio. 1792)



Es más, en otro artículo se refiere que el obstetra Mauriceau planteó que se podía determinar la edad del fetus por el peso de su cuerpo. Asimismo, preocupó a los médicos la relación que existía entre la madre y el niño a través del útero. En uno de los artículos se ofrece la más completa explicación, muy didáctica por cierto, para que sea comprendida por el público lector.



Aunque el Feto no está asido inmediatamente a la matriz, ni ligado a ella sino por unos pesonsillos exteriores de sus túnicas, ni tiene su sangre comunicación alguna con la sangre de la madre, y en una palabra, aunque en cierto modo es tan independiente de la madre que le lleva en su seno, como el huevo es independiente de la gallina que lo empolla: con todo se ha pretendido que todo lo que hacia impresión en la madre, lo hacia también en el Feto: que las impresiones en el cerebro de la una, obraban igualmente en el cuerpo del otro, y a esta influencia imaginaria se han atribuido las semejanzas, mounstruosidades, y principalmente las manchas que se advierten en la piel.

(Mercurio Peruano IX, 29 diciembre. 1793)



No sólo se hablaba del parto natural sino también de la cesárea como en el artículo sobre una practicada en Tucumán. En la noticia se explica cómo se hizo la operación a una difunta madre, a pesar de la oposición de la familia, y como resultado nació un varón que duró poco tiempo después de bautizado. El que informa señala que la criatura hubiera vivido si es que se hubiese hecho la operación luego de sucedida la desgracia y concluye advirtiendo a los lectores sobre la importancia del cuidado de la salud del alma y el cuerpo (Mercurio Peruano XII, 8 en. 1795). Este tema era relativamente nuevo, en “El zelo sacerdotal para con los niños no nacidos...” del Padre Francisco González Laguna, publicada en 1871, se abordaba como punto principal la operación cesárea. El mismo año de edición de la obra, el Virrey Jaúregui ordenó que se practicara en el Perú[30].

La cesárea se había practicado durante mucho tiempo, pero en la madre muerta -cómo se observa en la noticia- y el cirujano cumplía con un deber que no le traía problemas de conciencia. Sin embargo, en la Europa Moderna hubo mucha polémica sobre si debía practicarse cuando la madre estaba viva, pues su vida podía correr peligro, lo cual si constituía un grave dilema moral para el médico. A partir del siglo XVII se demostró que la cesárea era anatómicamente posible y la religión argumentó que era importante salvar el alma del niño para el bautismo. Los obstetras defenderán la autonomía de su arte, que criticaron a los partidarios de esta práctica cruel y bárbara que empleba la religión como pretexto. En realidad, la gran discusión era sobre si era lícito matar al niño o a la madre[31].

En defensa de las madres, salen los ilustrados lanzando diatribas contra las parteras y comadronas. Los mercuristas las denominaban charlatanas y curanderas que tenían “la habilidad de engañar al vulgo inexperto” (Mercurio Peruano II, 5 jun. 1791), mientras que el editor del Semanario las calificaba de “chusma de comadronas o parteras, cuya ignorancia y adulación ha inventado tantos lazos de perdición contra la humanidad” (Semanario Crítico Nº 12). Frente a estas prácticas supersticiosas y poco científicas, el discurso ilustrado ponía de relieve la figura del médico, poseedor de la ciencia y la práctica. Estas críticas evidenciaban la vocación de divulgar los preceptos de higiene y salud, que animaban los presupuestos científicos y médicos de la época. Entonces, se lamentaba la ausencia de mujeres formadas en este rubro en una ciudad tan populosa como Lima y se hablaba de la necesidad de desarrollar la Obstetricia, con el fin de “evitar los frecuentes daños que ocasiona la ignorancia de nuestras parteras”. Un comentario es ilustrativo a este respecto:



... debemos confesar, que esta parte tan útil de la Cirugía, no ha logrado aun entre nosotros aquella perfección que se merece. Las parteras de Lima se apropian este título, sin mas principios ni reglas que una asistencia ciega, y sin mas conocimientos que los que ofrece la experiencia propia...

(Mercurio Peruano III, 25 diciembre. 1791)



Es importante señalar la actualidad de este discurso, porque aún hoy el debate entre la medicina tradicional y la occidental o moderna en lo referente al embarazo y el parto se encuentra vigente en nuestro país.


La lactancia materna y la crítica a las amas de leche

La lactancia materna ocupa un lugar central en el discurso ilustrado dirigido a las mujeres y se realizó una campaña propagandística en contra del hábito de recurrir a las amas de leche. Este era un tema polémico que desde el siglo XVII se discutía en los tratados médicos y filosóficos, cuyos ecos se prolongarían durante la centuria siguiente. Por ello, en el siglo XVIII europeo se evidenció una reducción de esta práctica por la propaganda hostil que la veía como antinatural[32]. En el Semanario Crítico, periódico destinado a las madres, Antonio Olavarrieta resaltaba enfáticamente los perjuicios que ocasionaba esta costumbre. En todos los ejemplares del periódico, el editor criticaba la tradicional y difundida costumbre de emplear a las amas de leche para amamantar a los recién nacidos y, al igual que sus contemporáneos, defendía la necesidad de la leche materna para el normal desarrollo y crecimiento del niño.

Las negras y mulatas eran las que cumplían el rol de amas de leche y se dedicaban a la crianza del niño en sus primeros años. Tal como condenaba el sacerdote, el servicio que prestaban esas mujeres era una práctica generalizada en la Lima de la época. Evidencia de ello eran los anuncios que comúnmente se publicaban en casi todos los números del Diario de Lima, en los que se anunciaba la venta o alquiler de amas de leche. Esta costumbre se va a mantener durante el siglo XIX, incluso después de la desintegración de la esclavitud.

Uno de los principales argumentos esgrimidos contra esta práctica era que a través de la leche, las amas negras y mulatas transmitían las enfermedades y los vicios propios de su raza (Semanario Crítico Nº 6). Esta creencia no era nueva, pues constituyó un prejuicio peninsular arraigado desde el siglo XVI[33]. La madre era considerada la culpable de esta situación por su renuencia a amamantar a sus propios hijos y preferir dárselos a una extraña (Semanario Crítico Nº 2). Por eso, el periódico insiste en la “...culpa letal en las madres la omisión de criar a sus pechos los propios hijos” (Semanario Crítico Nº 6). El amamantar al niño y cuidarlo era considerado un deber “natural” que debían cumplir las mujeres para ser madres en todo el sentido de la palabra. Del mismo modo, se argumentaba que esta práctica no tenía parangón con ninguna otra de la antiguedad o de las naciones cultas o los pueblos más salvajes (Semanario Crítico Nº 3).

El ataque a las madres continúa cuando menciona que al cumplir siete u ocho meses de embarazo, se afanaban por buscar una ama de leche (Semanario Crítico Nº 5). Asimismo, el editor explicaba que las madres no amamantaban a sus hijos para preservar su belleza y agradar así a su marido (Semanario Crítico Nº 7). En contraposición con la actitud frívola de estas mujeres, que se negaban a amamantar a sus niños, Olavarrieta sostenía que el amor materno, fundado en Dios y la naturaleza, podía hacer que las madres cuidaran a sus hijos (Semanario Crítico Nº 9).

Otro argumento de peso en el discurso ilustrado se basó en los preceptos de higiene y salud. Citando a Buffon, Olavarrieta afirma que es nocivo que se le diera al niño un alimento de harina y leche para suplir la escasez de la leche materna, pues ello traía como consecuencia enfermedades y hasta podía originar la muerte de la criatura (Semanario Crítico Nº 6). Es más, en una disertación del doctor Pedro Nolasco acerca de las “Conjeturas sobre las causas de la decadencia de la vida humana”, se consideraba como un motivo fundamental de los problemas de salud, la falta de la lactancia materna en la infancia. Se advertía sobre los peligros y el grave detrimento de los infantes debido a un breve período de lactación y se recurría a la historia y la medicina para persuadir a las madres de lo necesario que era cumplir con esa función natural. La robustez, sinónimo de salud, y la longevidad del hombre iban en relación al tiempo que duraba la lactancia materna. El autor concluía que:



Esta pues visto el orden con que la naturaleza fue descaeciendo a medida que se fue acortando el tiempo de la lactancia de los hijos: pero no han faltado en todas edades, y hasta nuestros días, hombres robustos y de vida longeva que debieron a su mayor lactación su mayor fortaleza.

(Mercurio Peruano II, 14 agosto. 1791)



La crítica a la participación de las negras y mulatas en la educación de los infantes continua en otros aspectos. Por sus creencias y costumbres las negras ponían al niño gran cantidad de ropa, lo asustaban con el “coco” y le hablaban “de toda clase de patrañas” como duendes, diablos y brujas. Asimismo, estas mujeres, por su forma de hablar, influían negativamente en el niño en su aprendizaje del idioma (Semanario Crítico Nº 2). Además, las amas, en vez de hacerle caso al niño cuando lloraba, lo dejaban llorar por mucho tiempo o -peor aún- lo golpeaban, por lo que algunos resultaban con terribles defectos físicos, que seguramente eran exagerados por el editor para impactar al público lector (Semanario Crítico Nº 6).

