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LAS PUERTAS AL MUNDO: FAENAS MARÍTIMAS NOVOHISPANAS EN LAS CRÓNICAS DE VIAJEROS

LAS PUERTAS AL MUNDO: FAENAS MARÍTIMAS NOVOHISPANAS EN LAS CRÓNICAS DE VIAJEROS
Guadalupe Pinzón Ríos
UNAM/ México 
  

 

En la historia de México el mar y sus costas han jugado un papel importante en la vinculación de este territorio con el resto del mundo. Hombres, mercancías, conocimientos, enfermedades y hasta guerras ingresaron a tierras americanas través de sus playas a partir del periodo colonial. Son abundantes los estudios que se refieren a transacciones comerciales transoceánicas, pero los trabajos relativos a faenas marítimas y costeras de la Nueva España no lo son.[1]

Los temas marítimos y navieros generalmente han sido estudiados de manera parcial y como complemento de la historia nacional; los trabajos que llegan a referirse a ellos, llegan a relacionar a los litorales con aspectos que afectaron al interior del territorio como el comercio, las epidemias, los movimientos migratorios o las invasiones.[2] También se ha estudiado mucho la historia social de los grandes comerciantes marítimos, pero poco se ha hecho por los temas que se refieren a los trabajadores de los puertos como los marineros, estibadores, grumetes, calafates, herreros, etc.[3]

Para conocer la vida laboral en los puertos novohispanos son útiles las narraciones hechas por algunos viajeros que transitaron por el reino. Ya fuera con fines religiosos, exploratorios, científicos, administrativos, accidentales o culturales, las crónicas de viajeros recrean y describen la vida que se llevaba en esos lugares y muestran las transformaciones sufridas a lo largo del periodo colonial. Su visión, ajena al lugar visitado, les permitió hacer críticas de los puertos y describir sus condiciones sociales, sanitarias, laborales y hasta defensivas.

Por lo anterior, este ensayo pretende echar un rápido vistazo a la vida laboral de los puertos novohispanos a través de algunas crónicas de viaje que se refieren a los hombres, a sus trabajos, a las condiciones físicas de las costas que afectaron su desarrollo poblacional, urbano y laboral, así como algunas propuestas para acrecentar las faenas marítimas de la Nueva España. Con ello se intenta apreciar cómo estas detalladas narraciones son útiles fuentes históricas e importantes herramientas de trabajo que, en este caso, permitirán un acercamiento a la vida portuaria de ese reino.

Antes que nada hay que entender que las actividades marítimas formaron parte importante de la vida laboral y económica de la sociedad colonial, a pesar de que no tuvieron un desarrollo tan marcado o conocido como la agricultura, la minería o la ganadería. Todos los trabajos realizados en las costas novohispanas afectaron de alguna manera al interior del territorio ya que fueron una extensión de las labores, de la vida y de las necesidades del resto la sociedad y economía colonial y no algo ajeno a ellas. Así podría hablarse del ingreso de una buena cantidad de mercancías, de alguna mortífera epidemia o de malvados piratas, todo lo cual provocó reacciones al interior de la Nueva España.

Las actividades marítimas y portuarias nunca dejaron de realizarse. Durante todo el año había empleados trabajando, sólo que en unos periodos con mayor dinamismo que en otros. Los puertos tuvieron poblaciones permanentes que, aunque fuesen minúsculas, mantuvieron las actividades marítimas en constante movimiento.[4] Los trabajadores, tanto de mar como de tierra, participaron en la reparación de bajeles, navegación de cabotaje, atención de embarcaciones de azogue o de registro extraordinario, defensa portuaria en caso de ataques y, principalmente, en la preparación de los puertos para las grandes transacciones comerciales.[5] Había empleados cuyas funciones se relacionaban más con las cuestiones náuticas y otros con las faenas costeras, ambas muy ligadas entre sí.

Muchos hombres de mar llegaron a los puertos de la Nueva España en las tripulaciones de las flotas, de la nao de China, o de embarcaciones provenientes del reino del Perú. Algunos sólo estaban de paso por periodos cortos, aunque un buen número de ellos permaneció en los puertos novohispanos indefinidamente, ya fuera por retrasos comerciales, reparación a sus embarcaciones o enfermedades. Muchos de esos nautas ya no regresaron a sus lugares de origen y se integraron a las sociedades y faenas portuarias de la Nueva España. La presencia de los hombres de mar afectó a las poblaciones costeras de muy diversas formas. Por un lado, podían activar el comercio local; por otro, podían crear disturbios.

El personal marítimo contó con una muy mala reputación. Se les tenía en tal mal concepto que todavía para inicios del siglo XVIII se hablaba de las tripulaciones que estaban en tierras americanas de manera muy despectiva. Esto puede ser percibido en la narración del navegante francés Jean de Monségur hecha entre 1707 y 1708:

 

Sus tripulaciones están formadas de malos marinos, soberbios y vanos por naturaleza, y además nada disciplinados. No se ve entre ellos ni orden ni subordinación, de modo que no puede imaginarse, a menos de haberlo experimentado, lo arrogantes, ignorantes y difíciles de gobernar que son, tanto para la guerra como para la misma navegación.[6]

 

Entre los hombres de mar hubo muchas deserciones. Las autoridades novohispanas procuraron atrapar a quienes huían para reintegrarlos al servicio, el cual continuamente necesitaba de trabajadores que sustituyeran a aquellos que llegaban enfermos, a los que morían en las naves o al desembarcar. Esta situación fue casi permanente. Todavía en el siglo XVIII era un problema común; así lo demuestra la descripción hecha por el capitán de la flota de 1776 Antonio de Ulloa:

 

Me ha parecido muy bien la providencia de vuestra merced para los Partidos, encargando el arresto y conducción de los desertores, y es factible que se cojan muchos (...) conociendo por la traza los que son marineros, no pueden engañarle. (...) Esta gente nunca sobra, porque entre muertos, enfermos que no pueden seguir y desertores, siempre faltan algunos.[7]

 

El intercambio de hombres de mar entre puertos americanos fue constante. Algunos eran contratados en Veracruz para laborar en establecimientos del Pacífico. En Acapulco también hubo algunos navegantes centroamericanos y otros tantos asiáticos que hicieron de ese puerto su hogar, integrándose a sus actividades.[8] A pesar del traslado de hombres, la escasez de mano de obra náutica fue constante, principalmente en las navegaciones transpacíficas, lo que obligó a las autoridades novohispanas a echar mano de población indígena y negra a fin de completar las tripulaciones, algo que pronto fue prohibido[9] pero que para el siglo XVIII volvió a ser práctica común.[10]

El reducido personal costero impidió que las labores portuarias se realizaran debidamente; a la larga los pobladores americanos aprendieron los oficios marítimos y se integraron a dichas faenas. En ocasiones los trabajadores formados en costas coloniales sirvieron para completar tripulaciones de naves que transitaban por puertos novohispanos y cuyos hombres enfermaban, morían o desertaban. A veces, ese personal no contaba con la experiencia necesaria para navegar, pero aún así era útil a las tripulaciones incompletas.[11] Así pasó en las embarcaciones comandadas por Alejandro Malaspina, cuyo segundo al mando, José Bustamante, así lo declaró (1791):

 

Se ha completado la tripulación de las faltas que ha tenido desde Panamá con indios filipinos quedados aquí de las naos y alguno otro natural de aquí. No ha sido posible aumentar el número según me prevenía don Alexandro Malaspina, y sólo resta el recurso de poderlo verificar en San Blas.[12]

 

Los trabajadores de las costas también fueron importantes para las faenas marítimas. Los pobladores (negros, castas y unos cuantos blancos) adaptados a las condiciones físicas de éstas, residían de manera permanente en los puertos y desempeñaron las tareas necesarias para complementar las labores marítimas. Los oficios terrestres fueron fácilmente aprendidos por los pobladores novohispanos, los cuales participaron cada vez de manera más activa en las faenas portuarias. Para el siglo XVIII algunos de estos oficios ya eran propios de las poblaciones costeras, como se lee en la narración de Antonio de Ulloa:

 

...los carpinteros los hay en el país, como quiso a vuestra merced de oficio. Y estos son siempre mejores que los europeos, por estar naturalizados con los climas, en donde se ve. Que poco o mucho siempre enferman y no son tanto de trabajo como los patricios.[13]

 

El desarrollo portuario novohispano se vio frenado, entre muchos otros motivos, por las condiciones físicas y climáticas de las costas.[14] Jaime Olveda explicó que en la Nueva España se dio un proceso inverso al de poblaciones mediterráneas; mientras que en la mayoría de ellas los hombres marcharon al mar y fundaron sociedades costeras, en el territorio novohispano la propensión fue hacia el altiplano.[15] Esto en parte se debió a que en las costas de la Nueva España proliferaron enfermedades que dificultaron los asentamientos humanos, frenaron el crecimiento demográfico, entorpecieron los trabajos del lugar y rezagaron su desarrollo.

En los puertos novohispanos los índices de mortalidad eran elevados. Por ejemplo, en dichos lugares se redujo o desapareció la población indígena, la cual poco a poco fue sustituida por negros y castas.[16] También muchos de los trabajadores que estaban de paso morían en el lugar. Por ejemplo, Roberto Tompson explica cómo esa situación se presentó en Veracruz desde el siglo XVI:

 

...muchos marineros y oficiales de los buques morían de las enfermedades que allí reinan, en especial los que no estaban aclimatados no conocían el peligro, sino que andaban al sol en medio día, y comían sin moderación las frutas del país; mucho más si recién llegados se daban a las mujeres, de donde les venían fiebres agudas, de que muy pocos escapaban.[17]

 

La mortandad en puertos coloniales fue un serio problema que se reflejó sobre todo en la población infantil, lo cual frenó el crecimiento demográfico. Algunos viajeros del siglo XVI, como el franciscano Antonio de Ciudad Real describieron esta situación:

 

La cibdad de Veracruz (...) es tierra muy calurosa y enferma y donde reinan los mosquitos y aun los negros (...), críanse en aquella cibdad pocos niños y éstos y los grandes andan de ordinario enfermos y descoloridos, dellos y de los que vienen de España mueren allí, especialmente cuando llegan las flotas.[18]

 

El número de muertes en zonas portuarias no varió demasiado durante el periodo colonial; para inicios del siglo XIX Alejandro de Humboldt describió las duras condiciones físicas de las costas novohispanas, así como de la mortandad en ellas:

 

La mortandad del pueblo es más considerable entre los niños y los jóvenes, sobre todo en las regiones cuyo clima es a un mismo tiempo muy caliente y muy húmedo. Las fiebres intermitentes reinan en toda la costa (...). En estas regiones cálidas y húmedas es tan grande la mortandad que apenas se percibe el aumento de población (...)[19]

 

 

Puerto de Acapulco con la Real Fuerza de San Diego. 1730   (Fuente:  http://www.armada15001900.net/p6ima3.jpeg)

 

Acapulco también vio mermada su población autóctona debido a epidemias. Para el siglo XVII se le considera un establecimiento no indígena; su comunidad permanente estaba integrada por negros, mulatos, filipinos y algunos blancos. El número de personas aumentaba al arribar la nao de China o naves del Perú,[20] pero la población permanente continuó siendo escasa. El viajero italiano Francesco Gemelli, quien llegó a Acapulco en 1697, describió muy bien este puerto:

 

No habitan en ellos más que negros y mulatos (los nacidos de negros y blancas) y muy raramente se ve algún nativo del lugar, de rostro aceitunado. Los comerciantes españoles, terminado el negocio y la feria que se hace por las naos de China y por los navíos del Perú (que suelen venir cargados de cacao), se retiran a otros lugares, y parten también los oficiales reales y el castellano, por causa del aire malo, y así queda la ciudad despoblada.[21]

 

Las condiciones físicas y poblacionales del resto de los puertos coloniales no fueron mejores. El inglés Juan Chilton, en el siglo XVI, describió a Huatulco como un pequeño establecimiento habitado por 3 o 4 españoles acompañados de unos cuantos negros. También se refirió a La Navidad como el lugar por donde arribaba la nao de China, pero en ningún momento mencionó una población permanente.[22] Ambos establecimientos fueron abandonados por las autoridades virreinales en favor de Acapulco. Ninguno desarrolló grandes asentamientos humanos, aunque sí se conservaron ciertas actividades portuarias en ellos, principalmente relacionadas con el contrabando. Por ejemplo, Jean de Monségur explicó que a pesar de que el comercio entre Perú y la Nueva España quedó prohibido:

 

(...) esto no impide que, mediante negociación secreta, se pasen con seguridad, libre y decididamente, todas las mercancías que son tan estimadas en el Perú como en México. Cada año no dejan de llegar a las costas de México algunas naves del Perú, en espera del Galeón de Manila (...)[23]

 

Había además poblaciones, cercanas al mar, que vinculaban sus actividades económicas a la navegación costera dedicada a la pesca.[24] Esto proporcionó a sus pobladores cierta experiencia marítima que se hizo evidente en el siglo XVIII, cuando algunos de ellos comenzaron a participar activamente en las labores portuarias de la Nueva España.

Las condiciones físicas de las zonas costeras también afectaron la urbanización y el desarrollo de los puertos y de las poblaciones aledañas. Esto, aunque no frenó del todo las faenas marítimas, deja ver el rezago en el que se encontraban los establecimientos portuarios. Hay narraciones que describen esa situación, como la de Tomas Gage, quien en el siglo XVII (1625) describió a Veracruz como una ciudad edificada en madera, como si fuese un lugar recién establecido y no uno de los principales puertos novohispanos:

 

No paramos mucho la consideración en los edificios, porque todos son de madera, tanto las iglesias y los conventos como las casas particulares. Las paredes de las casas del vecino más rico son de tablas, y esto y la violencia de los vientos del norte han sido causa de que la ciudad se haya reducido a cenizas en diversas ocasiones.[25]

 

Para el siglo XVIII podría decirse que Veracruz fue el único puerto que logró cierto crecimiento. Su desarrollo se debió a su vinculación con el interior del territorio colonial y se reflejó en el aumento de sus habitantes y de su urbanización,[26] a pesar de que ésta última no era tan impresionante como podría esperarse de un puerto de su importancia. Así lo describió Antonio de Ulloa:

 

Los edificios no tienen cosa de suntuosidad, ni de hermosura exterior, siendo en esta parte como en las ciudades pobres donde no hay proporciones de un comercio crecido y lucrativo como el de ahí. Hay bastantes casas grandes, dispuestas más bien para recibir a los cargadores de España (...). Mucho número de casas son bajas y otras, aunque tenga alto, son de mala vista, con particularidad las que vive la gente pobre que son humildes (...). De pocos años a esta parte están empedradas las calles, antes eran terreras y muy descuidadas.[27]

 

La urbanización de Acapulco fue mucho menor que la de Veracruz. A fines del siglo XVII Gemelli explicó que en dicho puerto ni siquiera había mesones en dónde hospedarse; justificó la ausencia de edificios altos como consecuencia de los fuertes terremotos que azotaban la región.[28] La falta de urbanización de Acapulco no afectó sus actividades económicas ni laborales; el mismo Gemeli explicó que el comercio era tan redituable que cuando estaba la nao de China los precios se elevaban, millones de pesos circulaban por el lugar, y todo aquel que trabajara en el puerto (temporal o permanentemente) obtenía ganancias considerables.[29]

La poca urbanización de las zonas costeras parece haber sido una situación permanente. Ni siquiera un puerto fundado en el siglo XVIII pudo desarrollar su infraestructura. Así fue el caso de San Blas, que debido a sus duras condiciones físicas, tal vez más difíciles que las de otros puertos novohispanos, no logró ser ni poblado ni urbanizado como había planeado José de Gálvez. Algunas narraciones de la época, como la de José Bustamante, describen las condiciones de este sitio:

 

La población reducida a una porción de chozas o rancherías cubiertas de paja, tiene todo aquel aspecto pobre y miserable que ofrece un clima malsano habitado solo por la necesidad. Algunas casas de particulares y uno u otro edificio del rey están hechos con alguna solidez, pero son estrechas y mal repartidas. El terreno de las calles desigual y pedregoso hace el tránsito muy incómodo.[30]

 

 

Acapulco. Expedición Malaspina (Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es)

 

Un aspecto en el que las costas novohispanas sí tuvieron gran desarrollo fue en el crecimiento de la población de mosquitos. Viajeros que llegaban a los puertos coloniales, como Tomas Gage, se quejaban amargamente de que estos insectos los devoraban de día y de noche, y que ni siquiera los pabellones con los que contaban lograban protegerlos de sus ataques.[31] Los mosquitos, además de provocar diversas enfermedades, también dificultaron el cumplimiento de las labores portuarias. Los trabajadores pasaban la mitad de sus jornadas espantando o matando a esos insectos, lo cual retrasaba el cumplimiento de sus obligaciones. José Bustamante describe ese problema en San Blas:

 

Si este es un inconveniente tan poco agradable para habitar en la población y el arsenal, puede inferirse cuan más molesto debe ser a los operarios en ese sitio donde el terreno bajo y menos ventilado contribuye a que se multiplique la causa y trayendo atraso conocido en las obras que allí se ejecutan.[32] 

 

Las duras condiciones ambientales de las costas novohispanas obligaron a las autoridades a buscar remedios para el retraso de las faenas portuarias, aunque poco se pensó en el desarrollo de esos establecimientos. Además de la atención brindada a los enfermos en los hospitales, se pretendió mejorar la sanidad en las costas. Juan Chilton mencionó desde el siglo XVI que en Veracruz se acostumbraba pasear todas las mañanas dos mil cabezas de ganado mayor para que disiparan los malos vapores de la tierra, solución que probablemente no fue bastante efectiva.[33] Posteriormente Humbolt dejó ver que las condiciones ambientales de los puertos habían variado poco, que los problemas sanitarios continuaron por mucho tiempo e incluso se aventuró a hacer sugerencias para remediar esas condiciones en Veracruz:

 

(...) no es menos cierto que la insalubridad del aire de Veracruz disminuirá sensiblemente, si se consiguiese secar los pantanos que rodean la ciudad; si se proporcionase agua potable a los habitantes; si se alejase de ellos los hospitales y cementerios; si se hiciesen frecuentes fumigaciones de ácido muriático oxigenado en las salas de los enfermos, en las iglesias y sobre todo a bordo de los barcos; en fin, si se derrumbasen las murallas de la ciudad, que tienen a la población apiñada en un corto recinto e impiden la circulación del aire, sin evitar por eso el comercio de contrabando.[34]

 

Respecto a las costas del Pacífico, Humbolt consideró que su rezago era grande y propuso una serie de medidas para su desarrollo; sus consejos dejan ver que la situación de esas costas todavía era mala, que no estaban siendo aprovechadas como deberían, que todavía estaban poco pobladas, que faltaba mayor vinculación con las actividades económicas del interior y que de activarlas podrían generar importantes ganancias a la Corona hispana:

 

Fácil sería probar que si el reino de México tuviese un gobierno sabio, si abriese sus puertos a todas las naciones amigas, si se recibiese colonos chinos y malayos para poblar sus costas occidentales, desde Acapulco hasta Colima, si aumentase los plantíos de algodón, café y caña de azúcar; en fin, se estableciese justo equilibrio entre los trabajos de la agricultura, el beneficio de las minas y su industria manufacturera, podría por sí solo y en pocos años dar al gobierno español una utilidad líquida doble de la que le da en el día toda la América Española.[35]

 

En general podría decirse que las crónicas de viajeros permiten conocer a detalle las descripciones de la vida portuaria, de las personas que ahí residían y de los trabajos que en esos lugares se realizaban. Sin importar su intencionalidad o contexto, muchas de esas crónicas coinciden en sus descripciones de los establecimientos costeros novohispanos. Pueden encontrarse además narraciones que se refieren a los temores que generaban la llegada de naves enemigas o de cuerpos de náufragos, de epidemias y de hospitales. También son descritas las rogaciones realizadas para mejorar las condiciones de los puertos o lograr exitosas travesías, al igual que impresiones sobre la mala defensa marítima del reino, etc. Las crónicas representan una importante fuente de información que recrea la vida de los puertos, de su gente y de sus faenas, aspectos importantes si se recuerda que las costas fueron durante mucho tiempo los puntos de entrada y salida de la Nueva España, es decir, las puertas que comunicaron a este territorio con el resto del mundo.

 

 

NOTAS

 

[1] Existe vasta bibliografía sobre las transacciones comerciales que por Veracruz se realizaban. Entre las obras más conocidas, y sólo por mencionar algunas, se encuentran la de Clarence Haring, Comercio y Navegación entre España y las Indias, México, Fondo de Cultura Económica, 1979; Luis Chávez Orozco, El contrabando y el comercio exterior en la Nueva España, México, Publicaciones del Banco Nacional de Comercio Exterior, 1967; Peggy Liss, Los imperios trasatlánticos, México, Fondo de Cultura Económica, 1989; Guillermo Tardiff, Historia general del comercio exterior mexicano, 1503-1847 (2 vols.), México, Gráfica Panamericana, 1868; entre muchas otras. También sobre Acapulco existe amplia bibliografía. Algunas de las obras que se pueden nombrar son las de Martha de Jarmy, La expansión española hacia América y el océano Pacífico (2 vols.), México, Fontamara, 1988 o Carmen Yuste, El comercio de la Nueva España con Filipinas 1590-1785, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Departamento de Investigaciones Históricas, 1984. También pueden revisarse las múltiples obras de Salvador Bernabeu como El Pacífico Ilustrado: del lago español a las largas expediciones, Madrid, Mapfre, 1992, o La aventura de lo imposible: expediciones marítimas españolas, Barcelona, LUNWERG, 2000.

[2] Idea en la que coinciden Carlos Bosh y Ernesto de la Torre. Carlos Bosh, “Hombres de mar y hombres de tierra en la historia de México” en España y Nueva España: sus relaciones transmarítimas, México, Universidad Iberoamericana, Instituto Nacional de Bellas Artes, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991, p. 9 y 23. Ernesto de la Torre, prólogo de la obra de Marcial Gutiérrez, San Blas y las Californias: estudio histórico del puerto, México, editorial Jus, 1956, p. vii.

[3] Fernanda García de los Arcos, “El comercio Manila-Acapulco: un intento de estado de la cuestión” en Comercio marítimo: nuevas interpretaciones y últimas fuentes (coord. Carmen Yuste), México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1997, p. 179.

[4] Las prueba de la vida rica que se llevó en las costas coloniales está plasmada en trabajos que describen la vivacidad de los pobladores y de su comunicación entre los puertos que existió a lo largo del periodo colonial, como el de Antonio García de León, El mar de los deseos. El caribe hispano musical. Historia y contrapunto, México, Siglo XXI editores, 2002.

[5] Matilde Souto, “La transformación del puerto de Veracruz en el siglo XVIII: de sitio de tránsito a sede mercantil” en El comercio exterior de México 1713-1850 (coord. Matilde Souto y Carmen Yuste), México, Instituto Mora, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad Veracruzana, 2000, p. 113.

[6] Jean de Monségur fue un navegante francés que consiguió una patente de capitán para las embarcaciones del rey español. Viajó a la Nueva España en 1708 y permaneció en México un año. Ver Las nuevas memorias del capitán Jean de Monségur, México, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1994, p. 191.

[7] Antonio de Ulloa fue un importante navegante español. Fue capitán de la última flota que arribó a suelo americano en 1776. Viajó a la ciudad de México para encontrarse con el virrey Antonio María de Bucareli, del cual era amigo. Durante su viaje hizo algunas narraciones de los lugares visitados. En Veracruz coordinó muchas de las faenas portuarias. Ver Francisco de Solano, Antonio de Ulloa y la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1987, p. 176 y 201.

[8] Fernanda García de los Arcos habla de los asiáticos en Forzados y reclutas: los criollos novohispanos en Asia, 1756-1808, México, Potrerillos editores S.A. de C.V., 1996, p. 173; mientras que Woodrow Borah se refiere a los navegantes centroamericanos en Comercio y navegación entre México y Perú en el siglo XVI, México, Instituto Nacional de Comercio Exterior, 1975.

[9] Borah, op. cit., p. 137.

[10] Esta situación puede apreciarse en las costas neogallegas. Por ejemplo en el puerto de San Blas las autoridades echaron mano de población indígenas y de miembros de castas; su trabajo fue útil tanto en las faenas marítimas como en las portuarias. Ver AGN, Marina, volumen 49, fojas 278-281 y AGN, Marina, volumen 53, fojas 130-131v.

[11] Virginia González, Malaspina en Acapulco, España, Turner libros, 1989, p. 77.

[12] Alejandro de Malaspina dirigió un viaje científico y de exploración que pasó por algunas de costas americanas de cara al Pacífico. En 1791 sus embarcaciones pararon en Acapulco, San Blas y Nutka. Ver María Dolores Higuera, La expedición Malaspina. Diario general del viaje corbeta Atrevida por José Bustamante y Guerra (tomo IX), Madrid, Ministerio de Defensa, Museo Naval, 1987, p. 203.

[13] Francisco de Solano, op. cit., p. 203-204.

[14] Entre los diferentes motivos por los que los puertos novohispanos fueron despoblados pueden mencionarse las políticas monopólicas que mantuvieron las autoridades reales y coloniales respecto a las transacciones comerciales transoceánicas. También influyeron las medidas defensivas establecidas en los puertos luego de los ataques perpetrados por los ingleses Drake y Cavendish en el siglo XVI. Lourdes de Ita explica cómo se ordenó que para evitar que los puertos fuesen atacados, se tomó la determinación de despoblarlos. Ver Viajero isabelinos en la Nueva España., México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 196-197. Las autoridades coloniales pudieron abandonar los establecimientos costeros, pero la gente de poblaciones cercanas continuaron vinculando sus actividades económicas con el mar y sus costas.

[15] Jaime Olveda, Conquista y colonización de la costa neogallega, México, Tesis doctoral de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, p. 196.

[16] Antonio García de León, “Contrabando y comercio de rescate en el Veracruz del siglo XVII” en Comercio marítimo..., p. 21 y 25.

[17] Roberto Tompson fue un navegante inglés que, luego de la batalla de San Juan de Ulúa en 1568 en la que se enfrentaron naves de John Hawkins y la flota española (en la que venía el virrey Martín Enríquez), fue abandonado en este reino junto con varios de sus compañeros; posteriormente fueron capturados y sometidos a juicios inquisitoriales. Tompson y sus compañeros permanecieron algunos años en la Nueva España. Ver Joaquín García Icazbalceta, Relación de varios viajeros ingleses en la ciudad de México y otros lugares de la Nueva España siglo XVI, Madrid, Porrúa, 1963, p. 26. Lourdes de Ita, op. cit., explica detalladamente la presencia de estos ingleses.

[18] Antonio de Ciudad Real fue un franciscano que acompañó al Comisario General Franciscano, fray Alonso Ponce, que visitó las provincias de esa orden entre 1584 y 1589. Los detalles de este viaje vienen al inicio de la obra. Ver Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España (2 vols.), México, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, p. 117.

[19] Alejandro de Humboldt, Ensayo político del Reino de  la Nueva España, México, Porrúa, 1991, p. 41.

[20] Peter Gerhard, Geografía histórica de la Nueva España, 1519-1821, México, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2000, p. 40-41. Sin embargo, hay que considerar que los contactos con Perú fueron suspendidos en 1631 y las navegaciones entre virreinatos se hacían para llevar mercurio de Huancavelica o de forma ilegal.

[21] Giovanni Francesco Gemelli, viajero italiano que llegó por el puerto de Acapulco en 1697 y partió de la Nueva España por el puerto de Veracruz. Viaje a la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1983, p. 8.

[22] Chilton también fue compañero de Tompson. Joaquín García Icazbalceta, op. cit., p. 38.

[23] Jean de Monségur, op, cit., p. 219.

[24] Antonio de Ciudad Real, op. cit., se refiere a Xalisco y Acaponeta p. 112-117, mientras que Alonso de la Mota y Escobar se refiere a Chiametla, Autlán y Acaponeta en Descripción geográfica de los reynos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León, México, ed. Robledo, 1940, p. 42-43,

[25] Tomas Gage, Nuevo reconocimiento de las Indias Occidentales, México, SEP80/Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 88.

[26] Carmen Blázquez, “Distribución espacial e identificación de comerciantes y mercaderes en el puerto de Veracruz a través del padrón militar de Revillagigedo” en Población y estructura urbana en México, siglos XVIII y XIX (coord. Carmen Blázquez), México, Universidad Veracruzana, 1996, p. 173.

[27] Francisco Solano, op. cit., p. 15-16.

[28] Giovanni F. Gemelli, op. cit., p. 12.

[29] Ibíd., p. 8-9.

[30] María Dolores Higuera, op. cit., p. 213.

[31] Tomas Gage, op. cit., p. 101.

[32] Ibíd., p. 213.

[33] Joaquín García Icazbalceta, op. cit., p. 34.

[34] Alejandro de Humboldt, op. cit., p. 356 

[35] Ibíd., p. 551.



ARTÍCULO PUBLICADO EN: Ita Rubio, Lourdes de y Gerardo Sánchez Díaz (coords.), A través del espejo. Viajes, viajeros y la construcción de la alteridad en América Latina, México, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2005, pp. 139-152.



FOTOGRAFÍA DE PORTADA: Plaza de Veracruz y castillo de San Juan de Ulua. 1763. AGI. http://www.armada15001900.net/p6ima3.jpeg



 

LA AUTORA

 

Guadalupe Pinzón es doctora en Historia, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México y profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de esta universidad.
 

 


 

 

Otras publicaciones de la autora en línea: Enlaces y referencias completos en Dialnet


"Una descripción de las costas del Pacífico novohispano del siglo XVIII"
A Description of the Pacific Shoreline of New Spain in the 18th Century
Estudios de historia novohispana, nº. 39, 2008 , pags. 157-182

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Resumen:
          

            En este trabajo se muestra y analiza un documento anónimo del siglo XVIII, resguardado en el Museo Naval de Madrid, en el que se describen las costas de Pacífico novohispano, así como de la derrota seguida para llegar a Manila. En él se hace referencia a indicios naturales que facilitaran la ubicación de los puertos desde el mar, así como diversas características como lugares donde hacer aguada, conseguir alimento o donde hubiera poblaciones que fueran útiles a las travesías. Como este documento fue fechado en Perú en 1764, cuando las navegaciones entre virreinatos americanos estaba prohibida, su revisión sirve de pretexto para replantearse el tipo de vínculos marítimos existentes entre Perú, Nueva España y Filipinas durante la primera mitad del siglo XVIII, así como de las informaciones que se tenían respecto a las rutas náuticas y litorales coloniales. Por ello, se hace una revisión del tipo de vínculos existentes entre dichos territorios a lo largo del periodo colonial, del conocimiento que se tenía de los litorales americanos de cara al Pacífico y, lo más importante, se formulan preguntas sobre las navegaciones legales e ilegales que pudieron existir en esos mares hasta mediados del setecientos.


 

"Defensa del pacífico novohispano ante la presencia de George Anson"
Defense of the Pacific coasts of New Spain from George Anson
Estudios de historia novohispana, nº. 38, 2008 , pags. 63-86

texto completo en pdf:
   
Resumen:


            En este trabajo se intenta explicar la reacción defensiva que existió en las costas novohispanas de cara al Pacífico ante el peligro que la presencia de George Anson significó para el virreinato. Dicha situación evidenció lo poco protegidos que estaban los litorales coloniales y obligó a tomar una serie de medidas que, a corto plazo, corrigieran esa situación. Los sistemas defensivos que se generaron echaron mano de las fuerzas y los recursos de las localidades cercanas a las costas, algo que posteriormente sería practicado con regularidad ante las frecuentes guerras en las que España se vio inmersa.

 


 

 

"En pos de los nuevos botines, expediciones inglesas en el pacífico novohispano (1680-1763)"
Estudios de historia novohispana, nº. 44, enero-junio 2011

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Resumen

 

En este trabajo se abordan las navegaciones inglesas a lo largo del Pacífico novohispano durante la primera parte del siglo XVIII, principalmente a partir de los diarios de viaje de los expedicionarios británicos. Lo anterior evidencia el conocimiento que éstos tenían del territorio americano y la manera en la que los intereses ingleses se expandieron hacia el Pacífico. Dicho cambio forma parte de un proceso marítimo mercantil en el que distintas potencias europeas y territorios coloniales se vieron inmersos y en el que los mercados americanos fueron de gran interés para las coronas europeas, por lo que buscaban expander sus redes mercantiles por el Mar del Sur. Prueba de ello son las expediciones inglesas que incursionaron en este océano. Cada viaje abordado representa un momento determinado en las políticas navales británicas.




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FIESTAS EN HONOR DE UN REY LEJANO. LA PROCLAMACIÓN DE FELIPE V EN AMÉRICA

FIESTAS EN HONOR DE UN REY LEJANO. LA PROCLAMACIÓN DE FELIPE V EN AMÉRICA

Marina Alfonso Mola

Universidad Nacional de Educación a Distancia.UNED/España

 

 

            En estos últimos años del fin del milenio ha arraigado con fuerza la moda de centrar cada año las corrientes de investigación en la celebración de los centenarios ya sea para conmemorar el descubrimiento de América o la pérdida del imperio de Ultramar, el desastre de la Invencible, la emancipación de las Provincias Unidas, la muerte o el nacimiento de un monarca (Felipe II, Carlos V), de un pintor (Velázquez), de un literato (Calderón) ... Y así, en este año 2000, no me he podido mantener al margen de la intoxicación de esta fiebre de fechas míticas y con motivo de la instauración de la dinastía de los Borbones me he dejado seducir por la figura de Felipe V, de modo que al ser invitada a participar en un Congreso que expandía sus horizontes hasta América no tuve dudas para elegir la temática, que debía girar en torno a las celebraciones festivas por la entronización del nuevo monarca, de modo que pudiese plantear el poder de la representación y la representación del poder del rey distante en la América virreinal a través de las fiestas de proclamación llevadas a cabo en algunos de los principales núcleos urbanos de los reinos de Indias, así como las semejanzas con el cortejo, ritual y programa iconográfico de los festejos organizados en los otros reinos de la Monarquía hispánica sin olvidar los rasgos distintivos americanos[1].

            Si bien la oportunidad del tema se justificaría por la sola conmemoración de la efemérides, una rápida ojeada a la bibliografía sobre esta cuestión muestra, primero, que es una parcela de la historia por la que se ha manifestado un interés relativamente reciente y que hay muy pocos trabajos que se centren específicamente en las proclamaciones reales[2] y aún menos en las que tuvieron lugar en la otra orilla del Atlántico. Y, segundo, que son los especialistas en la historia del arte y de la literatura los que lideran los estudios sobre la fiesta barroca[3], las arquitecturas efímeras[4] y la literatura emblemática[5].

            En efecto, aunque existen alusiones a las aclamaciones reales entre las fiestas coloniales[6], parece como si la muerte ejerciera más fascinación que la vida, de manera que las honras fúnebres han sido más estudiadas[7] que las proclamaciones reales, las cuales han quedado relegadas a un segundo plano[8], tal vez porque generan menos arquitectura efímera y los pioneros en el estudio de estos temas proceden del ámbito de la historia del arte o quizás porque las aclamaciones reales quedaran oscurecidas por las entradas de los virreyes ("espejos del remitente"[9] rey lejano), sufriendo la competencia de los ostentosos cortejos virreinales a lo largo del camino denominado de los virreyes[10] entre Veracruz y ciudad de México o entre El Callao y Lima, donde en un alarde de esplendidez los notables peruleros gustaban de empedrar las calles con barras de plata para el paso de la comitiva virreinal[11].

            El ámbito analizado incluye los virreinatos de Nueva España y del Perú, ya que hasta 1739 (bajo el propio Felipe V) no se crea el virreinato de Nueva Granada y se ha de esperar a 1776 (con Carlos III) para que se instituya el del Río de la Plata, desgajados ambos del amplio territorio del peruano. Dada la extensión de ambos macroterritorios y la práctica de organizar festejos en todos los núcleos urbanos que se preciaran, ya que la epifanía del poder mayestático era una ocasión para mostrar la fidelidad a la Corona al tiempo que la importancia de la ciudad y sus regidores, la proliferación de los relatos festivos con motivo de la proclamación de Felipe V es de magnitud similar a la del territorio en el que se redactaron. De ahí que se haya optado por dejar para un estudio más extenso las numerosas relaciones que se conservan manuscritas en el Archivo General de Indias[12] y se hayan seleccionado para su análisis y comentario algunas de las crónicas festivas impresas menos conocidas o más relevantes dado el carácter de las poblaciones que las generaron[13].

            Finalmente, para completar la introducción sólo queda decir que las proclamaciones reales son, junto con las honras fúnebres a la muerte del soberano, las jornadas y las entradas reales, ocasiones paradigmáticas para exteriorizar los símbolos del poder y la respuesta social y que, si bien tienen su epicentro en la Corte, desde ella se irradian como las ondas sísmicas y se reproducen con mayor o menor intensidad en todos los reinos de la Monarquía, implicando en diversos grados a todos los estamentos de la sociedad[14]. Como bien resalta Juan Antonio Sánchez Belén[15], cada sociedad establece unos sistemas de comunicación para trasmitir sus patrones ideológicos en un tiempo y en un marco físico concretos, siendo necesaria la creación de una serie de escenarios adecuados para que se lleve a cabo tal comunicación, según la definición clásica de Goffman[16]. Y lo que es más, siguiendo a Fogel, la transmisión de ideas e información durante la Edad Moderna se encuentra mediatizada por la precariedad de medios técnicos para su divulgación, siendo las vías orales y visuales los vehículos informativos principales, adquiriendo la escenografía del espectáculo una enorme importancia para la proyección del mensaje que se desea difundir: la legitimidad de la realeza tras el refrendo popular, ya que era el pueblo, representado en la multitud congregada, quien proclamaba al soberano[17].

            En efecto, el monarca, que heredaba el trono en virtud de las tradicionales leyes sucesorias, recibía el solemne reconocimiento público en el acto de la proclamación y, a modo de rito iniciático, el rey era invocado para hacerlo presente, con todo su poder y majestad, en medio de su pueblo[18]. El alférez mayor lanzaba (con ligeras variantes) el triple grito de "Castilla y las Indias por el rey católico don Felipe, Quinto de este nombre, Nuestro Señor, que Dios guarde muchos años", propuesta a la que se respondía por tres veces “todos a una voz: viva, viva, viva, desde la ínfima plebe hasta lo regio de los tribunales”[19].

            Era toda una ceremonia pautada, un espectáculo que recurría a mecanismos alegóricos, los cuales servían para reconocer más que para conocer por primera vez la coherencia de un reino. La forma de entender la comunidad (rey/reino) se expresaba por medio de los símbolos de la propia fiesta, cuyos protagonistas eran el retrato del soberano y el pendón real (emblemas de la monarquía que representaban ante los súbditos el papel de la majestad) y la muchedumbre de espectadores (emblemas vivientes del cuerpo de la monarquía). La misma condición efímera de la fiesta era capaz de dejar un recuerdo indeleble en la memoria de los espectadores, puesto que el aparato escénico y gestual materializaba ideas y tópicos ya conocidos, un referente previo que se entreveraba con las percepciones físicas que se dirigían a estimular los cinco sentidos[20] a través del ruido, el fuego, el olor, el color, los confites, las monedas ... En suma, una catarsis colectiva, que el asistente al evento grababa en su mente, ajustando en su realidad lo que ya existía en su imaginación y de cuyo recuerdo viviría en las jornadas anodinas de su cotidianeidad[21].

            Si en los reinos metropolitanos de la Monarquía Hispánica es importante y magnificente el acto de la proclamación real, en los virreinatos americanos lo es aún más, ya que se trata de la exaltación solemne al trono del "rey ausente", pues en Indias no hay Cortes que juren el compromiso recíproco de lealtad y acatamiento de leyes y fueros, de modo que la imagen del rey sólo se percibe a través del retrato que preside el estrado, que obviamente, no existiendo la posibilidad de ver al soberano en persona y aclamarlo durante el desfile en pompa, previo al ceremonial de la jura, manifiesta de forma plástica y material el poder de la monarquía absoluta[22].

            Tras la muerte de Carlos II, y la consiguiente apertura del testamento regio con la designación de don Felipe, duque de Anjou, como sucesor a la corona, doña Mariana de Neoburgo y la Junta de Regencia se encargaron de despachar sendas reales cédulas comunicando respectivamente el óbito del soberano y el programa para las exequias[23], así como la entronización del nuevo monarca y las instrucciones para la ceremonia de proclamación (R.C. de 27 de noviembre de 1700) a los reinos, señoríos, ciudades con voto en Cortes y demás con corregimiento. Aunque en Madrid se había procecido a la aclamación real tres días antes de que se despacharan rumbo a América las órdenes para "levantar pendones en nombre del rey", a Nueva España no llegó la comunicación oficial de la muerte del Austria y la exaltación al trono del Borbón (a bordo de un buque empavesado de negro) hasta el 6 de marzo de 1701[24]. Y aún se demoró más, hasta el 14 de junio, la llegada de la noticia a Portobelo, de donde se transmitió a Lima de forma extraoficial más rápidamente que por la vía ordinaria, hasta el punto de recibir el virrey, conde de la Monclova, la noticia oficial el 9 de octubre, cinco días después de haberse proclamado con toda solemnidad el ascenso al trono del nuevo monarca (5 de octubre del mismo año de 1701). Si estas fechas parecen desfasadas con respecto a los mismos eventos celebrados en la metrópoli, más tardías aún fueron las celebraciones llevadas a cabo en Cuzco, donde la entronización se solemnizó el 8 de enero de 1702.

            Las fiestas en honor de Felipe V tuvieron lugar en la capital del virreinato novohispano el 4 de abril[25]. Aunque el virrey, conde de Moctezuma, era sospechoso de habsburguismo, antes de presentar su dimisión no dejó de cumplir estrictamente con los deberes de su cargo, por lo que, tras serle comunicado el contenido de las reales cédulas, conmemoró la muerte de Carlos II y no dudó en organizar en la capital novohispana la proclamación, jura y acatamiento del nuevo monarca con todo el boato pertinente en estos casos, como asimismo lo hicieron la mayor parte de los centros urbanos del virreinato, que se apresuraron a emular a la capital celebrando sus proclamaciones particulares (sobre todo Puebla de los Ángeles -la rica capital comercial beneficiaria del tránsito de las mercancías del Galeón del Manila-, que la realizó el 9 de abril). La dilación entre la llegada de la noticia y su puesta en práctica se debió (en ambos virreinatos) al deseo de realizar la proclamación con toda la pompa que la ocasión requería, ya que pese a lo efímero del evento, "cada cual estudiaba el modo de salir más lucido y de ocultar su gala, porque otro no la compitiese, y fue ardiendo en todos la emulación noble"[26], aprovechando así las élites la oportunidad de mostrar su prestigio y su poder, pese a las disposiciones de austeridad de la reina viuda, que restaron cierta vistosidad a las fiestas en honor del Borbón[27]. Y es que el objetivo de estas festividades era la élite criolla, aunque los demás grupos sociales eran instados a participar de forma corporativa[28], de tal modo que, las fiestas se realizaron siguiendo los modelos europeos, pero sin renunciar a la capacidad integradora de los elementos propios de la estructura social colonial (desfile de caciques y de cofradías de negros, aunque no hay constancia explícita de la participación de este colectivo en la jura del primer Borbón).

            La consulta a la ciclópea obra de José Toribio Medina[29] muestra que, tanto en los grandes centros virreinales como en otras áreas ultramarinas de entidad (Filipinas o Guatemala), durante el reinado de Felipe V se imprimieron numerosos opúsculos y sermones de campanillas con motivo de diversas victorias militares[30], así como otras muchas obritas, aparte de las dedicadas a las exequias por Carlos II, haciéndose eco de las efemérides más variadas[31]: onomásticas[32], cumpleaños, embarazos y felices partos de las reinas, nacimiento del príncipe de Asturias[33] y de los infantes, matrimonio[34], ascenso al trono y muerte de Luis I, muerte de María Luisa Gabriela de Saboya, así como del Delfín y Luis XIV, padre y abuelo respectivamente del rey. No obstante, menudean las proclamaciones de Felipe V impresas, manteniéndose manuscritas la mayoría, con la excepción de los grandes núcleos urbanos (Ciudad de México, Lima, Puebla, Texcoco, Guadalajara y Cuzco), que son precisamente las recogidas por Medina en su ingente obra, aparte de una mención a una posible impresión en Yucatán[35]. Aunque este escueto número de relaciones, que es el que ha servido de base para este trabajo, puede verse ampliado si la suerte favorece a los investigadores y se encuentran nuevos ejemplares en los archivos y bibliotecas. En todo caso, se pueden utilizar para tener una visión más completa las relaciones manuscritas ya mencionadas, conservadas en los archivos locales y en el General de Indias.

            Esta ausencia de impresos pudo deberse a la circunstancia especial que conllevaba el cambio de dinastía y a las simpatías de ciertos sectores por el candidato austríaco[36], aunque no hay constancia de que hubiese una oposición austracista abierta en el territorio hispanoamericano ni en los momentos cercanos al conocimiento de la designación del Borbón ni más tarde, durante la guerra de Sucesión. De ahí que me muestre bastante reticente a aceptar la proclamación del archiduque Carlos en Caracas, máxime cuando la lectura atenta a la obra de referencia sobre el particular, debida a Analola Borges, es vaga e imprecisa incluso a la hora de dar una fecha en la que se produjera la cabalgata y alzamiento de pendones[37]. Nos sorprende que habiendo publicado ella misma la proclamación de Felipe V en Caracas[38] no percibiera la diferencia entre ambos documentos. Incluso tratándose en el caso de Carlos (III) de un acto de oposición y en el de Felipe V de un trámite oficial, las proclamaciones tienen unas pautas fijas que no existen en la supuesta jura del candidato habsburgués, ya que se limita a una algarada y tremolar de pendones sin más entidad, aunque es cierto que holandeses e ingleses desde sus bases insulares hicieron una agresiva campaña en pro del Habsburgo.

            También difiero de las consideraciones efectuadas por la musicóloga norteamericana Louise K. Stein[39] en la introducción al libreto de la ópera La púrpura de la rosa[40], que se estrenó (con motivo del cumpleaños real, 19 de diciembre) tan sólo dos meses después de la jura limeña del primer Borbón, en una representación patrocinada por el propio virrey, hecho muy a tener en cuenta a la hora de admitir que la filiación austracista de Monclova le llevó a prohibir la impresión de la jura. Si bien la omisión del nombre del autor en la relación de la proclamación limeña[41] (igual que en la Loa), así como de la alusión a las arquitecturas efímeras, pinturas, esculturas, retratos, alegorías, emblemas, jeroglíficos, empresas, divisas y epigramas[42], que acompañan a toda cabalgata, es un hecho que pudiera ir en la línea de L. K. Stein, la confesión de "amante lealtad" del virrey en el primer párrafo, asumiendo todo el protagonismo, incluso dejando al alférez real en un obvio segundo plano (sólo aparece en el cuerpo del texto, no en la presentación), además del comportamiento del virrey y de su primogénito, no dejan lugar a dudas sobre la magnificencia con que se realizó este acto oficial de reconocimiento de soberanía y de dinastía[43].

            En cualquier caso, podría estar de acuerdo en que, si bien la propia publicación del opúsculo con los actos llevados a cabo contradice la prohibición, las circunstancias de ausencia de engalanamiento especial de la ciudad (en oposición a los detallados ornatos que luce la catedral) o la permanencia del retrato real en la sala de audiencias sin ser mostrado al público o la inexistencia de un ejemplar de la relación en la Biblioteca Nacional de Lima (donde sí existe la del Cuzco), son detalles todos ellos anómicos (según se desprende de las relaciones novohispanas) que pudieran estar relacionados con las tendencias filoaustríacas de Monclova y no ser un simple olvido del anónimo autor. De hecho, la narración de la proclamación en San Francisco de Quito, capital de la Audiencia, muestra también una gran austeridad, que pudo deberse a su posición secundaria dentro del virreinato pero también al hecho de seguir las pautas de Lima[44]. Sin embargo, mientras que el virrey Moctezuma fue sustituido pronto (en el mismo año de 1701 hizo su entrada triunfal Francisco Fernández de la Cueva y Enríquez, duque de Alburquerque), Monclova, pese a su prolongada estancia en tierras americanas (desde 1685), no fue relevado de su cargo hasta 1707 por Manuel Oms de Santa Pau, marqués de Castelldosrius (el mismo que había comunicado al duque de Anjou su designación como rey de España en presencia de Luis XIV). No se sentiría la Corona muy amenazada por la posible deslealtad del virrey del Perú.

 

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            La ceremonia de proclamación, que inauguraba cada nuevo reinado, gozaba en la Corona de Castilla de una gran tradición. De origen militar, pues derivaba de la exaltación por el ejército de un nuevo rey, había evolucionado hasta adquirir un carácter cívico, siendo la ciudad la encargada de organizarla y patrocinarla. Vestigio de aquel origen es el papel principal representado por el alférez mayor (siempre de nobleza titulada) de cada municipio, que es el encargado de oficiar la ceremonia junto con el cabildo municipal en pleno, encabezado por el corregidor decano. Era, pues, una fiesta oficial, pero con una dimensión popular fundamental, ya que en última instancia era el pueblo congregado quien proclamaba al soberano. Una vez consolidado el asentamiento de los españoles en el Nuevo Mundo se importó el ceremonial castellano de la proclamación en el ámbito americano. Del mismo modo que en la metrópoli, en ambos virreinatos la aclamación y jura no se limitaba a las capitales, sino que se producían manifestaciones similares en los grandes centros urbanos. Así ocurrió en la jura de Felipe V, al igual que había sucedido en las de los soberanos que le habían precedido.

            El proceso de la proclamación de don Felipe siempre se inició siguiendo las pautas tradicionales, que imponían la convocatoria de varias sesiones. En líneas generales, el protocolo se desarrollaba siempre de la misma manera. Tras recibirse los reales despachos y carta del secretario del Consejo de Indias con la noticia dirigida a los presidentes y oidores de las reales audiencias, en las capitales virreinales eran convocados el corregidor y los capitulares por el contador mayor del Tribunal y Real Audiencia de Cuentas a una sesión plenaria del cabildo en la que se les comunicaba el contenido de las cédulas, mientras que en el resto de las ciudades era el procurador general el encargado de transmitir al cabildo reunido en pleno la noticia que le había sido entregada por el presidente de la Real Audiencia. Recibida la notificación, los representantes de las ciudades acordaban hacer los regocijos públicos pertinentes, encargaban al procurador general que comunicase a la Real Audiencia que les había sido participada la real orden (que "estaban prontos a ejecutar") y que se pusiese en conocimiento de los alféreces reales la decisión de proceder a la proclamación real. En sesiones posteriores, tanto el cabildo municipal como otras instituciones ciudadanas (Audiencia y cabildo catedralicio) designaban comisarios especiales para organizar las fiestas y administrar el presupuesto necesario tanto para preparar el recorrido del cortejo y exornar las plazas donde debía tener lugar la aclamación, como para adquirir la lujosa vestimenta que debían lucir corporativamente en el desfile[45]. Tampoco se olvidaban los munícipes de convidar a participar en el lucimiento de la cabalgata tanto a los comerciantes más destacados como al pueblo, para lo cual unos días antes de la función dos alcaldes ordinarios y dos regidores diputados salían por las calles acostumbradas a pregonar en todas las esquinas ("al son de tímpanos, atambores, clarines y demás músicos instrumentos") la fecha del desfile y la colaboración que se esperaba de los vecinos para contribuir al adecentamiento y adorno de las calles e iluminar sus viviendas por las noches durante el tiempo de los festejos.

            Pese a resultar, en general, austeras las fiestas en honor del primer Borbón si se comparan con las anteriores y posteriores, las relaciones estudiadas de la jura de Felipe V muestran de forma unánime que no se escatimaron gastos para costear los fuegos artificiales y los hachones de cera de Venecia, erigir los tablados recubiertos de ricas alfombras turcas, levantar las arquitecturas efímeras y los arcos de triunfo (aunque fueron escasos), componer los versos, jeroglíficos y acrósticos, adornar las fachadas de las casas con vistosas colgaduras y tapetes de seda y las azoteas con banderolas y gallardetes, ataviar a los criados con lujosas libreas, organizar la cabalgata incluidos los carros de los "salvajes" y las danzas y bailes de los indígenas[46], así como encargar los cuadros con la imagen del rey. Todas las ciudades resplandecieron entre alegres repiques de campanas en las iglesias y periódicas salvas. Los vecinos de todas ellas se dispusieron a contemplar la comitiva por el largo itinerario previsto (veinticuatro cuadras en la capital limeña) desde los balcones, galerías, ventanas y tejados. Las calles se poblaron de un gran gentío, que, atraído por la curiosidad, acudió desde las comarcas vecinas y desde los pueblos más distantes y no quedó defraudado, pues la vistosidad fue extraordinariamente colorista en joyas, galas, plumas, flores y frutos ("que bien parecía la selva, los Campos Elíseos o los pensiles de Chipre", como señalaba el cronista poblano).

            Como los hitos fundamentales de la ceremonia son muy parecidos en todos los núcleos urbanos estudiados, vamos a seguir las pautas de la jura correspondiente a la capital de Nueva España. Comenzó ésta con la reunión en el Ayuntamiento del corregidor, los alcaldes ordinarios, el maestre de campo del reino, el correo mayor, los regidores y muchos caballeros. Desde allí arrancó el desfile abierto por los ministriles, timbales, tambores, tímpanos, chirimías, dulzainas, trompetas y clarines, vestidos de lana encarnada con encajes de plata sobre azul. Seguían los ministros de vara de la Audiencia, los tenientes de alguacil mayor de la ciudad, los dos maceros almotacenes, los escuadrones de infantería, la caballería unida al Ayuntamiento, marchando luego los militares con graduación y la nobleza (todos ellos jinetes sobre corceles enjaezados con vistosos encintados y estribos de oro y plata).

            Se dirigieron a la casa del Alférez Real, que salió a incorporarse a la comitiva, que le acompañó a las Casas Reales, marchando el Alférez al lado derecho del primer alcalde. Los capitulares subieron entonces a su sala de juntas, donde previamente se había colocado el pendón real entre cuatro reyes de armas vestidos con coletos de ante ornamentados con cordoncillos de plata, siendo el resto de su atuendo de plata y oro.

            Se dispusieron entonces el Alférez a la derecha y el corregidor a la izquierda del pendón y volvió a formarse el anterior cortejo para encaminarse al Palacio y subir al salón en que se encontraba el virrey congregado con la Audiencia, los ministros del Tribunal de Cuentas y los oficiales reales. Todos juntos bajaron al tablado de antemano dispuesto delante del Palacio[47]. La tribuna principal de la ciudad de México tenía treinta varas de largo por quince de ancho, estando la mitad cubierta en previsión de posibles inclemencias meteorológicas (más modesta fue la de Lima, ya que las cuatro erigidas tenían las mismas proporciones, ocho varas de largo por seis de ancho y tres y media de alto). En ella, “el retrato de Su Majestad se puso aparte en lo alto, hacia los balcones de Palacio, con el mayor adorno, primor y riqueza que se pudo, donde se hizo el acatamiento debido"[48].

            Al palco subieron los secretarios del ayuntamiento, los cuatro reyes de armas, el regidor decano, el corregidor, el alférez y el virrey. Los maceros se situaron en las gradas. Tras el protocolario saludo de cortesía, consistente en descubrirse y volverse a cubrir, puestos todos de pie y destocados, el rey de armas más antiguo demandó la atención de los presentes con las palabras de ritual: "¡Silencio, Silencio, Silencio; Oid, Oid, Oid!". A continuación el virrey, poniendo la mano en el pendón real que tenía el alférez real, dijo con voz alta y clara: "Castilla, Nueva España; Castilla, Nueva España; Castilla, Nueva España por el Católico Rey D. Phelipe Quinto, nuestro señor, rey de Castilla y de León, que Dios guarde muchos y felices años", respondiendo todos: "Amén, amén, amén, viva, viva, viva". Luego el virrey entregó el estandarte al alférez real, el cual, enarbolando el pendón proclamó de nuevo la adhesión de la ciudad (acción que se repitió por tres veces, ubicándose el alférez en el centro del estrado, luego a la derecha y finalmente en el flanco de la izquierda), tras lo cual se hicieron salvas de arcabucería, se voltearon las campanas de la catedral (repique que fue coreado por los demás campanarios), se echaron al aire los sombreros, desde los balcones (por señoras y monjas) fueron arrojadas flores, pastillas de boca y de olor, así como (gracias a la munificencia de las autoridades) se echaron divisas y monedas[49] acuñadas para la ocasión con la efigie del nuevo rey[50]. La algarabía y confusión entre el pueblo (europeo e indígena, convocado por los nobles caciques) fue notable en su afán de recoger los reales de plata que se les ofrecían con liberalidad como llovidos del cielo[51].

            Concluidos los actos de rigor, las autoridades se sentaron y vieron desfilar las compañías de comercio, que no se deslucieron pese a la lluvia[52]. Después los representantes de la ciudad se despidieron del virrey, hicieron acatamiento al retrato del monarca y, montando a caballo, marcharon a repetir la proclamación, con idéntica ceremonia en las dos plazas del trazado urbano en las que se habían dispuesto tablados para la ocasión. El fin de fiesta en el virreinato de Nueva España se completó con la acción de gracias en la catedral, donde se entonó un Te Deum ("pasando del teatro de sus plazas al ara de su templo")[53].

            Esta descripción, a grandes rasgos (con detalle se puede ver en el apéndice documental, en que se recogen extractos de las proclamaciones de Lima y Texcoco), muestra bien a las claras que el diseño de las celebraciones en honor de Felipe V fue una tarea que requirió una gran inversión de trabajo y recursos para construir todo el aparato de la puesta en escena, ya que la posibilidad de mostrar el espectáculo era motivo de honra para la ciudad y sus habitantes. Además de los tablados para los espectadores y el estrado como escenario de la representación, se engalanaron las fachadas, se alumbraron azoteas y balconadas, se adecentó la pavimentación, se limpiaron y adornaron las calles por donde pasó el cortejo, lo cual supuso un dispendio para las familias propietarias de las viviendas, que en algunos casos solventaron parte de la inversión en los gastos suntuarios alquilando los balcones[54]. Es fácil imaginarse que la misma actividad constructiva y la fiebre de los preparativos fue un espectáculo para el pueblo y que serían multitud los curiosos que inspeccionaron la erección de los tablados y otros exornos construidos para el evento.

            Si en las proclamaciones anteriores a Felipe V la ceremonia no había sido una simple apariencia, sino un elemento sustancial en la sociedad virreinal que se encargaba de hacer presente al rey entre su pueblo al mismo tiempo que se ponía de relieve el poder mayestático de quien estaba por encima de sus súbditos, gracias a la dimensión sacralizada de una monarquía de derecho divino[55], la trascendencia de la jura del Borbón (y de la imagen del rey, aunque ésta sea ideal), a través de los gestos y rituales consuetudinarios, se revaloriza al tratarse de la instauración de una nueva dinastía[56]. En efecto, en el caso de Felipe V hay un componente particular, ya que el nuevo soberano encarna el paso de la dinastía de los Austrias a la de los Borbones. Por ello, en primer lugar, se pone gran énfasis en señalar la continuidad dinástica (fenómeno común al esfuerzo realizado en la propia metrópoli durante los primeros tiempos del reinado) popularizándose, por ejemplo, a través de las décimas compuestas para la jura la conjunción de la sangre española y francesa en la persona del Delfín, padre del monarca ("una Rosa de Castilla, unida a una Flor de Lis, produjo un Lirio en París", reza uno de los poemas). De más enjundia simbólica es la glosa que precede a la relación tetzcucana (APÉNDICE III), que une a su belleza e ingenio la incardinación dinástica de Austrias y Borbones en la persona de don Felipe, que aparece vinculado metafóricamente a la flor de lis como estrella de la mañana de la nueva dinastía, así como al león, símbolo de los Borbones y al mismo tiempo del león coronado de Castilla-León, del mismo modo que la carta astral del rey con ascendientes en Leo y Aries[57]sirve para aludir a la legitimidad a lucir el Toisón (vellocino de cordero como la representación del signo zodiacal), de estirpe borgoñona, que pasa a los Austrias a través de Felipe el Hermoso y a don Felipe a través de su abuela, María Teresa de Austria. Imagen que se vuelve a retomar en las páginas siguientes de la introducción a la proclamación en sí, jugando en este caso con el cordero asimilado a Carlos II y el león al propio don Felipe (“... En su Regio Gobierno / Carlos Segundo fue Cordero tierno / y Rey León coronado / Philippo Quinto Heroyco fue aclamado. / Siendo por eminencia / de la Imperial Austriaca descendencia ...”).

            Poca originalidad muestran las relaciones de la jura de Felipe V a la hora de elegir sus símbolos, ya sea por el recurso a la obvia flor de lis (“flor de las estrellas, estrella de las flores” como descendiente del gran Clodoveo), como a los ya empleados con los Austrias, así el emblema 117 de Juan Kyeihing como rey al que veneran dos mundos y sustenta su trono en el empíreo asentando sus pies entre las nubes, la caracterización como “luminar mayor de dos esferas” (que tanto pueden referirse a España y las Indias como a los dos virreinatos americanos) y, sobre todo, a la referencia al sol (“vayan a gozar del mejor Sol las luces, que como Rey Grande esparce”), uniendo la simbología del Rey Sol, abuelo del homenajeado, a la metáfora solar también empleada por los Austrias en alusión a la universalidad benéfica del sol que ilumina y alimenta la vida en todos los lugares del planeta, de la misma manera que el buen príncipe vela por el bienestar y la salvación de sus súbditos en los diferentes hemisferios de sus dominios.

            Abundando en esta línea, prosigamos con los símbolos. Como es bien sabido, para estas actividades festivas en torno a la proclamación del monarca, los practicantes de la alta cultura ponían sus conocimientos del bagaje histórico, mitológico y clásico al alcance de los elementos plebeyos o iletrados para constituir universos de referencias políticas comunes. Sin embargo, en las representaciones iconográficas y en la literatura emblemática, a través de las que se plasman los diversos roles que un monarca debe encarnar, los artistas encargados de llevar a cabo la escenografía para la proclamación del primer Borbón anduvieron escasos de ideas[58], tal vez por lo sorprendente de su ascenso al trono.

            Si el opúsculo correspondiente a Lima resulta particularmente parco por las razones analizadas, el de Texcoco es el más rico de todos. Así, en esta proclamación aparece Felipe V caracterizado como "imperial águila tetzcucana", rasgo a destacar, ya que el emblema mexicano es el águila sobre el nopal, aunque el autor se extiende en explicar la importancia de este símbolo tanto desde el punto de vista clásico recurriendo a Plinio y al águila imperial romana, metáfora de los imperios, como desde la óptica pragmática del comercio de la Carrera de Indias, jugando con la ambivalencia de la imagen aquilina para caracterizar al rey, al tiempo que la traspone a la propia ciudad, permitiéndole su vuelo hacer el tornaviaje para en el cielo metropolitano penetrarse de la magnificencia del monarca[59]. Tampoco se olvida de hacer un parangón entre el ordinal que le corresponde y el valor del quinto real, tan interiorizado en una sociedad colonial productora de grandes remesas metálicas[60]. En las licencias para la impresión, los censores tampoco se quedan cortos a la hora de comparar a don Felipe con los héroes clásicos, aunque no sea más que un cliché al que se recurre con harta frecuencia[61].

            Como uno de los objetivos primordiales de la proclamación era manifestar la aceptación por parte de los súbditos de la continuidad de la monarquía y garantizar la adhesión al nuevo soberano, la distancia existente entre ambos continentes era un factor determinante en la elaboración de la imagen real oficial y a ello contribuía la fiesta barroca convirtiéndose en un aparato para generar y explicitar la cohesión política imperial en las regiones más remotas. Y aquí surge uno de los elementos originales de la jura de Felipe V en América. Por un lado, hay una respuesta unánime de aceptación de la persona del rey y acatamiento de la nueva dinastía y, por otro, hay dificultades para plasmar la imagen, aunque sea ideal, del nuevo monarca. Al ser el heredero legítimo un candidato no previsto (el archiduque Carlos tenía más visos entre un amplio grupo de la nobleza española de alzarse con la Corona), el caso de don Felipe se convierte en una excepción, ya que su retrato no preside siempre el estrado en la Plaza Mayor donde ha de ser aclamado, sino que en Lima[62] se sabe de la existencia del cuadro, pero permanece oculto (aunque en lugar de honor), como si fuera la imagen de una divinidad mistérica, que sólo se manifiesta a unos pocos privilegiados, quizás debido a una causa bien sencilla[63], el desconocimiento de la fisonomía real. Y es que las distancias que separaban el Viejo y el Nuevo Mundo se solían cubrir con la imaginación de los artistas locales que hacían unos retratos idealizados sobre los clichés del parecido de familia y la adecuación a la edad y a los comentarios que habían circulado sobre el heredero, ya procedieran de aristócratas que habían conocido al Príncipe de Asturias personalmente ya de meros trasmisores de las señas de identidad del retratado haciéndose eco de las percepciones de los que sí le habían visto. En cualquier caso, el desconocimiento de los rasgos físicos no arredró a los jalicenses, que mostraron al monarca en la plaza de Guadalajara, representado de cuerpo entero, vestido de brocado, posando para un lienzo que con su efigie pintaba la diosa Palas.

            El despliegue artístico y festivo que acompañaba y decoraba el fenómeno completaba la apoteosis del ritual del encuentro entre el rey y su pueblo, aunque fuera simbólico y efímero. De la importancia que se concedía al momento en que entraban en comunicación poder y sociedad es una buena prueba el esfuerzo realizado en cada una de las ciudades en las que tenía efecto la proclamación por los más reputados arquitectos, pintores, escultores, vates y eruditos de la época, que contribuían a crear un espacio nuevo, distinto, digno escenario para la representación (arcos de triunfo, decoraciones de fachadas, adornos múltiples mediante símbolos y alegorías extraídos de la mitología, de la geografía, de la historia sagrada y profana, especialmente del mundo clásico), a través del cual se ponían de manifiesto principios, ideales, deseos y esperanzas. Ahora bien, pese a la ampulosidad de las relaciones escritas, se ha de convenir que los festejos y la escenografía desplegada para la jura de Felipe V fueron mucho menos aparatosos y más austeros que los organizados para sus antecesores, volviéndose a la suntuosidad acostumbrada sólo con sus sucesores. En el recorte de presupuestos hasta se suprimieron las habituales corridas de toros. No todas las relaciones aluden a la participación del comercio en la organización de los carros triunfales y mojigangas, actos paralelos a la ceremonia en sí de la proclamación, ni tampoco se hacen eco (con la excepción de Texcoco) de otra práctica común, la de dar la libertad a los presos con motivo de la aclamación y es bien seguro que no se omitió la amnistía entre el programa de los festejos.

            Del mismo modo que ocurre con la simbología, pese al carácter integrador de todos los sectores sociales que presentaban las ceremonias de proclamación, en las fiestas de Felipe V se puede observar una menor presencia de los elementos autóctonos americanos en comparación con otras celebraciones anteriores. Por ejemplo, en la jura de lealtad a Felipe IV en México (1623), las autoridades indígenas hicieron el juramento en náhuatl como parte de una política deliberada de comprometer al conglomerado indígena con la estructura de poder existente[64]. Del mismo modo, en la aclamación limeña de Carlos II (1666) se colocó a los pies del trono que debía recibir el retrato del rey la representación de un inca y una coya en actitud de ofrecer una corona imperial y otra de laurel al nuevo soberano[65]. Pues bien, este importante elemento, que los cronistas de estos acontecimientos solían destacar como prueba irrefutable de la lealtad de los reinos americanos a la Corona, sólo aparece en la relación de Tetzcuco[66]. En primer lugar figuraba el carro de los "salvajes", que iniciaba el desfile, integrado por más de una treintena de indios desnudos y representando el triunfo de la cruz sobre las costumbres idólatras; en segundo término, el grupo de chichimecos, que ejecutaba danzas y bailes al son de los instrumentos autóctonos, ataviados a la propia usanza y, aunque se incluían los personajes de su propia tradición, desde Moctezuma coronado de rosas al rey tetzcucano Netzahualcoyotzin con los siete reyes que sometió a su distrito, la asimilación cultural de los Gigantones también está presente; y tercero, el cortejo de los "naturales", cuya marcha era abierta por su propio conjunto de músicos provistos de los instrumentos coloniales empleados en los desfiles. Entre los denominados naturales hay que destacar dos grupos según su status. Uno, el de los indios gobernadores, nobles caciques, todos jinetes sobre caballos de raza enjaezados a la española, armados de bellas pistolas, tocados con sombreros (como cualquier hidalgo español, aunque incluyeran plumas en los mismos) y ataviados con las prendas autóctonas (tilma o capa, manta, calzón, armador o jubón, almilla o jubón ajustado, primavera de seda floreada), pero confeccionadas con ricos paños, cambrais, tafetanes, rasos, sedas bordadas de la China y guarniciones de oro y plata. El otro, el de los setenta elegidos para representar a la comunidad, que aunque tampoco iban a pie desfilaron a lomos de "humildes jumentos enramados" y que como símbolo de bravura domeñada llevaban las cabezas ceñidas de coronas de rosas.

            Otros dos rasgos son dignos de destacarse. Primero, el abarrocado cronista, al describir las danzas de los indios, dice: "Va el Netzahualcoyotzin Tetzcucano / con otros siete Reyes, que brioso / rindió por armas a su Imperio Indiano, / hoy sujeto a Philippo más glorioso". Versos que no dejan lugar a dudas sobre la intención de Isla, natural de Texcoco, de subrayar el sometimiento de los naturales a la soberanía del monarca ausente. Y segundo, cuando versifica explicando el sentido del jeroglífico compuesto para la ocasión, describe el significado de dos imágenes en las que está presente la inserción del Nuevo Mundo bajo la órbita de la monarquía hispana y el inicio de la Nueva España tras la conquista de Hernán Cortés en tiempos de Carlos V, jugando, como en otros lugares con el ordinal del homenajeado:

 

"Sobre florido matiz / el Magno Carlos Francés / a un lado está en un telliz /

Regio a Philippo esta ves / dándole la flor de Lis.

Carlos V a quien se humilla / primero este Nuevo Mundo, / en imperial dosel brilla / dando al Quinto sin

Segundo / una Rosa de Castilla.

El Cid, cuyo pecho encierra / todo el valor castellano / y aquel que a galana guerra /

de todo el Imperio Indiano / Cortés le ofrece la tierra.

Los demás no ofuscan calmas / porque diestros los pinceles / les sustituyen las almas, / con que a Philippo,

laureles / rendidos, le traen en palmas".

 

            Pese a lo rebuscado de las imágenes, el cronista quiere dejar constancia de la legitimidad, no sólo de la continuidad dinástica, sino de la soberanía sobre el virreinato novohispano, al hacer a Felipe V heredero de las tierras puestas bajo el amparo del emperador Carlos, y al recurrir una vez más a la idea de que el rey de los dos mundos no necesita de un "segundo" monarca para gobernar sobre las Indias, bastándose el sólo para regir los destinos de todos sus reinos.

 

            A la vista de los datos documentales manejados, se puede concluir que las ceremonias de aclamación de Felipe V en América no difirieron sustancialmente de las realizadas en los reinos europeos en cuanto a escenario y participación de las élites civiles, militares y religiosas, así como del pueblo. Los estereotipos se respetan en sus más mínimos detalles, aunque se asimilan (sin alterar sus principios fundamentales) los elementos propios de la estructura social colonial. Por otra parte, dentro del propio ámbito americano, los elementos autóctonos son menos evidentes en las capitales de los virreinatos (Lima y México) que en las grandes ciudades de los mismos. Tal vez porque el sector criollo está más presente en las segundas y en torno a la corte virreinal se pone mayor énfasis en perpetuar y remarcar los esquemas de la metrópoli.

            En suma, aunque existen unas similitudes palpables entre las analizadas y las ya estudiadas, las proclamaciones del primer Borbón en Indias muestran ciertas peculiaridades. En efecto, no fueron tan brillantes como era habitual o porque los dirigentes fueran austracistas o porque influyera el recorte de gastos aconsejado por doña Mariana o porque la sorpresa del cambio de dinastía dejara a los artistas locales faltos de ideas para identificar al nuevo monarca. Con todo, se cumplió con la obligación de jurar al rey y pese a la mayor austeridad observada se pudo asistir al espectáculo de la epifanía de la realeza, exponente de que los ecos de la trompeta de la Fama habían cruzado el océano para legitimar en el Nuevo Mundo el ascenso al trono de Felipe V, tal y como refrendan estos versos tetzcucanos:

 

"A la voz, que festiva / clama, Phelipe Quinto viva, viva.

