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UNA PLENITUD EFÍMERA. LA FIESTA DEL CORPUS EN EL VALLADOLID DE LA PRIMERA MITAD DEL XVII

UNA PLENITUD EFÍMERA. LA FIESTA DEL CORPUS EN EL VALLADOLID DE LA PRIMERA MITAD DEL XVII

Lourdes Amigo Vázquez(*)
Universidad de Valladolid/ España

 

“Tiene después desto Valladolid muchas processiones devotas (...); señaladamente la del Corpus Christi se haze con tanta solemnidad, con tantos autos y fiestas, con tanto aparato de carros y de las demás cosas, que no se hace mejor ni en Sevilla, ni en Toledo, y no sé también si se considera por parte desta fiesta el lugar y calles por donde anda”[1].

En el último tercio del siglo XVI, el poeta Dámaso de Frías, en su Diálogo en alabança de Valladolid, no podía dejar de destacar, en un tono ciertamente hiperbólico, la magnificencia que por aquel entonces tenía la fiesta del Corpus.

Casi dos siglos después, la semblanza de la festividad del Santísimo es bien diferente. Basta con fijarnos en el Reglamento de Propios y Arbitrios. Se establecen sólo 3.000 rs. para su financiación[2], que contrastan con los no menos de 800 ducados de finales del XVI, después de dos siglos de inflación galopante. Si bien con aires ilustrados de contención de los gastos municipales, el Reglamento de 1768 plasma lo que venía sucediendo en la fiesta del Corpus desde tiempo atrás: su irremediable atonía.

Me voy a detener en la época que constituyó la plenitud efímera de la celebración sacramental en la ciudad del Pisuerga: la primera mitad del XVII. “Valladolid fue una fiesta”[3] durante los años de residencia de la corte, 1601-1606. La celebración más importante del calendario litúrgico no podía menos que ser reflejo de aquel Valladolid onírico. Pero el sueño terminó y una vez vuelta la corte a Madrid comenzará el declive de una ciudad y de esta fiesta que, ya incapaz de aumentar su magnificencia, se esforzará por evocar aquel esplendor adquirido. De hecho, de forma parcial lo logrará hasta mediados de siglo, incluso hasta el setecientos[4].

No en vano, como ha señalado Fernando R. de la Flor, la fiesta constituye “la metáfora” de la urbe[5]. Valladolid en su exaltación festiva, en un mundo de apariencias como era el barroco, ansiaba mantener aquella imagen poderosa que poco a poco al igual que su realidad le abandonaba.

Me voy a centrar en toda la celebración, por su carácter integral, pero sin profundizar en los autos sacramentales. Veremos los elementos que conformaban en Valladolid la fiesta paradigmática de la Contrarreforma. Y como no, la evolución a lo largo de este medio siglo, donde es necesario detenernos en su aspecto económico, una de las razones de su esplendor y motivo del comienzo de su ocaso.

No puedo acabar esta introducción sin expresar mi agradecimiento a Francisco Rodríguez Virgili[6], por la multitud de datos de las actas municipales que me ha aportado sobre el Corpus del XVI, imprescindibles para esta perspectiva sobre su etapa posterior.

 

 

Una rotunda y bella imagen de la sociedad vallisoletana del seiscientos


“La fiesta es el reflejo más fiel –y quizás más bello- de la forma de pensar y de vivir de una época y un lugar concreto”[7], señala María José Cuesta García de Leonardo. Una realidad palpable para la sociedad festiva por excelencia: la sociedad barroca[8] y para su celebración anual más importante: el Corpus, “una fiesta que reúne lo sacro y lo profano, lo religioso y lo político, lo popular y lo oficial”[9].

Señor de los cielos

mi rei soberano

que hermoso y lucido

galán y biçarro

oi salís de fiesta

bestido de blanco

dadme una limosnica

de buestra mano

que si de ella la buena ventura

dicosa alcanço

cantaré de misterio

vuestros milagros.

Limosna a una jitanilla

oç pide señor ydalgo

y si habeis de dar por graçia

dadme la mano

Digo que io sé la dicha

ze çaca bien por la mano

hombre çereis y por ella

mui señalado.

(...)

Yo sé de çiertas hermoças

con quien parlaiç emboçado

que tanto hoç quieren que llegan

oi a adoraroz.

(...)

Esta es la buena ventura

dadme aora algunos cuartoç

pueç soiç cordero i no puede

vellón faltaroz

(...)[10]”.


He reproducido una letrilla “popular” de la procesión del Corpus, no sólo permitida sino compuesta y cantada por la catedral vallisoletana. Una muestra de los villancicos que deleitaban tantas fiestas y que en 1787 despertarán las iras del ilustrado y periodista local José Mariano Beristain, debido su tono a menudo irreverente[11].

Lo popular y lo oficial no eran departamentos estancos en el Antiguo Régimen, al menos hasta el tiempo de las Luces. El término de “fiestas populares” resulta bastante ambiguo y confuso[12]; al igual que el de “religiosidad popular”, pues sus señas de identidad, la exteriorización de la piedad, el milagrerismo, la familiaridad con lo divino..., eran compartidas por prácticamente toda la colectividad[13].

La extremada religiosidad barroca ha de exteriorizar el gozo de ser católico. “No se concibe fiesta [religiosa] sin bullicio y ruido, sin música y algazara”[14]. Un tono alegre que impregna el Corpus desde su institución, por la Bula de Urbano IV, y que fue reforzado por Trento, ante los peligros de la herejía protestante y la necesidad de una reforma católica. Eran irrenunciables los gigantes, tarascas, animales mitológicos, danzas... Mostraban el genio festivo, incluso carnavalesco, del hombre barroco, tan presente en la religiosidad colectiva, la mezcla de elementos sagrados y profanos en una sociedad sacralizada que no entendía de fronteras entre los dos ámbitos. Por tanto, la integración de estos elementos lúdicos no se puede reducir al intento de la autoridad por “popularizar” la celebración, aumentando las posibilidades de adhesión a su mensaje[15].

El Corpus era una fiesta, en todo el sentido de la palabra. En 1605, el portugués Pinheiro da Veiga, observador excepcional del Valladolid cortesano, se recrea en el ambiente en que los espectadores viven la procesión: “Nos recogimos en un portal [en la calle Platerías] y nos sentamos en un banco para que nos buscaran de almorzar, que allí todo es lícito. Quedamos entre algunas mujeres, una de ellas hermosa y agraciada”. Y comienza el galanteo entre los dos personajes..., seguido de una gran comida y de bailes, desapareciendo por completo la división cotidiana entre hombres y mujeres[16].