En un extenso artículo aparecido en sucesivos ejemplares del Diario de Lima que se titulaba “Reflexiones crítico-físicas y económicas por la que se demuestran los perjuicios que se originaron en el Perú con la introducción de los negros”, se reprobaba la moralidad de las mulatas y negras que eran mujeres “corrompidas y llenas de vicios” a las que los padres no debían encargar la educación de sus hijos (Diario, 9 al 15 abr. 1791). Del mismo modo se expresaba el Mercurio en una “Carta sobre las amas de leche” en la que se explicaban los daños que estas mujeres ocasionaban en la educación a través de un caso edificante. En el texto, un marido manifestaba su descontento hacia la conducta del ama que criaba a una de sus hijas, con las siguientes afirmaciones:



Una de las cosas que empezaron a chocarme en María fue el oír que no sólo tuteaba a Clarisa, y esta la llamaba mi mama, sino que también dormia con ella, comía, y jugaba, con preferencia a sus hermanitas, y aun a su misma madre. Yo bien sé que lo mismo sucede con casi todas las amas de leche; pero no por eso dejará de ser verdad, que esto influye mucha bajeza en el modo de pensar de las criaturitas, y engrie aun mucho mas a las nodrizas. En efecto, María es la que manda en la casa...

(Mercurio Peruano I, 27 enero. 1791)



Es así como la salud, una de las más importantes preocupaciones a fines del XVIII, al lado de la moralidad, constituían las sólidas premisas sobre las que se sustentaba la crítica de los periódicos al uso de las amas de leche, quienes resultaban teniendo una participación decisiva en las relaciones cotidianas del hogar de sus patrones.


Educación en la infancia

Otro de los aspectos abordados en las páginas de los periódicos es el relativo a la educación de los hijos, una de las principales funciones de la mujer y, a la vez, uno de los temas de mayor interés para la sociedad de esta época. Se presentaban aspectos tales como la manera en que los hijos debían dirigirse a los padres, reprobando el tratamiento de tu a los progenitores (Mercurio Peruano I, 23 en. 1791). Al mismo tiempo se exhortaba a las madres a que sean ejemplo de recogimiento y recato para sus hijas y que se dedicaran a cultivar en los hijos las cualidades del corazón (Diario, 14 en. 1791).

Para la prensa dieciochesca la participación activa de la mujer en la educación de los hijos era central para el posterior desenvolvimiento de la persona en la sociedad, tanto es así que la homosexualidad era atribuida a los defectos de la educación en los primeros años. El tema de la homosexualidad no estuvo ausente de las páginas de los periódicos limeños. La mujer con rasgos masculinos es aceptada y hasta elogiada como caso excepcional, mientras que el hombre con acentuados rasgos femeninos es rechazado y ridiculizado, excluido y perseguido. En una disertación sobre el tema, los homosexuales son descritos como “una especie de hombres, que parece les pesa la dignidad de su sexo; pues de un modo vergonzoso y ridículo procuran desmentir a la naturaleza”. Producen indignación o risa al verlos “adornados con todos los vestidos y galas del bello sexo” (Mercurio Peruano III, 27 nov. 1791). Esta referencia al travestismo, que es duramente criticada por los editores, más bien nos hace pensar en las leyes emitidas por el gobierno colonial, contrarias a que los hombres se vistieran de mujeres durante las fiestas y diversiones públicas populares. Como nos explica Juan Pedro Viqueira, esta normativa se basaba en los preceptos ilustrados que tenían como objetivo reformar las manifestaciones de la cultura popular[34]. También serían muestra de la crítica que desplegaban los periódicos a los usos y costumbres de las mujeres.

Lo que nos interesa es que para este caso se ofrece una explicación del origen de la anomalía. Entonces, la homosexualidad surgiría a raíz de la educación dada por las madres. Tanto el Mercurio como el Semanario convienen en atribuir la homosexualidad a las deficiencias de la crianza materna (Semanario Crítico Nº 5). Los “maricones” son considerados tan raros como los monstruos, enanos o hermafroditas. La causa de la afeminación, entonces, es “obra de una viciosa educación”, caracterizada por un excesivo amor materno y por desempeñar al principio empleos delicados[35]. Del mismo modo, las mujeres que en sus primeras ocupaciones desarrollaban actividades pesadas adquirían una complexión varonil. El artículo concluye afirmando que con una buena educación se verían menos costumbres afeminadas y habrían menos maricones (Mercurio Peruano IV, 19 feb. 1792).


5. Mujer y cultura

La educación de la niña

La educación femenina es un tema que aparece una y otra vez en la prensa hispanoamericana del período[36]. Esto se debía a que la educación de las niñas era un tema de preocupación en el siglo XVIII, cuando surgen los primeros programas educativos destinados a la mujer[37]. En este período hay un reconocimiento a la mujer de la necesidad de saber leer, escribir y contar, pero sin cuestionar su función social en el ámbito familiar y doméstico. Justamente, su educación se va a dirigir a lograr un buen desempeño como esposa y madre. La mujer es concebida como el ser de la pasión, de la imaginación, no de la razón, no del concepto. Al ser incapaz de una conceptualización sostenida, su razón debe dirigirse hacia lo concreto, hacia la práctica. Entonces, el ejercicio de su razón se dirige a los otros: a su marido y a sus hijos, permitiéndoles garantizar su felicidad y bienestar y, por tanto, cumplir con su función de mujer.

Como las niñas debían ser preparadas para asegurar su rol natural de esposa y madre, los manuales educativos y el discurso ilustrado insisten en el carácter práctico de la formación para mujeres. En consecuencia, las propuestas educativas acentuaban las diferencias de roles sexuales y colocaban al hombre como la causa final de la mujer. Esto se evidencia claramente en la distinción que hace Rousseau en la educación de los dos sexos, en su famosa e influyente novela “Emilio o de la educación” (1762). En la obra, al protagonista masculino, Emilio, se le enseñaba a pensar por sí mismo y a Sophie, su futura esposa, se le educaba para realizar las actividades del hogar y hacer feliz a su marido.

Al ser la mujer esencialmente esposa y madre, el espíritu ilustrado que era de carácter anticlerical, criticó la educación y la vida conventuales por considerarlas contrarias a la naturaleza. Las monjas eran incapaces de comprender lo que era una madre y esposa, a no ser en Cristo, por lo cual no debía encargárseles la formación de las niñas. Entonces, se propagandiza la educación en la casa y no en los conventos, pues el hecho de recluirlas en los monasterios, que son equiparados con “cavernas tenebrosas”, acarreaba malas consecuencias para la salud y constitución de las pequeñas. Por todo ello, el discurso periodístico cuestionaba duramente:



La costumbre de encerrar en los conventos a las niñas proximas a la pubertad, epoca critica de la que depende su buena o mala constitución, y por consiguiente el ser o no felices toda su vida, es muy reprehensible y digna de que se destierre, a pesar de lo introducida que está.

(Diario, 11 enero. 1791)



Más bien se recomendaba llevarlas a campo abierto y darles como primera lección que mejorasen su salud. Este cuestionamiento se enmarcaba en una crítica ilustrada a los conventos, los que encontraba tanto más incontrolables como ingobernables, por su independencia económica y social que desafiaba el proyecto borbónico. Como ha señalado Margarita Suárez, las órdenes femeninas jugaron un rol en el habilitamiento de capitales, constituyendo un sector dinámico dentro de la economía colonial, poco controlable por las autoridades masculinas[38]. En la práctica, los monasterios constituían un espacio femenino que escapaba a la injerencia directa del mundo masculino, era un espacio donde las mujeres establecían sus reglas de juego, podían acceder a la educación y detentar poder; era una huida del mundo masculino. Entonces, el convento de aquella época no sólo debe ser visto como ejemplo de conservadurismo social, sino también como una de las numerosas estrategias utilizadas por las mujeres para hacer frente a una sociedad que las sometía a la tutela del varón. Para ello, la mujer se valió de las propias armas que le facilitaba la sociedad, pues escondidas bajo el prestigio que le brindaban los velos, vivían en un mundo aparte.

El debate sobre el lugar para educar a las niñas era tema de reflexión tanto en Europa como en América. En ambos lados del Atlántico surgía la crítica del convento, lugar donde las jóvenes no aprenderían nada, y el cuestionamiento de las religiosas, mujeres que no gozaban de la experiencia conyugal para formar a las futuras madres y esposas. En este contexto, el empleo pedagógico de la casa evolucionó y la madre desempeñó un rol fundamental en la formación de su hija. Las niñas desde pequeñas debían aprender a ser recatadas, laboriosas y austeras, evitando el ocio y el lujo excesivo. La madre debía ser el ejemplo de estas virtudes según un artículo titulado “La crianza mujeril al uso” (Diario, 10 en. 1791).

La crítica del discurso ilustrado a la educación religiosa se enmarcaba también dentro de un proceso de secularización de la sociedad en su conjunto. Entonces, se prefería una formación laica a una de carácter religioso. Esto no significó que no se elogiaran las instituciones educativas como los Colegios de Niñas Expósitas (Mercurio Peruano 6 marz. 1791). Según Nancy Van Deusen, la creación de espacios de educación femenina respondía a la necesidad de control social masculino de la virginidad de sus doncellas[39].


Los hábitos de lectura

El hábito de leer se difundió durante la Epoca Moderna y en el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, aún más. La lectura era símbolo de status, de cultura, y las mujeres no fueron ajenas a este proceso. La lectura del periódico fue un fenómeno importante para el Perú de las postrimerías del período colonial no sólo para los varones. Había mujeres suscriptoras de los periódicos como el Mercurio y otras seguramente los adquirían a número suelto. Un editor llamaba la atención sobre cómo “Un Papel Periódico vuela con facilidad desde la Prensa a manos de una Madama, de un Negociante, de un Artesano” (Prospecto, Semanario Crítico).