Desde su Regio Oriente, / a donde raya Sol más excelente,

apresurando el paso, / hasta el Americano nuevo Ocaso,

la vocinglera fama / repitiendo la voz su nombre aclama,

de tanta Magestad Regia grandeza / heroicos timbres de cantar no cesa

Llegó pues a la Indiana / ardiente esfera, donde yace ufana ..."

 

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                                                                  APÉNDICES

 

                                                                           I

 

- Biblioteca de la Nación de México: Gabriel Mendieta Rebollo, Sumptuoso, Festivo Real Aparato, en que explica su lealtad la siempre Noble, Ilustre Imperial y Regia ciudad de México, Metrópoli de la América y Corte de su Nueva España. En la aclamación del Muy Alto, Muy Poderoso, Muy Soberano Príncipe D. Philipo Quinto su catholico Dueño, Rey de las Españas, Emperador de las Indias (que Dios guarde, quanto la Christiandad ha menester). Executada lunes 4 de abril del año de 1701. Por D. Miguel de la Cueba Luna y Arellano, Alférez Mayor de turno anual de México. Assistida de su Rl. Audiencia y Tribunales. Autorizada por el Exmo Sr. D. José Sarmiento Valladares, Caballero de la orden de Santiago, Conde de Moctezuma y de Tula, Vizconde de Ylocan, Señor de Monte-Rozano y de la Pessa, Alguacil Mayor propietario de la Inquisición mexicana, Virrey, Gobernador y Capitán General de la Nueva España y Presidente de su Rl. Audiencia. Escribiala D. ____, hijo de esta Imperial Ciudad de México y Escribano Mayor de su Ayuntamiento. Impreso en México en la imprenta de Juan Joseph Guillena Carrascoso. Año de 1701 [portada orlada, 69 páginas con algunos versos en el cuerpo del texto].

 

- Biblioteca Nacional de Madrid, R-5751: Anónimo, Solemne proclamación y cabalgata real, que el día 5 de octubre de este año de 1701 hizo la muy Noble y Leal ciudad de los Reyes de Lima, levantando Pendones por el Rey Catholico D. Felipe V de este nombre (que Dios guarde) fervorizada del zelo fiel y amante Lealtad del Excelentísimo Señor D. Melchor Portocarrero Conde de la Monclova, Virrey del Perú, &c., con licencia en Lima, por Joseph de Contreras, impresor real. Año de 1701. [portada ornamentada con escudo, 38 páginas de texto sin ilustraciones ni versos].

 

- Noticia de la Real acclamación, que debió hazer e hizo la muy noble y muy leal Ciudad de los Angeles en la Jura de la Cesarea y Catholica Magestad del Señor D. Philipo V, Rey de ambas Españas, el día nuebe y diez de Abril de este año de 1701, siendo Alférez Mayor el Señor D. Bartolomé Antonio Joseph Ortíz de Casqueta, Cavallero del Orden de Santiago, Marqués de Altamira [13 hojas sin foliar y adornos tipográficos]. Texto publicado por José Toribio Medina en Adiciones a la Imprenta de la Puebla de los Ángeles, 1640-1821, Santiago de Chile, 1908, t. III, pp. 91-97 [Reprint series of J. T. Medina’s bibliographical works, Amsterdam, 1965].

 

- Biblioteca Palafoxiana (Puebla de los Ángeles): José Francisco de Isla, Buelos de la Imperial Águila Tetzcucana, a las radiantes Luces de el Luminar mayor, de dos Espheras, Nuestro Ínclito Monarca, el Catholico Rey N. Sr. D. Phelippe Quinto (que Dios guarde), cuia siempre Augusta Real Magestad aclamó jubilosa la Americana Ciudad de Tetzcuco el día 26 de Junio de este año de 1701, siendo Alférez Real en ella el Capp. Don Andrés de Bengoechea y Anduaga, Alcalde, que fue, de la Santa Hermandad, por los Hijosdalgo de la villa de Oñate, su Patria, en la Noble Provincia de Guipuscua, en la Cantabria. Descrivelos [con una pluma de sobredicha Águila, de su Patrio nido] ___, impreso en México con licencia por los Herederos de la Viuda de Bernardo Calderón. Año de 1701 [51 páginas, escudo de armas de la ciudad, versos, sonetos y laberintos acrósticos en el cuerpo del texto].

 

- Biblioteca Medina, 4197: Miguel de Amesqua, Ramillete compuesto de las más hermosas fragantes flores, que en varias y diversas estaciones de tiempos llevó la antiguedad en sus más floridos Héroes, y en nuestro tiempo en el Parayso de España, y en los huertos de las Indias se juntaron en las rosas de Castilla y flores de lis, que forman la amenísima persona y floridísima Magestad del suavisimo Señor Rey de Europa y Emperador de la América D. Philipo Quinto (que Dios guarde) a quien con Real aparato y sumptuosa pompa el lunes 25 de Julio de este año de 1701, aclamó por Rey en nombre de todo este Reyno, Don Juan Baptista Panduro nuevamente electo por Alférez Real con asistencia de la Real Audiencia y cabildos ecclesiastico y secular y autorizado del muy ilustre Sr. Dor. D. Alonso de Cevallos y Villagutierre del Orden de Alcántara, del Consejo de S. M., Fiscal que fue del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisisción de Nueva España, Gobernador actual de este Reyno de la Nueva Galicia y Presidente de la Real Audiencia que en él reside. Sacada a la luz por el Capitán D. ____, Thesorero de la Santa Cruzada, quien por sí y en nombre de esta ciudad de Guadalaxara la dedica y consagra como a su dueño y Señor A la Sacra y Real Magestad del Rey nuestro Señor. Con licencia en México, impreso por los Herederos de la Viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, en la puente de Palacio. Año de 1701 [5 páginas con la dedicatoria encabezada por el escudo de armas reales entre viñetas perpendiculares más 43 hojas de texto con algunas poesías intercaladas].

 

- Biblioteca Nacional de Lima: Pedro José Bermúdez, Relación de la Cavalgata Real y Solemne Aclamación, que el día 8 de Enero de este año de 1702 hizo la muy Noble y Leal Ciudad del Cuzco, celebrando la Jura del Catholico Rey D. Felipe V, de este nombre, Nuestro Señor, Monarca de las Españas y Emperador de las Indias. Por D. D. P. I. B. Con licencia del Real Gobierno. En Lima por Joseph de Contreras, impresor real. Año de 1702 [29 hojas sin versos ni orlas].

 

 

 

                                                                          II

 

                                                    Ciudad de los Reyes de Lima

 

 

            "El general alborozo y aceptación común, con que esta nobilísima Corte de Lima ha celebrado, (como felicidad la más deseada de estos Reinos) la dichosa nueva de haber sucedido como legítimo Dueño, en los dilatados dominios de la Monarquía Española Nuestro Católico Rey y Señor D. Felipo Quinto (que Dios prospere) se declaró en las demostraciones más finas de su lealtad y amor, previniendo costosísimas galas para hacer más esclarecido el día feliz, en se había de celebrar el público solemne acto de su Real aclamación. Y hallándose el Excelentísimo Señor Virrey con noticia anticipada de haber llegado a Panamá (en aviso de España, que llegó a Portobelo a 14 de Junio de este Año) Cédula de 27 de Noviembre del Año pasado de 1700, en que se mandaba a aquella Real Audiencia que se alzasen Pendones por el Rey D. Felipo V, Nuestro Señor; y que esta Real aclamación se había ejecutado en la Corte de Madrid el día 24 del mismo mes de Noviembre; determinó su Exc. con consulta general de los Tribunales, que el día Miércoles cinco de Octubre se celebrase en esta Ciudad el solemne acto de la Real Aclamación, para cuyo efecto ordenó al Alférez Real de esta Ciudad, D. Pedro Lascano Centeno, avisase, (como lo hizo el día 20 de Setiembre) a todos los Títulos y Caballeros de esta Corte, para que correspondiendo al especial reconocimiento de su fe, llenasen todo el garbo de su nobleza en el desempeño de su obligación. No se esperó llegase a Lima el Aviso de España con el Real Orden para las solemnidades de la Aclamación Real, que en puntos de fineza y buena ley, tiene más de obsequio el culto que se anticipa [...] Buscáronse para la cabalgata y paseo generosos caballos, de airoso movimiento, de los muchos que engendra Chile y remite a Lima, sin tener que envidiar a los del Betis; a quinientos y más ducados se compraron algunos [...] previniéronse ricos jaeces, curiosos encintados de hermosa lacería y variedad de colores, estribos de plata y oro; para el crecido número de Lacayos [...] libreas de preciosas telas, terciopelos escarlatas con franjas de oro y plata o de encajes nevados, tan costosas como se debe discurrir de este Reino, donde los géneros se venden a precios tan subidos que lo que en Europa valiera dos ducados aquí se vende por doce y aun por diez y seis. Por cuya razón se deja creer que en otras partes pudieron en semejante función salir los caballeros más ricos; pero no más costosos que en Lima. [...]

            Cada cual estudiaba el modo de salir más lucido y de ocultar su gala, porque otro no se la compitiese. Fue ardiendo en todos la emulación noble. [...] En el ínterin que toda la Ciudad trabajaba en los esmeros de su mayor adorno, se iban levantando en la Plaza Mayor, Plazuela de la Merced, Plaza de la Señora Santa Ana y Plazuela de la Inquisición, cuatro tablados de firme de ocho varas de largo, seis de ancho y tres y medio de alto, en que se había de celebrar la función, con sus escalas tendidas y dilatadas pera subir sin embarazo, guarnecidas a los lados con sus barandas de balaustres y alfombrado el alto con ricos tapetes  [...] .

            Desde el mediodía de cuatro de Octubre comenzaron los alegres repiques de todas las Iglesias [...] ; la noche se transformó en claro día, con los muchos artificiales fuegos que de varia invención se quemaron en la Plaza Mayor, así esta noche como las dos siguientes, coronados los balcones y galerías de Palacio,  casa Arzobispal, corredores de Cabildo y demás ámbito de la Plaza de hachas de blanca cera, las Torres de la Catedral y demás Iglesias de lucidas luminarias; y toda la ciudad parecía una hoguera sin humo y una imagen de Troya, que se abrazaba en llamas hermosas [...].

            El día quinto, se consagró la mañana en pública solemne acción de gracias a Dios Nuestro Señor, asistiendo su Exc. con los Señores de la Real Audiencia, Tribunal Mayor de Cuentas, el Cabildo y Ayuntamiento de la Ciudad con otros muchos caballeros en la Iglesia Catedral, donde el Exmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo [...] salió acompañado de su ilustrísimo cabildo a recibir con los plácemes a su Exc. y a darle el agua bendita en la puerta de la Iglesia, donde al entrar todos juntos, entonó la música con la armonía de varios instrumentos y a dos órganos el Te Deum laudamus, en reconocimiento agradecido  a la Majestad Divina, por el gran beneficio que ha concedido a los Reinos de la Monarquía en darnos un Rey Católico [...]. Había ordenado su Exc. que en la Catedral se dispusiese otro Altar, separado del mayor, donde se colocaron con la mayor decencia tres sagrados bultos, del Apóstol Santiago en medio, como patrón especial de nuestra España, San Hermenegildo martir a la mano derecha; y a la izquierda a San Fernando, como Reyes nuestros, para que como patrones se interpusiesen con Dios por la prosperidad de la salud y felicidad continua de los aciertos de Nuestro Católico Rey y Señor D. Felipe V. A cuyo glorioso fin se dedicó la Misa solemne que cantó el Señor Deán [...]. Concluida tan sagrada y debida función, volvieron los Tribunales con su Exc. a Palacio.

            Ya las calles por donde había de pasar el acompañamiento habían amanecido aseadas y limpias y adornadas de vistosas colgaduras y tapetes de seda de vario alegre matiz. Los balcones, galerías, ventanas y tejados se iban poblando de innumerable gentío, previniéndose todos de lugar, porque (según se había mandado) no había de haber carrozas ni calesas en las calles y plazas, por donde había de encaminarse la Real Pompa [...]. Veinte y cuatro cuadras había de discurrir el paseo, y en todas pareció multiplicada la ciudad, pues fue igual en todas el concurso y apremio de la gente, que atraida de la curiosidad acudió de las comarcas vecinas y de pueblos más distantes. A las dos de la tarde comenzaron a entrar en Palacio las Señoras a hacer cortejo y asistencia a la Exma. Sra. Virreina, que las había convidado a su galería, que señorea la Plaza Mayor, para vitorear a Nuestro Rey [...].

            Comenzó a entrar en la Plaza Mayor una de las Compañías del número del Batallón de esta Ciudad [...] con más de cien infantes, armados con mosquetes y arcabuces [...]. Seguíale segunda Compañía del Comercio de esta ciudad, también con más de cien infantes, a quienes su ministerio les facilitó el caudal y la elección de la gala para su lucimiento [...]. Marcharon las dos Compañías dando vuelta a los cuatro ángulos o costados de la plaza, haciendo alegres repetidas salvas a galerías y balcones. Seguían después más de veinte trompetas o clarines, de los Capitanes del número de esta Ciudad y sus contornos, del Comisario General y del Teniente General de la Caballería y del General de Mar y Tierra, el señor don Antonio José Portocarrero, primogénito de su Exc. [aquí sigue un listado de todos los militares con graduación con plaza en Lima]. Este cuerpo de caballeria fue el alma de la hermosura, bizarría y gala que ostentaron los militares [...] No salieron más militares por no embarazar el número de los Cortesanos. Seguíalos la compañía de caballos de la guardia de su Exc., con cien hombres vestidos de gala. [...]

            A este tiempo, plantados ya los militares, pasó de las casas de Cabildo, la Ciudad en forma con sus nobles Capitulares puestos a caballo con las galas y riquezas, que en general se han dicho, llevando en medio los dos Alcaldes Ordinarios al Alférez Real, don Pedro Lascano Centeno, con el Real Pendón, que de nuevo se hizo (como en iguales ocasiones se acostumbra) de tela rica encarnada con flores de oro, a dos haces, cordones y flocadura correspondiente y bordados de realce dos escudos de las armas de la Ciudad,  y había estado con la mayor autoridad y decencia en la Sala Capitular y se encaminaron al Palacio [...] .  Precedían veinticuatro instrumentos de atavales, chirimías y trompetas, vestidos de raso a flores de oro con varias listas de hermosos matices, forrados los sombreros de la misma tela [...]. Seguían los diferentes Ministros y Oficiales del Ayuntamiento. [...] A quien seguía la nobleza ilustre de los caballeros de esta Ciudad, procediendo de dos en dos, vestidos de rasos de Florencia a flores, cabos de color en traje de corte. [...]

            Tanta gala a un tiempo, tanta riqueza junta fue mucho golpe de luz, que deslumbraba la vista más perspicaz. A este cuerpo de la Nobleza seguía en forma el Cabildo justicia mayor y Regimiento de esta Ciudad de los Reyes, a que precedían dos clarines de su Exc. vestidos de fina grana con guarniciones y alamares de oro. Iba inmediato el teniente de Alguacil Mayor, a quien seguían los dos maceros con ropones y gorras de damasco carmesí y sobre raso azul celeste bordados los escudos de armas de la Ciudad, que traían a los pechos y espaldas, con las dos mazas de plata en las manos; iba después el teniente de Escribano de Cabildo y le sucedían los Capitulares por este orden [...] . Señores de la Real Audiencia [...] . Aquí seguían los cuatro Reyes de Armas, de negro con cabos de oro y plata, con las cotas o gramallas de damasco carmesí con las armas reales de Castilla y León y las columnas del Plus Ultra, que las trarían en los pechos, espaldas y a los lados. Iban los cuatro en fila.

            Coronaba tan regio, noble, militar, cortesano acompañamiento el Exmo. Sr. D. Melchor Portocarrero Lasso de la Vega, conde de la Monclova, virrey del Perú, inspirando fervor de lealtad amante a toda la Ciudad, y vertiendo por los ojos el alborozo del corazón, ostentando en las galantes divisas de venera y joya al pecho, guarnición de espada, cintillo y hebillas, la más brillante copia de finísimos diamantes y los esplendores de su fineza y amor, como en la exquisita gala del vestido y cabos y en los ricos jaeces del caballo, ser apasionado galán de la adoración de su Rey. Sacó 25 lacayos con libreas de escarlata guarnecidas con franjones de oro, y le iba guarneciendo la persona su guarda de alabarderos, vestidos de paño de Londres, color canela con franjas y botones de oro, que a uno y otro lado se tendían por todo el espacio que ocupaban los Regios Tribunales. Venía acompañado del Oidor de esta Real Audiencia, a su mano derecha y a la izquierda, del Alférez Real con el Real Pendón. [...] Seguía a su Exc. su nobilísima familia, correspondiendo en aseos, galas y joyas al lucimiento mayor. [...]. Cerraba el acompañamiento y cabalgata Real, la compañía de los Gentiles hombres Lanzas [...]. A lo último, el coche de la persona de su Exc. y los coches de cámara, con los cocheros y lacayos, que iban a los tirantes con la alegre rica librea de escarlata.

            Fue dando vuelta, esta hermosa pompa en contorno de la Plaza, así por ser el principal Teatro de la función, como por pasar por el balcón donde asistía la Exma. Sra. Virreina, con la señora doña Josefa Portocarrero, su hija, asistidas de todas las señoras de la Ciudad. Y lograr también el balcón donde asistió el Exmo. Sr. Arzobispo y merecer su santa bendición [...]. Se dirigió el acompañamiento a rodear el tablado (que estaba en frente de la galería de Palacio). A donde llegando el virrey y desmontando del caballo, subió el primero las escalas a dominar el Teatro, con el señor Oidor decano, el Alférez Real, que llevaba el Real Pendón, los dos Alcaldes ordinarios, el Alguacil mayor de la Ciudad, los cuatro Heraldos o Reyes de Amas, el Caballerizo de su Exc. para asistirle, el teniente de Escribano mayor, para dar fe y testimonio del solemne acto, quedándose a los dos lados de las gradas los dos maceros de la Ciudad. De los Reyes de Armas dos ocuparon el un lado, y dos el otro del tablado, donde el concurso tenía puestos los ojos y atenciones. Entonces, el Rey de Armas señalado, que estaba a mano derecha, dijo y repitió tres veces en alta y sonora voz: Silencio. Silencio. Silencio. Oid. Oid. Oid. Calló al punto la multitud, quedando el innumerable gentío de la plaza en una suspensión admirable. Y su Exc., quitándose el sombrero (a cuya demostración se destocaron todos) y poniendo la mano en el Real Pendón, que tenía el Alférez Real, dijo en altas, claras e inteligibles voces: Castilla y las Indias, Castilla y las Indias, Castilla y las Indias por el Rey Católico D. Felipo V de este nombre, Nuestro Señor, que Dios guarde. Levantando a un tiempo el Real Pendón con el Alférez Real. Aquí se desató el profundo silencio de antes en vítores y aclamaciones, repitiendo todos a una voz Viva, viva, viva desde la ínfima Plebe hasta lo regio de los Tribunales y dosel, donde estaba la Exma. Sra. Virreina, que se levantó en pie con las demás señoras, al tiempo de hacer la aclamación su Excelencia, sacando pañuelos y divisas, correspondiendo al señor Virrey, que con el pañuelo en la mano y el ardor de la voz, volviéndose a todas partes, encendía el alborozo de toda la Ciudad, para que vitoreasen el nombre augusto de su Rey [...]. Al mismo tiempo hicieron salva las Compañías de Infantería y batieron las banderas, sonó el alegrísimo repique de la Catedral, a quien siguieron todas las Iglesias y Capillas de Lima. El  Exmo. Sr. Arzobispo arrojó desde sus balcones al Pueblo muchas monedas de plata, galantería, que a su imitación hizo también el venerable Deán y Cabildo. Arrojábanse por el aire los sombreros y de los balcones flores y divisas. [...]

            Concluida tan festiva función en la Plaza, comenzaron a desfilar las Compañías de Infantería por la calle de los Mercaderes, con todo el acompañamiento, a la Plazuela de la Merced, donde se había erigido el segundo Tablado y se repitió aquí la Aclamación [...] . De este sitio salió por la calle que llaman de los Guitarreros [...] . Desde aquí se logró más bien la hermosa galante comitiva, porque tiró siete cuadras seguidas subiendo a la plazuela de la Sra. Santa Ana; y al pasar por la calle del Monasterio de la Concepción, de sus altas cercas, quisieron las Religiosas pagar la curiosidad de sus ojos con la liberalidad de sus manos, arrojando sobre el acompañamiento muchas flores, rosas, claveles, azahar, narcisos y jazmines, con gran suma de pastillas de boca y de sahumerio amasado con ámbar. Cortesía que se vio también en los más balcones de la Ciudad, que regaron de flores las calles. [...] La real aclamación se reiteró con el mismo aplauso y regocijadas demostraciones del innumerable gentío[...] . Ya el acompañamiento había llegado a la Plazuela de la Inquisición, donde el tabalado tenía la cara a las casas de los señores Inquisidores, que desde su balcón asistieron en forma de Tribunal [...] . Aquí cuarta vez se repitió con las mismas ceremonias la real proclamación, encendiéndose el pueblo en leales afectos y aplausos reconocidos a su Rey. Los señores del Santo Tribunal contribuyeron al general regocijo arrojando cantidades de plata al crecido concurso. [...]

            Fueron entrando los caballeros, militares, cortesanos y tribunales con su Exc. a Palacio, donde estaba en el primer patio tendida la Compañía de Infantería del presidio de El Callao con ochenta soldados vestidos de gala. [...]  De Palacio volvió a salir el Cabildo y Regimieto con el Alférez Real, que llevaba el Pendón Real para colocarle en la galería de la Sala de Cabildo debajo de un riquísimo dosel de terciopelo carmesí, con las armas reales de Castilla y León, bordadas de oro de realce y puestas a los dos lados las dos mazas de plata sobre almohadas carmesíes.

            Subió luego su Exc. a la galería de la Plaza, en que había asistido a la función su excelentísima consorte, donde al verle le vitoreó el pueblo [...] . Creció más el aplauso cuando vieron que su Exc. comenzó a arrojar fuentes de patacones al crecido concurso y fue tanta la confusión y aprieto (mientras duró tiempo de un cuarto de hora) el esparcir las monedas que se ahogaba la gente. Para este día había mandado su Exc. acuñar nueva moneda corriente de plata con el augusto nombre de N. Rey y Señor Felipo V y la repartió a las principales personas, de suerte que desde este día se ve en los patacones del Perú esta inscripción Philippus V Dei gratia Hispaniarum et Indiarum rex. Anno 1701. A muchos señores togados, contadores y caballeros, que se quedaron en Palacio aquella noche a hacer cortejo y estado a su Exc. y repetirle los plácemes merecidos, los convidó a los fuegos de ingeniosa inventiva, que se quemaron en la Plaza y después los agasajó a todos con fuentes de dulces, bebidas heladas y chocolates, cumplimiento que también hizo la señora virreina con las señoras que la habían asistido. Dijo que todos conservasen la gala de sus vestidos los ocho días que había de estar en público en la galería de Cabildo el Real Pendón, donde se estuvieron tocando instrumentos músicos y de noche alumbrándole muchas hachas de blanca cera. [...]

            Había su Exc. hecho sacar un bellísimo retrato del rey N. Señor de varias estampas y lienzos que pudo la actividad de su celo recojer y en su mismo gabinete por asistir personalmente al pintor en la dirección de las líneas, le hizo copiar muy al vivo y ha salido muy agraciado y hermoso. Y el mismo día de su aclamación lo colocó debajo de dosel en el salón en que da audiencia, para que todos desde luego conociesen y adorasen a su rey  [...]  ".

 

 

                                                                         III

 

                                                                     Texcoco

 

GLOSA ALUSIVA A EL ASUNTO, que discurre la Flor de Lis, Estrella del Signo de Aries y León, en que con benigno influjo entra Sol el Rey Nuestro Señor, que ilustra Esferas dos Mundos.

 

                                               1. Es la Flor de Liz Estrella

                                               2. Del Signo de Aries y León

                                               3. A la luz de dos Esferas

                                               4. Es Phelippe Quinto, Sol.

 

 

                        Del franco Celeste Polo,                      En el Castellano Cielo

                        al Hispano Firmamento                       se mira el León coronado

                        pasa con Real lucimiento                     y está el Aries abrazado

                        Philippo, mejor Apolo                         acá en el Indiano suelo.

                        en su Zenit por Sol, sólo                      Mas con ardiente desvelo

                        brillantes rayos destrella,                    sus influencias, las ligeras

                        es en su alborada bella,                       del Sol atrazan carreras

                        florida Aurora temprana                     abraza uno y otro mundo,

                        su luz y de la mañana                          porque basta sin segundo

                        1. Es la Flor de Lis Estrella.               3. A la luz de dos Esferas.

                        Difundiendo resplandores,                  Brillando Rey en Oriente

                        Signos los Reinos visita,                     esparce lucidos rayos,

                        que benigno solicita                            y sus vuelos sin desmayos

                        darles influjos mayores.                      alza el Ave de Occidente.

                        Mira insignias superiores                   Mas es Águila valiente,

                        de España, en Regio blasón                que echa amante Girasol

                        un León Castilla y Toisón                  sigue su Febeo arrebol,

                        que es Aries Cordero tierno                y de hito en hito le mira,

                        y Titán rige el gobierno,                     que por las luces que gira,

                        2. Del Signo de Aries y León.            4. Es Phelippo Quinto, Sol.

 

 

                                       Del teatro que puso en su casa el Alférez Real

 

 

            [...] De su morada en la calle, el sitio anchuroso tuvo, de una plazuela, [...] para que en ella cupiese un teatro arrimado al muro de la casa [...] a doce varas de espacio y nueve en alto redujo el arte, todo el primor que en la Aritmética cupo. Cinco arcos en proporción formaban los medios puntos que en cinco basas, columnas cinco, le servían [...]. Vistosa tapicería de Nápoles, en dibujos de Ofir y Ceilán mintieron de Flora imperio caduco. Porque formando pensiles, la copia de Amaltea trajo los Abriles y los Mayos sin competencia por suyos. Y porque no les faltasen de cristal los acueductos, ministró en nevados lazos la sayasa y a los surcos. Los márgenes guarneciendo formaba arroyos cerúleos, ya en plumajes desatada y ya aprisionada en nudos. Corredores, pasamanos, pilares, arcos y el rumbo del pavimento, regó de nieve en escarceos puros. Sirviéndole de azucenas, ostentó clavel purpúreo, tirio flamante dosel majestuoso, que allí estuvo. A éste el carmesí damasco le dio en flecos de oro anuncios radiantes que iluminó Sol Philippo en su trasunto. Con un cordero en el pecho, coronado un León sañudo servía a sus reales plantas, de trono este Nuevo Mundo. De Zeusis mejor copiado así, le veneró el vulgo pasando a el original, desde el retrato el discurso. Un bufete y un cojín con igual telliz, compuso el pedestal para el Real Pendón, signo de su triunfo. Sobre turquesas alfombras, sillerías y cojines hubo en fondo amarillo, flores de azul, encarnado y fusco. En dos candiles de plata pendían antorchas, presumo serían llamas de una fe, que ardía leal, sin consumo [...].

 

 

 

                                                 Adorno de las calles y Plaza Real

 

 

            Sonó campana tocada en vísperas, a que acuda el concurso a la aclamada fiesta, que por campanuda daba grande campanada. Regocijos generales, dando muestras de su ley prevenían fiestas tales que por ser de nuestro Rey, eran todas fiestas Reales. Poniendo medios sin tasa para este fin prevenida los Reales aplausos traza cada casa, que atendida es muy liberal, no escasa. [...] faroles a todas luces muchas velas navegaban [...] las luminarias por puertas. No quedó en tanto sosiego, la noche allá en su retrete retirada, porque luego la seguía, como un cohete, el alquitrán hecho un fuego. Y así con violencias raras de su ardimiento despojos, los aires miden, cual jaras, las bombardas a manojos y con los cohetes a varas. El Castillo prevenillo el Real Alférez, cuidado sería, que para batillo, como fuerte se había armado [...] A las claras alboradas de Febo nada se esconde, y a su luz, las desveladas guardas, sin mirar de donde vieron las casas colgadas. En cinco cuadras se espacia entre todas sin igual [...] la calle Real [...] De colgaduras estanco parecía en su ejercicio y al cuidado manifranco ni el más pequeño edificio esta vez se quedó en blanco. Con acertados primores, la curiosidad más rara admiraba en las labores, que aun a la tela más cara le hicieron salir colores. Banderas bien igualadas, por azoteas asomaron, que en el viento enarboladas gala a N. Rey cantaron a banderas desplegadas. Volando al aire bellezas de gallardetes al Alba, demostraron con finezas, que querían hacer la salva de tafetanes con piezas. Con amorosos anhelos los doseles igualaban, tapices, cortinas, velos, sobrecamas, que colgaban con primor [...].

            A la plaza hemos llegado y encontrado hemos venido que con primor en el lado izquierdo, bien prevenido el Sitial han entablado. De tapicería no falto, todo el centro se cubría y si al Pavimento exalto la vista, tapiz sería, que no se pasó por alto. Rojo y amarillo aunado, color que lo matizó dejó Sitial separado, el damasco lo vistió y se puso colorado. En triángulo sin igual, pórticos tres descubrió trono, al Parlamento Real, que por tal se recibió y se declaró por tal. Con armonía vistosa de ramilletes y flores hacían una selva hermosa, vestidos los corredores donde cada flor se roza. Aquí sillas, que propicia seda en flores han bordado, dan señas en que se indicia que este primor en estrado se ha sacado, por justicia. Pasando muy corto espacio con las puertas al Oriente en esmeros no reacio se ve un pórtico eminente colgado como un palacio. Aquí el cuidado se estanca atendiendo un corredor, que forma una sotabanca a N. Rey y Señor, que hacia la puerta franca. En retrato la Real Casa, que puso sitial de flores naturales, dando traza para entreteger labores, sacó su imagen a Plaza. Aquí en el lienzo sucinto verás, si a su nombre acudes leyendo FELIPE QUINTO de sus heroicas virtudes el Retrato que te pinto.

 

                     Laberinto acróstico, alusivo a las Virtudes de N. Soberano Monarca

 

                                   Firme               Fiel                  Felize           Firmamento

                                   Emperador        Eroyco              Es                Entendido

                                   Luz                  Liberal              Latino          Luzimiento

                                   Inclito              Inestimable        Igual            Instruido

                                   Piadoso            Padre                 Pasmo          Poderoso

                                   En                    Eloquente         Egregio         Engrandecido

 

                                   Quinto            Querido            Querdo          Quantioso

                                   Varon              Venigno            Visto             Venerado

                                   Invicto             Ilustre              Insigne           Ingenioso

                                   Noble               Nivel               Nunca            Notado

                                   Todo               Tierno              Tutor             Terrortemido

                                   Oportuno         Orizonte            Oy                Observado

 

 

                                                    De la Compañía del Batallón

 

 

            [...] Domingo de Perea iguala la jineta al parecer, que en su mano la bengala. Color de perla no acaso nevada moda la fragua, de oro y verde chupa, [...] Saltando al aire ligeros penachos en la celada de un nácar aprisionada eran de cristal plumeros, así pimpollo galante, eran de la Compañía, que como airoso la guía, echaba paso adelante. Las esferas penetraba la militar armonía, cuanto el pífano tañía, a la caja le tocaba. Causando su gala asombro, garboso venía don Juan de Morales, capitán, que metió a la pica el hombro. De paño color de cielo y de plata guarnecido, ricamente en el vestido mostró amoroso su celo. Noble a su pecho decoro dio encarnada con recato una chupa de brocato guarnecida como un oro. El sombrero su agudeza con plumas y picos tres, enjoyado a lo francés, puso sobre su cabeza.

            Cabeados de encarnado, igualmente guarnecidos cuatro pajes van vestidos de paño fino azulado [...] ostentando en las acciones, dos milicianos Dragones, llevaba en su compañía [...] El uno y el otro en todo para lucir se acomoda, con francés sombrero y moda [...] De la vanguardia que ostenta en las galas primaveras, igualando las hileras iban infantes cincuenta [...] Aquí el Alférez [...] sobre chupa a que no escondo en encarnado desvelo de la plata, terciopelo raso, descubría su fondo. En el sombrero le daban a la española, donaire cándidas plumas, que al aire de su bizarría volaban. Abanderado y tambor y dos pajes guarnecidos de verde y blanco vestidos les dio campo a su color. Guarnecida la Bandera, los cabos a la española [...] a encarnadas chupas clavos pasados de joya dieron. En la retroguardia aunados, diestros infantes ligeros, aunque en todo tan enteros pasaban lista Soldados [...] que de solo un parto a la luz sacó cien infantes [...] Tantas salvas, acertados hacen en Reales recuerdos, que aun los hombres más cuerdos parecían atronados. En la Plaza Real en frente del regio dosel paro y la vanguardia partió el sargento diligente. Sacó el Alférez preciso, y fue doblando la gente, que en escuadrón de gran frente un cuadro de terreno hizo. Así cuidadoso vela esperando la ocasión de la Regia aclamación, y se queda en centinela.

 

 

                                                       Del Carro de los Salvajes

 

 

            Vaya en esdrújulos porque de preámbulo sirvió este célebre trono enigmático. Yacen los débiles del monte Paramos en llano término, alto un cerro áspero. A este por último Texcotzinco animos, dieron idólatras, nombre en sus cánticos. Encima una Águila al Sol contándolos le bebía trémulos rayos en cálculos. Aquí sin réplica sus deseos Tántalos dándole víctimas, tenían oráculos. Mas hoy, católicos, aquel escándalo quitando rígidos le mueven rápido. De ramos de árboles, que no fantástico, le hicieron físico, cubierto de álamos. Una cruz ínclita fue coronándolo de la Fe epílogo, a la Águila tartago. En huecos lóbregos traía animándolos, los siervos tímidos, con su mismo hábito. También recíprocos los leones cálidos y otro sin número de Lobos plácidos. Tenía esta máquina pintados pájaros y otras volátiles aves, cercándolo. Dentro dos jóvenes mostró a lo mágico, que si no Céfalos, servían de sátiros. Con vuelo súbito de fuertes cáñamos, con grave júbilo venían tirándolo. Treinta sin máscara Indios que pálidos de Heno vestiánse salvajes bárbaros. Desnudos veíanlos, mas sin obstáculo, los cuerpos míseros, los pechos cándidos. Aqueste prólogo, echando bártulos fueron leyéndolo párrafo a párrafo.

 

 

                                                    Danzas y Bailes de los Indios

 

 

            Rayados Chichimecos van en suma, con carcaj, arco y flecha por delante, siguénlos con copil, máscara y pluma, manta y monarca, Tocotin galante. Va con su antiguo imperio Moctezuma, de rosas coronándose contraste y al gentilicio modo, en invenciones corpulentos, bailando Gigantones. Va el Netzahualcoyotzin Tetzcucano, con otros siete reyes, que brioso rindió por armas a su imperio indiano, hoy sujeto a Philippo más glorioso; cada cual su macana lleva en mano, del ronco Teponastle al son gozoso, Ayacatztle y Sonaja sus mudanzas vistosas, siguen otras muchas danzas.

 

 

                                    Acompañamiento de la Ciudad por los Naturales

 

 

            Gobernador y alcaldes ordinarios componen la Ciudad, seis regidores, cuatro alcaldes al Pueblo necesarios, alguaciles (también cuatro) mayores, de Cabildo escribano, jueces varios de afuera seis, con seis gobernadores, de adonde salieron con adorno iguales en número, setenta Naturales.

            Con acorde compás en armonía de clarines, trompetas y timbales, con jubilosas muestras de alegría, las chirimías tocaban y atabales, guiando algunos la Indiana Compañía con pífanos, tambores y metales en humildes jumentos enramados y los dueños de rosas coronados. Con calzón ancho, tilma de labores blancas debajo, encima trajo puestas, don Sebastián Francisco, de colores ropas de raso limpio todas estas, mas don Juan de la Cruz con los primores de encarnado y azul galas compuestas con plumas de color en los sombreros los dos en dos tordillos bien ligeros. Sobre azul tafetán, de tela anteada la manta, don Francisco de Santiago lleva, la almilla azul tela pasada, musco y plata, el calzón en blanco lagoz. Don Francisco Sebastián, bordada tilma sacó de blanco y el refajo rozado con dos plumas de colores, en castaños, con sillas de labores. Vestido de costosa primavera hoy don Gregorio de San Pedro vino, tilma blanca y calzón, mas el de afuera guarneció filigrana en paño fino, jaez, almortiga, silla y anquera bordada a un rucio bruto le previno de seda blanca y negra y enfundadas milanesas pistolas dos cargadas. Don Andrés Nicolás Herrera, haciendo de brocado, vestido tan costoso, sobre blanco, azul y plata, atiendo que hizo peso a la gala lo juicioso, de la manta en el nudo va luciendo joya igual al cintillo de oro hermoso, silla jineta azul, jaez de colores en un bayo, que ostenta sus primores. Don Juan Francisco en tela de la China, verde y rojo el color, con milanesa guarnición de oro y plata peregrina, la indiana gala viste con limpieza, con encajes la manta blanca fina trae debajo, va en la ligereza de un caballo retinto, que leonada carga la silla de correa bordada. Don Nicolás Flores de Miranda viene y su hijo don Andrés, que un tiempo fueron jueces gobernadores y conviene que ocupen el lugar que antes tuvieron a la española usanza, les previene la gala el paño fino, que vistieron en zahonado y castaño, que ensillados con aderezos van los dos bordados. Don Antonio Muñoz de Cambrai llava manta y calzón, encima de colores la primavera rica viste nueva y el armador de tela azul en flores de Inglaterra en paño le releva, calzón la filigrana con primores en tordillo de brazos enjaezado, silla borada y lo demás dorado. Con silla de colores, le hace gala a un oscuro, en la frente un plumaje color nácar, azul y anteado iguala, sobrepuestos de rico blanco encaje: cacique noble don Gabriel de Ayala, tilma, armador, calzón viste ropaje, gobernador actual es (descendiente de reyes), un pendón lleva eminente.

 

 

                                 Acompañamiento del Estandarte Real por los Vecinos

 

 

            Ya sonoro metal rompe los vientos, de clarineros dos a la destreza, verdes y blancos fondos, sus alientos visten de paño verde en la fineza, en dos nevados brutos van [...]. De los vecinos leales, que llamados fueron, los dieciseis son elegidos, todos de negro salen imitados cortesanos primores en vestidos [..., todos jinetes en enjaezados corceles, se describen pormenorizadamente las galas de cada uno y de sus pajes].

            Almotacenes dos con ejercicio de reyes de armas salen sin iguales de carmesí vestidos y el oficio ostentan en gravadas tarjas reales; de la imperial ciudad ser el indicio dan en mazas coronas imperiales, vienen en dos castaños aliñados con ricos aderezos encarnados [...].

            El Pegaso corrido [...] aquel, en que el Real Alférez viene. ¡Con qué brio!, ¡qué gala!, ¡qué donaire! huella ligero no la tierra, el aire. A la brida ensillado de verde tela está clavo pasado de oro a flores lucida, y de los mismos flecos guarnecida, a que le dio el cuidado, freno, estribera, hebillas de oro ahumado y el jaez sobre espumilla, pajizas verdes flores de bandilla y en la frente a los vientos arboladas un penacho de plumas encarnadas [...]. De teleton vestido por de color de Príncipe escogido, costosamente brilla a la española gala de golilla que sobrepone hermosa realzada de Milán franja curiosa a que dio peregrina la hechura de fino oro y plata fina, que igualmente a labores le reparte en guarniciones diestramente el arte. De tela milanesa que sobre blanco realza con belleza al armador ha dado el ojal y botón apresillado con su sevillaneta que al oro bello todo se sujeta mostrando en el esmero, que le sobra aun en materia tal, primor a la obra. Al desgaire la capa al brazo asida, casi nada tapa, y en nevado decoro los cabos le releva plata y oro, es la joya una rosa y de diamantes flor de lis costosa, que sobre noble pecho pone ufano el signo de Philippo soberano. El cintillo no escaso de esmeraldas, ajusta con un lazo que da al sombrero francos vuelos al aire con penachos blancos, las limpias acertadas botas de rodillera trae calzadas las vueltas y follajes de cambrai y a pitiflor encajes, doradas las espuelas son de el nevado mar no remos, velas, y un espadín aseado sobre plata también lleva dorado con armas de Castilla y de León muestra cogido el Real Pendón en mano diestra. De encarnado vestidos con las franjas de plata guarnecidos por pajes, seis esclavos le sirven con azules, ricos cabos [...]

            En el sitial  propicia, aguardándole está la Real Justicia, que seria se previene en don Juan Méndez, que el gobierno tiene, de azul color vestido, y de luciente plata guarnecido el limpio pecho ocupa el carmesí brocado de la chupa; y a los pajes, libreas viste cabeadas sobre azul, de unas fajas encarnadas.

            Con acompañamiento de nobleza el Pendón recibe atento, estruendosa armonía, haciendo en salva real la Compañía, y al teatro de las luces firmamento, sube el Alférez Real al parlamento.

            Por el León y Cordero, Philippo heroico dio la voz primero, que en su nombre es enviado, Juan, alcalde mayor, y le ha tocado. Silencio repetido tres veces un rey de armas ha pedido y otras tantas Oid, clama en alta voz el otro; el Pueblo llama, cesó el murmureo, cuando el Alférez Real enarbolando el Real Pendón prolijo en repetidas voces dijo: Castilla, Nueva España, Castilla, Nueva España, Castilla, Nueva España: Tetzcuco, Tetzcuco, Tetzcuco, por el Rey N. Señor DON PHELIPE QUINTO. Aquí con voz reflexiva el concurso repite Viva, Viva, Viva, y en muestras generales de regocijo le hacen Salvas Reales, le abate la bandera, prevenido el Alférez, que le espera, claman en escuadrones, lenguas de fuego a bocas de cañones y el metal de las voces de las campanas, rompe aires veloces, y con el mismo intento el eco de la voz repite el viento el Alférez Real, fauces desata en monedas, que son lenguas de plata.

            La cárcel, que cerrada tenía dentro la voz aprisionada, arroja por la boca en nombre de Philippo, a quien invoca la gente, que aclamándole saliera libre y sin costas por la puerta fuera.

            El gobernador cuerdo por los indios le aclama con acuerdo y con sus principales caciques tira al aire en plata reales y viendo que tan breve sobre la tierra el aire plata llueve; con una nube fragua la aclamación, que tiene lengua el agua, y de cristal las gotas mueve balas con que festiva remojó las galas. Mas el gozo no aguado vuelve el apaluso ya sobre mojado, haciendo aclamaciones en el primer sitial y los pendones colocados se miran y por salva otra vez la plata tiran [...] marcha al templo soberano, a donde tiene aprisco el humanado serafín Francisco, que con angelicales voces Te Deum Laudamus, cantan leales y para santos fines. Misa de gracias diestros serafines, conque la fiesta, aquí la voz perdida, dando gracias a Dios deja concluida [...].

 

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IV

 

                                                          Puebla de los Ángeles

 

 

            "Quejosa y con razón quedara nuestra república si la región del olvido sepultara la Real acclamación que hizo el año de 1701 a la Cathólica y Cesarea Magestad de N. Señor Philipo V (que Dios guarde) pues haviendo recevido la Cédula de su Magestad de la Señora Reyna y Governadores, combocó el Sr. D. Juan Joseph de Veytia Linaje, Caballero del Orden de Santiago, Contador mayor del Tribunal y Real Audiencia de quentas de esta Nueva España a los Regidores desta Ciudad que juntos el día veinte y siete de Marzo en la capitular sala de la Real Cédula se le hizo notoria al Señor D. Bartholomé Antonio Joseph Ortíz de Casqueta, Cavallero del Orden de Santiago, Marqués de Altamira, Alférez mayor de esta Ciudad, a cuyo exercicio pertenece privativamente la función, [y] respondió estaba promta a hazer luego función tan grave sin admitir, como no admitió, la ayuda de costa que le ofrecía la Ciudad.

            Y designó Comissarios del mismo concurso de sus Capitulares. Fueron los primeros los dos Alcaldes Ordinarios, General D. García Fernández de Córdova Coronel y Benavides, Cavallero del Orden de Calatraba, el Dr. D. Diego de la Veguilla Chávez y Sandoval, Abogado de la Real Audiencia de México y dos Regidores, que lo fueron, D. Miguel Vázquez Mellado y D. Joseph de Urosa y Bárcena, a cuya diligencia se encomendó el combite de los Cavalleros no dexando la providencia desta Ciudad de nombrar otros dos Comissarios del cuerpo del mismo Cavildo, que lo fueron los Regidores D. Domingo de Ladeheza Verástegui y D. Antonio de Ribas y Servantes para que su cuydado desfogase el efecto que se precia tener a su Señor y Rey esta muy leal Ciudad en las imbenciones de fuegos.

            En consecución de lo dispuesto el día siete de Abril los dos Alcaldes Ordinarios, y los dos Regidores Diputados salieron por las calles acostumbradas, y al son de tímpanos, atambores, clarines y demás músicos instrumentos que se acostumbran en pregones Reales, notificaron en todas las esquinas el que el día nuebe y diez de Abril adornasen las calles con tapices y banderolas, y entrambas noches ocupassen las calles con luminarias y ensendiessen hachas en los balcones.

            Amaneció más temprano que nunca el día Sábado, porque aun antes que saliesse la Aurora ya havía dispertado a sus vezinos con la diversidad de acordes instrumentos que se oían con agradable concorde disonancia por todas las calles y azoteas. Entróse el Sol por la casa del Señor Marqués, que estuvo abierta desde antes del Alva, dando franca entrada todos estos tres días a diversidad de personas que venían a mirar y admirar lo bien compuesto de sus piezas. Túvose por milagro que el Sol no se parara a ver lo bien compuesto que estaba la casa por defuera con los gallardetes y banderolas, tapices y colgaduras, que llenaron sus azoteas, puertas y balcones; mas juzgó la discreción que el haver proseguido en su carrera la luz fue por entrarse en las salas del Señor Marqués pues siendo tantas las piezas que componen aquella gran casa, que es de las mayores que tiene esta Ciudad entre sus primorosos edificios, estaban todas ricamente aderesadas con tapices y colgaduras, sin que desde la escalera hasta la última sala diessen las telas ricas que encubrían las paredes lugar a otra cosa que a la admiración que ponderava las colgaduras, que alabava las finas alfombras que se estendieron por los corredores y por las salas y las piezas pendían llenas de cera de Venecia, tan costosa como inucitada. Mas donde se parara el Sol y se espantó la curiosidad fue en la principal sala, no por la espejería que como a todas las demás le adornaba, sino porque en ella estaba colocado el sitial de damasco carmesí con fluecos de oro fino levantado tres gradas en alto a quien le servía de alfombra una colgadura del riquíssimo brocato de oro y terciopelo, que fue presea estimada de nuestro Señor Philipo IIII (que Dios aya). En el medio del trono estaba una silla de tercipelo carmesí con clavos y remates de oro fino, superior a ésta el Retrato a el vivo de nuestro Philipo V (que Dios guarde) a su lado siniestro el Pendón Real con que esta muy noble Ciudad hizo las acclamaciones y juras del Señor Emperador Carlos V y demás Reyes succesores.

            Llegó el feliz día que debe señalar con piedra blanca la Puebla, en sus azoteas y balcones, ventanas y portales, tablados y lonjas, no se encontraba aun muy temprano lugar, aunque a fuerza de reales lo quisiesse contrastar el interés, pues aun el largo espacio de la plaza (que es ancha y hermosa), le ocupó de tal suerte la plebe que ni el rigor de los ministros pudo desalojarlos de sus puestos, en cuyo medio se levantó un tablado de cinco baras en alto, diez de longitud y de latitud ocho, con gradas hermosas y barandas todas de oro y azul retocadas, superior a este otro en segundo asenso de bara de alto y dos de ancho, en cuyo medio se obstentaba un sitial magestuoso carmesí con fluecos de oro fino en él colgada la efigie de nuestro Señor Philipo V debajo de cortina, cuyo pavimento desde lo inferior del tablado hasta el asiento del trono se advertía alfombrado con coladuras de seda quanto pudo buscar la curiosidad y exagerar la estimación. En el superior asiento a los lados del trono magestuoso se encontraban veinte y cuatro sillas de fondo carmesí y clavasón dorada. Y quando divertida la multitud en ponderar con sus confusos rumores tanta Magestad, magnificencia tanta, les llevaron los ojos y las atenciones las compañías de el vatallón que empezaron a entrar con tanta diversidad de galas, con tanta hermosura de plumas, con tanta variedad de colores, que tendidas en la plaza, juzgó el menos advertido que o havía ídose en espíritu a los Pensiles de Chipre, o se havían pasado a la plaza de la Puebla las hermosuras de los Eliseos campos, y con razón, porque en una multitud de más de seiscientos hombres que entraron de marcha, ni huvo gala que no fuesse rica, ni persona que no fuera bizarra. Alabando estaban lo galante de la soldadesca y lleno de las compañías, quando las chirimías y tambores, tímpanos y clarines, dulzaynas y otros instrumentos dieron a entender que ya salían de Palacio, para ir por el Real Pendón, los Cavalleros y la muy noble Ciudad, debajo de sus Maceros, que llegó en forma a la casa del Señor Marqués de Altamira, y entrando en la principal sala destocada toda, hizo profunda reverencia al Retrato de la Magestad Cathólica, de cuyo sitial cogió el Señor Marqués, Alférez mayor, el Pendón Real, que puso al lado derecho del Señor Alcalde mayor, montando a caballo empezaron a caminar para la plaza en esta forma:

            Ivan los ministriles y atambores vestidos con gualdrapas de el mismo género, flueco de oro y plata, seguíanse los Maceros con la misma gala, y Reyes de armas con vestiduras de terciopelo encarnado, sobrebordadas las armas de nuestro Cathólico Monarcha y las de esta Ciudad nobilíssima. Seguíanle las güellas sesenta y dos Cavalleros vestidos de negro con joyas al pecho, cadenas al cuello, cintillos y penachos en los sombreros, jaeses y aderezos de diversas telas y realzadas de sedas, todos con lacayos en copioso número cuya vizarría y gala no sólo competía, sino que excedía mucho a la de los Señores y Caballeros. En el lugar último, al lado dercho del Señor Alcalde Mayor, que iva vestido de terciopelo labrado con una venera de diamantes pendiente, cintillo y joya de la misma preciosidad en el sombrero.

            Ocupaba su diestro lado el Señor Marqués de Altamira, Alférez mayor, llevando en la mano el Pendón Real, vestido de tela encarnada color de fuego, lleno todo de encajes lenseados, capa de gorgorán forrada toda en la misma tela, mangas de la tela misma con los encajes llenas todas de diamantes hermosos, la bota de rodillera con cañones de los mismos encajes y espuela dorada. Y quando guzgaron que no havía más que ver, ni que esperar, dieron los ojos en un golpe de brillos que despedían ocho lazos de diamantes que el principal de ellos cogía todo el pecho corriendo con disminución su fábrica hasta llegar a la cintura, en donde quedaba pendiente la venera. A esta bizarría, a esta gala, a esta magestad, a esta pompa, assistían veinte lacayos vestidos de paños de Inglaterra verde de primera suerte con forro y franjas de terciopelo verde y amarillo con fluecos de seda de los mismos colores, chupas de tela encarnada, espadines dorados y penachos de pluma fina. De esta manera caminaba el Señor Marqués llevando por detrás un forlón, tiro largo de cuatro brutos. Era la fábrica del forlón vestida de tercipelo verde amarillo por dentro y por fuera, con fluecos de seda de los mismos colores, maderas, clavasón y herramientas doradas. Le acompañaba la estufa del Señor Alcalde mayor con cuatro vidrieras, forrada de terciopelo encarnado y blanco, con un valiente tiro que sólo competía consigo propio. Y si [a] sus huellas seguía tanta riqueza, sus personas se llevaban los ojos de los que más distantes les iban contemplando los movimientos; hasta que llegando el passeo al tablado, desmontaron todos los de brutos y subiendo a lo alto, el Regimiento ocupando las sillas que estaban en el segundo asenso colocando debajo del sitial el Señor Marqués el Real Pendón, sentado a la diestra del dicho Señor Alcalde mayor y sentada de la misma manera toda la Ciudad, mandó el Señor Marqués a los Reyes de Armas que assistían en las esquinas del inferior tablado dixesen al pueblo en voz alta: Oyd, Oyd, Oyd, Silencio, Silencio, Silencio y por tres vezes dicho, bajó al medio del tablado inferior e hizo la primera acclamación de modo que la percibió todo el pueblo exaltando el Pendón Real dixo en esta forma: Castilla y Nueva España, por el Rey nuestro D. Phelipe V de este nombre, que Dios guarde muchos años. A voces tan deseadas de los nobles y plebeyos, repondió el pueblo con rumor festivo: Viva, Viva, Viva, e hizo eco la infantería con carga cerrada abatiendo las banderas. A cuyo movimiento soltó la Catedral sus esquilas, dando un solemne repique que duró toda la tarde. Pasó al lado diestro del tablado el Señor Marqués, a donde hizo en la misma forma la acclamación, exaltando el Pendón Real. De allí fue al lado siniestro, donde hizo la tercera acclamación y exaltación del Pendón Real del mismo modo, correspondiéndole la vocería del pueblo y la infantería con sus armas. Subióse al trono, donde colocando el Pendón Real en signo de posesión debajo del sitial, cogió su aiento y entonces se empezó a demostrar más gallardo, pues quando el pueblo estaba acclamando a su Príncipe soberano, y ponderando la circunstancia de ser la primera jura que Señor de Título hazía en este Reyno. Entonces se levantó de una silla que ocupaba en el tablado bajo D. Joseph Nicolás Antonio de Cazqueta, primogénito y heredero de el Señor Marqués de Altamira, que en el passeo salió tan galán como bizarro, cortándole el vestido el terciopelo negro con encajes lenceados, mangas de tela azul con los mismos encajes, joya de esmeraldas en el pecho, cadena de oro al cuello, cintillo de esmeraldas y joya en el sombrero, cavallo obscuro, silla de tela azul con fluecos de plata, jaéz de ricas ligas de colores y encajes blancos. Acompañabánle seis lacayos vestidos de paño de Inglaterra verde de primera fuerte con forros y franjas de terciopelo verde y amarillo, fluecos de los mismos colores, chupas de tela encarnada, espadines dorados y penachos de pluma fina. A quien administrándole una fuente de plata curiosamente sincelada, en cuyo fondo estaban gravadas las armas del Señor Marqués con más de ocho marcos de plata de peso, un gentilhombre le ofreció en ella diversidad de monedas que importarían más de quinientos pesos, que tirándolas al pueblo causó el rumor de la muchedumbre que cuando estaba más ofuscada en coger la moneda, vido que no sólo a ella se estendía la magnificencia quando la daba, sino que tirando también la fuente, se echó el resto a la bizarría. Esto se miraba y se hazía en el un lado del tablado, quando en el otro (por orden de dicho Señor Marqués de Altamira) estaba en el exercicio propio D. Juan Gómez Vasconcelos y Luna, primogénito del Señor Marqués de Monserrate, que salió en dicho passeo vestido de rico terciopelo con guarnición de oro y plata, mangas de tela encarnada con su guarnición misma, joya de diamantes en el sombrero, cavallo tordillo, silla de tela encarnada con flecos de oro y plata, jaéz de listonería y franxas de oro que de la misma manera que el otro primogénito del Señor Marqués de Altamira ministrándole un gentil hombre la fuente, esparció al pueblo otra cantidad de quinientos pesos, mostrando también en tirar la fuente la liberalidad y Real ánimo del Señor Marqués de Altamira, a cuya acción alborotado el pueblo y alegre con el interés de las monedas y fuentes ricas, en confusos ecos daba unas vezes a nuestro Rey y Señor acclamaciones y otras a la magnificencia de el Señor Marqués los victores. Y no era menos digna de nota la buena disposición del Señor Marqués de Altamira en haver escogido los Primogénitos de dos casas tituladas para que esparciessen las monedas. Cesó el rumor, y no el júbilo, pues montando a caballo los galanes Cavalleros del Passeo: el Señor Alcalde mayor y el Señor Marqués de Altamira en la misma forma que havían entrado en la plaza, salieron por las calles acostumbradas, en cuyas esquinas todas repitió la lealtad del Señor Marqués la acclamación y exaltación del Pendón Real. Entraron de buelta en la plaza desmontando los salió a recibir con Cruz alta el Cavildo Ecclesiástico y Cleresía [y] entrando en la Iglesia entonó el Te deum laudamus la música. [Termina la Noticia con un Soneto]"

 

 

NOTAS

 



[1] Como es de bien nacidos ser agradecidos, he de comenzar mostrando mi deuda con el profesor Tomás Calvo, que tras un grato encuentro en tierras michoacanas tuvo la gentileza de poner en mis manos parte de los documentos que sustentan este trabajo. Mi gratitud por su generosa ayuda.

    [2] C. Martínez Barbeito, "Las Reales proclamaciones en La Coruña durante el siglo XVIII", Revista del Instituto José Cornide de Estudios Coruñeses, I nº 1 (1965), pp. 11-63;J. Villena, "La muerte de Felipe II y la proclamación de Felipe III: repercusiones en Málaga", Jábega, nº 50 (1985); J. Marina, "La proclamación de Carlos III en Granada", Chronica Nova nº 16 (1988), pp. 233-241; M.A. Pérez Samper, "Fiestas reales en la Cataluña de Carlos III", Pedralbes, VIII, 8/II (1988), pp. 561-576, "El rey y la Corte. Poder y ceremonia. Un ejemplo: el acceso al trono de Carlos III", Actas del Congreso Internacional sobre "Carlos III y la Ilustración". El Rey y la Monarquía, vol. I, Madrid, 1989, pp. 551-568 y "El poder del símbolo y el símbolo del poder. Fiestas reales en Madrid al advenimiento al trono de Carlos III", Coloquio Internacional Carlos III y su siglo, t. II, Madrid, 1990, pp. 377-393; M.P. Monteagudo Robledo, "Fiesta oficial e ideología del poder monárquico en la proclamación de Luis I en Valencia", en C. Cremades y L.C. Álvarez (ed.), Mentalidad e ideología en el Antiguo Régimen, Murcia, 1993, pp. 329-337 y "La fiesta y el control político en la proclamación de Carlos III en Valencia", VI encuentro de la Ilustración al Romanticismo. Juego, Fiesta y Transgresión 1750-1850, Cádiz, 1995, pp. 319-328; B. Lores, "Las fiestas de proclamación del rey Fernando VI en Peñíscola (1746)", IV Jornadas de Artes y Tradiciones Populares del Maestrazgo, 1994, pp. 23-43; J. A. Sánchez Belén, "Proclamación del monarca en la provincia de Álava durante el siglo XVII", Espacio, Tiempo y Forma, serie IV/10 (1997), pp. 173-200; y A. Bethencourt Masieu, "Fiestas reales en el Setecientos en Canarias. Identidades, evolución y peculiaridades", Espacio ..., pp. 263-293 (especialmente se refiere a la proclamación de Carlos III, que compara con los festejos realizados años antes en la isla por el nacimiento del Príncipe de Asturias don Luis).

    [3] Entre otros, A. Bonet Correa, "La fiesta barroca como práctica del poder", Diwan, nº 5-6 (1979), pp. 53-85 y Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al barroco español, Madrid, 1990; F. Coluccio, Fiestas y costumbres de Latinoamérica, Buenos Aires, 1985; L.C. Álvarez Santaló, "Mensaje festivo y estética desgarrada: la dura pedagogía de la celebración barroca", Espacio, Tiempo y Forma, IV/10 (1997), pp. 13-31 (centrado en el escenario religioso).

    [4] A. Bonet, "La última arquitectura efímera del Antiguo Régimen", en Los ornatos públicos de Madrid en la Coronación de Carlos IV, Barcelona 1983; C. Valbert, La iconografía simbólica en el arte barroco de Latinoamérica, La Paz, 1987; F. Moreno, Las celebraciones públicas cordobesas y sus decoraciones, Córdoba, 1988, pp. 21-25; Esther Galindo, "La real proclamación de Carlos III en Barcelona: aspectos plásticos, Pedralbes, 8/II (1988), pp. 577-585; A.J. Morales, "El Consulado de Cádiz y la proclamación de Carlos III", en El Arte en tiempos de Carlos III, 1989, pp. 161-167; M.D. Aguilar, "Málaga: imagen de de la ciudad en la proclamación de Carlos IV", en El arte en las cortes europeas del siglo XVIII, Madrid, 1989, pp. 12-22; V. Mínguez Cornelles, Art i arquitectura efímera en la València del segle XVIII, Valencia, 1990; V. Soto Caba, "Fiesta y ciudad en las noticias sobre la proclamación de Carlos IV", Espacio, Tiempo y Forma, VII/3 (1990), pp. 259-272, y El Barroco efímero, Madrid, 1993; M. Llorens y M.A. Catalá, "Un monumento efímero exponente del ideal de la monarquía del Despotismo Ilustrado: el de las fiestas de proclamación de Carlos III en Valencia", Traza y Baza, nº 8, pp. 28-35; R. Escalera, La imagen de la sociedad barroca andaluza. Estudio simbólico de las decoraciones efímeras en la fiesta altoandaluza. Siglos XVII y XVIII, Málaga, 1994, pp. 46-53; M.P. Monteagudo Robledo, El espectáculo del poder. Fiestas reales en la Valencia Moderna, Valencia, 1995, pp. 53-96; A. Martínez Medina, "La vivienda aristocrática, escenario de la fiesta. Festejos realizados por los Condes-Duques de Benavente con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV, 19 de enero de 1789", VI encuentro de la Ilustración al Romanticismo. Juego, Fiesta y Transgresión 1750-1850, Cádiz, 1995, pp. 309-317; A. Gallardo Peña, "Fiestas de exaltación al trono y cuadros de Carlos IV en La Laguna", Anuario de Estudios Atlánticos, 41 (1995), pp. 271-285 y "Fiestas de exaltación al trono y cuadros de Carlos III en La Laguna", Revista de El Museo Canario, LI (1996), pp. 271-273.

    [5] J.A. Maravall, "La literatura de emblemas en el contexto de la sociedad barroca", en Teatro y literatura en la sociedad barroca, Madrid, 1972, pp. 149-188; A. Sánchez Pérez, La literatura emblemática española (siglos XVI y XVII), Madrid, 1977; S. Sebastián, "Origen y difusión de la emblemática en España e Hispanoamérica", Goya, nº 187-88 (1985), pp. 2-7; J.M. González de Zárate, Emblemas Regio-políticos de Juan de Solórzano, Madrid, 1987; P. Pedraza, "La muerte rococó. Arte efímero y emblemática en exequias reales en Nueva España", conferencia pronunciada en Sevilla el 6 de octubre de 1988 en el ámbito de la U.I.M.P.; P.F. Campa, Emblemata Hispanica. An Annotated Bibliography of Spanish Emblem Literature to the Year 1700, Durham-Londres, 1990; I.V. Pérez Guillén, "El Viejo y el Nuevo Mundo: derivaciones al dualismo moral en la emblemática hispana", Boletín del Museo e Instituto ’Camón Aznar’, nº XLVIII-IL (1992), pp. 229-285; J.M. Díez Borque, "Literatura y artes visuales. Verso e imagen" en el Catálogo de la exposición Verso e imagen. Del Barroco al Sigo de las Luces, Madrid, 1993, pp. 251-257; en el mismo catálogo, J.M. Matilla, "Propaganda y artificio. La poesía efímera al servicio de la Monarquía"; R. de la Flor Fernando, Emblemas: lectura de la imagen simbólica, Madrid, 1995; A. Lorente Medina, La prosa de Sigüenza y Góngora y la formación de la conciencia criolla mexicana, Madrid, 1996 (especialmente pp. 11-45); y V. Mínguez Cornelles, Emblemática y cultura simbólica en la Valencia barroca, Castellón, 1997.

    [6] T. Gisbert, "La fiesta y la alegoría en el Virreinato peruano", en A. Bonet Correa (ed.), El arte efímero en el mundo hispánico, México, 1983, pp. 147-181; J.M. Díez Borque (comp.), Teatro y fiesta en el Barroco. España e Iberoamérica, Barcelona, 1986; R. Ramos Sosa, Arte festivo en Lima virreinal, Sevilla, 1992; A. López Cantos, Juegos, fiestas y diversiones en la América Española, Madrid, 1992; P. Gonzalbo Aizpuru, "Las fiestas novohispanas: espectáculo y ejemplo", Mexican Studies, vol. 9, nº 1 (1993), pp. 19-45; I. Cruz de Amenábar, La fiesta: metamorfosis de lo cotidiano, Santiago de Chile, 1995; y R.M. Acosta de Arias Schreiber, Fiestas coloniales urbanas (Lima-Cuzco-Potosí), Lima, 1997.

    [7] Omito la extensa bibliografía referente a la metrópoli, bastante bien conocida y me limito a los trabajos que tienen por marco el ámbito virreinal: S. Sebastián, El programa simbólico del túmulo de Carlos V en México, México, 1977, "Los jeroglíficos del catafalco mexicano de Fernando VI", Arte funerario, vol. I, México, 1987, pp. 231-236 y "Arte funerario y astrología: la pira de Luis I", Ars Longa, nº 2 (1991), pp. 113-126; A. Allo Manero, "Iconografía funeraria de las Exequias de Felipe IV en España e Hispanoamérica", Cuadernos de Investigación. Historia (UR), vol. VII (1981), pp. 73-96, y "Aportación al estudio de las exequias reales en Hispanoamérica. La influencia sevillana en algunos túmulos limeños y mexicanos", Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte (UAM), vol. I (1989), pp. 121-137; H. Berlín y J. Luján Muñoz, Los túmulos funerarios en Guatemala, Guatemala, 1983; J.M. Morales Flojea, "Los túmulos funerarios de Carlos III y la imagen del rey en Hispanoamérica y Filipinas", Boletín de Arte (UM), nº 9 (1988); y "los programas iconográficos en el arte funerario mexicano", Cuadernos de Arte e Iconografía. Actas del I coloquio de Iconografía. II, nº 4, Madrid, 1989, pp. 43-53; V. Mínguez Cornelles, "La muerte del príncipe: reales exequias de los últimos Austrias en México", Cuadernos de arte colonial, nº 6 (1990), pp. 5-32; "El fénix y la perpetuación de la realeza: el catafalco de Carlos II en la catedral de Lima en 1701", Millars. Espai i Història, nº XIV (1991), pp. 139-152; M.J. Mejías Álvarez, "Muerte regia en cuatro ciudades peruanas del barroco", Anuario de Estudios Americanos, vol. XLIX (1992), pp. 189-205; y M. Chocano Mena, "Poder y trascendencia: la muerte del rey desde la perspectiva novohispana (ss. XVI-XVII)", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, vol. 36 (1999), pp. 83-104.

    [8] Aparte de las directamente vinculadas a la exaltación de Felipe V, que tendrán un tratamiento sustantivo, son varios los autores que se han ocupado de las proclamaciones tanto de los Austrias como de los Borbones: R. Ramos Sosa, Arte festivo ... (la referencia a las juras de Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, en pp. 73-88); J.M. Morales, Cultura simbólica y arte efímero en Nueva España, Sevilla, 1991, pp. 57-94 (Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, ya que, como se dirá más adelante, lo que toma por jura de Felipe V no es tal proclamación); G. Tovar de Teresa, "Arquitectura efímera y fiestas reales: la Jura de Carlos IV en la ciudad de México en 1789", Boletín del Museo e Instituto "Camón Aznar", nº XLVIII-IL (1992), pp. 353-377; V. Mínguez Cornelles, Los reyes distantes. Imágenes del poder en el México virreinal, Castellón, 1995 (su cita será recurrente a lo largo de este trabajo, ya que es uno de los pocos historiadores del arte que tratan en profundidad el tema de las aclamaciones reales en el ámbito novohispano), "El rey sanador: meteorología y medicina en los jeroglíficos de la jura de Fernando VI", en el Catálogo de la exposición Juegos de agudeza e ingenio: la pintura emblemática en la Nueva España, México, 1994, y "Reyes absolutos y ciudades leales. Las proclamaciones de Fernando VI en la Nueva España", Tiempos de América, nº 2 (1998), pp. 19-33. Pese a ser una obra de carácter general, son de gran interés las referencias de M. Chocano Mena, La América colonial (1492-1763). Cultura y vida cotidiana, Madrid, 2000 (especialmente pp. 141-145).

    [9] V. Mínguez Cornelles, Los reyes ..., p. 32.

    [10] No obstante, la consulta a la bibliografía muestra que las entradas virreinales tampoco han merecido mucha atención por parte de los estudiosos contemporáneos. Aparte de los literarios y conocidos opúsculos redactados (por encargo) por Carlos Sigüenza y Góngora, sor Juana Inés de la Cruz y un extenso ramillete de egregias plumas locales, son escasas las evocaciones a las entradas virreinales entre los estudios contemporáneos, cf. J.I. Rubio Mañé, El virreinato, México, 1983, t. I, cap. IX, pp. 115-197 ("Viaje de los Virreyes de Nueva España a su destino, llegada y recepción"); J.M. Morales Folguera, Cultura ..., pp. 97-153 (pese a su pretensión, no es un estudio exhaustivo); V. Mínguez Cornelles, Los reyes ..., pp. 31-45; A. Lorente Medina, La prosa ..., pp. 11-16; y M. Chocano Mena, La América ..., pp. 145-147.

    [11] M.A. Durán Montero, Lima en el siglo XVII, arquitectura, urbanismo y vida cotidiana, Sevilla, 1994 (la referencia en pp. 224-227).

    [12] Los fondos relativos a las juras conservados en este archivo obedecen a la práctica de las autoridades (virreyes, gobernadores, capitanes generales y regidores) de comunicar a la metrópoli que se había cumplido el trámite de proclamar solemnemente la aceptación del nuevo monarca, comenzando con fórmulas que reflejan de forma inequívoca el tenor del documento: "En cumplimiento de la real orden de Vuestra Majestad y la Junta, en que se sirve prevenirme la aceptación del Rey Nuestro Señor [...] expedí inmediatamente los despachos universal sucesor en estos dominios, levantando pendones y aclamando a Su Majestad, con cuya noticia todos sus vasallos en este reino lo celebraron con tan común general aplauso ...". O usando otras más escuetas: "En cumplimiento de mi obligación doy cuenta a V.M. de haberse celebrado en esta ciudad la aclamación del Real nombre de V.M. ...". Esta documentación ha servido de base a dos estudios sobre la proclamación de Felipe V en Indias: A. Borges "Fiesta en Caracas (octubre 1701)", Revista de Historia. Facultad de Humanidades nº 11 (abril 1962), pp. 13-26; y L. Navarro García, "El cambio de dinastía en Nueva España", Anuario de Estudios Americanos", t. XXXVI (1979), pp. 111-168 (la proclamación en pp. 112-118).

    [13] El detalle de las crónicas impresas empleadas en este artículo en APÉNDICE I. Pese a no ser muchas, es imposible aportar un estracto de cada una de ellas, de ahí que se haya optado por ofrecer en los APÉNDICES II y III lo más relevante de las correspondientes a Lima y Texcoco, sirviendo el resto para establecer las líneas generales.

    [14] Cf. M.A. Pérez Samper, "El rey ...", p. 567.

    [15] J.A. Sánchez Belén, "Proclamación ...", p. 179.

    [16] E. Goffman, Relaciones en público, Madrid, 1979.

    [17] M. Fogel, Les céremonies de l’information dans la France du XVI au XVIIIe siècle, Mesnil-sur-l’Estrée, 1989.

    [18] M.A. Pérez Samper, "El poder ...", p. 378.

    [19] Esta fórmula es la empleada sistemáticamente en el virreinato peruano. En las urbes del novohispano se produce una ligerísima diferencia, como se verá un poco más adelante. Por otra parte, la invocación a Castilla se realiza en todo el ámbito de la Monarquía Hispánica, hasta el punto de que en el reino de Aragón, tras los decretos de Nueva Planta se aclamó a Luis I y a los siguientes Borbones en nombre de Castilla.

    [20] Lo que R. Maruri Villanueva, "Contribución al análisis de las fiestas barrocas en la periferia. La celebración en Santander del nacimiento de Luis I", en Homenaje a Antonio de Béthencourt Massieu, Las Palmas de Gran Canaria, 1995, t. II, pp. 437-462, llama "el juego de los sentidos y el sentido del juego" (p. 446).

    [21] Cf. F. Bouza Álvarez, "El rey, a escena. Mirada y lectura de la fiesta en la génesis del efímero moderno", en Espacio, Tiempo y Forma, IV/10 (1997), pp. 33-52 (p. 44).