Empero, dados sus efectos emocionales y sensoriales sobre sus participantes, la fiesta era un lugar idóneo para la manifestación del poder –desde la Monarquía y la Iglesia hasta las instituciones locales-, para lograr la adhesión extrarracional y afectiva hacia una ideología y sus representantes. Particularmente la festividad eucarística, principal exponente de aquella sociedad sacralizada y presidida por la unión de intereses entre el Absolutismo y la Contrarreforma[17]. Sin olvidarnos de que toda celebración era la mejor catarsis colectiva en una sociedad caracterizada por la desigualdad[18].

Fiesta, devoción y poder se hallaban intrínsecamente unidos en la Época Moderna. Sólo en 1605, nos encontramos con otra motivación muy presente en ciudades portuarias[19]. Con numerosos extranjeros en la por entonces corte de la monarquía hispánica, sobre todo ingleses, es decir herejes, el rey ordena

“la fiesta del Santísimo Sacramento y procesión del día del Corpus se aga con grandísima beneración y demostración de fiestas y regocijos, por estar como está en esta corte tantas dibersidades de naciones y bean la beneración y reberencia que se tiene aquel santo día”[20].

No es de extrañar el interés del Regimiento por su organización[21], que degenerará en verdadera angustia a medida que avanza el siglo y comiencen las dificultades económicas, pues “es ymposible dejar de hacer la fiesta”[22]. Al comienzo del año se nombraban dos comisarios, siguiendo un riguroso turno. Era necesario comenzar a disponer las celebraciones varios meses antes, especialmente por la necesidad de contratar los autos sacramentales. Asimismo, como veremos, había que contar con fuentes propias de financiación y buscar donde fuera el dinero cuando éstas fallaban.

En nuestra ciudad nos encontramos con elementos “populares” propios de tantas fiestas peninsulares, aunque no son abundantes[23]. Salían ocho gigantes que representaban las partes del mundo: romanos, turcos, negros y gitanos, con ricas vestiduras de tafetán y terciopelo de vivos colores, acompañados de dos enanos y un tamboritero[24]. También había una tarasca, cuya fisonomía desconocemos[25].

Y como no, las danzas, habitualmente dos. Éstas podían ser de sarao –de vinculación cortesana por su atuendo y música- o de cascabel –eminentemente populares-. Eran las segundas las que tenían un contenido dramático y las únicas de las que tenemos noticias en Valladolid. Así nos encontramos con una danza de “la libertad de Valladolid” (1613); danza de matachines y otra del “jigante Golías” (1614); danza de galeras y otra de indios (1623); danza del esclavo (1629); de sorianas (1632); danza del Toro (1642); de los caldereros (1643); de los oficios (1645)[26]. En 1641, Pedro Barra, vecino de Laguna, se obligó a dar “una danca entera, la de los yndios (...) con todos ocho personaxes y tamboril” y la “danca de los españoles”; en 1646, Juan Alonso y Lorenço Martínez, vecinos de Renedo, “una dança para la procesión y vísperas de dos paloteados y una de espadas con sus cascabeles como es costumbre y un molino de biento y la rueda de la fortuna y un bayle zapateado”[27]. Todavía a principios de siglo hay danzas de Valladolid, Palencia, Segovia, pero cada vez predominan más las de los pueblos de alrededor, Laguna, Renedo... Hasta la década de los cuarenta vienen con sus vestidos, desde entonces los proporciona el Ayuntamiento, quien los alquila, y también las máscaras, listones y valonas, plumas, medias y zapatos[28].

Estos elementos no quedaban restringidos a la procesión. Danzas y gigantes entraban en la catedral, antes de salir la comitiva[29], incluso estos últimos eran llevados en la víspera[30]. Mientras, los vallisoletanos podían disfrutar de la tarasca tres días[31].

Empero, la gran diversión y uno de los elementos definidores del Corpus vallisoletano eran los autos sacramentales[32], acompañados de “bailes, loas, entremeses y moxigangas” y precedidos por el paseo de los comediantes por sus calles antes de la procesión[33]. El auto sacramental y la comedia siguieron una evolución paralela y ambos adquirirán una gran importancia en esta ciudad a mediados del XVI con Lope de Rueda (1551-1559), a quien se le debe la creación de su primer teatro; así, como indica Bennassar, el Valladolid del XVI prefigura el Madrid teatral del siglo de oro[34].

Era el principal gasto y posiblemente su trascendencia explica la relativa pobreza del resto de la fiesta vallisoletana. La máxima preocupación del Regimiento será buscar autores, sobre todo cuando empiecen a escasear por el monopolio madrileño. En numerosas ocasiones hay que contratar a dos compañías por ser de escasa entidad, hay que acudir a Madrid o recurrir a la Chancillería para que obligue a algún autor a venir a la ciudad[35]. Todo lo necesario “de forma que no se quede sin fiestas demás del aprovechamiento de los niños expositos”[36]; pues el patio de comedias pertenecía a dicha cofradía y el Corpus era el principal reclamo para atraer compañías a Valladolid.

Se representaban tres autos en carros triunfales, “donde se pusieren las banderillas que son en la placa de Santa María, frente de los Orates, Chapinería, Ochavo, dos en la Platería y en las casas del Almirante”[37]. Eran lugares simbólicos que contaban con la presencia de las elites locales, como en Platerías (lugar comercial por excelencia), donde una de las banderillas era para los Grandes y otra para el oidor más antiguo. Pero la más importante era la primera función, enfrente de la catedral, nada más salir la procesión, ante la Ciudad, el Cabildo y la Chancillería. Se levantaba un tablado, entre el Cabildo y la Ciudad, situándose el primero en el lado izquierdo y la segunda en el derecho pero en su parte superior pues el llano estaba reservado para la institución más importante: la Audiencia[38]. A la mañana siguiente se representaban los autos frente al convento de San Pablo[39], el sábado a la Inquisición y posteriormente durante varios días en el patio de comedias[40].

Detengámonos ahora en recrear el otro ingrediente de la celebración: la procesión, la expresión por antonomasia de aquella religiosidad exaltada, ritualizada y exteriorizada y el mejor vehículo para despertar la devoción de los espectadores, especialmente desde Trento. El Corpus, debido a su origen y configuración temprana, marcará no sólo la transformación espacial y el recorrido de la mayoría de las procesiones sino también su estructura[41].