Si bien es cierto que la mayoría de mujeres no sabía leer en la Lima de aquella época, el contenido de los periódicos pudo llegar a través de otros medios, el principal pudo haber sido el hombre en la perspectiva de los editores, quienes eran conscientes de esta situación. También la oralidad habría jugado un rol importante a través de las conversaciones en los espacios de sociabilidad. Si bien es cierto que en un artículo se incitaba a las mujeres a que aprendieran a leer y escribir, parece ser que esa no fue la tónica en la prensa peruana, a diferencia del periodismo de otras regiones hispanoamericanas. En el mencionado artículo se refiere cómo una mujer casada, cuyo amado esposo se hallaba ausente, tenía que dar a leer sus cartas y mandar escribir las respuestas. Por eso se reflexiona sobre “...los daños horrorosos que, especialmente en el bello sexo, acarrea su ignorancia” (Diario, 20 abr. 1791). Había, entonces, toda una intención de educar a la mujer para que cumpliera a cabalidad su rol en la sociedad como esposa y madre, con lo cual se la involucraba en la dinámica de los procesos informativos.

La lectura de libros también fue importante. En 1790 fueron procesadas Isabel Orbea, literata limeña, y la Condesa de Fuente Gonzales, una aristócrata, por proposiciones heréticas y lectura de libros vedados. En 1803 también la Baronesa de Nordenflicht, esposa del viajero, fue denunciada por la lectura de obras censuradas; tres años antes su marido había sido procesado por el mismo motivo. En ese mismo año otras dos mujeres fueron denuncidas por lecturas prohibidas como “Le Sopha” de Crébillon y “Cartas de Eloisa y Abelardo. Para los años siguientes también encontramos mujeres a las que la Inquisición enjuició por el mismo motivos[40].

Al parecer, no sólo la lectura fue un medio para que las mujeres de la élite se acercaran a la cultura. En una nota titulada “Nuevos establecimientos de buen gusto, se proponía al público lector el acudir a ellos. A las mujeres se les instaba a tomar clases en una Escuela de Diseño diciéndoles: “Las Madamas que tengan el buen gusto de dedicarse a aprender esta noble arte” (Mercurio Peruano II, 26 may. 1791). Asimismo, se les invitaba a una Academia de baile, en la que un profesor italiano les enseñaría el baile francés.

Sin embargo, estas exohortaciones a la mujer para que se educara no nos debe llevar a creer que se buscaba mujeres eruditas, por el contrario, éstas son severamente enjuiciadas cómo se aprecia en la respuesta de un varón a la erudita carta que escribió una dama sobre el señorismo de las mujeres. En una de las críticas, el autor cita a La Bruyere cuando afirma que “El sexo femenil se llama devoto sexo, y se llama también bello sexo; pero hay tantas hipócritas en el sexo devoto como feas en el bello sexo” (Mercurio Peruano IV, 19 abr. 1792). Al lado de estos ataques, el escritor hace alusión a la pésima comprensión que tiene la mujer de las obras que cita y de los poco lógico y erudito de su argumentación. En definitiva, el discurso ilustrado atribuía a la mujer una gran capacidad de percepción y una viva imaginación. Las mujeres incapaces de una reflexión sostenida y un razonamiento rpofundo debido a su constitución corporal y nerviosa por lo que la racionalidad estaba reservada para el hombre. Se acepta que las mujeres reciban una educación, pero ésta debe ser adecuada para ella que debe tener una influencia moralizante en la familia y debe mentenerse a prudente distancia del conocimiento[41].


6. Espacios femeninos: entre lo público y lo privado

El espacio público era el ámbito donde la mujer desplegaba una agitada vida social en la que el ocio y el disfrute se imponían. Este tema fue centro de atención de los ilustrados que escribieron al respecto resaltando el valor de la diversión en la sociedad. En un artículo titulado “Idea de las diversiones públicas de Lima” se mencionaba la comedia, la corrida de toros así como los paseos a la quebradita de Amancaes y a las lomas, o por la Alameda (Mercurio Peruano I , 13 en. 1791). Las mujeres eran presas del goce de estos espacios de diversión. Además, la mujer limeña vivía preocupada por la asistencia a las fiestas y espectáculos así como a las peregrinaciones y ceremonias religiosas. Los ilustrados ponen en la voz de un marido esta imagen de la mujer, cuando afirma quejoso:



... ella no pierde comedia; ella en los toros ha de tener Galeria; en tiempo de invierno lomas y mas lomas, amancaes y mas amancaes, y por fin de fiesta ha de ir a ver el rodeo de Atocongo, o se viene la casa abajo. En verano todas las tardes a la Piedra-lisa. Regularmente se baña con una camarada, y despues del baño acude a la Picantera, la arrozera, la del zanguito con yuyo, las fruteras, con todas las demas zarandajas que por ahí se van pregonando...De tiempo en tiempo, tenemos las fiestas de Lurín, la de San Pedro del Chorrillo, la de la Victoria en Bellavista, las de San Cristobal, Santiago del Cercado, y las demas peregrinaciones (...) En Fiestas de Purisima, y Misas de Aguinaldo, es increible su devoción: apenas duerme en aquellos dias, por no perder ninguna de estas santas concurrencias.

(Mercurio Peruano I, 10 febrero. 1791)



En este sentido, es importante lo que señala Sánchez-Blanco para la mentalidad española en el Siglo de las Luces sobre detenerse a observar el significado que tuvo en aquel tiempo el descubrimiento de la diversión y cómo se dio la transformación del ocio en diversión. Entonces, es comprensible que tertulias, espectáculos, paseos y bailes ocuparan la atención, especialmente, de las mujeres. La diversión ayudaba a olvidar normas tradicionales y justificaba gastos -como el de la tapada- que hasta entonces no se contemplaban en el presupuesto familiar. La música, el vestuario y la comida permitían desviar la atención del mito de la gloria hacia esferas de acción más mundanas, lo cual estaría reflejando el proceso secularización de la sociedad[42]. Por eso, estos nuevos espacios aparecen en desmedro de la Iglesia, lugar tradicional consagrado a la mujer (Diario, 13 jun. 1791).

Hay que destacar también, que la mujer aparece como protagonista principal en ciertos espacios públicos como la calle de Bodegones, el lugar más importante para el comercio de modas, donde las mujeres acudían a comprar sus variadas y costosas prendas de vestir como el típico faldellín o el puchero de flores. La prensa describe cómo estos espacios asociados a la moda y el vestir son de dominio de las mujeres.



La calle que se forma entre las mujeres que venden esta especie, se divide entre las que venden por mayor, y las que venden por menor. Las primeras tienen espalda a la Iglesia y venden sobre el suelo una o dos especies. Son estas las hortelanas o jardineras: a cuya frente están las que componen el Puchero...

(Mercurio Peruano III, 18 septiembre. 1791)



Pero, la calle aparece también como el espacio de las prostitutas (Mercurio Peruano X, 16 feb. 1791), las revolucionarias francesas o los homosexuales. Entonces, sólo ciertos espacios de la calle son para las mujeres de élite y de buena reputación, aquellos destinados a la moda, los espectáculos o las ceremonias religiosas. El lugar privilegiado de la mujer era el hogar.

La mujer es sirvienta, pero también ama del hogar. Es esposa y madre a la vez. Ella se encarga del gobierno de la casa por lo que debe exhibir las cualidades de modestia, dedicación y economía. En el rol que se les asigna a las mujeres es la de amas de su casa por lo que están obligadas a mantener los secretos de familia; esto entra en contradicción con el hecho de que ellas crean la opinión pública y el rumor. sacan los secretos de familia a la calle y en este caso, a los periódicos a los que mandan, supuestamente, sus cartas quejándose de los hombres. Así, las mujeres desempeñan un importante papel en el ejercicio del control social y con frecuencia en detrimento de ellas mismas ya que son el blanco preferido de ese control convirtiéndose en guardianas del hogar y de la moral familiar[43]. El discurso ilustrado las encierra en la casa en el sentido de que:



... no tienen la fuerza moral ni física que exige el ejercicio de los derechos políticos del ciudadano. Si se entregasen a estas penosas y útiles funciones, tendrían que sacrificar por ellas los cuidados más importantes a que las llama la naturaleza.

(Gaceta de Lima Nº 21, 11 junio. 1794, p.299)



Entonces, por su naturaleza será el hogar, el ámbito privado, su espacio natural.


Reflexión Final

En el Perú durante el Siglo de las Luces no se formuló un audaz discurso sobre la mujer. El discurso racional dominante que versaba sobre la naturaleza femenina emanaba de profundas meditaciones, predominantemente, masculinas. En ellas, la mujer era susceptible de ser definida tanto por su sexo como por su vocación de agradar al hombre mediante el arte supremo de la coquetería. Las mujeres eran seres emocionales, pasivos y delicados que debían seguir los principios de castidad y obediencia; mientras que los hombres eran seres racionales, activos y agresivos iluminados por el valor y el honor. A la mujer estaba destinado el hogar, donde debía desarrollarse como esposa y madre. Su vida debía orientarse a su esposo y a sus hijos, la felicidad de ellos era la suya. En este sentido, los periódicos habrían colaborado en la difusión de los prejuicios acerca de la mujer, muchos de los cuales lamentablemente tienen vigencia hasta nuestros días.