    [22] Cf. J.M. Morán Turina, La alegoría y el mito: la imagen del Rey en el cambio de dinastía (1700-1750), Madrid, 1982 (las referencias a la importancia del retrato del monarca ausente en p. 13); y F. Bouza Álvarez, "El rey ..." , p. 51.

    [23] Reales Cédulas fechadas en Madrid, 13 noviembre 1700, en las que se "previene la moderación que se ha de observar en lutos" y se manda que los dispendios que generen los "lutos que usen los Ministros sean por cuenta de ellos, sin gasto para la Real Caja".

    [24] Cf. L. Navarro García, "El cambio ...", p. 114.

    [25] El encargado de redactar la crónica festiva de la capital del virreinato fue un discípulo de Carlos Sigüenza y Góngora, Gabriel Mendieta Rebollo, Sumptuoso, Festivo Real Aparato, en que explica su lealtad la siempre Noble, Ilustre, Imperial y Regia ciudad de México, Metrópoli de la América y Corte de su Nueva España.... La ampulosidad de la redacción del título es un claro exponente del utilitarismo propagandístico de las ciudades a través de los textos de las crónicas impresas. Y, aunque no fuese responsable directo el virrey de los términos en que se alude a la majestad del Borbón, los epítetos empleados no dejan traslucir el posible austracismo de la máxima autoridad de Nueva España.

    [26] BNM, R-5751. Solemne proclamación ...

    [27] Ello fue debido al recorte de los excesivos gastos en lutos y proclamaciones que hay que ver en la línea de la cédula emitida aún en vida del último Austria, 22 marzo 1693, y no exclusivamente como una actitud de rencor de la reina viuda hacia un marido que no le dio hijos y un heredero de la Corona que no era precisamente su candidato.

    [28] V. Mínguez, Los reyes ..., pp. 18-24.

    [29] J.T. Medina, La imprenta en Manila, Santiago de Chile, 1896 (ed. facsímil, Amsterdam, 1965); Biblioteca hispano-chilena (1523-1817), t. II, Santiago de Chile, 1898 (ed. fac., Amsterdam, 1965); Biblioteca hispanoamericana (1493-1810), t. IV, Santiago de Chile, 1901 (ed. fac., Santiago de Chile, 1961); La imprenta en Lima, 1584-1824, t. II, Santiago de Chile, 1904 (ed. fac., Amsterdam, 1965); La imprenta en México, 1539-1821, t. III, Santiago de Chile, 1908; La imprenta en Guatemala, 1660-1821, t. II, Santiago de Chile, 1910 (ed. fac., Guatemala, 1960) e Historia de la Imprenta de los antiguos dominios españoles de América y Oceanía, 2 vols., Santiago de Chile, 1958 (Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina).

    [30] Entre otras, las obras dedicadas a la doble victoria de Brihuega y Villaviciosa de Tajuña sufragadas por la Catedral y la Universidad de México, Valladolid de Michoacán, Guadalupe, Querétaro, Guadalajara, Oaxaca, Zelaya, Durango o San Luis Potosí. La intervención en Ceuta (1721) o el combate contra la armada inglesa (1743), destacando la bellísima narración efectuada por Bernardino Salvatierra Garnica, natural de México, Descripción de las fiestas y corridas de toros con que celebró México la reconquista de Orán por las armas católicas de Felipe V, impresa por Herederos de Miguel Ribera, año de 1732 (evento que también recogió la Gaceta de México, nº 61, diciembre, 1732).

    [31] En contrapeso a las fiestas organizadas para las juras o las conmemoraciones de las victorias militares, los nacimientos, bautizos, matrimonios y hasta las exequias servían para humanizar la imagen de la monarquía distante, imprimiéndole a los ojos de los súbditos americanos un carácter casi familiar, con un ciclo vital compartido.

    [32] Es de destacar el opúsculo de Manuel Zumaya, La Partenope. Ópera que se representó en el Palacio Real de México en celebridad de los días del Sr. Felipe V, impreso en México por Miguel de Ribera, año 1711. El estreno de esta ópera se ha de insertar en el programa festivo que se realizó con motivo de la celebración del décimo aniversario del ascenso al trono del primer Borbón y que se hizo coincidir con el día de su santo, actos que han llevado a José Miguel Morales Folguera a confundir la celebración con la proclamación de Felipe V en su obra El rey ..., pp. 63-64, diciendo textualmente: "La primera de las coronaciones celebradas en México en el siglo XVIII, de la que tenemos noticia, fue la de Felipe V, la cual tuvo lugar en el año 1711, al cumplirse la primera década de su reinado. Los actos se organizaron a raíz de una orden proveniente de la Metrópoli, que imponía la celebración de la victoria del rey sobre sus enemigos. En México fueron promovidos por el Cabildo Catedralicio [...]". Nunca puede ser promovida una proclamación por una entidad diferente al cabildo metropolitano y al alférez real, que son los encargados de invitar, entre otros, al cabildo eclesiástico a participar en los festejos organizados por la ciudad. Además, la palabra coronación, refiriéndose a los reyes de España, está mal empleada, ya que ninguno de ellos se ciñe la corona real en recuerdo de Cristo y su corona de espinas. La jura ya se había realizado en 1701.

    [33] Es interesante un artículo sobre este tema, elaborado sobre la base de una relación manuscrita: L. Navarro García, "Fiestas en Bogotá en 1708 por el nacimiento del Príncipe de Asturias", en Estudios de Historia Social y Económica de América, nº 2 (1986), pp. 199-216.

    [34] La imagen de la monarquía en Hispanoamérica a través de la prensa es el objeto de un bien documentado artículo de D. González Cruz, "Las bodas de la realeza y sus celebraciones festivas en España y América durante el siglo XVIII", en Espacio, Tiempo y Forma, IV/10 (1997), pp. 227-261.

    [35] Medina dice: "Nunca hemos visto este opúsculo [Relación de las fiestas que se hicieron en la provincia de Yucatán en la jura de Felipe V, México, por José Bernardo de Hogal] pero su existencia consta de lo que dice el escribano que anotó los trabajos tipográficos de Hogal ’Imprimió las Fiestas ... en 1725’" (La imprenta en México, t. VIII, p. 333).

    [36] Para los soterrados movimientos conspiratorios filoaustríacos que se habían advertido en algunas regiones de América, cf. L. Navarro García, Conspiración en México durante el gobierno del virrey Alburquerque, Valladolid, 1982.

    [37] A. Borges, La Casa de Austria en Venezuela durante la guerra de Sucesión Española (1702-1715), Salzburgo-Tenerife, 1963. La alusión más concreta a lo largo del texto es "la jura del Archiduque en septiembre de 1702" (p. 112). No más explícito es el artículo de la misma autora, "Los aliados del Archiduque Carlos en la América virreinal", en Anuario de Estudios Americanos, t. XXVII (1970), pp. 321-370.

    [38] A. Borges, “Fiesta ...”.

    [39] L.K. Stein, "The ’Blood of the rose’ and Opera’s Arrival in Lima", CD La púrpura de la rosa. The first opera in the New World, estudio introductorio realizado por los profesores A. Lawrence-King y L. K. Stein para Deutsche Harmonia Mundi, 1999, pp. 9-15. En la primera página dice textualmente: "... He was proclaimed Philip V  of Spain in Madrid on 24 November 1700, and in Lima in October of 1701. Though official accounts of his coronation and the local celebrations in his honor were published far and wide in the Hispanic lands, none has survived from Lima. It appears that the Count of Monclova suppressed any official description or relación of the festivities he was charged with organizing. The anonymous text of the opera’s 1701 Loa proclaims ’Viva, Felipo, viva!’ to voice Lima’s acclamation of the first Bourbon king of Spain, in spite of the fact that the War of the Spanish Succession still raged. The Count of Monclova was slow to react to the good news of Philip V’s proclamation in Madrid, perhaps because the French had always been his enemies. He had, after all, devoted his life to the Spanish Hapsburg monarchy".

    [40] Biblioteca Nacional del Perú, MS-1701: Representación música, fiesta con que celebró el año décimo octavo y primero de su reinado de el Rey nuestro Señor Don Phelipe Quinto, El Excelentísimo Señor Conde de la Monclova Virrey, Governador y Capitán General de los Reynos de el Perú, Tierra Firme y Chile & Compuesta en Música por Don Thomás Torrejón de Velasco, Maestro de Capilla de la Santa Iglesia Metropolitana de la Ciudad de los Reyes, Año de 1701, sobre libreto en verso del prestigioso don Pedro Calderón de la Barca. Todos estos datos proceden del documentado estudio que acompaña la edición del CD aludido.

    [41] BNM, R-5751.

    [42] Instrumentos de codificación iconográfica para introducir la imagen del rey en la vida pública americana. Cf. V. Mínguez Cornelles, Los reyes ..., pp. 16-17.

    [43] Ver APÉNDICE II.

    [44] Archivo Metropolitano de Historia de Quito. Sección Secretaría General. Serie Actas del Consejo, 1699-1704, ff. 82-93v. La real orden se recibió oficialmente el 10 de septiembre de 1701 y el alzado de pendones se realizó el 9 de octubre. En la reunión preparatoria del cabildo (20 de septiembre) se menciona expresamente que se esperará a tener noticias de cómo se ha realizado en la capital virreinal para seguir sus pautas y emularla en ostentación ("Propúsose  en este Cabildo [...] se festeje dicha coronación en la mejor forma que se pueda, como son poniendo luminarias por tres noches sucesivas con castillo de fuegos y se convide a los mercaderes el que hagan máscara u otro festejo y que se represente una comedia que don Julio de Morillo tiene hecha para este efecto; y respecto de lo que insta cumplir con esta obligación de levantar el Estandarte por Su Majestad, que Dios guarde, y que si la lealtad de esta Ciudad quisiera pasar a hacer las mayores demostraciones de su deseo, era preciso dilatar esta función por mucho tiempo respecto de las prevenciones que se pudieran hacer para ellas; acordaron los dichos señores Alcaldes y dieron sus votos para todo lo referido y para que en su mayor celebración se aguarde la noticia de lo que se hiciere y ejecutare en la ciudad de Lima"). No obstante, la tardía fecha de celebración hizo volver los ojos hacia Santa Fe de Bogotá y Cartagena de Indias.

    [45] El municipio es el que sufraga la mayor parte de los gastos (confección del pendón real, adecentamiento de calles, tablados, vestimentas de los regidores, los 24 asientos en la casa del alférez, etc.). La Audiencia corre con los gastos de las vestimentas de los oidores. El cabildo eclesiástico sólo paga los gastos propios de la celebración en la Iglesia (altares efímeros, capilla, ornamentos catedralicios) y es invitado por el cabildo municipal a participar en la fiesta civil, como los ciudadanos propietarios de las viviendas por las que pasa el cortejo, que han de afrontar los gastos del ornato de su propia parcela urbana. El alférez real recibía una ayuda de costas de la ciudad para los gastos extras propios de su casa (instalación del pendón antes de la cabalgata, libreas del servicio, atuendo personal, etc.).

    [46] Su paralelo en las islas Canarias: "los guanches de ambos sexos que vestidos de pieles bailaban el canario", en A. Béthencourt Massieu, "Fiestas reales ...", p. 290.

    [47] En el caso de Lima el virrey se sumó al cortejo a caballo con una escolta de cien hombres y veinticinco lacayos.

   [48]En el resto de las ciudades con relación impresa de la ceremonia, ésta tuvo lugar en la Plaza Mayor, ante el estrado donde se encontraba bajo dosel un sitial carmesí con el retrato de S.M. (con algunas excepciones) y el pendón real.

    [49] En Puebla se lanzaron al público asistente hasta las bandejas de plata labrada donde se habían depositado las monedas.

    [50] En los patacones del Perú y en los reales de México figuraba la inscripción “Philippus V Dei gratia Hispaniarum et Indiarum rex. Anno 1701”. Algunos ejemplares se pueden ver en el Museo Arqueológico de Madrid.

    [51] Similar actuación, con ligeras variantes, se recoge en el Cuzco: "Los señores del Venerable Cabildo Eclesiástico (que asistían con los prelados de las Religiones a la solemnidad) esparcieron considerable cantidad de monedas sobre aquel desmedido concurso; a cuya imitación repitieron igual galantería las señoras, lloviendo desde los balcones preciosas tempestades de flores y pastillas olorosas, acompañadas con monedas de plata".

   [52]La lluvia hizo acto de presencia durante el evento en la capital novohispana y en Texcoco.

   [53]Por el contrario, en el virreinato peruano la fiesta religiosa fue la de apertura de todo el ceremonial.

    [54] J.T. Medina, Noticia ..., "Llegó el feliz día que debe señalar con piedra blanca la Puebla, en sus azoteas y balcones, ventanas y portales, tablados y lonjas, no se encontraba aun muy temprano lugar, aunque a fuerza de reales lo quisiese contratar el interés", p. 93.

    [55] M.A. Pérez Samper, "El rey ...", p. 551.

    [56] Cf. J.M. Morán Turina, La alegoría ... .

  [57]Amén de la alusión en la Introducción al león de Judá y al cordero bíblico, que pone de manifiesto la elección divina para ser el rey de los súbditos hispanos, “que los reyes son de Dios retrato”.

    [58] Son pocos los elementos de juicio con los que contamos, pero puede servir como ejemplo el laberinto acróstico del APÉNDICE III, en el que se recogen una serie de virtudes tópicas y generales que se le suponen a la majestad y que se gradúan según las necesidades de adecuarse a las iniciales que corresponden a Felipe Quinto. Con todo no se olvida de hacer mención a la dualidad de padre y señor (fiel, padre, querido, venerado, tutor, tierno / emperador, ínclito, poderoso, egregio, engrandecido, insigne, noble), al caudillo militar (firme, heroico, invicto, pasmo, terrortemido), al buen gobernante (entendido, instruido, elocuente, cuerdo, benigno, ingenioso, noble, oportuno), al rey piadoso y generoso (liberal, cuantioso), siguiendo el esquema señalado por M.A. Pérez Samper, “El rey ...”, pp. 564-566.

    [59] "... para que los abatidos, humildes vuelos de esta Águila a su benigno inluxo caminen viento en Popa de el Mar, pasando al Cielo Hispano, a considerar del mayor Luminar la grandeza...". Y es que no hay que olvidar que la obrita está dedicada al Sr. capitán D. Miguel Vélez de la Rea, caballero de la orden de Santiago y diputado mayor del comercio de la Flota de España.

    [60] ... de rayos cinco una Estrella, / que es la flor de Lis hermosa. / De España y Francia gloriosa / unión cifrando distinta / con un Quinto Real se quinta ...”

    [61] El primero dice: "... no me detengo por eso en sus merecidos elogios, y porque para expresar sus generosas prendas, era menester hacer mejorar de objeto a Dídimo con Meliseo, a Plutarco con Sila, a Vegecio con Alejandro, a Séneca con Hipólito, a Veroaldo con Sexto Pompeyo y a Apiano con Ludovico Esforza, porque en solo nuestro Philippo hallo recopiladas todas las hazañas que estos grandes historiadores admiraron en tan aventajados varones".

El segundo, haciendo referencia a la juventud del monarca: "... porque en la tierna edad de Su Majestad respetamos anticipada la virilidad y prudencia para el gobierno de su reinado, que fue lo que alabó en el hijo de Eneas, Virgilio..." y "... Ovidio en la aclamación de Tiberio parece nos copió el grande valor de Su Majestad acaudillando fuertes alumnos de Marte, aun casi antes que dejase los arrullos de la cuna"

    [62] Y eso que el conde de la Monclova había "hecho sacar un bellísimo retrato del rey Nuestro Señor de varias estampas y lienzos que pudo la actividad de su celo recoger [...] le hizo copiar muy al vivo y ha salido muy agraciado y hermoso. Y el mismo día de su aclamación lo colocó debajo de dosel en el salón en que da audiencia, para que todos desde luego conociesen y adorasen a su rey" (BNM, R-5751).

    [63] Tal y como Tomás Calvo anota al margen de los documentos que gentilmente puso a mi disposición: "Así no es más que a partir del último párrafo que sabemos que hubo un retrato en el curso de la ceremonia, retrato semiescondido porque permaneció en la sala de audiencias pero no accesible al gran público, tal vez por miedo de no haber respetado el parecido ya que el cambio de la dinastía abocaba al fallo en la interpretación de los rasgos".

    [64] M. Chocano, La América ..., p. 142.

    [65] J. de Mugaburu, Diario de Lima, 1640-1694, Lima, 1917 (reedición con prólogo de C.A. Romero, Lima, 1936), en p. 81 ofrece la descripción de la jura de lealtad a Carlos II, que a grandes rasgos, con la excepción de lo mencionado, se atiene al patrón seguido en la del primer Borbón. Por ser la inmediata anterior, sería conveniente hacer un resumen para comprobar las similitudes. El acto tuvo lugar en la plaza de armas donde se colocó un trono. Varias compañías de caballería de españoles y dos escuadrones de indios se situaron en la plaza. Al ingresar el retrato real para ser colocado en el trono, la concurrencia prorrumpió en vivas al rey y la artillería disparó una salva. El alférez real presentó el Real Estandarte a la autoridad máxima del virreinato, que por muerte del virrey era el oidor más antiguo. El rey de armas exclamó: "Oíd, oíd, oíd", después de lo cual el presidente repitió tres veces: "Castilla, León y Perú por el rey nuestro señor don Carlos II, que viva muchos años!", mientras el pendón se inclinaba tres veces, a lo que siguieron los vivas de los capitanes y escuadrones y del pueblo congregado. Estas exclamaciones se repitieron una vez más y fueron seguidas por salvas de artillería y reverentes saludos al retrato del rey y a su estandarte. Después de este acto todos los participantes se dirigieron a la catedral, donde se entonó un Te Deum Laudamus.

    [66] Actual Texcoco de Mora, uno de los tres grandes centros de la confederación azteca, junto a Tenochtitlan y Tlacopan, y uno de los centros culturales más importantes del valle de México. Era una de las ciudades (como Puebla) que tenía el privilegio de salir a recibir a los virreyes en el itinerario de Veracruz a México, ataviadas las comunidades indígenas "a lo antiguo" bajo la dirección de todos los gobernadores indios de la provincia. En la proclamación son siete los gobernadores que desfilan en representación de los siete distritos de su jurisdicción, además de dos anteriores jueces-gobernadores (padre e hijo) a los que correspondía un lugar de privilegio en la cabalgata en atención a su antiguo cargo, y un cacique noble "descendiente de reyes".

 

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ARTÍCULO PUBLICADO EN:

Bethencourt Massieu, Antonio de (ed).: Felipe V y el Atlántico. III centenario del advenimiento de los Borbones. XIV coloquio de historia canario-americana, Ed. del Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2002.

FOTOGRAFÍA DE PORTADA

José Vázquez, Túmulo del Rey Carlos III, estampa calcográfica, 1789, Lima, colección privada

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LA AUTORA

Curriculum abreviado

MARINA ALFONSO MOLA (Baeza, 1953)

Profesora Titular de Historia Moderna y de Historia de la América Colo­nial de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Madrid).

Doctora en Historia de América por la Universidad de Sevilla en la modalidad Doctorado Europeo con la Tesis: La flota gaditana del Libre Comercio, 1778-1828 ("Premio Nacional del Mar" 1998).

Becaria de investigación y docencia de las Universidades de Sevilla y Barcelona. Ha realizado estan­cias en centros de investigación extranje­ros: British Library (Lon­dres), Public Record Office (Kew Gardens), Natio­nal Mari­time Museum (Green­wich), Archives Nationales y Archi­ves du Ministè­re des Affai­res Etrangères (París), Archi­ves de la Marine (Château de Vincennes), Archivo Nacional y Archivo Metropolitano de Quito (Ecuador). Ha participado en Proyectos de Investigación de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos (C.S.I­.C., Sevilla), Universi­dad de Barcelo­na y U.N.E.D. (Madrid).

Profesora invitada en la Ecole des Hautes Etudes en Scien­ces Socia­les (París), en el Séminaire d’Histoire et Antropologie Histori­que de l’Amérique Latine (París), en la Maison de la Recherche d’Amérique Latine de la Université Toulouse-Le Mirail, en la Universidad de Mar del Plata, la Universidad Nacional de Rosario y la Universidad Nacional de Salta (Argentina), en la P.U.C.E. (Ecuador), así como en los encuentros organizados por la Universität Hamburg para los especialistas en History of the Atlantic System y por la Maison des Pays Ibériques de Bordeaux para los expertos en Guerre et économie dans le monde atlantique, respectivamente.

Comisaria de varias exposicio­nes: Schittering van Spanje, 1598-1648. Van Cervantes tot Velaz­quez (Amsterdam, 1998); Arte y Saber. La cultura en tiempos de Felipe III y Felipe IV (Valladolid, 1999), Esplen­dores de España. De El Greco a Velázquez (Río de Janeiro, 2000), El galeón de Manila (Sevi­lla, 2000, México DF, 2001), Oriente en Palacio. Tesoros de arte asiático en las colecciones reales españolas (Madrid, 2003) y La fascinaciò de l’Orient. Tresors asiàtics de les coleccions reials espanyoles (Barcelona, 2003).

Autora, entre otros libros, de Baeza (1753) según las Respues­tas Generales del Catastro de Ensenada (Madrid, 1991), Nuevas culturas. América, África, Oceanía, ss. XV-XIX (Barcelona, 1998), Europa y los nuevos mundos en los siglos XV-XVIII (Madrid, 1999), La Ilustración (2000) y Felipe V (2001) y de casi medio centenar de ar­tículos sobre la marina mercante colonial publi­cados en revis­tas y actas de congresos (Leipzig, Köln, Liver­pool, París, Burdeos, Mar del Plata, Addis Abeba, Sevilla, Madrid, Barcelona, Cádiz, etc.) , de entre los se pueden desta­ca­r entre los más recientes:

“Los astilleros de la América colonial”, Historia General de América Latina III – 1. Consolidación del orden colonial, París, 2000. “The Spanish Colonial Fleet (1492-1828)”, en H. Pietchmann (Hrsg.), Atlantic History. History of the Atlantic System, 1540-1830, Göttingen, 2002. “Fiestas en honor de un rey lejano. La proclamación de Felipe V en América”, Felipe V y el Atlántico, Las Palmas, 2002. “Fiestas reales y toros en el Quito del siglo XVIII”, en A. García-Baquero y P. Romero de Solís (eds.), Fiestas de toros y sociedad, Sevilla, 2003. “La era de la plata española en Extremo Oriente”, en L. Cabrero (ed.), España y el Pacífico. Legazpi, Madrid, 2004.“El comercio marítimo de Cádiz, 1797-1805”, en A. Guimerá, A. Ramos y G. Butrón (coords.), Trafalgar y el mundo atlántico, Madrid, 2004. “Maritime Historiography in Ancien Régime Mediterranean Spain”, Research in Maritime History. Nº 28. New Directions in Mediterranean Maritime History, St. Johns, Newfoundland (Canadá), 2004. “1828. El fin del Libre Comercio”, en C. Martínez Shaw y J.M. Oliva (eds.), El sistema atlántico español (siglos XVII-XIX), Madrid, 2005.

Directora del curso de Postgrado: Especialista Universitario en “La América virreinal: del encuentro de culturas a la identidad criolla” (UNED). Profesora del Curso de Postgrado Especialista en Estudios Latinoamericanos (Universidad Nacional Autónoma de México, UNED, Consejo Superior de Investigaciones Científicas).

Miembro del Centro de Estudios de Historia Moderna "Pierre Vilar", de la Asociación de Historiadores Latinoamericanis­tas Europeos (A.H.I.L.A.), de la Asociación Española de Americanistas y de la Society for Spanish and Portuguese Historical Studies (SHP). Académica de Número de la REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA MAR Socia de Número de la SOCIEDAD VEJERIEGA DE AMIGOS DEL PAÍS y de la ASAMBLEA AMISTOSA LITERARIA. Miembro del Consejo Asesor de la Revista de Historia de El Puerto. Coordinadora de la revista Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV. Colaboradora habitual de las revistas de divulgación histórico-artística La Aventura de la Historia, Descubrir el Arte, Historia16, Clío y Andalucía en la Historia.

 

 

 

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ARTÍCULO PUBLICADO EN:

Bethencourt Massieu, Antonio de (ed).: Felipe V y el Atlántico. III centenario del advenimiento de los Borbones. XIV coloquio de historia canario-americana, Ed. del Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2002

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LA AUTORA

 

Curriculum abreviado

 

MARINA ALFONSO MOLA (Baeza, 1953)

 

Profesora Titular de Historia Moderna y de Historia de la América Colo­nial de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Madrid).

 

Doctora en Historia de América por la Universidad de Sevilla en la modalidad Doctorado Europeo con la Tesis: La flota gaditana del Libre Comercio, 1778-1828 ("Premio Nacional del Mar" 1998).

 

Becaria de investigación y docencia de las Universidades de Sevilla y Barcelona. Ha realizado estan­cias en centros de investigación extranje­ros: British Library (Lon­dres), Public Record Office (Kew Gardens), Natio­nal Mari­time Museum (Green­wich), Archives Nationales y Archi­ves du Ministè­re des Affai­res Etrangères (París), Archi­ves de la Marine (Château de Vincennes), Archivo Nacional y Archivo Metropolitano de Quito (Ecuador). Ha participado en Proyectos de Investigación de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos (C.S.I­.C., Sevilla), Universi­dad de Barcelo­na y U.N.E.D. (Madrid).

 

Profesora invitada en la Ecole des Hautes Etudes en Scien­ces Socia­les (París), en el Séminaire d’Histoire et Antropologie Histori­que de l’Amérique Latine (París), en la Maison de la Recherche d’Amérique Latine de la Université Toulouse-Le Mirail, en la Universidad de Mar del Plata, la Universidad Nacional de Rosario y la Universidad Nacional de Salta (Argentina), en la P.U.C.E. (Ecuador), así como en los encuentros organizados por la Universität Hamburg para los especialistas en History of the Atlantic System y por la Maison des Pays Ibériques de Bordeaux para los expertos en Guerre et économie dans le monde atlantique, respectivamente.

 

Comisaria de varias exposicio­nes: Schittering van Spanje, 1598-1648. Van Cervantes tot Velaz­quez (Amsterdam, 1998); Arte y Saber. La cultura en tiempos de Felipe III y Felipe IV (Valladolid, 1999), Esplen­dores de España. De El Greco a Velázquez (Río de Janeiro, 2000), El galeón de Manila (Sevi­lla, 2000, México DF, 2001), Oriente en Palacio. Tesoros de arte asiático en las colecciones reales españolas (Madrid, 2003) y La fascinaciò de l’Orient. Tresors asiàtics de les coleccions reials espanyoles (Barcelona, 2003).

 

Autora, entre otros libros, de Baeza (1753) según las Respues­tas Generales del Catastro de Ensenada (Madrid, 1991), Nuevas culturas. América, África, Oceanía, ss. XV-XIX (Barcelona, 1998), Europa y los nuevos mundos en los siglos XV-XVIII (Madrid, 1999), La Ilustración (2000) y Felipe V (2001) y de casi medio centenar de ar­tículos sobre la marina mercante colonial publi­cados en revis­tas y actas de congresos (Leipzig, Köln, Liver­pool, París, Burdeos, Mar del Plata, Addis Abeba, Sevilla, Madrid, Barcelona, Cádiz, etc.) , de entre los se pueden desta­ca­r entre los más recientes:

 

“Los astilleros de la América colonial”, Historia General de América Latina III – 1. Consolidación del orden colonial, París, 2000. “The Spanish Colonial Fleet (1492-1828)”, en H. Pietchmann (Hrsg.), Atlantic History. History of the Atlantic System, 1540-1830, Göttingen, 2002. “Fiestas en honor de un rey lejano. La proclamación de Felipe V en América”, Felipe V y el Atlántico, Las Palmas, 2002. “Fiestas reales y toros en el Quito del siglo XVIII”, en A. García-Baquero y P. Romero de Solís (eds.), Fiestas de toros y sociedad, Sevilla, 2003. “La era de la plata española en Extremo Oriente”, en L. Cabrero (ed.), España y el Pacífico. Legazpi, Madrid, 2004.“El comercio marítimo de Cádiz, 1797-1805”, en A. Guimerá, A. Ramos y G. Butrón (coords.), Trafalgar y el mundo atlántico, Madrid, 2004. “Maritime Historiography in Ancien Régime Mediterranean Spain”, Research in Maritime History. Nº 28. New Directions in Mediterranean Maritime History, St. Johns, Newfoundland (Canadá), 2004. “1828. El fin del Libre Comercio”, en C. Martínez Shaw y J.M. Oliva (eds.), El sistema atlántico español (siglos XVII-XIX), Madrid, 2005.

 

Directora del curso de Postgrado: Especialista Universitario en “La América virreinal: del encuentro de culturas a la identidad criolla” (UNED). Profesora del Curso de Postgrado Especialista en Estudios Latinoamericanos (Universidad Nacional Autónoma de México, UNED, Consejo Superior de Investigaciones Científicas).

 

Miembro del Centro de Estudios de Historia Moderna "Pierre Vilar", de la Asociación de Historiadores Latinoamericanis­tas Europeos (A.H.I.L.A.), de la Asociación Española de Americanistas y de la Society for Spanish and Portuguese Historical Studies (SHP). Académica de Número de la REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA MAR Socia de Número de la SOCIEDAD VEJERIEGA DE AMIGOS DEL PAÍS y de la ASAMBLEA AMISTOSA LITERARIA. Miembro del Consejo Asesor de la Revista de Historia de El Puerto. Coordinadora de la revista Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV. Colaboradora habitual de las revistas de divulgación histórico-artística La Aventura de la Historia, Descubrir el Arte, Historia16, Clío y Andalucía en la Historia.

 

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Lourdes Amigo Vázquez
Universidad de Valladolid/España

 


En el Acuerdo General celebrado el 20 de abril de 1671, por el Presidente y oidores de la Real Chancillería de Valladolid, fue preciso dar un auto respecto a lo sucedido cuatro días antes[1]. La tarde del 16, día de Santo Toribio, la ciudad había sido azotada por una terrible tempestad. Poco después de concluido el Acuerdo

...se oyó el último trueno, que fue tremendísimo, y, a un tiempo, se entró, en la sala donde asisten los días de Acuerdo los relatores y escribanos de cámara, una zentella o rayo y maltrató a tres relatores y un scribano de cámara; y, al mismo tiempo, en la sala donde están los papeles del rexistro, se bio un resplandor; y, en ambas las dichas salas, pasado lo referido, quedó un muy mal olor como de azufre. Y, ansimismo, a el dicho tiempo, se vio como entró, por la puerta de la galería que mira al corredor de fuera, un globo de fuego, de que se vio el resplandor en la sala del Acuerdo, y, en el aposento donde asiste la barrendera de Chancillería, teniendo en dicho aposento dos criaturas pequeñas y estando tamvién con dicha barrendera una muger que ayudaba en su ministerio, se entró dicha zentella en dicho aposento, de que resultó quedar la dicha muxer que ayudava a la barrendera muerta sin herida alguna.

Demasiadas señales prodigiosas, en opinión de los ministros regios. Era necesario honrar al santo, “por haver librado a los dichos señores de tan gran peligro y de que no ubiesen subzedido muchas más desgracias, por la mucha xente que avía en los corredores y patio y otras partes de la Casa Real de Chancillería”. Además, se señala otra causa para guardar su fiesta: la posibilidad de que en otro tiempo se hubiese celebrado, cuando Valladolid pertenecía al obispado de Palencia de donde era natural Santo Toribio[2]. ¿No sería una llamada de atención desde el cielo por haberse descuidado su devoción?[3] En consecuencia, el 16 de abril se convirtió en fiesta de corte[4].

El episodio de 1671 nos sirve para ilustrar una de las ideas que desarrollaremos en las páginas siguientes. Los soberbios magistrados que componían el Tribunal Superior de Justicia castellano compartían con el resto de sus vecinos no sólo su honda religiosidad, también las mismas creencias “milagreras”, cercanas a la magia y a la superstición, motivadas por la falta de fronteras que en aquellos tiempos existía entre lo natural y lo sobrenatural. Pero la piedad de la Chancillería, que circunscribiremos a sus ministros superiores[5], tenía más amplias connotaciones. Máximo representante del poder monárquico en Valladolid, su participación en las devociones propias de la institución, pero sobre todo en las ciudadanas, como pudieran ser el Corpus o las exequias regias, reforzaban el prestigio del Tribunal y de su rey en sociedades definidas por lo sacro y la jerarquía, por los principios del Absolutismo y la Contrarreforma[6].

Este estudio, que tiene por objeto la religiosidad colectiva, claramente se encuadraría en la Historia de las Mentalidades o Cultural en su sentido más amplio. Trataremos de ampliar este enfoque con la Nueva Historia Política e Institucional[7], en cuanto a la conformación de la imagen de una institución a través de sus prácticas piadosas. Una interesante perspectiva para adentrarnos en las formas de representación del poder, dado el papel de lo sagrado en la época Moderna.

Nos detendremos en el Seiscientos[8], el siglo en que se inicia el declive de la Chancillería vallisoletana[9], para comprobar como su ritual religioso, con importantes y perdurables mutaciones, va a ser uno de los instrumentos claves para apuntalar su poder.


UNA SOCIEDAD SACRALIZADA: LA CHANCILLERÍA TAMBIÉN

Pocas afirmaciones resultan tan evidentes cuando nos acercamos al Antiguo Régimen como la sacralización de las mentalidades, la interpretación de la realidad según “el modelo ideológico del catolicismo”[10]. Por tanto, como señala Teófanes Egido

... no hay espacio, ni momento, ni actividad del talante que sea, ni persona ni colectividad, libres del acoso o exentos de la protección de lo sobrenatural. No cabe la autonomía de lo terreno, y poco importan los agentes físicos o naturales en una existencia subordinada al más allá...[11].

Una religiosidad calificada en numerosas ocasiones de “popular”. Como hemos visto en el establecimiento de la fiesta de Santo Toribio, la Chancillería no escapa a la confusión entre elementos sagrados y profanos, tampoco al carácter ritualista y con frecuencia festivo que definían a las prácticas religiosas “populares” del Barroco. En 1621, ante la noticia del grave estado de salud de Felipe III, el Tribunal rápidamente pone en marcha todos sus recursos para lograr la mejoría del monarca. Indudablemente, se trataba de “métodos” religiosos, pues las fuerzas sobrenaturales, el Bien y el Mal, “habitaban” y regían lo terreno. La Chancillería envía recado a los conventos de la ciudad para que celebren rogativas y procesiones por la salud del rey, les distribuye mil misas y acuerda hacer una procesión general a la patrona de Valladolid, Nuestra Señora de San Lorenzo[12]. En esta ocasión, las preces fueron desoídas por el Todopoderoso, sus motivos tendría. De distinto signo fue el nacimiento del príncipe Carlos (II), en noviembre de 1661, recibido como una muestra del amor de Dios hacia la monarquía hispánica y sus súbditos, “el pueblo elegido”. Los miembros de la Audiencia acudirán, con el Cabildo y el Ayuntamiento, a darle gracias en procesión general a San Lorenzo, además de tener luminarias, cohetes y chirimías delante de su edificio y asistir a una fiesta de toros en la Plaza Mayor[13].

Como ha puesto de relieve Teófanes Egido[14], pero también otros autores, como Antonio Domínguez Ortiz[15] y, muy especialmente, José Luis Sanchez Lora

...esos caracteres llamados populares dan el tono de la religiosidad general del s. XVII, religiosidad compartida por todos los estamentos sociales, culturales y religiosos; y que, lejos de ser manifestaciones “populares”, fueron, además, compartidas y enseñadas por la jerarquía eclesiástica.[16]

El término de religiosidad popular resulta, pues, bastante ambiguo y equívoco, propio de la Antropología, de la que la Historia de las Mentalidades toma métodos y conceptos, pero no todos parecen aplicables a la época Moderna.

La Chancillería participará en las manifestaciones colectivas de aquella extremada piedad barroca y dispondrá de sus propias devociones y prácticas rituales, mas su propio funcionamiento interno estará empapado de trascendencia[17].

Si todo dependía de la divinidad, era de esperar que la justicia también se le encomendase. No en vano, el carácter sagrado de la realeza contribuía a sancionar su facultad para administrar justicia[18] y sólo a Dios el monarca debía rendir cuentas, al igual que sus ministros[19], a lo que podemos añadir el hecho de que hasta el XVIII abundaran en la Chancillería vallisoletana los presidentes prelados u ordenados durante el ejercicio de su cargo[20]. De esta forma, los magistrados, antes de bajar a sus salas respectivas para tratar los pleitos, se reunían a escuchar misa, una práctica habitual en las demás instituciones de la Corona[21]. Para este menester, se contaba con la capilla del Acuerdo y su capellán. Tampoco se descuidaba el alma de los oficiales del Tribunal y de los litigantes, existiendo la capilla del Patio. Asimismo, para asistir a los presos había una tercera capilla, la de la cárcel[22]. El nombramiento de estos tres clérigos será una de las primeras obligaciones del Presidente tras tomar posesión de su cargo. La influencia de las cuestiones espirituales en la cotidianidad de la Chancillería queda plasmada por la asistencia del capellán del Acuerdo, sirviendo al Presidente, junto con su mayordomo, el portero más antiguo y el secretario del Acuerdo, en todos los actos públicos a los que concurría la Audiencia[23].

El ciclo litúrgico, que ritmaba el tiempo de aquellas gentes, ofrecía numerosos días de precepto, que ineludiblemente detenían la actividad del Tribunal, a los que se sumaban las fiestas de corte. Sírvanos de ejemplo 1643, cuando, a raíz del decreto de reducción de fiestas de Urbano VIII, en el Libro del Acuerdo se anotan las que guarda la Chancillería. El número resulta abrumador y no dejará de crecer a lo largo del siglo: 29 fiestas de corte y 38 de precepto[24]. Los días de descanso se veían ampliados por las vacaciones, a su vez, con una motivación sacra: las de Navidad eran desde su víspera hasta Reyes y las de la Pascua de Flores, entre la víspera de Ramos y el domingo de Cuasimodo; estas dos celebraciones también suponían aguinaldos para los oficiales[25] y la Navidad, asimismo, venía acompañada de las felicitaciones protocolarias por parte de la Ciudad, la Universidad y el Cabildo catedralicio al Presidente. El trabajo en la Chancillería era afectado por otras obligaciones sacras. La asistencia a los sermones de Cuaresma hacía que se acortase la Audiencia una hora. El lunes de Carnestolendas sus tres horas quedaban reducidas a la mitad por el Jubileo de las 40 horas de la Compañía de Jesús, al igual que el 2 de agosto por el Jubileo de la Porciúncula.

Por último, las fiestas de iglesia servían para disponer algunas actividades del Tribunal, más allá de los días de descanso, como las visitas generales de cárceles –de Chancillería y Ciudad- las vísperas de las tres pascuas, en las que tampoco se celebraba Audiencia.

Pasemos, a continuación, a analizar las múltiples formas como se manifestaba, fuera de los muros de la Chancillería, la piedad de los magistrados, haciendo hincapié en sus otras significaciones amén de las propiamente religiosas.


PRACTICAS DEVOCIONALES PROPIAS DE LA CHANCILLERÍA

El 28 de marzo de 1644, segundo día de Pascua de Resurrección, los miembros de la Audiencia asistieron, como era costumbre, a la catedral[26]. Fr. Alonso Hurtado, de la orden de San Bernardo, al comenzar su predicación, no dirigió la venia en primer lugar a la Audiencia, que ocupaba la capilla mayor, sino que la realizó entre el Tribunal y el Cabildo catedralicio, sentado en el coro. La intervención de este último en tal descortesía era clara, ya que el segundo día de Navidad, nada más terminar su sermón el provincial de la compañía, dos canónigos le habían reprendido duramente por hacer primero la venia a la Audiencia y en el transcurso de su oratoria haberle vuelto el rostro en más ocasiones que al Cabildo. Los magistrados consideraron este gesto como una agresión hacia su dignidad.

...adonde su magestad asiste y el Acuerdo, que le representa con tanta ynmediación que despacha en su nombre y con su real sello, a nadie se debía ni podía hacer cortesía, sólo al Acuerdo y, lo que no podía ser dubitable, en primer lugar al Acuerdo, por su preheminencia real; y quando lo dicho cesara y las comunidades que asistían en la dicha yglesia fueran yguales, cuya suposición contenía absurdo por asistir el Acuerdo en la capilla mayor y lugar mas preheminente y ser huésped en aquella yglesia, se le devía la benia y cortesía en primer lugar, como se avía hecho otras bezes...

El argumento era el habitualmente esgrimido. Como ministros superiores del rey, pues la justicia era el “más alto de los oficios temporales”[27], lo representaban en su ausencia. Gozaban de honores regios, en especial su Presidente, uno de los cargos más preeminentes de la España del Antiguo Régimen, por encima de los miembros de la Inquisición, del Cabildo y su obispo y del corregidor y regidores de la Ciudad.

Ambas instituciones acudirán al Consejo Real, donde se dará la razón a la Chancillería, pero sólo a medias. La venia y cortesía del predicador sería primero para el Tribunal, salvo en las ocasiones en que acudiese el obispo con el Cabildo, pues entonces debía realizarse entre ambas comunidades[28]. La Audiencia era la institución más poderosa, pero, en ocasiones, cuando entraba en conflicto con el máximo representante del poder espiritual en Valladolid, se ponía en duda su superioridad.

El fervor religioso no era lo único que iba a mover a la Audiencia a asistir a los actos litúrgicos. La sociedad moderna se hallaba vertebrada por “actores colectivos”[29], cuya estricta ordenación jerárquica había de ser sancionada. Mostrar y consolidar la reputación y, por tanto, el poder de una institución o grupo social, era una de las principales posibilidades que ofrecían las ceremonias, en su mayoría religiosas[30]; los conflictos entre las distintas instancias de poder serán, así, un ingrediente más de las celebraciones[31]. Este corporativismo llegará hasta el extremo con la Chancillería. Como máximos representantes del rey y símbolo de una de sus facultades definidoras, la justicia, a sus jueces se les exigirá una conducta profesional y social intachable[32] y la pérdida de su individualidad a favor de la imagen de la institución. Las órdenes se suceden, prohibiendo a sus integrantes y mujeres asistir con demasiada frecuencia a funciones de iglesia, concurrir a visitas privadas, a bodas, bautizos y entierros o al patio de comedias[33]. La Audiencia era la que debía verse en público, no sus ministros.

El fortalecimiento de la imagen de una institución era factible a través de la exaltada religiosidad contrarreformista, caracterizada por la “vulgarización del culto”[34] y su manipulación por el poder. Se ponía el énfasis en la exteriorización colectiva de la piedad, a través del ritual y la fiesta eminentemente emocionales, capaces de cautivar los sentidos pero en una dirección muy precisa[35]. El ceremonial litúrgico se constituía, pues, en un espectáculo del poder político y espiritual –Monarquía e Iglesia-, solidariamente unidos, y, sobre todo, de sus máximos representantes a nivel local[36], sus organizadores y principales protagonistas en muchas ocasiones[37]. Estas ceremonias eran el escenario idóneo para hacer ostentación de una autoridad que, además, se enriquecía con la acentuación de su dimensión piadosa, incluso sagrada, tan importante en aquella sociedad teñida de trascendencia[38]. Asimismo, eran una forma de cohesión, de identidad, de los individuos que tenían la exclusividad de tomar parte, como subraya E. Durkheim para las sociedades primitivas[39]. La participación en un mismo ritual religioso, en la fiesta en general, reforzaba la idea de grupo, en las fiestas corporativas, pero también de comunidad, en las urbanas, amortiguando las tensiones inherentes a una sociedad regida por la desigualdad[40].

Las funciones religiosas propias del Tribunal cumplían ambos cometidos[41]. Estrechaban los vínculos entre sus miembros, en su mayoría forasteros y con una estancia transitoria en Valladolid[42], y los diferenciaban y resaltaban de los demás que sólo podían asistir como observadores. Únicamente a los miembros de la Chancillería de Granada, de otras Audiencias y Consejos se les ofrecía el privilegio de participar, como invitados, cuando venían a Valladolid. No sólo durante el desarrollo de los oficios litúrgicos se resaltaban estas realidades, ocupando “la capilla mayor ... sentando su señoría en su silla, con su sitial y almoadas”[43]. Ver pasar por las calles la solemne e infrecuente comitiva, anunciada por los alguaciles, con los ministros vestidos con sus togas, a caballo o en coches[44], perfectamente ordenados de forma ascendente hasta concluir en su Presidente, ya debía de despertar la admiración entre los moradores de la ciudad del Pisuerga.

Sus misas de tabla se celebraban en la catedral. Tenían lugar en las Candelas y el segundo día de Pascua de Navidad, Resurrección y Pentecostés. Fechas en las que también se organizaba una comida comunitaria, como en el Corpus[45]. A finales de siglo, en lugar del almuerzo se establecerá una propina monetaria, al “Presidente zien rs. de plata y a los señores del Acuerdo y ... demás ministros y al pagador y secretario del Acuerdo ... zinquenta rs. de vellón ... y al capellán del Acuerdo, mayordomo de su señoría, portero de cámara más antiguo ... doce rs”[46]. En ocasiones extraordinarias, la Audiencia iba asimismo a la iglesia mayor, por acontecimientos religiosos mandados celebrar por la monarquía, como fueron la Purificación de Nuestra Señora (1662) y la beatificación de Santo Toribio Mogrobejo (1680)[47]. Pero otros dos lugares sagrados se convertirán, a partir del XVII, en los más característicos y definidores de la institución: la parroquia de San Lorenzo y el convento de las franciscas descalzas.

Nuestra Señora de San Lorenzo era la patrona oficiosa, la protectora espiritual de los vallisoletanos[48]. A ella recurrirá la colectividad en momentos de crisis y alegrías, a través de procesiones generales de rogativa y acciones de gracias, y a nivel institucional sobre todo lo hará la Ciudad, pero también la Chancillería o la Universidad. El impulso que esta Virgen tuvo durante los breves años de estancia de la Corte a principios del Seiscientos, especialmente por la reina Margarita, nos ayudan a explicar tanto su patronato[49], como que la Audiencia se encomiende a la protección de una imagen identificada con la Corona. Devoción y poder estaban ineludiblemente unidos.

En escasas ocasiones la Chancillería organiza por sí misma rogativas o acciones de gracias, pero siempre serán por acontecimientos regios y a Nuestra Señora de San Lorenzo (Cuadro 1). En el Setecientos, los conflictos con el Cabildo en las procesiones generales a San Lorenzo harán que tienda a la celebración de estas ceremonias de forma corporativa en el convento de San Benito y, sobre todo, en las franciscas descalzas, ambos de patronato regio. Se reducirán, pues, las muestras de fervor del Tribunal hacia la Virgen, pero serán en parte compensadas por la devoción particular del Presidente. Tras hacer su entrada en la ciudad iba a visitarla. También acudía a su templo los días de San Juan, San Pedro y la Magdalena, antes de ir a la parroquia respectiva y del paseo público en el prado de la Magdalena, y el 4 de octubre, cuando salía al paseo de la feria de San Miguel. Estas asistencias parece que no se producían en el XVII, al menos no las tenemos documentadas, excepto para la entrada del Presidente en 1697[50]





La inclinación de la Audiencia hacia el convento de las franciscas descalzas reales va a ser debido igualmente a la devoción que hacia esta comunidad mostró Margarita de Austria, así como a su vecindad a las Casas Reales de Chancillería. Cuando la Corte se instala en Valladolid, se estaba construyendo el nuevo monasterio de la orden y serán los monarcas quienes se harán cargo de su edificación y patronato[51]. La Chancillería ejercerá, como delegada de la Corona, su patronato, más aún, la mayoría de sus rentas reales eran pagadas por el Tribunal, concretamente 1.000 ducados anuales sobre las vacantes en plazas de ministros[52], y a su iglesia asistirá a los sermones de Cuaresma, los miércoles y sábados. En el XVIII, se intensificará la vinculación al convento con la celebración de rogativas y gracias y, desde 1705, el Presidente llevará la llave del monumento el Jueves Santo, el signo más claro de patronazgo[53].

El convento de Sancti Spiritus también formaba parte del universo devocional de la Chancillería. La víspera de Pentecostés, después de la visita general de la cárcel de la Ciudad, el Presidente, acompañado de los oidores, alcaldes del crimen y del corregidor y su teniente, daban una vuelta alrededor de su edificio. La costumbre cambiará, así, en 1646, “se apearon y entraron en la yglesia del ... y su señoría, el señor don Pedro Carrillo de Acuña, Presidente, se arrodilló ... y los demás señores ... y hicieron orazión y, entretanto, las monxas cantaron un billancico” [54]; y desde entonces se dará al convento un doblón de a dos para la cera[55].

Empero, la piedad no sólo quedaba patente con la participación en las ceremonias litúrgicas. La caridad era considerada la acción más meritoria para ganarse el cielo. Según las ordenanzas de la Chancillería, debían ser los pobres los más beneficiados por la actividad del Tribunal, existiendo abogados y procuradores específicos para asistirles de forma gratuita. Pero el socorro a los presos pobres fue sobre todo desarrollado por la hermandad de los abogados[56]. De forma más puntual, la Chancillería mostraba su caridad hacia los conventos e iglesias, ayudando a sus obras, así, en 1626, ofrecerá 2.000 ducados de limosna a la iglesia mayor[57]; también daba algunos cientos de ducados para la celebración de fiestas religiosas extraordinarias que contaban con su participación, como la canonización de San Francisco de Borja (1671), o a las que no asistía, como la de San Pedro de Alcántara (1669)[58].


HACIA LA SALVACIÓN. EL APARATO FUNERARIO DE LOS MINISTROS DE LA CHANCILLERÍA VALLISOLETANA

El 3 de septiembre de 1616, después de una larga enfermedad, moría el Presidente de la Chancillería, Baltasar de Lorenzana, con los últimos sacramentos recibidos y el testamento hecho[59]. Había tenido una “buena muerte”. Comenzaba el ritual funerario, buscando “la compra de la salvación”, tan obsesiva para unos individuos cuya existencia estaba subordinada al más allá, pero con el que también era necesario marcar las diferencias socioeconómicas terrenas[60]. El fallecimiento del Presidente tenía que distinguirse de sus convecinos, subrayando la dignidad de su cargo y de la institución que representaba[61]. Los aspectos más públicos del ceremonial alcanzarán una gran solemnidad. Su muerte fue anunciada a toda la ciudad a través del toque del reloj del Tribunal. En la Chancillería, la que fuera su residencia, se dispuso el velatorio, “se puso el cuerpo en la sala del Acuerdo, en un ataúd en alto sobre dos bufetes y el suelo de la sala se cubrió de paños negros y sobre el ataúd un paño de terciopelo negro”; allí asistieron religiosos de todas las órdenes “y dixeron sus vigilias y responsos con toda solemnidad”; y también “se dixeron en la capilla del Acuerdo todas las misas que se pudieron decir y salieron todas ellas con responso y sobre el cuerpo”. Fue sepultado en el monasterio del Abrojo, fundado por el hijo de la ciudad fr. Pedro Regalado, canonizado en 1746, donde destacarían el suntuoso túmulo y el enlutado de paredes y bancos. Especialmente, resultó un espectáculo luctuoso poco menos que sobrecogedor la imponente comitiva fúnebre, que en esta ocasión fue a caballo y sólo acompañó al difunto hasta la Puerta de la Pestilencia, por enterrarse fuera de la ciudad.


Delante, los alguaciles de la Audiencia, solicitadores, procuradores, escrivanos de provincia, rezeptores de segundo numero, rezeptores de primer numero, escrivanos de hijosdalgo, scrivanos de Vizcaya, escrivanos del crimen, escrivanos de cámara, relatores, abogados, receptores de penas de cámara y gastos de justicia, el de penas de cámara a la mano derecha, chanciller y registro y archivero, chanciller en medio, registro a la mano derecha y archivero a la izquierda; luego salió el cuerpo en la litera, en que yban delante doce frayles franciscos, a cavallo, con achas encendidas, y detrás los criados e pajes del señor Presidente bestidos de luto, a cavallo, con achas encendidas; y detrás yban los señores oydores y alcaldes y demás ministros de ropa en la forma acostumbrada.

La solidaridad ante la muerte, sobre todo en términos corporativos, unida a las necesidades de prestigio de la institución y la Corona, hacían que la Chancillería también asistiese a las exequias del resto de magistrados y familiares más cercanos. La pompa de estos funerales era menos solemne que en la muerte del Presidente y la concurrencia limitada a sus ministros. Así sucedió al morir el doctor Pichardo el 16 de enero de 1631. La Audiencia fue a casa del difunto, bajando su cuerpo los oidores más modernos y entregándoselo a los hermanos de la capacha. La procesión, abierta por la cruz de la parroquia, se dirigió a pie hacia el convento de los clérigos menores donde fue enterrado[62]. En esta ocasión no hubo dolorido, pero de asistir, como en el entierro de Petronila de Vallejo, mujer de un oidor (1622), se le reservaba un lugar privilegiado, a la izquierda del Presidente[63].

A medida que avanza el siglo XVII, el ritual fúnebre sufrirá un empobrecimiento, perdiendo gran parte de su carácter público. La relativa pobreza de sus ministros, con salarios muy inferiores a su posición social que no permitían asumir tales gastos funerarios[64], pudo motivar la transformación. En la década de los treinta, comenzaron a ser frecuentes los enterramientos celebrados sin pompa. Los difuntos serán llevados a la iglesia en secreto y al anochecer. Los magistrados, como particulares, seguirán asistiendo al depósito del cadáver, yendo a la casa del difunto al velatorio y bajando su cuerpo hasta el coche aquellos más modernos que ostentaban su mismo cargo, quienes también lo introducían en la iglesia y lo llevaban, después de los oficios, a su lugar de enterramiento. Igualmente, como particulares, concurrirían a la misa de cuerpo presente y a las honras.

La reducción del aparato funerario hacía perder a la Audiencia uno de sus espectáculos corporativos más significativos en una sociedad que tenía sus vistas en lo ultraterreno. En marzo de 1641, en la muerte del oidor Francisco de Amaya, pese a ser en secreto, la Audiencia había asistido a la misa de cuerpo presente, saliendo en coches desde las Casas Reales de Chancillería hacia la parroquia de San Miguel[65]. En noviembre, cuando se produce el óbito del alcalde del hijosdalgo Pedro de Vergara, el Real Acuerdo determina


...que los dichos señores Presidente y oidores y demás ministros, en forma de Audiencia, fuesen a la dicha misa de cuerpo presente y que adelante se hiciese lo mismo en los casos que se ofreciesen desta calidad; así, por ser causa tan piadosa onrar a los difuntos, como porque esta onra se les devía hacer una vez, ya en el entierro, ya en la misa o onras, además de que la misa de cuerpo presente era lo mismo que si fuera entierro; y porque no era justo que, porque el difunto no se enterrase con ponpa, como de ordinario sucedía por no tener con qué pagar los grandes gastos que en los entierros públicos se hacen, se le dexase de onrar, antes por eso mismo se debia hacer con mas piedad[66].

Sólo cuando se enterraban en algún convento extramuros no se irá a ningún acto fúnebre en forma de Audiencia, pues el Presidente no asistía a tales funciones[67].

El oidor Francisco de Rojas Oñate, enterrado en el convento de los mercedarios calzados en 1651, fue el último ministro en disponer de un entierro público en el XVII[68]. Ni siquiera este ceremonial se mantendría para los presidentes, aunque seguirán disponiendo, como sus familiares más próximos, de un velatorio solemne en Chancillería[69]. Lo habitual sería asistir en forma de Audiencia a la misa de cuerpo presente. Desde 1667, con la muerte de María Ponce de León, consorte del Presidente, se cambiará esta práctica por la concurrencia al día de las honras[70].

A finales de siglo, la Real Pragmática sobre lutos volverá a restar magnificencia a los funerales de los miembros de la Chancillería vallisoletana. En las exequias de Micaela Gobeo, esposa de un oidor, acaecido en mayo de 1692, se aplicó por primera vez, provocando una drástica reducción en el aparato del túmulo, en su tamaño y luces, y que las paredes, suelos y bancos de la iglesia y de la casa de la difunta se viesen desnudos de paños negros[71]. Será la última mutación de un ceremonial que quedará estrictamente reglamentado por el auto del Acuerdo del 25 de septiembre de 1705[72].

Nos hemos detenido en el ritual funerario, pero el lugar de enterramiento también ofrece referencias acerca de las actitudes ante la muerte (Cuadro 2). La posición social de los ministros de Chancillería, unido a su escasa integración en la ciudad, como consecuencia del aislamiento que exigía su cargo y ser en su mayoría vecinos eventuales, harán que se entierren fundamentalmente en conventos. Pocos, y en su mayoría en la primera mitad del siglo (31,6% sobre el total entonces), elegirán para su descanso eterno la parroquia en la que habían vivido, siempre en los barrios próximos a la Chancillería. Destacan los enterramientos en los conventos más populares, San Francisco y San Pablo, junto con el de San Ignacio, sobre todo en la segunda mitad del XVII (24,5% sobre el total de conventos), reflejando la estrecha relación de los jesuitas con la Administración. Pero el más solicitado será el de los carmelitas descalzos, adonde muy a menudo iban los ministros a escuchar los oficios, por ser extramuros y relativamente próximo a la Chancillería, dadas las prohibiciones regias sobre su asistencia a las iglesias como particulares.

Las exequias de los magistrados, como el resto de las ceremonias religiosas corporativas de la Chancillería, eran un lugar apropiado para hacer exhibición de su religiosidad y también de su prestigio. Pero, sin duda, la institución de justicia tenía en las fiestas religiosas urbanas el marco ideal para su publicística.




VALLADOLID, INCLUÍDA LA CHANCILLERÍA, SE AUNA EN SU FERVOR RELIGIOSO[73]

Los festejos por la canonización de Santo Tomás de Villanueva, quien fuera arzobispo de Valencia, provocaron no pocos disgustos al convento de San Agustín[74]. El motivo fue la negativa del Acuerdo a concurrir a las funciones religiosas. En dos ocasiones el prior le solicitaría su asistencia a la procesión general y a un día del octavario en su convento, pues en su celebración “se an exmerado todas las ciudades, villas y lugares destos reinos, en especial sus magestades en su Corte y a su exenplo los Reales y Supremos Consejos della”; además de recordarle la vinculación de este santo con Valladolid, “por aver sido dos veces prior deste convento y aver predicado continuamente en esta ciudad con raros prodijios y milagros”. Por un auto del 5 de marzo de 1663, el Acuerdo rechazaba la invitación, ofreciendo a los frailes 300 ducados para ayuda a los gastos de la fiesta. El convento acudirá al monarca y su Consejo Real, pero darán la razón al Tribunal de Justicia.

El conflicto de 1663 ponía de manifiesto varios aspectos. En primer lugar, la Chancillería decidía a qué ceremonias eminentemente religiosas se hallaba presente. No sucedía lo mismo con las funciones reales, en las que estaba plenamente reglamentada su asistencia, excepto en las proclamaciones que correspondían a la Ciudad. Participaba, por tanto, en todos los actos litúrgicos que se desarrollaban en el marco de las fiestas políticas: exequias, rogativas, acciones de gracias, así como en los autos de fe.

A numerosas fiestas propiamente religiosas de carácter ciudadano[75] asistía la Audiencia. Eran las de mayor trascendencia, pero tampoco todas, como sí hacían el Regimiento y el Cabildo[76]; influía la relación que guardasen con la Corona y quienes eran sus organizadores, yendo sólo cuando eran dispuestas por las grandes instituciones, por la Ciudad, el Cabildo y conventos poderosos. Cuando en 1622 fueron canonizados entre otros Santa Teresa y San Ignacio, se pusieron luminarias en la Chancillería y en las casas de sus ministros, quienes también asistieron a la procesión general[77]. Asimismo, la Audiencia estuvo presente, en 1668, en la representación de los autos sacramentales y la procesión general por la consagración de la nueva catedral[78]. En 1671, a las fiestas por la canonización de San Fernando, con eminentes repercusiones políticas, contribuyó con el toque del reloj, luminarias, chirimías y cohetes en la plazuela de Chancillería, así como con luminarias en las casas de los magistrados y su concurrencia a la procesión general y a un día del octavario en la catedral[79]. También participaba en la mayoría de las rogativas generales organizadas por necesidades locales: agua, peste…Pero no asistió, por ejemplo, al entierro de Marina de Escobar (1633), aunque los ministros como particulares irán a sus honras con el beneplácito del Consejo de Castilla[80], a la canonización de San Luis Beltrán y Santa Rosa de Santa María (1671)[81] o a las magníficas fiestas por la colocación del Cristo de la cofradía penitencial de la Cruz (1681). Respecto a las funciones ordinarias religiosas, la Audiencia sólo se hallará en la fiesta urbana por excelencia, el Corpus, aunque su Presidente, acompañado de dos oidores, un alcalde del crimen y un fiscal, también salía a andar las estaciones de penitencia el Jueves Santo[82].

La participación selectiva del Tribunal era un motivo de reputación para la celebración y sus organizadores, al disfrutar de tan ilustres invitados. Los repetidos intentos de San Agustín para lograr su presencia, en 1663, ilustran este hecho.

Estas ceremonias también se constituían en un escenario de prestigio para la propia Chancillería y, por ende, para la administración de justicia y la monarquía. El Tribunal seguía una política de semiocultación que magnificaba su imagen, tanto por su invisibilidad característica como por las escasas ocasiones en que de forma calculada se exhibía[83]. Como hemos indicado, las funciones religiosas de carácter urbano favorecían la cohesión social pero subrayando el poder y la jerarquía, bendecidos por la divinidad. La Audiencia tendrá el lugar preeminente, cerrando las procesiones, detrás del Cabildo y la Ciudad, y ocupando el sitio más destacado en las iglesias, con una imagen casi mayestática, sobre todo su Presidente; incluso, en los autos de fe, el Santo Oficio deberá compartir protagonismo con ella. Asimismo, dispondrá de cierta intervención en la disposición de las celebraciones. Empero, las posibilidades de fortalecer la autoridad y la posición social en los rituales religiosos, en la fiesta en general, hacía que a menudo se convirtiesen en un campo de batalla entre los poderes urbanos, pese al estricto protocolo en su organización y desarrollo[84]. Como instancia superior en Valladolid, la Chancillería será protagonista en muchas de estas disputas[85].

La asistencia conjunta de los dos poderes políticos participantes en la mayoría de los actos públicos, la Ciudad y la Chancillería, va a tener una estricta etiqueta durante el Seiscientos. Su definitiva codificación había comenzado a finales de la centuria anterior. En 1588, una Real Cédula ponía fin a la pugna sobre el lugar en las procesiones y comitivas, ordenando “que concurriendo esa Audiencia y la dicha Villa dure y se prosiga esa dicha Audiencia hasta el alguazil mayor della”, sin que fuese ningún oficial del Tribunal[86]. El otro problema, que se resolverá en las exequias por Felipe II (1598), era el asiento en las ceremonias fúnebres, que enfrentaba a la Audiencia con la Inquisición y el Regimiento. Por Cédula Real, el inquisidor más antiguo se situaría después del oidor decano, en caso de no asistir ningún Grande, y los otros dos irían interpolados con los oidores[87]. A su vez, la demanda ya vieja del Regimiento de tener para sí el lado de la Epístola, frente a lo que había sido lo común, los magistrados en ambos y el Ayuntamiento detrás, tuvo una solución intermedia a instancias del Acuerdo: primero los magistrados “y acabada la Audiencia, se sentaron consecutivamente por el un coro y el otro el señor corregidor y alférez mayor y demás caballeros regidores desta Ciudad”[88].

A principios del XVII se regulará el último aspecto, la disposición en la capilla mayor de la catedral y de la iglesia de San Lorenzo cuando asistían a las procesiones generales, en que no se sentaban. El enfrentamiento se había iniciado en 1612, en una rogativa por agua, ante el agravio que la Audiencia había hecho a la Ciudad, “en echarla de la capilla mayor de la yglesia catredal ... e que no entrase, yendo la procesión de la Birgen de San Lorenço, en la capilla desa yglesia, siendo contra la costumbre ynmemorial que esta Ciudad tiene en semexantes actos”[89]. El conflicto se resolvería por vía de concordia dos años después, situándose desde entonces la Chancillería en el lado del Evangelio y los miembros del Ayuntamiento en el de la Epístola[90].

A finales de siglo, cuando se incremente el protagonismo de la catedral en las funciones religiosas urbanas, habrá otro ajuste en el protocolo, pero en absoluto traumático. Las acciones de gracias ya no se celebrarán con procesión general sino con misa en la catedral, que también tendrá lugar al día siguiente de las procesiones de rogativa, provocando que la Ciudad y el Acuerdo comiencen a asistir juntos a misa en numerosas ocasiones. Hasta entonces era habitual que fuesen por separado, sólo asistiendo unidos a las honras regias. La misa por el casamiento de Carlos II (1679) será la primera ocasión, ocupando ambas comunidades el mismo lugar que en las exequias[91].

Mayores consecuencias tendrá el enfrentamiento que mantenga la Chancillería con el Cabildo, en el marco de las procesiones generales a San Lorenzo, que no se resolverá hasta finales del Setecientos. Será uno de los agentes de la reducción de las procesiones generales y del aumento de las funciones en la catedral; a su vez, la Chancillería tenderá a no participar en las procesiones de rogativa, ni en las misas de gracias en la catedral y a celebrarlas en las franciscas descalzas. El conflicto estará motivado porque en estas procesiones la Audiencia no acompañaba a la comitiva de vuelta desde San Lorenzo a la iglesia mayor, sintiéndose el Cabildo ofendido en su autoridad y prestigio[92].

La Chancillería nunca había regresado a la catedral, salvo cuando a ésta se llevaba la Virgen, sobre todo en las rogativas por agua. Pero desde 1648, en la acción de gracias por la victoria en Nápoles de Juan José de Austria, comenzará a hacerlo[93], lo que motivará que una vez que se torne a la costumbre surja el enfrentamiento. Sucede en 1664, en la rogativa por agua en que se vuelve a Nuestra Señora de San Lorenzo a su templo, tal como se recoge en las actas del Cabildo


... asistió (el Acuerdo) a la procesión, pero, en llegando a San Lorenço, tenían sus coches prebenidos y se metieron en ellos y no bolbieron con la procesión, de que el Cabildo, Ciudad y todo el pueblo sintió mui mal; y el pueblo habló con arto arrojo notando que el Acuerdo dexase la procesión, viniendo en ella más de quinientos sacerdotes, los estandartes, cruces y imáxenes de Christo de todas las parroquias; y empeçó a aber tanto alboroto que apenas se podía disponer ni proseguir la procesión, quexándose todos deste desaire que se hacía a la iglesia y muestras de sentimiento de aber echo el conbite... [94]

En la década de los noventa, la disputa se irá intensificando hasta estallar en 1694, al decidir el Cabildo no volver a convidar a la Audiencia mientras se mantuviese tal desagravio. Desde entonces, el Acuerdo sólo concurrirá a las rogativas regias dispuestas en los momentos más críticos, en la enfermedad de los monarcas, al dejarse patente el Santísimo en la catedral que le obligaba a regresar, pese a que el Consejo dará la razón al Cabildo ya en 1705. A finales de siglo, el Tribunal retorna a las rogativas políticas, pero los canónigos de nuevo habrán tenido que ceder: la procesión no se detiene en San Lorenzo y vuelve a la catedral a celebrar la misa de rogativa.

Sin embargo, el papel de la Audiencia en las fiestas urbanas no se limitaba a su presencia en los actos. En 1671, cuando se produce el conflicto entre Cabildo y Ciudad en las fiestas de San Fernando y ésta se niega a concurrir al octavario y decide alterar el programa festivo, el Real Acuerdo se lo impedirá[95]. No organiza[96], pero, dada su autoridad, ordena celebrar, aún cuando las otras instituciones ya hubieran comenzado su disposición, y supervisa todas las funciones monárquicas, en sus aspectos religiosos y profanos. Esta vigilancia, sobre todo con la Ciudad, estaba también motivada porque la Audiencia intervenía por derecho propio en sus asuntos, originando no pocos conflictos de jurisdicción[97]. A su vez, los alcaldes del crimen supervisarán la Semana Santa, presidiendo todas las procesiones, junto con el alguacil mayor y el corregidor, y velarán por el mantenimiento del orden público en la festividad del Santísimo[98].

El Corpus será la función religiosa donde la intromisión de la Chancillería en aspectos de gobierno municipal se hará más evidente[99]. En 1638, una Real Cédula zanjaba los numerosos conflictos que llevaban produciéndose en su organización y desarrollo desde tiempo atrás por este motivo. El desencadenante había sido la caída, en 1631, de parte del tablado donde las autoridades veían los autos sacramentales, utilizada como excusa para incrementar esta interferencia, que fue desaprobada por la Corona[100].

En conclusión, nuestra hipótesis de trabajo quedaría ampliamente argumentada. El ambiente sacralizado del Antiguo Régimen impulsaba a la Chancillería a unos comportamientos religiosos que, de forma más o menos consciente, eran un precioso instrumento de propaganda de la propia institución y de la monarquía, de la que era delegada. La religiosidad barroca, estrechamente unida al ritual y la fiesta, se constituía en un marco privilegiado para manifestar al resto de la sociedad un poder que remarcaba, además, su imagen piadosa, incluso sagrada.

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NOTAS


[1] A(rchivo) R(eal) CH(ancillería) V(alladolid), (Secretaría del Acuerdo), Libros del Acuerdo, nº 12, 20-IV-1671, ff. 46v.-47v.

[2] Ese día se celebraba procesión general en Valladolid a la que asistían el Cabildo y la Ciudad, además de las cofradías y parroquias, el clero regular y secular. Figura en las fiestas de tabla del Regimiento: A(rchivo) M(unicipal) V(alladolid), Cajas Históricas, Caja 49, Expediente 3, nº de catálogo 35.

[3] Vid. W. A. CHRISTIAN Jr., Religiosidad local en la España de Felipe II, Madrid, 1991, pp. 50-59, alude a la creencia generalizada de que los santos tenían una faceta menos benéfica, reclamando devociones incumplidas.

[4] Excepto Santo Toribio, las fiestas de corte eran mandadas guardar por el rey, a instancia de las distintas órdenes religiosas, y provocaban el cierre de los Consejos, Chancillerías y Audiencias.

[5] Eran los ministros togados: Presidente, oidores, alcaldes del crimen, juez mayor de Vizcaya, alcaldes de hijosdalgo y fiscales; a los que se unían el alguacil mayor y el pagador. Para una aproximación a la historia del Tribunal, remitimos a las siguientes obras: M. A. VARONA, La Chancillería de Valladolid en el reinado de los Reyes Católicos, Valladolid, 1981; M. de la S. MARTÍN POSTIGO, Historia del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1979; Los presidentes de la Real Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1982; M. de la S. MARTÍN POSTIGO y C. DOMÍNGUEZ RODRÍGUEZ, La Sala de los Hijosdalgo de la Real Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1990; R. L. KAGAN, Pleitos y pleiteantes en Castilla, Salamanca, 1991; C. DOMÍNGUEZ RODRÍGUEZ, Los alcaldes de lo criminal en la Chancillería castellana, Valladolid, 1993; Los oidores de las Salas de lo Civil de la Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1997. Para su homóloga en Granada: A. A. RUÍZ RODRÍGUEZ, La Real Chancillería de Granada en el siglo XVI, Granada, 1987; P. GAN JIMÉNEZ, La Real Chancillería de Granada (1505-1834), Granada, 1988; I. GÓMEZ GONZÁLEZ, La Justicia en almoneda: la venta de oficios en la Chancillería de Granada, Granada, 2000; de esta última autora estamos esperando la publicación de su tesis doctoral, centrada en la Chancillería granadina, y que fue defendida en la Universidad de Granada en diciembre de 2001.

[6] Aunque no existen estudios específicos acerca de las ceremonias religiosas de la Chancillería, sobre los diferentes medios utilizados por la institución para fortalecer su imagen, entre ellos sus apariciones en público, vid. I. GÓMEZ GONZÁLEZ, “La visualización de la justicia en el Antiguo Régimen. El ejemplo de la Chancillería de Granada”, en Hispania, 199 (1998) pp. 559-574. Para Valladolid, aporta algunos datos en cuanto al ceremonial público, M. de la S. MARTÍN POSTIGO, Los presidentes..., op. cit.