La calle se convertía en una Jerusalén celestial, materializando algo tan común en una sociedad sacralizada: la cotidianidad de la trascendencia[42]. Todo el recorrido de la procesión, las calles más emblemáticas de aquella ciudad ya de por sí levítica por su multitud de edificios religiosos (Mapa nº 1), amanecía engalanado el día del Corpus “con mucha riqueza de tapicería y pinturas, y en todas había grandes toldos de lienzo”[43]

Se trataba de una decoración espontánea, a cargo de los vecinos, que se ocupaban de las fachadas de sus casas, y de las cofradías y órdenes religiosas que levantaban los altares callejeros. La Ciudad se encargaba de la limpieza y el empedrado, de las espadañas y tomillo que se echaban por las calles y de los toldos que las cubrían, pues disponía de nada menos que de 5.552 varas de “angeo”, es decir, 4,5 kilómetros lineales[44]. Sólo en 1636 y 1647, ante la falta de autos, por no hallar autor y no poderlos pagar, respectivamente, el Regimiento interviene en la erección de los altares[45].

Los habitantes de la ciudad “quedaban elevados, al menos momentáneamente, a un plano superior de la realidad situado fuera del tiempo y el espacio lógicos”[46]. Un hecho al que de forma especial contribuía la impresionante comitiva que atravesaba estas calles, con un contenido religioso, lúdico y sobre todo socio-político.

La sociedad moderna se hallaba vertebrada por “actores colectivos” cuya estricta ordenación jerárquica debía ser sancionada. La procesión del Corpus era la fiesta urbana por excelencia, “un espejo del orden social que interesaba mantener”[47]. En ella participaban todas las corporaciones locales rigurosamente enfiladas por orden de importancia, rango y prelación social, ante el resto de la población[48].

En primer lugar las cofradías sacramentales y penitenciales con sus pendones y estandartes, la única representación del pueblo vallisoletano, ya que los Gremios sólo contribuían económicamente, aunque a finales del siglo XV organizaban los juegos del Corpus y desfilaban en la procesión[49]; después las parroquias con sus cruces, las religiones con sus santos y toda la clerecía. Detrás el Cabildo, la custodia bajo palio llevado por miembros del Ayuntamiento y el obispo[50]; a continuación la Ciudad y, cerrando la comitiva, la Chancillería, situándose en el último lugar su Presidente, pues los miembros de cada corporación también se disponían en orden ascendente.

Sin duda, junto con los autos sacramentales, el otro elemento definidor del Corpus vallisoletano son las elites urbanas que utilizan la fiesta para hacer exhibición de su autoridad y prestigio[51], y que la convierten en la expresión más perfecta de la cohesión social pero también en escenario de conflicto[52]. Destaca la Chancillería, encabezada por su Presidente y oidores (Real Acuerdo) que gozaba de honores regios. La alteración del ritual festivo es evidente, como veremos, ante la presencia de una institución que acapara el protagonismo en las celebraciones a las que asiste[53]. Hay problemas entre la Ciudad y la catedral y su obispo, que no están dispuestos a perder su escasa jurisdicción sobre esta fiesta. Se niegan así a cambiar la hora y el recorrido de la procesión las veces que lo solicita el Regimiento[54]. Pero el conflicto más grave se produce a principios del seiscientos, ya que la llegada de la Corte va a provocar que se alteren los lugares de representación de los autos, al tenerlos que hacer delante del monarca y los consejos. El Cabildo exigirá que se sigan celebrando en la Plaza de Santa María y que asista la Ciudad, quien los disfruta en la Plaza Mayor y, pese al apoyo del Consejo, sólo logrará lo primero[55]. En definitiva, se trataba de un conflicto de preeminencias, pues no celebrándose los autos a la salida de la procesión, la Ciudad prefería verlos en su espacio simbólico, no en el del Cabildo.

Pero las principales disputas van a ser entre el Regimiento y la Chancillería, las dos instancias de poder político[56]. Esta última, que ocupaba el mejor lugar en el Corpus, numerosas veces va a tratar de arrebatarle todavía más protagonismo. A finales del XVI y principios del XVII se asienta definitivamente el protocolo entre las dos instituciones cuando concurren a actos públicos. Una cédula real de 1588 pone fin a la pugna sobre el lugar en las procesiones y comitivas, ordenando que el cuerpo de la Audiencia termine en el alguacil mayor, sin ir ningún otro oficial suyo[57]. En 1614, se llega a una concordia sobre su disposición en la capilla mayor de la catedral, que también afectaba al Corpus pues ambas instituciones entraban a rezar antes de salir la procesión, estableciéndose que la Chancillería se sitúe al lado del Evangelio y la Ciudad en el de la Epístola; también se regula la forma de acceder al tablado para los autos, colocándose antes la Ciudad pero esperando a sentarse a que lo haga la Audiencia, y se permite a la Chancillería embargar a los vecinos de las Platerías seis ventanas para que sus mujeres vean los autos sacramentales[58].

Al Real Acuerdo se recurría para cambiar las fechas cuando llovía[59], para solucionar cualquier problema entre los participantes[60], para lograr provisiones para que viniesen autores de comedias a hacer las fiestas... Pero muchas veces surgía el conflicto al entrometerse la Chancillería en la organización y gobierno de la celebración, que correspondía al Regimiento, apoyada en su gran autoridad, como sucedía en numerosas parcelas de la vida municipal[61]. En 1625, los alcaldes del crimen, también justicia ordinaria y garantes del orden público en Valladolid, echan de la procesión al teniente de corregidor. Se recurre al Real Acuerdo para que “se mandase guardar a esta Ciudad y al (...) teniente de corregidor (...) la posesión y costunbre (...) de yr gobernando con sus ministros en la procesión y festividad del día del Corpus y de las demás en que suelen yr”[62]. El Real Acuerdo asegura que velará por ello, pero la situación se repite en 1628. Esta vez la Ciudad acude al Consejo, quien parece que ordena compartir dicho gobierno[63]. Asimismo, la caída de parte del tablado en 1631, da pie al Real Acuerdo para controlar la celebración. Pone una multa de 50.000 mrs. a cada uno de los regidores comisarios, ordena que no se representen los autos sacramentales delante del Santísimo ni mientras dure la procesión y da facultades a los alcaldes del crimen para que la gobiernen y controlen su organización. Una real cédula de 1638 volverá las cosas a su sitio, momentáneamente[64].



La plenitud y el comienzo de la crisis del Corpus vallisoletano. 


En 1605 la “ciudad ardía en fiestas” [65] ante el nacimiento del príncipe Felipe y las paces con Inglaterra que iban a firmarse la misma tarde del Corpus. Veamos la descripción de la procesión del Santísimo, la más deslumbrante del Valladolid moderno.