 


NOTAS

[1] Agradezco a Scarlett O’Phelan por sus comentarios iluminadores desde el inicio de esta investigación y su paciencia en la espera de este artículo, el que dedico a dos mujeres, una grande y otra pequeña: Anna María, mi madre y Karen, mi prima.
[2] María Carmen Iglesias. “Educación y pensamiento ilustrado”. En: Actas del Congreso Carlos III y la Ilustración. T. III. Madrid: Ministerio de Cultura, 1989.
[3] Jean Sarrailh. La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII. México: FCE, 1992. Es el trabajo clásico sobre la ilustración en España junto con el de Richard Heerr. España y la Revolución del siglo XVIII. Madrid: Aguilar, 1979.
[4] En un importante artículo, Patricia Oliart analiza las imágenes femeninas configuradas a partir de los textos de conocidos escritores peruanos entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas de este siglo. A través de su investigación se puede constatar que muchas ideas sobre la mujer guardan una continuidad con las imágenes de la mujer producidas a fines del siglo XVIII en la prensa limeña. Patricia Oliart. “Poniendo a cada quien en su lugar: estereotipos raciales y sexuales en la Lima del siglo XIX”. En: A. Panfichi y F. Portocarrero (eds.) Mundos Interiores: Lima 1850-1950. Lima: Universidad del Pacífico, 1995.
[5] Francisco Sánchez-Blanco. Europa y el pensamiento español del siglo XVIII. Madrid: Alianza, 1991. p. 80.
[6] Nosotros utilizaremos la edición de José Durand -que recoge el prospecto, 35 números y 6 suplementos- que abarca desde setiembre de 1793 hasta junio de 1794. José Durand. La Gazeta de Lima. Lima: Cofide, 1983.
[7] Un análisis de este periódico se encuentra en: Claudia Rosas. “La Imagen de la Revolución Francesa en el Virreinato Peruano a fines del siglo XVIII” Tesis (Lic.) Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 1997.
[8] Un estudio fundamental sobre esta publicación periódica la ofrece: Jean-Pierre Clément. Mercurio Peruano, 1790-1795. Vol. . Estudio. Frankfurt: Vervuert y Madrid: Iberoamericana, 1997.
[9] Jurgen Habermas. Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: Gustavo Gilli, 1981.
[10] Una renovada discusión sobre la estrecha relación entre cultura popular y de élite, que revisa la historiografía peruana sobre el tema, vease en Juan Carlos Estenssoro. “La plebe ilustrada: el pueblo en las fronteras de la razón”. En C. Walker (comp.) Entre la retórica y la insurgencia. Cusco: Centro Bartolomé de las Casas, 1996.
[11] Roger Chartier. Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. Madrid: Alianza, 1993.
[12] Chartier nos dice que debemos tomar en cuenta las diversas estrategias de lectura, las caracteríticas de la comunidad de lectores y la manera en que el texto llega a sus manos, dejando de lado la idea de que el contenido de los textos era leido y entendido de la misma forma por todo el público lector. Roger Chartier. El Mundo como Representación. Barcelona: Gedisa, 1992.
[13] Evelyn Berriot-Salvadore. “El discurso de la medicina y de la ciencia”. En: G. Duby y M. Perrot. Historia de las Mujeres. Tomo 6. Madrid: Taurus, 1993.
[14]Ibid. p. 119.
[15] Es muy importante para nuestra reflexión el trabajo pionero de Pablo Macera. “Sexo y coloniaje”. En: Trabajos de Historia. Vol. III. Lima: INC, 1974.
[16] La imagen de la mujer negra no varió sustancialmente en el siglo XIX, por el contrario, su figura siguió asociándose al plano sexual y era percibida como mujer escandalosa. Patricia Oliart. “Temidos y despreciados: Raza y género en la representación de las clases populares limeñas en la literatura del siglo XIX”. En: Narda Henríquez y Maruja Barrig (eds.) Otras Pieles. Género, Historia y Cultura. Lima: PUC, 1995.
[17] Michele Crampe-Casnabet. “Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 86.
[18] Veronique Nahowm-Grappe. “La estética ?máscara táctica, estrategia o identidad petrificada?”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 123.
[19] Sara F. Matthews. “ El cuerpo, apariencia y sexualidad”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 78.
[20] La imagen de la criolla limeña de los periódicos de fines del XVIII se asemeja, en lo fundamental, al estereotipo de limeña caracterizado por Patricia Oliart. “Poniendo a cada quien en su lugar...”. Op. Cit.
[21] Michele Crampe-Casnabet. “Las mujeres en las obras filosóficas del siglo XVIII”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 85.
[22] Bonnie Anderson. Historia de mujeres: una historia propia. Vol. 2. Barcelona: Crítica, 1992. p. 612.
[23] Jean-Pierre Clément. El Mercurio Peruano 1790-1795. Op. Cit. p. 168-173.
[24] Sara F. Matthews. “El cuerpo, apariencia y sexualidad”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 83.
[25] Ibid.
[26] Georges Duby. El caballero, la mujer y el cura. Madrid: Taurus, 1987.
[27] María Emma Mannarelli. Pecados Públicos. La ilegitimidad en Lima. Siglo XVII. Lima: Flora Tristán, 1993. Los capítulos dedicados el amancebamiento y el adulterio son importantes para una mejor comprensión de la información periodística.
[28] Michelle Perrot. Introducción. G. Duby y P. Aries. Historia de la vida privada. Madrid: Taurus, 1991.
[29] Bonie Anderson. Op. Cit. p. 611.
[30] Pablo Macera. Op. Cit. p. 320-325.
[31] Evelyne Berriot-Salvadore. “El discurso de la medicina y de la ciencia”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 144-145.
[32] Olwen Hufton. “Mujeres, trabajo y familia”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. p. 54-55.
[33] Lavallé afirma que los chapetones y gachupines consideraban que el hecho de que ya desde su nacimiento los criollos fuesen amamantados y criados por sirvientas indias o negras constituían vínculos tan fuertes como los de la misma sangre. Estas mujeres les transmitían sus defectos y costumbres perversas. Bernard Lavallé. Las Promesas ambiguas. Criollismo colonial en los Andes. Lima: PUC e IRA, 1993. p. 48.
[34] Juan Pedro Viqueira. Relajados o reprimidos?. iversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces. México: FCE, 1987.
[35] Se evidencia una voluntad por definir una división del trabajo por géneros, distinguiendo las labores propias de mujeres de aquellas realizadas por hombres. En un discurso sobre el destino de la gente vaga en Lima, Lequanda criticaba el hecho de que muchos trabajos propios de mujeres estaban desempeñados por hombres (Mercurio Peruano X, 20 feb. 1794). Entonces, podemos articular el discurso sobre la homosexualidad, que tenían su origen en el desarrollo de oficios delicados, con el interés por la división del trabajo por géneros.
[36] Johana Mendelson. “La prensa femenina: la opinión de las mujeres en los periódicos de la colonia en la América española: 1790-1810”. En: A. Lavrin (comp.) Las Mujeres Latinoamericanas. Perspectivas históricas. México: Tierra Firme y FCE, 1985.
[37] Martine Sonnet. “La educación de una joven”. En: G. Duby y M. Perrot. Op. Cit. Tomo 5.
[38] Margarita Suárez. “El poder de los velos: monasterios y finanzas en Lima, siglo XVII”. En: P.Portocarrero (comp.) Estrategias de desarrollo: intentando cambiar la vida. Lima: Flora Tristán, 1993.
[39] Nancy Van Deusen. “Los primeros recogimientos para doncellas mestizas en Lima y Cusco, 1550-1580”. En: Allpanchis, Vol. I, Nº 35/36. Cusco, 1990.
[40] Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas Completas. Madrid: Aguilar, 1964.
[41] Ulrich Im Hof. La Europa de la Ilustración. Barcelona: Crítica, 1993. p. 210-211.
[42] Francisco Sánchez-Blanco. Europa y el pensamiento español del siglo XVIII. Op. Cit. p.176-181.
[43] P. Aries y G. Duby. Historia de la vida privada. T. 6. Op. Cit. p. 28-29.





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Referencia bibliográfica del artículo:

Claudia Rosas Lauro. “Educando al bello sexo: la mujer en el discurso ilustrado”. En: Scarlett O’Phelan Godoy (comp.) El Perú del Siglo XVIII. La Era Borbónica. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú-Instituto Riva-Agüero, 1999, págs. 349-413.

 



Fotografía de portada: Dos tapadas limeñas. Acuarela de Pancho Fierro Biblioteca de Luis Ángel Arango/Biblioteca digital/Banco de la República de Colombia <http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/pancho/pancho3.htm>



LA AUTORA


Claudia Rosas Lauro (Lima, Perú 1972) es Historiadora formada en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde también ha cursado estudios de Maestría y se desempeña como catedrática. Es especialista en el tema de la Imagen de la Revolución Francesa en el Virreinato del Perú, con el que obtuvo el grado de Licenciada en Historia en 1997 y la Segunda Mención Honrosa del Premio María Rostworowski en 1998. Su investigación será publicada por la Universidad Católica del Perú, el Instituto Francés de Estudios Andinos y la Embajada de Francia bajo el título Del trono a la guillotina. El impacto de la Revolución Francesa en el Perú (1789-1808), con el prólogo de Michel Vovelle. Actualmente, cursa estudios de Doctorado en Historia en el Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Florencia, Italia.