[7] Sobre la renovación de la Historia Política, que tiende a lo social: X. GIL PUJOL, “La historia política de la Edad Moderna europea, hoy: Progresos y minimalismo”, en C. BARROS (ed.), Historia a debate, tomo III, Santiago de Compostela, 1995, pp. 195-208. Sobre su puesta en práctica, en el terreno de las instituciones, podemos citar, por su reciente aparición: J. L. CASTELLANO, J. P. DEDIEU y M. V. LÓPEZ-CORDÓN (eds.), La pluma, la mitra y la espada. Estudios de historia institucional en la Edad Moderna, Madrid, 2000; en cuanto a los instrumentos utilizados para la representación del poder, de los que destacamos la fiesta: A. GONZÁLEZ ENCISO y J. M. USUNÁRIZ GARAYOA (dirs.), Imagen del rey, imagen de los reinos, Navarra, 1999, centrado en las ceremonias regias.

[8] No incluimos los años de estancia de la Corte en Valladolid, 1601-1606, por trasladarse la Chancillería primero a Medina del Campo y después a Burgos.

[9] Vid. R. L. KAGAN, Pleitos y pleiteantes..., op. cit., pp. 202-222.

[10] Cfr. L. CARLOS ÁLVAREZ SANTALÓ, “La religiosidad barroca: la violencia devastadora del modelo ideológico”, en Gremios, hermandades y cofradías. Actas de los VII Encuentros de Historia y Arqueología, vol. II, San Fernando, 1992, pp. 77-90.

[11] “La religiosidad de los españoles (siglo XVIII)”, en Coloquio Internacional Carlos III y su siglo, tomo I, Madrid, 1988, p. 774. Entre la numerosa bibliografía sobre religiosidad colectiva en la Época Moderna, podemos citar, además: J. CARO BAROJA, Las formas complejas de la vida religiosa, Madrid, 1978; T. EGIDO, “La religiosidad colectiva de los vallisoletanos”, en VV.AA., Valladolid en el siglo XVIII, tomo V de la Historia de Valladolid, Valladolid, 1984; A. PEÑAFIEL RAMÓN, Mentalidad y religiosidad popular murciana en la primera mitad del siglo XVIII, Murcia, 1988; C. ÁLVAREZ SANTALÓ, M. J. BUXÓ y S. RODRÍGUEZ BECERRA (coords.), La religiosidad popular, 3 vols., Barcelona, 1989; W. A. CHRISTIAN Jr., Religiosidad local..., op. cit.; L. C. ÁLVAREZ SANTALÓ y C. M. CREMADES GRIÑÁN (eds.), Mentalidad e ideología en el Antiguo Régimen, II Reunión científica de la Asociación Española de Historia Moderna, vol. II, Murcia, 1993; E. SERRANO MARTÍN (ed.), Muerte, religiosidad y cultura popular, siglos XIII-XVIII, Zaragoza, 1994.

[12] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 1621, ff. 240v-241r.

[13] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 11, 12-XI-1661, ff. 269r.-306r.

[14] Vid. nota 10, en sus obras elude utilizar el término “popular”, sustituyéndolo por “colectiva”.

[15] “Iglesia institucional y religiosad popular en la España barroca”, en P. CÓRDOBA Y J. P. ETIENVRE (eds.), La fiesta, la ceremonia y el rito, Granada, 1990, pp. 11-20, pone de manifiesto las múltiples conexiones entre ambos tipos de religiosidad, indicando que su diferencia no es de raíz social sino mental.

[16] “Claves mágicas de la religiosidad barroca”, en C. ÁLVAREZ SANTALÓ, M. J. BUXÓ y S. RODRÍGUEZ BECERRA (coords.), La religiosidad..., op. cit., vol. II, p. 125. También en “ Religiosidad popular: un concepto equívoco”, en E. SERRANO MARTÍN (ed.), Muerte, religiosidad..., op. cit., pp. 65-79.

[17] Para lo que vamos a tratar a continuación han sido fundamentales dos obras, a su vez útiles para el resto de este estudio: M. CANESI ACEBEDO, Historia de Valladolid (1750), vol. II, Valladolid, 1996 (ed. facsímil), pp. 261-268 (“De las fiestas de precepto y Corte que guarda la Real Chancillería y esta Ciudad”) y M. FERNÁNDEZ DE AYALA AULESTIA, Práctica y formulario de la Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1667, ff. 51r.-54v. y 63r. (capítulos sobre ceremonias públicas de la Audiencia y fiestas de corte y precepto).

[18] Vid. J. M. NIETO SORIA, Fundamentos ideológicos del poder real en Castilla (siglos XIII-XVI), Madrid, 1988, pp. 109-166.

[19] J. L. CASTELLANO, “El rey, la Corona y los ministros”, en J. L. CASTELLANO, J. P. DEDIEU y M. V. LÓPEZ-CORDÓN (eds.), La pluma..., op. cit., pp. 36-37.

[20] M de la S. MARTÍN POSTIGO, Los presidentes..., op. cit., pp. 19-20.

[21] Por ejemplo, en las Cortes castellanas, cuando comenzaba la “legislatura” se repartían mil misas entre los distintos conventos y también se recurría a ellas antes de votar las cuestiones fundamentales. T. EGIDO, “Religiosidad “popular” y cortes tradicionales de Castilla”, en C. ÁLVAREZ SANTALÓ, M. J. BUXÓ y S. RODRÍGUEZ BECERRA (coords.), La religiosidad..., op. cit., vol. II, pp. 98-99.

[22] En la Chancillería granadina también existían estas tres capillas, si bien la de los jueces estaba servida por dos capellanes, A. A. RUIZ RODRÍGUEZ, La Real Chancillería..., op. cit. pp. 217-218 y 250-251.

[23] En los actos públicos, en la documentación de la Chancillería del XVII, se denomina Audiencia a sus ministros superiores. Si bien en la documentación de las otras instituciones se les llama Acuerdo.

[24] Fiestas de precepto y corte* en 1643. Enero: La Circuncisión, La Epifanía, San Antón*, San Sebastián*, San Ildefonso*; Febrero: Candelas, San Blas*, San Matías; Marzo: El Ángel de la Guarda*, San José, San Benito*, La Anunciación; Abril: San Marcos*; Mayo: Santos Felipe y Santiago; Santa Cruz, La aparición de San Miguel*; Junio: San Bernabé Apóstol*, San Juan Bautista, San Pedro y San Pablo; Julio: La Visitación de la Virgen*, Santa María Magdalena*, Santiago Apóstol, Santa Ana; Agosto: Santo Domingo*, Nuestra Señora de las Nieves*, La Transfiguración del Señor*, San Lorenzo, La Asunción de María, San Roque*, San Bartolomé; Septiembre: San Antolín*, La Natividad de Nuestra Señora; San Mateo, Santos Cosme y Damián*, San Miguel; Octubre: San Francisco*, Santa Teresa de Jesús*, San Lucas*; Santos Simón y Judas; Noviembre: Todos los Santos, Difuntos*, San Martín*, Santa Catalina*, San Andrés; Diciembre: La Concepción*, Santa Lucía*, Nuestra Señora de la O*; Santo Tomás Apóstol, Navidad, San Esteban, San Juan Evangelista, Los Santos Inocentes, San Silvestre. Fiestas móviles: Martes de Carnaval*, Miércoles de Ceniza*, La Bendición de los Ramos, Pascua de Resurrección, lunes y martes siguientes, Domingo de Cuasimodo, La Ascensión del Señor, Pentecostés, lunes y martes siguientes, Día de Holgazanes (4º día de Pentecostés)*, Santísima Trinidad, Corpus. A.R.CH.V, Libros del Acuerdo, nº 9, 1643, ff. 205r.-207r.

[25] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 5, 24-I-1600, f. 339r.

[26] Este conflicto en A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 28-III-1644, ff. 236v.-237v.

[27] A. SALGADO CORREA, Libro nombrado regimento de jueces, Sevilla, 1556, p. VIII, citado por R. L. KAGAN, Pleitos y pleiteantes..., op. cit., p. 176.

[28] A.R.CH.V., (Secretaría General), Cédulas y Pragmáticas, Caja 6, Expediente 89. Madrid, 20-XII-1644.

[29] Vid. F.-X. GUERRA, “Hacia una nueva historia política. Actores sociales y actores políticos”, en Anuario del IEHS, IV (1989) pp. 243-264, acuña el término de “actores colectivos sociales”; en “El renacer de la historia política: razones y propuestas”, en J. ANDRÉS-GALLEGO, New History, Nouvelle Histoire: hacia una Nueva Historia, Madrid, 1993, pp. 221-245, habla de “actores colectivos reales”.

[30] Ya fueran ceremonias propiamente religiosas o celebradas en el marco de fiestas políticas. En el caso de la Chancillería, de carácter corporativo, además de las religiosas, sólo asistía a las visitas generales de cárceles y los besamanos reales; de carácter urbano -al excluir las funciones religiosas de fiestas reales-, a las entradas de los presidentes y las fiestas en la Plaza Mayor, en su mayoría toros y cañas, a veces en el marco de fiestas extraordinarias tanto monárquicas como religiosas.

[31] Estos conflictos no sólo se producían en las ceremonias urbanas, donde participaban las distintas instituciones, también en las religiosas de carácter corporativo, ya que indefectiblemente había otra instancia de poder: el clero que regía el lugar sagrado donde se celebraban.

[32] Vid. R. L. KAGAN, Pleitos y pleiteantes..., op. cit., pp. 173-177.

[33] Las órdenes se reiteran, síntoma de que no se cumplen con la rigidez necesaria, sobre todo en cuanto a las visitas a particulares. Citemos algunas. Cédula Real prohibiendo a los ministros visitar a personas particulares y asistir a entierros, bodas y bautizos. Madrid 10-VI-1631 (A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 23-VI-1631, ff. 645v.-646v.). Cédula Real por la que la prohibición anterior se amplia a sus mujeres. Madrid, 11-VIII-1631 (Ibidem, 25-VIII-1631, ff. 651v.-652r.). Carta del presidente de Castilla exigiendo a los ministros moderación en su asistencia a fiestas de iglesia y a sus mujeres en las visitas a otras señoras. Madrid, 2-VII-1654 (Ibidem, nº 10, 7-IX-1654, ff. 280r.-280v.). Carta del Consejo prohibiendo ir al patio de comedias. Madrid, 7-III-1670 (Ibidem, nº 11, 20-III-1670, ff. 593r.-593v.).

[34] Cfr. J. L. BOUZA ÁLVAREZ, Religiosidad contrarreformista y cultura simbólica del Barroco, Madrid, 1999, p. 42.

[35] En palabras de Álvarez Santaló, quien lo calificará de “espectáculo religioso barroco”, se trataba de “la fiesta barroca por antonomasia y, probablemente, el conjunto estructurado más eficaz que se haya puesto en práctica para conseguir la transferencia de modelos del mundo desde sus detentadores dirigentes hacia la clientela masiva”. L. C. ÁLVAREZ SANTALÓ, “El espectáculo religioso barroco”, en Manuscrits, 13 (1995) pp. 158-159.

[36] Son los poderes urbanos, las instituciones más importantes que articulaban la ciudad moderna, aunque algunas desbordan el calificativo de “urbana”. En Valladolid: Chancillería, Inquisición, Ciudad, Cabildo catedralicio, obispo, Universidad y Colegio de Santa Cruz.

[37] Vid. J. A. MARAVALL, La cultura del Barroco, Barcelona, 1986 (4ª ed.). Su interpretación de dicha cultura, como medio de difusión ideológica y de adhesión extrarracional, ha sido aplicada a la fiesta en general, incluida la religiosa, sobre todo desde la historia del arte, vid. M. J. CUESTA GARCÍA DE LEONARDO, Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII, Granada, 1995. Otros autores, si bien rechazando o eludiendo el estudio de la fiesta desde una perspectiva únicamente psicológica, sí aceptan el ser un medio de representación del poder: R. J. LÓPEZ, Ceremonia y poder a finales del Antiguo Régimen, Santiago de Compostela, 1995; M. J. DEL RÍO BARREDO, Madrid, Urbs Regia. La capital ceremonial de la Monarquía Católica, Madrid, 2000, centrada en la monarquía.

[38] Sobre la imagen religiosa y sagrada de la monarquía que se resalta en sus ceremonias litúrgicas: M. J. DEL RÍO BARREDO, Madrid. Urbs..., op. cit.; para la Edad Media, J. M. NIETO SORIA, Ceremonias de la Realeza. Propaganda y legitimación en la Castilla Trastámara, Madrid, 1993, pp. 83-96.

[39] Les formes élémentaires de la vie religieuse, París, 1968, 5ª ed., pp. 593-638.

[40] La fiesta y el rito como formas de cohesión social a distintos niveles ha sido tratado sobre todo por antropólogos (J. PITT-RIVERS, “La identidad local a través de la fiesta”, en Revista de Occidente, 38-39 (1984) pp. 17-35; P. GÓMEZ GARCÍA, “Hipótesis sobre la estructura y función de las fiestas”, en P. CÓRDOBA Y J. P. ETIENVRE (eds.), La fiesta..., op. cit., pp. 51-62) y sociólogos (E. GIL CALVO, Estado de fiesta, Madrid, 1991); entre los historiadores, destaca E. MUIR, Fiesta y rito en la Europa Moderna, Madrid, 2001. En cuanto a la utilización por el poder de esta catarsis colectiva para el mantenimiento del orden social en el Antiguo Régimen, vid. A. BONET CORREA, Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al barroco español, Madrid, 1990.

[41] Funciones religiosas corporativas que se ofrecen en todas las demás instituciones vertebradoras del Valladolid moderno, desde las cofradías y los gremios (M. GARCÍA FERNÁNDEZ, “Los gremios”, en Cuadernos Vallisoletanos, nº 26, Valladolid, 1987, pp. 22-24), hasta las más altas instancias, como la Universidad (M. TORREMOCHA HERNÁNDEZ, “Universidad de Valladolid: Fiestas académicas y fiestas reales en el Setecientos”, en Cuadernos de Investigación Histórica, 15 (1994) pp. 206-212) o la Ciudad (M. CANESI ACEBEDO, Historia de..., op. cit., vol. II, pp. 261-268).

[42] Procedentes fundamentalmente de los seis colegios mayores y, por tanto, del Norte de España, la Chancillería se caracterizaba por su movilidad, era un peldaño más en la carrera administrativa, por este motivo escasean las muertes de jueces. P. MOLAS RIVALTA, “La Chancillería de Valladolid en el siglo XVIII. Apunte sociológico”, en Cuadernos de Investigación Histórica, 3 (1979) pp. 239-241 y 246.

[43] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 13, 1678, f. 539 (asistencia a las Candelas en la catedral).

[44] Hasta la década de los treinta iban a caballo, desde entonces en coches de dos en dos.

[45] Se menciona esta comida para el segundo día de Pentecostés de 1615. A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 15-VI-1615, f. 97v.

[46] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 12, 23-III-1673, ff. 254v.-255v. Estas cantidades son las mismas que en el Corpus, donde la propina se estableció en 1634 (Ibidem, nº 8, 8-VI-1634, f. 59v.), lo que hace suponer que el almuerzo de las misas de tabla hubiese desaparecido bastante antes de 1673.

[47] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 11, 12-II-1662, f. 364r.; Ibidem, nº 13, 26-IX-1680, ff. 778r.-778v.

[48] Vid. L. AMIGO VÁZQUEZ, “Una patrona para Valladolid. Devoción y poder en torno a Nuestra Señora de San Lorenzo durante el Setecientos”, en Investigaciones Históricas, 22 (2002) (en prensa).

[49] A fines del XVI, ya se recurría a esta imagen para necesidades locales (A.M.V., Actas, nº 22, 22-V-1598, f. 518v), pero parece que no tenía el monopolio en las políticas: así, en 1575, la rogativa por la salud del príncipe Fernando se dirige el convento de San Pablo (A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 4, 1575, ff. 66r.-67r.).

[50] Se recoge esta asistencia de forma circunstancial al describirse la visita al Colegio de Santa Cruz, como colegial que era (A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 15, 25-XI-1697, f. 199v.). Puede que la parquedad de noticias en los Libros del Acuerdo del XVII, sobre todo en acontecimientos ordinarios, sea la causa de que no figuren tales visitas. Pero tampoco las anota Aulestia, aunque recoge que “el presidente por sí solo en el día de S. Juan, San Pedro, la Magdalena, y otros accidentes de dar gracias, o hazer alguna rogativa que se ofrece, suele salir en público para ir a los templos”, ¿en alguna ocasión sería a San Lorenzo? (M. FERNÁNDEZ DE AYALA AULESTIA, Práctica y formulario..., op. cit. f. 52r.)

[51] J. J. MARTÍN GONZÁLEZ y J. URREA FERNÁNDEZ, Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (catedral, parroquias, cofradías y santuarios), en Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid, tomo XIV, parte primera, Valladolid, 1985, pp. 92-93.

[52] Cédula Real de 1630, por la que se le concede al convento 1.000 ducados anuales en las vacantes de oidores y alcaldes (A.R.CH.V, Libros del Acuerdo, nº 7, 24-I-1630, ff. 586r.-586v.); la de 1634 lo amplia a todas las plazas de la Audiencia (Ibidem, nº 8, 7-VIII-1634, ff. 63v.-64r.); la de 1641 incluye también al Presidente (Ibidem, nº 9, 29-VII-1641, ff. 90v.-91r.).

[53] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 16, 3-IV-1705, ff. 160r.-160v.

[54] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 19-V-1646, ff. 328v.-329r.

[55] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 15, 6-VI-1699, f. 329v.

[56] M. TORREMOCHA HERNÁNDEZ, “Las actividades benéfico-asistenciales del Colegio de Abogados de Valladolid en el Antiguo Régimen”, en Investigaciones Históricas, 16 (1996) pp. 61-75.

[57] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 26-X-1626, ff. 446v.-447r.

[58] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 12, 27-VIII-1671, ff. 95r.-95v.; Ibidem, nº 11, 9-IX-1669, ff. 554v.-556v.

[59] Se recoge su muerte y funeral en A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 1616, ff. 121v.-122r.

[60] Vid. M. GARCÍA FERNÁNDEZ, Los castellanos y la muerte, Valladolid, 1996. El título de la tercera parte ya es ilustrativo de esta doble vertiente de la “fiesta” de la muerte: “El ritual funerario. Seguridades para el más allá. Notoriedad en el más acá”.

[61] Sólo las exequias de los obispos y de algún noble vallisoletano se podían asemejar a las del Presidente de la Chancillería y, cómo no, los funerales regios que los superaban con creces. Idem, pp. 59-65.

[62] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 1631, f. 635r.

[63] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 1622, ff. 296r.

[64] Sin tener en cuenta propinas y otras ventajas económicas de las que disfrutaban, sus sueldos anuales en 1604 eran los siguientes. Presidente: 750.000 mrs.; oidor: 300.000; alcalde del crimen: 250.000; juez mayor de Vizcaya: 175.000; alcalde de hijosdalgo: 225.000; fiscal: 300.000 mrs. M. de la S. MARTÍN POSTIGO, Los presidentes..., op. cit., pp. 27-28.

[65] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 1641, ff. 67r.-67v.

[66] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 1641, ff. 94r.-94v.

[67] Así sucedió en la muerte de Juana Ramirez, mujer de un oidor, acaecida en septiembre de 1671. A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 12, 1671, ff. 98v.-99r.

[68] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 10, 1651, 95v.-96v.

[69] Vid. la muerte del Presidente en 1653. A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 10, 1653, ff. 226r.-228v.

[70] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 11, 1667, ff. 424v.-426r.

[71] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 14, 1692, f. 437v.

[72] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 16, 25-IX-1705, ff. 179r.-182r.

[73] Nos vamos a detener únicamente en los aspectos religiosos de estas fiestas, no en las celebraciones profanas que a menudo les acompañaban, sobre todo toros y cañas.

[74] El expediente figura en A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 11, 1663, ff. 223r.-226r.

[75] Eran las de más amplia repercusión urbana y en las que tendían a participar la Ciudad y el Cabildo de la catedral: fundamentalmente, Corpus, traslados de imágenes y canonizaciones.

[76] Por ejemplo, en el caso de Santo Tomás de Villanueva (1663), el Regimiento asistirá a la función de iglesia del primer día en la catedral, a la procesión general y a un día del octavario en su convento (A.M.V., Actas, nº 61, 11-IV-1663, ff. 111v.-113v., Ibidem, 15-VII-1663, f. 168v.); el Cabildo organizará la procesión y, aunque no era la costumbre, asistirá con la Ciudad al convento (A(rchivo) C(atedralicio) V(alladolid), Libros del Secreto, 17-III-1663, f. 679v., Ibidem, 15-VI-1663, f. 685r.). En cambio, el Colegio de Santa Cruz, la Universidad y la Inquisición no asistían a las funciones públicas, salvo a los Autos de Fe y fiestas en la Plaza Mayor y en el caso de la Inquisición tambien a las honras regias.

[77] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 4-VII-1622, f. 286r. y Siguientes

[78] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 11, 1668, ff. 483v.-484v.

[79] Vid. L. AMIGO VÁZQUEZ, “La apoteosis de la Monarquía Católica Hispánica. Fiestas por la canonización de San Fernando en Valladolid (1671)”, comunicación defendida en la VIIª Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna, celebrada en Ciudad Real en 3-6 de junio de 2002, en la Sección “La declinación de la Monarquía Hispánica en el siglo XVII”.

[80] A.R.CH., Cédulas y Pragmáticas, Caja 6, Expediente 38. Madrid, 13-VI-1633. Carta del presidente del Consejo, en respuesta a la enviada por la Chancillería sobre qué hacer en las honras.

[81] Aunque se reservó la propina de la segunda de las tres luminarias que se dieron en la fiesta de San Fernando como limosna para esta fiesta, la de San Francisco de Borja y para otros conventos. A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 12, 1671, ff. 71v.-72r.

[82] Se recoge esta asistencia por primera vez para 1705, pero se habla de que era una costumbre. A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 16, 9-IV-1705, ff. 160v.-161r.

[83] La invisibilidad e inaccesibilidad fueron componentes fundamentales del poder real en la España de los Austrias, vid. A. FEROS, El Duque de Lerma, Madrid, 2002, pp. 145-173 (capítulo 4 “El poder del rey”).

[84] Concede gran importancia a estos conflictos R. J. LÓPEZ, Ceremonia y poder..., op. cit., pp. 47-76.

[85] Para Granada vid. A. A. RUIZ RODRÍGUEZ, La Real Chancillería..., op. cit., pp. 40-41 y 54-56, figuran problemas con el Capitán General e Inquisición sobre el lugar en la Capilla Real; P. GAN GIMÉNEZ, “En torno al Corpus granadino del siglo XVII”, en Chronica Nova, 17 (1989) pp. 91-130, en cuanto al problema secular motivado por llevar el arzobispo silla en esta procesión.

[86] A.R.CH.V., Cédulas y Pragmáticas, Caja 4, Expediente 71. Madrid, 28-III-1588.

[87] Figura en la descripción de las honras. A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 5, 1598, f. 291r.

[88] A.M.V., Actas, nº 22, 1598, f. 727r. (honras.) El expediente en Ibidem, ff. 685v.-694r.

[89] A.M.V., Actas, nº 37, 21-V-1612, f. 239v.

[90] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 1614, ff. 70v.-71r. (Concordia).

[91] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 13, 1679, ff. 696v.-699r.

[92] Más pormenorizadamente en L. AMIGO VÁZQUEZ, “Devoción y poder...”, art. cit.

[93] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 1648, ff. 444r.-444v.

[94] A.C.V., Libros del Secreto, 11-V-1664, f. 697.

[95] El Cabildo había convidado a la Ciudad a todo el octavario en la catedral indicando que la Audiencia estaba conforme en asistir con ella el primer día. Pero no era así y el Regimiento se ensaña con el Cabildo. Vid. L. AMIGO VÁZQUEZ, “La apoteosis...”, art. cit.

[96] La excepción sería en las honras regias, donde, a través de los alcaldes del crimen, pregona los lutos (haciendo el primer pregón antes que la Ciudad) y convida para las funciones en la catedral a la Inquisición y nobleza.

[97] Vid. I. GÓMEZ GONZÁLEZ, “La Chancillería de Granada y el Gobierno Municipal”, en Chronica Nova, 24 (1997) pp. 103-120. También sucedía en Valladolid, A. GUTIÉRREZ ALONSO, Estudios sobre la decadencia de Castilla. La ciudad de Valladolid en el siglo XVII, Valladolid, 1989, p. 330.

[98] M. FERNÁNDEZ DE AYALA AULESTIA, Práctica y formulario..., op. cit., f. 51v. y 52r.

[99] El papel de la Ciudad también era muy importante en rogativas por necesidades locales y honras regias.

[100] A.R.CH.V., Cédulas y Pragmáticas, Caja 6, Expediente 54. Madrid, 19-IV-1638.

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Artículo publicado en Hispaia Sacra, vol., LV, nº 111 (2003), PP. 85-107

Imagen de portada: Grabado, Tribunal de la Real Chancillería de Valladolid

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LA CAMPAÑA DE CORSO DE 1748-49 EN EL MEDITERRÁNEO. EL INTENTO DEL MARQUÉS DE LA ENSENADA Y JULIÁN DE ARRIAGA DE DESTRUIR LA FLOTA ARGELINA.

LA CAMPAÑA DE CORSO DE 1748-49 EN EL MEDITERRÁNEO. EL INTENTO DEL MARQUÉS DE LA ENSENADA Y JULIÁN DE ARRIAGA DE DESTRUIR LA FLOTA ARGELINA.
María Baudot Monroy
Universidad Nacional de Educación a Distancia.UNED/España 
  

  

  

 

 

En el verano de 1748 cuando el embajador español en la corte francesa, Jaime Masones de Lima[1], todavía estaba negociando los últimos flecos de la Paz de Aquisgrán, tras la firma de los preliminares en junio, arreciaron los ataques de los corsarios argelinos contra los mercantes españoles, tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico. Era un momento en que, con el tratado de paz que finalmente se firmó en octubre de ese mismo año, España iniciaba un periodo de neutralidad declarada con las potencias europeas que le iba a permitir llevar a cabo el objetivo prioritario de recuperación nacional, según el proyecto pacifista del secretario de Estado José de Carvajal[2], que Fernando VI apoyó de forma decidida[3]. Carvajal pretendió mantener la paz con las potencias europeas por encima de todo, basándose en unas ilusorias buenas relaciones familiares entre las casas reinantes y una activa y conciliadora diplomacia.  Tras la decepción sufrida por la indefensión de los intereses españoles, que había hecho Francia en las negociaciones del Tratado de Paz, esperaba con optimismo, que mediante la neutralidad declarada, España pudiera distanciarse políticamente de Francia, al tiempo que llevaba a cabo un acercamiento a Inglaterra, Portugal y Austria. 

  

Por su parte, el marqués de la Ensenada, segundo hombre fuerte del gobierno, que ostentaba las carteras de Guerra, Hacienda y Marina e Indias, tenía su propio proyecto de recuperación nacional y económica[4], bastante más realista y pragmático, cuyo objetivo final era fortalecer al Estado, preparando una Armada poderosa de cara a una, para él,  inevitable futura confrontación con Inglaterra[5]. Ambos ministros compartían preocupaciones sobre la situación del país y coincidían en que éste, agotado por una continuada actividad bélica desde el inicio del reinado de Felipe V, necesitaba urgentemente un prolongado período de paz para recuperarse económicamente.

  

Desde este firme convencimiento, y con una Armada en una situación tan lamentable como la que se encontró Patiño en 1715, con apenas treinta y siete bajeles disponibles[6], Ensenada, en 1746, no dudó en presentar al recién entronizado Fernando VI una memoria que recogía su idea de gobierno, instándole a establecer la paz y a recuperar la Marina entre otras medidas[7]. Desde su pragmatismo Ensenada estaba convencido de que la paz sólo se podía mantener desde una posición de fuerza, “…el que quiere conseguir la paz, es común axioma que ha de preparar la guerra”[8].

  

Los argelinos habían venido organizando recurrentemente campañas de pillaje contra las poblaciones costeras del Mediterráneo con la finalidad de proveerse de esclavos por los que cobrar rescates, así como contra navíos mercantes que abordaban en alta mar. El beneficio que obtenían, sin duda, compensaba el riesgo, por lo que habían hecho del saqueo y del pillaje su modus vivendi. A lo largo de la Edad Moderna todas las potencias cristianas a medida que incrementaron el tráfico marítimo por el Mediterráneo, habían desarrollado mecanismos defensivos contra los ataques de las flotas de las regencias norteafricanas, un importante esfuerzo que compensaron los beneficios de un activo y creciente comercio. Entre las medidas adoptadas, las más significativas fueron la navegación en convoy, la creación de poderosas flotas navales formadas por potentes navíos de línea, fragatas, jabeques, embarcaciones ligeras y rápidas del mismo tipo que las que usaban los corsarios, y por otras de poco calado, el mantenimiento de escuadras patrullando, o el bloqueo de los puertos de las regencias con la finalidad de destruir los navíos anclados e impedir la entrada y salida de suministros y mercancías. Los resultados no pueden calificarse de espectaculares, pero en el siglo XVIII sí se había conseguido debilitar y mermar las flotas berberiscas[9]

 

Es significativo el hecho de que las potencias navales cristianas, con independencia de su poderío mercantil y naval, no hubieran hecho el esfuerzo de combatir conjuntamente a un enemigo común aprovechando su superioridad, sino que por el contrario, tras haber sufrido numerosas derrotas en los ataques individuales que puntualmente  llevaron a cabo contra alguna de las regencias,  terminaran por preferir pactar y aliarse con los corsarios para debilitar a sus rivales, con la consecuencia de ayudarlos a sobrevivir. Esta línea de actuación se evidencia durante el siglo XVIII, cuando potencias como Francia e Inglaterra, gracias a sus alianzas con los argelinos, consiguieron en el Mediterráneo una navegación libre de peligros para sus mercantes, focalizándose el problema en las costas y flotas mercantes de España e Italia, además de potenciar su control comercial en el Mediterráneo[10].

  

Los marineros mallorquines e ibicencos, a su vez, por pura necesidad de supervivencia, tenían una gran experiencia enfrentándose a los berberiscos, quienes, varias veces todos los años, saqueaban las islas haciendo cautivos y perjudicando seriamente el comercio. Desde la primavera de 1748, los corsarios argelinos habían incrementado sus ataques sobre las poblaciones costeras mediterráneas de forma notoria, aprovechando la debilidad defensiva de una Marina, cuyos efectivos habían mermado espectacularmente durante los últimos años[11]. Además, la intensa actividad bélica de la última década, sin duda, había obligado a centrar la atención allí donde se desarrollaron los conflictos: América e Italia, descuidándose la defensa del resto de las costas, circunstancia que los berberiscos supieron aprovechar, incrementando sus ataques a las poblaciones y costas mediterráneas.  Ensenada en su proyecto para el fomento de la Marina, que presentó a Fernando VI en mayo de 1748, incluyó una petición extraordinaria para armar de forma inmediata seis bajeles en corso “…para emplearse contra moros y resguardar las costas de España”[12].

  

Estaba convencido de que sólo la presencia de una escuadra patrullando y protegiendo las costas permanentemente, mantendría a los argelinos alejados. Si a esto añadimos que tras la firma de la Paz, al verse liberadas de los enormes gastos de guerra, las arcas del Estado por primera vez en muchos años iban a estar llenas, comprenderemos el entusiasmo con que Ensenada emprendió el proyecto. En realidad había un motivo mayor para su entusiasmo, ya que sus planes iban más allá de lo que, en principio, oficialmente se presentó como una campaña de corso de Estado. El marqués, que pretendía poner en pie un proyecto de recuperación global, cuyo eje debía ser la Marina, estaba decidido a acabar de una vez por todas con la que para él era una de sus debilidades estructurales: la falta de marinería:

  

…la falta de marinería procede de la escasez de gente, del poco comercio marítimo que hace y de la guerra contra moros, la cual amedrenta y obliga a que los españoles pongan 25 hombres en embarcación en que de igual porte no ponen los ingleses más que seis, de que procede que ganando éstos mucho en los fletes, aquellos, con igual paga, no pueden costearse[13].

  

Sólo así se explica que organizara de la forma más “…reservada” posible, es decir, a espaldas del monarca, la destrucción de la flota berberisca en su propio puerto de Argel, encomendando personalmente, de palabra y secretamente, el ataque al capitán de navío Julián de Arriaga, experimentado marino que se iba a convertir en su principal apoyo para las operaciones especiales de la Armada[14].

  

El monarca aprobó su solicitud de organizar un armamento en corso,   aunque recortó a cuatro los jabeques mallorquines, hecho que no mermó el entusiasmo de Ensenada en la operación, Los años como comisario de Marina habían enseñado a Ensenada que para el éxito de una empresa de semejante calado era fundamental contar con el dinero por anticipado. Los patrones de los jabeques arriesgaban cuanto tenían y no querían hacerlo por una promesa, exigían el dinero por adelantado, así que su primer paso en la organización de la campaña fue ordenar al tesorero general, Manuel Antonio de Orcasitas, que transfiriera a Palma de Mallorca, a disposición del comisario de guerra de Marina, Pedro Antonio de Ordeñana, 3.000 doblones[15].

  

Tres días después envió las órdenes correspondientes al teniente general Juan de Castro, que ejercía como comandante general del reino de Mallorca, y a Antonio de Ordeñana, comisario de Marina, para que conjuntamente procedieran al fletamento, con cargo a la Real Hacienda, de cuatro jabeques de los de mayor porte que pudieran encontrar, tanto en Mallorca como en Ibiza, para hacer el corso contra los argelinos en el Mediterráneo. Los jabeques estarían al mando de sus patrones y serían tripulados por su marinería, pero en ellos embarcarían destacamentos de tropa de tierra de los regimientos “España” y “Brabante” estacionados en Mallorca, a cargo de sargentos[16].

  

Del acoso al que los argelinos tenían sometido al archipiélago en estas fechas, es un claro ejemplo la solicitud que algunos patrones de Mallorca habían hecho durante el verano, al comisario de Marina Ordeñana, para armar en corso doce jabeques que tenían parados y combatir ellos mismos a los corsarios berberiscos. El aumento de presas de embarcaciones mallorquinas por parte de los argelinos, había provocado que el comercio balear no se atreviera a fletar bajeles del país, sustituyéndolos por los de naciones que no estaban en guerra con Argel[17]. La solicitud de los patrones incluía un detallado presupuesto de lo que esperaban recibir a cambio.

  

En su respuesta a la orden de Ensenada, el teniente general, Juan de Castro[18], sugirió emplear en la campaña el jabeque correo capitaneado por Antonio Barceló, a quien recomendaba se entregara el mando de la pequeña escuadra, por considerarlo el único patrón capaz de mantener la disciplina con la marinería. Teniendo en cuenta las noticias que se habían recibido, tanto de cautivos liberados como de embarcaciones mercantes, sobre un gran armamento de cuatro fragatas y diez jabeques que se estaba preparando en Argel, aconsejaba reforzar la acción de los cuatro jabeques con el apoyo de dos navíos de la Armada. Ordeñana, por su parte, le incluía un estado de todo el armamento y munición que sería necesario. También él tenía dudas sobre la capacidad de mando de los patrones, tanto sobre la marinería, muy indisciplinada, como sobre la tropa que debían embarcar, por lo que recomendaba se entregara el mando del armamento al capitán de fragata Pedro Sáenz y Sagardía[19].

  

Llegados a este punto, Ensenada, como tenía la certeza de poder contar de inmediato con los jabeques requeridos, con la finalidad de ganar tiempo descartó por el momento la segunda opción alternativa de encargar su fabricación[20], e  intentó rebajar el precio solicitado por los  patrones, haciéndoles una contraoferta a la que ellos habían presentado al solicitar las patentes de corso. En vez del tercio de las presas que solicitaban los patrones de los  jabeques (los otros dos tercios eran habitualmente para la Corona), él les ofrecía el todo de las presas que hicieran a cambio de rebajar los 200 pesos mensuales que pedían por cada jabeque tripulado con 150 hombres, por cada uno de los cuales la Hacienda abonaría además 8 pesos mensuales, pagando por adelantado la cantidad correspondiente a dos mensualidades, tanto del importe del fletamento del bajel como el correspondiente a los sueldos. Ensenada insistió especialmente en que en la contrata constara que sólo se pagarían los días que legítimamente estuviesen en la mar haciendo el corso. Al resto de las condiciones exigidas por los patrones mallorquines[21] no hizo ninguna objeción: lo que en realidad le preocupaba era rebajar el precio de los fletes y que los jabeques se hicieran cuanto antes a la mar.

  

Es en este momento cuando Ensenada decidió convertir la campaña de corso en toda una operación de guerra contra Argel, ya que, mientras esperaba una respuesta de los patrones, asumiendo la sugerencia de Juan de Castro[22],  ordenó  que además de los jabeques se armaran en corso dos de los cuatro navíos de la Armada existentes en ese momento en el departamento de Cartagena, el América y el Constante[23], cada uno de 64 cañones de porte,  formándose la tripulación no sólo de matriculados, sino también de voluntarios y de la gente de mar de la extinta escuadra de Galeras, anticipando el  montante para las tres primeras pagas,  mediante la orden de remitir a Cartagena 240.000 reales, enviada al tesorero general, Manuel Orcasitas.

  

Ensenada intentó incluso establecer una alianza naval con Portugal y con la Orden de San Juan, sin duda con la intención de formar una gran escuadra. Para ello, sin desvelar claramente sus planes, comunicó a la Corte portuguesa y al Gran Maestre de la Orden de San Juan, cuyos navíos solían patrullar las aguas del Mediterráneo occidental en busca de argelinos, que Fernando VI estaba preparando el armamento de una escuadra de corso, invitándoles formalmente a participar[24]. De hecho, los navíos de la Orden de San Juán, habituados a hacer el corso en el Mediterráneo, no dudaron en colaborar desde el principio de la campaña con la escuadra española al mando de Arriaga, enviando dos navíos, el San Juan y el San Vicente a pesar de iniciarse la campaña en invierno. Una escuadra portuguesa empezó bastante más tarde, a principios del verano siguiente, a patrullar sus costas.

  

En cuanto el jabeque correo, patroneado por Antonio Barceló, finalizó su misión de transporte y regresó a Mallorca desde Barcelona, Ordeñana, sin perder tiempo, negoció con él las condiciones de la contrata, que se concretó por dos meses prorrogables, pagados siempre por adelantado, consiguiendo rebajar el precio del fletamento de cada jabeque en 50 pesos mensuales. El precio por cada marinero, sin embargo, se mantuvo en 8 pesos mensuales, para incentivar y garantizar su alistamiento. Ordeñana justificaba no haber presionado más a los patrones argumentando que había que dejarles algún incentivo para que “…se aficionen a seguir el corso contra infieles que tanto importa…”[25].  Mientras se habilitaban los jabeques, se firmó ante notario la contrata, Ordeñana procedió al señalamiento de plazas para cada uno de ellos[26], preparó los recibos de los pagos que debían hacerse a los patrones  y les redactó la instrucción de navegación y corso , dando cuenta a Ensenada[27],  quien aprobó todo lo ejecutado con gran satisfacción, al tiempo que le informaba de la nueva orden dada de armar dos navíos de guerra del departamento de Cartagena, el América y el Constante, para que los jabeques navegaran en su conserva a las órdenes del  comandante de la escuadra[28].

  

En la instrucción de navegación estaba previsto que los jabeques, siempre al mando de Antonio Barceló[29], partieran juntos de Mallorca, recorrieran Ibiza y una vez llegaran al cabo de San Antonio en la costa valenciana, la recorrieran durante unos días, pasando por cabo de San Martín, desde dónde irían hasta Cartagena, reconociendo en su derrota de forma concienzuda la costa hasta el cabo de Palos. Una vez hubieran fondeado en la escombrera de Cartagena, se les suministraría todo el armamento y munición que no se hubiese podido completar de las existencias de los almacenes mallorquines. En Cartagena, al quedar incorporados a los navíos de la Armada que se estaban armando, el resto de la instrucción elaborada por Ordeñana dejó de tener validez, ya que sería el comandante de toda la escuadra conjunta quien decidiría la derrota según sus propias instrucciones.

  

Retrato del Teniente General don Antonio Barceló. Óleo anónimo. Museo Naval de Madrid

 

Sin embargo, el armamento de los navíos de la Armada casi siempre requería más tiempo del previsto, ya que, para invernar, los navíos quedaban desarmados y desaparejados, aprovechándose la estación para darles pendoles y carenarlos.  En esta ocasión también iba a haber retrasos, según informaron a Ensenada el intendente de Cartagena, Francisco Barrero y el marqués de la Victoria, comandante del departamento, por lo que el secretario de Marina  ordenó que, mientras se terminaba la habilitación del América y Constante, los jabeques al mando de Barceló, una vez les hubieran sido suministrados todos los pertrechos, cañones, armas y munición que les faltara,  hicieran el corso por su cuenta en las inmediaciones del puerto de Cartagena[30]. A Ensenada le urgía tener la costa patrullada para disuadir de momento a los argelinos. Las causas que en esta ocasión retrasaron la habilitación de los navíos para hacerse a la mar de inmediato fueron, en primer lugar, el no poder completarse sus equipajes en el tiempo previsto, a pesar de que Barrero había recibido el importe para el pago de los tres primeros meses a los diez días de haberle llegado la orden para el armamento[31]. Por otro lado, la falta de gente en las maestranzas hacía imposible   aparejarlos en menos tiempo del habitual[32]. Pero Ensenada no quería oír pretextos, por lo que apremió enérgicamente al intendente Barrero:

  

…si ya no estuvieren del todo habilitados los bajeles Constante y América dé v.s. sus más prontas y efectivas providencias para que sean proveídos de lo que aún les falte, a fin de que por ningún pretexto se retarde su salida a la mar que tanto desea S.M. se ejecute”[33].

Barrero justificaba el retraso como podía. Aseguraba haber pedido al reino de Valencia y a otros lugares el número de marineros que faltaban para completar los equipajes, adelantando que mucho se temía no le enviaran todos los que se necesitaban, porque al haber sido despedidos por los subdelegados, pensando que ya no iban a hacer falta ese invierno, los de Vera y Mazarrón se habían ido a pescar a las costas de Andalucía, y los valencianos siempre se negaban a hacer el corso, creando dificultades añadidas a los alistamientos[34].

  

Para el mando de la escuadra en su conjunto Ensenada nombró el 13 de noviembre al capitán de navío Julián de Arriaga[35], dejando a su elección en cual de los dos navíos debería embarcarse. Como comandante del segundo navío nombró al también capitán de navío Francisco Cumplido. Julián de Arriaga y Rivera, era un experto marino de guerra que llevaba muchos años embarcado en distintas escuadras al servicio de la Armada, tanto en aguas mediterráneas como atlánticas. Mientras había estado destinado en Ferrol, al mando del Europa, desde enero de 1745, había sido ascendido a capitán de navío en junio de ese año y, en septiembre de 1747,  Ensenada lo había llamado para fines del real servicio a la Corte[36], donde se encontraba desde entonces, por lo que el nombramiento no se hizo al azar entre los oficiales disponibles, sino que Ensenada eligió a un estrecho colaborador suyo, en quien confiaba plenamente para la misión que le había encomendado; prueba de ello es que dejara a su elección el nombramiento de los segundos capitanes y oficiales subalternos,  pidiéndole que tuviera  la cortesía de ponerse de acuerdo con el marqués de la Victoria, a quien en realidad correspondía hacer esos nombramientos como comandante general del departamento[37]. El propio marqués confirmó a Ensenada haber hecho los nombramientos según la selección que Arriaga le había presentado:

  

Queda obedecida la orden, y habiéndome pasado la relación de los oficiales que pedía, paso a manos de V.E. la inclusa copia de sus nombres y grados[38].

  

También le autorizó a rechazar a los marineros reclutados que no considerara aptos para la misión, a pesar de conocer las dificultades para los alistamientos, y ordenó a Barrero que le adelantase 9.000 reales a cuenta del importe al que ascendería la gratificación de mesa, junto con otros 60.000 para gastos del servicio[39].

  

En las instrucciones, Ensenada, dando por hecho que los navíos estarían preparados,  ordenaba a Arriaga hacerse a la vela de inmediato a su llegada a Cartagena, llevando a los cuatro jabeques en su conserva en caso de estar en Cartagena; si no, determinar un punto de encuentro para poder incorporarlos. El corso debía cubrir desde la boca del Estrecho hasta el cabo de Creus, pasando por las Baleares, estando siempre pendiente de noticias de argelinos que pudiera adquirir, tanto de otros navíos en la mar, como de los parajes por donde pasasen. De vez en cuando debía acercarse a los puertos de Cartagena, Barcelona o Alicante, entrando uno de los jabeques con un oficial encargado de entregar informes sobre la campaña para la secretaría de Marina, así como acercarse a la casa del intendente o a la del comandante por si hubiere algún pliego de la Corte con órdenes para él. Cuando necesitase reponer víveres debería enviar previamente un aviso a Francisco Barrero para que éste los tuviera preparados, evitando así pérdidas de tiempo en puerto.

  

Con la finalidad de provocar un encuentro con los argelinos y poder enfrentarse a ellos y destruir sus bajeles, se le recomendaba ponerse de acuerdo con los navíos de San Juan, de los que se tenía noticia iban a hacer su corso por las costas españolas, para repartirse las zonas a cubrir por cada escuadra, acordando previamente ambos comandantes las señales de reconocimiento a utilizar con el fin de evitar desgracias debidas a confusiones con los navíos de argelinos. Finalmente, Ensenada, para animarle en la misión, le manifestó su voto de confianza:

 

…no duda S.M. que v.s. obrará con la buena conducta de que hasta ahora se tienen tantas pruebas y dejará satisfecho su justo deseo de que quede castigada la insolencia con que los moros han insultado nuestras costas y embarcaciones durante la última guerra con ingleses…[40].

 

Mientras se terminaba la habilitación de los navíos y se esperaba a que llegasen las tripulaciones, los jabeques fueron enviados a convoyar los dos correos a Orán, de modo que cuando Arriaga llegó a Cartagena, el 27 de noviembre[41], aún tuvo que esperar para hacerse a la mar a poder completar los equipajes y a que se embarcase el vino y el bacalao que no se habían recibido. Arriaga aprovechó la espera para solicitar que el teniente de navío, José de Sapiaín, fuese incorporado a la tripulación de el América, el navío en que había decidido embarcarse. Durante la espera, conscientes de la impaciencia de Ensenada porque los navíos se hicieran a la vela, tanto Arriaga como Barrero le mantuvieron informado de los pequeños adelantos en la habilitación de los navíos. La respuesta del ministro no pudo ser más elocuente:

 

…que solo se espera la noticia de su puesta a la vela…[42].

 

Los jabeques al mando de Barceló, que en su derrota a Orán, pasando el cabo de Gata, se habían encontrado al San Juan, uno de los navíos de la Religión, que les informó no haber visto ni rastro de los argelinos[43],   regresaron de Orán a tiempo de incorporarse a la escuadra y hacerse todos juntos a la vela finalmente el 9 de diciembre.

 

Pocas horas antes, Arriaga había informado a Ensenada que tenía previsto permanecer en la mar por lo menos cincuenta días y que sería inevitable que durante la navegación se le separasen los jabeques para aprovisionarse, ya que sólo habían comprado víveres para un mes que les quedaba de contrata. Como lógicamente quería evitar causas de posibles retrasos en la navegación, les había ofrecido parte de los que él llevaba[44]. Los patrones, sin embargo, declinaron la oferta, pues pretendían ir reemplazando los géneros según los fuesen consumiendo, además de evitar verse obligados a comprar directamente al proveedor de la Marina por ser más caro que otras fuentes de aprovisionamiento. Ensenada ordenó que se prorrogasen las contratas dos meses más, de modo que los patrones se aprovisionasen de todo lo necesario para el tiempo que durase la campaña, evitando innecesarias entradas en puerto[45].

 

Las primeras noticias que Arriaga, como comandante de la escuadra, envió a Ensenada, fueron del 31 de diciembre, estando fondeado en la rada de Alicante, y no eran las que a Ensenada le hubiera gustado oír[46]. Al Constante se le había roto el mastelero de velacho a causa de un temporal frente al cabo de Palos, por lo que Arriaga había decidido interrumpir el corso y regresar cuanto antes a Cartagena para reparar el daño, mientras, él proseguiría la campaña sólo con el América y los jabeques, pues tenía noticias de alguna de las embarcaciones provenientes del Estrecho, con las que se había cruzado, de estar preparándose en Argel un armamento con cuatro fragatas de las apresadas últimamente. Por el momento se hallaba detenido en Alicante a la espera de vientos propicios para Cartagena.

 

Arriaga tardó ocho días en llegar a Cartagena, donde repuso los víveres consumidos, haciéndose de nuevo a la vela con los jabeques. En su derrota un fuerte temporal había separado a los jabeques de los navíos, por lo que Arriaga tuvo que fondear en Alicante, punto de encuentro pactado a esperarlos, volvió a escribir a Ensenada para informarle detalladamente de lo acontecido desde su partida de Cartagena. Salvo los temporales, muy normales en el Mediterráneo en esa época del año, que le habían obligado a detenerse en Palma y ahora en Alicante, y algunas informaciones de cautivos mallorquines rescatados, coincidentes con las que ya tenían, poco más podía contar[47]. Según éstos los argelinos disponían de varias fragatas y por lo menos once jabeques, de los cuales seis eran de mayor porte que los mallorquines, así como de tripulaciones de 300-350 hombres cada uno.

 

Navegando sobre la costa del cabo de Palos, una vez que los jabeques ya se le habían vuelto incorporar, Arriaga se vuelve a poner en contacto con Ensenada. Le comentaba que pensaba destacar uno de los jabeques a Cartagena con la orden para el Constante de salir a patrullar en cuanto esté listo. Él por su parte pensaba mantenerse cruzando los mares hasta el próximo 15 de marzo, para ir luego a proveerse de víveres, ya que al América sólo le quedaban para cuarenta días y a los jabeques escasamente para veinte. Recordaba a Ensenada que la prórroga de la contrata vencía el próximo día 8 de marzo y que esperaba noticias al respecto. En caso de prórroga, sugería que se entregara el mando de los jabeques, excepto el que mandaba el teniente de fragata graduado Antonio Barceló, a oficiales de la Armada en sustitución de los patrones, exponiendo con meridiana claridad los problemas que surgían cuando no había una cadena de mando bien establecida:

 

…aún cuando estos hombres (los patrones) estén llenos de buen celo, les falta autoridad para mandar con resolución sus tripulaciones, y no permite su rusticidad que se les den aquellas extensivas señales que es menester usar en mil casos…[48].

 

Los patrones y las tripulaciones de los jabeques tradicionalmente se dedicaban al transporte de mercancías o a la pesca y ocasionalmente a hacer el corso por su cuenta, no estaban acostumbrados a ir armadas en corso incorporadas a una escuadra de la Armada, que implicaba someterse a la disciplina militar. En la Marina las órdenes no se cuestionaban, se cumplían.  Prueba de la dureza de la vida a bordo es que, de los cien hombres de tropa de Infantería embarcados en Mallorca como refuerzo de las tripulaciones, habían desertado treinta y cinco, poniendo una vez más de manifiesto otro de los problemas endémicos de la Armada: las deserciones.   Arriaga, para evitar ver sus fuerzas cada vez más reducidas, sugería que los piquetes restantes fueran devueltos a sus regimientos en Mallorca y que fueran reemplazados por tropa de Marina del departamento de Cartagena habituada a la navegación. Ensenada no dudó en aprobar esta sugerencia, así como en prorrogar la contrata otros dos meses. Sin embargo denegó la sustitución de los patrones por oficiales de la Armada por estar estos fletados con sus tripulaciones y haberse acordado en la contrata que estarían al mando de sus patrones. Sugirió a Arriaga que intentase cambiar a los patrones por otros con más capacidad de mando[49].

 

El Constante se pudo incorporar a la escuadra el 27 de febrero[50], y ésta se dedicó a correr la costa hasta Málaga sin ver rastro de argelinos. Arriaga fondeó con toda la escuadra en el puerto de Cartagena el 11 de marzo, recibiendo en seguida la noticia de la prórroga de la contrata a los jabeques, por lo que les ordenó entrar a despalmar y a proveerse de víveres. Después de navegar ininterrumpidamente más de 4 meses, los jabeques, que no tenían sus fondos forrados de cobre, necesitaban limpiarlos y darles sebo antes de volver a hacerse a la vela para una navegación prolongada.

 

  

    Jabeque español cazador, siglo XVIII

Modelo de jabeque que forma parte de la maqueta del peñón de Vélez que se expone en el casino militar de melilla. “(Historias de la melilla marinera” https://melillamarinera.blogspot.com.es/2012/08/jabeques.html)

 

Arriaga avisó a Ensenada que se haría nuevamente a la vela entre el 20 y el 25 de marzo si no recibía contraorden por su parte, pues esperaba que los argelinos emprendiesen a más tardar a finales de ese mes su corso, tras la invernada de tres meses en su puerto[51]. Le confirmó también de la continuada deserción de soldados de tropa: sólo quedaban 56 de los 100 embarcados.

 

Gracias a que los correos entre Cartagena y Madrid apenas tardaban tres días y a que, dada la importancia de la campaña, Ensenada respondió a vuelta de correo, el 19 de marzo Arriaga pudo acusar recibió de la orden de restituir a Mallorca los soldados que quedaran a bordo de los jabeques y sustituirlos por tropa de Marina al cargo de sargentos[52].

 

 La escasa y con mucha frecuencia poco solvente y contradictoria información sobre los movimientos de los argelinos obligaba a repentinos cambios de las  derrotas, algo que queda patente en las dos siguientes cartas de Arriaga a Ensenada escritas el mismo día 23 de marzo. Mientras seguía fondeado en Cartagena, a la espera de que los vientos cambiaran, para poder hacerse a la vela, Arriaga comunicó haber decidido dirigir su crucero por las islas Baleares, paraje que regularmente visitaban en primer lugar los argelinos cuando salían de su puerto, siempre y cuando los vientos o noticias opuestas no le hicieran cambiar de opinión[53]. Esta no fue una decisión arbitraria, Julián de Arriaga, tras convertirse en caballero de San Juan, había navegado durante seis años en los navíos de la Orden dedicados al corso contra los argelinos, por lo que conocía bien los usos y costumbres de los corsarios, las épocas en que salían, las rutas habituales, los lugares preferidos, sus escondites y el puerto de Argel.  Por lo tanto no es extraño que a la hora de tomar decisiones siempre tuviera muy en cuenta su propia experiencia. 

 

Otro elemento decisivo para cualquier operación marítima en la época de la navegación a vela era el viento, única fuerza motriz que completamente imprevisible, se convertía en el factor condicionante por excelencia de cualquier expedición.  Las derrotas, la duración de las travesías, los tipos de navegación, las estrategias, el resultado de muchos combates, la vida a bordo de las embarcaciones, en realidad cualquier actividad en la mar quedaba subordinada a sus designios,  y en el caso de esta campaña de corso de la Armada también lo fue, y mucho más que las noticias que iban llegando del paradero de los argelinos, que debido a la prudencia de  Arriaga, a su propia experiencia de corso, así como a su conocimiento de las costas,  siempre contrastaba y sopesaba antes de decidir qué grado de credibilidad había de otorgarles.

 

Así pues, Arriaga, mientras esperaba en el puerto de Cartagena vientos propicios para salir a corsear, tuvo que cambiar la derrota decidida por otra el mismo día, debido a la información que le aportó una embarcación que entró en el puerto de Cartagena, procedente de Málaga, con la noticia adquirida de un paquebot inglés que había salido de Argel el 28 de febrero. Al parecer el 22 de febrero se habían hecho a la vela 4 fragatas corsarias argelinas con dirección al océano, justamente mientras Arriaga se encontraba navegando entre cabo de Palos y Málaga. En vez de navegar con dirección a Baleares, decidió perseguir a las fragatas rumbo a poniente, y aunque era evidente que no podría darles alcance, sí confiaba encontrarlas a su retorno al Mediterráneo[54], Ensenada no pudo por menos que aprobar la decisión de Arriaga, aunque sin dejar de recordarle al mismo tiempo que se acercaba el momento del cometido principal de toda la campaña:

 

Ha parecido bien a S.M. el que v.s. haga el corso entre cabo de Gata, Málaga y la costa de Berbería, como expresa, por si pudiera encontrar las fragatas de moros que han salido de Argel a su regreso del océano, pero debiendo v.s. tener presente que en fines de junio de este año debe emprenderse la expedición de bombardear aquella plaza, como se ha dicho a v.s. reservadamente, y que nada será más conveniente que el que tantee la situación del muelle y fortaleza, y el fondo en que hayan de servir las bombardas y fondear los bajeles de su cargo[55].

 

Ensenada había proyectado un ataque en toda regla a la plaza de Argel, con la intención de destruir la flota de los corsarios, incrementada últimamente gracias a las presas, incluso se le había puesto fecha, y a esta intención responde el haber organizado la escuadra conjunta de navíos de la Armada reforzados, gracias a su mayor maniobrabilidad, por los jabeques del mayor porte que se pudo fletar. El mando de la escuadra lo había entregado a un marino de guerra experimentado, al que había convertido en uno de sus más estrechos colaboradores y en cuya lealtad, discreción y buen hacer confiaba para llevar a cabo la operación, haciendo el menor ruido posible. Estamos ante una acción bélica que contrastaba con las sinceras intenciones pacifistas del monarca y de su secretario de Estado, que ni él ni los encargados de la defensa de nuestras costas, evidentemente, compartieron. Ensenada, apenas firmada la Paz, en la que España se había comprometido a mantener una escrupulosa neutralidad, había proyectado por su cuenta y riesgo la destrucción de la fortaleza de Argel junto con su flota corsaria. Para evitar que sus intenciones finales trascendieran, el proyecto quedó camuflado bajo una operación de corso, que sólo se diferenciaba de otras anteriores en su mayor envergadura, y por supuesto sólo compartió sus planes con sus más íntimos colaboradores, entregando el mando de la expedición a Arriaga, en cuya discreción confió plenamente.

 

Pero Ensenada no obraba impetuosamente, previamente había solicitado a una Junta asesora, un informe sobre la proyectada expedición que el 4 de abril tenía sobre su mesa[56]. La Junta no sólo aprobó la expedición, sino que recomendó que se aumentara la escuadra con un navío y dos o tres jabeques más y que el bombardeo se efectuara entre junio y julio. Avalado con el informe, Ensenada el mismo día 2 ordenó al marqués de la Victoria armar el San Fernando, el tercer navío disponible en el departamento de Cartagena, para incorporarlo a la escuadra de Arriaga el próximo verano, con la clara intención de reforzarla para atacar el puerto de Argel, aunque sin desvelarle sus intenciones[57]. Igualmente había enviado a Francisco de Liaño, comandante general del departamento de Cádiz, una lista de subalternos, ordenándole destinarlos a Cartagena para embarcar en el San Fernando, y le ordenaba armar las cuatro bombardas atracadas en Cádiz. Por su parte Ordeñana recibió la orden de fletar otros dos jabeques mallorquines bajo las mismas condiciones que los anteriores y embarcar en ellos a 200 marineros[58].

 

Mientras se preparaba el gran ataque, Arriaga se había hecho nuevamente a la vela el 24 de marzo, navegando treinta y cuatro días sin tocar puerto, por lo que hasta el 26 de abril no recibió la carta de Ensenada con la orden de tantear el fondeo de la bahía argelina. Durante la navegación, capeando un temporal de poniente con la mayor, el Constante había roto su mastelero de velacho; avisado el América mediante la señal de incomodidad, éste lo siguió toda una noche corriendo a palo seco hasta que, a la mañana siguiente, pudieron acercarse a la costa y empezar a remediar el mastelero. En esas estaban, cuando las cacholas del palo mayor del América se rindieron, obligando a la escuadra a retroceder hasta Cartagena para sustituirlas por otras nuevas. Arriaga aprovechó los cuatro días que llevó la reparación para reponer víveres e informar a Ensenada de todo lo acontecido durante su última navegación[59].que le había llevado a reconocer la costa argelina.

 

Por separado envió un informe al que adjuntó un plano actualizado de la rada argelina que resultó decisivo para el futuro de la expedición[60]. Éste evidenciaba que los argelinos habían reforzado las defensas de su puerto, fortificado su muelle, aumentado las baterías y morteros de bombas, y disponían de una escuadra superior a la española, con tripulaciones mucho más numerosas que las de los navíos de la Armada. Y por si fuera poco, la orden de armar las bombardas había levantado las sospechas sobre un posible bombardeo contra Argel entre los numerosos mercantes de distintas nacionalidades atracados en ese momento en la bahía gaditana, convirtiendo el proyecto, a pesar de las precauciones tomadas, en un secreto a voces. Basándose en todo ello Arriaga recomendó a Ensenada:

 

Yo, Sr. Excsm. creería conveniente contentarse este verano con el amago y dar el golpe en el otro, pues prontas las bombardas en ese puerto y más proporcionadas en navíos y jabeques las fuerzas del corso, pudiera facilitarse la ejecución tan sin antecedentes que acaso se aprovechase la coyuntura de estar sus corsarios fuera y que casi pareciese resolución del comandante, sin merecer a la Corte poner en esto su consideración[61].

 

La reflexión de Arriaga es un fiel reflejo del que será su modus operandi a lo largo de su trayectoria, ya que actuará siempre desde la máxima prudencia y discreción. Pero además revela su sentido político al trascender las implicaciones internacionales que el proyecto implicaba y el modo de evitarlas. 

 

A punto de hacerse nuevamente a la vela con los navíos reparados (sólo esperaba que los jabeques se le incorporaran) llegaron a Cartagena noticias de jabeques argelinos desde las costas de Valencia y Barcelona, que además coincidían con que el viento había rolado hacia poniente. Arriaga no dudó en aprovechar la coyuntura favorable para salir a perseguirlos, a pesar de reconocer que sin los jabeques, que se habían retrasado para convoyar tres barcas procedentes de Nápoles con doce compañías de tropa, sólo podría ahuyentarlos, por lo que dejó ordenado que le siguieran en cuanto llegaran a Cartagena. Inmerso en esta nueva e improvisada persecución, Arriaga tenía muy presente la proximidad del momento elegido para el bombardeo del puerto de Argel y era consciente de que Ensenada necesitaba poder comunicarle sus órdenes lo más rápidamente que las circunstancias lo permitiesen. Por ello le pidió que se las enviara por duplicado a Alicante y Barcelona, donde él mandaría una embarcación a recogerlas, recordándole también  que había que prorrogar nuevamente la contrata de los jabeques, insistiendo en que no dejara de hacerlo, ya que era ahora cuando más falta hacían. Finalmente, envió un mensaje tranquilizador al ministro:

 

He completado 90 días de víveres, y así me hallo en estado de ir donde V.E. quiera…[62].

 

Los jabeques llegaron justo a tiempo de incorporarse a la escuadra. Habían entrado al puerto durante la madrugada entre el uno y el dos de mayo, dieron pendoles, hicieron aguada y se proveyeron de víveres en apenas unas horas, ya que la escuadra al completo pudo hacerse a la vela, para perseguir a los corsarios argelinos, en la tarde del día dos, tal y como había previsto Arriaga. Tenían mucha prisa, pues Barceló también trajo noticias de haberse avistado jabeques argelinos frente a las costas de Cataluña y Mallorca, recabadas de navíos franceses e ingleses con los que se había cruzado durante su derrota de Málaga a Cartagena convoyando las barcas de Nápoles[63].

 

La escuadra de Arriaga, sin embargo, no tuvo necesidad de llegar hasta Cataluña, ya que a la altura de cabo de Palos reconoció varias embarcaciones provenientes de Arenys, Salou y Mallorca y todas le confirmaron no haber rastro de argelinos, lo que le persuadió de que éstos habían puesto rumbo a Italia. Algo que le confirmaría el propio Ensenada unas semanas más tarde, al informarle de las últimas noticias desde Marsella, sobre los seis jabeques argelinos que habitualmente hallaban refugio en Tolón e islas Hyères, los cuales se habían hecho a la vela hacia Italia el 17 de abril. Portaban de 16 a 20 cañones cada uno y sus tripulaciones eran de entre 250 y 300 hombres[64].

 

Asegurado de que no había moros en la costa catalana, Arriaga decidió cambiar su derrota y enfilar hacia Málaga, enviando antes un jabeque con la noticia del cambio de rumbo al comandante del navío de Malta, para que se mantuviera patrullando esas costas, prueba de la buena predisposición de la Orden de Malta para colaborar en la persecución de berberiscos con la Armada española.  Aquél le confirmó que mantendría su corso en la zona indicada hasta finales de mayo, en que tenía órdenes de retirarse[65]. El mismo jabeque-correo, una vez hecha la gestión con el navío maltés, entraría luego en el puerto de Alicante por si hubiera llegado algún pliego de Ensenada con cartas para él. La misma operación se repetiría cuando estuvieran frente a Cartagena y otros puertos por los que fuera pasando en su derrota hacia el sur, para que, como el propio Arriaga manifestó: “…no se me atrasen las órdenes de V.E.”[66].

 

Tan consciente era Arriaga de la trascendencia de las próximas órdenes de Ensenada y de que no podía perder tiempo en su derrota hacia el sur, que no dudó en entregar al oficial que envió a tierra una carta para el comisario de Marina de Alicante, Gabriel de Peña, rogándole que, aún en el caso de estar ya cerradas las puertas de la fortaleza por haberse hecho de noche, dejara el gobernador de la plaza salir al capitán del jabeque con el correo para él[67]. Las órdenes que tanto esperaba Arriaga llegaron algunos días después, cuando la escuadra ya estaba lejos, quedando en poder de Peña hasta que se presentara otra ocasión de entregarlas, como él mismo confirmó a Ensenada[68]. En situaciones especiales, la secretaría de Marina enviaba duplicados de una orden original a todos los puertos por los que estaba previsto, pasara la persona a quien iban dirigidas, y así lo hizo Ensenada en esta ocasión[69]. Tanto en Almería como en Málaga había duplicados de las órdenes esperando a Arriaga. Finalmente el 12 de mayo Arriaga envió a Barceló con su jabeque al puerto de Málaga a recogerlas[70].

 

Ensenada, antes de enviar la orden definitiva a Arriaga sobre el bombardeo, nada más recibir su informe, lo había enviado a consulta de la Junta de expertos que coincidió plenamente con la recomendación de Arriaga de posponer la expedición, sugiriendo además aumentar el número de jabeques de la escuadra y enviar un ingeniero, camuflado de marinero, en algún navío francés para que levantara un plano exacto del puerto argelino, sus fortificaciones y baterías. Para desvanecer las sospechas levantadas recomendaban que Arriaga prosiguiera el corso con las mismas fuerzas[71]. Las órdenes que recibió Arriaga no debieron sorprenderle, Ensenada le ordenaba suspender la expedición de castigo contra Argel aunque los preparativos debían proseguir, para lo que debía dirigirse a Cádiz a recoger las bombardas que se estaban aprontando y convoyarlas hasta Cartagena[72]. En carta separada le ordenaba proseguir la campaña de corso:

 

El rey ha resuelto que v.s. continúe en hacer el corso contra los mahometanos con los navíos América y Constante y cuatro jabeques en la forma y en los parajes que tuviere por más ventajoso y conducente al resguardo de nuestras costas y hostilidad de los argelinos, y lo prevengo a v.s. de orden de S.M. para su cumplimento[73].

 

Para que el cambio de planes que se acababa de producir no afectase a la contratación de los dos nuevos jabeques, ordenada a Ordeñana en Mallorca con objeto de reforzar la escuadra de Arriaga, Ensenada ordenó ahora que éstos sustituyeran a dos de los que navegaban en conserva de los navíos de Arriaga, subrogándose a su misma contrata, y que con los 200 marineros recién enrolados se realizase un relevo de tripulaciones[74].

 

Ensenada, en las órdenes enviadas a Arriaga, mencionaba lo mucho que importaba al servicio del rey y ser voluntad expresa de Fernando VI, tanto que se pagase puntualmente a los marineros  lo que hubiere devengado su enrolamiento, como el que se cumpliesen puntualmente las reglas establecidas para los recambios de la marinería matriculada con vistas a su descanso y habilitación. Lo cierto es que los jabeques con los marineros mallorquines llevaban navegando desde los últimos días de octubre, aunque la campaña, según lo pactado en la contrata, se había iniciado oficialmente para ellos el 8 de noviembre, que fue el día que los cuatro jabeques se hicieron a la vela desde Cartagena para corsear, mientras se habilitaban los navíos de la Armada. Habían cumplido con creces seis meses de navegación. 

 

Arriaga interrumpió su corso para proceder al reemplazo de jabeques y marinería, aprovechando su estancia en Cartagena, durante los últimos días de mayo, para dar cuenta de su corso y de sus planes a Ensenada:

 

Nada ha ocurrido en mi corso desde que a V.E. escribí. Los argelinos se dejan ver en una parte y luego desaparecen, con que no es recurso buscarlos donde avisan los vieron, y consiste la dicha en adivinar donde vendrán. Han inundado la Italia en su salida de abril, y por esto creo que en la de ahora pasarán muchos el Estrecho. Pienso andarlo todo, según me dieren los vientos, con el poniente hasta Cataluña, y con los levantes hasta Gibraltar[75].

 

En su respuesta  Ensenada le ordenaba que, una vez convoyadas hasta Cartagena las bombardas, continuara su corso aproximándose a las costas norteafricanas, pasando el Estrecho para corsear sobre cabo San Vicente, llegando hasta cabo Finisterre. Es decir, se extendía su radio de acción de manera considerable, al incluir la ruta atlántica completa, desde Cádiz hasta Finisterre, la más asediada tradicionalmente por el corso, por ser la que seguían los barcos que iban y venían de Indias[76], Pero sobre todo, se le ordenaba aumentar la presión sobre los argelinos. Sin dejar de patrullar constantemente las costas españolas, las derrotas de la escuadra de Arriaga debían incluir las costas del norte de África y alrededores de Argel, como si estableciera un amplio cordón de seguridad en torno a dicho puerto, que les obligara a concentrar sus fuerzas en su defensa, disuadiéndolos de corsear. En la mar, las embarcaciones argelinas, jabeques y galeotas principalmente, eran sin duda más veleras que los navíos de la Armada, el propio Arriaga se quejaba de no poder darles alcance cuando las perseguía sin la ayuda de los jabeques mallorquinas. Sin embargo, las cosas cambiaban ante un enfrentamiento directo o el asedio a un puerto, situaciones en las que, frente a la capacidad destructiva de un navío de 60 cañones, que era una auténtica fortaleza flotante, las embarcaciones menores estaban en clara desventaja.

 

Cuando Arriaga recibió las nuevas instrucciones, ya se encontraba en  dirección hacia cabo Tres Forcas, con la intención de seguir hacia las islas Chafarinas y recorrer la costa norteafricana hasta Mostaganem, parajes todos ellos de paso obligado para los argelinos en sus idas y vueltas del Estrecho[77]. En la respuesta para Ensenada, escrita a vuelapluma, y enviada con un jabeque al puerto de Málaga, le confirmaba que proyectaba extender su corso por aguas de Argel, Ibiza y Mallorca, ruta habitual de los argelinos cuando enfilaban hacia Italia, para regresar, a mediados de julio, a Cartagena a recibir la nueva matrícula, completar víveres y reparar pequeñas averías. Como las órdenes de Ensenada coincidían, en parte, con la derrota que había emprendido, decidió culminarla y posponer para finales de julio la recogida de las bombardas y el corso en el Atlántico. Ensenada debió enviarle las últimas noticias que le habían llegado de haberse avistado corsarios en varios puertos, entre ellos algunos de la costa atlántica, a las que Arriaga tampoco en esta ocasión, otorgó mucha credibilidad, justificándose con argumentos contundentes:

 

Las noticias de corsarios que dan de muchos puertos no siempre son las más seguras, como recibidas de marineros y torreros a quienes no acompaña el mayor conocimiento. El comandante del San Juan de Malta, que estuvo sobre Mallorca y la costa de Valencia desde 1º hasta 23 de mayo, que yo le vi, no había descubierto rastro, y a mí por acá sucedía lo mismo. Ha entrado en Cartagena embarcación cuyo patrón aseguraba le habían dado caza tres jabeques moros, y combinando el paraje y fecha eran los de mi mando…[78].

A los tres días de haber emprendido su derrota, estando entre el cabo Tres Forcas y las Chafarinas, un recio temporal de Poniente alejó a la escuadra de la costa norteafricana empujándola hacia la costa almeriense y separando a los navíos de los jabeques. Mientras Arriaga los buscaba, recibió un duplicado de las órdenes de Ensenada del 3 de junio a las que Arriaga ya había respondido. No obstante, aprovechará el obligado acuse de recibo para ser algo más explícito con respecto a sus proyectos y al cumplimiento de las órdenes recibidas. Mantener su corso en el Mediterráneo no había sido una decisión arbitraria sino obligada por los más de diez y seis días de poniente, durante los que le había sido imposible  cruzar el Estrecho y pasar a Cádiz  a recoger las bombardas, llevarlas a Cartagena  y volver a cruzar al Atlántico. Además, uno de los jabeques había perdido una lancha que había que hacer nueva y otro había roto una antena mayor, amén de que sólo tenían víveres hasta principios de julio. Arriaga tuvo que tener en cuenta todos estos factores a la hora de tomar las decisiones conducentes a cumplir sucesivamente las órdenes de Ensenada, partiendo de que, con los medios que contaba, y condicionado por el viento,  no podía fácilmente, ni multiplicar la actividad, ni ampliar el radio de acción de su escuadra.