“El día de la fiesta del Santísimo Sacramento (...), como el Rey, nuestro señor, lo acostumbra, fue a la procesión y salió en ella desde la Iglesia Mayor, y siempre anduvo con la gorra en la mano, y una vela encendida, con el ejemplo de católica piedad que siempre ha mostrado (...) cerca de la persona de su Majestad, en los lugares ya conocidos, iban el Cardenal de Toledo, el Príncipe de Piamonte, y el gran Prior, su hermano, el Duque de Lerma, los duques de Alburquerque, Infantado, Cea, Alba, Pastrana, y el Conde de Alba, y detrás el Marqués de Velada y el marqués de Falces, capitán de su guarda de los archeros. Delante de su Majestad, en dos coros, como se usa, iban los Consejos, cada uno en su lugar, con velas encendidas y los mayordomos del Rey haciendo su oficio. Todas la clerecía, las órdenes y cofradías, con sus insignias, que eran muchas, llevaban su lugar, con mucha cera, y asimismo los señores y caballeros, todos muy galanes, y la procesión fue muy grande y bien ordenada”[66].

Según Pinheiro da Veiga “irían 600 frailes, 300 clérigos”[67]. En torno a la figura del monarca y de sus consejos gravitaba el Corpus cortesano. Se trataba de una de las imágenes más sobrecogedoras y efectistas del poder regio, en una monarquía intitulada Católica, que alcanzará su paroxismo en el Madrid de Felipe IV[68]. Pero ya antes su padre gustó de participar en esta celebración siempre que coincidió hallándose en la capital del Pisuerga, como fue en 1601, 1604 y 1605[69].

Valladolid se esforzó por complacer a los reyes y a su valido, el duque de Lerma, tratando de perpetuar su estancia[70]. Uno de los capítulos más cuidados fue la fiesta, no en vano, “Fastiginia” se titula la relación escrita por Pinheiro da Veiga.

Como he señalado, hay referencias a que el Corpus ya se celebraba en Valladolid a finales del siglo XV. A mediados del Quinientos comenzaba la progresión acelerada de una fiesta que tenía como principal ingrediente los autos sacramentales, pero a la que también en esta época se añadieron otros dos elementos fundamentales: la custodia monumental de Juan de Arfe (1588-90)[71] y la presencia del obispo desde 1596, cuando Valladolid se convirtió en diócesis[72]. En la década de los cincuenta costaba entre 40.000 y 50.000 mrs. Así, en 1552, que hubo cuatro autos y seis danzas, fueron 51.017 mrs.[73]; por lo que la Ciudad, en 1555, se conformaba con solicitar al Consejo poderse gastar 40.000 mrs. de Propios[74]. Pocas décadas después, en 1592, la facultad real ya ascendía a 800 ducados anuales[75]. Vemos que, pese a la decadencia de la ciudad tras la marcha de la corte en 1559[76] la festividad eucarística no se resiente, todo lo contrario, dada la influencia de Trento y la importancia adquirida por el teatro.

Con la llegada de Felipe III será necesario ampliar el recorrido de la procesión para pasar por el palacio real[77]. Los lugares de representación de los autos también se modificarán y aumentarán en número, al tenerlos que hacer delante del monarca y de todos los consejos. En 1605, la Ciudad dio 300 ducados más a cada uno de los dos autores porque se “se avían detenido once días representando a sus magestades y al Consejo y a esta Ciudad y a la Yglesia y al presidente de los consejos y otras personas”[78]. El Regimiento se preocupará por lograr el mejor ornato de sus calles. Así, en 1601 ordena que los vecinos “linpien y barran sus continos (sic) y los entolden y aderecen las paredes y bentanas de sus casas para el dicho día con sedas y otras colgaduras ricas y buenas para la dicha procesión y lo cumplan ansí so pena de cada beinte ducados por los gastos de la linpieça”[79]. A su vez, se esmerará en todos los capítulos que estaban bajo su jurisdicción como danzas y autos[80].

Ya en 1601 la Ciudad solicita licencia “para que pueda gastar de los Propios y Sisas quatro mil ducados para las fiestas del Corpus, porque con la trecientas mil mrs. que tenía de licencia para ello antes questa corte biniese a esta ciudad aora no lo pueda acer con ellas”[81]. Petición que repite al año siguiente[82]. Es más, el gran derroche festivo, pese al aumento de los ingresos municipales que superan ahora los 30 millones de mrs., le obliga a recurrir a préstamos[83]; pues es imposible pagar los 800.000-1.300.000 mrs. a que ascienden las fiestas en 1604[84] o los ¡1.616.293! del año siguiente[85].

En 1606, el Regimiento acuerda tener “las fiestas en la cantidad de carros y representaciones y danças y en los mismos sitios y lugares que se solía hacer antes que biniese la corte”[86], pero algunas cosas ya han cambiado. Por ejemplo, se establece representar perpetuamente los autos delante de las casas del Almirante de Castilla, a quien ya se le concedió en 1602[87]. A su vez, tuvo que proporcionar hachas de cera a todos los cortesanos que desfilaban en la procesión además de llevarlas él mismo, uno de sus mayores desembolsos. En 1606 decide mantener esta nueva costumbre “por ser una de las cosas de mayor ornato y necesaria en el culto divino (...) quando esta Ciudad no tubiera con que poder dar la dicha cera fuera bien quitar las danças y autos y las demás cosas que son de regocixo del pueblo”[88]; aunque también habrá que dárselas a la Audiencia, como máximo representante del poder regio.

Los contemporáneos, en 1605, se fijaron en el entoldado de todo el recorrido de la procesión. Según Pinheiro da Veiga “se cubrieron 2.000 pasos, de tres palmos el paso; y tenía el toldo 8, 9 o 10 paños, según las calles, y así necesitaron 16.300 varas de estopa, toda la cual se cortó de nuevo, y por cosa notable la cuento”[89]. Se había puesto por expresa orden real y hubo que hacerlo dos veces al modificarse el trayecto[90]. Anteriormente ya algunas calles se entoldaban, a cargo de los particulares, pero a partir de ahora nada quedará sin cubrir, convirtiéndose en una obligación municipal. Marchada la corte, los toldos serán demasiados para el recorrido habitual de la procesión y se venderán algunos, otros se darán a los pobres de la cárcel[91].