Ha editado el volumen El miedo en el Perú. Siglos XVI-XX. Lima: PUCP-SIDEA, 2005 y publicado diversos artículos sobre la historia peruana en la época de los Borbones y los primeros tiempos republicanos, abordando aspectos como el impacto de la Revolución Francesa, la prensa y la opinión pública, la imagen de la mujer y el discurso ilustrado. Algunas de sus publicaciones son: “La Revolución Francesa y el imaginario nacional en Juan Pablo Viscardo y Guzmán”, en Juan Pablo Vizcardo y Guzmán: el hombre y su tiempo, Lima: Congreso de la República del Perú, 1999; “Jaque a la Dama. La imagen de la mujer en la prensa limeña de fines del siglo XVIII”, en M. Zegarra (Ed.) Mujer y género en la historia del Perú, Lima: Cendoc-Mujer, 1999; “Educando al bello sexo. La mujer en el discurso ilustrado”, en S. O’Phelan (comp.) El Siglo XVIII en el Perú. La Era Borbónica, Lima: IRA-PUC, 1999; “Loas y diatribas. La Revolución Francesa en la historiografía peruana”, en Félix Denegri Luna Homenaje, Lima: PUC, 2000; “Loas y diatribas. El Obispo Chávez de la Rosa y la campaña contra la Revolución Francesa en Arequipa”, en Sobre el Perú Homenaje a José Agustín de la Puente Candamo, Lima: PUC, 2002; “La imagen de los Incas en la Ilustración peruana del siglo XVIII”, en R. Varón y J. Flores (eds.) Homenaje a Franklin Pease, Lima: PUC, 2002; “Madre solo hay una. Ilustración, maternidad y medicina en el Perú del siglo XVIII”, en Revista de Estudios Americanos 61/1, Sevilla, 2005.

Otros títulos publicados que abordan problemáticas del siglo XIX son: “La inmigración extranjera al Perú, 1850-1930” (coautor L. M. Glave), en B. Fausto (comp.) Fazer a América: A inmigracao em Massa para a América Latina, Sao Paolo: Universidade de Sao Paolo, 1998; ganador del Premio Jabuti 2000; “Los ecos del 48 en el Cuzco”, en Yachaywasi 7, Lima, 2000; “El imaginario político regional en los periódicos cuzqueños entre la Independencia y la República”, en S. O’Phelan (comp.) De los Borbones a Bolívar. La Independencia en el Perú, Lima: IRA-PUC, 2001. y “La reinvención de la memoria. Los Incas en los periódicos de Lima y Cuzco de la colonia a la República”, en L. Millones (ed.) Ensayos de historia andina, Lima: UNMSM, 2005.
Obtuvo una beca para la Universidad de Sevilla por el Programa Intercampus (1996), una beca de estudios del Gobierno Italiano para seguir estudios de Doctorado en la Universidad de Florencia (2003) y una beca de investigación de Fundación Carolina (2005). Ha participado en calidad de ponente y organizadora en eventos académicos a nivel nacional e internacional como el Congreso sobre “Juan Pablo Viscardo y Guzmán: el hombre y su tiempo”, el Congreso Internacional “Al fin de la batalla” y el Coloquio Internacional “Los Jesuitas y la Modernidad en Iberoamérica (1549-1773)”. Se desempeñó como coordinadora del Proyecto Vargas Ugarte de Textos Coloniales de la Universidad Católica del Perú, que consiste en la recuperación y estudio de fuentes filosóficas coloniales. Asimismo, se desempeñó como investigadora en la elaboración del informe El Sistema Nacional de Cultura del Perú, para la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), que se concretó en un CD- ROM. Ha sido profesora de la Universidad San Ignacio de Loyola, la Universidad Ricardo Palma, la Escuela Superior de Pedagogía, Filosofía y Letras Antonio Ruiz de Montoya, el Instituto Superior Yachayhuasi, el Instituto Superior de Estudios Teológicos Juan XXIII y el Instituto Pedagógico Nacional. Es Miembro Ordinario del Instituto Riva-Agüero, Escuela de Altos Estudios de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

DERECHOS POLÍTICOS: UNA VISIÓN DE GÉNERO EN LA HISTORIA DE LAS MUJERES PERUANAS

DERECHOS POLÍTICOS: UNA VISIÓN DE GÉNERO EN LA HISTORIA DE LAS MUJERES PERUANAS

Sara Beatriz Guardia

CEMHAL/ Universidad San Martín de Porres/ Perú



La igualdad de derechos ciudadanos de las mujeres peruanas se logró el 5 de setiembre de 1955, mediante Ley Nº 12391, durante el gobierno del general Odría, que no era precisamente un demócrata. Su gobierno se caracterizó por una total ausencia de libertades políticas y una sistemática represión a sus opositores. Su objetivo no fue otro que reelegirse, para lo cual necesitaba el voto proveniente de sectores populares donde su esposa, María Delgado de Odría, había realizado un intenso trabajo con las mujeres.

 

El derecho al sufragio femenino se empezó a discutir en el Perú desde el debate de la Constitución de 1931, pero encontró una tenaz oposición de los sectores políticos conservadores. Nada extraño si tenemos en cuenta que la primera Constitución Política de la República Peruana de 1826, no menciona en ningún artículo a las mujeres. Simplemente no existen. Las Constituciones de 1828, 1834 y 1839, son aún mucho más explícitas al establecer en el Artículo 4°: “Son ciudadanos peruanos todos los hombres libres nacidos en el territorio de la República”. El registro histórico tampoco las tomó en cuenta, salvo a aquellas que sobresalieron o se negaron a aceptar las reglas de la sociedad tradicional como Flora Tristán y Francisca Zubiaga. Flora Tristán llegó al Perú en 1832, cuatro años después de aprobada la Constitución que otorgaba derechos políticos a los hombres alfabetizados excluyendo así a la gran mayoría de la población de indígenas analfabetos. En su libro: Peregrinaciones de una paria, describe la sociedad feudal, colonial y oligárquica peruana, y con aguda percepción retrata las condiciones de las mujeres de la elite criolla, atacando fuertemente al clero, por lo que su libro fue quemado en la Plaza de Armas de Arequipa. Mientras que Francisca Zubiaga de Gamarra, apodada la Mariscala, suscitó un intenso odio por el liderazgo político que ejerció durante los tres años de gobierno de su esposo, el presidente Agustín Gamarra, entre 1829 y  1832.  Ambas mujeres se conocieron en el barco "William Rousthon", en julio de 1834, cuando Flora Tristán venía de Arequipa desilusionada por no haber obtenido la herencia paterna largo tiempo esperada, y Francisca Zubiaga estaba incomunicada en ese barco que la conduciría al exilio. "Todo en ella, dice Flora, anuncia una mujer excepcional. Posee un don de persuasión que se soporta y no se discute"1. Atacada y criticada con severidad, La Mariscala fue perseguida mucho más que su esposo, quien incluso volvió a ser presidente poco después de que ella muriera deportada en Chile.

 

Posteriormente, en la década de 1870, surgió una singular presencia femenina en la literatura, en revistas dirigidas y escritas por mujeres, y en la apertura de las Veladas Literarias. En el discurso de la época dominado por los hombres, combatieron al clero que simbolizaba la defensa del status de las mujeres, y una educación orientada a su rol de madre y esposa. Las  revistas contenían artículos de literatura, teatro, arte, belleza y cocina. En 1876, Juana Manuela Gorriti, inauguró un salón literario en su casa donde los intelectuales de la época se reunían para intercambiar opiniones sobre cultura, política y acontecimientos locales. Este fue uno de los espacios donde las mujeres fueron construyendo un lenguaje público, y preparando el terreno para la conquista de sus derechos políticos.

 

No fueron pocos los obstáculos que debieron vencer para transitar por oficios "naturalmente masculinos" como la literatura y el periodismo, en el que destacaron: Mercedes Cabello de Carbonera (1845-1909) y Clorinda Matto de Turner (1854-1909). Mercedes Cabello de Carbonera, publicó en 1879, un ensayo titulado: "Perfeccionamiento de la educación de la mujer", donde afirmó que  "la instrucción y la moralidad de las mujeres han sido en todo tiempo el termómetro que ha marcado los progresos y el grado de civilización de las naciones"2. Opositora tenaz del rol que la educación tradicional le asignaba a la mujer, combatió en todos sus escritos la pasividad e inacción a la que estaba condenada: "¡Triste destino el que le deparan a la mujer nuestras sociedades! ¡Convertirla en un instrumento, en un objeto indispensable para la diversión, y la alegría de los demás! ¡Educación bárbara!3 Pero no consideró necesaria la conquista de sus derechos políticos, puesto que no le asignaba a la política una consideración ética y anteponía a la "fuerza bruta del poder de las armas", "la fuerza moral y las leyes de la justicia y la humanidad". Sólo entonces, planteaba, la mujer no tendrá "la vastísima necesidad de conquistar esos derechos"4.

 

Clorinda Matto de Turner, colaboró en diarios de la época como: "El Heraldo", "El Mercurio", "El Ferrocarril" y "El Eco de los Andes". En 1884, desempeñó el cargo de jefe de redacción del diario "La Bolsa", y su primer artículo estuvo orientado a la "Literatura según el Reglamento de Instrucción Pública. Para uso del Bello Sexo". Cinco años después dirigió "El Perú Ilustrado", y abrió su casa a las Veladas Literarias. Combatió el celibato de los sacerdotes y se enfrentó a la Iglesia, pues consideraba que si éstos pudiesen casarse cesarían los abusos sexuales contra las mujeres indígenas. Este es el tema central de su novela: Aves sin nido. Posteriormente, publicó Índole en 1890, y Herencia en 1895. Ambas escritoras fueron duramente criticadas por una sociedad que no les perdonó su anticlericalismo y valentía5. Mercedes Cabello de Carbonera murió sola, recluida en un sanatorio para enfermos mentales, y Clorinda Matto de Turner, exilada en Argentina. Ambas habían enviudado muy jóvenes.  

Antecedentes históricos: La lucha por la igualdad 

El reconocimiento de la igualdad de derechos entre personas de distinto sexo, recién fue posible durante el siglo XX. Hasta entonces, las mujeres no pudieron ejercer su derecho al sufragio ni participar en la política, vista como una actividad de exclusiva competencia masculina, lo que implicó que se las marginara como ciudadanas de la toma de decisiones en asuntos de interés colectivo, y que no estuvieran figuraran en ningún órgano de representación política6.