En cualquier caso, durante su navegación no había encontrado rastro de argelinos, como tampoco ninguna de las embarcaciones con las que se había cruzado, ni las que venían de levante, ni las que lo hacían de poniente. En cambio, sí tenía noticias de un mercante holandés, de que, desde el 15 de mayo, del puerto de Argel sólo faltaban cuatro jabeques del completo de la flota, que recelosa de un posible ataque estaba en alerta para defender su plaza, lo que le llevaba a pensar que por el momento no habían iniciado una nueva campaña de corso[79].

Tal y como tenía previsto, Arriaga continuó su corso “…con tan poco fruto como anteriormente…”[80], hasta el dos de julio, en que fondeó junto a su escuadra en Cartagena, disponiendo que los jabeques despalmaran, se dieran pendoles a los navíos y todos recibieran tres meses de víveres. Desde allí, según comunicó a Ensenada, tenía previsto partir rumbo al Estrecho para pasar, en primer lugar, al Atlántico con el fin de aprovechar los primeros treinta días de la carena de los jabeques para el corso, calculando que hasta mediados de agosto no podría regresar a Cádiz para completar las órdenes y recoger las bombardas. Entretanto a la Corte llegaron noticias de que los portugueses habían organizado una escuadra compuesta por dos navíos y una fragata para hacer el corso contra los argelinos, lo cual dio lugar a un nuevo cambio de órdenes. Ahora bastaba con que Arriaga reconociera los cabos de San Vicente y Santa María sin detenerse, para regresar cuanto antes a Cádiz y convoyar las bombardas, que estaban preparadas, hasta Cartagena[81].

 Una vez concluida la puesta a punto de la escuadra, el 15 de julio, sin más dilación, se hizo a la vela, llegando al Estrecho en torno al 25. Arriaga aprovechó el Levante para pasar al Atlántico esa misma madrugada, y sin detenerse en Cádiz  siguió hacia los cabos de San Vicente y Santa María para reconocerlos, dando por hecho que los argelinos, en caso de decidirse a salir de su puerto y querer aprovechar el Levante como había hecho él mismo[82], optarían también por ese  derrotero.  En efecto, desde que se habían retirado del corso, a mediados de mayo, ante el temor de un supuesto bombardeo de su puerto, no se les había visto por el Mediterráneo.

Arriaga, en su derrota hacia Cádiz, había avistado una galeota mora cerca de la costa de Berbería, entre Málaga y el Peñón, a la que inútilmente había intentado dar caza, como él mismo confirmó:

…ya que para este género de embarcaciones ni alcanzan jabeques ni navíos…[83].

Estando todavía frente a la costa gaditana, aprovechando que uno de los jabeques de su escuadra había roto su palo de trinquete y necesitaba uno nuevo, lo envió a Cádiz con una carta para Ensenada y otra para el intendente de aquel puerto, Francisco de Varas y Valdés, en la que le comunicaba sus planes de pasar primero a reconocer los cabos para recoger las bombardas a su regreso, con la finalidad de que éstas estuvieran preparadas y así no perder tiempo. Como no tenía intención de entrar en la bahía, le indicaba que en cuanto se avistara su navío, al que pondría una bandera de Malta como distintivo en el palo mayor, diera las órdenes oportunas para que se le incorporaran las bombardas junto al jabeque. Le pedía además que mediante el patrón del jabeque le enviase las cartas de la Corte que hubieran llegado para él[84].

El reconocimiento de los cabos apenas le llevó unos días, y tampoco en esta ocasión avistó corsarios argelinos, de modo que ya el 31, sin haber esperado en el punto de encuentro acordado, a que se le incorporara el jabeque que había quedado averiado en Cádiz, estaba con su escuadra frente a la bahía. A pesar de que tenía órdenes de no fondear en ella, no le quedó más remedio que hacerlo para recibir a bordo de los navíos dos mil bombas que no habían cabido en las bombardas[85].

Terminada la operación de carga de los navíos y el apresto de las bombardas, que aún se demoró cuatro días, pudo hacerse nuevamente a la vela hacía Cartagena[86], donde el marqués de la Victoria le entregaría las últimas órdenes de la Corte. Durante la derrota había reconocido muchas embarcaciones que iban o venían del Estrecho, confirmándole todas ellas lo que él mismo estaba experimentando: que en esas aguas, por el momento, no había ni rastro de los argelinos. La información de un patrón mallorquín, quien a su paso por el puerto de Mahón había oído de unos esclavos que el 23 de julio anterior aún estaba la escuadra argelina defendiendo su puerto, a la espera de ser atacados[87]. coincidía con lo que venía informando Arriaga a la Corte: los corsarios estaban concentrados en su puerto alertados por un posible ataque.

El 13 de agosto, apenas seis días después de haber salido de Cádiz, ya estaba Arriaga con su escuadra y las bombardas en el puerto de Cartagena, donde se procedió de inmediato a desembarcar las bombas de los navíos[88], con la finalidad de que  pudiera hacerse nuevamente a la vela de inmediato, cumpliendo las nuevas órdenes de Ensenada[89].  En efecto, la escuadra de Arriaga salía el 19 de agosto rumbo a Argel llevando a bordo al ingeniero Juan Bautista French, encargado de alzar un plano exacto del puerto argelino, sus defensas y baterías. Previamente se había intentado enviarlo camuflado de marinero en un mercante francés desde Marsella, pero la advertencia de Francisco Mauricio Sala, cónsul en Marsella sobre un posible conflicto diplomático con Francia, aliada de Argel en virtud de un tratado de Paz que le garantizaba un próspero comercio con la regencia, hizo desistir a Ensenada[90]. Con esta medida, sin embargo, el fantasma de la temida crisis diplomática no desapareció del todo. En enero de 1750 el embajador español en Francia, Francisco Pignatelli envió a Ensenada y a José de Carvajal una copia de la carta que el cónsul francés en Argel había dirigido al secretario de Estado Puylcieulx manifestándole sus temores ante un posible ataque de España contra la regencia[91]. A Ensenada no le quedó más remedio que desmentir categóricamente las sospechas del cónsul francés: “…el rey no tiene intención de hacer armamento contra Argel ni tampoco con qué porque carece de navíos y que para fabricar algunos se necesita tiempo por la precisión de curar las maderas…”[92]. 

Esta nueva etapa de la campaña, sin embargo, apenas duró una semana más, pues fue interrumpida de forma repentina por el propio Ensenada, quien, ante las alarmantes noticias que empezó a recibir sobre una rebelión en Venezuela contra la Compañía Guipuzcoana de Caracas, decidió enviar allí una escuadra con tropas de refuerzo. El 29 de agosto envió con un correo urgente pliegos extraordinarios con órdenes para Arriaga, el marqués de la Victoria y Barrero que llegaron a Cartagena el día 31. A éstos les ordenaba aprontar los dos jabeques correo que habitualmente hacían la ruta de Orán, para buscar a Arriaga en la mar y entregarle una carta suya. En ella le ordenaba regresar a puerto y mantenerse en él a la espera de nuevas órdenes. También le anticipaba, de forma reservada, la próxima expedición a Caracas de una escuadra formada por los navíos América y Constante y otros fletados para transportar tropa, cuyo mando ostentaría él. Como la situación requería no perder tiempo, se le ordenaba empezar a habilitar los navíos para pasar a las Indias[93]. No hubo necesidad de enviar los jabeques-correo a buscarle en la mar, pues el 30 de agosto Arriaga ya estaba de regreso en Cartagena, desde donde informó a Ensenada que el ingeniero French había ejecutado el plano sin problemas[94].

Pocos días después, el 6 de septiembre, se ordenaba a  Barrero no prorrogar las contratas a los jabeques[95], desde Palma, Ordeñana, confirmaría a Ensenada su llegada a aquel puerto el 20 de septiembre con la intención de desarmar, y haberles liquidado todos los haberes pendientes hasta esa fecha[96].

La soterrada intención inicial de Ensenada al organizar esta campaña de corso de bombardear el puerto de Argel para destruir la flota corsaria argelina, no se llevó a efecto ni ese año ni los siguientes de su mandato. Sin embargo, el mantener patrulladas constantemente, durante diez meses, las costas mediterráneas con una potente escuadra de la Armada apoyada por  los navíos de Malta, dando persecución a los jabeques cuando se tuvo noticias fidedignas de su presencia en algún paraje, así como la estrecha vigilancia a la que fueron sometidas las rutas habituales de los corsarios argelinos, y el temor de un posible bombardeo de su puerto sin duda contribuyeron, mientras duraron,  a frenar la actividad corsaria  en el Mediterráneo. Cuando, finalmente, Portugal decidió organizar una escuadra para patrullar sus costas atlánticas, también aquí disminuyó la presencia de los argelinos.

 

  Museo Naval de Madrid. Plano ideal de la Ciudad de Argel y su Costa desde la Punta de Pescada hasta mas alla del Rio Xarach que se sacó desde la Armada de S. M que estubo fondeada delante de dha. Ciudad en el mes de Julio del año de 1775 ( Biblioteca Digital Hispánica, Biblioteca Nacional De España)

Cuando Ensenada, en agosto de 1748, dio las primeras instrucciones para el armamento de una escuadra en corso contra los corsarios argelinos, cuyo mando entregó a Arriaga, y al cabo de dos meses, sobre la marcha, decidido ampliar su objetivo a bombardear el puerto argelino, es evidente que ni él ni sus colaboradores calibraron bien sus posibilidades. Al no disponer de un proyecto bien organizado tuvieron que seguir improvisando los preparativos. Sólo la prudencia de Arriaga y de los miembros de la Junta asesora paró de momento el improvisado bombardeo, que pudo haber tenido serias consecuencias políticas y diplomáticas.

Con respecto a la forma de actuar de Ensenada caben también algunas preguntas: ¿se enteraron demasiadas personas de sus intenciones, obligándole a dar marcha atrás?, ¿se arrepintió a tiempo de estar sobrepasando sus atribuciones sin haber informado al rey? Lo cierto es que en 1754, una actitud semejante, cuando intentó por su cuenta, y sin informar al monarca, desalojar de Campeche a los cortadores de palo ingleses, será el argumento que esgrimieron en su contra ante Fernando VI sus enemigos para conseguir su exoneración[97]. Tampoco se terminaron de acallar de forma inmediata los rumores del posible bombardeo a Argel que desde Cádiz habían propagado los muchos navíos mercantes que allí atracaban. Todavía en marzo de 1752 el embajador en La Haya, marqués del Puerto, transmitió a Ensenada el ofrecimiento del almirante holandés Scriver de comandar la escuadra española destinada a tal fin. Este oficial, había estado en diferentes ocasiones en Argel al mando de varias escuadras holandesas y conocía perfectamente su puerto. Naturalmente Ensenada volvió a desmentir tales intenciones, añadiendo que para el caso, el monarca español disponía de suficientes oficiales[98].

No tenemos constancia de que la escuadra de Arriaga realizara alguna presa, lo que sin duda se debió, en primer lugar, a la falta de ocasiones de dar alcance a los argelinos, pues como hemos visto, en la mayoría de las veces, se trató de falsos avisos o los argelinos consiguieron huir. No debemos olvidar, que con mucha frecuencia los argelinos utilizaban pequeñas embarcaciones (galeotas, saetías o jabeques de pequeño porte), que eran más rápidas y permitían mayor capacidad para maniobrar y esconderse en cuanto divisaban los impresionantes navíos de la escuadra de la Armada.

La experiencia del efecto disuasorio del Constante patrullar las costas con una escuadra no era nueva. En el Caribe, donde la actividad corsaria era mucho mayor y más agresiva y donde constituía el cometido primordial de la escuadra guardacostas de Barlovento, se venía practicando asiduamente. En esta ocasión, aplicada  en el Mediterráneo la misma estrategia, se había conseguido frenar el corso de los argelinos,  que había ido en aumento precisamente por haberse descuidado la vigilancia de dichas costas durante todo el año anterior. Sí fue novedoso y decisivo para el resultado el iniciar la campaña en otoño, cuando habitualmente los navíos de la Armada se retiraban a invernar, evitando los riesgos de la climatología invernal,  dejando  la mar libre a los corsarios, y sobre todo la enorme y continuada presión de vigilancia a que éstos fueron sometidos.

La satisfacción por el éxito de la campaña y el reconocimiento al mérito y al esfuerzo del comandante de la escuadra y de los patrones de los jabeques, quedaron manifiestos en los honores que se les concedieron, así como en la generosa gratificación que se entregó a Arriaga[99].

Durante el mes de agosto, coincidiendo con la llegada de Arriaga a Cartagena convoyando las bombardas, habían empezado a llegar a la Corte noticias de una rebelión contra la Compañía Guipuzcoana en Caracas. El embajador ante el rey de Francia, Francisco Pignatelli, informaba al secretario de Estado, José de Carvajal, de que, por vía de un navío mercante holandés llegado de Curaçao y de otro mercante francés llegado de Martinica, se tenían noticias de haberse producido una revuelta de los criollos contra la Compañía Guipuzcoana, que ostentaba el monopolio del comercio caraqueño[100]. También el cabildo de la provincia de Venezuela y los directivos de la Compañía habían despachado oficios al rey explicando sus razones. Todas estas noticias alarmaron seriamente a Ensenada, quien, como ministro de Hacienda, no estaba dispuesto a prescindir de los jugosos beneficios del comercio del cacao[101].  Para acallar y someter la revuelta se decidió enviar una escuadra con un importante refuerzo de tropas, y Ensenada no dudó en entregar el mando de dicha escuadra a Arriaga, quien le había dado pruebas suficientes de lealtad, prudencia y solvencia durante la campaña de corso.

 

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NOTAS 


[1] Véase D. OZANAM, (ed.), Un español en la corte de Luis XV. Cartas confidenciales del embajador Jaime Masones de Lima, 1753-1754. Alicante, 2002

[2] Sobre Carvajal y su ideología política véase D. GÓMEZ MOLLEDA, “El pensamiento de Carvajal y la política internacional española del s. XVIII” en Hispania, t. 15, (1955), pp. 117-137. D. OZANAM, La diplomacia de Fernando VI. Correspondencia reservada entre D. José de Carvajal y el duque de Huéscar, 1746-1749, Madrid, 1975. Mª V. LÓPEZ CORDÓN, “Carvajal y la política exterior de la Monarquía española”, en J. Mª. DELGADO BARRADO Y J. L. GÓMEZ URDÁÑEZ (coords.) Ministros de Fernando VI, Córdoba 2002, pp. 23-44. J. DE CARVAJAL Y LANCÁSTER, “Testamento político” en Almacén de frutos literarios, t, 1, Madrid 1818, pp.1-160. Hay una moderna reedición realizada por J. M. DELGADO BARRADO, José de Carvajal y Lancáster. Testamento político o idea de un gobierno católico. Córdoba, 1999. R. MOLINA CORTÓN, José de Carvajal. Un ministro para el reformismo borbónico, Cáceres, 1999, y del mismo autor Reformismo y neutralidad. José de Carvajal y la diplomacia de la España preilustrada, Badajoz, 2003

[3] Sobre el sistema de neutralidad durante el reinado de Fernando VI véase, D. OZANAM, “La política exterior de España en tiempo de Felipe V y de Fernando VI”, Historia de España de R. MENÉNDEZ PIDAL, t. XXIX, vol. 1, pp. 641-699. Sobre la firme actitud de Fernando VI para mantener la neutralidad véase, J. L. GÓMEZ URDÁÑEZ, Fernando VI, Madrid, 2001, pp. 95-124

[4] Véase J. L. GÓMEZ URDÁÑEZ, El proyecto reformista de Ensenada, Lérida 2004.

[5] Sobre ambos proyectos políticos así como sobre las relaciones entre ambos ministros véase J. L. GÓMEZ URDÁÑEZ, “Carvajal-Ensenada: un binomio político” en J. Mª. DELGADO BARRADO Y J. L. GÓMEZ URDÁÑEZ (coords.) Ministros de Fernando VI, Córdoba, 2002, pp. 65-92.

[6] C. FERNÁNDEZ DURO, Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, Madrid, 1973, t. VI, p. 382.

[7] MARQUÉS DE LA ENSENADA, Exposición del marqués de la Ensenada a D. Fernando VI, al empezar su reinado, año 1746, transcrita en C. FERNÁNDEZ DURO, Armada española…pp. 370-374.

[8] Ibídem

[9] Véase W. SPENCER, Algiers in the age of the corsairs, Oklahoma, 1976. J. MATHIEX, Sur la marine marchande barbaresque au XVIIIe siècle, Annales XIII, 1958. M. FONTENAY y A. TENENTI, “Course et piraterie méditerranéennes de la fin du moyen-âge au debut du XIXème siècle”, en M. MOLLAT (ed.) Course et piraterie, 2 vols. Paris, 1975, vol. I, pp. 78-136.

[10] P. EARLE, Piratas en guerra, Barcelona, 2004, pp. 97-114

[11] Entre 1739 y 1748 se habían perdido 50 barcos. D. OZANAM, “La política exterior…” p. 464.

[12] MARQUÉS DE LA ENSENADA, Exposición del marqués de la Ensenada al rey sobre fomento de la Marina, Aranjuez, 28 de mayo de 1748, Biblioteca Palacio Real (B.P.R.), ms., II/2890, f, 147r-155r. Transcrito en C. FERNÁNDEZ DURO, Armada española…, t, VI, pp. 376-377.

[13] MARQUÉS DE LA ENSENADA, Exposición dirigida al rey por el marqués de la Ensenada, Aranjuéz a 18 de junio de 1747, relativamente a Hacienda, Indias, Guerra y Marina, transcrita en C. FERNÁNDEZ DURO Armada española…, t, VI, pp. 374-376.

[14] Archivo General de Simancas, (A.G.S.), Secretaría de Marina, (S.M.), Leg. 438, Ensenada a Arriaga, 1.4.1749. “…pero debiendo v.s. tener presente que en fines de junio de este año debe emprenderse la expedición de bombardear aquella plaza como se ha dicho a v.s. reservadamente, y que nada será más conveniente que el que tantee la situación del muelle y fortaleza, y el fondo en que hayan de servir las bombardas y fondear los bajeles a su cargo”.

[15] A.G.S., S.M., Leg. 437, carta de Ensenada a Orcasitas, Buen Retiro, 31.8.1748.

[16] A.G.S., S.M., Leg. 437, cartas de Ensenada a Juan de Castro y Pedro Antonio de Ordeñana, 3.9.1748.

[17] A.G.S., S.M., Leg. 437, Ordeñana a Ensenada, 12.9.48, adjuntando la memoria de los patrones solicitando patentes de corso para 12 jabeques que argumentaban así: “Hallándose estos mares como también las costas españolas infestadas de corsarios argelinos que impiden del todo el comercio a los vasallos de S.M., experimentándose que todos los días van apresando así jabeques mallorquines como también otras embarcaciones españolas […] convendría hacer un armamento de 12 jabeques contra infieles por ver si por este medio limpiarían estos mares”.

[18] A.G.S., S.M., Leg. 437, Juan de Castro a Ensenada, 5.10.1748.

[19] A.G.S., S.M., Leg. 437, Ordeñana a Ensenada, 28.9.1748. En una cuestión tan relevante para la operación de corso, como a quién debía entregarse el mando de la misma, Ordeñana y Castro discrepaban.

[20] A.G.S., S.M., Leg. 437, Ensenada-Juan de Castro, 3.9.1748: “Si no hubiere jabeques de la fuerza que es menester  para el destino explicado, manda S.M. que v.e. y Ordeñana traten y avisen a qué costo llegará la fábrica de 4 jabeques y su armamento de cuenta de la real Hacienda, pero que si hubiere patrones que se esfuercen a construirlos de la suya, se les facilite todo el auxilio que hubieren menester para que lo ejecuten lo más brevemente posible y salgan a la mar” Ibídem, Juan de Castro-Ensenada, Palma de Mallorca, 5.10.1748: “en cuanto a construir aquí jabeques para este intento, gradúo que sería atrasarle mucho, pues habría de menester cada uno o por lo menos cada dos, con la preparación de maderas, seis meses y más”

[21] A.G.S., S.M., Leg. 437, Ensenada-Ordeñana, 22.10.1748. El resto de las condiciones solicitadas por los patrones eran: libertad de derechos de aduana y almirantazgo para los víveres de la tropa y tripulaciones que corrían a cargo suyo y armas, municiones y pertrechos de guerra de cuenta de la real Hacienda.

[22] A.G.S., S.M., Leg. 437, Juan de Castro-Ensenada, Palma 5.10.48: “… yo quisiera haberlos podido aviar para que pudieran hacer algo antes que saliese a la mar el gran armamento que se ejecuta en Argel, lo que se podría fácilmente contrarrestar si nuestros navíos pudieran navegar acalorando uno o dos, como conviniese, a los jabeques...”

[23] A.G.S., S.M., Leg. 437, Madrid, 25.10.1748, Ensenada al marqués de la Victoria, comandante general del departamento de Cartagena; y de la misma fecha, Ensenada a Francisco Barrero, intendente del mismo departamento.

[24] A.G.S., S.M., Leg. 437, San Lorenzo, 29.10.1748 Ensenada al Gran Maestre de la Religión de San Juan; y Ensenada al embajador de España en Portugal, duque de Sotomayor. Como argumento de peso ante el monarca portugués, informaba del apresamiento por parte de los argelinos, frente a Finisterre, de dos carabelas portuguesas cargadas de sal. 

[25] A.G.S., S.M., Leg. 437, Ordeñana a Ensenada, Palma, 12.11.1748.

[26] En cada jabeque se embarcaron: su comandante, 1 teniente, 1 escribano, 1 capellán (en la Capitana), 1 cirujano, 1 contramaestre, 1 guardián, 1 piloto, 1 patrón de lancha, 1 carpintero, 1 calafate, 1 cocinero, 1 condestable, 1 armero, 50 artilleros, 50 marineros, 30 grumetes y 9 pajes, además de 25 hombres de tropa, para cuya manutención la Real Hacienda pagó 55 maravedís diarios. A.G.S., S.M., Leg. 437, copia de la contrata firmada ante el escribano Ramón Pascual por Antonio Barceló y Pedro Antonio de Ordeñana en nombre de la Real Armada.              

[27] A.G.S., S.M., Leg. 437, Ordeñana a Ensenada, Palma, 30.10.48.

[28] A.G.S., S.M., Leg. 437, Ensenada a Ordeñana, San Lorenzo el Real, 12.11.1748.

[29] A.G.S., S.M., Leg. 437, Barceló, en reconocimiento a sus méritos al mando del jabeque-correo de la Armada, ostentaba la graduación honorífica de teniente de fragata, lo que junto a su capacidad de mando fue decisivo para que Juan de Castro lograra imponer que se le entregara el mando de los jabeques: “ Estamos conformes Ordeñana y yo en la elección para comandante en D. Antonio Barceló, capitán del jabeque-correo, que es espiritoso y buen marinero, con deseo de aumentar su mérito y contribuir para el caso su graduación de teniente de fragata.” A.G.S., S.M., Leg. 437.

[30] A.G.S., S.M., Leg. Ensenada a Barrero, San Lorenzo el Real, 8.11.1748.

[31] A.G.S., S.M., Leg. Barrero a Ensenada, Cartagena, 6.11.1748.

[32] Marqués de la Victoria a Ensenada, Cartagena, 6.11.48: “…lo que les falta al presente es gente para con brevedad ponerles los baupreses, la artillería y aparejarlos...”

[33] A.G.S., S.M., Leg. 437, Ensenada a Barrero, San Lorenzo, 13.11.1748.

[34] Ibídem, Barrero a Ensenada, Cartagena, 13.11.1748.

[35] A.G.S., S.M., Leg. 13-2, exp. 150. Además de entregar a Arriaga el mando de los navíos de la Armada América y Constante, se le concedió un socorro de 96 reales a cuenta de su gratificación de mesa. A.G.S., S.M., Leg. 437, San Lorenzo el Real, 13.11.1748, Ensenada a Arriaga.

[36] Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán”, (A.G.M.A.B.), Oficiales de Guerra, (OO. Guerra), Leg. 2.886, orden del 15.8.1747 comunicada al intendente de Marina del departamento del Ferrol, Bernardino Freyre. A.G.S., S.M., Leg. 13-1, exp. 6.

[37] A.G.S., S.M., Leg. 437, 13.11.1748 Ensenada al marqués de la Victoria: “…los segundos capitanes y los oficiales subalternos que deben destinarse a los dos navíos los nombrará V.E. de acuerdo con D. Julián de Arriaga.”

[38] A.G.S., S.M., Leg. 437 Marqués de la Victoria-Ensenada, Cartagena, 4.12.1748.

[39] Ibídem, Ensenada-Barrero, San Lorenzo, 13.11.1748.

[40] A.G.S., S.M., Leg. 437, instrucciones para el corso enviadas por Ensenada a Arriaga el 13.11.1748.

[41] Ibídem, Arriaga a Ensenada, Cartagena, 28.11.1748.

[42] Ibídem, Ensenada a Arriaga y Ensenada a Barrero, 8.12.1748.

[43] Ibídem, Diario de navegación de los jabeques a Orán, firmado por Antonio Barceló y Domingo de Avesada, contador de los jabeques.

[44] A.G.S., S.M., Leg. 437, Arriaga-Ensenada, a bordo del América, 8.12.1748.

[45] A.G.S., S.M., Leg. 437, Madrid, 14.12.1748, carta de Ensenada a Arriaga con la orden de prorrogar las contratas por dos meses.

[46] A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga a Ensenada a bordo del América en la rada de Alicante, 31.12.1748.

[47] Ibídem, Arriaga a Ensenada, a bordo del América, Alicante, 21.2.49.

[48] A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga-Ensenada, a la vela sobre cabo de Palos, 24.2.1749.

[49] Ibídem, Ensenada-Arriaga, minuta sin fecha.

[50] Ibídem, Barrero-Ensenada, Cartagena, 26.2.1749.

[51] Ibídem, Arriaga a Ensenada, Cartagena, 12 de marzo 1749.

[52] A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga a Ensenada, Cartagena, 19 de marzo 1749.

[53] Ibídem, Arriaga-Ensenada, a bordo del América, en Cartagena, 23.3.1749. En toda la correspondencia hemos observado que las noticias sobre corsarios argelinos provenían o de navíos con los que se cruzaban en su navegación y que decían haberlos visto u oído de otros con los que ellos a su vez se habían cruzado y que los habían visto; o de puestos vigías costeros que atemorizados, tomaban casi siempre por corsarios los navíos que avistaban, (hay que tener en cuenta que éstos intentaban algún tipo de camuflaje para pasar inadvertidos); o de cautivos liberados. En cualquier caso, cuando las noticias llegaban a los buques guardacostas de la Armada, éstas suelen ser muy imprecisas y atrasadas.

[54] A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga-Ensenada, 23.3.1749.

[55] A.G.S., S.M., Leg. 438, Ensenada-Arriaga, 1.4.1749.

[56] A.G.S., S.M., Leg. 482, “Informe de la Junta”, Madrid, 2.4.1749:”La ideada expedición de bombardear a Argel en el verano próximo se considera plausible y aún conveniente al decoro de la monarquía, […] pero siendo preciso asegurar la acción y que las armas del rey no sufran sonrojo se propone que a los navíos y jabeques que manda Arriaga se agregue otro navío y 2-3 jabeques.”

[57] A.G.S., S.M., Leg. 14-1, exp. 69, Marqués de la Victoria a Ensenada, Cartagena 9.4.1749, confirmándole haber ordenado a Barrero preparar los pertrechos y víveres para tres meses destinados al San Fernando, navío que estaba previsto incorporar a la flota de Arriaga según las órdenes recibidas el 2 de abril anterior.

[58] A.G.S., S.M., Leg. 482, cartas de Ensenada al marqués de la Victoria, Francisco Barrero, Francisco Liaño y Antonio de    Ordeñana, todas del 2.4.1749 con las órdenes correspondientes.

[59] A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga-Ensenada, a bordo del América en Cartagena, 30.4.1749.

[60] La Secretaría de Marina no disponía de un plano exacto y actualizado de la costa argelina desde la expedición a Orán efectuada en 1732.

[61] A.G.S., S.M., Leg. 482, informe de Arriaga a Ensenada, s.f.

[62] Ibídem.

[63] A.G.S., S.M., Leg. 438, Barrero a Ensenada, Cartagena, 7.5.1749.

[64] A.G.S., S.M., Leg. 438, Ensenada-Arriaga, Aranjuez, 10 de mayo de 1749. Los corsarios argelinos venían recibiendo cobijo y apoyo para sus jabeques en este puerto francés.

[65] A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga-Ensenada, 14.5.1749.

[66] Ibídem, Arriaga a Ensenada a bordo del América sobre cabo de Palos, 5 de mayo de 1749.

[67] Ibídem, Arriaga a Gabriel Peña, a bordo del América sobre cabo de Palos, 5.5.1749.

[68] Ibídem, Gabriel López-Ensenada, Alicante, 14.5.1749.

[69] Ibídem, Ensenada-Arriaga, Aranjuez, 12.5.1749.

[70] Ibídem, Thomas Oherman y Medina, ministro de Marina de Málaga, confirmó a Ensenada haber entregado los duplicados a Barceló, incluyendo un recibo firmado por éste. Málaga 12 y 20.5.1749.

[71] A.G.S., S.M., Leg. 482, José Pizarro y Pedro de la Cerda-Ensenada, Aranjuez, 5.5.1749.

[72] Ibídem, Ensenada-Arriaga, Aranjuez, 9.5.1749: “… que habiendo determinado el rey suspender ese verano la ideada expedición de bombardear Argel y que se vaya preparando todo lo necesario para afianzar el acierto de esta operación en el año próximo, se le previene de orden de S.M. para su inteligencia y gobierno y siendo una de las cosas que deben proceder la de que se transfieran a Cartagena las 4 bombardas que se están preparando en Cádiz convoyadas de los navíos y jabeques de su mando en julio, quiere S.M. que a este fin pase a Cádiz oportunamente y que sin detenerse en esa bahía más que el tiempo preciso de incorporar las bombardas, las escolte a Cartagena…”.

[73] A.G.S., S.M., Leg. 438, Ensenada-Arriaga, Aranjuez, 9.5.1749. A.G.S., S.M., Leg. 482, Ensenada-Arriaga, 9.5.1749.

[74] 74 Ibídem, Ensenada-Ordeñana, 9.5.1749. Ibídem, Ensenada-Arriaga, 9.5.1749: “…debiendo ser despedidos inmediatamente dos de los jabeques que ahora sirven a las órdenes de v.s. y subrogar otros dos que se previno hace días a Ordeñana fletase en Mallorca e hiciese pasar a Cartagena, reglará Ud. su corso de modo que puedan incorporársele y recibir también a bordo de los navíos 200 marineros…”

[75]  A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga-Ensenada, 27.5.1749.

[76] A.G.S., S.M., Leg. 482, Ensenada-Arriaga, 2.6.1749.

[77] Ibídem, Arriaga-Ensenada, a bordo del América, cerca del cabo de Gata, 12 de junio de 1749: “ Y llega en tiempo que, incorporándoseme el Constante que ayer no pudo hacerse a la vela de Almería cuando yo, por un inopinado viento que sobrevino, hacía ya derrota para cabo Tres Forcas e islas Chafarinas, en ánimo de seguir la costa hasta Mostaganem, como paraje que a ida y vuelta del estrecho no desamparan los argelinos. Y como los vientos me ayudaren, discurría continuar al leste cogiendo también la canal entre Ibiza y Argel, como travesía regular para los que pasan a hacer su corso en Italia. Y no oponiéndose este mi proyecto a lo que v.e. me previene lo continuaré...”.

[78] A.G.S., S.M., Leg. 438. Arriaga-Ensenada, del América  cerca del cabo de Gata, 12.6.1749

[79] Ibídem, Arriaga-Ensenada, del América, sobre Cope, 15.6.1749.

[80] Ibídem, Arriaga-Ensenada, del América en Cartagena, a 2 de julio de 1749.

[81] A.G.S., S.M., Leg. 438, Ensenada-Arriaga, 5.7.1749.

[82] A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga-Ensenada, del América en el Estrecho, 25.7.1749.

[83] Ibídem.

[84]Ibídem, Arriaga-Varas, 25.7.1749.

[85] Ibídem, Francisco de Liaño, comandante del departamento de Cádiz, a Ensenada, Cádiz, 5.8.1749.

[86] Ibídem, Varas-Ensenada, Cádiz, 5.8.1749.

[87] A.G.S., S.M., Leg. 438, Arriaga a Ensenada, del América en Cartagena, 13.8.1749.

[88] Ibídem, Barrero-Ensenada, 13.8.1749.

[89] A.G.S., S.M., Leg. 482, Ensenada-Arriaga y Ensenada-marqués de la Victoria, 26.7.1759

[90] A.G.S.; S.M., Leg. 482, Informe de José Pizarro y Pedro de la Cerda-Ensenada, Aranjuez, 5.5.1749. Enviar un ingeniero camuflado para alzar un mapa exacto de la bahía argelina había sido una de las recomendaciones de la Junta de expertos consultada por Ensenada antes de decidir posponer el bombardeo. Ibídem. Francisco Mauricio Sala-Ensenada, Marsella, 14.7.1749: “…y en fuerza del tratado de paz que subsiste, afectarían estas gentes escrúpulos que denotasen sería faltar a la fe de los tratados, si, directa o indirectamente, contribuyesen a la ruina o perjuicio de una nación que deben tratar como amiga, bajo cuyos pretextos y celosos a evitar el perjuicio que suponen padecería a lo menos por algún tiempo su comercio, si el rey tomase o destruyese Argel, bien lejos de facilitar, impedirían todos los medios que pudieran conducir a ese fin.”

[91] Ibídem, Pignatelli-Ensenada, París, 21.1.1750.

[92] Ibídem, Ensenada-Pignatelli, Madrid, 9.3.1750.

[93] A.G.S., S.M., Leg. 401-1, exp. 276 y 278. Así como A.G.S., S.M., Leg. 438, carta de Barrero a Ensenada, Cartagena 3.9.1749, en la que le confirma el recibo de los pliegos extraordinarios para Arriaga y de las órdenes de fletar los jabeques correos de Orán para salir en su búsqueda.

[94] A.G.S., S.M., Leg. 482, Arriaga-Ensenada, Cartagena 3.9.1749

[95] A.G.S., S.M., Leg. 438, Ensenada-Barrero, 6.9.1749: “… que despida a los jabeques, pues ya estando tan próximo el invierno y no sabiéndose que haya corsarios no son menester.” y Barrero-Ensenada, Cartagena, 17.9.1749.

[96] Ibídem, Ordeñana a Ensenada, Palma, 24.10.1749.

[97] J. L. GÓMEZ URDÁÑEZ, El proyecto… pp. 126-155. C. GONZÁLEZ CAIZÁN, La red política del marqués de la Ensenada, tesis doctoral inédita, pp. 128-146.

[98] , S.M., Leg. 482, marqués del Puerto-Ensenada, La Haya, 15.3.1752.

[99] A.G.S., S.M., Leg. 15-1, exp. 120.  14.6.1751: “S.M. concede al capitán de navío D. Julián de Arriaga la ayuda de costa o gratificación de 120.000 reales de vellón por una vez en atención a los gastos extraordinarios que ha tenido en la campaña que acaba de hacer en el Mediterráneo.” A.G.S., S.M., Leg. 14-1, exp. 111. A los patrones Jaime Rivera y Salvador Sora que hicieron el corso durante el 1749 en conserva de los navíos Constante y América a cargo de D. Julián de Arriaga, se concede el distintivo de ceñir espada en atención al mérito de haber mandado sus jabeques armados de cuenta de la real Hacienda…” A.G.S., S.M., Leg. 15-1, exp. 118.  30.4.1751: “a los patrones de los 4 jabeques mallorquines que en el 1748 hicieron el corso con los bajeles a cargo de D. Julián de Arriaga, de cuenta de la Real Hacienda, se conceden las siguientes distinciones en atención al mérito que contrajeron en el mando de estos jabeques: a Antonio Barceló, comandante de todos, sueldo correspondiente a su graduación de teniente de fragata por los diez meses y medio que estuvo empleado. A Juan Amena, Juan Coll y Juan Ramón el distintivo de poder ceñir la espada”

[100] A.G.S., Estado, Leg. 4.505, Pignatelli a Carvajal, París, 18.8.1749.

[101] M. GÁRATE OJANGUREN: La real compañía guipuzcoana de Caracas, San Sebastián, 1990, pp.300-307.

 

 

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ARTÍCULO

 

"La campaña de corso de 1748-49 en el Mediterráneo. El intento del marqués de la Ensenada y de Julián de Arriaga de destruir la flota argelina". Actas del III Congreso de Historia marítima de Cataluña, Barcelona noviembre 2006 [en prensa].

 

IMAGEN de portada

Antonio Barceló, con su jabeque correo, rechaza a dos galeotas argelinas (1738)

Óleo sobre lienzo (160 x 311 cm) pintado en 1902 por Ángel Cortellini Sánchez (1858-1912). Museo Naval de Madrid. Web, Centro Virtual Cervantes.

 

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LA AUTORA

 

Es licenciada en traducción alemán-español por la Universidad de Viena y licenciada en Historia por la UNED. Posee el Diploma de Estudios Avanzados (D.E.A.) y es Especialista Universitaria en la América virreinal por la UNED. Actualmente, ultima su tesis doctoral sobre Julián de Arriaga, bajo la dirección de Carlos Martínez Shaw en la UNED.

 

Publicaciones:

 

--"Orígenes familiares y carrera profesional de Julián de Arriaga, Secretario de Estado de Marina e Indias (1700-1776)",Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, 2004, t. 17, pp. 163-185 [en línea] < e-Spacio, Colección de revistas digitales de la UNED >  pdf

 

--"La imagen de Julián de Arriaga como Secretario de Marina. Algunos testimonios." Actas del congreso de AHILA (Asociación de historiadores latinoamericanistas), Castellón, septiembre 2005 [en prensa].

 

"La campaña de corso de 1748-49 en el Mediterráneo. El intento del marqués de la Ensenada y de Julián de Arriaga de destruir la flota argelina". Actas del III Congreso de Historia marítima de Cataluña, Barcelona noviembre 2006 [en prensa].

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Este artículo ha sido republicado por Juan García en su web de historia naval Todo a Babor


 

 

 

 

 
 

 

 
 
 
 



FIESTAS DE TOROS EN EL VALLADOLID DEL XVII. Un teatro del honor para las elites de poder urbanas (España)

FIESTAS DE TOROS EN EL VALLADOLID DEL XVII. Un teatro del honor para las elites de poder urbanas (España)

Lourdes Amigo Vázquez

Universidad de Valladolid

 

 

 

 

 

 

 

 

Aquella mañana de verano del 27 de agosto de 1692, la Plaza Mayor de Valladolid era un hervidero de gente y de pasiones[1]. Sólo dos acontecimientos congregaban tanto público en su contorno, ambos tenían olor a sangre y el dolor como sonido, pero de muy distinto signo: los autos de fe y las fiestas de toros. En esta ocasión, era una corrida la que “servía de descarga a la vez que satisfacía simbólicamente la necesidad de sacrificio”[2] de la sociedad violenta pero también festiva de la Época Moderna.

A las diez había comenzado la primera parte del festejo, la menos estructurada y oficial ya que la fiesta por antonomasia se celebraba por la tarde, cuando las distintas instituciones urbanas, con todo su lustre y dignidad, ocupaban los lugares privilegiados del coso para ver y ser vistos. En estos momentos, excepto el Regimiento, su organizador, los miembros del resto de las corporaciones sólo se hallaban como particulares. Los alcaldes del crimen y algunos oidores se encontraban, así, en los balcones del consistorio.

Pero la diversión iba a ser abruptamente interrumpida. Antes de comenzar la función, debido a los problemas originados el año anterior por los perros, por acuerdo de la Ciudad se había pregonado un auto del corregidor para que “ninguna persona fuese osada echar más que dos perros a cada toro después de aber tocado a desjarrete”, bajo pena de treinta días de cárcel. En el segundo toro de los cuatro que se iban a correr ya no se observó el pregón y en el tercero, antes de la señal, le echaron diez o doce canes que lo mataron.

 

Con cuyo exceso y las demostraziones de sentimiento que abía echo el pueblo, abía dado el nuestro corregidor horden a sus alguaciles y ministros para que matasen los perros y prendiesen a los dueños que los abían echado; en cuya ejecución, Manuel Rodríguez, alguacil de bagamundos, abía dado una cuchillada a uno de los perros y abía preso a Manuel Calleja; y llebándole preso por medio de la plaça, se le abía atrabesado Manuel Martínez Ysidro, tirando del preso para que no le llebase; y aunque le abía amonestado diferentes bezes el dicho alguazil le dejase ejecutar la horden que tenía, continuando el dicho Manuel Ysidro, se abía allado precisado el dicho alguacil a darle de zintalaços con la espada que tenía en la mano, con que abía dado al perro, de que le abía echo una herida muy lebe con cuya ocasión se abía ausentado el preso.

 

 El desagradable incidente no pasó desapercibido a los alcaldes del crimen de la Chancillería. Ya desde el consistorio uno de ellos había ordenado que no se llevase preso a Manuel Calleja. Bajando a la plaza, don Francisco de Toro mandó que sus ministros detuviesen al alguacil de vagabundos. Los otros alcaldes bajaron al ruedo y don Francisco de Quiroga mandó soltar al alguacil ya que su compañero se había adelantado en su proceder. En aquellos momentos, el corregidor, que había llegado a la arena más tarde, logró que todos volvieran a sus asientos, indicando que terminada la fiesta él mismo averiguaría quién había herido a Manuel Martínez Isidro y le castigaría, como de hecho lo hizo encarcelando a su oficial. Pero concluido el espectáculo, la Ciudad pudo comprobar que el problema no se había terminado. Cuando el escribano del número estaba tomando declaración al herido, los alguaciles de corte se lo llevaron preso a la cárcel de Chancillería, pues la sala del crimen había decidido hacerse cargo de la causa contra el alguacil iniciada por don Francisco de Toro.

 Comienza un escandaloso enfrentamiento entre la Ciudad y los alcaldes que va a trascender hasta el Consejo Real. No se tratará solo de un conflicto de competencias entre las dos justicias. Al corregidor y regidores correspondía el gobierno de la ciudad y de la plaza en las fiestas de toros. Por tanto, considerarán que el proceder de la sala mermaba sus atribuciones, pues todo lo acaecido aquella mañana estaba bajo su jurisdicción al derivarse de la aplicación de un auto de gobierno.  

El suceso de 1692, que retomaré posteriormente, era otra intromisión más de la Chancillería en los asuntos de la Ciudad, avalada por una autoridad que excedía lo judicial y que buscaba manifestar y fortalecer. La fiesta, dada sus virtudes emocionales y su frecuencia en la Época Moderna, va a ser un marco privilegiado para la representación del poder y, por tanto, escenario frecuente de conflictos entre estas dos instituciones políticas presentes en Valladolid[3]. Muy especialmente las funciones de toros, la diversión por excelencia de la España barroca junto con el teatro, como pone de manifiesto el Padre Mariana[4].

La “dramaturgia del poder”[5], la imagen construida de sí mismo y de toda la sociedad, alcanzaba una de sus cumbres más soberbias en los regocijos taurinos del Valladolid barroco. Mas allá de los poderes por antonomasia, la monarquía y la iglesia, cuyos felices hechos proporcionaban frecuentes motivos para las fiestas, las corridas públicas en la Plaza Mayor mostraban a las instancias de poder urbanas. Sus protagonistas eran numerosos así como diversos los papeles que representaban, tanto en el escenario –la celebración de la fiesta– como entre bastidores –en su organización–. En las páginas siguientes voy a tratar de desentrañar esta compleja telaraña de poder que se tejía en torno a las funciones de toros en una ciudad como Valladolid con demasiadas instituciones ilustres. Por mi relato desfilarán el Regimiento y la Chancillería, pero también otros personajes colectivos como la nobleza, el Cabildo de la catedral, el Tribunal del Santo Oficio, el Claustro universitario y el Colegio de Santa Cruz, incluso pequeñas corporaciones como los gremios y las cofradías. Precisamente estas cofradías eran las protagonistas indiscutibles de los juegos con el toro que se desarrollaban en cualquier plaza con la “excusa” de celebraciones religiosas y en las que también voy a detenerme.

Comenzaré este estudio trazando un breve cuadro sobre las fiestas de toros del Valladolid del XVII para, a continuación, centrarme en sus más directos beneficiarios: los poderes urbanos.

 

 1.- LA PASIÓN DEL ESPECTÁCULO TAURINO EN EL VALLADOLID BARROCO[6]

 La atmósfera eminentemente lúdica que envolvía los festejos taurinos queda reflejada en el hecho de que para su celebración no se necesitasen grandes pretextos religiosos o políticos. Estos regocijos fueron la parte esencial del programa festivo de la canonización de Santa Teresa (1622), de la inauguración de la nueva catedral (1668) o de la beatificación del hijo de la ciudad, fray Pedro Regalado (1683), así como del nacimiento del príncipe Felipe (1605), de su entrada en la ciudad siendo Felipe IV (1660) o de los casamientos de Carlos II (1679 y 1690)[7]. También deleitaban fiestas “menores”, como las celebraciones anuales de las cofradías. Más aún, a menudo se presentaban de forma autónoma. Sólo era necesario ser consciente de la necesidad de “regocijar el lugar”, de “festejar y regocijar al pueblo”[8], para que el Regimiento, de quien dependía el gobierno político de la ciudad, decidiera organizar una función taurina. También la nobleza o la Chancillería entendían que una de las obligaciones de los poderosos era divertir al pueblo[9]. La existencia del cargo de “comisario de toros”, elegido anualmente por el Ayuntamiento entre sus capitulares, y de fuentes de ingresos fijas para costear estos espectáculos ordinarios constituyen muestras más que evidentes del deber con que se hallaba la Ciudad de celebrarlos. Todos los años, los obligados de los abastos tenían que contribuir con cierto número de toros convertidos en dinero: las carnicerías con nueve, la pescadería con cinco y la velería con cuatro, ajustado cada animal a 15.000 mrs.[10]

 Sin adentrarnos en sus significaciones profundas, mágicas o religiosas[11], hay que remarcar que en la Época Moderna, en palabras de Bartolomé Bennassar, “la corrida caballeresca y la tauromaquia popular se conciben siempre como espectáculos, en un marco festivo”[12]. La utilización que el poder hiciera de éstos, como de la fiesta en general, es otra cuestión que trataré más adelante. Los juegos con el toro se constituían en la fiesta por antonomasia y en el elemento imprescindible de casi toda celebración gozosa. Eran “el plato más delicioso, y de más regalado gusto, que el paladar de la lozana juventud, y aun de toda la Nación Española, puede desear”[13], tal como se recoge en la descripción de las fiestas por la colocación del Cristo de la cofradía penitencial de la Cruz en 1681, en las que tuvieron lugar dos funciones taurinas.

Todos los estamentos sociales se veían atrapados por el embrujo de los toros. La Chancillería va a dejar oír su voz cuando la diversión del pueblo y de sí misma haya sido defraudada. Así, en 1641, ante el estrepitoso fracaso que fue la corrida celebrada el 4 de septiembre, el Real Acuerdo obliga al Regimiento a la celebración de una nueva fiesta[14]. Incluso, en 1614, se atrasan ocho días los regocijos de toros y cañas a petición del Presidente que estaba enfermo, aunque finalmente no las podría presenciar debido a su fallecimiento[15]. Se trataba de un acontecimiento donde ninguna institución faltaba, ni siquiera el clero, pese a las grandes controversias religiosas de la centuria anterior que de vez en cuando volvían a surgir en torno a la fiesta taurina. La Audiencia disponía de un lugar reservado en el consistorio junto a la Ciudad; ésta además repartía entre sus regidores las ventanas de las casas viejas de ayuntamiento –en frente del consistorio, al lado del convento de San Francisco– y las bocacalles de la Plaza. La Inquisición, el Cabildo y el Colegio de Santa Cruz, así como algunos nobles, poseían casas en propiedad en la Plaza Mayor, situándose en sus balcones principales –los del primer piso– para disfrutar del espectáculo[16], mientras el resto de los poderosos, entre ellos el Claustro universitario, los alquilaban. Se procuraba que los toros no fuesen en días de Acuerdo General y en estos casos las reuniones del Presidente y oidores se adelantaban y acortaban, al igual que se anticipaban los oficios en la catedral para poder asistir. También, la disposición de bebidas y dulces era una preocupación que se observa en los libros del Cabildo, la Universidad, la Chancillería y la Ciudad, nombrando cada institución su comisario[17]. En estas dos últimas corporaciones las colaciones se hacían extensibles a sus mujeres e iban acompañadas de una propina a cada miembro de 50 reales de vellón[18].

La Edad Moderna era el prototipo de “sociedad lúdica”. La fiesta se había convertido en un artículo de consumo de primera necesidad irrenunciable para todos, independientemente de su categoría social. Circunstancias mentales y materiales confluían en su génesis. El carácter estamental de la sociedad, en la que el grupo dominante había transmitido sus actitudes y comportamientos al resto, la empapaba de los ideales nobiliarios y, por tanto, de una mentalidad muy distinta a la burguesa caracterizada por el trabajo y el ahorro. “En el fondo todos los vallisoletanos salvo excepciones, tenían dentro de sí un hidalgo en potencia”, subraya Adriano Gutiérrez Alonso para el XVII[19]. Empero, el recurso a la alegría en común, con su capacidad de desahogo de tensiones individuales y colectivas[20], encuentra también un terreno abonado en una sociedad hundida en la miseria y la desigualdad. La fiesta era, como afirma Soubeyroux para el Setecientos, “una necesidad psicológica e incluso fisiológica que se hacia mas imperiosa a medida que las necesidades materiales aumentaban”[21]. De esta forma, el Regimiento organiza funciones taurinas para “divertir” pero también para que “el pueblo tubiese este alibio”[22]. A su vez, el ambiente sacralizado del Antiguo Régimen parecía ser animador y vertiente de expresión de aquel gusto por lo lúdico[23]. La explosión a lo festivo es algo consustancial a todo sentimiento religioso y más cuando se halla desarrollado hasta la exageración, sin entender de fronteras entre lo divino y lo humano y dominado por la ceremonia y el rito, como era aquella religiosidad barroca. Y cómo no, los toros no faltarán en las grandes celebraciones religiosas de carácter extraordinario, pero tampoco en fiestas más modestas celebradas por las cofradías. Incluso, en 1627, Martín Barrueta señala al Ayuntamiento “que una hija suya está próxima a profesar en el monesterio (sic) de San Nicolás, para cuya fiesta quería correr seis toros en la placeta que está enfrente del convento”, función para la que se le concede licencia[24]. Tampoco nos debemos olvidar de vinculaciones más específicas entre los toros y la fe, como era la caridad practicada con la carne de las reses muertas y las múltiples fiestas que tenían su origen en votos religiosos.

La espectacularidad, la emoción, lo carnavalesco[25], las altas dosis de peligro y de sangre y los cauces que ofrecían para la participación popular estos festejos[26] sirven para explicar, junto con la presencia de este animal en la cultura española desde tiempos pretéritos, el “frenesí taurómaco”[27] de los españoles del Antiguo Régimen. Era, sin duda, un “espectáculo total”, en mayor medida que el teatro, la otra diversión por excelencia de la España barroca.

 La Plaza Mayor de Valladolid, construida tras el incendio de 1561[28], la que sirvió de prototipo para toda España, era, pese a la importancia de las calles y otros espacios abiertos, la protagonista espacial de las fiestas. Luminarias, fuegos de artificio, el primer levantamiento del pendón por el nuevo monarca o los autos de fe tendrán como marco de celebración este lugar y, sobre todo, los toros, muy a menudo unidos al juego de cañas. Las funciones taurinas que se celebren aquí serán las de mayor boato y estarán bajo la supervisión y gobierno del Regimiento, aunque no siempre será su organizador. Sólo durante la estancia de la Corte (1601-1606) su preeminencia fue puesta en entredicho por las plazas situadas delante y detrás del Palacio Real y la huerta del duque de Lerma –junto al Pisuerga– donde frecuentemente se corrieron toros y jugaron cañas para regocijo de los reyes y de su valido[29].

Al margen de acontecimientos políticos y religiosos, los vallisoletanos disfrutaban de los toros en dos ocasiones a lo largo del año, por San Juan y Santiago. El origen de estas dos corridas pudo estar en un voto de carácter religioso[30], pero en el XVII se había quedado sólo en una costumbre y hasta en una obligación demandada por los dueños de las casas de la Plaza, los principales interesados económicamente en estas funciones al alquilar para verlas sus ventanas y portadas donde se construían tablados.

 En el coso vallisoletano se alternaron y coincidieron el toreo caballeresco, como no podía ser de otra forma en una de las ciudades principales de Castilla que todavía fue Corte a principios del XVII, y el popular. El 10 de junio de 1605, cuando Valladolid era capital de la monarquía hispánica, tuvo lugar la fiesta de toros y cañas más brillante celebrada en esta ciudad, para festejar el nacimiento del príncipe Felipe. Como recoge el portugués Pinheiro da Veiga, testigo de excepción de aquellas fastos, los nobles no sólo se exhibieron en las cañas, en las que participó Felipe III; el duque de Alba, el marqués de Cerralbo, el de Barcarrota, el de Coruña, el de Ayala, don Antonio de Toledo, el de Tábara, y el conde de Salinas, junto con otros caballeros, salieron también a la plaza a alancear toros y quebrar rejones[31]. Décadas después, fueron don Juan de Rojas y Contreras, regidor de esta ciudad y don Juan Lisón de Tejada, caballero de la orden de Santiago, los que demostraron su valor con ocasión de las fiestas por la beatificación de Pedro Regalado[32].

 

 

La recreación del ambiente caballeresco del torneo medieval y renacentista, sobrecargado de aparatosidad y ostentación, que se producía con los lidiadores ecuestres y los juegos de cañas, sólo tenía lugar en las fiestas más importantes. En la mayoría de las ocasiones, era la gente plebeya, a pie y a veces a caballo, quien medía sus fuerzas con los bravas reses. Los espontáneos, como en el XVI, seguirían saliendo al ruedo, convirtiendo a los toros en la fiesta más popular, pero ya va a aparecer la figura del torero. Las primeras noticias sobre estos toreros a pie, actuando no como auxiliares de los caballeros sino de forma independiente, las encontramos a mediados del Seiscientos. El 7 de septiembre de 1635, el Ayuntamiento acordó pagar cinco ducados “a un moço que dicen es de Olmedo y toreó por la mañana a pie con rexones (...) por aver regocixado la fiesta y la axilidad con que toreava”[33]. Lidiadores evidentemente profesionales figuran en 1659, en la fiesta celebrada por la cofradía de la Pasión en la Plaza Mayor, o en 1661, por el nacimiento de Carlos II, cuando actuaron dos toreros de Segovia[34]. A partir de la década de los setenta serán los auténticos protagonistas de la fiesta y así, en 1674, se pagaron 2.300 reales a “los toreadores de a pie que se trajeron de Nabarra y otras partes”[35]. Posiblemente, su presencia en el ruedo vallisoletano se remonte a fechas anteriores, al igual que acontece en otros lugares del Norte de España como León o Pamplona[36], pero la escasez documental del archivo municipal en la primera mitad del XVII, especialmente la inexistencia de cuentas completas de fiestas de toros, hace que de momento no pueda contrastar tal hipótesis.

Los años de estancia de la Corte, con los numerosos y sorprendentes festejos taurinos con los que el Regimiento deleitó a sus majestades tratando de lograr su permanencia en la ciudad del Pisuerga, dotó a la fiesta de una espectacularidad que sobre todo se perpetuó en un aspecto: el número de reses bravas de cada celebración. De los 4-6 toros de finales del XVI pasamos, una vez vuelta la Corte a Madrid, a no menos de 10, número que se irá incrementando hasta los 16 de finales la centuria. Se compraban en los alrededores, especialmente en Medina del Campo y Tordesillas, pero también en Zamora y Salamanca, a ganaderos ya especializados en su cría, pues eran capaces de abastecer a la Ciudad con los astados necesarios para las corridas de un año. De esta forma, Pedro Sánchez de Acebes, vecino de Salamanca, en una fecha tan temprana como 1614, vendió al Concejo nada menos que 21 toros para los festejos por la beatificación de Teresa de Jesús[37]. Como ya he señalado, 2-4 toros se corrían por la mañana y el resto por la tarde y este noble animal siempre moría en la plaza a través de la técnica del desjarrete.

Empero, las fiestas de toros organizadas por el Regimiento eran caras y lo serán cada vez más al irse enriqueciendo el espectáculo, de forma que el coste de una corrida ordinaria pasará de unos 11.000 reales a mediados del XVII[38] a no menos de 15.000 a finales de siglo[39] (CUADRO Nº 1). Es lógico que la grave crisis de la hacienda municipal, detalladamente estudiada por Adriano Gutiérrez Alonso[40], dejara también su huella en este terreno. A medida que avanza la centuria, en efecto, los festejos de toros disminuyen en frecuencia, los extraordinarios ya no se suman a los ordinarios, sino que los sustituyen y abundan los años en que se celebra una o ninguna corrida, argumentándose constantemente “la gran necesidad y empeño en que esta Ciudad se alla”[41]. Esta circunstancia tiene dos consecuencias. Por una parte, los dueños de las casas de la Plaza Mayor logran obtener en 1638 y 1670 sendas cartas ejecutorias en la Chancillería vallisoletana para obligar a la Ciudad a la celebración de las dos fiestas ordinarias anuales[42]. De esta manera, el Ayuntamiento se ve obligado a buscar nuevas fuentes de financiación en 1670: las sobras de los arbitrios establecidos para la paga de las quiebras de millones[43]. La segunda consecuencia será que dos cofradías penitenciales, la de la Pasión y la Cruz, durante un período de tiempo bastante largo, se harán cargo de las corridas ordinarias de la Ciudad.

 

 


 


 


 


 


 


 


 


CUADRO Nº 1.- GASTO APROXIMADO DE UNA FIESTA DE TOROS

 


 


(1681) EN REALES DE VELLÓN

 


 


 


 


 


 


 


 


 


TOROS

 16 toros

 


 


 7.200

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

 

 

 

 

MONTAJE

FIESTA

 

 

 

 

 

 

 Varas largas para los vaqueros, lanzas para los toreros

 


 


 


 y papeles de colores para las banderillas

 291

 


 


 Garrochas y gastos menudos

58

 


 


 Vaqueros

 200

 


 


 Limpiar, enarenar y regar la plaza

 1.747

 


 


 Abrir y cerrar el toril

60

 


 


 Abrir y cerrar las puertas para los encierros

 150

 


 


 Armar y desarmar el toril

250

 


 


 Rocín para la lanzada

 


50

 


 


 Alquiler de los cuatro balcones de las oidoras

 600

 


 


 Ministriles

 


44

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

 

OFICIALES

AYUNTAMIENTO

 

 

 Clarines

 


 


44

 


 


 Portero que asiste a sacar los toros muertos

44

 


 


 Alguaciles ordinarios

 300

 


 


 Porteros

 


50

 


 


 


 


 


 


 


 


 


TOREROS

 Toreros

 


 


500

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

REGIMIENTO

 

 

 Hierbas para el corredor del consistorio

14

 


 


 Alquiler balcones de las familias del corregidor y teniente

 300

 


 


 Refresco

 


 1.300

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 TOTAL

 13.202

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


NOTA: Para valorar esta cifra, así como sus partidas de gasto, hay que tener en cuenta, por ejemplo, que los salarios en la construcción, los más conocidos para el Valladolid del XVII, oscilaban entre los 10 reales diarios de un maestro y los 4,5 de un peón. Gutiérrez Alonso, Adriano: Estudios sobre.., pp. 181.

 


  


 


FUENTE: A.R.CH.V.,  Documentación Municipal, Secretaría General, Caja 164, Exp. 33.

El Regimiento hizo este cálculo en 1682 sobre lo ahorrado el año anterior por no haberse celebrado la segunda

corrida.

 


 


 


 


 


 


 


 


 

Estas poderosas cofradías ya en alguna ocasión habían tenido fiestas de toros con motivo de sus festividades anuales, a veces en la Plaza Mayor. Eran la fiesta de la Cruz (3 de mayo) y la degollación del Bautista (29 de agosto). Desde 1647[44] hasta 1670, las celebraron todos los años, sustituyendo a las fiestas ordinarias de la Ciudad. La ayuda del Municipio se estableció en el precio de cuatro toros, la plaza aderezada, toril y vallas para el encierro y la cesión de las bocacalles -para construir tablados.

No serán las únicas cofradías que organicen juegos taurinos. La de las Angustias, por ejemplo, pidió licencia, en 1628, para “correr toros en la plaça del Almirante”, con motivo de la fiesta de la Ascensión, y la de San Eloy hizo lo propio “para correr dos novillos enmaromados la víspera de su fiesta que es el día de San Juan en la tarde y el día siguiente por la mañana” en las Platerías, en 1638[45]. Toros, novillos, incluso bueyes y vacas, sueltos o ensogados, se corrían prácticamente en todas las plazas con motivo de las funciones ordinarias y extraordinarias de numerosas cofradías, mostrando una vez más la falta de fronteras entre lo natural y lo sobrenatural en aquella sociedad sacralizada.

El Regimiento no se mostraba muy proclive a organizar este tipo de festejos, mucho más populares y menos controlados por la autoridad. A principios de siglo dejó de celebrar una diversión todavía frecuente hasta entonces: el correr bueyes por las calles[46]. En 1629, por decisión del Ayuntamiento, se corrieron toros y novillos enmaromados nada más conocerse la noticia del nacimiento del príncipe Baltasar Carlos y también hubo novillos por la rendición de Lérida de 1647, pero fueron en la Plaza Mayor, su símbolo de poder indiscutible al hallarse el consistorio[47]. El Concejo, en cambio, será el principal organizador de una modalidad taurina que precisaba un escenario muy concreto: el despeño de toros al río Pisuerga en la Huerta del Rey. Felipe IV fue agasajado con este juego, que por primera vez se celebraba en Valladolid, el mismo día de su llegada desde Irún en 1660 [48].

Como hemos podido comprobar, los espectáculos taurinos salpicaban frecuentemente y por muy diversos motivos la vida cotidiana del Valladolid del XVII. Las elites urbanas no serán indiferentes al “fervor” que despertaban. Pondrán en práctica una de sus formas de dominio más efectivas: la persuasión, aplicando a la fiesta la retórica aristotélica: “docere, delectare, movere”.

 

2.- LA PLAZA COMO ESCENARIO DE REPUTACIÓN

 Un importante asunto iba a debatirse en el Claustro universitario del 30 de junio de 1668, en el que se trajo a colación.

...la asistencia que esta Universidad avía tenido en ver las fiestas de toros que el insigne Colegio de Santa Cruz hico al dicho señor presidente de Castilla y lo vien que abía parecido dicha asistencia a vista de tan ylustres comunidades, como un Aquerdo, Ciudad, Cavildo y Inquisición y dicho insigne Colegio de Santa Cruz.

 Tratado y conferido el asunto se acordó que “la Universidad en todas las ocasios (sic) públicas de fiestas de toros a que vaia el Acuerdo vaia la Universidad”[49]. No podía ser más explícito el Claustro de profesores sobre las razones que le llevaron a decidir asistir en forma de comunidad a las fiestas de toros en la Plaza Mayor: el excelente escaparate de ostentación que suponían. La Universidad precisaba mostrar su autoridad y prestigio ante la sociedad vallisoletana, pero, sobre todo, era consciente de la necesidad de hacerlo delante de otras instituciones, algunas, incluso, más poderosas que ella, especialmente la Audiencia[50].

 Hasta estos momentos, sólo en contadas ocasiones, por acontecimientos regios, los miembros del Claustro habían asistido como corporación a la Plaza Mayor, dada la prohibición del Consejo de Castilla y la falta de medios para sus gastos al no poder utilizar los fondos universitarios[51]. Así sucedió en 1592 con motivo de la visita de Felipe II, en 1600 por la entrada de Felipe III y Margarita de Austria, en ocasión del nacimiento del príncipe Felipe en 1605, por el nacimiento de una infanta en 1606 o en 1620 en honor del adelantado de Castilla que se hallaba en la ciudad[52]. Pero ya hubo intentos de convertir su presencia en la plaza en una costumbre. En 1606 y 1617 se había acordado comprar ventanas para ver perpetuamente las fiestas aunque sin resultado[53]. Y en 1660, con motivo de la venida de Felipe IV, se buscó un medio de financiación para la asistencia a los toros. La mala suerte provocó que los balcones alquilados por la Universidad para aquellas fiestas fueran dados por el mayordomo del rey a la Audiencia, pues el consistorio estaría ocupado por el monarca y su séquito, por lo que decidió no ir, quedando en suspenso la posibilidad de asistir de ordinario a las futuras funciones taurinas[54].

 Como he señalado, fue la asistencia a la fiesta de 1668, convidada por el Colegio de Santa Cruz con el que mantenía una estrecha relación, la que motivó la concurrencia habitual de la Universidad en el coso. Para hacer frente a los gastos ya había destinado en 1660 “el efecto de un real que se crezió en todos los que se matriculan que éste le llebaba el señor doctor o maestro que examinava”[55]; al que se añadió una determinada cantidad sobre “las propinas que se dan en todas cátedras a los señores consiliarios”, de las trienias se aplicaban 10 reales de vellón para los toros (quedaban 4 reales para el interesado) y de las de propiedad el doble[56]. Más difícil iba a ser lograr un lugar decoroso para presenciar las fiestas taurinas. En un primer momento la Universidad solicita a la Ciudad la cesión de la bocacalle de la Red –al lado del consistorio– para construir un tablado[57]. Poco va a durar esta solución, ya que un vecino de la Plaza comienza un litigio, en 1670, porque dicho tablado quitaba la visión a una de sus ventanas[58]. Al final se alquilarán cinco balcones primeros pertenecientes al mayorazgo de Calatayud, donde el Caballo de Troya[59].

 Un mundo de apariencias era el Barroco. No podía ser de otra forma, dado el carácter estamental y corporativo de la sociedad de entonces. Mostrar y consolidar la reputación y, por tanto, la autoridad de una institución o grupo social, era una de las principales posibilidades que ofrecían las ceremonias. Desde la monarquía y la iglesia hasta los pequeños poderes urbanos –cofradías, gremios...– , todos se beneficiaban de ellas, si bien aquí voy a detenerme principalmente en las elites vallisoletanas, las auténticas protagonistas de las celebraciones, cuyo prestigio era también causa y consecuencia del de los primeros como sus representantes. La apelación a los sentidos y a los afectos, el desvanecimiento de la realidad y su sustitución momentánea por “un espacio y tiempo utópicos”[60], provocados por la fiesta, la convertían en uno de los instrumentos más eficaces que tenían los poderosos para fortalecer su imagen arquetípica y, por ende, transmitir su ideología y lograr la adhesión extrarracional[61]. El lugar ocupado, conforme al protocolo y la etiqueta, pero también el papel asumido en su organización, manifestaban claramente el rango y la dignidad de las elites y sus relaciones de poder[62]. Una “manipulación” de lo festivo favorecida por aquel “hambre” de diversión y sacralidad que he señalado. Sin duda, a mediados del XVII, las funciones de toros en la Plaza Mayor de Valladolid se habían convertido en un marco privilegiado para la publicística del poder, sin olvidarnos de otro de sus efectos, también sumamente valioso para el mantenimiento del orden político y social imperante: la catarsis colectiva[63].

El teatro del honor se escenificaba de forma magnífica en los regocijos taurinos, la fiesta predilecta en la España del Seiscientos. Sobre todo cuando se celebraban en la Plaza Mayor, el símbolo urbano por excelencia, realzado en esta centuria desde el punto de vista arquitectónico y festivo[64]. Así lo entendió la Universidad en 1668, cuando ya hacía tiempo que había abandonado su utilización característica de estas funciones. Durante el siglo XVI las había celebrado en la Plazuela de Santa María, delante de las escuelas, con motivo de la concesión de los grados de doctor, al igual que en Salamanca. En el XVII, el excesivo coste que suponían para los graduados y la mayor utilidad que se derivaba a la endeudada institución su redención en dinero habían provocado su supresión[65]. Pero la Universidad encontraría, como he señalado, otra forma de exhibirse con mayor frecuencia y ante el resto de corporaciones. Incluso la que parece que fue la última corrida académica, celebrada en 1625, ya se había trasladado a la Plaza Mayor[66].

El clero de la catedral adoptó una actitud similar a la del Claustro universitario. También estuvo alejado del coso taurino de la Plaza Mayor hasta mediados de siglo, si bien había asistido a las funciones de la Universidad en la Plazuela de Santa María, junto a su iglesia. En 1660 se decide a ocupar, para ver los festejos, los balcones primeros de las casas que tenía en la Plaza Mayor, pertenecientes a las memorias de doña Magdalena de Salcedo, y que hasta entonces alquilaba a las mujeres de los magistrados de la Audiencia[67].

 Todas las grandes instituciones vertebradoras del Valladolid moderno estaban ya presentes en las fiestas de toros, es decir, la Chancillería, la Inquisición, la Ciudad, el Cabildo de la catedral, la Universidad y el Colegio de Santa Cruz. Sólo el obispo, máxima autoridad espiritual en la diócesis y prelado de la catedral, se mantuvo al margen como era lo habitual en la España moderna. Así pues, estos festejos se conviertieron, junto con los autos de fe[68], en la única celebración donde concurrían todas las esferas de poder urbanas. No sucedía esto ni en la festividad del Santísimo ni en las procesiones de gracias y rogativas, restringidas a la Chancillería, Ciudad y Cabildo, instituciones a las que se sumaba el Santo Oficio en las exequias regias y que se reducían al Ayuntamiento en la proclamación del nuevo monarca. Como señala María Isabel Viforcos Marinas, para el León barroco.

El coso es un escenario en el que cada uno ocupa su lugar, cada uno muestra sus galas, aquellas que le van a su papel y a su estatus, y todo el conjunto, igual que si de un microcosmos se tratara, refleja sin palabras el orden establecido y sus valores[69].

  Algunas de estas comunidades supieron aprovechar el prestigio que confería el ser organizadoras de corridas de toros, al ofrecer a los vallisoletanos la diversión que tanto demandaban. Como señala José Antonio Maravall, a través de la fiesta se infiltra en las conciencias un contenido doctrinal que logra la adhesión afectiva, pero también al pueblo “se le aturde y se le atrae (...) hacia los que pueden ordenar tanto esplendor o diversión gozosa”[70]. Es la llamada “erótica del poder” de la que participan todas las elites presentes en el coso, ya que forman parte de la misma estructura de dominio del Absolutismo y la Contrarreforma, y, por tanto, también el trono y el altar. Pero especialmente la provocan aquellas que de manera más directa intervienen en la celebración, aunque, como veremos, en Valladolid, el Regimiento va a ser prácticamente despojado por la Audiencia.

 Pese a las dificultades económicas que le obligan a reducir los festejos taurinos de carácter ordinario, no así los extraordinarios, el Municipio nunca dejará de ser consciente de sus utilidades, entre las que se hallaba su propio prestigio. En la Provisión Real para usar perpetuamente las sobras de los arbitrios de quiebras de millones, concedida en 1687, se señala que “era preciso y combeniente tenerlos [los toros] por su lustre y calidad [de la Ciudad] y regocijo de el pueblo y su común alibio”[71]. La Universidad organiza en 1625 una fiesta de toros en la Plaza Mayor. También el Colegio de Santa Cruz celebra con este festejo el ascenso de colegiales a puestos de gobierno de la monarquía. Así sucede en 1668 y en 1677, cuando son promovidos a la presidencia de Castilla don Diego Sarmiento Valladares y don Juan de la Puente y Guevara -Presidente de la Chancillería–[72].

 Resta tratar de otra fuente de prestigio que también redundaba en los organizadores de fiestas de toros: la distribución como limosna de las reses muertas. Sírvanos de ejemplo 1627, cuando el Regimiento entregó un toro al convento de San Francisco, otro a los pobres de la cárcel y otro a los niños de la doctrina[73].