Pero la mayor contribución de la etapa cortesana al Corpus vallisoletano fue otra. En el ayuntamiento del 26 de abril de 1604 se acuerda

“que los dichos señores comisarios den orden como para la dicha fiesta aya una dança de jigantones y tarasca para el regocijo de la dicha fiesta, que bayan bestidos de seda por la forma y orden que les paresciere a los dichos señores comisarios; y, ansimismo, en la dicha dança se lleben seis u ocho ombres en ábitos de salvajes con sus maças que bayan aguardando y defendiendo los dichos jigantones”.

 

 

De forma algo más tardía que en otros lugares, los gigantes y la tarasca se integraban a la procesión vallisoletana[92].  

La época de esplendor del Corpus peninsular se sitúa a finales del XVI y la centuria siguiente, especialmente su primera mitad. Empero, en nuestra ciudad alcanzaba su cenit a comienzos del seiscientos. Si el Corpus sevillano siguió “un curso paralelo a las fortunas y desfortunas de la ciudad, reflejando como en un espejo su apogeo y decadencia”[93], lo mismo sucederá en Valladolid pero en sentido bien diferente. La grave crisis del siglo XVII adquirirá tintes casi dramáticos en una ciudad que se había volcado económicamente con la corte y que había fraguado su crecimiento en ella, por lo que su abandono le dejaba en una situación mucho peor que la de partida. Por ejemplo, el Regimiento se había endeudado terriblemente, unos censos que dado el descenso de población, de 60.000-70.000 habitantes a unos 20.000 en 1645, y, por ende, de los ingresos municipales, ahora eran muy difíciles de amortizar[94]. Pronto aparecerá la huella de la crisis en celebraciones cotidianas, como el Corpus, mientras que en las fiestas extraordinarias va lograr mantener por más tiempo su imagen de ciudad poderosa[95]. No obstante, durante las tres primeras décadas del XVII, la festividad eucarística logra mantener –no aumentar- su magnificencia, pero acorde con una urbe que ya no es capital de la monarquía. Su coste en términos nominales crece (Cuadro nº 1), pasando de 390.000 mrs. en 1609 a 643.000 en 1622, hasta aproximadamente 700.000 hacia 1630[96]; en una etapa, hasta 1621-25, en la que los precios tienen a la estabilidad[97]. ¿Cómo el Regimiento pudo hacer frente a estos gastos cuando sus Propios habían caído dramáticamente hasta estancarse en los 2,5 millones de mrs.[98]? En otros lugares como en Madrid o en Málaga se establecieron arbitrios especiales para financiar esta fiesta[99]. En Valladolid no fue necesario, pues había logrado una fuente de financiación no del todo novedosa: las sobras de alcabalas. En 1607, Felipe III, ante el descenso de población sufrido por la marcha de la corte, le concede el encabezamiento perpetuo de alcabalas en 10 millones de mrs.[100], que se incrementará a 12 millones en 1611[101]. Pero ahora no se hará cargo de su administración sino que se lo cederá a los Gremios colectivamente. Como hasta entonces la Ciudad se beneficiaba de las sobras de alcabalas[102], deberán darle 3 millones de mrs. al año, para limpieza y empedrados, pago del servicio ordinario y extraordinario... y también para el Corpus, unos 400.000 mrs.[103]. La fiesta se financiaba, así, de forma similar a como se había hecho en Madrid desde 1537 hasta finales siglo, cuando ciertos tratantes, miembros de los oficios, se hacían cargo de las alcabalas, dando parte de las sobras a la Ciudad, entre otras cosas para financiar el Corpus[104]. En la segunda mitad del siglo XVIII, los ilustrados locales verán en este acuerdo la razón principal de la decadencia de los Gremios; ya que, amenazándoles con los repartimientos personales de las rentas reales, tenían que hacer frente no sólo al pago del encabezamiento, sino ayudar económicamente a la Ciudad cuando ésta lo solicitaba, muy a menudo para fiestas extraordinarias, teniendo que suscribir multitud de censos por este motivo[105]. Pero como han señalado diversos autores, era una más de las ayudas mutuas entre el Regimiento y los Gremios como integrantes del poder local, quienes a cambio percibían grandes ingresos con el arrendamiento de la mayoría de los arbitrios municipales y la recaudación de los millones; además, la contribución a las fiestas, sobre todo al Corpus, tenía una rentabilidad económica, ya que en ellas aumentaba el consumo, y también en términos de prestigio para los Gremios[106]. La Ciudad, en definitiva, sólo tenía que pagar de Propios una pequeña parte del coste de la fiesta. Pero la cantidad se iba incrementando, desde 1609, en que su aportación fue nula ya que sobraron cerca de 10.000 mrs de los Gremios, a 43.000 mrs en 1613 (en 10% del coste total) y 210.000 mrs. en 1623 (35%). Las fiestas no dejaban así de encarecerse, especialmente los autos (aproximadamente el 70% del coste total). Cada vez el contrato de las compañías era más gravoso, pasándose de 600 a 800 ducados[107] y los carros precisaban de mayores “aderezos” para ponerse a punto, debido al desarrollo del teatro, a su profesionalización y al progreso de la escenografía[108]. Así, en 1623 contrastan los 336.600 mrs. (52,3%) que se pagó a la compañía de comedias y los 174.420 (27,1%) del arreglo de los carros triunfales y demás gastos de las representaciones, con los 132.670 (20,6%) del resto de los elementos de la fiesta. En 1629 en el ayuntamiento se trata sobre las fiestas y va a salir el voto de D. Diego Nuño: “respecto de la ynpusibiidad conque la Ciudad se alla (...) no aya más que dos autos y que no aya más que una danca y la tarasca y la de los xigantes”[109]. Los Propios sólo rendían 2.004.341 mrs. mientras sus gastos los superaban con creces, situándose en 2.670.360 mrs[110]. La Ciudad ya no podía soportar pagar los 300.000 mrs. a que había subido su contribución al Corpus, dado el aumento de su coste y el estancamiento de lo pagado por los Gremios, y en 1629 daba la primera voz de alarma. Las dificultades desde entonces serán constantes. A menudo se planteará la posibilidad de reducir las fiestas, especialmente limitando las danzas a una[111]. Pero gracias a que se logra obtener el dinero, en diversas ocasiones porque los Gremios incrementan su ayuda[112], no va a ser necesario tomar ninguna medida drástica. Aún así, el gasto comienza en términos nominales a estacarse, incluso a contraerse, como vemos en 1642, cuando, pese al crecimiento de los precios, se sitúa por debajo de la década de los veinte. Y es en el arreglo de los carros triunfales, uno de los capítulos más costosos, donde más se moderan los gastos. También es significativo que ya no se consideren las compañías de mala calidad y sólo se contrate una, que siempre sería más barato[113]. La situación se complicará a partir de 1645 cuando la crisis de los Gremios también salga a la luz de manera irremediable y una de las causas, aunque no la única, era el pago de las “alcabalas y cientos”, cada vez más gravoso en una ciudad en la que la población y el comercio no dejaban de disminuir[114]. Los Gremios solicitarán constantemente que se baje el encabezamiento[115] y comenzarán numerosos pleitos con el Regimiento[116], entre ellos para dejar de pagar los 3 millones de mrs. de sobras de rentas reales[117]. Pese a ello, aunque con dificultades, seguirán dando cierta cantidad para el Corpus: sólo 28.152 mrs. en 1647, 500 ducados en 1648 y 600 en 1649 y 1650[118]. Ahora sí que es necesario moderar los gastos[119], pero también reducirlos de forma drástica. En 1647 ni siquiera se van a poder representar autos y desde el año siguiente se limitan a dos[120]. Los problemas seguirán hasta el cambio de la centuria cuando ya será necesario adoptar una medida traumática: suprimir los autos sacramentales, el capítulo más costoso y más brillante de la fiesta del Corpus vallisoletano[121]. De esta forma, aunque hasta la Ilustración no se tratará de cambiar la esencia de la fiesta, sus significaciones profundas, desde mucho tiempo antes había comenzado su lento declive.