 

La lucha de las mujeres por conquistar sus derechos políticos ha acompañado la lucha por la democracia, y los cambios de la sociedad, conceptos y principios. En el siglo XVIII, el concepto de ciudadanía7 varió de la  noción clásica que representó el principio universal de igualdad, fraternidad y libertad. También cambio la identificación de valores y normas a partir de la democracia como protección a los ciudadanos del abuso del poder y de la codicia de los gobiernos8, a la par que el sistema político debía crear gobiernos que defendieran una sociedad de libre mercado. La resolución de este doble problema guardaba directa relación en quienes tenían derecho al voto y en el mecanismo de las elecciones. Un sufragio que excluía a los pobres, los analfabetos, las mujeres y las personas dependientes, fue defendido por el filósofo como el inglés, Jeremy Bentham (1748-1832), quien a pesar de que creía que para compensar sus problemas naturales las mujeres debían tener derecho incluso a más votos que los hombres, sostuvo que era imposible sugerirlo por los enfrentamientos y la confusión que la propuesta causaría en la sociedad. Mientras que, James Mill (1773-1836), planteó la necesidad de excluir a personas cuyos intereses estaban comprendidos en los de otras personas, como el de las mujeres incluidos en el de sus padres y maridos.

 

Incluso, la propuesta de Rousseau de una sociedad de productores independientes donde la propiedad privada fuera considerada como un derecho individual, y tal como señala en El contrato social, existiera “la igualdad de todos los ciudadanos en el sentido de que todos deben disfrutar de los mismos derechos”9, excluyó a las mujeres puesto que como no podían poseer propiedades productivas no eran miembros de pleno derecho. Es mas, Rousseau pensaba que era necesario mantenerlas en situación de dependencia, porque sus juicios y opiniones estaban mermados por “pasiones inmoderadas”, por lo que necesitaban de la protección y guía masculina para enfrentarse al reto de la política10. Lógica nada extraña en esa época. Según Macpherson, “un demócrata del siglo XVIII podía concebir una sociedad de una sola clase y excluir a la mujer; igual que un antiguo demócrata ateniense podía concebir una sociedad de una sola clase y excluir a los esclavos”11

 

      Corresponde a este período un notable ensayo titulado: Vindicaciones de los derechos de las mujeres, de Mary Wollstonecraft (1759-1797), quien se opuso al pensamiento político tradicional que negaba a la mujer los derechos políticos, y sostuvo que esta exclusión obedecía a preceptos  humanos e históricos12. Contra la imagen recurrente de la mujer como un ser débil, superficial y pasivo, Wollstonecraft sostuvo que era capaz de asumir el reto político y también el liderazgo, pero que la carencia de educación y el aislamiento doméstico habían frenado su desarrollo como ciudadanas de pleno derecho. La Revolución Francesa (1789), cuyo objetivo central fue la consecución de la igualdad jurídica y los derechos políticos de los seres humanos, puso en evidencia la exclusión de las mujeres. “¿No han violado el principio de igualdad de derechos al privar con tanta irreflexión a la mitad del género humano; es decir, excluyendo a las mujeres del derecho de la ciudadanía?”13, se preguntaba entonces Condorcet. En respuesta, las mujeres realizaron asambleas, editaron periódicos y tomaron las calles para proclamar su derecho a la educación y a la participación política, encontrando una tenaz oposición. Después, el código civil napoleónico se encargó de plasmar legalmente dicha ‘ley natural’14.

 

Nació así el movimiento feminista y sufragista, "una de las manifestaciones históricas más significativas de la lucha emprendida por las mujeres para conseguir sus derechos"15, que congregó a las mujeres sin distinción de clases sociales, ideologías y credos, pero coincidentes en reclamar los derechos que les negaban. La mayoría de estas organizaciones oscilaron entre la tendencia moderada y radical: Millicent Garret Fawcet (1847-1929), fundó en Inglaterra la Unión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino, de tendencia moderada, que impulsó movilizaciones de persuasión. Garret Fawcet, sostenía que era posible lograr el sufragio femenino sin tener que recurrir a “las cosas estúpidas que los hombres han hecho cuando han querido alterar las leyes”16. En cambio, Emmeline Pankhurst, al frente de la radical Unión Social y Política de las Mujeres, recurrió a acciones de violencia: “Nos tiene sin cuidado vuestras leyes, caballeros, nosotras situamos la libertad y la dignidad de la mujer por encima de toda esas consideraciones, y vamos a continuar esta guerra como lo hicimos en el pasado”17.

 

Influyó notablemente en el movimiento feminista, el socialismo utópico18 que surgió como respuesta a la difícil situación de los trabajadores explotados. Fourier (1772-1837), vinculó la opresión económica a la opresión sexual, y  sostuvo que el status de la mujer permitía medir el nivel de progreso social de una determinada sociedad19. En ese período, Flora Tristán propugnó la reivindicación de las mujeres desde una perspectiva feminista20, política, y social en su condición de obrera21, con lo cual "se adelantó a Marx"22. Según la tesis marxista, que significó un aporte sustancial, la emancipación de las mujeres sólo era posible con la transformación de las estructuras socio-económicas. La liberación femenina pasaba a formar parte así, de la teoría y práctica de la lucha por la liberación de la sociedad en su conjunto. La primera  interpretación marxista de la subordinación de la mujer y que mayor influencia tuvo, fue El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Federico Engels (1844). Para Engels, el desarrollo de la agricultura y la propiedad privada ocasionaron la derrota histórica del sexo femenino23.

 

El debate  intelectual y las acciones emprendidas por las mujeres, permitieron que a finales del siglo XIX el ámbito público no fuera más propiedad masculina24; también que las reivindicaciones políticas, sociales y económicas de las mujeres cobraran un mayor impulso. La primera petición formal en favor del sufragio femenino fue presentada por John Stuart Mill en la Cámara de los Comunes en 1866. En su libro, Sobre la esclavitud de las Mujeres (1869), comparó el sometimiento de las mujeres en el ámbito doméstico con una suerte de esclavos legales. Discurso que afianzó el cambio que produjo la llamada Segunda Revolución Industrial a partir  de la década de 1870, y que se refleja en el libro de August Bebel, La mujer y el socialismo (1879). Bebel destaca tres factores para lograr la emancipación femenina: Incorporación al trabajo productivo; activa participación social, política en la dirección y orientación de la sociedad socialista; y socialización de las tareas domésticas25. Coincidente con este discurso, Clara Zetkin sostuvo al inaugurar el Congreso de Constitución de la II Internacional en París, en 1889, que así “como el capitalista sojuzga al obrero, así sojuzga el hombre a la mujer, y ella quedará sojuzgada mientras no sea económicamente independiente"26. Zetkin dirigió en 1890 el periódico "La Igualdad”27, y el 8 de marzo de 1911, convocó al Segundo Congreso de Mujeres Socialistas en homenaje a las trabajadoras textiles norteamericanas reprimidas por la policía el 8 de marzo de 1897, fecha que fue designada como Día Internacional de las Mujeres. Tres años después, estalló la Primera Guerra Mundial, y las mujeres tuvieron que incorporarse al trabajo en tareas que hasta ese momento habían sido consideradas masculinas. Entonces fue posible que sus demandas fueran más comprendidas y asumidas por la sociedad. Prueba de ello es que varios países les otorgaron el derecho al sufragio28.   

 


Derechos políticos: una visión de género en el Perú

 

   En la primera y segunda década del siglo XX, los primeros núcleos de mujeres que lucharon por sus derechos surgieron en el movimiento anarcosindicalista. Aunque ya existían grupos femeninos impulsados por la corriente mutualista que desarrollaban actividades educativas y de apoyo a las familias tales como: la Sociedad Labor Femenina, Sociedad de Empleados del Comercio Bien del Hogar, Sociedad Progreso Femenino, Sección Femenina del Comité Obrero de Lima, y la Sección Femenina del Centro de Confraternidad y Defensa Obrera. Las mismas que cobraron mayor importancia bajo la influencia del anarquismo, al incluir entre sus objetivos la presencia de las mujeres en la estructura sindical. La apertura de un espacio de participación de las mujeres posibilitó la publicación de "La Crítica",  periódico dirigido por Miguelina Acosta Cárdenas y Dora Mayer, hecho que influyó en la huelga de los sindicatos textiles de Vitarte entre 1914 y 1915, en el que hubo una mayor presencia de las mujeres en tareas de abastecimiento y sostenimiento de la huelga. Pero es en setiembre de 1916, en la huelga general de jornaleros de Huara y Sayán, que las mujeres pasaron a la acción muriendo en el enfrentamiento con la policía: Inés Salvador y Manuela Chaflajo, mártires de la jornada de las ocho  horas29.

 

En 1914, María Jesús Alvarado, fundó “Evolución Femenina”, la primera organización feminista orientada a lograr la igualdad jurídica y el acceso de las mujeres a cargos públicos. Mediante una persistente y tenaz lucha lograron que la Cámara de Diputados aprobara su incorporación al trabajo en las Sociedades de Beneficencia Pública; pero la conquista de los derechos políticos no tuvo ninguna repercusión en una sociedad regida por un Código Civil promulgado en 1851, influenciado por la tradicional hegemonía masculina que establecía que las mujeres dependían de sus maridos, y que estaban impedidas de celebrar contratos de ley al igual que los menores de edad, los hijos no declarados y los locos30.