 Pero ¿cual es el papel de la nobleza en el coso vallisoletano? La fiesta taurina del Barroco se ha definido como aquella en la que es este colectivo el que se apropia del papel protagonista y, por tanto, el que, como delegado de la Corona, fortalece su preeminencia social[74]. Empero, Araceli Guillaume-Alonso ya señaló como en la segunda parte del reinado de Felipe IV la nobleza comienza a abandonar la plaza, falta de recursos y de motivación ante los fracasos políticos, económicos y bélicos de la monarquía[75]. Una explicación que resulta incompleta para nuestra ciudad donde este hecho se produce antes y más rápidamente.

En el Valladolid del XVII, el protagonismo de las instituciones referidas, las verdaderas elites de poder, había crecido a la par que se iba desdibujando el de una alta nobleza cada vez más limitada, pues la mayoría de sus miembros se habían ido con la Corte a Madrid después de 1606 y eran muy escasas sus estancias en la ciudad. La nobleza, reducida prácticamente a la no titulada, pierde poder como grupo social, diluyéndose en las instituciones a las que pertenece. Esto es perceptible en la fiesta que debería monopolizar: los toros, estrechamente unidos al juego de cañas. A medida que avanza la centuria, la presencia de la aristocracia en el ruedo se hace menos frecuente y baja su categoría, como he mostrado al referirme a las fiestas de toros de 1605 y 1683, en las que se pasa de nobles del más alto abolengo a simples caballeros. Los escasos juegos de cañas que se celebran en la segunda mitad de siglo, organizados por el Regimiento, también es expresivo de su declive. Lejos quedaban aquellos tiempos en que los nobles organizaban por sí mismos cañas, a las que se unían las corridas de toros de la Ciudad, para festejar el regreso de la Chancillería (1606) o para, a cargo del almirante de Castilla, “regocixar el lugar” (1628)[76].

Asimismo, otras corporaciones más modestas sacaron provecho a las fiestas de toros, sobre todo las cofradías, como he señalado, al organizar espectáculos en cualquier plaza vallisoletana. La Plaza Mayor estaba reservada para la Pasión y la Cruz en sus fiestas anuales, pero el número de cofradías que organizaron grandes funciones se amplía al detenernos en las fiestas religiosas de carácter extraordinario. La colocación de Nuestra Señora de la Piedad en su nuevo templo (1662), la del Cristo de la Cruz (1680), o la de San Isidro (1698), fueron celebradas con festejos de toros en la Plaza Mayor[77]. A su vez, aunque no financiaran las fiestas, la presencia de toros en alegres acontecimientos, como la inauguración de la catedral o la beatificación de Pedro Regalado, favorecía al clero correspondiente, en estos casos el Cabildo y el convento de San Francisco. Por último, también los gremios estaban presentes en estas funciones. Su contribución económica no sería fundamental, como lo era en el Corpus, pero también ayudaron a la celebración de fiestas extraordinarias donde el plato fuerte, como casi siempre, eran los juegos taurinos. Así sucedió en los regocijos por la victoria en Barcelona (1652)[78]. Incluso por el nacimiento de Felipe Próspero dispusieron una máscara y corrida que se sumó a la del Municipio (1657), y en la colocación de Nuestra Señora de San Lorenzo, la patrona de la ciudad (1671), además de una ayuda de 58.000 rs., corrió a su cargo la organización de un juego de alcancias que se unió a una de las tres funciones de toros[79].

 

3.- EL TRIBUNAL DE LA CHANCILLERÍA, “ACTOR” PRINCIPAL DEL CEREMONIAL TAURINO

 Los diferentes papeles asumidos por las elites urbanas en las fiestas de toros han sido ya analizados. Pero poco he hablado todavía de una de las instituciones más preeminentes de la España del Antiguo Régimen que tenía su residencia en Valladolid. La Chancillería gozaba de honores regios, en especial su Presidente seguido de los oidores, por delante de los miembros de la Inquisición, del Cabildo y su obispo y del corregidor y regidores de la Ciudad. Como máximo representante de la monarquía en la ciudad, va a hacer alarde de su posición en las funciones taurinas[80]. Para Granada, Inés Gómez, en un estudio sobre los diferentes medios utilizados por la Audiencia para fortalecer su imagen, entre ellos sus apariciones en público, ya ha señalado cómo el Acuerdo preside los festejos reales de cañas y toros celebrados en la plaza de Bibarrambla, al sentarse en el balcón principal y recibir a su llegada el “homenaje” de las distintas autoridades[81]. La alteración del ritual festivo que se produce en Valladolid es evidente ante la presencia de una institución que acapara el protagonismo en las celebraciones a las que asiste, que no se reduce a ocupar el lugar preferente en ellas, en sus asientos y comitivas[82]. De esta forma, las funciones taurinas en la Plaza Mayor eran un asunto de la Ciudad, en su disposición y desarrollo, pero veremos como esta circunstancia se va a poner en entredicho. El Regimiento será desposeído o habrá de compartir aspectos tales como la presidencia del festejo, su gobierno o el orden público en la plaza.

La corrida de toros de carácter ordinario celebrada el 23 de noviembre de 1678 va a servirnos como hilo conductor para describir el estricto protocolo, casi mayestático, que envolvía la participación del Alto Tribunal de Justicia vallisoletano y descubrir los significados que encerraba[83].

En el ayuntamiento del 16 de noviembre, el Regimiento decide celebrar la segunda fiesta de toros. Inmediatamente determina que cuando se señale la fecha, habitualmente en miércoles para no coincidir con día de Acuerdo General ni de audiencia pública de sus miembros, el comisario de toros, acompañado de otro capitular, “conbide a los señores del Acuerdo desta Real Audiencia y Chanzillería”[84]. Mas que una invitación de cortesía se trataba de una petición de licencia, pues cuando era preciso cambiar la fecha había que consultarlo con el Presidente y oidores. Ocurre en 1625, por coincidir con las cuatro témporas de San Mateo, día de ayuno que no se iba a cumplir debido a las grandes meriendas que amenizaban la asistencia al coso[85].

El lunes 21 de noviembre, los dos capitulares van a visitar a don Francisco Antonio Caballero, Presidente de la Chancillería, para que trasladase al Real Acuerdo la invitación de la Ciudad. Su respuesta afirmativa fue participada por su secretario al regidor comisario más antiguo, quien informó al Regimiento. En la misma reunión, el Presidente y los oidores habían elegido al comisario de dulces y colaciones para los magistrados y al que se había de encargar de la disposición de las ventanas de la Plaza donde veían las fiestas sus mujeres y del tablado de los criados.

El día de la fiesta, por la tarde, reunidos los ministros en las Casas Reales de Chancillería, el corregidor y su teniente fueron a acompañar a la Audiencia, circunstancia que solo se repetía en las visitas generales de la cárcel de la Ciudad la víspera de las tres Pascuas. Vestidos con sus togas “con sombreros y ferruelos”, excepto su señoría “con bonete” y los dos oidores más antiguos que le acompañaban “con gorras y garnachas”, los magistrados subieron a sus coches. La solemne comitiva se puso en marcha hacia la Plaza Mayor, anunciada por los alguaciles a caballo de las dos corporaciones y perfectamente ordenada en sentido ascendente. El coche del corregidor y su teniente abría el desfile, seguido del alguacil mayor, fiscales, alcaldes de hijosdalgo, juez mayor de Vizcaya, alcaldes del crimen y oidores, para desembocar en la carroza del Presidente, seguida del coche de respeto, con su caballerizo, el capellán y secretario del Acuerdo y el portero más antiguo de la Chancillería. La calle de Chancillería, Plazuela Vieja, Plaza del Almirante, Cañuelo, Platería y Ochavo, eran los lugares emblemáticos por donde transcurría el desfile, ante la admiración de los pocos rezagados que todavía no se hallaban en la Plaza Mayor (FIGURA Nº 1).

 

 

                       

 

FIGURA Nº 1.- RECORRIDO DE LA CHANCILLERÍA HASTA LA PLAZA. FUENTE: A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 26-VIII-1647, f. 412v.

 

 

 

Todos los asistentes al espectáculo, vecinos y forasteros, ya habían ocupado sus asientos, desde el rústico campesino o artesano, en los tablados, hasta las graves instituciones, en sus ventanas de la primera planta ricamente engalanadas. Aguardaban a ver a un Tribunal de Justicia que pocas veces se exhibía en público, pues seguía una política de invisibilidad y presencias calculadas que magnificaba su imagen[86]. Llegados al portal del consistorio –derribado a finales del XIX para la construcción del actual–, los ministros “se quitaron los ferreruelos y sombreros y thomaron gorras y se pusieron en dos coros asta que se apeó su señoría”. Ya arriba fue la Ciudad la que ordenada de esta forma recibió a la Audiencia. Don Francisco Antonio Caballero presidiría el espectáculo, sentado en el balcón central, el lugar del monarca cuando se hallaba en la ciudad y donde se enarbolaba el pendón real en las proclamaciones regias. Tenía “silla de terciopelo y dos almuadas encima del balcón”, situándose el oidor decano en un “taburete de baqueta de moscobia” a su lado izquierdo, mientras que sus criados permanecían detrás en pie. Las dos corporaciones ocuparon sus bancos de terciopelo: los oidores presidentes de sala[87] se situaron en el primer balcón a la izquierda del Presidente; en el resto de este lado se acomodó la Ciudad y los demás ministros de la Audiencia en el derecho[88]. Ambos sitios estaban ricamente adornados con las colgaduras de la institución correspondiente (FIGURA Nº 2)

 


 FIGURA Nº 2.- ANTIGUA CASA CONSISTORIAL. FUENTE: A.M.V. Serie Biblioteca Calderón, S 02764-012.

 

Pero la Chancillería no siempre había presenciado los espectáculos taurinos desde este lugar. El valioso escenario de reputación que era el consistorio, edificado en la segunda mitad del XVI cuando se reconstruye la Plaza, se plasma en el hecho de que hasta finales de aquella centuria el Tribunal no se sentaba con la Ciudad sino en balcones de particulares[89].

También era importante, en la escenografía del poder de la Chancillería, el papel representado por sus mujeres. Desde 1622, las esposas de los magistrados asistían juntas a ver los regocijos públicos[90]. En esta ocasión se encontraban en las ventanas del primer piso de las casas antiguas del ayuntamiento. Siempre se habían dispuesto en diversos balcones alquilados de la Plaza, hasta que en 1671, con motivo de las fiestas de San Fernando, el Presidente solicitó al Regimiento que de los seis balcones bajos del consistorio, ocupados por sus mujeres, se les cediesen los tres del lado derecho[91]. De esta forma se resaltaría todavía más la preeminencia de la institución. La Ciudad no lo aceptó, iniciándose un pleito, movido por un capitular favorable a la Audiencia, primero en Chancillería y después en el Consejo, que duró hasta 1678 y que dio la razón a la Ciudad[92]. Como durante el proceso las oidoras se habían situado en las ventanas bajas y ahora no tenían donde colocarse, el Municipio les dio momentáneamente el lugar referido. Posteriormente se ofrecerá a pagar el alquiler de los balcones donde se sitúen para concluir el enfrentamiento con la Chancillería.

Una vez sentados la Audiencia y la Ciudad, los alcaldes del crimen y el alguacil mayor con sus oficiales, por el lado derecho, y el corregidor y su teniente con los suyos, todos a caballo, dieron la vuelta al ruedo[93]. El despeje de la plaza, atendiendo a sus protagonistas, también señala que el mantenimiento del orden pertenecía tanto al corregidor como a los alcaldes.

 Los ejecutantes del paseo subieron a ocupar sus puestos en el consistorio. La fiesta estaba ya a punto de comenzar, es entonces cuando

 

...el correxidor se lebantó y descubrió y pidió licencia a su señoría y le ofreció la llave del toril y gobierno de la fiesta y su señoría hizo dello toda estimazión y se lo remitió, con que el correxidor tiró la llave del toril al alguazil y se comencó..

 Era el corregidor el que ejercía la autoridad en las fiestas de toros, representada en la llave del toril[94]. Pero en el coso vallisoletano ha tenido lugar un gesto que claramente lo pone en entredicho. Sin embargo, la autoridad municipal se podía dar por satisfecha porque el Presidente no disponía del gobierno de la plaza sin más, como la Chancillería había pretendido durante largo tiempo no sin causar numerosos conflictos. Ya en 1581, la Villa se había quejado de que la Audiencia les había arrebatado la llave del toril, mandando soltar y desjarretar los toros[95]. El Consejo resolvió a favor del Regimiento pero el año siguiente se planteará el mismo problema[96]. En el Seiscientos, desde que el Tribunal regresa a Valladolid[97], este conflicto se intensificará. En 1610[98], en el transcurso de una corrida, el Presidente envía un recado al corregidor indicándole que era necesario consultarle todas las órdenes. La Ciudad señala que “hera costumbre usada y guardada de tienpo ynmemorial a esta parte de quel govierno de la placa del soltar y desjarretar los toros la toca a ella y al señor corregidor como su caveza”. En consecuencia, el corregidor es apresado con una multa de 500 ducados, también son encarcelados los cuatro regidores más antiguos y se les impone a cada miembro del Ayuntamiento una multa de 30 ducados. La Ciudad recurre de nuevo al Consejo. La solución, a través de una Carta Acordada de 1611, ya la he señalado. Por ella, con licencia del Presidente o del oidor más antiguo, el gobierno de la plaza corresponde al corregidor, “salvo si el Presidente o el más antiguo en su ausencia, por alguna causa o raçón que sobrevenga, ordenare otra cosa, que en este caso el corregidor lo cunpla”[99]. 

En esta ocasión no participaron caballeros rejoneadores, pero de hacerlo, de nuevo en el protocolo se resaltaría la preeminencia de la Chancillería y sobre todo de su Presidente. Así sucedió en 1732, en la segunda corrida celebrada por la victoria de Orán. Los dos caballeros nada más entrar en la plaza se acercaron al balcón dorado e hicieron su cortesía al Presidente y Audiencia y después a la Ciudad. Concluido el festejo, subieron al corredor del consistorio y de nuevo saludaron a su señoría y ministros en primer lugar[100].

Los comisarios de la Ciudad fueron a cumplimentar al Presidente, antes de salir el último toro, con lo que terminaba la larga serie de reverencias a la Audiencia. 

Finalizado el espectáculo, los magistrados acompañaron hasta la puerta trasera del consistorio a don Francisco Antonio de Castro, quien regresó a Chancillería con los dos oidores más antiguos y seguido por el coche de respeto. Posteriormente, los magistrados tomaron sus coches y se fueron ya como particulares a sus casas.

Todos los vallisoletanos, sin duda, han sido espectadores de un ritual con un mensaje tremendamente explícito que a nadie ha podido pasar desapercibido ni dejado indiferente. La Chancillería era la institución más poderosa de Valladolid a la que todos los individuos y el resto de corporaciones, sobre todo el Municipio, estaban sometidos. Y no nos olvidemos, la administración de justicia y, por ende, la monarquía, de la que era delegada, van a ser las subsidiarias de la autoridad ostentada por la Audiencia. No en vano, asumía un papel similar al del rey cuando presenciaba funciones de toros en Madrid o en sus visitas a la ciudad del Pisuerga, donde eclipsaba el protagonismo de las instituciones urbanas, especialmente de la Chancillería y Ciudad que eran despojadas de su lugar y papel en el consistorio. Al monarca pertenecía la presidencia de la plaza y también su mando, ejercido por su caballerizo mayor[101], y ya hemos visto como en Valladolid al Presidente de la Chancillería le correspondía lo primero e implícitamente también su gobierno que delegaba en el Ayuntamiento. A través del Tribunal de Justicia, y no de la nobleza, va a ser como la Corona se represente en las fiestas de toros vallisoletanas.

 

 4.- EL PODER DE LA AUDIENCIA MÁS ALLÁ DEL RITUAL

 En cada escena ordenada hasta el detalle, en cada palabra, en cada gesto, en cada mirada que ritma la participación de la Chancillería en las fiestas de toros queda patente su inmenso poder y la subordinación de la Ciudad y su corregidor. Sin embargo, para el Tribunal no va a ser suficiente. Vamos a detenernos en comprobar cómo en determinados momentos se entromete todavía más en las mermadas facultades del Regimiento. La autoridad manifestada en el ritual taurino va a ser llevada hasta sus últimas consecuencias.

La intrusión de la Chancillería en el gobierno municipal era habitual, con miras a ampliar su esfera de poder, especialmente por parte del Presidente y oidores, como ha puesto de manifiesto Inés Gómez González para Granada[102]. No podía ser de otra forma en la fiesta, uno de los instrumentos más útiles para fortalecer la imagen de una institución. Unos regocijos que siempre que abandonaban el espacio cerrado de las iglesias y salían a las calles y a las plazas vallisoletanas deberían ser un asunto municipal, pero que no era así ante la presencia del Alto Tribunal de Justicia.

 

4.1.- Los alcaldes del crimen. A la búsqueda del poder en el coso.

 De forma deliberada he comenzado este artículo narrando un enfrentamiento entre la Ciudad y los alcaldes del crimen. Quería remarcar el aspecto más llamativo, posiblemente por resultar menos conocido, de la interferencia Ciudad-Chancillería en las fiestas taurinas.

Las intervenciones de los cuatro alcaldes del crimen en el Valladolid festivo, más allá de su participación institucional como parte de la Audiencia, se derivaban de la aplicación de sus competencias. Éstas eran muy amplias y muchas compartidas con la Justicia y Regimiento, por lo que era extremadamente confusa la línea de separación entre ambas instancias de poder, a lo que se unía la tendencia al abuso de autoridad por parte del más fuerte[103]. En consecuencia, en numerosas ocasiones estallarán los conflictos y no sólo en la fiesta.

Como tribunal superior, actuaban como jueces de apelación en las sentencias criminales y también en primera instancia en los casos de corte[104]. Ésta, su función esencial, ya coartaba a la Ciudad y a su corregidor. Por ejemplo, eran numerosas las reos que por rebeldía a la justicia ordinaria[105] se acogían a los alcaldes del crimen. La proximidad de la Chancillería explica la frecuencia de este hecho. Pero los alcaldes del crimen también eran alcaldes de corte[106].

Eran jueces en primera instancia en causas civiles – Juzgado de Provincia- y criminales en Valladolid y sus cinco leguas. La interpretación laxa de esta facultad mermaba todavía más la capacidad judicial del corregidor y daba pie a los alcaldes para entrometerse en el gobierno de la Ciudad. Un hecho, este último, permitido en cierta medida como alcaldes de corte que eran.

Por la concordia suscrita el 28 de mayo de 1488 entre el Regimiento y la Chancillería se trataron de regular las competencias de ambas instituciones, especialmente en relación a los alcaldes del crimen[107]. No debían conocer de pleito comenzado ante los jueces de la villa, sino por apelación o agravio, ni entrometerse en los asuntos de ordenanzas, rentas y propios. Este acuerdo no puso punto y final a los conflictos pues son constantes las protestas de la Ciudad ante el proceder de los alcaldes. Así, en 1608, se queja ante el Consejo “de las muchas nobedades que se ban yntroduciendo en materia del gobierno después que bolbió de Burgos a esta ciudad la Chancillería”. Protesta, entre otras cosas, que los alcaldes, a través del Juzgado de Provincia y como sala, se habían entrometido en conocer y revocar muchas de sus órdenes sobre abastos y servicios y en controlar si se guardaban o no las ordenanzas; últimamente, debido a la falta de pan habían enviado a los alguaciles a buscarlo, obligando al Municipio a su paga, y habían pregonado, contra las ordenanzas, que todo persona pudiera panadear y meter vino con pan[108]. Una nueva Cédula y Provisión Real promulgadas ese mismo año volverán a resolver momentáneamente el problema[109].

Entre las competencias de los alcaldes estaba hacer cumplir las órdenes emanadas de Madrid y del Real Acuerdo. A su vez, eran garantes del orden público y, así, como señala Aulestia, “por las noches los Alcaldes salen a rondar por toda la Ciudad, con sus ministros, y buscar por sus personas los delinquentes y evitar delitos, y que todo esté quieto”. Otra forma de restar atribuciones en este caso gubernativas al corregidor, al tener que compartir las labores policiales. En consecuencia, participaban en numerosas fiestas urbanas controlando la muchedumbre con sus alguaciles para prevenir disturbios y alborotos[110]. Sucedía en el Corpus, donde el gobierno de la procesión correspondía al teniente de corregidor, como se pone de manifiesto en la Cédula Real ganada en 1638 contra los abusos del Real Acuerdo. Lo mismo ocurría en las procesiones de Semana Santa que estaban bajo la jurisdicción de los propios alcaldes del crimen. El patio de comedias era controlado por el corregidor pero también asistía un alcalde con sus oficiales “para que la gente que la ve [la comedia] esté con quietud, y no aya alvorotos, y todo esté con más atención”. Y no nos podemos olvidar de las fiestas de toros, en las que de nuevo intervenían las dos justicias aunque el mando de la fiesta correspondía a la Ciudad.

Con tales competencias y con tal reputación y poder no es difícil comprender que los alcaldes buscaran en alguna ocasión imponerse e las fiestas de toros. En Madrid, los alcaldes de Casa y Corte van a estar en continuos conflictos con el correigodor, sobre todo en el siglo XVIII, por el mando en las fiestas de toros en las que no participaba el rey[111]. Pero Valladolid ya no era residencia del monarca y sus alcaldes no monopolizaban, sino que compartían con la Ciudad sus funciones judiciales y de vigilancia, sus funciones de gobierno eran más reducidas y tenían una menor autoridad sobre el Concejo[112]. Además, la presencia en el coso vallisoletano del Presidente y oidores frenaba sus ansias de poder. Así, en 1692, aprovecharían una celebración más informal y que no contaba con la presencia del Real Acuerdo, como eran los toros de la mañana, para hacerse con facultades que no le correspondían.  

En esta ocasión, los alcaldes del crimen tratan de actuar contra el alguacil de vagabundos por haber herido a un hombre que le impedía detener al que había soltado los perros antes de tocar a desjarrete y, por tanto, incumplido el bando del corregidor[113]. Se basarán en que les correspondía el conocimiento de esta causa “por la prebenzión real” que de ella habían echo y “querella dada por el dicho Manuel Martínez Ysidro” contra el oficial. Su carácter de jueces ordinarios en Valladolid, de garantes del orden público, puede que incluso de jueces en primera instancia en casos de corte, pues el delito había sido cometido por un oficial del corregidor, parecían avalar su actuación. Pero ¿si el gobierno de la plaza pertenecía al corregidor no le correspondería el conocimiento de este delito que se había derivado del cumplimiento de sus órdenes? Además, en las actas municipales, el escribano del ayuntamiento certifica que todo “suzedió con toda quietud sin que la jente se ynquietara ni se sacase espada ninguna”, por lo que tampoco se trataría de un asunto de policía. Si bien, en la documentación de la Chancillería se recoge lo contrario, que había “avido alboroto”[114].

En el fondo de este conflicto subyacía la oposición de los alcaldes a las atribuciones del corregidor en el coso. Así, en un primer momento, su interferencia fue más allá, poniendo en entredicho la orden de prender a Manuel Calleja, el que había contravenido el bando, al gritar desde el consistorio contra este proceder. Inmediatamente encontrarían un asunto, el del alguacil de vagabundos, en el que tenían más posibilidades para mostrar su superioridad ante una Justicia y Regimiento que se negaban a admitirla. No en vano, este delito les permitirá proceder contra el corregidor, de quien dependía la actuación de su oficial.

Al comienzo de este artículo dejamos la historia cuando el Municipio descubre, una vez finalizada la fiesta, que los alguaciles de corte se habían llevado a Manuel Martínez Isidro a la cárcel de Chancillería.

El Regimiento tenía dos opciones, formar competencia con la sala ante el Presidente de la Chancillería, a quien le correspondía dirimir los problemas entre las dos instancias judiciales, o llevarlo directamente al Consejo, al tratarse, en su opinión, de una clara violación de sus atribuciones. Inmediatamente, la sala del crimen impone una multa de 1.000 ducados al corregidor y exige la entrega del alguacil de vagabundos. Estas órdenes si bien no se llevaron a cabo, porque el Presidente lo impidió hasta que se resolviese el asunto, impulsaron a la Ciudad a enviar dos regidores a la Corte, al igual que hicieron los alcaldes del crimen, pese a los intentos del Presidente de convencerla de que no era necesario. Pero el Consejo determina que sea el Presidente quien solucione la disputa.

 La actuación de la sala es avalada por don Francisco Joániz de Echálaz

 

...declarando le tocaba [al corregidor] el conozimiento contra las personas que contrabinieron el vando y pregón que de su orden se publicó el día de los toros y las demás que ynpidieron su ejecuzión, para proceder contra ellas como allare por derecho, y a la sala del crimen el conocimiento de la causa contra Manuel Rodríguez, alguazil de vagabundos, sobre la herida que dio a Manuel Ysidro.

 Una resolución que no satisfacía al Concejo ni a su corregidor, ya que todo iba unido al gobierno que les correspondía. La sala pone en ejecución la multa, asalta la casa del corregidor, confisca y comienza a vender sus pertenencias y también actúa contra don Pedro Mercado, regidor involucrado en los acontecimientos del 27 de agosto que estaba siendo juzgado por la justicia ordinaria. Los capitulares le ayudan a pagar los 1.000 ducados y envían de nuevo dos comisarios a Madrid. Se quejan de la división de la causa pero también que “aunque quando no fuese zierta su jurisdizión no se descubría motibo de culpa alguna en él [el corregidor] ni en los rejidores para la multa y lo que la sala obraba era un agravio manifiesto con una conozida pasión molestándoles sin causa alguna”.

 Empero, los alcaldes del crimen iban a recurrir a métodos todavía más coercitivos y abusivos para tratar de parar los pies a la Ciudad. En Villacastín (Segovia), sus oficiales apresan a Miguel de San Román, el escribano del número ante quien pasaba la causa que el corregidor hizo por la contravención del bando, que acompañaba a los dos comisarios a Madrid. Le van a exigir que les entregue dicha causa que no tenía, por lo que le dejan libre en Almenara (Valladolid). Pero, de vuelta a Valladolid, ha de refugiarse en una iglesia ya que van demandarle antiguos pequeños delitos. La Ciudad también protestará de estos procedimientos, pues, según sus palabras, conseguirán que “no tenga ministro ninguno que la asista en lo que se ofreziere por el orror y miedo que les causa extraordinarias delixenxias y el fundamento de ellas”.

 Exactamente un mes después de iniciado el conflicto, el 27 de septiembre, por una Provisión Real se quitaba la multa y se ordenaba que todos los papeles se enviasen al Consejo. La solución regia tuvo lugar el 25 de octubre. Se ratificaba la división hecha por el Presidente pero se mandaba soltar tanto al alguacil de vagabundos, en manos del corregidor, como a Manuel Isidro, en la cárcel real. Asimismo, se ordenaba que los alcaldes no persiguieran a Miguel de San Román.

El rey había tomado una postura favorable con la actuación de la Chancillería, de su Presidente y alcaldes del crimen, como no podía ser de otra forma tratándose de su máximo representante en Valladolid. Aunque no se oculta el carácter problemático del asunto y que sus ministros se habían excedido, como se demuestra al dejar libres a los detenidos y levantar la multa. El camino quedaba abierto, por tanto, para nuevas intromisiones.

 Años atrás, en 1651, se había producido otro episodio en que los alcaldes del crimen de nuevo se opusieron a la autoridad del corregidor en una fiesta de toros[115]. En esta ocasión no se trataba de una corrida pública, sino de toros enmaromados en la Plaza Mayor en ocasión de la fiesta de la exaltación de la Cruz. En estos caso sno asistían las instituciones pero a la Ciudad le correspondía conceder las licencias e imponer las normas, una situación propicia para 1que los alcalde tratasen de imponerse. El Ayuntamiento había dado permiso para correr los toros sobrantes de las fiestas de la Pasión, pero ante la apelación del procurador del común debido a que los toros eran muy bravos, el Presidente y oidores habían dado auto para que se celebrase la fiesta pero no se corriesen aquellas reses.

 Iniciada la función, el corregidor se percató de que uno de los dos astados que se hallaban en la plaza eran de los prohibidos. Así “avia mandado que no se corriese y que le sacasen de la placa y echasen perros para escusar los daños que podía hacer el dicho toro y acerle matar”. Los miembros de la cofradía recurrieron a los alcaldes del crimen que estaban viendo la fiesta desde una ventana, los cuales actuaron.

...lo avían embaracado [la orden del corregidor] y quitado que no se echasen los perros, metiéndose en el govierno que no les toca sino a la Ciudad y a su merced que estava presente y le tocava el hacer que se cumpliese el auto de los dichos señores Presidente y oydores para escusar los ynconbenientes y daños que dello pudiere resultar sobre que ubo mucho alboroto en la placa. 

  Se acudió al Presidente de la Chancillería, pero este asunto no trascendió del evidente enfado del Municipio que de nuevo veía pisadas sus facultades de gobierno. Pocos años después, en 1657, aflorarían los problemas en otra “fiesta menor” aunque de cierta entidad[116]. Esta vez se celebraría en la Plaza de la Rinconada y contaría con la presencia de la Ciudad en corporación que gobernaría la fiesta. Pero la descripción de este jugoso enfrentamiento ya lo dejamos para otro momento.

Estos conflictos ponen de manifiesto cómo, en alguna ocasión, también en el coso taurino estalló la difícil relación entre el Regimiento y los alcaldes del crimen. Pasemos, a continuación, a analizar los problemas suscitados por una autoridad todavía más poderosa: el Presidente y los oidores.

 

4.2.- El Presidente y oidores. Su imponente autoridad en la disposición de las funciones.

 El Presidente y los dieciséis oidores actuaban como jueces de apelación en causas civiles y en primera instancia en las de corte, divididos en cuatro salas. También, reunidos en Acuerdo General, tenían a su cargo el gobierno de la Chancillería, además de ser el Presidente su principal autoridad. Formaban sin discusión la elite más poderosa del Valladolid moderno, como principales representantes de la Corona. El Real Acuerdo en corporación ocupaba el lugar de preeminencia en todos los actos públicos, como hemos comprobado que sucedía en los toros. La Audiencia se identificaba, incluso se diluía, en estos magistrados hasta el punto que en la documentación de las otras instituciones cuando se habla de su participación en las fiestas se le denomina frecuentemente Acuerdo.

 Su poder era extraordinario, tanto en lo jurídico como en facultades gubernativas derivadas de su autoridad. No nos olvidemos de la protesta contra la Chancillería elevada al Consejo por el Regimiento vallisoletano en 1608, ya comentada en cuanto a los alcaldes del crimen. Respecto al Presidente y oidores se queja de que, a través de las apelaciones de los procuradores del común a sus acuerdos, recibían todas las causas de gobierno, como dar licencia para introducir vino, hacer grandes posturas de vino y, además, habían procedido contra los regidores por no hacer alhóndiga en aquellos momentos de crisis.

En otras ocasiones, la Chancillería también se entrometía por propia iniciativa en asuntos de la Ciudad, a veces movida por las quejas del pueblo ante la mala gestión municipal. Ventura Pérez cuenta en su diario una anécdota acaecida en 1755 que pone claramente de manifiesto el poder del Presidente y cómo a veces su actuación agravaba todavía más la difícil situación que la había motivado[117]. Ante las malas cosechas de los años anteriores, el Presidente había ordenado la creación de una alhóndiga. Pero aquel año la cosecha fue abundante y tuvo que prohibir introducir trigo en Valladolid hasta consumir el de la alhóndiga que era mucho más caro. Poco menos de un motín popular contra su persona se desató el 22 de julio cuando salió al paseo público del Prado de la Magdalena.

 Como señala Inés Gómez, para Granada, la Chancillería se inmiscuye en el gobierno municipal argumentando que actúa en aras del bien público, aunque lo que desea es aumentar su esfera de poder. La Corona consentía la mayoría de estas actuaciones, incluso a veces llevó la iniciativa. Así, en 1699, se crea una Junta para la administración de los propios y arbitrios, dirigida por el Presidente[118]. Sus otros miembros eran un oidor, el corregidor y un regidor y los procuradores del común. Esta Junta desde 1683 ya se ocupaba de los gremios mayores y en 1716 también lo hará del gremio de herederos de viñas[119].

 En el ayuntamiento del 11 de mayo de 1638, la Ciudad concedía licencia a la cofradía de la Paz, de la parroquia de San Julián, para correr 10 toros en la Rinconada, haciendo a su costa el tablado para los regidores[120]. Nueve días después, el Acuerdo da el auto siguiente:

Mandaron que la cofradía y cofrades de Nuestra Señora de la Paz, sita en la parrochial de san Julian desta ciudad, no haga la fiesta de toros que tiene prebenida para uno de los días de Pascua del Spíritu Santo que biene, ni el corregidor les de licencia ni permisión para ello, ni se lo consienta hacer, pena de mil ducados para la cámara de su magestad; y condenaron a todos los regidores que botaron se hiciese la dicha fiesta y dieron licencia para ello, a cada uno en cinquenta ducados[121].

  Sus motivaciones para tal prohibición no se señalan. Posiblemente trataba de evitar que se hiciesen corridas de gran relieve que no tuvieran el rango de fiesta pública en la Plaza Mayor, ya que sólo a éstas iba la Audiencia en forma. Ya había sucedido en 1635, cuando la cofradía de la Pasión había logrado licencia para correr toros enmaromados en la Plaza Mayor pero luego trató de celebrar la fiesta con las reses sueltas. La Ciudad en un principio estuvo conforme, señalando que de realizarse así tanto ella como la Audiencia deberían estar como particulares en la función[122]. Pero el Presidente exigió que se corriesen enmaromados “porque su señoría ni demás señores del Acuerdo no era razón asistiesen a semexantes fiestas”[123]. De nuevo, en 1637, en ocasión de otra función similar organizada por la misma cofradía, el Acuerdo ordenaba que no se corriesen sueltos[124].

No sentó bien al Ayuntamiento la orden de 1638 “respeto de tocar a esta Ciudad el gobierno de ella y dar semexantes licencias, como en otras muchas ocasiones las ha dado” y dos regidores son enviados a Madrid[125]. El 4 de junio el Presidente de la Chancillería levanta la multa a los regidores por haberse suspendido la fiesta[126] y pocos días después, el 14, llega una Cédula Real cuyo contenido desconozco[127].

El acontecimiento de 1638 no era precisamente inusual ni restringido a los regocijos taurinos. La tutela del Real Acuerdo se advertía sobre todo en las funciones monárquicas – a cargo del Cabildo y la Ciudad–, con la que buscaba el buen éxito de la celebración y, como no, el máximo lucimiento de la institución. Son ilustrativas las fiestas por la canonización de Fernando III, en 1671, en las que estalla el conflicto entre Cabildo y Ciudad y ésta se niega a concurrir al octavario en la catedral y decide alterar el programa festivo, pero el Real Acuerdo se lo impedirá[128]. También se notaba su presencia en las dos celebraciones de carácter ordinario que formaban parte de las obligaciones del Regimiento: los toros y el Corpus. Incluso en los festejos taurinos, en el protocolo, quedaba sancionada gran parte de esta intromisión, sobre todo en su desarrollo, por lo que los conflictos vendrían motivados por aspectos organizativos. Recordemos el auto de 1641, por el que el Acuerdo obliga a la ciudad a celebrar una tercera fiesta por la mala calidad de los toros que se acababan de correr, y los ejemplos son innumerables.

No debemos pensar, sin embargo, que la Ciudad siempre se va a mostrar disconforme, o a lo menos resignada, con estas intromisiones del Real Acuerdo en sus funciones de gobierno. Las relaciones entre las dos instituciones, como señala Adriano Gutiérrez Alonso, fueron normalmente buenas, en lo que posiblemente influyó las vinculaciones personales entre los miembros de una y otra institución[129], a lo que podemos añadir el prestigio y los numerosos beneficios que se derivaban para Valladolid como residencia de este Tribunal. En numerosas ocasiones, cuando se planteaba un problema en la organización de los festejos, la Ciudad acudía a solicitar su parecer al Presidente. Así, en 1664, ante las dudas para celebrar las fiesta y despeñadero de toros de la cofradía de la Cruz, por estar haciéndose rogativas por agua a la imagen de Nuestra Señora de San Lorenzo en la catedral, se lo consulta al Presidente, quien señalará que el Acuerdo es del parecer que se atrasen los festejos[130].

 Veamos el otro mecanismo en manos del Presidente y oidores, como salas de justicia, para actuar en las fiestas de toros y que ya he adelantado al detenerme en el conflicto de 1608: el conocimiento, por vía de apelación, de “las cosas que se mandan en las ciudades, villas y lugares, cerca de la gobernación de ellas”[131]. El 23 de septiembre de 1620 se da mandamiento ejecutorio en el pleito habido entre el procurador del común y la Justicia y Regimiento de Valladolid[132]. El motivo había sido la apelación del procurador del común a la Chancillería de la decisión del Ayuntamiento de celebrar una tercera corrida de toros y dar propina a sus capitulares, ya que la costumbre era de que solo hubiera dos anuales. Los autos de vista y de revista fueron favorables a la Ciudad pero se le obliga a cambiar el día de la fiesta, ya que el miércoles después de San Miguel se estaba celebrando todavía la feria de septiembre y la Plaza Mayor estaba ocupada por los feriantes.

La vecindad de la Chancillería va a hacer que el recurso jurídico a este Tribunal se convierta en algo cotidiano. Las fiestas de toros son un asunto demasiado importante en la sociedad antiguorregimental y, por tanto, fuente de diversos pleitos contra las decisiones de la Ciudad, su principal responsable. Era un nuevo obstáculo para la actuación del Regimiento que no se producía con tanta frecuencia en otros lugares[133] y que permitía al Tribunal introducirse en el gobierno municipal, sobre todo cuando resolvía en contra de una Ciudad que había actuado de acuerdo a sus ordenanzas y derechos, como en 1608. Los procuradores del común, pero también los vecinos de la Plaza, cuando el Ayuntamiento no organizaba las corridas ordinarias que tenía obligación, acudían constantemente a la Audiencia. A veces, sólo daba un auto, pero la suplicación de la parte perjudicada, normalmente el Regimiento, provocaba que se continuase un litigio en toda regla[134].

El ejemplo más característico de este instrumento de poder de la Chancillería sobre las fiestas de toros son los dos pleitos seguidos por los dueños de las casas de la Plaza para obligar a la Ciudad a su celebración y que ya hemos visto. Posteriormente, amparándose en los derechos reconocidos, siempre que el Concejo se niegue a celebrar una corrida recurrirán al Presidente y oidores, como sucede en 1639 o en 1683[135]. Ya en el siglo XVIII, el ilustrado local Ruiz de Celada, en su obra Estado de la bolsa de Valladolid, donde critica la mala administración de la hacienda municipal, arremeterá contra la carta ejecutoria de 1670, la que definitivamente encadena a la Ciudad[136]. Para él no fue tal, “sólo unos autos puramente providenciales gubernativos, sin contienda formal de juicio”. Y se fundaron en supuestos faltos, ya que el Regimiento nunca había tenido la obligación legal de financiar dichas corridas y tampoco era cierto que los vecinos de la Plaza necesitasen sus ingresos para pagar los crecidos censos que la Ciudad cobraba de sus casas, pues éstos eran únicamente sobre los solares tras la reconstrucción por el incendio de 1561.

En las fiestas de toros, el Presidente y oidores superaban los amplios márgenes marcados por el ceremonial. Sus intromisiones son más numerosas y graves que las de los alcaldes y, paradójicamente, mejor toleradas, pues ¿cómo podía oponerse el Regimiento a su tremendo poder, avalado por la Corona?

 Alonso Núñez de Castro subrayó que “sólo Madrid es Corte”, pero Valladolid también va a experimentar los efectos de ser una corte en miniatura como sede de la Real Chancillería. Era la institución más preeminente de la ciudad y sus competencias, como toda autoridad judicial en la Época Moderna, superaban el ámbito de la administración de justicia, pudiendo establecerse ciertos paralelismos con el Consejo de Castilla y la Sala de Alcaldes en la villa madrileña. Los principales afectados fueron, sin duda, el Municipio y su corregidor, quienes, entre otros aspectos, vieron mermadas sus posibilidades de prestigio en las ceremonias públicas a favor de este Tribunal. Así, la representación de poder se complica en los festejos taurinos vallisoletanos al no reducirse a una Ciudad que los organizara, controlara y presidiese. Y no sólo el Regimiento o la Audiencia, su auténtica protagonista, sino también otros “actores”, como el Santo Oficio, el Cabildo, la Universidad o el Colegio de Santa Cruz interpretaban su papel en aquel escenario de reputación que eran las fiestas de toros. Diversión y poder mostraban una vez más su mutua interpenetración y simbiosis en la sociedad lúdica y jerárquica del Antiguo Régimen.

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NOTAS
 


[1] La descripción de lo sucedido en A(rchivo) M(unicipal) V(alladolid), Actas, nº 71, 27-VIII-1692, ff. 187r.-188r.; Ibid., 25-X-1692, ff. 257r.-2261v. (copia de la Real Provisión).  

[2] Bonet Correa, Antonio: Fiesta, poder y arquitectura, Madrid, 1990, p. 14.

[3] He partido de la concepción de la fiesta desde la perspectiva de la nueva historia política: la fiesta como instrumento de poder; vid., entre otros, González Enciso, Agustín y Usunáriz Garayoa, Jesús María (dirs.): Imagen del rey, imagen de los reinos. Las ceremonias públicas en la España Moderna (1500-1814), Pamplona, 1999. Una interpretación similar a la realizada desde la historia del arte basándose en la capacidad de sugestión de la escenografía desarrollada; Cuesta García de Leonardo, Mª José: Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII, Granada, 1995. Pero no he dejado de lado uno de los elementos que hizo posible esta manipulación festiva: el carácter lúdico de la sociedad antiguorregimental, estudiada desde las mentalidades; Bennassar, Bartolomé: Los españoles, actitudes y mentalidad, Barcelona, 1976, pp. 138-166.

[4] Tratado contra los juegos públicos, BAE, nº 31, Madrid, 1950, pp. 413-462.

[5] Aranda Pérez, Francisco José: “Mecanismos y fuentes de representación del poder de las oligarquías urbanas”, en Aranda Pérez, Francisco José (coord): Poderes interpuestos, poderes intermedios: sociedad y oligarquías en la España Moderna, Ciudad Real, 1999, p. 157.

[6] Además de las fuentes documentales y obras de la época, han sido útiles los siguientes libros sobre los festejos taurinos en el Valladolid moderno: Bennassar, Bartolomé: Valladolid en el Siglo de Oro, Valladolid, 1989 (2º ed.), pp. 442-444; Agapito Revilla, Juan: Cosas Taurinas de Valladolid, 1990 (ed. de sus artículos de 1941-1942); Izquierdo García, María Jesús y Milán Sarmentero, Marco Antonio: Los toros en Valladolid en el siglo XVI, Valladolid, 1996; Casares Herrero, Emilio: Valladolid en la historia taurina (1152-1890), Valladolid, 1999. Para la investigación en los protocolos notariales, he utilizado el catálogo de Rojo Vega, Anastasio: Fiestas y comedias en Valladolid, siglos XVI-XVII, Valladolid, 1999.

[7] Canesi Acebedo, Manuel: Historia de Valladolid (1750), Valladolid, 1996 (3 vols., ed. facsímil).

[8] A.M.V., Actas, nº 48, 10-V-1628, f. 297r.; Ibid., nº 62, 20-VI-1670, f. 315 r.

[9] En 1625, los nobles solicitan que la Ciudad organice una fiesta de toros en la que saldrían a torear, a la que se incorporarán cañas, señalando que es “para regocijo del lugar” (A.M.V., Actas, nº 47, 12-IX-1625, f. 160r.). En 1692, el Presidente está conforme que el toreo burlesco que iban a celebrar los caballeros en el Campo Grande, con motivo del Carnaval, se traslade a la Plaza Mayor para que “se festeje el pueblo” (Ibid., nº 71, 28-I-1692, f. 49r.).

[10] A.M.V., Actas, nº 48, 5-XI-1629, ff. 650v.-651r.

[11] Por citar algunos autores, desde antropólogos como Caro Baroja, Julio: El estío festivo, Barcelona, 1984, pp. 261-674 (connotaciones religiosas) y Pitt-Rivers, Julián: “Del sacrificio del toro”, en Le Temps de la Reflexion, IV, 1983 (las fiestas de toros como un acto sacrificial); sociólogos como Gil Calvo, Enrique: Función de toros, 1989; hasta otros estudiosos de la lidia como Cobaleda, Mariate: El simbolismo del toro, Madrid, 2002.

[12] Bennassar, Bartolomé: Historia de la tauromaquia, Valencia, 2000, p. 38.

[13] Peral Vereterra, Diego del: Sagrados cultos, aplausos célebres, ostentosos júbilos, magestuosas fiestas, que la muy ilustre cofradía de la Cruz (...) ha celebrado el Septiembre deste año de 1681 a la Dedicación Sagrada de su sumptuoso, y admirable Templo, Valladolid, 1681, p. 71. Biblioteca Histórica de Santa Cruz, impresos 12.577.

[14] A.M.V., Actas, nº 53, 7-IX-1641, f. 246; Ibid., 11-IX-1641, ff. 247v.-248r.

[15] Ibid., nº 38, 30-VI-1614, f. 276v.; Ibid., 2-VII-1614, ff. 279v.-280r.

[16] En la corrida de toros celebrada en 1700 figura que el Cabildo tenía cinco casas en la Plaza, la Inquisición tres y el Colegio de Santa Cruz dos. A.M.V., Cajas Históricas, Caja 49, Exp. 1, nº de catálogo 11.

[17] A(rchivo) C(atedralicio) V(alladolid), Libros del Secreto, 2-V-1664, f. 696v.; A(rchivo) U(niversitario) V(alladolid), Libros de Claustros, nº 10, 28-VI-1675, ff. 280v.-281r.; A.M.V., Actas, nº 59, 19-IV-1664, f. 1.060r.; A(rchivo) R(eal) CH(ancillería) V(alladolid), (Secretaría del Acuerdo), Libros del Acuerdo, nº 13, 2-VI-1677, f. 446v.

[18] La mujer del comisario del refresco es la que dispone el de las mujeres de los magistrados (A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 17, 1-IX-1727, f. 872r.). Del refresco de las regidoras se ocupan dos comisarios (A.M.V., Actas, nº 61, 18-IV-1663, f. 119r.).

[19] “Valladolid en el siglo XVII”, en Valladolid en el siglo XVII, tomo IV de la Historia de Valladolid, Valladolid, 1982, p. 105. Lo mismo señala Bennassar, Bartolomé: Los españoles..., p. 138.

[20] La fiesta y el rito como formas de cohesión social a distintos niveles ha sido tratado especialmente por antropólogos: Pitt-Rivers, Julián: “La identidad local a través de la fiesta”, en Revista de Occidente, 38-39 (1984) pp. 17-35; Gómez García, Pedro: “Hipótesis sobre la estructura y función de las fiestas”, en Córdoba, Pierre y Etienvre, Jean-Pierre (eds.): La fiesta, la ceremonia y el rito, Granada, 1990, pp. 51-62.

[21] Soubeyroux, Jacques: “Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del siglo XVIII”, en Estudios de Historia Social, 12-13 (1980) p. 131.

[22] A.M.V., Actas, nº 73, 13-IX-1698, f. 141v., al tratar sobre las fiestas de toros por la colocación de San Isidro en su nueva capilla.

[23] Egido López, Teófanes: “La religiosidad colectiva de los vallisoletanos”, en Valladolid en el siglo XVIII, tomo V de la Historia de Valladolid, Valladolid, 1984, pp. 157-260 y Domínguez Ortiz, Antonio: “Iglesia institucional y religiosidad popular en la España barroca”, en Córdoba, Pierre y Etienvre, Jean-Pierre (eds.): Op. cit., pp. 11-20.

[24] A.M.V., Actas, nº 48, 25-VI-1627, f. 101v.

[25] La presencia de mojigangas en el ruedo, de hombres toreando vestidos de mujeres, de dominguillos... era habitual en las fiestas de toros del Barroco. Guillaume-Alonso, Araceli: La tauromaquia y su génesis (siglos XVI y XVII), Bilbao, 1994, pp. 175-191.

[26] En Valladolid, todo el pueblo participaba echando garrochas, dardos y perros desde la barrera y corriendo en los encierros. Incluso había la posibilidad de intervenir en el mismo espectáculo taurino, aunque se fue limitando, a medida que se profesionalizaba el toreo a pie, a salir al ruedo tras el toque a desjarrete y en los toros de la mañana y, posteriormente, sólo en el toro de “la bigarrada” que se corría después del encierro.

[27] Deleito y Piñuela, José: ...También se divierte el pueblo, Madrid, 1988 (2ª ed.), p. 132.

[28] Rebollo Matías, Alejandro: “La Plaza y Mercado Mayor” de Valladolid, 1561-95, Valladolid, 1988; Altés Bustelo, José: Plaza Mayor de Valladolid: el proyecto de Francisco de Salamanca para la reedificación del centro de Valladolid en 1561, Valladolid, 1998.

[29] Algunos ejemplos figuran en Agapito y Revilla, Juan: Op. cit., pp. 72-76.

[30] Izquierdo García, Mª Jesús y Milán Sarmentero, Marco Antonio: Op. cit., pp. 28-29.

[31] Pinheiro da Veiga, Tomé: Fastiginia, Valladolid, 1989, pp. 127-128.

[32] Peral Vereterra, Diego del: Magníficas fiestas y sagradas solemnidades con que la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Valladolid, ha celebrado al culto Inmemorial del Santo San Pedro Regalado, Valladolid, 1683, pp. 95-96. Biblioteca Histórica de Santa Cruz, impresos 12.486.

[33] A.M.V., Actas, nº 50, 7-IX-1635, f. 407r.

[34] A(rchivo) H(istórico) P(rovincial) V(alladolid), Protocolos Notariales, Caja 2.301, f. 95v.; A.M.V., Actas, nº 59, 23-XI-1661, f. 912r.

[35] A.M.V., Actas, nº 64, 17-IX-1674, f. 504r.

[36] Campo, Luis del: Pamplona y toros. Siglo XVII, Pamplona, 1975; Viforcos Marinas, Mª Isabel: El León barroco: los regocijos taurinos, León, 1992; Flores Arroyuelo, Francisco J.: Correr los toros en España, Madrid, 1999, pp. 227-289.

[37] A.H.P.V., Protocolos Notariales, Caja 1.048, f. 23 r. (escritura de obligación del ganadero para cuidar de las reses que sobraron).

[38] A.M.V., Actas, nº 52, 23-IX-1639, f. 425v.

[39] El cálculo del coste de la corrida de 1681 es de 13.202 rs. (CUADRO Nº 1) mientras que en 1700 dos fiestas fueron 30.577 rs. (A.M.V., Cajas Históricas, Caja 49, Exp. 1, nº de catálogo 9).

[40] Estudios sobre la decadencia en Castilla. La Ciudad de Valladolid en el siglo XVII, Valladolid, 1989.

[41] Señalado en 1634 cuando se trata de no celebrar la segunda fiesta de toros. A.M.V., Actas, nº 50, 11-IX-1634, ff. 284v.-285r.

[42] A.M.V., Cajas Históricas, Caja 53, Exp. 7, nº de catálogo 1.695 (Carta Ejecutoria de 1670).

[43] A.R.CH.V., Documentación Municipal, Secretaría General, Caja 75, ff. 471-493 (Reales Provisiones de concesión y prorrogaciones de la facultad).

[44] Esta fecha es bastante dudosa ya que si bien se indica en 1664 no figura el concierto al que se llegó en 1647 con la cofradía de la Pasión para que su fiesta sustituyese a la de la Ciudad. La primera vez que figura es en 1648 con la cofradía de la Cruz. A.M.V., Actas, nº 55, 27-III-1648, f. 49r.

[45] A.M.V., Actas, nº 48, 9-VIII-1628, f. 351r.; Ibid., nº 52, 9-VI-1638, f. 232v.

[46] Por ejemplo, por el nacimiento de infante en 1607. A.M.V., Actas, nº 32, 18-IX-1607, f. 220.

[47] Ibid., nº 48, 20-X-1629, f. 639v.; Ibid., nº 54, 06-VIII-1644, f. 71r.

[48] Relación verdadera de las grandiosas fiestas, y regozijos, que la (...) Ciudad de Valladolid hizo a nuestro Rey, y señor Don Felipe Quarto el Grande, viniendo de Irún (...), Madrid, 1660, Biblioteca General de la Universidad de Granada, B-37-22 (43).

[49] A.U.V., Libros de Claustros, nº 9, 30-VI-1668, f. 107v.

[50] La documentación de la Chancillería habla de Audiencia para referirse a los asistentes a los actos públicos, que eran los ministros togados: Presidente, oidores, alcaldes del crimen, juez mayor de Vizcaya, alcaldes de hijosdalgo y fiscales; a los que se unían el alguacil mayor y el pagador. Las demás instituciones suelen hablar de Acuerdo, aunque de forma estricta sólo era la reunión del Presidente y oidores.

[51] En dos ocasiones, en 1674 y 1676, se trata en el Claustro sobre pedir licencia al Consejo de Castilla para ver las fiestas de toros en comunidad, como tenían Salamanca y Alcalá, y la derogación de la cláusula de prohibición (A.U.V., Libros de Claustros, nº 9, 27-VII-1674. f. 259r.; Ibid., 25-VIII-1676, f. 298r.). En la Provisión Real de 1610 sobre la visita de la Universidad se recuerda que no se pueden gastar sus fondos para tablados y colaciones de toros (Ibid., nº 6, 7-VIII-1610, f. 75v.).

[52] A.U.V., Libros de Claustros, nº 4, 21-VI-1592, f. 250v.; Ibid., nº 5, 12-VIII-1600, f. 63r.; Ibid., 3-V-1605, f. 174r.; Ibid., 25-VIII-1606, ff. 214r.-214v.; Ibid., nº 6, 25-IX-1620, ff. 383r.-383v.

[53] Ibid., nº 5, 25-VIII-1606, ff. 214r.-214v.; Ibid., nº 6, 23-XI-1617, ff. 309v.-310r.

[54] Ibid., nº 8, 28-II-1660, ff. 625r.-625v.; Ibid., 5-VI-1660, ff. 635r.-635v.; Ibid., 18-VI-1660, 637v.-638r.

[55] Ibid., nº 9, 20-VI-1668, f. 106v.

[56] Ibid., 30-VI-1668, f. 107v.

[57] Ibid., 30-VI-1668, ff. 107v.-108r.; Ibid., 18-VII-1668, ff. 108v.-109r.

[58] Ibid., 15-IV-1670, ff. 148r.-148v.

[59] Ibid., 20-VII-1674, f.257r.

[60] Bonet Correa, Antonio: Op. cit., p. 5.

[61] Maravall, José Antonio: La cultura del Barroco, Barcelona, 1986 (4ª ed.). Su interpretación de dicha cultura, como medio de difusión ideológica y de adhesión extrarracional, ha sido aplicada a la fiesta sobre todo desde la historia del arte, Cuesta García de Leonardo, Mª José: Op. cit. Otros autores, si bien rechazando o eludiendo el estudio de la fiesta desde una perspectiva únicamente psicológica, sí aceptan el ser un medio de representación del poder: López, Roberto J.: Ceremonia y poder a finales del Antiguo Régimen, Santiago de Compostela, 1995, Río Barredo, Mª José del: Madrid, Urbs Regia. La capital ceremonial de la Monarquía Católica, Madrid, 2000, centrada en la monarquía.

[62] Urquiza, Fernando Carlos: “Etiquetas y conflictos: el obispo, el virrey y el cabildo en el Río de la Plata en la segunda mitad del siglo XVIII”, en Anuario de Estudios Americanos, L-I, (1993) pp. 55-100, así como las obras de la nota anterior, entre las que destaca la de Roberto J. López que da tanta importancia a la organización como a la participación en las ceremonias, pues el resto se detienen sobre todo en lo segundo. Esta interpretación, señaladamente en cuanto al ceremonial y etiqueta, parte del paradigma de la sociedad cortesana de Luis XIV, Elias, Norbert: La sociedad cortesana, México, 1982; y aportaciones de autores como Lenski, Gerard E.: Poder y privilegio. Teoría de la estratificación social, Barcelona, 1993 (importancia del prestigio en sociedades preindustriales) y Guerra, François-Xavier: “Hacia una nueva historia política. Actores sociales y actores políticos”, en Anuario del IEHS, 4 (1989) pp. 243-264 (acuña el término “actores colectivos sociales” para los protagonistas de la política moderna, trasladado al ceremonial por Urquiza).

[63] Bonet Correa, Antonio: Op. cit.

[64] Navascués, Pedro: La Plaza Mayor en España, Madrid, 1993; en cuanto a Valladolid, vid. nota 28. Sobre la Plaza Mayor como escenario ideal de la fiesta barroca, Bonet Correa, Antonio: Op. cit., p. 20.

[65] En cuanto a la concesión de los grados de doctor, sobre todo para el XVIII, Torremocha Hernández, Margarita: Ser estudiante en el siglo XVIII. La Universidad vallisoletana de la Ilustración, Valladolid, 1991, pp. 421-447.

[66] A.U.V., Libros de Claustros, nº 7, 14-VII-1625, f. 125v.; Ibid., 1-IX-1625, ff. 137r.-138r.

[67] A.C.V., Libros del Secreto, 12-IV-1660, f. 616v.

[68] Canesi Acebedo, Manuel: Op. cit., tomo III, pp. 33-35 (auto de fe de 1667).

[69] Viforcos Marinas, Mª Isabel: Op. cit., p. 139.

[70] Maravall, José Antonio: “Teatro, fiesta e ideología en el Barroco”, en Díez Borque, José María (dir.): Teatro y fiesta en el Barroco, Barcelona, 1986, p. 87.

[71] A.M.V., Cajas Históricas, Caja 50, Exp. 6, nº de catálogo 408 (traslado de la Provisión Real de 1712).

[72] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 11, 27-VI-1668, f. 478v.; Ibid., nº 13, 13-IX-1677, ff. 477v.-478v.

[73] A.M.V., Actas, nº 48, 23-VIII-1627, f. 131v.

[74] García-Baquero González, Antonio, Romero de Solís, Pedro y Vázquez Parladé, Ignacio: Sevilla y la fiesta de toros, Sevilla, 1994 (2ª ed.), pp. 48-49.

[75] Guillaume-Alonso, Araceli: Op. cit., pp. 251-252.

[76] A.M.V., Actas, nº 31, 26-VI-1606, ff. 122r.-122v.; Ibid., nº 48, 12-VII-1628, ff. 335r.-335v.

[77] La disposición de estas fiestas de toros en A.M.V., Actas, nº 59, 14-VII-1662, f. 1147r.; Ibid., nº 66, 20-VI-1681, ff. 751r.-752v.; Ibid., nº 73, 5-VIII-1698, ff. 123r.-124r.

[78] Los gremios ofrecen 300 ducados para la fiesta de toros. A.M.V., Actas, nº 55, 11-XI-1652, 828v.

[79] A.M.V., Actas, nº 57, 3-XII-1657, ff. 555v.-556r.; Amigo Vázquez, Lourdes: “Una patrona para Valladolid. Devoción y poder en torno a Nuestra Señora de San Lorenzo durante el Setecientos”, en Investigaciones Históricas, 22 (2002) p. 30.

[80] Para todo lo referente a la actuación de este Tribunal de Justicia, Fernández de Ayala Aulestia, Manuel: Práctica y formulario de la Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1667. En cuanto a la bibliografía es necesario destacar por su rigurosidad las obras de Gómez González, Inés: La Justicia en almoneda: la venta de oficios en la Chancillería de Granada, Granada, 2000; La justicia, el gobierno y sus hacedores. La Real Chancillería de Granada en el Antiguo Régimen, Granada, 2003; éste último libro, que fue su tesis doctoral, me ha servido de base para el presente artículo y agradezco a su autora el haberme dejado consultarlo antes incluso de su publicación. Otras obras sobre la Chancillería vallisoletana: Varona, Mª Antonia: La Chancillería de Valladolid en el reinado de los Reyes Católicos, Valladolid, 1981; Martín Postigo, Mª de la Soterraña: Historia del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1979; Los presidentes de la Real Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1982; Martín Postigo, Mª de la Soterraña y Domínguez Rodríguez, Cilia: La Sala de los Hijosdalgo de la Real Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1990; Kagan, Richard L.: Pleitos y pleiteantes en Castilla, Salamanca, 1991; Domínguez Rodríguez, Cilia: Los alcaldes de lo criminal en la Chancillería castellana, Valladolid, 1993. Para su homóloga en Granada: Ruiz Rodríguez, Antonio Ángel: La Real Chancillería de Granada en el siglo XVI, Granada, 1987; Gan Jiménez, Pedro: La Real Chancillería de Granada (1505-1834), Granada, 1988. En cuanto a la administración de la justicia real: Heras Santos, José Luis de las: La Justicia Penal de los austrias en la Corona de Castilla, Salamanca, 1994.

[81] Gómez González, Inés: “La visualización de la justicia en el Antiguo Régimen. El ejemplo de la Chancillería de Granada”, en Hispania, 199 (1998) p. 567.

[82] Sobre la alteración festiva que provoca la Chancillería en las fiestas religiosas, Amigo Vázquez, Lourdes: “Justicia y piedad en la España moderna. Comportamientos religiosos de la Real Chancillería de Valladolid”, en Hispania Sacra, 55 (2003), pp. 101-107.

[83] La descripción de la función taurina en A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 13, ff. 644r.-646v.

[84] A.M.V., Actas, nº 66, 16-XI-1678, ff. 151r.-151v.

[85] Fiesta que se guardaba a raíz del incendio de 1561. A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 1625, f. 416.

[86] La invisibilidad e inaccesibilidad fueron componentes fundamentales del poder regio en la España de los Austrias. Feros, Antonio: El Duque de Lerma, Madrid, 2002, pp. 145-173.

[87] Los dieciséis oidores que se encargaban de las causas civiles se dividían en cuatro salas con su presidente, uno de ellos el oidor decano.

[88] A.M.V., Libros del Acuerdo, nº 17, 22-VIII-1715, f. 193v. Las descripciones del XVII son más parcas y sólo señalan al lado derecho la Audiencia y al izquierdo la Ciudad.

[89] En 1582 la Ciudad protestó ante el Consejo por esta novedad pero no le dio la razón. A.R.CH.V., Documentación Municipal, Secretaría General, Caja 52, Exp. 28.

[90] Auto del Acuerdo para que asistan las mujeres juntas al Corpus y a los toros. A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 7, 23-V-1622, f. 283r.

[91] A.M.V., Actas, nº 62, 8-VII-1671, ff. 536v.-537r.

[92] La Real Cédula de 1678 en A.M.V., Actas, nº 66, 17-X-1678, ff. 134v.-135v.

[93] No figura en la documentación la reverencia al Presidente como es lo habitual en todas las plazas, posiblemente porque el despeje se hiciera antes de estar sentado, En Pamplona, se hacía al virrey. Campo, Luis del: Op. cit., pp. 57 y 59.

[94] Cossío, José María de: Los toros. Tratado técnico e histórico, tomo I, Madrid, 1943, p. 812.

[95] Resolución del Consejo. A.R.CH.V., Documentación Municipal, Caja 52, Exp. 28.

[96] A.M.V., Actas, nº 11, 27-VII-1582, ff. 712r.

[97] Durante la estancia de la Corte, 1601-1606, se había trasladado primero a Medina del Campo y después a Burgos.

[98] A.M.V., Actas, nº 35, 1-IX-1610, ff. 353v.-354r.

[99] Ibid., Cajas Históricas, Caja 5, Exp. 4, nº catálogo 113.

[100] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 18, 3-IX-1732, ff. 198v.-199r.

[101] Cossío, José María de: Op. cit., tomo I, p. 642.

[102] Gómez González, Inés: “La Chancillería de Granada y el gobierno municipal”, en Chronica Nova, 24 (1997) pp. 103-120; La justicia..., pp. 187-232 (funciones de gobierno de la Chancillería en el territorio de su jurisdicción, incluida la ciudad de Granada).

[103] Me baso fundamentalmente en Gómez González, Inés: La justicia..., pp. 55-61, 158-159 y 219-220; Fernández de Ayala Aulestia, Manuel, M: Op. cit., ff. 9-12.

[104] Se consideraban casos de corte determinados delitos -muerte segura, mujer forzada, tregua quebrantada...-, los procesos en que se ven implicados los más desfavorecidos –viudas, huérfanos...- y aquellos en los que el común se enfrenta a los más poderosos; en este último apartado se incluían las querellas contra concejo o regidor. También contra corregidor, alcalde ordinario u otro oficial. Gómez González, Inés: La justicia... (en prensa).

[105] En 1693 por Real Cédula se solicita al Real Acuerdo que informe sobre ésta práctica. A.R.CH.V., Cédulas y Pragmáticas, Caja 8, Expediente 73. San Lorenzo, 6-VI-1693.

[106] Valladolid, al albergar el sello real en su Chancillería, tenía un estatus jurídico especial, de ahí que los alcaldes del crimen tengan funciones similares a los alcaldes de casa y corte donde reside el monarca. Gómez González, Inés: La justicia..., p. 159.  

[107] Varona García, Mª Antonia: Op. cit., pp. 386-389.

[108] A.M.V., Actas, nº 33, 1-VIII-1608, ff. 383v.-384r. Posiblemente, algunas de estas interferencias fueran por orden del Presidente y oidores. 

[109] Ibid., 29-X-1608, f. 438v.

[110] Fernández de Ayala Aulestia, Manuel: Op. cit., ff. 51r.-52r.

[111] Cossío, José María de: Op. cit., tomo I, pp. 812-813.

[112] Sobre los alcaldes de casa y corte y sus atribuciones que también se extendían a la vigilancia de mesones y posadas, marcar los aranceles y posturas para la venta de alimentos, la higiene y la salud pública, conceder licencias para la apertura de negocios..., vid. Sánchez Gómez, Rosa Isabel: Estudio institucional de la sala de alcaldes de casa y corte durante el reinado de Carlos II, Madrid, 1989. En cuanto al recorte de atribuciones al Regimiento que suponía su presencia, Hernández, Mauro: A la sombra de la Corona. Poder local y oligarquía urbana (Madrid, 1606-1808), Madrid, 1995, pp. 1-42.

[113] Este expediente en A.M.V., Actas, nº 71, 27-VIII-1692, ff. 187r.-188r. y Sesiones siguientes hasta el 29-X-1692, ff. 237r.-237v.

[114] Formación de la competencia entre corregidor y alcaldes. A.R.CH.V., Cédulas y Pragmáticas, Caja 4, Exp. 45.

[115] A.M.V., Actas, nº 55, 13-IX-1651, ff. 572v.-573v.

[116] Ibid., nº 57, 24-X-1657, ff. 525r.-528r. y sesiones siguientes.

[117] Pérez, Ventura: Diario de Valladolid (1885), Valladolid, 1983 (ed. facsímil), pp. 301-302.

[118] A.M.V., Cajas Históricas, Caja 51, Exp. 8, nº catálogo 1.165.

[119] Ibid., nº catálogo 1.164; Ibid. nº catálogo 1.168.

[120] A.M.V., Actas, nº 52, 1-V-1638, f. 216v.

[121] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 8, 20-V-1638, f. 182r.

[122] A.M.V., Actas, nº 50, 27-VIII-1635, ff. 403r.-403v.

[123] Ibid., 27-VIII-1635, f. 404r.

[124] Ibid., 27-VIII-1637, ff. 95v.-96r.

[125] A.M.V., Actas, nº 52, 21-V-1638, ff. 223r.-224r.

[126] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 8, 4-VI-1638, f. 183v.

[127] A.M.V., Actas, nº 52, 14-VI-1638, f. 235v.

[128] El Cabildo había convidado a la Ciudad a todo el octavario indicando que la Audiencia estaba conforme en asistir con ella el primer día. Pero no era así y el Regimiento se ensaña con el Cabildo. Amigo Vázquez, Lourdes: “La apoteosis de la Monarquía Católica Hispánica. Fiestas por la canonización de San Fernando en Valladolid (1671)”, comunicación defendida en la VIIª Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna, 2002.

[129] Gutiérrez Alonso, Adriano: “Sociedad y poder. La oligarquía vallisoletana y sus relaciones con otras instancias de poder urbanas”, en Valladolid. Historia de una ciudad, Tomo II, Valladolid, 1999, p. 397.

[130] A.M.V., Actas, nº 61, 6-V-1664, f. 464r.

[131] Gómez González, Inés: La justicia..., pp. 158, 213 y 221; Nueva Recopilación, II, 5, 54.

[132] Ibid., Cajas Históricas, Caja 5, Exp. 1, nº catálogo 109.

[133] La Corona era consciente de este frecuente recurso al Presidente y oidores y exigía prudencia a la hora de admitir tales apelaciones contra las decisiones de gobierno de las ciudades, villas y lugares. Nueva Recopilación, II, 5, 54.

[134] Otra de las vías para actuar judicialmente contra la Ciudad era en primera instancia ante los alcaldes del crimen. Un recurso especialmente utilizado por los ganaderos para exigir la paga de los toros cuando ésta se demoraba. Así, en 1686 existe pleito ejecutivo contra la Ciudad por los toros del año anterior (A.M.V., Actas, nº 68, 20-12-1686, ff. 624v.-625r.). Otra posibilidad era ante el Presidente y oidores como casos de Corte (A.R.CH.V., Pleitos Civiles, Ceballos Escalera (F), caja 2232, exp. 2).

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PUBLICACIÓN

Este artículo ha sido publicado en: Studia Historica, Historia Moderna, 26 (2004), pp. 283-319.

FOTOGRAFÍA: Festejo taurino en la Plaza Mayor de Valladolid, siglo XVII

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LA AUTORA 

    - Doctora por la Universidad de Valladolid, 2009, sobresaliente Cum Laude. Título de la tesis doctoral: “Diversiones, poderes y regocijos. El Valladolid festivo en los siglos XVII y XVIII”. Director: D. Alberto Marcos Martín, catedrático de Historia Moderna.


 COLABORACIONES

 - Colaboradora Honorífica del Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Valladolid. Curso 1999-2000.

 - Colaboradora Honorífica del Instituto Universitario de Historia Simancas, Universidad de Valladolid. Desde el 6 de marzo de 2003 (duración de un año).

 - Colaboradora Honorífica del Instituto Universitario de Historia Simancas, Universidad de Valladolid. Desde el 31 de enero de 2005 (duración de un año).

 - Colaboradora del Instituto Universitario de Historia Simancas, Universidad de Valladolid. Desde junio de 2006 (duración de un año).

 - Colabora del Instituto Universitario de Historia Simancas, Universidad de Valladolid. Desde junio de 2007 (duración de un año).

 - Colaboradora Honorífica del Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América, Periodismo y Comunicación Audiovisual y Publicidad. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Valladolid. Curso 2007-2008.

  - Colaboradora Honorífica del Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América, Periodismo y Comunicación Audiovisual y Publicidad. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Valladolid. Curso 2009-2010.

 - Colaboradora Honorífica del Departamento de Historia Moderna, Contemporánea y de América, Periodismo y Comunicación Audiovisual y Publicidad. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Valladolid. Curso 2010-2011.

 - Socia Benefactora de la Fundación Española de Historia Moderna. Desde el 18 de junio de 2003.

 MÉRITOS ACADÉMICOS Y DE INVESTIGACIÓN

 - Premio Caja Duero al Mejor Expediente Académico. Universidad de Valladolid. 1999.

 - Premio Extraordinario de Licenciatura, de la Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Valladolid. 2000.

 - Segundo Premio de Investigación Provincia de Valladolid, concedido por la Diputación Provincial de Valladolid, año 2007. Título del trabajo: “¡A la plaza! Regocijos taurinos en el Valladolid del siglo XVII”.

 - Primer Premio Argaya para Jóvenes Creadores, concedido por la Diputación Provincial de Valladolid, año 2007. Título del trabajo: “Gigantes y Tarascas en el Valladolid moderno”.

 - Primer Premio de Investigación Provincia de Valladolid, concedido por la Diputación Provincial de Valladolid, año 2010. Título del trabajo: Epifanía del poder regio. La Real Chancillería en el Valladolid festivo (siglos XVII y XVIII)”.

 - Extraordinario de Doctorado. Universidad de Valladolid. Curso 2009-2010.

PUBLICACIONES

 Libros:

 - Tiempos de reforma ilustrada. Informe sobre los gremios de Valladolid (1781), de José Colón de Larreátegui. Ayuntamiento de Valladolid e Instituto Universitario de Historia Simancas. Autora y editora en colaboración con M. García Fernández y R. Hernández García. ISBN: 978-84-96864-21-4.

 - ¡A la plaza! Regocijos taurinos en el Valladolid de los siglos XVII y XVIII, Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Fundación de Estudios Taurinos y Universidad de Sevilla, 2010. ISBN: 978-84-472-1315-3.