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NOTAS

(*) Este estudio se encuadra dentro de la investigación sobre el Valladolid festivo de los siglos XVII y XVIII, tema de mi tesis doctoral, que estoy finalizando. [1] Alonso Cortés, N., Miscelánea vallisoletana, Valladolid 1955, t. I, p. 284.

[2] A(rchivo) R(eal) CH(anchillería) V(alladolid), Doc(umentación) Municipal (Secretaría General), Leg. 541. En 1760 se realiza la reforma de las haciendas locales que trata de acabar con su endeudamiento, incrementando su control por las instituciones centrales. [3] Bennassar, B., “Valladolid fue una fiesta”, en La Aventura de la Historia, 33 (2001) 34-40.

[4] Sobre el Corpus vallisoletano, vid.: Alonso Cortés, N., El teatro en Valladolid, Madrid 1923; Agapito y Revilla, J., “Las fiestas del Corpus en Valladolid”, en Diario Regional, 10/13/15-VI-1943; Brasas Egido, J. C., La platería vallisoletana y su difusión, Valladolid 1980, pp. 95-100; Egido López, T., “La religiosidad colectiva de los vallisoletanos”, en Valladolid en el siglo XVIII, Valladolid 1984, pp. 185-192; Fernández Martín, L., Comediantes, esclavos y moriscos en Valladolid. Siglos XVI y XVII, Valladolid 1989; Rojo Vega, A., Fiestas y comedias en Valladolid. Siglos XVI-XVII, Valladolid 1999; Burrieza Sánchez, J., “Aquel jueves del Corpus Christi”, en Diario de Valladolid, 17-VI-2003.

[5] Atenas Castellana, Salamanca 1989, pp. 19-23.

[6] Actualmente está finalizando su tesis doctoral en la Universidad de Valladolid sobre “oligarquía urbana en Valladolid en el siglo XVI”.

[7] Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII, Granada 1995, p. 18.

[8] Varias razones explican este hecho, desde su mentalidad sacralizada (en que ahora nos detendremos) y aristocrática, más inclinada al ocio que al trabajo (Bennassar, B., Los españoles, actitudes y mentalidad, Barcelona 1986, p. 138), hasta la necesidad de evasión de su miseria cotidiana (Soubeyroux, J., “Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del siglo XVIII”, en Estudios de Historia Social, 12-13 (1980) 131). El poder aprovechará y excitará esta fiebre festiva, como veremos.

[9] Pérez Samper, M. A., “Lo popular y lo oficial en la procesión del Corpus de Barcelona”, en Ritos y Ceremonias en el Mundo Hispano en la Edad Moderna, Huelva 2002, p. 134.

[10] A(rchivo) C(atedral) V(alladolid), Villancicos, Corpus 1, nº 80 (catalogados por D. Jonás Castro). Vid., Alonso Cortés, N., Villancicos y representaciones populares de Castilla, Valladolid 1982.

[11] Diario Pinciano, Valladolid 1978 (ed. facsímil), pp. 461-464.

[12] Cardini, F., Días sagrados, Barcelona 1984, pp. 68-69.

[13] Egido López, T., “La religiosidad colectiva...”, pp. 157-260; “La religiosidad de los españoles (siglo XVIII)”, en Coloquio Internacional Carlos III y su siglo, Madrid 1988, t. I, pp. 767-792; Domínguez Ortiz, A., “Iglesia institucional y religiosidad popular en la España barroca”, en La fiesta, la ceremonia y el rito, Granada 1990, pp. 11-20; Sánchez Lora, J. L., “Claves mágicas de la religiosidad barroca”, en La religiosidad popular, Barcelona 1989, t. II, pp. 125-145; “Religiosidad popular: un concepto equívoco”, en Muerte, religiosidad y cultura popular, siglos XIII-XVIII, Zaragoza 1994, pp. 65-79.

[14] Domínguez Ortiz, A., “Iglesia institucional...”, p. 15. Vid. también: Egido López, T., “La religiosidad colectiva...”, pp. 172-214; “La religiosidad...”, pp. 779-781; Martínez-Burgos García, P., “El simbolismo del recorrido procesional”, en La fiesta del Corpus Christi, Cuenca 2002, pp. 161-163.

[15] Portús Pérez, J., La antigua procesión del Corpus Christi en Madrid, Madrid 1993, pp. 80-83. Otros autores insisten en la oposición entre lo popular y lo oficial: Pérez Samper, M. A., “Lo popular...”, pp. 133-178; Martínez Gil, F. y Rodríguez González, A., “Del Barroco a la Ilustración en una fiesta del Antiguo Régimen: El Corpus Christi”, en Cuadernos de Historia Moderna Anejos, 1 (2002) 151-175; “Estabilidad y conflicto en la fiesta del Corpus Christi”, en La fiesta del Corpus..., pp. 43-65.

[16] Pinheiro da Veiga, T., Fastiginia, Valladolid 1989, pp. 121-122.