 

No eran tiempos fáciles para el desarrollo de estas ideas. Las primeras feministas fueron tildadas de locas, y María Jesús Alvarado vivió once años deportada en Argentina. Incluso, hombres de la talla de José Carlos Mariátegui no eran entonces permeables a las nuevas corrientes femeninas. Varios artículos firmados con el nombre de Juan Croniqueur, reflejan la imagen que se tenia de las mujeres, y el grado de exaltación de los valores burgueses, tradicionales y feudales de la sociedad limeña31. Para un "espíritu cultivado y sentimental", dice Mariátegui en 1914, el ideal de mujer está más acorde con la "sugestiva figura de una "midinette parisina" que con la de una sufragista "desgreñada, rabiosa, de aquellas que se lanzan a la conquista del voto femenino por los medios más inverosímiles y violentos"32.  Y se felicita que "aquellas teorías del sufragismo y del feminismo" sean en Lima "cosas exóticas", incapaces de entusiasmar a las mujeres. No era distinta la situación en los demás países de América Latina. Un feminismo anticlerical y combativo está representado por la española, Belén de Sárraga, radicada en Chile, directora de “La presencia libre”, y  autora del libro: “El clericalismo en América”, quien visitó varios países dictando conferencias. Signo de una época en la que se advertía una mayor influencia proveniente del exterior. 

 

En este contexto, la Revolución Rusa en 1917, abrió nuevas perspectivas históricas para las mujeres, y tuvo una notable influencia en el pensamiento filosófico. La Constitución Soviética de 1918, estableció la igualdad de todos los ciudadanos independientemente de su sexo, raza y nacionalidad, y en el artículo 64, se consignó la igualdad de los derechos de la mujer y el hombre. Mientras que ideólogos como Lenin afirmaban el principio que la emancipación femenina sólo era posible en la sociedad socialista. En el Perú, el impacto de la Revolución rusa, el indigenismo como movimiento que intentó incorporar elementos de la tradición andina en el arte y la cultura, y la cuestión nacional como consecuencia de la influencia norteamericana, impulsaron en la década del veinte, nuevas corrientes políticas, literarias y artísticas. Mayor independencia y autonomía política, y una cultura popular abierta a las nuevas corrientes. Sin embargo, esto no se reflejó en la Constitución de 1920, que siguió negándoles a las mujeres su condición de ciudadanas con derechos. Pero lo tiempos habían cambiado. Las mujeres irrumpieron en el campo literario, proclamaron su derecho a ser escuchadas y desafiaron a la sociedad: cambiaron el suave vals por el charlestón, se cortaron los cabellos y se despojaron de sus largos trajes.

 

A su retorno de Italia, José Carlos Mariátegui perfiló un proyecto que incluía en su propuesta la socialización del poder político, la participación de los ciudadanos, y “la transformación del mundo de las relaciones intersubjetivas en el sentido de la afirmación de la solidaridad"33. En varios escritos se pronunció a favor de la emancipación femenina, y en "La mujer y la política" (1924), celebró que la mujer adquiera los mismos derechos políticos que el hombre, y destacó este hecho como  "uno de los acontecimientos sustantivos del siglo veinte". La Revista Amauta, que fundara en 1926, representó un movimiento ideológico, político y cultural en el que estuvieron incorporados los problemas fundamentales del país, cuando “había terminado una época signada por el predominio de una democracia señorial; (y) crecían los movimientos reivindicativos de los trabajadores”34. Congregó a los intelectuales más importantes de la época, y a un destacado grupo de mujeres que escribieron y desarrollaron una intensa actividad política. No hay un solo número de la revista en que no aparezcan artículos, poemas, cuentos y comentarios de libros escritos por Dora Mayer de Zulen, Carmen Saco, Julia Codesido, María Wiesse, Blanca del Prado, Ángela Ramos y Alicia del Prado35. Además de la presencia de poetisas de la talla de Magda Portal, Gabriela Mistral, Ada Negri, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou y Blanca Luz Brum36. Mujeres que expresaron un mundo interior pleno de intensidad lírica sin temor ni vergüenza de ser mujeres, de sentirse artistas, "de sentirse superiores a la época, a la vulgaridad, al medio", y no dependientes "como las demás de su tiempo, de su sociedad y de su educación"37.

 

La presencia política de los partidos comunista y aprista, marcó los años treinta regido por gobiernos militares. El comandante Luis Sánchez Cerro depuso al Presidente Leguía en 1930, y tres años después fue asesinado; lo sustituyó el general Oscar R. Benavides, como Presidente de la República, hasta 1939. ¿Cómo podía articularse un movimiento en favor de los derechos políticos para las mujeres en ese contexto? “Feminismo Peruano”, fundado por Zoila Aurora Cáceres en 1924, realizó una serie de acciones para conquistar el sufragio y la igualdad de salarios durante catorce años sin ningún éxito, pues la Constitución Política de 1933, en su Artículo 86°, le otorgó a las mujeres alfabetizadas mayores de edad el voto en elecciones municipales, que no pudieron ejercer hasta 1963 debido a las permanentes interrupciones del proceso democrático.

 

Fue en la acción política que las mujeres ganaron terreno en la militancia partidaria y en la organización de comités de lucha y grupos de apoyo. Varias fueron apresadas como Alicia del Prado, que al salir en libertad en 1936, fundó “Acción Femenina”, organización del Partido Comunista orientada a la formación y educación política de las mujeres en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces, las mujeres en Europa se agruparon en el Comité Internacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, mientras que en el Perú, “Acción Femenina”, amplió sus fronteras de trabajo convirtiéndose en un frente amplio en el que confluyeron mujeres de distinta filiación política, lo que a su vez hizo posible la constitución del Comité de Ayuda a las Víctimas de la Segunda Guerra Mundial Alas Blancas, que al finalizar la guerra se disolvió, pero “Acción Femenina” prosiguió su labor hasta 1952, año en que la dictadura de Odría cerró su local y les prohibió reunirse.

 

La derrota del  fascismo produjo la polarización entre el sistema capitalista y socialista, y la debacle de las potencias coloniales hostigadas por la ola nacionalista que recorrió el continente africano y asiático. También trajo abajo la vieja teoría de la ineficiencia de las mujeres en trabajos técnicos o científicos, y obligó a las empresas a pagar un salario más justo a las mujeres que realizaban el mismo trabajo que los hombres y con igual eficacia38. En 1945, del Congreso Femenino de París, nació la Federación Democrática de Mujeres, después la Federación Mundial de la Mujer; mientras que en América Latina, entre 1946 y 1949, se conformaron organizaciones y federaciones de mujeres en Argentina, Chile, Cuba, México, Brasil y República Dominicana; en la década del 50 en Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Venezuela, Colombia, Uruguay, Ecuador y Paraguay; y posteriormente en Haití, Honduras, Perú y Panamá.

 

La posición conservadora de la sociedad peruana frente a los derechos de las mujeres, no solo fue defendida por partidos de la derecha, sino por aquellos con un discurso progresista como el Apra. En 1948, Magda Portal renunció al Partido Aprista porque las conclusiones del Segundo Congreso contenían el siguiente enunciado: Las mujeres no son miembros activos del Partido Aprista porque no son ciudadanas en ejercicio. “Me levanté y pedí la palabra - recuerda Magda Portal - Haya dio un golpe en la mesa y dijo: No hay nada en cuestión. Insistí con energía que quería hablar y él volvió a repetir lo mismo. Ante esto, me levanté con un grupo de mujeres y dije en voz alta: ¡Esto es fascismo! Después me eligieron Segunda Secretaria General de Partido, pero me quitaron la dirección del Comando de Mujeres. No volví nunca más al Partido"39.

 

Sin embargo, en la década del 50, existía un clima más propicio para el reconocimiento de los derechos de las mujeres, a partir del principio de la igualdad de derechos humanos de la Carta de las Naciones Unidas. En la Convención Interamericana de Mujeres, realizada en Bogotá el 30 de marzo de 1948, los gobiernos americanos representados en la Novena Conferencia Internacional Americana, señalaron que era aspiración de la comunidad americana equilibrar a hombres y mujeres en el goce y ejercicio de los derechos políticos, y acordaron “que el derecho al voto y a ser elegido para un cargo nacional no deberá negarse o restringirse por razones de sexo”. Es en este período que la mayoría de gobiernos latinoamericanos otorgaron a las mujeres el derecho al sufragio40.

 

En el Perú, la década del 50 también representó profundos cambios signados por una migración masiva del campo a la ciudad y el incremento de zonas marginales. Data de aquellos años, la publicación de El segundo sexo de Simone de Beauvoir (1949), libro que influyó notablemente en el pensamiento de la época. "Todo lo que se ha escrito después en el campo de la teoría feminista ha tenido que contar con esta obra, bien para continuarla en sus planteamientos y seguir desarrollándolos, bien para criticar oponiéndose a ellos”41.

 

De esta manera, el discurso de las mujeres en la década del setenta logró una mayor influencia, y su participación política no estuvo ya circunscrita a un reducido grupo de vanguardia. El impulso del feminismo en Europa y Estados Unidos marcó este proceso en el contexto de una América Latina signada por un clima de agitación social, dictaduras militares, y una fuerte presencia del pensamiento de izquierda y marxista. Posteriormente, en los años ochenta los procesos de transición y consolidación democrática en el Perú y América Latina, posibilitaron el desarrollo de nuevos movimientos políticos y plantearon nuevos escenarios y retos. La incorporación de las mujeres al mercado del trabajo transformó un ámbito predominantemente masculino: De 1961 a 1981, la tasa de crecimiento de la Población Económicamente Activa Femenina alcanzó el 70%, superando significativamente la tasa de crecimiento masculina. Sin embargo, se trataba de un trabajo mal remunerado y de escasa calificación.