 - De la calle al patio de comedias. El teatro en el Valladolid de los siglos XVII y XVIII, Universidad de Valladolid y Ayuntamiento de Olmedo, 2011. ISBN: 978-84-8448-623-7.

 Artículos en obras colectivas, actas de congresos y revistas científicas:

 - “Carracedo en el siglo XVIII. Aquella villa monástica de El Bierzo Bajo”, en Estudios Bercianos, Instituto de Estudios Bercianos, 28 (2002), pp. 5-54. ISSN: 0211-6863.

 - “Una patrona para Valladolid. Devoción y poder en torno a Nuestra Señora de San Lorenzo durante el Setecientos”, en Investigaciones Históricas. Edades Moderna y Contemporánea, Universidad de Valladolid, 22 (2002), pp. 23-46. ISSN: 0210-9425.

 - “Justicia y Piedad en la España Moderna. Comportamientos religiosos de la Real Chancillería de Valladolid”, en Hispania Sacra, CSIC, 111 (2003), pp. 85-108. ISSN: 0018-215-X.

 - “Una plenitud efímera. La fiesta del Corpus en el Valladolid de la primera mitad del siglo XVII”, en Religiosidad y ceremonias en torno a la Eucaristía. Actas del Simposium, 1/4-IX-2003, Tomo II, San Lorenzo del Escorial, 2003, pp. 777-802. ISBN: 84-89942-34-X.

 - “El Santo celebrado por los vallisoletanos”, en J. Burrieza (coord.), La Ciudad del Regalado, Valladolid, 2004, pp. 61-93. ISBN: 84-95389-81-9.

 - “Tiempos de fugaz ensoñación. La fiesta barroca”, en Dueros del Barroco, monográfico de Biblioteca. Estudio e Investigación, Ayuntamiento de Aranda de Duero, 19 (2004), pp. 320-373. ISSN: 1132-225-X.

 - “La apoteosis de la Monarquía Católica Hispánica. Fiestas por la canonización de San Fernando en Valladolid (1671)”, en F. J. Aranda Pérez (coord.), La declinación de la Monarquía Hispánica en el siglo XVII. Actas de la VIIª Reunión Científica de la Fundación de Historia Moderna, Cuenca, 2004, pp. 189-205. ISBN: 84-8427-296-6.

 - “Fiestas de toros en Valladolid en tiempos de Carlos III y Carlos IV. Una pasión reconducida por las Luces”, en M. García Fernández y M. de los A. Sobaler Seco, Estudios en Homenaje al profesor Teófanes Egido, Tomo II, Valladolid, 2004, pp. 143-178. ISBN: 84-9718-278-2 (obra completa), 84-9718-280-4 (Tomo II).

 - “Fiestas de toros en el Valladolid del XVII. Un teatro del honor para las elites de poder urbanas”, en Studia Historica. Historia Moderna, Universidad de Salamanca, 26 (2004), pp. 283-319. ISSN: 0213-2079.

 - “El reto democrático de las autonomías. “El Norte de Castilla” y la preautonomía Castellano-Leonesa”, en C. Navajas Zubeldia (ed.), Actas del IV Simposio de Historia Actual, Logroño, 17-19 de octubre de 2002, Tomo II, Logroño, 2004, pp. 745-765. ISBN: 84-95747-77-4 (obra completa), 84-95747-79-0 (Tomo II).

 - “Las devociones del poder regio. El patronato de la Corona y de la Chancillería sobre el Convento de las Descalzas Reales de Valladolid (siglos XVII y XVIII)”, en La clausura femenina en España. Actas del Simposium 1/4-IX-2004, Tomo II, San Lorenzo del Escorial, 2004, pp. 1155-1183. ISBN: 84-89942-37-4 (obra completa), 84-89942-39-0 (Tomo II).

 - “Entusiasmos inmaculistas en el Valladolid de los siglos XVII y XVIII”, en La Inmaculada Concepción en España: religiosidad, historia y arte. Actas del Simposium 1/4-IX-2005, Tomo I, San Lorenzo del Escorial, 2005, pp. 409-443. ISBN: 84-89942-42-0 (obra completa), 84-89942-40-4 (tomo I).

 - “Las otras armas de la Guerra de Sucesión. Fiesta y Predicación en Valladolid a principios del XVIII”, en J. E. Martínez Fernández y N. Álvarez Méndez (coords.), El mundo del Padre Isla, León, 2005, pp. 15-40. ISBN: 84-9773-212-X.

 - “Del patíbulo al cielo. La labor asistencial de la cofradía de la Pasión en el Valladolid del Antiguo Régimen”, en La Iglesia Española y las Instituciones de Caridad. Actas del Simposium 1/4-IX-2006, San Lorenzo del Escorial, 2006, pp. 511-542. ISBN: 84-89788-16-2.

 - “Un sueño frustrado. La creación de la Casa de Valladolid en Madrid (1944-1946)”, en Investigaciones Históricas. Edades Moderna y Contemporánea, Universidad de Valladolid, 27 (2007), pp. 209-231. ISSN: 0210-9425. En colaboración con M. del Rosario Díez Abad y M. S. López Gallegos.

 - “Imágenes de la Ilustración. Las fiestas vallisoletanas en honor de Carlos IV (1789-1790)”, en Núñez Roldán, F. (coord.), Ocio y vida cotidiana en el mundo hispánico en la Edad Moderna, Sevilla, 2007, pp. 367-390. ISBN: 978-84-472-1079-4.

 - “Gigantes y tarascas en el Valladolid moderno”, en Argaya. Revista de Cultura, Diputación de Valladolid, 37 (2008), pp. 75-81. Depósito Legal: VA-523/1989

 - “El escenario de las fiestas taurinas. La Plaza Mayor como ‘negocio’ en la Época Moderna”, en Revista de Estudios Taurinos, Fundación de Estudios Taurinos (Sevilla), 24 (2008), pp. 51-148. ISSN: 1134-4970.

 - “Más allá de la devoción. Cabildo Catedral y fiesta en el Valladolid moderno”, en Bel Bravo, M. A. y Fernández García, J. (coords.), Homenaje de la Universidad a D. José Melgares Raya, Jaén, 2008, pp. 19-71. ISBN: 978-84-8439-422-8.

 - “Toros y religión. Regocijos taurinos en la documentación catedralicia del Valladolid moderno”, en Memoria Eclessiae XXXIV: Fiestas religiosas y civiles y archivos de la Iglesia, Oviedo, 2010, pp. 271-293. ISBN: 84-404-9192-1.

 - “Valladolid sede de la Justicia. Los alcaldes del crimen durante el Antiguo Régimen”, en Chronica Nova, Universidad de Granada, 37 (2011), (en prensa).

 - “Valladolid festeja el Corpus (siglos XVI-XVIII)”, en Conocer Valladolid IV, Ayuntamiento de Valladolid, 2011 (en prensa).

 - “El espectáculo de las postrimerías. Exequias reales en Valladolid durante los siglos XVII y XVIII”, en Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, 45 (2010), (en prensa).


 Colaboraciones en prensa periódica y revistas de divulgación

 - “Cuatro siglos de historia para una Patrona”, en el Diario de Valladolid. El Mundo, 1-IX-2003.

 - “El Valladolid taurino”, en El Día de Valladolid, 10-V-2004.

 - “Una fiesta para la Patrona”, en El Día de Valladolid, 1-IX-2004.

 - “Las Navidades de antaño”, en El Día de Valladolid, 27-XII-2004.

 - “Las fiestas del Regalado”, en El Día de Valladolid, 15-V-2005.

 - “Una Patrona para Valladolid”, en El Día de Valladolid, 8-IX-2005.

 - “El Santo y su Cofradía”, en El Día de Valladolid, 14-V-2006.

 - “Un Santo Taurino”, en El Día de Valladolid, 15-V-2006.

 - “El Corpus de Ayer y Hoy”, en El Día de Valladolid, 20-VI- 2006.

 - “Una Patrona con Historia”, en El Día de Valladolid, 8-IX-2006 y 9-IX-2006.

 - “La vertiente piadosa de una muerte sentenciada. La asistencia a los ajusticiados por la cofradía de la Pasión”, en Pasión Cofrade –publicación anual de la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo de Valladolid-, 2007. Depósito Legal: VA-383/98.

 - “Valladolid 1945: Memorias de Pasión”, en El Día de Valladolid, 31-III-2007. En colaboración con M. S. López Gallegos.

 - “Anales de una escuela taurina (1949-1955)”, en El Día de Valladolid, 9-V-2007. En colaboración con M. S. López Gallegos.

 - “El Regalado y los toros”, en El Día de Valladolid, 15-V-2007.

 - “Amparo de la Monarquía”, (sobre la Virgen de San Lorenzo), en El Día de Valladolid, 12-IX-2007.

 - “La “revolución” taurina del siglo XVIII. El nacimiento de la corrida moderna”, en Anuario 2007 –Publicación anual de la Federación Taurina de Valladolid-, 2008, pp. 158-162. Depósito Legal: P-66/2001.

 - “Los regocijos de la Pasión. Fiestas por la colocación del Santísimo Sacramento en 1707”, en Pasión Cofrade –publicación anual de la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo de Valladolid-, 2010. Depósito Legal: VA-383/98.

 - “La labor asistencial de la cofradía de la Pasión en el Valladolid moderno”, en Pasión Cofrade –publicación anual de la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo de Valladolid-, 2011. Depósito Legal: VA-383/98.

 

CONFERENCIAS

 - “Fiestas en el Barroco”, dentro del curso Arte Barroco en la Ribera del Duero, celebrado en Burgos entre las fechas 14 y 17 de julio de 2003, en los Cursos de Verano de la Universidad de Burgos (publicada con el título “Tiempos de fugaz ensoñación. La fiesta barroca”).

 - “Introducción a la Historia Moderna”, dentro de la Jornada “Un día en la Universidad”, celebrada en Matallana (Valladolid), el 20 de diciembre de 2005 y organizada por la Diputación Provincial de Valladolid.

 - “Regocijos taurinos en la España de los siglos XVII y XVIII”, dentro de la Reunión Científica Historias con Historia. Revisión de las mentalidades en el Antiguo Régimen, celebrado en la Universidad de Valladolid los días 16 y 17 de octubre de 2006.

 - “La Semana Santa en el universo festivo (siglos XVI-XVIII)”, dentro del IX Ciclo de Conferencias Semana Santa “Patrimonio y tradición”, organizado por la Junta Local de Semana Santa de Medina de Rioseco, celebrado en Medina de Rioseco los días 31 de marzo a 2 de abril de 2009.

 - “La labor asistencial de la cofradía de la Pasión en el Valladolid moderno”, a petición de la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo, en la iglesia del Real Monasterio de San Quirce y Santa Julita, en Valladolid, el 9 de octubre de 2010.

 - “La cofradía de San Pedro Regalado: 300 años de historia”, a petición de la Cofradía de San Pedro Regalado, con motivo del III centenario de su fundación, en la casa parroquial del Salvador, en Valladolid, el 18 de noviembre de 2010.

 - “La fiesta del Corpus en el Valladolid de antaño. Siglos XVI-XVIII”, dentro del Curso Conocer Valladolid (IV), organizado por Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, celebrado en Valladolid, entre el 2 y el 24 de noviembre de 2010 (publicada)

 

COMUNICACIONES EN CONGRESOS

 - “La apoteosis de la Monarquía Católica Hispánica. Fiestas de San Fernando en Valladolid (1671) y su apropiación por los poderes urbanos”. Comunicación presentada en la VIIª Reunión Científica de la Fundación de Historia Moderna, celebrada en la Universidad de Ciudad Real los días 3-6 de junio de 2002 (publicada con el título “La apoteosis de la Monarquía Católica Hispánica. Fiestas por la canonización de San Fernando en Valladolid (1671)”).

 - “El reto democrático de la Autonomías. El Norte de Castilla y la preautonomía castellano-leonesa”, comunicación presentada en el IV Simposio de Historia Actual, organizado por el Instituto de Estudios Riojanos y celebrado en Logroño los días 17-19 de octubre de 2002 (publicada).

 - “Las otras armas de la Guerra de Sucesión”. Comunicación presentada en el Congreso Internacional “III centenario del Padre Isla”, organizado por las Universidades de León y Valladolid y celebrado en León los días 14-16 de mayo de 2003 (publicada).

 - “La procesión del Corpus en el Valladolid del Antiguo Régimen”. Comunicación presentada en el curso Religiosidad y ceremonias en torno a la Eucaristía, organizado por el Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas y celebrado en San Lorenzo del Escorial los días 1-4 de septiembre de 2003 (publicada con el título “Una plenitud efímera. La fiesta del Corpus en el Valladolid de la primera mitad del siglo XVII”).

 - “Imágenes de la Ilustración. Las fiestas vallisoletanas en honor de Carlos IV (1789-1790)”. Comunicación presentada en el Congreso Ocio y Vida Cotidiana en el mundo hispánico, siglos XVI-XVIII, celebrado en la Universidad de Sevilla los días 25-28 de noviembre de 2003 (publicada).

 - “Las devociones del poder regio. El patronato de la Corona y la Chancillería sobre el Convento de las Descalzas Reales de Valladolid (siglos XVII y XVIII)”. Comunicación presentada en el curso La clausura femenina en España: historia de una fidelidad secular, organizado por el Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, celebrado en San Lorenzo del Escorial los días 1-4 de septiembre de 2004 (publicada).

 - “Entusiasmos inmaculistas en el Valladolid de los siglos XVII y XVIII”. Comunicación presentada en el curso La Inmaculada Concepción en España: Religiosidad, Historia y Arte, organizado por el Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas,  celebrado en San Lorenzo del Escorial los días 1-4 de septiembre de 2005 (publicada).

 - “Del patíbulo al cielo. La labor asistencial de la Cofradía de la Pasión en el Valladolid del Antiguo Régimen”. Comunicación presentada en el curso sobre La Iglesia española y las instituciones de caridad, organizado por el Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, celebrado en San Lorenzo del Escorial los días 1-4 de septiembre de 2006 (publicada).

 - “Toros y religión. Regocijos taurinos en la documentación catedralicia del Valladolid moderno”. Comunicación presentada en el XXIII Congreso de la Asociación de Archiveros de la Iglesia en España. Fiestas religiosas y civiles y archivos de la Iglesia, celebrado en Mérida-Badajoz los días 10-14 de septiembre de 2007 (publicada).

 - “Una respuesta institucional a la crisis de las haciendas locales castellanas en el siglo XVII: el caso de la ‘Junta de la Posada’ de Valladolid”. Comunicación presentada en colaboración con R. García Hernández en el IX Congreso Internacional de la Asociación Española Historia Económica, celebrado en Murcia los días 9-12 de septiembre de 2008.

 - “La Justicia en escena. Ejecuciones públicas en el Valladolid del Antiguo Régimen”. Comunicación presentada en la XI Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna, organizada por la Universidad de Granada y celebrada los días 9-11 de junio de 2010.


 


 

 

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POBREZA, ASISTENCIALISMO Y CARIDAD CRISTIANA EN LIMA DEL SIGLO XVIII. Historia de la Iglesia del Sagrado Corazón de Niños Huérfanos

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Richard Chuhue Huaman

Universidad de San Marcos/ Perú

 

 

La Pobreza así como su natural consecuencia: los desamparados, han estado presentes en todo momento histórico y en toda sociedad. En esta ocasión nos toca hacer referencia a una institución que fue establecida en Lima a fines del siglo XVI y cuyo funcionamiento y desarrollo asistencial hacia uno de los sectores por lo general mas propensos a sentir los efectos del abandono y desprotección, se vio marcado por los diversos vaivenes económicos, sociales y culturales a través de su devenir histórico. La experiencia que se acumulo en dicho centro a través de todo el proceso virreinal fue desechada y su ejemplo prácticamente quedo nulo al llegar la Republica. Una muestra de lo que no debe suceder con programas que son descartados por los gobernantes de turno por el solo hecho de haber sido efectuados por administraciones o regímenes contrarios en ideologías o en manejo político a los suyos. Pasemos a observar el desarrollo de esta institución.

 

 


 


 

Lima Colonial. Definiciones generales

 

La media de habitantes en Lima durante el primer siglo de presencia hispana fue de 25000 almas aproximadamente[1]. Si bien es cierto que la ciudad era de pequeñas extensiones, prácticamente una villa, no debemos olvidar que se trato de la capital del virreinato más importante de Sudamérica. Por lo mismo se fundaron en ella multitud de Iglesias y centros religiosos (6 Conventos, 5 Monasterios, 4 parroquias), los cuales desarrollaron dentro de la sociedad colonial un marcado sentimiento piadoso[2]. La asistencia y la caridad impregnada de un verdadero tinte barroco, cuya inspiración provenía de las enseñanzas de Santo Tomas de Aquino, hicieron de la limosna y de la beneficencia una de las formas consuetudinarias de afrontar los problemas sociales.

 

El Gobierno colonial, no obstante, también se preocupo por buscar formas de asistir a dicha parte de la población primigenia de la ciudad. La fundación de los hospitales es un buen ejemplo de ello. El Hospital de Caridad (para mujeres españolas) fundado en 1552 representa el primer esfuerzo por dotar a la ciudad de un centro que albergase y cuide a las que eran consideradas como el elemento más vulnerable de la ciudad, además que también fungió de maternidad. El Hospital de San Andrés de hombres españoles (fundado en 1554) así como el de Santa Ana de indios (fundado el mismo año) son la continuidad necesaria a este programa. En años posteriores se funda el Hospital del Espíritu Santo para gente de mar (en 1575), el de Niños Huérfanos (en 1603), el de San Lázaro para leprosos (en 1606) y por ultimo el de San Bartolomé para población negra (en 1646)[3].

 

 

Niños Expósitos en Lima, desarrollo histórico

 

La legislación colonial tenia una variada gama de vocablos con los que se designaba a los hijos procreados fuera del matrimonio. Dentro de la amplia noción de ilegalidad se establecieron dos grandes divisiones: la primera era la de los hijos naturales, quienes eran procreados por el hombre y mujer solteros que vivían juntos y no tenían impedimento para contraer matrimonio. La segunda división era la de los hijos espurios, categoría más compleja porque abarcaba a todos los demás ilegítimos. Este grupo a su vez estaba dividido en seis subgrupos: a) adulterinos, que eran todos los de “dañado y punible ayuntamiento”; b) bastardos, los habidos con barragana (concubina); nefarios, procreados por descendientes con ascendientes; d) incestuosos, procreados por parientes transversales dentro de los grados prohibidos; e) sacrílegos, hijos de clérigos, ordenados in sacris o de frailes y monjas profesos y f) manceros, hijos de mujeres publicas[4].

 

La definición que el Real Diccionario de la Lengua Española da para expósito es:

“En lo literal significa echado y puesto al público; pero comúnmente se toma esta palabra por el niño o niña que han sido echados por sus padres o por otras personas a las puertas de las iglesias, de las casas y otros parares públicos, o por no tener con que criarlos, o porque no se sepa cuyos hijos son. En diferentes ciudades hay casas y hospitales públicos, erigidos para recoger y criar estos niños, los cuales se llaman de los expósitos.Del latín "expositus", expuesto[5].

 

Dicha definición es explicita en la consideración de la problemática acerca de la exposición de niños como un problema social a la vez que también de mentalidades. No solo se abandonaron niños en razón a ser sus padres de escasos recursos económicos. También la moral de la época dictaba que era preferible el abandono de los infantes a un cruel aborto[6], por lo cual los niños frutos de las relaciones vedadas por la hipocresía de dicha sociedad terminaron en su mayor parte siendo abandonados.

 

Al parecer, dicha práctica se generalizo mucho en Lima. Y la indiferencia en los primeros tiempos era asimismo notoria. Tuvo la suerte nuestra ciudad y los niños que en ella habían sido abandonados que arribase a Lima en 1596 junto a la comitiva del Virrey Luis de Velasco, un individuo nombrado Luis de Ojeda (a) “El Pecador”[7]. Era un sujeto pío y con gran habito de penitencia que rápidamente se supo ganar el aprecio y consideración de la sociedad limeña de entonces, a tal punto que muchos lo reputaron por santo. Como sujeto misericordioso busco establecer un lugar para la atención de los negros esclavos de la ciudad y para tal efecto reunió limosnas entre el público y compro una finca en el lugar en donde actualmente esta la Iglesia.

 

Luis El Pecador hubiera perseverado en su intento de edificar un hospital para negros y pobres de no haber sido reconvenido por su confesor, un padre franciscano llamado Fray Juan Roca, quien le narro como el mismo había sido testigo de una historia espeluznante: habiendo ido en horas de la noche a confesar a unos enfermos hallo como unos perros callejeros devoraban el cuerpo de un niño en la calle de la Pescadería, horrorizado por el espectáculo macabro torno hacia la (Iglesia de la) Merced cuando encontró que en las cercanías a su cementerios otros canes hacían lo mismo con el cuerpo de otro infortunado infante. Conmovido sobremanera por la suerte de esos desgraciados tomo por suya la causa de establecer un refugio para la niñez desamparada[8].

 

                   http://summahistoriae.blogspot.com/2010/10/el-nuevo-parque-de-la-cultura-luis.html

 

Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Lima (Niños Huérfanos) en el año 1940 y en la actualidad.

 

 

 

La Casa de Niños Expósitos

 

La fundación formal de la Casa de Expósitos se ejecuta el 23 de noviembre de 1603, año en que con permiso del Virrey Don Luis de Velasco se crea la hermandad de los Niños Huérfanos de Nuestra Señora de Atocha. Para este tiempo ya Luis El Pecador había comprado a Doña Maria de Esquivel en fecha de 19 de Febrero de 1600, un espacioso solar, donde edifico las instalaciones de la casa y dispuso la instalación de un torno[9] para que se depositaran en el a los infantes. Asimismo comenzó a fabricar contigua a la Casa una capilla dedicada al Culto de Nuestra Señora de Atocha, nombre que tomo al instalarse dentro del templo un lienzo (hoy inexistente) de esta virgen española, cuya imagen representa a la virgen Maria con un niño en brazos. El hospital funciono verdaderamente desde 1597.[10]

 

Cuenta el tradicionalista Ricardo Palma[11] que Luis de Ojeda solía recorrer la ciudad en busca de compasión de la gente para que por medio de limosnas se pudiera mantener la casa sin sobresaltos. Bernabé Cobo reafirma esta versión y explica que los únicos que acudieron a su socorro fueron los escribanos. Ojeda había solicitado al Virrey su ayuda para lograr el normal funcionamiento de la casa, asimismo había recurrido también al Cabildo para que interpusiera sus buenos oficios:

 

En este Ayuntamiento se hizo relación diciendo la necesidad que Luis Pecador, persona que se ocupa en pedir limosna para los Niños huérfanos, tiene y se leyó una petición de dicho Luis Pecador en que se pide nombre dos comisarios para que vean las necesidades que se padecen en criar los dichos niños huérfanos para que vista este Cabildo probea de la mejor traza para ayudar a las dichas necesidades e visto se proveyo que se comete al alcalde don Diego de Carvajal alguacil mayor Francisco Severino de Torrres y Capitán Martín de Ampuero Regidor para lo suso dicho e informen a este cabildo.[12]

 

En la información que registra el licenciado Boan sobre el estado de la Casa se registra que ya para el año de 1602 se encontraban registrados 30 niños de cuna y 120 destetados, los cuales eran atendidos por nodrizas cuyo sueldo se pagaba exclusivamente de limosnas[13]. El Virrey ante este estado de cosas solicito a los mercaderes establecidos en la ciudad el que ayudaran a la obra, ellos dieron por una sola vez el equivalente a un año de sostenimiento para dicha casa, y se excusaron de seguir haciéndolo por no permitírselo el estado de sus negocios[14]. Los escribanos en numero de 80 acudieron a auxiliar a la institución formando la cofradía nombrada como “Hermandad de los niños perdidos, huérfanos y desamparados de nuestra Señora de Atocha”. Ojeda fue nombrado como hermano mayor y fundador de dicha cofradía. El Rey, y en su nombre el virrey Velasco, los protegió y aprobó sus estatutos en 24 de diciembre de 1603. Días después fallecía Luis El Pecador. Hoy sus restos descansan en las catacumbas de la Iglesia que el mismo fundo.[15]

 

Además de la ya mencionada cofradía de los escribanos, también se consolidaron otras muy prestigiosas dentro de la Iglesia de los Huérfanos. Cobo cita 2 para el Siglo XVII: La del Santísimo Sacramento y la de Nuestra Señora de la Regla.[16] En los siglos posteriores se fundaron muchas más: Nuestro Amo Sacramentado, Bautismo de San Juan, Santa Catalina de Sena, Nuestra Señora del Amparo, etc.[17]

 

Dos años más tarde el Papa Paulo V, en un breve apostólico les concede la exoneración de los derechos que se exigían por bautizar a algunos niños, asimismo no se les debía de cobrar por la administración de la eucaristía estando enfermo alguno de ellos y por ultimo les concede el privilegio de poder enterrar a los párvulos en su recinto.[18] Este ultimo punto no agrado mucho a las autoridades eclesiásticas de la catedral que sin embargo acogieron a los Huérfanos como parroquia anexa a ella en 1612.

 

Durante el primer siglo de su establecimiento y hasta el terremoto que devasto Lima en 1687, la Casa llego a costearse su mantenimiento por medio de ayudas de personas piadosas que no tuvieron reparos en donar sus bienes a su muerte o bien de establecer aportes pecuniarios en vida.[19]

 

El Conde de Chinchón favoreció la erección de un espacio dentro de la institución para las niñas huérfanas, para lo cual contó con el valioso respaldo de Mateo Pastor de Velasco, quien fuera mayordomo de dicho centro. Fue fundado en 1654. Su labor principal consistió en formar dotes para las niñas desamparadas así como ver por su educación y alimentación. A fines del siglo XVIII este centro albergaba 24 niñas bajo el cuidado de una rectora y una maestra. Ascendían sus rentas a 14932 pesos de los cuales empleaban 6700 en la manutención y vestido de las niñas además de otros gastos del Colegio, invirtiendo lo restante en los dotes de las colegialas, que eran arbitrarias según el estado que abrazaban[20]. Sobre las dotes fue una costumbre en dicha época que los ciudadanos hispanos las solicitaran para sus hijas, bien para profesar su vocación religiosa o bien para su manutención[21]. No necesariamente se trato de gente pobre.

 

El Virrey Conde de Lemos designo como ayuda para el Hospicio de Pobres una renta de 250 pesos mensuales del ramo de sisa desde 1669[22]. Asimismo se sostuvo mediante la colaboración de su benefactores. Pero hacia 1670 sus rentas fueron mermando cada vez más producto de malas administraciones. El terremoto de 1687 solo vino a poner en evidencia el total desamparo de este centro. Para aliviar en algo el grave estado de la institución el Rey de España aplico por el despacho de 3 de diciembre de 1688 la impresión de cartillas de este reino por espacio de 10 años a la Casa de Huérfanos, disponiendo que el producto y utilidad de la imprenta se de en beneficio de la misma, luego este privilegio se hizo perpetuo durante todo el periodo colonial. Sin embargo las necesidades de este hospital fueron muchas, tanto así que la crisis se prolongo hasta inicios del siglo XVIII. En 1707 se ven obligados a cerrar sus puertas en vista de las deudas que los agobiaban. A pesar de todo un año más tarde reinician sus funciones ocupando la mayordomía Antonio José del Llano. Dicho personaje dirigió reiteradas cartas al Virrey en donde informaba acerca de la situación del hospital y la necesidad de sus auxilios. Sin embargo todos sus esfuerzos fueron infructuosos. Necesitaban 12000 pesos anuales para sobrevivir y solo recaudaban 5000. En vista de ello se plantearon diversas alternativas, una de ellas fue el observar que de la venta de las cabezas de carnero que se efectuaban “a quartillo” se produjera el incremento hasta medio real, otorgándose la diferencia al Hospital de Niños huérfanos. Dicha propuesta no prospero y la respuesta del Procurador General de la ciudad a este pedimento fue:

 

(la propuesta es) antes bien contraria a la utilidad pública que debe preferir a la particular de la Casa de Expuestos por estar la Ciudad en la mayor pobreza que se ha experimentado desde su fundación y ser tantos los pobres como sus habitadores y muchas familias.[23]

 

Aseguraba que la imposición de este incremento solo traería el perjuicio para la gente pobre de la ciudad pues estos eran los que llevados por sus necesidades solían comprar estas especies.

 

En noviembre de 1719 es designado como nuevo mayordomo Juan Joseph de Herrera. Este se encargo de reformar la situación en la que hallo el hospicio. Recogió a los niños que estaban confundidos con los sirvientes de las casas particulares, observo la correcta administración de las rentas, mejoro el servicio y para ello se valió de su propio peculio[24]. Solicito la ayuda del Rey Felipe V, quien en 1733 por Real Cedula del 3 de marzo le asigna 4000 pesos sobre el ramo de sisa. Al mismo tiempo que lo nombra administrador perpetuo.

 

 

 

Diego Ladrón de Guevara y la imposición de ideas borbónicas

 

La reforma verdadera de la Casa de expósitos no se da sino hasta que Diego Ladrón de Guevara asume la dirección. Este era un ex comerciante navarro con una regular fortuna que retirado ya de sus actividades se dedicó a proteger a la casa de huérfanos y concibió el proyecto de erigir un hospicio con el fin de recoger en el a los mendigos que importunaban al publico, asegurándoles el sustento, haciéndolos útiles por medio del trabajo que fuese compatible con su posibilidad y evitando que los hombres sanos pidan limosna fingiéndose discapacitados o inválidos, asegurando al mismo tiempo que los auxilios para los que eran verdaderamente indigentes fueran eficaces. En 1757 presenta un pedimento al Virrey José Antonio Manso de Velasco resaltando al detalle los beneficios de poner en marcha este proyecto, así como también ofreciendo sus rentas para llevarlo adelante.[25] Pide entonces la solicitud de la licencia necesaria al Rey. Esta se consigue en 24 de Noviembre de 1759 en que la refrenda Carlos III, pero recién se hizo efectiva hasta el año de 1765 en que el Virrey Manuel de Amat por decreto del 20 de Junio instituyo dicho hospicio con el titulo de Jesús Nazareno y bajo la tutela de Nuestra Señora de la Piedad[26].

 

Amat permitió –bajo orden del Rey- se plantificara en el un obraje de tocuyos y telas toscas de lanas para que se ejercitasen los pobres en labores adecuadas. Mando formar una hermandad de los sujetos más distinguidos a fin de que se ocupase del fomento del hospicio, a la vez que ordeno se hiciesen las constituciones, ordenanzas y planos de el. Por ultimo le adjudico la plaza de toros de Acho para después de que el empresario de ella devengase el caudal que había impendido su construcción contribuya con el sostenimiento de la fundación, gravándolo entre tanto con 1500 pesos anuales a favor de la casa de los pobres[27].

 

El pensamiento de don Pedro fue fabricarla fuera de la ciudad, en un territorio anexo a la Portada de las Maravillas, una huerta que con este objetivo compro y empezó a acondicionar. Pero en 1767 al ser expulsados los jesuitas el virrey hallo ocasión de dar mejor impulso al proyecto del hospicio. Había recomendado el rey que en la aplicación de las casas y colegios de la extinguida Compañía se cuide de proporcionar asilo a la indigencia[28]. En 7 de Julio de 1770 Amat cede la casa en que los Jesuitas enseñaban a los caciques y se la destina al hospicio de pobres, debiéndose atender en ella también la enseñanza de muchachos desvalidos y sin padres.

 

Puesta en practica estas instrucciones, en 1771 se empieza a recoger a los indigentes de la ciudad. Grande fue la sorpresa de los administradores cuando como por arte de algún milagroso redentor desaparecían de ella los que hasta hace poco se figuraban por cojos, mancos, ciegos o tullidos. Al final se logro rescatar a 96 menesterosos acreditados y se les encerró en el nuevo hospicio. Inmediatamente se les instruyo en los hábitos de la piedad y el trabajo.[29] En la Casa de niños expósitos funcionaba la mejor imprenta de Lima, la misma que fue adquirida por Ladrón de Guevara para usufructo exclusivo de la Casa[30] dotándola de nuevas letras que hizo traer de España. El ejemplo que daban muchos de los expósitos que trabajaban ahí y que además se instruían en estudios de latinidad y ciencias debía de servir de aliciente a los pobres que también se hallaban recogidos.

 

Mantuvo la casa a sus expensas sin que hubiere logrado el pago de la asignación impuesta a la plaza de toros. A su muerte en 1775 los desembolsos que practicó llegaron a 30 mil pesos. No pudo establecer la fábrica de tocuyos y demás telas que debían de servir para el vestuario de los necesitados en cuya suerte siempre estuvo pendiente. Su testamento se refirió básicamente al hecho de dejarles a sus protegidos la mayor parte de sus bienes: Dos casas grandes, la imprenta y una talla de madera de precioso acabado y primoroso detalle[31]. Al terminar el siglo XVIII el hospicio solo tenía registrados 24 pobres y sobrevivía de las rentas asignadas por sus bienes y de las disposiciones virreynales dadas a su favor[32].

 

Centraremos nuestra observación ahora sobre el Hospicio de expósitos de Lima. Si bien es fundado tempranamente, su labor en la forja de buenos ciudadanos en los recogidos limeños muchas veces se vio obstaculizada por los diversos vaivenes económicos que tuvo que afrontar. Inicio sus labores atendiendo a niños blancos en estado de abandono, luego albergó también a niños de otras castas (negros, mulatos e indios) aunque con características que denotan una clara segregación. Allí se les brindaba alimento, medicina, sostén, formación en las primeras letras y oraciones.

 

 

 

La Imprenta de Niños Huérfanos y el desarrollo social de la misma 

 

Hemos visto como el terremoto de 1746 destruyo por completo la Casa de Huérfanos y como es que Diego Ladrón de Guevara proporciono al templo de verdaderas sistemas de integrarse a la sociedad como hombres útiles a los Huérfanos que allí se criaron. Muchos de ellos llegaron a ser reconocidos impresores como Paulino de Atocha quien estuvo al frente de la Imprenta desde 1758 a 1788. El verdadero nombre de este personaje fue Paulino de Gonzáles pero trastoco su apellido pues quiso se le reconociera su origen y filiación para con la Casa de Huérfanos en donde aprendió el oficio.

 

También encontramos entre los Directores de la afamada Imprenta a personas que con el tiempo fueron renombrados e ilustres impresores independientes como don Jaime Baúsate y Meza (Fundador del Diario de Lima), quien estuvo en la Casa en 1791, Bernardino Ruiz (en 1812) y Don Guillermo del Río (hasta 1816).

 

En 1748 Diego Ladrón de Guevara compro a Gutiérrez de Cevallos la imprenta que poseía para hacerla de la propiedad de los Huérfanos, su idea era aprovechar al máximo las erogaciones y privilegios concedidos por el Rey para la impresión de cartillas oficiales que tenían otorgadas y de las que por cierto era muy poco lo que se podía rescatar como ganancia al no contar con una imprenta propia. Además adecuándose a la mentalidad predominante en el siglo XVIII Diego Ladrón de Guevara busco el hacer de sus protegidos hombres de bien y de trabajo, alejándolos del cáncer social que representaba la ociosidad y la vagancia que eran reprimidos cada vez con mayor fuerza por los gobernantes borbones y los alguaciles designados para tal caso.

 

De la Casa de Expósitos y de su Imprenta salieron famosos documentos de nuestra historia, tal vez el caso más representativo sea el del Mercurio Peruano, publicación auspiciada por la Sociedad de Amantes del País y que contaba con la protección del Virrey Gil de Taboada. Asimismo se publicaron en el innumerables cartillas religiosas, esquelas para honras, entierros, fiestas solemnes, opúsculos, etc. Al mismo tiempo debemos afirmar que los privilegios otorgados a la Casa encontraron una tenaz resistencia por parte de los demás impresores de la ciudad que acusaron a la Casa de querer instalar un monopolio y de atentar contra la libertad del trabajo. El Virrey Amat en 1768 confirmo la exclusiva para la casa de Expósito denegando la petición de quienes se sintieron agraviados con esta condición.

 

Al respecto hay quienes piensan que las prerrogativas y mercedes que gozaba la Casa de Niños huérfanos se debía más que todo a sentimientos de culpa de las mismas personas que detentaban el poder. No es un afirmación antojadiza. El propio Amat tenia un hijo no reconocido con Micaela Villegas, y a pesar de no vivir en la Casa de Huérfanos el mozuelo era un espurio, un bastardo. Los diversos gobernantes de la época virreinal, desde Liñan de Cisneros, hasta Guirior u Abascal, fueron fieles y tenaces defensores de la Casa de Huérfanos y las medidas que se tomaran para sus auxilios. También lo fue gente de mucho dinero que no dudo en donar propiedades a la Iglesia para que usufructuara de la renta de las mismas. Y es que el hecho de tener como referentes culturales a una corte francesa en la cual se acostumbraba como cosa normal el hecho de tener concubinas, amantes, favoritas, barraganas o como quisiera llamársele ya dice mucho de esta sociedad, los frutos de las relaciones vedadas siempre irían a para a la Casa de huérfanos.

 

Al respecto debe de haber sido muy penoso o en todo caso muy conflictivo para los personajes de la sociedad colonial tener que afrontar el hecho de que hijos suyos estén bajo la condición siempre degradante de expósitos. Por ello debe de haber sido algo reconfortante la dación de la Real Cédula de 1794 emitida por Carlos IV en Aranjuez, en donde señala entre otras cosas que los niños expósitos no deben de ser calumniados ni considerados como ilegítimos, espurios, u otra serie de calificativos denigrantes de su condición pues sobre ellos pende la calificación de legítimos que el como Rey les otorga, además de que en su mayor parte descienden de familias honorables, asimismo pueden ser objeto de dotes y de ser considerados como hombres de bien. Tampoco se podra ejecutar castigos sobre ellos que se consideren como vergüenza pública. La Real Cédula en mención dice: 

 

…En concequencia de todo, ordeno y mando, por el precente mi Real Decreto (el qual se ha de incertar en los cuerpos de las leyes, de España e Indias) que todos los expocitos de ambos sexos existentes, y futuros assi los que hayan sido expuesto en la Inclusas, o cassas de caridad, como las que lo hayan sido, o fueren en qualquier otro paraje, y no tengan padres conocidos, sean tenidos por lexitimados, por mi Real autoridad, y por lexitimos para todos los efectos civiles generalmente y sin excepcion, no obstante que en alguna o algunas Reales dispociciones se hallan exceptuado algunos casos, ó excluido de la lexitimacion civil para algunos efectos... Todos los expocitos actuales y futuros, quedan y han de quedar mientras no consten sus verdaderos padres en la clase de hombres buenos del estado llano general, gosando los propios honores y llevando las cargas sin diferencia de los demas vasayos honrrados de la misma clase….” Cumplida la edad en que otros niños son admitidos en los colegios de pobres, convictorios, casas de huérfanos, y demás de micericordia, tambien han de ser recividos los expocitos sin diferencia alguna, y han de entrar á óptar en las dotes, y consignaciones dejadas, y que se dejaren para cassar jovenes de uno, y otro sexo, o para otros destinos fundados en favor de los pobres huerfanos, siempre que las constituciones de los tales colegios, ó fundaciones piadosas, no pidan literalmente que sus individuos sean hijos lexitimos havidos, y procreados, en lexitimo, y verdadero matrimonio... castiguen como injuria y ofensa a qualquiera persona que intitulare y llamare á expocito alguno con los nombres de borde, ilegitimo, bastardo, expureo incestuoso, y adulterino, y que ademas de hacerle retractarle judicialmente de esta injuria, le impongan la multa pecuniaria que fuere proporcionada a las circunstancias dandole la ordinaria aplicacion. Finalmente mando que en lo succesivo no se impongan a los expocitos las penas de berguensa publica, ni la de asotes, ni la horca (solo) aquellas que en iguales delitos se impondrian, á personas privilegiadas, incluyendo el ultimo suplicio (como se ha practicado con los expocitos de la Inclusa de Madrid) pues pudiendo suceder que el expocito castigado sea de familia ilustre[33].

 

 

A modo de Conclusión: Cierre de la Imprenta y ruina de la Iglesia

 

Hemos ya expuesto los logros de la Imprenta de Niños Huérfanos, ahora nos toca explicar el porque una obra tan portentosa y de tanto provecho desapareció. Básicamente se trata de un ensañamiento contra una obra laica. Al llegar la etapa independentista la Iglesia de los niños huérfanos y su imprenta sufrieron sucesivos saqueos por parte de las dos fuerzas en conflicto. Ellos aprovecharon de las maquinas confiscadas para imprimir periódicos o pasquines que tuvieron por nombres: El Parte del Callao, Boletín del ejército en campaña, etc. Los patriotas despojaron la imprenta porque la consideraban una institución que había sido formada, protegida y desarrollada por el régimen colonial, como tal debía desaparecer también con el Antiguo Régimen. Llegaron a llevarse de sus instalaciones hasta 3 prensas para realizar las impresiones oficiales del gobierno. Con dichas prensas se formo el Diario oficial posteriormente. Los realistas asaltaron también la Imprenta porque era la más prestigiosa y la que tenia la mejor calidad de maquinas en Lima. Como tal necesitaban de sus instrumentos para poder asegurar un órgano de información competente en la época de lucha. El resultado fue que la imprenta de Huérfanos que tanto esfuerzo costo establecer a personas como Ladrón de Guevara, despareció de la manera mas ignominiosa, sin ni siquiera recibir una retribución a cambio.

 

Sin el respaldo que le brindaba la prestigiosa Imprenta que había poseído, ni tampoco con las prerrogativas que había disfrutado en la época del coloniaje, la Iglesia tuvo que buscar el mantenerse en épocas difíciles. Es así que perdió la mayor parte de sus propiedades urbanas. A su vez perdió también la administración del Hospicio de Pobres que Ladrón de Guevara había pensado establecer. El mismo nunca se llego a culminar.

 

Los expósitos, muchos de los cuales se encuentran sepultados en las catacumbas que hasta hoy podemos apreciar bajo las bóvedas de la Iglesia, llevaron en agradecimiento a sus benefactores los apellidos de “Pecador” y de “Atocha”. Algunos de ellos se convirtieron en reconocidos tipógrafos e impresores aprovechando el prestigio de la imprenta de su Iglesia y tantos otros combatieron también por la causa patriota acompañando con sus conocimientos la difusión de las ideas libertarias en el Perú.[34]

 

Al fundarse la sociedad de Beneficencia en 1824 la Casa de Expósitos así como el inexistente Hospicio de Pobres pasaron a formar parte de dicha institución. La Iglesia fue despojada de prácticamente todos sus bienes y es en la actualidad una de las Parroquias mas pobres que posee Lima, con estructuras que necesitan una restauración urgente, olvidada por el común de pobladores limeños que no han escuchado jamás lo que dicho centro significo en las épocas de las reformas borbónicas, ni el impulso que le dieron al ideal ilustrado de mejores individuos para una sociedad conflictiva.

 


 

 

 

                                                                 NOTAS

[1] Juan Bromley y José Barbagelata. Evolución Urbana de Lima. Talleres Gráficos de Editorial Lumen S.A. 1945. Lima. Pág. 9. Bromley toma para hacer este estimado los datos cifrados por el Marques de Montesclaros , Don Juan de Mendoza y Luna en 1613.

[2] Bernabé Cobo comenta al respecto: “No campea ni resplandece menos la misericordia con los prójimos como lo testifican los muchos hospitales que hay fundados, donde con singular amor y regalo son curados los enfermos; las gruesas limosnas que se recogen para sustento de los necesitados; las memorias pías dotadas de buenas rentas, que expenden en dar estado a doncellas pobres y en remediar necesidades de gente desamparada...”. Concejo Provincial de Lima. Monografías Históricas sobre la ciudad de Lima Tomo I. Librería e Imprenta Gil S.A. Lima. 1935. Pág. 138

[3] Memorias de los Virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del Coloniaje español. Impreso de Orden Suprema. Imprenta de la Librería Central de Felipe Bayli. 1859. Lima, Perú. Tomo IV. Virrey Don José A. Manso de Velasco, Conde de Superunda por Manuel Atanasio Fuentes. Pp. 63-64.

[4] Ley 11 de las del Toro, citado por José Ots Capdequi, Manual de Historia del Derecho español y el derecho propiamente indiano, 2 vols., (Buenos Aires: Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1943) I, p. 117.

[5] Real Academia Española. Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso. Madrid . Joachín Ibarra.1780. Reproducido a partir del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española. Pag. 471.

[6] Macera, Pablo. Trabajos de Historia. Tomo II. Sexo y Coloniaje. Lima, Instituto Nacional de Cultura. Pp 314.

[7] Relaciones de los virreyes y audiencias que han gobernado el Perú. Tomo II. Publicada por Sebastián Lorente. Lima. 1871. Relación de Don Luis de Velasco, virrey del Perú dada a su sucesor el conde de Monterrey. Pag. 14.

[8] Ibid Nota 2. Pág. 302.

[9] El torno es un instrumento utilizado en los Conventos e Iglesias virreynales para recoger encomiendas o panelas, y por los que también usualmente se daban limosnas a los menesterosos. Con el paso del tiempo se hizo frecuente hallar bebes abandonados en ellos. Véase Pablo Rodríguez, Iluminando Sombras: ilegitimidad, abandono infantil y adopción en la historia colombiana. En Scarlett Ophelan Godoy y Margarita Zegarra. Fondo Editorial PUCP, 2006. Pagina 66.

[10] Linder Mendieta Ocampo Hospitales en Lima Colonial. Siglos XVII-XIX. Seminario de Historia Rural Andina. Mimeografiado. Lima,1990. p. 83.

[11] Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas. Barcelona : Montaner y Simón, : 1893-96 . “No hay mal que por bien no venga”. Crónica novelada de los acontecimientos ocurridos hasta la inauguración de la Casa de Huérfanos de Lima.

[12] Libros de Cabildo de Lima. [Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]

[13] Documentos empastados. Tomo I. Información hecha por el licenciado Boan, Oidor de la Audiencia de Lima, acerca de la fe petición del hermano Luis Pecador (Luis de Ojeda), solicitando licencia para fundar la casa de niños expósitos. 1602.

[14] Luis A. Eguiguren. Las Calles de Lima. Lima. Imprenta Torres Aguirre. 1945. Pag. 214.

[15] Manuel de Mendiburu en su Biografía de Luis de Ojeda (Diccionario Histórico Biográfico. Segunda Edición Librería e Imprenta Gil S.A. Lima. 1933 Tomo VIII: Pp.192-194)

[16] Ibid Nota 2. Pág. 309.

[17] Archivo Arzobispal de Lima (en adelante AAL) [Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]

[18] Biblioteca Nacional del Perú. [Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]

[19] Manuel de Mendiburu en su Biografía de Diego Ladrón de Guevara (Diccionario Histórico Biográfico. Segunda Edición Librería e Imprenta Gil S.A. Lima. 1933 Tomo VI: Pp. 393-394)

[20] Haencke Tadeo (Bauzá y Cañas, Felipe). Descripción del Perú. Lima, Imprenta El Lucero, 1901. p. 8.

[21] Archivo General de la Nación (en adelante AGN) -[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor] Testimonio de los seguidos por Cayetano Correa Muchotrigo, natural de Cañete, sobre cláusula del testamento de Pedro de Velasco, referente a las dotes y capellanías que dejo a las mujeres pobres de Cañete. AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]. Gaspar Gonzáles de Santallana y Rosas, capitán de Infantería del Cusco, solicita una dote para Gregoria Valverde y Castilla, de la obra pía que instituyó Leonor de Costilla y Gallinato e impuso en la hacienda Cañaveral Pachachaca, para que profese en el Monasterio de las Carmelitas descalzas del Cuzco. AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]. Francisca García Calvo, esposa de Manuel Gallo Díaz, solicita una dote para su hija Micaela Gallo, de las fundaciones del contador Martín de Careaga y Domingo Basombrío para que profese de novicia en el Monasterio de Trinitarias descalzas de Lima. AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]. María Josefa Casaus Laso, capitán José Santiago Echenique y Elisalde curador de sus hijas y María Floriana Barahona y Estacio vecinos de Guayaquil solicitan dotes de la obra pía que fundó el contador Antonio de Ureña e impuso en la estancia Uchuc-Huánuco en Cajatambo. AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]. Juan José de Mendoza y Ordóñez, comerciantes de Lima y Manuel Dámaso Tirado, abogado de la Real Audiencia de Lima, solicitan dotes para sus respectivas hijas de la obra pía que fundó el bachiller Juan Ordóñez de Villaquiran y que tenía como patrón el rector del colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús. AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]. Manuela Torteo, religiosa novicia del Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación de Lima, Catalina de Jesús Nazareno, monja del Monasterio de las Mercedarias y otra; solicitan unas dotes de la obra pía que fundó Catalina del Portillo. AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor] 1782. Josefa Daroch y Moreno, viuda de Fernando Dueñas, juez de balanza de la Casa de Moneda de Lima solicita para su hija Manuela Dueñas, una dote de la obra pía que fundó Juan Ordoñez de Villaquirán, para que ejerza su vocación religiosa. AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor] 1785 Mariana Duárez, mujer de José García, solicita una dote para su hija de las obras pías que proveen la administración general de temporalidades; etc.

[22] Memorias de los Virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del Coloniaje español. Impreso de Orden Suprema. Imprenta de la Librería Central de Felipe Bayli. 1859. Lima, Perú. Tomo II. Virrey Don Melchor de Liñan por Manuel Atanasio Fuentes. p. 283.

[23] AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor], 1712. Antonio de Llano, caballero de la Orden de Santiago, mayordomo del Hospital de los Niños Huérfanos de Lima solicita que se le adjudique al Hospital un porcentaje (cuartillo) del ganado que se mataba en los rastros. Ante el Real Acuerdo de Justicia.

[24] Ibidem nota 36. Biografía de Juan José Herrera Tomo V P. 250.

[25] B.N.P. [Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]. Excmo. Señor: que el conocimiento y experiencia que tiene de los gravísimos daños que resultan de permitirse el grande numero de mendicantes que andan por las calles y puertas de casas pidiendo limosnas...Lima 1757.

[26] B.N.P. [Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]. Fundación del Hospicio General de Pobres. Lima 1765.

[27]Mercurio Peruano. Disertación histórico ética sobre el Real Hospicio general de Pobres de esta ciudad y al necesidad de sus socorros. 23 de febrero de 1792. Fol. 170.

[28] Archivo Histórico Municipal de Lima. [Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor] Real Cedula de su Majestad y señores del Consejo en el extraordinario en que consiguiente a lo resuelto a consultas del mismo con asistencias de los señores prelados que tienen asiento y voz en el declara S.M. devuelto a su disposición como Rey y Suprema cabeza de estado el dominio de los bienes ocupados a los regulares de la compañía extrañados de estos reinos, los de indias e islas adyacentes y pertenecer a S.M. la protección inmediata de los píos establecimientos a que se sirve destinarlos conforme a las reglas directivas que se expresan. En Lima. Reimpreso en la ofician de la calle San Jacinto. Año de 1769.

[29] Ibidem nota 26. Fol. 176

[30] José Toribio Medina. La Imprenta en Lima. Reimpreso en Ámsterdam-Holanda. 1965. Tomo I, pp. LVII. Dice al respecto: “...A intento de que ese privilegio proporcionara a la casa los beneficios que legítimamente le correspondían y que en su mayor parte se llevaban los impresores de la ciudad por una suma irrisoria y de proporcionar, a la vez, ocupación a los asilados fue que se propuso fundar una imprenta en la misma casa a cuyo intento en 1748 compro a Gutiérrez de Cevallos la que poseía...”

[31] AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]

[32] AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]1794. La Casa de niños expósitos Nuestra Señora de Atocha, solicita el pago de réditos de un principal que impuso Antonia Correa en la Caja Real de Lima, a favor de su institución. Se incluye además una copia del informe y la correspondencia. Ante Francisco Gil de Taboada y Lemos, Virrey del Perú. AGN-[Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]1799, Juan Antonio de Urrutia Ladrón de Guevara, administrador del Hospicio de hombres pobres de Lima solicita la entrega de una cantidad de pesos del ramo de suertes que anualmente tiene asignado el hospicio. Ante Ambrosio de O´Higgins, Marqués de Osorno, virrey del Perú.

[33] B.N.P. [Sobre las referencias de las fuentes consultar con el autor]. Real Cedula. 1794, Enero 20. Don Carlos IV, por la gracia de dios, Rey de España....expone la triste situación en que se encuentran los niños expósitos.

[34] Luis Antonio Eguiguren. Op. Cit. Pp. 213.

 

 

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Este artículo fue una primera aproximación del autor, la versión definitiva, publicada en la Revista del Archivo General de la Nación, está disponible en la Red

 

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Fotografía de portada: Historiador Richard Chuhue y Arqueólogo Antonio Coello en trabajos de reconocimiento a las catacumbas de los niños huérfanos. Agosto 2005.

 

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EL AUTOR

 

Richard Chuhue Huamán es bachiller en Ciencias Sociales con Mención en Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima.

En el año 2004 obtuvo la mención honrosa en el Concurso de Jóvenes Latinoamericanistas organizado por el Consejo Europeo de Investigaciones Sociales de América Latina en el marco del IV Congreso Europeo CEISAL de Latinoamericanistas “Desafíos Sociales en América Latina en el Siglo XXI” (Universidad de Economía de Bratislava, República Eslovaca).

Laboralmente se ha desempeñado como colaborador de la Dirección de Cultura y Turismo de la Municipalidad Provincial del Callao y en proyectos de cooperación española (ADAI) y japonesa (JICA) en el Archivo General de la Nación del Perú.

Actualmente es historiador de la Gerencia de Educación y Cultura de la Municipalidad de Lima y prepara su tesis de licenciatura sobre las manifestaciones sociales de la plebe limeña en el siglo XVIII.

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Otras proyecciones del autor en la Red: Historiadores peruanos- Peruanistas

La Piedad Ilustrada y Los Necesitados en Lima Borbónica

Información sobre las catacumbas y vídeo

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Esta obra esta sujeta a las condiciones de License de Creative Commons.

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PRÉDICA Y ESPECTÁCULO EN LOS AUTOS DE FE EN LIMA A INICIOS DEL SIGLO XVII

PRÉDICA Y ESPECTÁCULO EN LOS AUTOS DE FE EN LIMA A INICIOS DEL SIGLO XVII

Gloria Cristina Flórez
Universidad Nacional Mayor de San Marcos/ Perú



Consideramos necesario, en primer lugar, definir al sermón como “el discurso oral que se realiza dentro de un marco litúrgico o en una reunión de tipo religioso”.[1] Asimismo, reconocer que ha cumplido dos funciones fundamentales denominadas por Hervé Martin[2]: ortodoxia y ortopraxis. Esa palabra "de la boca de Dios", pronunciada en ámbitos variados a través del tiempo, sea en la iglesia - espacio sagrado- o en la plaza pública - espacio profano- agregó otra especificidad desde fines de la Edad Media: estar íntimamente ligada a funciones represivas y sobre todo "controladoras" del Estado Moderno.
El sermón es importante como texto escrito, aspecto fundamental para todo medievalista pero además es pronunciado por un predicador quien se dirige a una audiencia con el objeto de instruirla y exhortarla. El tema que trata está relacionado con la fe y emplea por lo general pero no necesariamente, un texto sagrado- no siempre bíblico- para explicar o desarrollar tópicos que pueden ser relevantes para quienes lo escuchan[3] como lo afirma Beverly Kienzle en su trabajo,
El sermón es un discurso desde el púlpito caracterizado por su solemnidad y por elaborarse siguiendo las normas de oratoria y retórica. Sirve de ayuda para la educación religiosa puesto que trata de temas, en muchos casos, como explicaremos de temas relevantes para los asistentes, y las variedades provienen gran parte del predicador.
Nuestro trabajo se interesa en los sermones predicados en los autos de Fe realizados en Lima los años 1605, 1625 y 1639. Sus autores son respectivamente Pedro Gutiérrez Flórez, Luis de Bilbao y José de Cisneros y su análisis nos permite completar la lectura de los procesos de los penitenciados de la época. Así, es posible insertar el mensaje de dichos predicadores dentro de lo que podríamos denominar "el espectáculo del sufrimiento" [4] ofrecido por el Santo Oficio a la sociedad limeña.
No obstante, es interesante también tener en cuenta que estos sermones cumplen plenamente con los requisitos señalados por Kienzle en la obra antes citada,[5] porque la fe es elemento primordial y sobre todo la ortodoxia y ortopraxis están íntimamente enlazadas en una ceremonia tan solemne como es el auto de fe. En resumen, el sermón es una exhortación sobre tema doctrinal o moral y que utiliza los textos, sea para fundamentar sus moralizaciones o para elaborar un tópico dominante.

Las funciones del sermón son muy variadas, y agregó a las ya conocidas en la época medieval otras como:

- proponer determinados cultos o permitir su difusión

- sostener la santidad de ciertas figuras

- presentar modelos de santidad

- interpretar y explicar ideales de santidad bíblicas así como adaptarlos a la época de la prédica

- destacar las cualidades de los difuntos, especialmente de los santos

- comunicar puntos de vista alternativos de vida religiosa

- fomentar la práctica de los sacramentos, en especial la confesión

- establecer un puente entre el ideal y la práctica cristianas

- luchar contra herejías y prácticas no cristianas,

- emplearse como mecanismo de control social y mental

- servir de apoyo a planteamientos políticos

(elementos fundamentales en los sermones analizados)

Pero, consideramos que también el sermón puede ser visto como:

- elemento que permite moldear las mentalidades

- mecanismo de control social y mental

- ayuda para difundir planteamientos heréticos

- ejercicio literario

- forma de guía espiritual

- apoyo de intereses políticos y sociales

- solicitud de cambios en lo social y económico

- componente de las ceremonias religiosas.

En cuanto al género nuestros sermones no corresponden a la diversidad existente en el mundo medieval: dominicales, De Tempore u ordinarios, De sanctis o comunes a todos los santos, Ad Status, De Mortuis. Por tal razón, sería interesante estudiar los orígenes medievales del auto de fe y su relación con el sermón, ejercicio universitario que aplica a un tema propuesto las reglas y los esquemas de la escolástica.
Es importante subrayar la importancia de la llamada pastoral post-tridentina puesta en práctica desde fines del XVI y que en el caso de nuestro virreinato coincide su aplicación con el llamado Tercer Concilio Límense. [6] La pastoral post-tridentina ha marcado profundamente el cristianismo hasta el siglo XX con sus pautas muy restrictivas y poco permeables. El historiador Jean Delumeau[7] plantea que su puesta en práctica ha favorecido una “pastoral del miedo” en las sociedades europeo occidentales, y donde el espectáculo del sufrimiento atrae a vastos sectores de la sociedad, tanto católicos como a no católicos.
En lo que concierne a la metodología de trabajo, hemos utilizado la propuesta de ciertos sermonistas, es decir, tener en cuenta cuatro vías para el análisis: el sermón, el predicador, el público asistente y la sociedad en que se predica.


I.- El Sermón

Los sermones elegidos corresponden al material conservado en el Archivo Vargas Ugarte y son los siguientes

1) Sermón que el muy Rvdo. Padre Fray Pedro Gutiérrez Flórez, calificador del Santo Oficio, Ministro Provincial de los Frailes menores de la provincia del Perú y del Reino de Chile, Custodias de Tierra Firme y Tucumán predicó en el Auto general de la Santa Inquisición en la Ciudad de los Reyes el 5 de marzo de 1605.
Este sermón fue impreso en Lima el mismo año por Antonio Ricardo y Fray Pedro Gutiérrez lo dirigió al Excelentísimo Señor Don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey, Señor de las casas y estado de Biedma y Ulloa, Virrey del Perú, siendo monarca hispánico Felipe III.Se contaba con la dedicatoria del doctor Melchor de Amusgo, familiar del Santo Oficio, aspecto de gran interés, si tenemos en cuenta la importancia que tienen los familiares dentro de la organización del Tribunal. El funcionario conocido con el nombre de familiar era una supervivencia de la Inquisición medieval y

“Esencialmente era un servidor laico del Santo Oficio, listo en todo momento a cumplir sus deberes al servicio del tribunal...Convertirse en familiar era un alto honor.....” [8] , procedían de todas las clases sociales, siendo muy numerosos y contando con importantes privilegios[9]

Asimismo, se insistía en la importancia del mencionado sermón, especialmente por el deseo que tenían los fieles de acceder a su texto impreso y más aún, debido a la importancia que tenía el virrey como cristiano y defensor de la fe. Por tal razón, se le solicita la autorización y la concesión de licencia para la impresión.
En cuanto a la autorización otorgada por el virrey para la publicación, reconocía que no había la necesidad de que el sermón fuera visto o examinado por otra persona, y que la corrección debía hacerla el mismo predicador, lo que es clara muestra de la confianza en su ortodoxia, atestiguada además por su cargo de Calificador del Santo Oficio. Gutiérrez Flórez conocía muy bien las fuentes bíblicas y patrísticas así como los autores de los siglos XVI y XVII, y ha sabido hacer muy buen uso de ellas, sea como paralelos o como apoyos para sus explicaciones.
En su introducción utiliza las líneas siguientes del Salmo 128:

“La bendición de Yahvé sobre vosotros,
os bendecimos en el nombre de Yahvé”

En cuanto a los temas que se tratan en la prédica podemos centrarlos básicamente en los siguientes:


a) La fe y las verdades del cristianismo


Se subraya aquellas referidas a la Trinidad, Encarnación, los Sacramentos, la gracia divina, el libre albedrío, la remisión de las culpas, la venida del Mesías, la intercesión de los santos. Asimismo, insiste en la unidad y santidad de la Iglesia con Cristo como su cabeza universal. Se ha utilizado un símbolo importante del cristianismo, el escudo, empleado en el libro de los Salmos y, sobre todo a partir de San Pablo [10]se le había considerado como símbolo de la fe (Carta a los Efesios 6, 16) Así en el texto, encontramos las siguientes referencias a la imagen del escudo:

“ Escudo fortísimo de la fe es el Excmo. Señor virrey conde de Monterrey que aquí con su grave presencia, autoriza, ampara y defiende las causas de la fe”
“Escudos son los demás oidores y jueces”
“Escudo es también esta florentísima Universidad y escudos son las religiones santas pues todos con sus doctísimas letras y santas costumbres hacen lo mismo”
“Escudos son tantos y tan gallardos caballeros que con fervientes corazones, con las armas, haciendas y vidas se opondrán a cualquier potencia que se levante en contra de nuestra fe”.
“Finalmente, escudo es todo cristiano público, católico que....no dudó sino que querrán en esto correr parejos con todos”[11]

b) La Iglesia

Esta institución definida como una congregación de fieles debajo de una cabeza, Cristo, redentor en la profesión de su fe, ligados con la comunión de unos sacramentos, bajo del gobierno de legítimos pastores, principalmente el Sumo Pontífice de Cristo Redentor en la Tierra, protegida por María y que tiene como característica la victoria contra sus enemigos.
La iglesia es católica y universal como lo prueban los testimonios de las Sagradas Escrituras así como de los Padres de la Iglesia. Gutiérrez Flórez hace uso también en este caso de una serie de símbolos para referirse a la iglesia, tales como la columna, el hacha y la palma para relacionarla con la verdad, la persecución y la imposibilidad de vencerla.

c) La Inquisición

Se plantea como primer auto de fe el castigo que se hizo a los sodomitas, y allí encontramos a Dios como primer inquisidor. No obstante, también hay una insistencia marcada en referirse al juicio final que sentencia a los malos y al que compara con el auto de fe que se está celebrando.
El Tribunal de la Inquisición es considerado en toda su importancia puesto que “defiende, ampara y purifica la verdad, en él halla el errado, enmendado y convertido misericordia y en él es también castigado el pertinaz rebelde y duro con equidad de justicia” “.... importantísimo en la Iglesia, amable y graciosa para el católico, fiel, pues le defiende y ampara no sólo el alma, sino aún el cuerpo y hacienda” “que de lo más remoto y apartado de la tierra y de lo más oculto de sus cuidadosos recatos rastrea, descubre y saca al judío, al hereje y a los demás pecadores que le pertenecen para corregirlos, enmendarlos y castigarlos”[12].
Además, se insiste en la importancia que tienen los jueces del Tribunal porque su tarea de vigilancia es realizada como los animales que vio Ezequiel, llenos de ojos de todas partes para que vigilen como cuidadosas atalayas y puedan descubrir las traiciones de los judíos, herejes e infieles. Gracias a esa vigilancia se mantendrá a España limpia de los errores y herejías, a diferencia de los países vecinos que se encuentran divididos, destruidos y arruinados.


d) Los buenos

Estos miembros de la Iglesia merecen la bendición porque no la persiguen, al contrario son hijos fieles de una institución que es una, santa
Y católica, y que creen siempre lo que les enseña la Iglesia. No obstante, les recuerda que esa fe única se acompaña con las buenas obras y la caridad. Esta referencia es sumamente importante porque diferencia claramente el magisterio de la Iglesia Católica, que insiste en la noción de mérito por las buenas obras y la doctrina luterana de la justificación por la fe.
El religioso solicita, asimismo, que se pida por la conversión de los condenados por el tribunal, así como paciencia para los penitentes y la gracia que permita merecer la gloria a todos los reunidos. Es interesante esta relación que se manifiesta entre los diferentes grupos de la iglesia y que se reafirma en otras partes del sermón.


e) Los castigados y las herejías

Herejes y sus doctrinas erróneas son duramente atacados en la prédica, señalando sus errores desde la antigüedad hasta el siglo XVII y ha utilizado diferentes textos de la Biblia y Padres de la Iglesia para rebatir las herejías arrianas, donatistas, maniqueas, luteranas y calvinistas, así como de los errores de judíos e infieles.
El predicador franciscano considera que los herejes son gente viciosa, libre y perdida, sin Dios, sin conciencia y sin vergüenza. Son crueles, robadores, carniceros, violentos e hipócritas. Al igual que los judíos son una canalla perdida y junto con los infieles son enemigos de la Iglesia, a quien siempre infectan y persiguen.
Naturalmente, considera que todos los enemigos de la Iglesia tienen mal fin y cita a autores posteriores que han hablado de ese mal fin. Es importante la penitencia para esa “gente insensata y engañada”, y sobre todo en el castigo que se debe aplicar a los castigados por el tribunal como lo explicita en los párrafos siguientes:

“Y al judaizante pérfido y al hereje pertinaz, al descomedido embustero, al blasfemo deslenguado, al torpe profanador del Santo Matrimonio y de los demás Sacramentos es su vista horrible y espantosa porque a unos aguarda el fuego, a otros los azotes, destierros galeras, cárceles, sambenitos e infamias, castigos merecidos de atroces maldades”
“Judíos, duros, rebeldes e inflexibles en errado parecer de otros tontos como tú” “esa dureza contra Cristo, no es por ser Cristo, sino por ser tu judío, cuya ordinaria condición natural y antigua fue siempre murmurar de Dios, de Moisés y tus profetas” (Salmo, 17 y Números, 16)
“¡Oh, mi señor y Redentor Jesucristo!, cuánto os han costado estas míseras almas, buitres...miserables reos, vasos de ira muertos en sus errores” (Hechos de los Apóstoles y Epístola a los Romanos)[13]

Podemos concluir afirmando que este texto fue presentado con un saludo muy solemne y pomposo, y si bien se utilizó en su redacción gran número de citas en latín, estas fueron traducidas inmediatamente al castellano. Su tono debe haber sido aseverativo, en algunos casos bastante emotivo y ha tenido la intención de impactar a los fieles y fomentar en ellos el espíritu de unidad en la fe. Y, por tal razón, se ha insistido en dar a conocer las verdades de la fe, al mismo tiempo que se señalaban las herejías. Ahora bien, nos queda la interrogante respecto a los resultados efectivos que haya logrado en ese aspecto.
2) Sermón de la fe en el Solemne General Auto que el Tribunal Santo celebró en la ciudad de Lima. Domingo Tercero de Adviento, que fue día de Santo Tomás Apóstol, a 21 de diciembre de 1625 por el Padre Maestro Fray Luis de Vilbao, de la Sagrada Orden de Predicadores, Calificador del Santo Oficio y Catedrático Propietario de Prima de Teología en la Real Universidad de los Reyes.
Este sermón fue impreso en Lima en 1626 aunque no se indica el lugar y el predicador lo dirigió al Excelentísimo Señor Don Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar, Virrey Capitán General de estos reinos del Perú, siendo monarca de España, Felipe IV.
La dedicatoria redactada por el mismo predicador se caracteriza por su sobriedad como se puede observar en las frases siguientes:

“ El cuidado con que estudie este Sermón, me obliga a dedicarle a V. Excelencia, pues felicito el desvelo de estudiarle la esperanza de tener tan grande oyente. El estudio es mío.... este ofrezco a V. Excelencia, que siendo hecho en servicio de la Fe, le ha de admitir el afecto que publica obligando a esto la sangre, que sus gloriosos progenitores vertieron defendiéndola...”
El dominico ha tomado como referencia para su sermón la frase del Evangelio de San Juan, capítulo XXX, Señor Mío y Dios Mío.
En este sermón las ideas principales no se encuentran claramente diferenciadas de los temas básicos, no obstante hemos elaborado un esquema de ellos:


a) Dios y Fe


Se articulan la grandeza de la divinidad, la verdad de su voz y el poder de su brazo pero también lo concerniente a la misericordia divina, que tiene su tiempo después del castigo. Asimismo, se reconoce que la primera regla de la verdad es que Dios no pudo engañarse a sí mismo, ni tampoco engañarnos. “Señor es omnipotente para todo lo que son los fundamentos de nuestra fe católica”[14] . El tema de la fe es insistente en el sermón insistiendo en la suavidad del yugo de la fe recibido en el bautismo.
Reconoce la importancia que tiene esa reunión, “insigne teatro” en sus palabras que ha permitido reunir una congregación tan numerosa y nunca antes vista, motivada sobre todo por la fe y no por ver a los miserables hombres y mujeres castigados.


b) Iglesia


Se ofrece su imagen como cama o lecho y que los penitenciados han buscado inquietarla y perturbar la fe, afirmando

“..como estas sabandijas de estos hombres y mujeres perdidas, que de la oscura cueva de los errores, salen con tan palpables nieblas de disparatadas cegueras, a inquietar la cama del pacífico Salomón y perturbar la fe” [15]


c) Tribunal del Santo Oficio


Es un tema que se trata extensamente y hay la consideración de este Tribunal como apostólico y real, lugar donde la competencia del Señor se manifiesta en un majestuoso acto entre sus discípulos.
Su discurso da a conocer que el Tribunal está conforme al derecho más que humano, y sus jueces apostólicos tienen la grandeza, la autoridad, la majestad más parecida a la de Dios, así como su voz es la voz de Dios. Se apoya en textos de los Salmos y San Jerónimo para sus afirmaciones.
El P. Bilbao insiste en la obediencia a la voz del Tribunal, así como en la imposibilidad de atreverse a replicarle, e igualmente resalta lo referente al poder de su brazo, como el de Dios. “Brazo poderoso del Tribunal pero secreto”, afirmación que se encuentra en Isaías, 53,1 y que confirma que una de las mayores grandezas del brazo de Dios es que obra eficacísimamente, pero oculta y secretamente y sin estruendo.
Ese Tribunal que hará Dios oír su voz en el mundo y como brazo y voz de Dios “defiende la pureza de las verdades reveladas por la voz de Dios y como brazo se opone al atrevido soberbio negando a tal maldad el crédito y poder a tal brazo”[16]
La Inquisición acierta en su actuación conforme con el poder divino, los castiga como su culpa merece y también humillan y castigan a la Platera y a la Voladora. El mencionado tribunal goza la grandeza y majestad que se le debe por tantos títulos como a vigilante defensora de la Iglesia y de la fe católica (Cantar de los Cantares, I).
Asimismo se apoya en el texto de Fray Luis de Granada para referirse a la Inquisición “es el muro fuerte de la Iglesia, columna de la verdad, custodia y relicario de la fe [...] atarazana de todas las armas contra los herejes y contra los demonios mismos. Antorcha resplandeciente de la Iglesia. Piedra de toque” [17]
Y es importante la enumeración que hace de los logros del Tribunal en su defensa de la fe y lo que se espera de esta institución en el futuro:

“.[...] este tribunal santo que ha conservado en la Fe y defendido de los judíos, herejes y moriscos. Que la ha defendido de amenazas como los alumbrados de Llerena, de Sevilla. Que ha hecho servicio a la Iglesia y a esta ciudad al librarla del peligro en que la tenían puesta estas mujercillas [...] eran como cáncer.. Todo este daño atajó el tribunal [...] su brazo es fuerte y su voz poderosa como la de Dios [...] Tiemblen los enemigos de la Iglesia de su brazo, obedezca a su valiente voz el mundo todo. Viva el Tribunal Santo de la Inquisición, viva para pavoroso espanto de sus enemigos [...] Crezca cada día más y más en su grandeza y majestad. Consérvele Dios en su Iglesia para que los fieles conserven con la debida pureza la fe que profesan, para que animada y viva con la caridad, y ministerio de las obras, alcancen dones divinos de gracia, prenda de la gloria” [18]

En cuanto al oficio de Inquisidor es la guarda del lecho (la Iglesia) y sus calidades son dos:
1) Su número es sesenta determinado por indeterminado porque sesenta significa gran perfección, pues representa el número de seis, multiplicado por diez, y ambos números significan gran excelencia, como lo afirmaban San Gregorio Magno y San Gregorio Niceno.
2) Son fortísimos y los más fuertes de los fortísimos
No obstante, todo el poder que tiene el tribunal reconoce también que tiene un aspecto misericordioso: el perdón que concede a los que se arrepienten de sus errores.

d) Castigo y castigados


El predicador se apoya en textos bíblicos para reconocer que este castigo a los herejes y blasfemos es un servicio agradable a Dios (Levítico, 1 y 24, Reyes, 9). Si bien es un sacrificio de sangre considera que esta acción es santa y merecedora de la bendición copiosísima de Dios, y prueba de ello es la participación de la autoridad civil en ese sacrificio tan agradable a la fe y a la religión.