[17] Maravall, J. A., La cultura del Barroco, Barcelona 1986 (4ª ed.). Su interpretación ha sido aplicada a la fiesta sobre todo por la historia del arte, Cuesta García de Leonardo, M. J., Fiesta.... Otros, si bien rechazando o eludiendo su estudio desde una perspectiva únicamente psicológica, sí aceptan el ser un medio de representación del poder: López, R. J., Ceremonia y poder a finales del Antiguo Régimen, Santiago de Compostela 1995; Río Barredo, M. J. del, Madrid, Urbs Regia. La capital ceremonial de la Monarquía Católica, Madrid 2000. Para el Corpus: Quintana Toret, F. J., “El culto eucarístico en Málaga. Ideología y mentalidad social en el siglo XVII”, en Jábega, 51 (1986) 29-30; Portús Pérez, J., La antigua...; Viforcos Marinas, M. I., La Asunción y el Corpus: de fiestas señeras a fiestas olvidadas, León 1994, pp. 149-157; Río Barredo, M. J. del, Madrid, Madrid. Urbs regia..., pp. 205-233.

[18] Bonet Correa, A., Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al barroco español, Madrid 1990.

[19] Por ejemplo, en Málaga. Quintana Toret, F. J., “El culto eucarístico...”, p. 30.

[20] A(rchivo) M(unicipal) V(alladolid), Actas, nº 29, 17-V-1605, f. 238r. Y parece que algo se logró: “Una parte de los caballeros ingleses anduvieron en la procesión, so color de curiosos, con gran acatamiento” (Relación de lo sucedido en (...) Valladolid desde el punto del nacimiento del príncipe don Felipe (...) hasta que se acabaron las demostraciones de alegría (...), Valladolid 1916 (reimpresión de Narciso Alonso Cortés), p. 72).

[21] Son extraños los casos de ciudades donde la fiesta estaba organizada por la institución eclesiástica, como León: Viforcos Marinas, M. I., La Asunción..., pp. 128-129.

[22] A.M.V., Actas, nº 54, 7-VI-1645, f. 200r.

[23] Sobre estos elementos lúdicos, vid.: Aranda Doncel, J., “Las danzas de las Fiestas del Corpus en Córdoba durante los siglos XVI y XVII. Aspectos folklóricos, económicos y sociales”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba, 98 (1978) 173-194; Caro Baroja, J., El estío festivo, Madrid 1984, pp. 51-89; González Alcantuz, J. A., “Para una interpretación etnológica de la tarasca, gigantes y cabezudos”, estudio preliminar en Garrido Atienza, M., Antiguallas granadinas. Las Fiestas del Corpus, Granada 1990, pp. XXIX-XLVIII; Portús Pérez, J., La antigua..., pp. 109-214.

[24] A(rchivo) H(istórico) P(rovincial) V(alladolid), Caja 1046, ff. 141r.-142v.

[25] Hay noticias de su presencia en 1609 (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Caja 157, Exp. 4); 1619 (Ibid., Caja 89, Exp. 4); 1629 (Ibid., Caja 120, Exp. 18); 1632, 1636, 1637, 1643, 1648 (Ibid., Caja 87, Exp. 3). Sin embargo, en muchas ocasiones no figura en los gastos (Cuadro nº 1), aunque a veces puede deberse a que tanto su aderezo como su transporte se unía a otros como gigantes o carros.

[26] Ibid., Caja 157, Exp. 18, 22, 45; Caja 96, Exp. 5; Caja 120, Exp. 18; Caja 87, Exp. 3.

[27] A.H.P.V., Protocolos Notariales, Caja 1407, ff. 243r.-243v; Ibid., ff. 785r.-785v.

[28] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Caja 87, Exp. 3 (1640), Caja 87, Exp. 3 (1643-1649).

[29] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 17, 16-VI-1718, f. 326r.

[30] A.M.V., Actas, nº 46, 5-V-1624, f. 248r.

[31] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Caja 89, Exp. 4 (1619).

[32] Al igual que toda la celebración, este elemento típicamente postridentino, trataba de impresionar, conmover, más que explicar el misterio eucarístico, a través de su representación plástica y visual, es decir, teatral. De ahí que se convirtiera en uno de los espectáculos más demandados, sin olvidarnos de las relaciones mutuas existentes entre teatro y fiesta en la Edad Moderna. Lleó Cañal, V., Arte y espectáculo: la fiesta del Corpus Christi en la Sevilla de los s. XVI y XVII, Sevilla 1975; Egido, A., La fábrica de un auto sacramental: “Los encantos de la culpa”, Salamanca 1982; Díez Borque, J. M., Los espectáculos del teatro y de la fiesta en el Siglo de Oro, Madrid 2002.

[33] Contrato de compañía en 1661. A.H.P.V., Caja 2153, 240r.-241v.

[34] Alonso Cortés, N., El teatro..., pp. 13-16; Bennassar, B., Valladolid en el Siglo de Oro, Valladolid 1989 (2ª ed. en español), pp. 444-448.

[35] Contrato de dos compañías: A.M.V., Actas, nº 46, 11-III-1623, f. 55r.-55v.; Ibid., nº 48, 11-V-1628, f. 529v. Se buscan autores en Madrid: Ibid., nº 50, 6-III-1634, ff. 204r.-204v.; Ibid., nº 53, 7-IV-1640, f. 42r. Se recurre a la Chancillería: Ibid., nº 46, 17-V-1624, f. 243; Ibid., nº 48, 4-IV-1629, f. 515r.-515v.

[36] A.M.V., Actas, nº 40, 19-III-1616, f. 48v.

[37] A.H.P.V, Protocolos Notariales, Caja 1407, f. 241r. (contrato de compañía de comedias en 1641).

[38] A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 11-VI-1648, f. 450v.

[39] En 1611 se logra que los 5 millones de maravedís en que se iba a subir el encabezamiento de alcabalas se reduzcan a 2, y en agradecimiento se concede al duque de Lerma, entre otras preeminencias, que perpetuamente el día siguiente del Corpus se le representen a él o a sus los herederos los autos, y de no hallarse en la ciudad al convento de San Pablo (A.M.V., Actas, nº 36, 23-IV-1611, ff. 64v.-67r.).

[40] A.M.V., Actas, nº 45, 25-V-1622, ff. 370r.-370v.

[41] Soto Caba, V., “El barroco efímero”, en Cuadernos del Arte español, 15 (1991) 22.

[42] Cuesta García de Leonardo, M. J., Fiesta y arquitectura..., pp. 38-48; Martínez-Burgos García, P., “El simbolismo del recorrido procesional”, en La fiesta del Corpus..., pp. 157-177.

[43] Relación de lo sucedido..., p. 72.

[44] A.H.P.V., Protocolos Notariales, Caja 1046, 4 III (inventario realizado en 1609).

[45] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Caja 87, Exp. 3; Ibid., Caja 116, Exp. 17.