 

En esos años surgieron organizaciones de mujeres de los sectores urbano-populares, que no se definieron como feministas, aunque en la práctica cuestionaron el orden establecido al convertirse en soporte económico de sus hogares, y movilizarse en pro de conquistas sociales ante la carencia de una política de Estado favorable a las mujeres, la ausencia de reivindicaciones en los partidos, y en la institucionalidad política. Estas organizaciones se empezaron a desarrollar a partir de 1978, con la creación de las ‘cocinas familiares’, que posteriormente en 1985 se llamaron ‘comedores del pueblo’. En ambos casos fueron promovidos desde el Estado como mecanismos compensatorios a la crisis económica; pero después se organizaron por iniciativa de las mujeres incluyendo reivindicaciones de género, educación y promoción. De 500 comedores populares que había en Lima en 1984, actualmente ascienden a 5,000 en todo el país. Mientras que los Comités del Vaso de Leche fueron creados a iniciativa del gobierno municipal de Izquierda Unida entre 1984 y 1986.

 

Pero el hecho de enfrentar la sobrevivencia de manera colectiva en la distribución y preparación de alimentos, significa algo más que un esfuerzo común en espacios cotidianos. El hecho de concurrir a asambleas, pertenecer a comisiones, y recibir capacitación, dio lugar a la aparición de lideresas mujeres al frente de estos movimientos, cuya fuerza política ha querido ser manipulada por más de un gobierno. Las organizaciones populares de mujeres constituyen hoy “un espacio privilegiado a partir del cual se pueden plantear y analizar los problemas más gravitantes del país: la crisis económica y su impacto en la alimentación popular; el desarrollo de organizaciones de base alrededor de estrategias de subsistencia, así como la participación protagónica y organizada de las mujeres en dichas estrategias”42. Sin embargo, persisten las limitaciones para articularse como movimiento en relación con otras organizaciones comunales. Expresan, además, la ausencia de las mujeres en las esferas de decisión política, comunal o municipal, la opresión de una sociedad sexista y patriarcal, y un sistema económico que las excluye. 

 

La valentía de estas mujeres quedó demostrada durante los años del terrorismo de Sendero Luminoso, que en su demencial análisis consideró que las organizaciones populares apoyaban de manera indirecta la viabilidad del gobierno, y por lo tanto eran “enemigas del pueblo”. Intentaron controlarlas y, al no poder hacerlo, asesinaron a varias de sus dirigentas. En 1991, asesinaron a Doraliza Díaz, del Vaso de Leche; y el 20 de diciembre del mismo año, intentaron asesinar a Enma Hilario, dirigenta de la Comisión Nacional de Comedores Populares. “En febrero de 1992, mataron a María Elena Moyano, y siguieron haciendo lo mismo durante los meses siguientes en otros lugares del país”43. Sendero Luminoso debilitó las organizaciones populares de mujeres, hasta que en 1993 se inició una lenta recuperación en aras de canalizar sus demandas y lograr una mayor presencia en la escena pública.

 

 

Legitimación de derechos políticos y sociales

 

La incorporación a la vida política y a cargos de representación política de las mujeres ha sido progresiva, pero lenta desde que obtuviéramos hace casi cincuenta años el derecho al sufragio. En 1956 fueron elegidas 7 mujeres al Congreso; luego de varios gobiernos militares para el período presidencial de 1980-1985: 15 mujeres representaron el 6.3% de participación. Entre 1985-1990: 13 mujeres (5.4%); 1990-1992: 16 mujeres (6.7%); entre 1993-1995: 7 mujeres (8.8%); 1995-2000: 13 mujeres (10.8%), período en el que por primera vez una mujer presidió el Congreso, y también fueron mujeres las integrantes de la mesa directiva. En el gobierno de transición 2000-2001, se produjo un significativo aumento al elegirse 26 mujeres al Congreso (25%). En la actualidad, para el período del 2001-2006, han sido electas 20 mujeres (24%). En estas elecciones se presentó por primera vez una mujer como candidata a la Presidencia de la República, y recientemente ha sido elegida una mujer Presidenta del Consejo de Ministros.

 

Logros conseguidos gracias a una permanente presión de las organizaciones feministas y de los movimientos de mujeres: En 1991, se formó un Grupo Parlamentario de Mujeres con el fin de impulsar tres propuestas: Coeducación, Prevención de la violencia contra la mujer, y una Ley de Comisarías para las Mujeres. El Congreso Constituyente de 1993, aprobó una Ley Contra la Violencia Familiar, y la creación del Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social.  En 1994, se creo la Comisión de la Mujer en el Congreso; y en 1998, la Ley General de Elecciones estableció que los partidos políticos incluyeran en sus listas candidatas mujeres en un porcentaje mínimo del 30%, tanto para las elecciones internas de los partidos como para los procesos de elecciones generales, municipales y regionales.

 

Esto no quiere decir que las candidaturas de mujeres tengan la posibilidad de traducirse en forma proporcional. Ni en los partidos ni en las organizaciones independientes la elaboración de listas parlamentarias es democrática, y su designación obedece a cuestiones determinadas por la cúpula partidaria; incluso, como se ha visto en las recientes elecciones, por el aporte económico que los candidatos ofrecen. Además, se puede cumplir la norma colocando a las mujeres al final de las listas de candidatos, o donde tienen reducidas posibilidades de ocupar el cargo. Esto explica por qué en los países donde existen cuotas los niveles de representación de las mujeres en sus respectivos órganos legislativos alcanzan un promedio general menor al 18.1%. Mientras que en países donde las listas de candidatos para ocupar escaños parlamentarios son abiertas, como en el Perú, Ecuador, Panamá y Brasil, la elección de las mujeres depende de los electores que generalmente favorecen a los candidatos hombres. Por ello, la efectiva aplicación de las cuotas depende de que las mujeres logren presencia en las estructuras partidarias, pero no en la base como siempre ocurre sino en niveles de mando superior, y que su presencia en la toma de decisiones sea permanente y significativa.

 

Actualmente, si bien es cierto que las mujeres han logrado la igualdad política formal, y que la sociedad percibe como necesaria su participación en cargos de gobierno, así como en otras responsabilidades sociales y políticas, no existen mecanismos que reconozcan la diferencia y la desigualdad de género. Por ello, las mujeres no estamos representadas en el Estado ni en las políticas sociales y públicas; tampoco existe una legislación laboral que atienda las necesidades específicas de las mujeres como trabajadoras. Ni tiene representación la transformación de los espacios institucionales en relación a la mujer y el tránsito del ámbito doméstico al mundo laboral, que implica la elaboración de una nueva concepción de lo femenino al igual que nuevos deberes y derechos44.

La obtención de los derechos políticos de las mujeres, además, no puede verse como un hecho aislado de las luchas que la precedieron, de sus antecedentes, y de un sistema del que fueron excluidas. La misma sociedad se mueve signada por elementos de cambio en contraposición con la continuidad de viejas herencias, saturada de contradicciones, y donde la cuestión femenina se mantiene en un nivel de permanente confrontación. Por ello, es necesario que la práctica democrática abarque más que la existencia de los partidos, su lógica competencia y elecciones periódicas. Una democracia que asegure la participación directa de la sociedad civil, y que apunte a la transformación de su estructura organizativa donde el principio de autonomía, que significa la capacidad de todos los seres humanos, hombres y mujeres a participar en la vida pública y forjarse como seres libres, posibilite la transformación interdependiente tanto del Estado como de la sociedad. Lo cual implica asumir las relaciones de género desde una perspectiva que afirme la presencia de las mujeres en las estructuras formales, en la toma de decisiones, y en la formulación de políticas públicas. Porque no basta con ser reconocido como sujeto de derecho, se requiere la legitimación de los derechos civiles, políticos y sociales45. 

 

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LA AUTORA


Sara Beatriz Guardia es escritora y periodista, Directora del Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina, CEMHAL, e Investigadora de la Universidad de San Martín de Porres. Ha publicado artículos, entrevistas y ensayos sobre cultura, género y política internacional en diarios y revistas del Perú y México.

También:

**Coordinadora General de la Comisión Nacional del Centenario de Mariátegui

**Coordinadora del Comité Ejecutivo del Simposio Internacional Amauta y su Época **Secretaria Ejecutiva del Primer Foro Latinoamericano: Estado, Sociedad Civil y Fuerzas Políticas Emergentes, que se realizó en México

**Presidenta de la Comisión Organizadora del Simposio Internacional La Mujer en la Historia de América Latina, en 1997

**Presidenta del Segundo Simposio Internacional La Mujer en la Historia de América Latina, que tuvo lugar en Lima en el 2000

Como ponente ha participado en congresos y simposios realizados en Perú, Francia, España, Italia, Austria, México, Brasil, Argentina, Cuba, Colombia, Venezuela, Ecuador, Chile.

PUBLICACIONES

Voces y cantos de las mujeres, CEMHAL, Lima 1999

Mujeres Peruanas. El otro lado de la Historia ,Sara Beatriz Guardia, Lima,2002(4ª Edición)

Historia de las Mujeres en América Latina, Compilación y edición con Juan Andreo, Universidad de Murcia, Murcia, 2002

Escritura de la Historia de las Mujeres en América Latina. El retorno de las diosas. Compilación y edición, Lima, 2005"

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Otro artículo de la autora en este blog: La querella de las mujeres y el discurso de Marcela en don Quijote

Proyecto de CEMHAL dirigido por Sara Beatriz Guardia: compilación Viajeras entre dos mundos