Para el P. Bilbao la celebración del auto de fe en la festividad del apóstol Santo Tomás es como el primer auto de fe celebrado por Cristo señor como Inquisidor General de la Iglesia, admitiendo a la reconciliación a un discípulo apóstata e incrédulo, quien hizo solemne abjuración del error con las famosas palabras: Señor mío y Dios mío.
Los castigos se imponen debidamente a los que se oponen a la voz de Dios, siendo el primero el desbaratar la soberbia como ya lo había recordado San Ambrosio al afirmar que los hombres eran de polvo.
Ese tiempo de castigo es el primero y debe ser precedido de tiento y consulta para no errar en aplicación de las penas propias del Tribunal que son de furor y fuego, especialmente se prodigan las llamas para los contumaces, relapsos y pertinaces.
Asimismo, se recuerda a la gran cantidad de herejes castigados por Moisés y la importancia de aceptar el castigo de “estos apóstatas de la Fe, judíos y herejes, de estos blasfemos atrevidos, de estos Sacrílegos violadores de Sacramentos[...] de estas hechiceras, de estas embusteras y alumbradas que tan engañada tenían esta ciudad”[19]
El poder del brazo de Dios y el valor de su valiente voz se muestran en estas maravillosas obras que castigan sin excepción a los soberbios y pérfidos herejes apóstatas de la fe, así como a sus cómplices sin excepción de personas o de género, privándolos perpetuamente del paraíso.
El predicador se expresa duramente de los judíos y de su terquedad frente al bien que goza el cristianismo desde hace tantos años, y como las Sagradas Escrituras muestran la terquedad y desgracia de este pueblo que ha recibido enormes castigos por su soberbia y perfidia.
Asimismo, duras palabras contra los arrogantes alumbrados, quienes como dice Santo Tomás, se atribuyeron a sí mismos lo que no tienen. Esa arrogancia es hija de la soberbia y

“Arrogancia es, sin duda, la vana ostentación de santidad de estas miserables mujeres que con tanto descrédito de la virtud, han procedido a atribuirse a sí lo que no tienen. Engañando al mundo y haciendo con embustes e invenciones... y granjear honra y estimación”[20]
Al predicador le interesa diferenciar a las verdaderas santas y lo que hicieron de la Platera y la Voladora, y sobre todo explica cuáles eran los embustes de las penitenciadas así como la participación de la población al acudir a consultarlas y llevarles presentes

e) Errores


El P. Bilbao considera importante señalar los errores que han cometido los castigados y se apoya en los textos de Job, Nicolás de Lyra y Santo Tomás para insistir en el pecado de la soberbia, y refiriéndose especialmente a los judíos que no han querido reconocer al verdadero Mesías y los llama soberbios, presumidos, ciegos y tercos.

f) Asistentes

Un elemento importante en este sermón es el que corresponde a la autoridad política que legitima el acto, y especialmente la presencia del representante del Monarca

“debida le es a este Tribunal santo, la que aquí representa con la asistencia de un Excelente Príncipe, que en lugar del Rey autoriza este acto de un gravísimo Senado, y Real Audiencia de dos ilustres Cabildos, de una generosa y lucida Universidad, de las Religiones Sagradas depósito de la Sabiduría y Santidad de este Reino, y del florido concurso de tanta nobleza Ea, señor, pues en lugar de Dios, V.E. preside tan ilustre acto”[21]
3) Discurso que en el Insigne Auto de a Fe, celebrado en esa Real Ciudad de Lima, a 23 de Enero de 1639. Predicó el M.R.P. Joseph de Zisneros, Calificador de la Suprema y general Inquisición, Padre de la S. Provincia de la Concepción, y Comisario General en todos esos Reinos del Piru y Tierra Firme, del Orden de N.P.S. Francisco.
Este último sermón se imprimió el mismo año en Lima por Gerónimo de Contreras. Estaba dirigido al Excelentísimo Señor Don Luis Gerónimo de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, Virrey, Gobernador y Capitán General de los Reinos del Perú y Tierra Firme, Gentilhombre de la Cámara de Su Majestad, y de su llave dorada, de los Consejos de Guerra, y estado, Comendador del Campo de Critana, del Orden de Santiago.
La censura estuvo a cargo del doctor Pedro Ortega de Sotomayor, maese escuela de la Santa Iglesia, Canciller y Catedrático de Prima de Teología de su Universidad, y la aprobación estuvo a cargo del Provincial de la orden agustina, P. Juan de Ribera, quien era Catedrático de Vísperas de Teología de la Real Universidad de Lima.
La dedicatoria es muy importante porque señala la relación del virrey con el monarca, quien es protector de la fe e insiste especialmente en la relación existente entre la política y la religión. Asimismo, se subraya la importancia del Tribunal de la Inquisición y del sermón predicado en el auto de fe. Finalmente, se reconoce la contribución económica del virrey en las limosnas.
El tema del sermón corresponde a las líneas del Salmo 140[22]:

Fueron precipitados sus jueces desde el borde de la roca,

y oyeron mis palabras que eran blandas.[23]

Se inicia con la Salutación en la que el P. Cisneros ha utilizado el Libro de los Reyes refiriéndose a dos reyes del Antiguo Testamento: Saúl y David. Es interesante la comparación que hace con el Tribunal de la Inquisición y su desvelo en mirar las cosas y las causas tan importantes como las presentes, y que lo ha elegido para tarea tan importante, a él que es tan pequeño y despreciado que no merece el nombre de hijo de San Francisco, indicando además que hubiera sido mejor que desempeñase esta tarea un hijo de Santo Domingo.

El sermón está dividido en cuatro partes y las analizaremos teniendo en cuenta este orden:

Discurso Primero
Sobre potestades potestativa y judiciaria de la Iglesia
Esta primera parte está articulada alrededor de los temas siguientes:

a) Cristo

Se señala que la potestad judiciaria que Dios Padre le ha dado contra herejes y judíos y esta potestad se prueba con la parábola de las vírgenes de la boda [24]y explica lo siguiente

“..si se desposó con nuestra naturaleza humana fue para ser nuestro juez y de esto advierte y asegura a sus apóstoles, de que su Padre no ha de juzgar a nadie y que a él se le ha dado todo el poder de juzgar. Desposadme con la naturaleza humana y así tengo potestad judiciaria para juzgar a los hombres pero especialísima para juzgar y condenar herejes, especialmente la herejía judaica, según Jerónimo”[25]

Asimismo se refiere a la importancia de la Majestad de Cristo (salmo 106), de su pasión (Salmo 123) y de su divinidad (Isaías y sermón 60 de Pedro Crisólogo) En cuanto al reinado de Cristo afirma que está presente desde su concepción y especialmente su reinado universal lo ha recibido por sus sufrimientos en la cruz, tal como lo han afirmado Tertuliano, San Hilario en su De Trinitate y también el buen ladrón del Evangelio[26]. Ese Cristo reinante, según las afirmaciones de Isaías, tiene también insignias propias y diferentes a las otras: la cruz.

b) Iglesia y fieles
La Iglesia es presentada como una institución fuerte y contra la que no pueden nada las asechanzas de herejes y judíos. Se insiste en la importancia que tienen los fieles y especialmente su unión con Cristo
c) Justicia
Es un tema de gran importancia y se insiste en la necesidad de amarla y de aborrecer la iniquidad. Un elemento importante es la referencia a los Salmos (especialmente al 44) y al rey David para tratar este tema.
d) Herejes y Judíos
Cristo ha sido nombrado Inquisidor general por su padre para castigar en esta vida a herejes y judíos quienes ofendan a él o a su Iglesia. Se apoya en citas de San Jerónimo y también en el Adversos Judeos de Tertuliano para referirse a las situación de quienes considera “desdichados sacrílegos”
Discurso segundo
Grandeza y Judicatura del Santo Tribunal de la Inquisición
a) Cristo, Fe e Iglesia
El tema de Cristo está íntimamente ligado al término piedra, como base fundamental de la fe y sobre todo la perennidad que representa este elemento. La fe que se ha heredado de los padres no puede verse dañada por la perfidia de los judíos y de los sacrílegos herejes, con quienes de ninguna manera deben de comunicarse. Se señala la importancia de esa Iglesia militante que vive por la
b) Inquisición
El Santo Tribunal según el predicador es un asilo finísimo de la fe, y cuenta con un estatuto de calidad y de limpieza y no debe comunicarse con el infiel. Este tribunal decide y determina las causas de la fe, con diferencia, con justicia, otras con misericordia, examinándolas para mejorarlas.
Ese Tribunal que juzga con justicia y castiga con la muerte del fuego, la cual es la justa condenación de los delitos. Siendo un muro fuerte, como defensor de la fe tiene sus baluartes, fosos y contrafosos, así como armas que lo defienden:


a) calificadores (teólogos nombrados por el tribunal para censurar libros y proposiciones)
b) juristas y
c) teólogos
Además, el santo Tribunal es el encargado de:
a) la conservación del óleo sagrado y del vino de Sacramento
b) la preservación de la ley de Dios
c) la reverencia al Santísimo
d) la vara de justicia
En las causas de la fe solamente cuentan con la omnímoda autoridad apostólica y la mayor dignidad: Cristo, San Pedro y el Tribunal de la inquisición que es Santo por la Bula concedida por Sixto V a la Inquisición española.
En cuanto a los inquisidores son los inmediatos jueces de la fe y como afirmaba San Bernardo, ellos así como el primer inquisidor que fue Moisés ejercitan la justicia contra los incrédulos de la piedra.
c) Monarcas
Uno de los aspectos más importantes de este discurso es la explicación que da Cisneros sobre el poder general de los príncipes de la tierra. Recuerda que la grandeza del tribunal se encuentra también fundamentada en las cláusulas del testamento de Carlos V y de su hijo Felipe II.
La cesárea majestad de Felipe IV está representada por el virrey y es sumamente importante amar, ser fiel y prestar obediencia al rey. El monarca es un muro que debe defender el Arca Santa como lo atestigua el Éxodo.
Discurso Tercero
Grandeza de los patriarcas y sus órdenes, en orden al Santo Tribunal
a) Cristo e Iglesia
El predicador ha continuado utilizando la simbología de la piedra para referirse a Cristo, y ha agregado la visión de iglesia como una casa colocada sobre los hombros de los santos
b) Inquisidores
Esta parte del discurso es interesante porque se presentan los nombres de los más importantes inquisidores franciscanos y dominicos
c) Órdenes religiosas
En lo referente a las órdenes religiones, destaca la importancia de Santo Domingo y San Francisco para reedificar la iglesia y sustentarla en sus hombros.
Estos santos han sido los más inmediatos a la piedra Cristo, y sobre todo importantes por su humildad, que les da un lugar cerca de Dios; así como los miembros de su comunidad, destinados a ser fundadores del Santo Tribunal.
Discurso Cuarto
De la perfidia judaica contra la piedra Cristo
a) Cristo
El predicador nuevamente utiliza la metáfora de la piedra para referirse a Cristo. Señala que es más evidente y más claro que la luz del sol que Cristo es el Mesías esperado y deseado.
“Decidme, miserables, no creéis ni queréis por Mesías a Cristo porque nació en Belén? Creed a vuestro Miqueas, 5 que profetizó el lugar de nacimiento. ¿No lo queréis por Mesías porque entró en Jerusalén sentado en una bestia humilde y fue vestido en su pasión de vestido purpúreo? Creed en vuestro Isaías, 61.53 “[27]. A lo anterior agrega otras citas del Antiguo Testamento como son: Jeremías, Zacarías, Job, David.

b) Fe y Fieles
Se reconoce la importancia de la fe que es la que establece la diferencia entre crédulos e incrédulos. Así, los fieles son del bando del Cristianismo, del gremio de la Iglesia Santa, herederos de la viña que se quitó a los miserables según el Éxodo, 32.
Cisneros invoca a los presentes a permanecer firmes en la fe del Mesías verdadero, creer en su Santa Iglesia, venerando sus divinos Sacramentos, y especialmente obrar virtuosamente para asegurar los mayores méritos que ya han sido afianzados por Cristo y los méritos de su sangre.

c) Judíos

Esta parte de la prédica es de una gran dureza puesto que se busca atacarlos utilizando testimonios de las Sagradas Escrituras y de la historia. Cisneros insiste en la perfidia judía y su relación con la incredulidad (Osías, 10). Es la perfidia que da lugar a la rebeldía del entendimiento y la obstinación de la voluntad y también esa perfidia da como resultado que no tengan rey, príncipe o gobernador de su sangre, ni templo ni sacerdocio propios.
Ciertos párrafos nos muestran la dureza del lenguaje:
“Miserable gente.. Ni tierra de promisión ni en heredad de la Iglesia para ellos. Convencer a miserables pérfidos con la misma perfidia de piedra” (Pedro I, c.2)
“tan propio es del mundo el ser malo, como de estos miserables el ser pérfidos, así como no hay que esperar del mundo se mejore, así ni de estos que crean”
Y esa perfidia en la que perseveran, hace que sean condenados merecidamente por los cuatro inquisidores del Tribunal, perdiendo así honra, hacienda y vida
Es interesante la relación que hace el predicador entre la fecha del auto de fe y otros acontecimientos del Antiguo Testamento como el pecado contra la mujer del sacerdote el 23 de enero es “presagio y figura de la justicia que se hace con estos miserables” y Zacarías quien vio también en la misma fecha, a un varón midiendo a Jerusalén con una soga Jerusalén.
Como en los siglos anteriores, estos sermones han continuado jugando, un papel importante para la educación de los fieles, así como en la liturgia. Asimismo, es necesario insistir en su valor dentro de una cultura en la que la oralidad es fundamental en las comunicaciones, especialmente si quien pronuncia los sermones está calificado para ello [28] y, sobre todo, si la prédica tiene lugar en una ceremonia pública de la magnitud de un auto de fe.
Los sermones estudiados insisten en aspectos que han caracterizado a la prédica peninsular desde siglos atrás: la penitencia, la salvación relacionada con la confesión y el arrepentimiento, así como también el antisemitismo. Y, sobre todo, confirman lo que se ha señalado respecto a la “pedagogía del miedo” utilizada por la Inquisición, donde uno de sus elementos fundamentales sería el sermón “de tono grandielocuente y de contenido variado en torno a los delitos más graves que se sentenciaban en el auto; para atraer una elevada concurrencia se comunicaban en los pregones indulgencias concedidas por el Papa a los asistentes” [29]

II.- El Predicador

La información proporcionada en los sermones es la única que nos ha sido posible obtener de los predicadores y esperamos poder ampliarla en un futuro próximo.

III.- La sociedad

Es fundamental situar al sermón en su contexto, lo que nos permitirá comprender la función que ha tenido dicha prédica. En este caso, es la sociedad en que se elaboró y se predicó, las celebraciones de los tres autos de fe, la Lima del siglo XVII. En realidad, tenemos un período relativamente corto, treinta y cinco años aproximadamente, y donde, como señala De Reu, se debe “relacionar la evolución de la sociedad con los cambios en lo simbólico, en el contenido y en el estilo”[30].
Esa sociedad limeña forma parte de un conjunto específico territorial: los dominios de Ultramar, dirigida por una administración característica de la época de los Austria, y que presenta problemas en cuanto a su eficacia y al personal político que lo compone, así como la venta de cargos. No obstante se mantiene un principio de base: reservar únicamente al poder real las funciones propiamente políticas y someter a os Consejos los problemas técnicos[31]
Millar Carvacho[32] nos ofrece una interesante presentación de la ciudad de Lima a inicios del siglo XVII, caracterizada por una población en aumento, con una composición social heterogénea y claramente jerarquizada en lo social. La violencia era un fenómeno integrante de la cotidianeidad de los diferentes grupos sociales y, la relajación de las costumbres eran de considerable magnitud como lo manifiestan diversos testimonios.
No obstante, es una sociedad con intensas manifestaciones de religiosidad, tanto en cuanto al número de conventos, templos, iglesias y capillas, así como al de integrantes del clero regular y secular, sin olvidar las festividades, ceremonias, devociones e inquietudes espirituales de los fieles y especialmente la presencia de cinco santos de la Iglesia limeña que vivieron en esa época.
“En ese ambiente tan contradictorio, también aparecen diversas mujeres que tienen una vida religiosa muy intensa y que alcanzan fama de ser personas santas hasta que aparece la Inquisición y las procesa,[...] “[33]

IV. El Público.-

El público que asistía a los autos de fe correspondía a lo que se denomina literati y también iliterati, aunque había falta de uniformidad en ambos grupos. Si tenemos en cuenta lo que ha señalado Thomas Amos[34] respecto al auditorio en los sermones, debe reconocerse la dicotomía existente entre lo oral y lo escrito en ciertos grupos, y la necesidad de poder conocer las habilidades cognitivas de la audiencia. Así, sería posible medir nuestro objeto de estudio como medio de comunicación, y además, distinguir los rasgos de los sermones recordando ciertas características generales de los mismos.
Nuestros predicadores se han dirigido a su auditorio de diversas maneras y en cuanto a las imágenes que se les ha ofrecido, consideramos que no todas han sido accesibles, pero sí es muy interesante observar los vicios que se les reprocha: gran credulidad en hechiceras e iluminadas, la relación con herejes y judíos, así como cierta tibieza en las prácticas religiosas y también malas costumbres.
¿Cómo percibieron estos predicadores la sociedad en que vivían, y cuáles eran los prejuicios que tenían respecto a cada grupo social? Se observa una visión negativa, especialmente en el caso de Cisneros, sobre todo respecto a los judíos, herejes e infieles, aunque a veces existe confusión en los términos que emplean respecto a éstos.
Es necesario considerar que existen otros elementos necesarios para el análisis, como el lugar donde la prédica se ha realizado, si es al exterior o al interior de un recinto religioso, también lo concerniente a la hora y características climáticas, y la duración que han tenido los sermones.
En nuestro caso, las prédicas han tenido lugar en la plaza mayor de Lima, en horas de la mañana, en verano, su duración ha sido mayor al promedio (treinta minutos), además han formado parte del auto de fe, que era un hecho que marcaba la existencia de la ciudad donde se celebraba, desde que se publicaba hasta que desaparecían sus últimas secuelas, dejando múltiples proyecciones en la literatura y el arte.
Ese auto de fe tenía varios objetivos como acontecimiento religioso, judicial, político y social, incluyendo dos vertientes fundamentales: la manifestación pública y el acto judicial. En el primer caso, tenemos las publicaciones mediante pregones, sermones y juramentaciones; las procesiones; las cruces que se portaban y los tablados ocasionales o permanentes que se construían. En cuanto al acto judicial destacaban: su secreto, las normas para petición de reos a la justicia real y los castigos[35].
Es sumamente interesante lo que afirma Maqueda sobre el auto de fe como “uno de los mejores exponentes de la solemnidad pública de la Inquisición, ya que pocas oportunidades -por no decir ninguna- tenía el Santo Oficio de demostrar su poder mejor que la que le brindaba la celebración del Auto de Fe, acto que la convertía en la salvaguardia espiritual de la Monarquía [...] en el siglo XVII, toda vez que aunque existan menos autos públicos solemnes en esa centuria, las descripciones de la ornamentación de los que se celebraban en plazas o Iglesias (ya que el lugar no estaba determinado por derecho sino que se dejaba a criterio de los Inquisidores), [...] demuestran el cuidado que se pone en la escenografía, una escenografía tan majestuosa como la del siglo precedente”[36]
En el caso de dos de nuestros autos de fe, tenemos las informaciones proporcionadas por Suardo y Mugaburu en el Diario de Lima, que confirman lo señalado por Maqueda, así como la importante relación existente entre la Inquisición y la Monarquía español. La Contrarreforma ha jugado un papel fundamental en dicha relación, y tanto los intelectuales como el público en general son conscientes del papel que desempeña el monarca en los asuntos religiosos y de la acción que debe ejercer el poder civil en la represión de la herejía [37]
La acción inquisitorial desde el Concilio de Trento se manifiesta en tres ámbitos muy claros:
- la moral sexual,
- el respeto debido al clero y
- la represión de la magia
tendiendo sistemáticamente a reforzar la cohesión y unidad cultural de la nación española. Asimismo, la defensa de los principios de unidad religiosa tridentinos se identificaba también con la defensa de la Monarquía[38] y las muestras recíprocas de consideraciones entre autoridades civiles e inquisitoriales son una prueba de ello.

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NOTAS

[1] FLOREZ, Cristina, El poder de la palabra: Sermones medievales y sermones coloniales” En Scientia et Praxis, N° 22-23, p.

[2] MARTIN, Hervé, Le métier du prédicateur à la fin du Moyen Âge 1350-1520,, p. 24

[3] KIENZLE, Beverly, The Typologie of Medieval Sermon and its development in the Middle Ages, En: De l’homélie au sermon. Histoire de la prédication médiévale

[4] Término tomado de la obra de Peter Spierenburg, The spectacle of suffering. Executions and the evolution of repression: from a pre-industrial metropolis to the European experience

[5] KIENZLE, Beverly, op.cit. pp. 84ss

[6] FLÓREZ DÁVILA, Cristina, Religión y cultura popular, El sacramento de la Penitencia y el Tercer Concilio Limense (trabajos inéditos)

[7] Profesor del Collège de France

[8] KAMEN, Henry, La Inquisición española, p. 160

[9] TURBERVILLE, A.S. La Inquisición española, p. 48

[10] URECH, Edouard, Dictionnaire des symboles chrétiens, p.27

[11] Sermón P. Gutiérrez Flórez, p.17

[12] Íbidem, p.17

[13] Íbidem, p.p. 18-19

[14] Sermón P. Bilbao, p. 5

[15] Íbidem, p.17

[16] Ibidem, p. 8

[17] Ibidem, p.18

[18] Ibidem, p. 18

[19] Íbidem, p. 4

[20] Íbidem, p. 13

[21] Íbidem, p. 9

[22] Libro de los Salmos, pp.491-493

[23] Estos son los versos utilizados por el predicador.

[24] Mateo, 25, 1-13

[25] Sermón P. Cisneros, p. 3

[26] Lucas, 23, 39-43

[27] Íbidem, p.15

[28] SANCHEZ SANCHEZ, Manuel Ambrosio, Vernacular Preaching in Spanish, Portuguese and Catalan, En: The Sermon, p. 761

[29] MAQUEDA, Consuelo, El auto de fe como manifestación del poder inquisitorial, p.413

[30] DE REU; Martine, Divers chemins pour étudier un sermon, En De l’homélie au sermon,

[31] PÉREZ, Joseph, La Couronne de Castille, En Le premier âge de l’État en Espagne, (1450-1700), pp. 89ss

[32] MILLAR CARVACHO, René, Falsa santidad e Inquisición. Los procesos a las visionarias limeñas, pp. 277-305

[33] Id. op. cit. p.279

[34] AMOS, Thomas, Early Medieval Sermons and their Audience, En: De l’homélie au sermon, p. 1

[35] MAQUEDA, Consuelo, El auto de fe como manifestación del poder inquisitorial

[36] Id. Op. cit. p.410

[37] PÉREZ, Joseph, L’idéologie de l’État, En Le premier âge de l’Etat en Espagne (1450-1700) p. 212

[38] DEDIEU, Jean Pierre, La défense de l’orthodoxie, En: Le premier âge de l’État en Espagne (1450-1700), pp. 229-231

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Bibliografía

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BENNASSAR, Bartolomé et al., Inquisición española: poder político y control social, Barcelona: Editorial Crítica, 1981

DELUMEAU, Jean, Leçon terminale au Collège de France, Chaire d’histoire des mentalités religieuses dans l’Occident Moderne, Paris, jeudi, 9 février, 1994

FLÓREZ, Cristina, "El poder de la palabra", en Scientia et Praxis, 22-23, Lima: Universidad de Lima, 1999

HAMESSE, Jacqueline et Xavier Hermand (ed), De l’homélie au sermon: Histoire de la prédication médiévale, Louvain-la-Neuve: Université Catholique de Louvain, 1993

HERMANN, Christian (coord..), Le premier âge de l’État en Espagne (1450-1700),Paris: Éditions du Centre National de la Recherche Scientifique, 1999

KAMEN, Henry, La aximiliano Española, Aximilia: Ediciones Grijalbo, 1967

KIENZLE, Beverly Mayne (dir.), The Sermon, en Typologie des Sources du Moyen Âge Occidental, Fascicules 81-83, Turnhout: Brépols, 2000

Libro de los Salmos, Edición bilingüe por Maximiliano García Cordero O.P., Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1963

MAQUEDA, Consuelo, El auto de fe como manifestación del poder inquisitorial, en ESCUDERO, José Antonio (ed.), Perfiles jurídicos de la Inquisición española, Madrid: Instituto de Historia de la Inquisición y Universidad Complutense de Madrid,1992

MARTIN, Hervé, Le métier du prédicateur à la fin du Moyen Âge 1350-1520, Paris: Éditions du Cerf, 1988

MEDINA, José Toribio, Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima (1569-1820), Santiago de Chile: Fondo Histórico y Bibliográfico J.T. Medina, 2 volúmenes, 1956

MILLAR CARVACHO, René, "Falsa Santidad e Inquisición. Los procesos a las visionarias limeñas", en: Boletín de la Academia Chilena de la Historia Nºs 108-109, Santiago, 2000

PALMA, Ricardo, Anales de la Inquisición de Lima en Obras completas, Madrid: Editorial Aguilar, 1967

SMITH, Hilary Dansey, Preaching in the Spanish Golden Age, Oxford: Oxford University Press, 1978

SPIERENBURG, Pieter, The spectacle of Suffering. Executions and the evolution of repression: from a pre-industrial metropolis to the European experience, Cambridge: Cambridge University Press, 1984

SUARDO, Juan Antonio, Diario de Lima (1629- 1639) Tomo II, Lima: Universidad Católica del Perú, 1936


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ARTICULO PUBLICADO EN: Revista UKU Pacha, Año 3 N° 6, Lima, 2003
FOTOGRAFÍA: L´Àngel de l’Apocalipsi de Antonio Amorós.Adaptación y dramaturgia de Sermones de San Vicente Ferrer. www.festivalmedieval.com/. ../evento.asp?id=107
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LA AUTORA
Gloria Cristina Flórez es Doctora en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Post grado en Historia de América en la Universidad Complutense.
Especialista en Civilización Medieval por la Universidad Católica de Lovaina.
Profesora en la Universidad de Lima y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde es responsable de la Cátedra Ella Dunbar Temple en la Facultad de Ciencias Sociales.
Miembro del Consejo de Gobierno de la Universidad de Naciones Unidas con sede en Tokio así como de Historia a Debate y de la Asociación de Estudios Medievales y Renacentistas (ambas con sede en España)
Contribuciones en libros y revistas del Perú y extranjero (comercio medieval, antecedentes de Derechos Humanos y La herencia medieval en el Perú de los Austrias)
Colaboradora del Dictionnaire d’Histoire et Géographie Ecclésiastique así como de la Revue d’Histoire Ecclesiastique publicados por la Universidad Católica de Lovaina.

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OTROS TRABAJOS DE LA AUTORA

    "La Universidad de San Marcos y el Mercurio Peruano", en Investigaciones Sociales, año 6, nº 9, 2002. Revista del Instituto de Investigaciones Histórico Sociales.UNMSM. Facultad de Ciencias Sociales. Versión electrónica.

FIESTAS REALES Y TOROS EN EL QUITO DEL SIGLO XVIII

FIESTAS REALES Y TOROS EN EL QUITO DEL SIGLO XVIII

Marina Alfonso Mola / Carlos Martínez Shaw
Universidad Nacional de Educación a Distancia.UNED/España


A través del estudio de las proclamaciones de Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, las corridas de toros aparecen en el Quito del siglo XVIII como un ingrediente imprescindible de las fiestas reales y como una diversión profundamente arraigada entre el conjunto de la población. Las corridas parecen pervivir bajo la modalidad del viejo juego caballeresco, con el ritual muy formalizado y el espacio bien definido, sin que haga su aparición la figura del torero profesional, pero sin que pueda descartarse alguna suerte de toreo a pie y algunos otros juegos más populares, modalidades sobre las que las fuentes guardan silencio.


The study of the royal proclamations of Philip V, Louis I, Ferdinand VI, Charles III and Charles IV shows bullfighting in Quito in the XVIIIth century as an essential ingredient of royal feasts and an amusement deeply rooted in the population as a whole. The corridas (bullfights) seem to survive under the form of the old aristocratic game, with a very formalized ritual and a well defined room and without the participation of any professional torero (bullfighter). But we cannot discard some sort of on-foot bullfighting and some other more popular games, forms that are not mentioned by sources.

A nuestros amigos de Quito.

Es bien sabido que en la España del Antiguo Régimen las fiestas reales llevaban normalmente aparejadas corridas de toros. Durante la época de los Austrias, la lidia consistió en un toreo a la jineta practicado por las clases privilegiadas que se celebraba en espacios habilitados en el ámbito urbano y que constituía un espectáculo en el que los grupos populares actuaban como meros espectadores o servidores. El siglo XVIII fue un periodo de transición en que la fiesta caballeresca dio paso a otro tipo de espectáculo, con una mayor participación de las clases populares en el encierro y en la propia lidia, que, tras un momento de desconcierto caracterizado por el "desorden de los ruedos", es decir por las corridas mixtas "sin leyes", terminó desembocando en la imposición de la normativa clásica del toreo a pie, con la formalización del paseíllo, el predominio del matador y su cuadrilla y la muerte final del toro a manos del matador, un ritual sellado por la redacción de las primeras tauromaquias[1].

También es bien sabido que las corridas de toros al estilo de la metrópolis entraron desde fecha temprana en la vida cotidiana de la América colonial. Para el virreinato del Perú, se ha venido señalando tradicionalmente como fecha de la primera fiesta el 29 de marzo de 1540, con ocasión de la consagración de los santos óleos por el obispo de Lima, fray Vicente de Valverde, y con la improbable participación en la lidia nada menos que del ya septuagenario Francisco Pizarro, el marqués de la Conquista. En cualquier caso, dos décadas más tarde, las corridas estaban ya reglamentadas, de modo que tuviesen lugar cuatro veces al año, durante la Epifanía, San Juan, Santiago y la Asunción. Finalmente, hay que añadir que la costumbre estaba ya tan arraigada en Lima en la década de los setenta que ni siquiera los interdictos pontificios dictados con carácter general para todos los territorios de la Monarquía Hispánica fueron capaces de impedir su celebración en la Ciudad de los Reyes[2].

Para el antiguo reino de Quito, sabemos que la práctica se introdujo también ya desde el siglo XVI y conocemos algunas generalidades sobre el desarrollo de los festejos. Como en otros lugares, la organización recaía en el cabildo municipal, que nombraba los correspondientes diputados encargados tanto de la provisión de los toros bravos necesarios como de la designación de los caballeros que habían de participar en la corrida. La fiesta adoptaba por lo tanto la forma de la lidia caballeresca a caballo y se combinaba con otros juegos nobiliarios tan característicos como las cañas, las alcancías o las parejas. Las ocasiones de los regocijos públicos eran al menos las habituales, como las proclamaciones de los soberanos y las bodas o natalicios acaecidos en la familia real, así como las entradas solemnes de las autoridades civiles y eclesiásticas. Finalmente, el espacio reservado a la corrida era la Plaza Mayor, con el toril situado en una esquina, junto al actual Palacio Cardenalicio, entre las calles hoy llamadas de Chile y Venezuela[3].

No es nuestro propósito, sin embargo, reconstruir la historia de la fiesta de toros ni en el virreinato del Perú ni tan sólo en la capital de la Audiencia de Quito. Nuestro objetivo es el de dar a conocer las circunstancias que rodearon la celebración de las fiestas de toros en la ciudad quiteña con ocasión de las proclamaciones de los cinco soberanos de la casa de Borbón del siglo XVIII, desde Felipe V a Carlos IV. Esta aproximación nos permitirá profundizar en el carácter que habían cobrado en el Setecientos las corridas en este lugar de la América virreinal. Para ello, hemos podido utilizar la rica documentación depositada en el Archivo Metropolitano de Historia de Quito, cuya consulta nos fue facilitada por su director, Don Diego Chiriboga Murgueitio, a quien queremos manifestar públicamente nuestro profundo agradecimiento por su ejemplar eficacia y su generosa acogida, la misma que recibimos de parte de Doña Grecia Vasco de Escudero, directora del Archivo Nacional de Ecuador[4].


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El día 13 de noviembre de 1700 le fueron remitidas al presidente de la Audiencia de Quito diversas comunicaciones relativas a la muerte del rey Carlos II, previniéndole de la necesidad de moderar los lutos a observar con este motivo y advirtiéndole de que los gastos ocasionados correrían de cuenta de los propios ministros de la institución ya que no serían en ningún caso pagados por la Real Caja. Pocos días más tarde, el 27 del mismo mes, una Real Cédula ordenaba al citado presidente alzar pendones en nombre del nuevo monarca, Felipe V. La noticia de la muerte del último de los Austrias llegó a Quito en abril de 1701, mientras que la orden de organizar los actos de levantar el estandarte real por el primero de los Borbones debió arribar no mucho más tarde, aunque no queda constancia de la fecha exacta[5].

En cualquier caso, el Cabildo de la ciudad se reunió el 10 de setiembre de 1701 para acordar proceder al inmediato juramento de Felipe V "por Rey y Señor Natural de estos Reinos", así como a levantar pendones en la forma acostumbrada y ordenar "públicos regocijos de repiques de campanas, fuegos y luminarias". Del mismo modo, se mandó hacer una copia en lienzo de uno de los retratos que se habían recibido del nuevo soberano, enmarcarla y colocarla en la Sala Capitular. Por último, se encargó al procurador general que comunicase las decisiones a la Real Audiencia a fin de fijar el día de la proclamación[6].

En las sucesivas sesiones del Cabildo se procedió a la organización de los actos, de acuerdo con una práctica ya bien establecida. Así se nombraron como diputados al alguacil mayor, el maestre de campo Francisco de Sola y Ros, al comisario Juan Sarmiento de Villandrando y a uno de los regidores, el maestre de campo Roque Antonio Dávila. No obstante, todavía se esperaron algunos días más, a fin de recibir noticias de Lima, la capital del virreinato, así como también de otras ciudades donde ya se había celebrado el advenimiento del monarca, como Santa Fe y Cartagena de Indias. Finalmente, la proclamación tuvo lugar el 9 de octubre, aunque la documentación se muestra muy parca en lo referente al contenido de los festejos, a los que sólo se alude en un testimonio redactado por el escribano del cabildo el 2 de noviembre del mismo año. Así, aparte de señalar naturalmente la ejecución de los gestos simbólicos esenciales, es decir, la exposición de los retratos del soberano y el alzamiento del estandarte real mientras se pronunciaban las palabras de rigor ("Castilla, Castilla y las Indias Occidentales por el Rey Católico Nuestro Señor don Felipe Quinto Rey de España que Dios Guarde y Viva, Viva, Viva muchos años"), sólo se hacía mención al bando previo (promulgado al son de cajas, clarines y pífanos), así como a las colgaduras, las luminarias y el castillo de fuegos artificiales. Por tanto, no sólo no hubo corridas de toros, sino que ni siquiera se contempló tal posibilidad (frente a la de celebrar máscaras o montar una comedia) por motivos que las fuentes silencian por completo[7].

Por el contrario, sí hubo toros en el caso de la llegada al trono de Luis I, tras la abdicación de Felipe V. En efecto, el cabildo, reunido el 18 de julio de 1724, resolvió organizar, para conmemorar la coronación del nuevo soberano, unas fiestas que comprenderían comedias, fuegos, luminarias, repique de campanas y, lo que aquí nos importa, tres corridas de toros en la Plaza Mayor, a principiar el día 6 de agosto. A tal fin se nombraron los diputados y se repartieron las funciones para que nada faltara: la "buena disposición del toril y barreras de las esquinas" de la plaza, la distribución de "la plaza para los tablados", "los dulces y colación en las tardes de dichos toros" y "los helados y barquillos". Se dispuso también el orden por el que se había de regir la concurrencia:

"Las tardes de la corrida de toros y para su encierro saldrán a esta Plaza Mayor los señores capitulares con los caballeros vecinos, quienes con tan leales vasallos de Su Majestad concurrirán a esta celebridad como lo han acostumbrado, de lo cual se les dará noticia por parte de este Cabildo, nombrándose por Diputados para este efecto a los señores Alférez Real y Alguacil Mayor, y para la precisión de las entradas de los barrios y de los enhacendados de las cinco leguas de ambos partidos que vengan a celebrar las tardes de toros se nombra por diputado al dicho señor Alcalde de Primer Voto"[8].

Una vez terminadas las fiestas, se pasaron las cuentas de las corridas. Se había gastado un total de 450 pesos entre los toros, los rejones, los caballos, las garrochas y "demás adherentes que se distribuyeron", expresión que no sabemos si hace referencia a los dulces, helados y barquillos[9].

En cualquier caso, tales festejos se habían concebido como un prólogo a la verdadera ceremonia de juramento y proclamación, que el cabildo fijó para principios de 1725 y ejecutó efectivamente el día 4 de enero, varios meses después de la muerte del joven soberano, pero varios meses antes de que llegase a la Audiencia de Quito la noticia de su fallecimiento, cosa que debió ocurrir a primeros de mayo, momento en que el cabildo empezó a ocuparse de la celebración de las exequias. Por ello, no llegaron a celebrarse las corridas programadas como epílogo de la ceremonia del alzamiento del estandarte, las "fiestas reales de toros" previstas por el cabildo en su sesión del 23 de febrero. En efecto, la documentación sólo nos revela la habitual designación de los diputados para las "tres tardes de toros, caballos y rejones", así como para "la colación y demás dulces", helados y barquillos que se distribuían en el transcurso de las diversiones públicas. La falta de otra información al respecto significa que la demora del cabildo dio ocasión a la llegada de la orden de los lutos antes de la celebración de los festejos, como más tarde corroboraría una certificación del escribano del cabildo, dada el 11 de abril de 1747[10].

El cabildo de Quito programó la proclamación de Fernando VI en su sesión del 15 de marzo de 1747, presidida por el marqués de Lises, corregidor de la ciudad. Las previsiones incluían las prácticas habituales en estos casos: el alzamiento del pendón por el alférez real y la organización de las correspondientes "fiestas reales". Las diversiones debían comprender un castillo de fuegos artificales, la representación de dos comedias y tres tardes de toros, las cuales quedaban al cargo del alférez real, que debía ocuparse de todo lo necesario: "rejones, rejoneadores y mulas que saquen los toros muertos de la plaza". Cinco días más tarde, se tomaban nuevas determinaciones sobre las fiestas, descendiendo a los detalles: la colación debía componerse de "cuarenta y cinco arrobas buenas y bien labradas de almendras y canela de Castilla", las salvas para el día de la jura, el anterior y el posterior, se harían con cinco arrobas de pólvora y los toros que se debían comprar para las tres tardes debían ser "cuarenta y no más", lo que significa la lidia de trece o catorce cada tarde[11].

Sin embargo, cuando ya parecía todo decidido, el marqués de Lises, en la sesión del cabildo del 11 de abril, introdujo un debate sobre la oportunidad de las corridas de toros tan inesperado como interesante. A fin de analizar los motivos, merece la pena citar por extenso la propuesta del corregidor:

"A vista de la deplorable ruina de la ciudad de los Reyes, cabeza de este reino, en que hay tanta materia de asombro como avisos para el desengaño y justo temor, hallándonos juntamente con la reciente voz de las misiones, en que se ha anunciado la palabra de Dios, con las amenazas de su justicia y el copioso fruto que se experimenta en el común movimiento de piedad, no parece oportuno el tiempo para promover el común regocijo de corridas de toros, en que ciertamente se pervierten mucho los ánimos y se desenfrena el vulgo; y así por estas poderosas razones como por el miserable estado de esta ciudad, atraso de sus propios y la nueva circunstancia de desistirse el señor alférez real, Don Juan José de Chiriboga y Luna, de la diputaría de dichas corridas de toros (con lo que parece que aun Dios las quiere impedir), por lo que no es razón que quien tiene la obligación de ver por el bien de la República le cause su mayor mal y que con razón se atribuya que se ha pervertido a los convertidos y derribado el fruto que han plantado y cultivado los ministros de Dios, y que se provocará su ira a mayor castigo que el que llora la ciudad de Lima; y para que no falten demostraciones festivas, se pueden añadir sucesivamente a la jura máscaras, marchas y otros regocijos en que no hay el peligro que en el de toros y lo que en éstos había de gastarse se emplee en misas públicas, solemnes y generales por los buenos sucesos de nuestro soberano y para que Dios le dé feliz acierto en todos sus designios..."[12].

El texto es excepcionalmente explícito. Por un lado, hay que situarse en la atmósfera espiritual de los meses que siguieron al famoso terremoto de Lima del 28 de octubre de 1746, cosa fácil después de la publicación del magistral libro firmado por Pablo Emilio Pérez-Mallaína. Después hay que imaginarse el contenido de la predicación de los misioneros aludidos en el texto, de esos profesionales de lo sobrenatural (según los califica el citado autor) que insistirían sin lugar a dudas en los tópicos del castigo divino por los pecados cometidos y de la posible repetición del correctivo en caso de perseverancia en la mala conducta. A partir de ahí se comprende la moción del escrupuloso corregidor, que añade a la razón principal otras también reales como la penuria económica del municipio, aunque sin que sirva de argumento de peso, ya que las sumas ahorradas con la supresión de los toros se emplearían, por un lado, en la ampliación de los festejos con el añadido de máscaras y marchas y, por otro, en la celebración de misas solemnes a la intención del monarca[13].

Ahora bien, ¿por qué para el marqués de Lises debían ser las corridas las únicas diversiones suprimidas a la hora de congraciarse con la divinidad? Parece que la explicación más plausible sea la vieja enemiga de la Iglesia contra los toros, considerados como un espectáculo poco edificante que propiciaba la exaltación de las pasiones y el desenfreno de las clases populares y era ocasión de accidentes peligrosos e incluso de pérdidas de vidas humanas. Las restantes piezas de la discusión suscitada en el cabildo por la iniciativa del corregidor tampoco aportan nuevos datos para dirimir la cuestión, aunque nunca debe descartarse la existencia entre algunas de las autoridades de un sentimiento antitaurino de raíz ilustrada, al que en cualquier caso nunca se hace la menor alusión.

La propuesta del marqués de Lises suscitó la oposición rotunda de los dos alcaldes, el de primero y el de segundo voto, que exigieron el cumplimiento de lo acordado, que además iba en favor de la costumbre. Por el contrario, se sumaron al corregidor el fiel ejecutor, los regidores Sebastián Salcedo y Pedro Ignacio de Larrea y el regidor decano, que puso como argumento "los graves inconvenientes que sucesivamente se han experimentado así en muertes como en infinidad de pecados que se cometen en semejantes funciones". Finalmente, se adoptó el acuerdo de solicitar al escribano una certificación sobre lo ejecutado con ocasión de las proclamaciones de Felipe V y Luis V (a la que ya nos referimos más arriba) y de enviar las actuaciones al presidente de la Audiencia.

Al día siguiente el presidente de la Audiencia dictó un auto que no ofrecía dudas. Había que observar lo mandado en la Real Cédula otorgada por Fernando VI y organizar las fiestas del modo acostumbrado. Ante tal pronunciamiento, el Cabildo hubo de volver al acuerdo del 15 de marzo e iniciar los preparativos para las tres corridas previstas. Sin embargo, todavía se produjo una última tentativa por parte de los enemigos de la lidia, que tomaron como pretexto las dificultades económicas del cabildo. El alguacil mayor, el regidor decano y Sebastián de Salcedo se avinieron con la opinión del primero, que proponía solicitar al presidente de la Audiencia "la ayuda de costa de los cuatro mil pesos del ramo de los aguardientes" y en caso de no conseguirse, suprimir los toros: "no se hagan las corridas de toros, sino lo que se pudiera de otros regocijos, porque primero es cumplir con la justicia de pagar". La iniciativa encontró la oposición de los dos alcaldes y del fiel ejecutor, que se mantuvieron firmes en las tres tardes programadas. El corregidor hizo valer su voto para decidir en favor del alguacil mayor, pero no sin antes recurrir a la opinión del asesor general, cuyo dictamen zanjó definitivamente la cuestión. Había que cumplir con el auto del presidente de la Audiencia y, por tanto, comisionar a los dos alcaldes para que exigieran el inmediato pago de dos mil quinientos pesos que se le debían al municipio, organizasen las fiestas con dicha suma y, si no era suficiente, buscasen el dinero restante[14].

Por tanto, hubo que adoptar sin más dilación las providencias necesarias para garantizar la celebración de las fiestas. Así, en primer lugar, se nombraron los capitanes de barrio: el alcalde primero para el barrio de San Blas, el alcalde segundo para el de Santa Bárbara, el alguacil mayor para el de San Roque, el regidor decano para el de San Sebastián, el regidor segundo para el de la Loma y el hijo del alférez real para el de San Marcos. Por su parte, el propio alférez real, Juan José de Chiriboga y Luna, debía atender a la ceremonia del alzamiento del pendón y a la organización de las tres corridas de toros[15].

Tenemos una relación, fechada el 27 de mayo de 1747, de las fiestas de proclamación celebradas el sábado 20 del mismo mes y año, que, pese al detalle con que describe las ceremonias de la jura, no contiene por desgracia ninguna alusión significativa a las corridas de toros. Una nota posterior sobre la distribución de los puestos en la Plaza Mayor para asistir a los distintos espectáculos, con particular mención a las corridas, tampoco ofrece la menor información al respecto. Condenados por tanto a seguir adelante para obtener detalles sobre el desarrollo de la lidia durante las fiestas reales quiteñas, las relaciones de las realizadas en honor de Carlos III y Carlos IV nos darán finalmente cumplida satisfacción[16].

La organización de la ceremonia de la proclamación de Carlos III exigió, como era habitual por lo que hemos observado, más de una reunión del cabildo. Así, el 4 de julio de 1760 se adoptó el acuerdo de solicitar al escribano un informe sobre lo practicado en ocasión de la llegada al trono de Carlos II, Felipe V y Fernando VI para ajustar los actos a la costumbre. En cualquier caso, las celebraciones debían incluir lógicamente el alzamiento del estandarte y una función solemne en la catedral con el canto del Te Deum. En cuanto al ciclo propiamente festivo, la sesión se dedicó a discutir los pormenores del obligado castillo de fuegos artificiales, comprometido por la permanente penuria del municipio. La sesión del día 9 fue más breve y se dedicó íntegramente a la cuestión de las corridas de toros. En este sentido, resulta interesante transcribir el razonamiento del corregidor, a la sazón el capitán de granaderos Manuel Sánchez Osorio:

"En este cabildo propuso el señor corregidor que en atención a que ha sido costumbre que a los señores presidentes y obispos que han venido a esta ciudad se les ha hecho las fiestas con tres días de toros y que ahora siendo las que están para hacer en regocijo de la gloriosa exaltación de nuestro soberano monarca el rey Don Carlos Tercero (que Dios guarde) se necesitan de mayor especialidad por ser en celebridad y júbilo de nuestro rey y señor natural, manifestando este Ilustre Cabildo su más leal vasallaje con alguna más demostración en obsequio y gusto de la coronación de Su Majestad, parecía muy regular para el mayor completo de la presente función que se costease otro día más de toros, para que sean cuatro, a cuya propuesta los señores de este ayuntamiento, unánimes y conformes, dijeron que se lidien los cuatro días de toros, para lo cual se ofreció el señor alférez real, Don Juan Francisco de Borja, a dar diez toros que faltan para el último día al precio de nueve pesos, y ordenaron que el mayordomo de propios le acuda al regidor Don José de Herrera con el dinero necesario para el refresco de la última tarde"[17].

El párrafo resulta jugoso por varios extremos. Por una parte, vuelve a confirmar el papel central de las corridas de toros en las celebraciones más relevantes, como eran las recepciones a obispos y arzobispos, las entradas de las principales autoridades civiles de los distintos territorios y, obviamente, las juras y proclamaciones reales. Segundo, se especifica la costumbre de organizar tres corridas para cada una de estas solemnidades, aquí ampliadas excepcionalmente a cuatro, una disposición que puede responder a una mayor afición a los toros entre la población, aunque el ofrecimiento, no del todo desinteresado, del alférez real arroje ciertas dudas al respecto. Finalmente, las corridas, que constituían obviamente un momento de gran participación ciudadana, conllevaban siempre la distribución de suculentas meriendas, al menos entre los asistentes más distinguidos.

Disponemos finalmente de una extensa descripción de las fiestas (que tuvieron lugar el 15 de julio), debida a la pluma de Juan Crisóstomo de León, el escribano del cabildo. De ella solamente entresacamos el largo párrafo dedicado a las corridas, por su valor ilustrativo:

"Y después de lo referido prosiguieron las fiestas con cuatro días de corridas de toros, que los vieron a juicio prudente más de quince mil personas en los tablados que se hicieron a este fin, en las cuatro aceras de dicha Plaza Mayor. Antes de que se lidiasen dichos toros, iban entrando por sus esquinas unidos a los barrios a dos por día, a la hora acostumbrada de las dos de la tarde, que llegarían al parecer a más de seiscientos hombres, galanamente vestidos de máscara, con sus capitanes, alféreces, sargentos y demás ayudantes y cabos de milicia, y habiéndose dado vuelta a dicha plaza con varias invenciones de agradable idea, terminando los escuadrones con sus carros en que se conducían las regias imágenes en estatuas majestuosamente adornadas bajo de sus doseles, acabada la marcha y retirado el carro para afuera, se dio principio a las corridas de los feroces animales, que se trajeron de los más retirados montes para esta función, que siendo todos los que estaban en la plaza los que los sorteaban, sin que ninguno se pusiese a cubierto, fue mucho lo que hubo que ver, y mucho más el cuarto día en que juntos dichos cinco barrios, y de ellos cerca de tres mil hombres, pudo haber sido digno del real agrado de Su Majestad, porque estuvo en extremo vistosísima la plaza por su variedad en los trajes y por lo galano en sus vestuarios, acompañando a estos festejos muchos y espléndidos refrescos que se llevaban en nombre del Ilustre Cabildo al Tribunal de la Real Audiencia y Cabildo Eclesiástico, con que se dio fin a dichas corridas de toros"[18].

La relación de la fiesta añade algunos datos de interés a los ya sabidos. Primero, se detalla el orden del festejo, en el que se suceden la procesión de los barrios con el carro portando el retrato del soberano, la lidia propiamente dicha y el reparto de refrescos. Segundo, la lidia parece ser un juego en que un elevado número de jinetes se ejercitan en esquivar ("sortear") a los toros que corretean por la plaza, en cualquier caso una variante de la corrida caballeresca de los primeros tiempos modernos. Tercero, los animales dan la impresión de haber sido capturados para la ocasión en "los más retirados montes", lo que parece excluir el recurso a ganaderías organizadas. Y cuarto, resulta muy numerosa la concurrencia de público, esos quince mil personas presentes en los tablados que, distribuidas entre la cuatro tardes, dan casi cuatro mil espectadores por corrida, una cifra realmente considerable para una población que debía contar entonces con unos veinticuatro mil habitantes, lo que demuestra que la fiesta de toros era sin duda una diversión muy popular[19].

Para la proclamación de Carlos IV, el cabildo, presidido por el alcalde ordinario de primer voto, José Posse Pardo, se reunió el día 18 de agosto de 1789. En el transcurso de la sesión se dio cuenta de la carta remitida a Santa Fe, la capital del virreinato de Nueva Granada (donde ahora se integraba el territorio del antiguo reino quiteño, antes dependiente del virreinato de Perú), a fin de recabar información sobre los actos programados para la ocasión con vistas a aplicar a Quito lo allí actuado. Falto de una respuesta, el cabildo acordó organizar la jura siguiendo el modelo acostumbrado y fijar la proclamación para el día 21 de setiembre, rectificando la fecha previa adelantada al alférez real del día 11 del mismo mes[20].

Tenemos una relación muy pormenorizada de todos los actos celebrados con ocasión de la jura. La víspera de la jura se procedió a la iluminación de la Plaza Mayor, mientras una orquesta tocaba música, para posteriormente encenderse el castillo de fuegos artificiales, que fue acompañado de salvas de artillería y repique de campanas. Al día siguiente se alzó el pendón real y por la tarde dieron comienzo las fiestas, que incluyeron escaramuzas, otros diversos juegos a caballo (cañas, sortijas), desfiles de máscaras, mojigangas, bailes y fuegos artificiales, además de las consabidas corridas de toros, a las que dedicaremos nuestra atención[21].

El día 22 por la tarde una cuadrilla de la nobleza quiteña ejecutó una escaramuza, jugó una partida de sortijas y finalmente procedió a lidiar algunos toros. El día 23 tuvo lugar el desfile del barrio de Santa Bárbara, el más antiguo de la ciudad, que terminó también con una corrida de toros que duró hasta el anochecer. El día 24 los nobles protagonizaron una nueva escaramuza, que fue seguida de "estafermo y toros". El día 25 desfiló el barrio de San Blas, que culminó su actuación con "corridas de toros y mojigangas". El día 26 la nobleza ofreció otra escaramuza, seguida esta vez de "corrida de toros y cañas". El día 28 hicieron su entrada los barrios de San Sebastián y San Marcos, concluyendo la función con la corrida de toros del Ayuntamiento, que duró toda la tarde "para divertir al público". El día 29 le correspondió desfilar al barrio de San Roque, mientras que al final "para llenar el complemento de esta celebridad se corrieron veinte toros, que dio el Ilustre Cabildo, y por la noche el cuarto refresco y baile, también a su costa". Finalmente, las fiestas concluyeron con las diversiones costeadas los dos últimos días por los mercaderes de la ciudad:

"El treinta y primero de octubre, demostró el Comercio su siempre acreditado amor y lealtad, costeando innumerables fuegos artificiales y treinta toros que en ambos días se corrieron, unos con pesos fuertes por toda la piel y cornamenta, otros encintados y los restantes con banderillas de pañuelos dobles de seda, a cuyo lucimiento concurrieron los barrios de por mitad, haciendo sus entradas con sus respectivos padrinos y sacando de nuevo diversas invenciones de máscaras y trajes de mucho valor"[22].

Sabemos que en los diez días que duraron los festejos de la proclamación se lidiaron un total de ciento quince toros, lo que significa que el número de toros por corrida osciló entre diez y quince, cifra de las dos últimas. También sabemos que las corridas debieron adoptar la forma del toreo caballeresco y que normalmente estuvieron ligadas a otros juegos nobiliarios practicados también a caballo, como las escaramuzas, las cañas, las sortijas o el estafermo. Los toros salían adornados de diversas maneras, lo que sin duda confería mayor brillantez al espectáculo. Finalmente la documentación nos señala el destino final de las reses lidiadas:

"Estos toros (los treinta de los comerciantes) y ochenta y cinco que fueron los corridos por cuenta del cabildo, se repartieron por el señor presidente y regidores diputados de plaza a las cárceles, hospitales, recolecciones, monasterios, hospicio, viudas y señoras pobres, que remediaron con su producto sus necesidades"[23].

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Pasando al capítulo de conclusiones, podemos confirmar, en primer lugar, que los toros fueron una pieza imprescindible de los festejos que acompañaban las proclamaciones reales en la capital del antiguo reino de Quito. Normalmente, todas las ocasiones solemnes conllevaban la celebración de tres corridas de toros en tres tardes sucesivas. Esta práctica sólo se quebró en el caso de la jura de Felipe V, sin que estén claros los motivos, aunque cabe pensar en las circunstancias especiales del cambio de dinastía y el estallido de la guerra de Sucesión para esta excepción. Por su parte, las fiestas por la entronización de Luis I tuvieron lugar antes del acto de la jura, celebrándose las tres corridas acostumbradas, aunque posteriormente los actos previstos para conmemorar la proclamación, que incluían más corridas, fueron cancelados ante la llegada de la noticia de la prematura muerte del monarca. Finalmente, en el caso de Fernando VI, la piadosa moción del corregidor de suspender los toros a fin de evitar la ira divina manifestada con ocasión del terremoto de Lima de 1746 no prosperó ante la oposición de parte de los miembros del Cabildo y ante la firme decisión del presidente de la Audiencia de obrar según la tradición, que imponía sin excusa las tres tardes de toros.

Segundo, pensamos que la afición a los festejos taurinos debió ir en aumento a lo largo del siglo XVIII y que desde luego no sufrió de modo manifiesto la enemiga del antitaurinismo ilustrado. Así, después de la excepción de la jura de Felipe V, sin duda debida a la novedad del cambio de la casa reinante, y de las vacilaciones provocadas por la predicación de los misioneros en el caso de Fernando VI, las corridas no sólo no sufrieron menoscabo, sino que aumentaron su presencia en los festejos, como bien acreditan las cuatro tardes acordadas por el cabildo para la proclamación de Carlos III y las nueve corridas lidiadas durante diez días de celebraciones en el caso de la jura de Carlos IV, en cuyo transcurso debieron batirse todas las marcas en el número de toros, con esa cifra monumental de ciento quince reses.

Sobre el carácter de la lidia, las fuentes no ofrecen tantas precisiones. Todo hace suponer que se trataba de la fiesta caballeresca asociada a otros juegos como las cañas o las sortijas, es decir del toreo a la jineta, basado en el dominio del caballo para esquivar la acometida de los toros y en la utilización de garrochas y rejones para herir a las reses y finalmente darles muerte, tal como demuestran las descripciones del utillaje aprestado por los diputados, la previsión de las mulillas para el arrastre y el destino final de la carne de los animales que iban a parar a las instituciones asistenciales y a los individuos necesitados. Por el contrario, no se menciona la presencia de toreros a pie, como los que aparecen en las fiestas limeñas, aunque la cuestión no puede darse por resuelta definitivamente. Por último, la brillantez de la lidia se subrayaba por el exorno de los toros, que aparecían cubiertos de monedas o de banderillas con pañuelos o con los cuernos encintados[24].

A este respecto, resulta interesante comparar las corridas quiteñas con los festejos descritos en los años setenta para el caso de Cuzco por Alonso Carrió de la Vandera, el famoso autor, bajo el seudónimo de Concolorcorvo, del Lazarillo de ciegos caminantes. En efecto, la relación que el funcionario y escritor asturiano hace de las corridas cuzqueñas guarda muchos puntos de contacto con el caso aquí analizado. Las corridas son costeadas entre el cabildo y el alférez real y van acompañadas de refrescos y de "muchas salvillas de helados y grandes fuentes de dulce". La lidia es protagonizada por las cuadrillas formadas por los miembros de la nobleza, sin participación de "toreros de profesión". Los toros salen "vestidos de glasé, de plata y oro, y con muchas estrellas de plata fina clavadas superficialmente en su piel", es decir con un exorno parecido al de los de Quito[25].

Sin embargo, también existen diferencias dignas de mención. Primero, la participación de "algunos mayordomos de haciendas en ligeros caballos y muchos mozos de a pie, que por los regular son indios, que corresponden a los chulos de España", circunstancia por tanto similar a la señalada para el caso de Lima. Segundo, los toros parecen ser perseguidos no sólo por los caballeros, sino también por los componentes de la muchedumbre asistente, ya que, según se afirma, "todos tiran a matarlos para lograr sus despojos". Del mismo modo, se ensayan otros juegos, ya que vemos, al margen de las reses lidiadas en la plaza, toros ensogados sueltos "por las demás calles para diversión del público", toros encohetados "disparando varios artificios de fuego", toros mochos o despuntados que "con su hocico y testa arrojan cholos por el alto con la misma facilidad que un huracán levanta del suelo las pajas" y toros particulares, que son enviados a las personas distinguidas "para que se entretengan y gocen de sus torerías desde los balcones de sus casas". En resumen, una fiesta muy participativa y al mismo tiempo muy variada, en la que pese a la sensación de desorden que el cronista transmite sólo se producían "contusiones y heridas, con pocas muertes".

Las corridas de toros aparecen por tanto en el Quito del siglo XVIII como un ingrediente imprescindible de las fiestas reales y como una diversión profundamente arraigada entre el conjunto de la población. Ahora bien, al margen de su carácter de espectáculo interclasista, no estamos en condiciones de definir el contenido de la lidia ni de deslindar el papel jugado por los distintos grupos sociales en su desarrollo. Las corridas parecen pervivir bajo la modalidad del viejo juego caballeresco, con el ritual muy formalizado y el espacio bien definido, sin que haga su aparición la figura del torero profesional, pero sin que pueda descartarse alguna suerte de toreo a pie y algunos otros juegos más populares, modalidades sobre las que las fuentes guardan silencio. La tauromaquia aparece en Quito en un estadio evolutivo más atrasado que en otros lugares del virreinato del Perú, donde tal vez se haya alcanzado ya el momento de transición del "gran desorden de los ruedos", antes de la introducción de la normativización que estaba dando sus primeros y vacilantes pasos en los lejanos territorios metropolitanos. En todo caso hay que esperar la aportación de nuevos testimonios para contrastar estas conclusiones provisionales.

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NOTAS

[1] Las líneas generales de esta evolución han sido trazadas por diversos autores. En particular pueden consultarse, entre las más recientes, las obras de Antonio García-Baquero González, Pedro Romero de Solís e Ignacio Vázquez Parladé: Sevilla y la fiesta de toros, Sevilla, 1980; Bartolomé Bennassar: Histoire de la Tauromachie. Une société du spectacle, París, 1993 (traducción castellana de Denise Lavezzi Revel-Chion, bajo el título de Historia de la Tauromaquia. Una sociedad del espectáculo, Ronda, 2000); y Antonio García-Baquero González: "De la fiesta caballeresca al moderno espectáculo taurino: la metamorfosis de la corrida en el siglo XVIII", en Margarita Torrione (ed.): España festejante. El siglo XVIII, Málaga, 2000, pp. 75-84.
[2] Fernando Iwasaki Cauti: "Toros y Sociedad en Lima Colonial", Revista de Estudios Taurinos, nº 12 (2000), pp. 89-120.
[3] Ricardo Descalzi: "La vida social y las diversiones públicas en la colonia", Historia del Ecuador, Quito, Salvat, vol. IV, 1980-1981, pp. 37-51 (pp. 46-47).
[4] Los fondos consultados fueron esencialmente las Actas del Cabildo Municipal para los años correspondientes a los de la entronización de Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV. Nos ayudaron en nuestra labor algunas transcripciones de documentos publicadas en la revista Museo Histórico.
[5] Archivo Nacional del Ecuador. Real Audiencia de Quito. Sección General. Serie Cedularios. Caja nº 6, vol. I, fº 1-5.
[6] Sesión del Cabildo del 10 de setiembre de 1701.
[7] Sesiones del Cabildo del 14, 20 y 22 de setiembre, 5 y 31 de octubre y 2 de noviembre de 1701.
[8] Sesión del Cabildo del 18 de julio de 1724.
[9] Sesión del Cabildo del 9 de agosto de 1724.
[10] Sesiones del Cabildo del 11 diciembre de 1724 y 10 de enero, 23 de febrero y 5 de mayo de 1725. La certificación del 11 de abril de 1747, en fº 191 rº-vº.
[11] Sesiones del Cabildo del 15 y 20 de marzo de 1747.
[12] Sesión del Cabildo del 11 de abril de 1747. La declaración del marqués de Lises, en fº 189 vº.
[13] P. E. Pérez-Mallaína Bueno: Retrato de una ciudad en crisis. La sociedad limeña ante el movimiento sísmico de 1746, Sevilla, 2001, especialmente pp. 389-410.
[14] Sesión del Cabildo del 15 de abril de 1747.
[15] Sesión del Cabildo del 12 de mayo de 1747.
[16] "Relación de la proclamación del rey Don Fernando Sexto hecha en la ciudad de Quito el día sábado 20 de mayo de 1747". Fechada el 27 de mayo de 1747. Inserta en las Actas del Cabildo, fº 198 rº-200 vº. "Sobre el repartimiento de esta Plaza Mayor para las fiestas reales y corridas de toros por el rey Don Fernando Sexto". Fecha del 28 de junio de 1747. Inserta en las Actas del Cabildo, fª 201 rº-201 vº.
[17] Sesión del Cabildo del 9 de julio de 1760.
[18] La descripción de las fiestas consta en las Actas del Cabildo (volumen correspondiente a los años 1756-1761, fº 121 vº). Fue además transcrita dos veces en la revista quiteña Museo Histórico. El nº 1 (1949), pp. 7-15, incluye la relación, más un resumen de la Loa para el primer Carro triunfal ("Interesantes relatos de las Ceremonias realizadas en Quito por la muerte de Fernando Sexto y la exaltación al Trono del Rey Carlos Tercero"). El nº 17 (1953), pp. 126-148, repite la relación, reproduciendo además el contenido íntegro de la citada loa ("Fiestas celebradas en Quito cuando la Católica Majestad de Carlos 3º pasó del Trono de Nápoles al de España, celebradas el año de 1760"). El único punto oscuro del párrafo dedicado a los toros es la cifra de los cinco barrios de la última tarde, ya que si habían entrado dos cada uno de los tres primeros días sumarían un total de seis, que son además los señalados en las fiestas de la proclamación de Fernando VI, pero la relación puede llevar razón por cuanto en las fiestas en honor de Carlos IV sólo participarán cinco barrios, con exclusión del barrio de la Loma.
[19] El padrón de 1784 daba una cifra total de 23.726 habitantes para la ciudad y de unos 70.000 habitantes para el conjunto del corregimiento, integrado por treinta pueblos. Cf. Manuel Lucena Salmoral: "La población del reino de Quito en la época del reformismo borbónico (circa 1784)", Revista de Indias, nº 200 (1994), pp. 33-81.
[20] Sesión del Cabildo del 18 de agosto de 1789. Según lo decidido, la proclamación se celebró efectivamente el día 21 de setiembre, aunque las propias fuentes municipales induzcan a confusión. En efecto, una nota al margen del acta del cabildo citado señala: "Por las razones que se exponen, se acordó que se procediese a la celebración de la jura el día 27 de septiembre próximo". Y, más tarde, la relación de las fiestas señala en su título (como enseguida veremos) la fecha del 29 de setiembre, cuando el mismo documento no deja lugar a dudas sobre el día 21 como fecha de la celebración, por más que los festejos tuvieran un prólogo el día 20 y se alargasen hasta el 1º de octubre.
[21] La transcripción de la crónica de los festejos se halla en la revista Museo Histórico, nº 50 (1971), pp. 189-215: "Relación de las Fiestas Reales que celebró la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Quito. En la Augusta Proclamación del Señor Rey Don Carlos Cuarto el día 29 de Septiembre de 1789". Versión de Judith Paredes Zarama. Como ya dijimos y acabamos de comprobar, la fecha es errónea.
[22] Ibidem.
[23] Ibidem.
[24] Para la participación de toreros a pie en las corridas limeñas, cf. Fernando Iwasaki Cauti: "Toros...", pp. 90-108.
[25] Alonso Carrió de la Vandera: El lazarillo de ciegos caminantes, Caracas, 1965 (ed. de Antonio Lorente Medina). El libro debió ser publicado por primera vez en Lima entre 1775 y 1776. La descripción de las corridas de Cuzco, en pp. 190-191.
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PUBLICADO EN:
M. Alfonso Mola / C.Martínez Shaw: Fiestas reales y toros en el Quito del siglo XVIII, García Baquero González, A. / P. Romero de Solis(eds.),en Fiestas de toros y sociedad. Actas del congreso internacional celebrado en Sevilla del 26 de noviembre al 1 de diciembre de 2001-2003, Ed. Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla/Universidad de Sevilla, Sevilla, 2003.
FOTOGRAFÍA
El famoso americano Mariano Ceballos, montado en un toro, se dispone a alancear otro toro. Goya.

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LOS AUTORES


Marina Alfonso Mola es profesora titular de Historia Moderna y de Historia de la América Colo­nial en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, autora de numerosas investigaciones históricas en solitario y  otras tantas en colaboración con Carlos Martínez Shaw. Entre ellas destacamos las más recientes:
------------,Antonio García-Abásolo, Carlos Martínez Shaw, Ramón María Serrera y Carmen Yuste, El Galeón de Manila, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte : Fundación Focus-Abengoa,ed. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2000.

----------- y Carlos Martínez Shaw, Felipe V,Arlanza Ediciones,Madrid, 2001

-----------"El Comercio Marítimo de Cádiz, 1797-1805", en Trafalgar y el Mundo Atlántico , Guimerá, A., Ramos, A., Butrón, G., 259-297, Madrid, 2004

--------- y Carlos Martínez Shaw, "La era de la plata española en extremo oriente", España y el Pacífico, Legazpi, Cabrero, L., 1, 527-542, Madrid, 2004

--------- y Carlos Martínez Shaw, "Felipe V en tiempos de Carlos III. Un elogio de 1778", Estudios en homenaje al profesor Teófanes Egido , García Fernández, M., Sobarler Seco, M.A., 2, 105-117, Valladolid, 2004

---------- "Gibraltar, tres siglos de conflicto. Los asedios", La aventura de la historia , 70, 75-79, Madrid, 2004

-------- Carlos Martínez Shaw, "Cartagena de Indias. Mudanzas Ultramarinas ", Descubrir el arte, 67, 60-61, Madrid, 2004

------- “1828. El fin del Libre Comercio”, en C. Martínez Shaw y J.M. Oliva (eds.), El sistema atlántico español (siglos XVII-XIX), Madrid, 2005.

--Comisaria de varias exposicio­nes, en colaboración con Carlos Martínez Shaw:

Schittering van Spanje, 1598-1648. Van Cervantes tot Velaz­quez (Amsterdam, 1998)

Arte y Saber. La cultura en tiempos de Felipe III y Felipe IV (Valladolid, 1999)

Esplen­dores de España. De El Greco a Velázquez (Río de Janeiro, 2000)

El galeón de Manila (Sevi­lla, 2000, México DF, 2001)

Oriente en Palacio. Tesoros de arte asiático en las colecciones reales españolas (Madrid, 2003)

La fascinaciò de l’Orient. Tresors asiàtics de les coleccions reials espanyoles (Barcelona, 2003).

--Coordinadora de la revista Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV, UNED.

--Colaboradora habitual de las revistas de divulgación histórico-artística La Aventura de la Historia, Descubrir el Arte, Historia16, Clío y Andalucía en la Historia.
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Carlos Martínez Shaw es catedrático de Historia Moderna de la UNED, y autor de numerosas obras, entre las que se pueden destacar, además de las ya citadas en colaboración con Marina Alfonso:

- Cataluña en la Carrera de Indias, 1680-1756 (1981)

- La emigración española a América, 1492-1824 (1983)

- La Historia Moderna de Asia (1996)

- El Siglo de las Luces. Las bases intelectuales del Reformismo (1996)

- Paisajes de la tierra prometida: el viaje a jerusalén de don Fadrique Enríquez de Ribera, coautores: Pedro García Martín y Manuel González Jiménez, ed. Miraguano, 2001.

- Historia de España: la Edad Contemporánea; vol. 2, coautores: José Luis Martín y Javier Tusell,ed. Taurus,2001.

- Historia de España: de la Prehistoria al fin del Antiguo Régimen; vol. 1, coautores: José Luis Martín, Javier Tusell, ed. Taurus, 2001.

- "La lengua en la España de los austrias. La España moderna (1474-1701)", Historia de la lengua española, Cano, R, 659-680, Barcelona, 2004

- "Gibraltar. Diplomacia", La aventura de la historia, 70, 80-84, Madrid, 2004

- "Napoleón. Europa deslumbrada. El astro ", La aventura de la historia, 74, 60-66, Madrid, 2004

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