[46] Lleó Cañal, V., Arte y espectáculo..., p. 54.

[47] Portús Pérez, J. , La antigua..., p. 79. Vid. nota 17.[48] Para el orden de la procesión del Corpus vallisoletano: A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 19-VI-1642, f. 123r.; A.M.V., Cajas Históricas, Caja 13, Exp. 69, nº catálogo 414.

[49] Alonso Cortés, N., El teatro..., pp. 5-8. Pero en 1509 los oficios logran Real Carta Ejecutoria que les libera de esta gravosa carga (A.R.CH.V., Registro de Ejecutorias, Caja 242, Exp. 30). Posiblemente desde entonces el Regimiento se hace cargo de los juegos (A.M.V., Actas, nº 5, 30-V-1530, f. 494v.). En otros lugares los gremios siguieron saliendo en la procesión, como en Granada (Garrido Atienza, M., Antiguallas..., pp. 108-109); Sevilla (Lleó Cañal, V., Fiesta Grande. El Corpus Christi en la historia de Sevilla, Sevilla, 1992 (2ª ed.), p. 27); Barcelona (Pérez Samper, M. A., “Lo popular...”, p. 156).

[50] A principios de siglo se sacaba la custodia monumental de Juan de Arfe que era llevada en andas (A.C.V., Libros del Secreto, nº 2, 6-VI-1602, f. 110r.). En 1632 se hace un carro (Ibid., nº 4, 4-III-1632, f. 36v.). Pero ya en 1637 el Cabildo acuerda que la lleve el obispo o quien presidiese en las manos, bajo palio, como ya algunos años se había hecho (A.C.V., Libros del Secreto, nº 4, 29-V-1637, f. 169v.).

[51] Quedaban al margen otras elites urbanas, aunque menos importantes: Universidad, Inquisición y Colegio de Santa Cruz. Por su parte, la alta nobleza cada vez era más escasa ante la marcha de la Corte.

[52] Concede gran importancia a estos conflictos en la organización y desarrollo de las fiestas López, R. J., Ceremonia..., pp. 47-76. Para el Corpus, vid.: Viforcos Marinas, M. I., La Asunción..., pp. 151-157; Río Barredo, M. J. del, Madrid., Urbs Regia..., pp. 208-214; Pérez Samper, M. A., “Lo popular...”, pp. 152-157; Martínez Gil, F. y Rodríguez González, A., “Estabilidad y conflicto...”, pp. 61-63.

[53] Amigo Vázquez, L., “Justicia y piedad en la España Moderna. Comportamientos religiosos de la Real Chancillería de Valladolid”, en Hispania Sacra, 55 (2003) 128-133. Para Granada: Gómez González, I., “La visualización de la justicia en el Antiguo Régimen. El ejemplo de la Chancillería de Granada”, en Hispania, 199 (1998) 559-574.[54] En 1618, el Cabildo se niega a acortar el recorrido de la procesión pese al mucho calor (A.M.V., nº 40, 13-VI-1618, ff. 542r. y 545r.); en 1626, a modificarlo pese a estar arruinado el Puente del Esgueva, conflicto en el que logrará el apoyo de la Audiencia (Ibid., nº 47, 27-V-1626, 303r. y siguientes); en 1639, la Ciudad solicita que la procesión se haga a la hora acostumbrada, pues últimamente era más tarde, pero el obispo no accede (A.C.V., Libros del Secreto, nº 4, 20-VI-1639, f. 243r.).

[55] El problema se inicia en 1602, debido a que el año anterior el Cabildo se había quedado sin representación (A.C.V., Libros del Secreto, nº 2, 3-VI-1602, ff. 107v.-108r y siguientes). En 1603, el Cabildo admite que por ese año se representen antes al Ayuntamiento que a él (Ibid., 29-V-1603, f. 143v.). Todavía en 1604 las dos instituciones tratan de alcanzar un consenso (Ibid., 2-VI-1604, f. 162v.).

[56] En Granada, el principal conflicto durante el siglo XVII va a ser entre la Chancillería y el arzobispo, por querer éste llevar silla en la procesión (Gan Giménez, P., “En torno al Corpus granadino del siglo XVII, en Chronica Nova, 17 (1989) 91-130). En Valladolid también se registran conflictos (Amigo Vázquez, L., “Justicia y piedad...”), pero ninguno en el Corpus de la primera mitad de siglo.

[57] A.R.CH.V., Cédulas y Pragmáticas, Caja 4, Exp. 71. Madrid, 28-III-1588.

[58] A.M.V., Cajas Históricas, Caja 4, Exp. 31-II, nº catálogo 96.

[59] Por ejemplo, sucede en 1644 (A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 26-V-1644, f. 238r.).

[60] Como sucede en 1626, en el conflicto entre la Ciudad y Cabildo, vid. nota 54. También el Cabildo acude al Real Acuerdo en 1642 cuando se produce un alboroto entre los miembros del cabildo menor sobre cómo han de ir ordenados (A.R.CH.V., Libros del Acuerdo, nº 9, 19-VI-1642, f. 123 r.-123v.).

[61] Vid., Gómez González, I., La justicia, el gobierno y sus hacedores. La Real Chancillería de Granada en el Antiguo Régimen, Granada 2003.

[62] A.M.V., Nº 47, 8-VIII-1625, ff. 143r.-143v.

[63] A.M.V., nº 47, 26-VI-1628, f. 326 r. y acuerdos siguientes. La solución del Consejo en Ibid., 19-VII-1628, f. 345r. e Ibid., 6-XI-1628, f. 403v.-404r.

[64] A.R.CH.V., Cédulas y Pragmáticas, Caja 6, Exp. 54. Madrid, 19-IV-1638; Ibid., Libros del Acuerdo, nº 7, 23-VI-1631, ff. 646r.-646v. (prohibición de representar los autos delante del Santísimo).

[65] Alonso Cortés, N., La Corte de Felipe III en Valladolid, Valladolid 1908, p. 38. Hay que recordar que la Chancillería fue trasladada primero a Medina del Campo y después a Burgos.

[66] Relación de lo sucedido..., pp. 71-72.

[67] Pinheiro da Veiga, T., Fastiginia..., p. 120.

[68] Portús Pérez, J., La antigua...; Río Barredo, M. J. del, Madrid, Urbs Regia..., pp. 205-233.

[69] En 1602 se hallaba en San Lorenzo del Escorial y en 1603 por las posesiones del duque de Lerma en la Ribera del Duero. Cabrera de Córdoba, L., Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614, Salamanca 1997 (ed. facsímil), pp. 105, 147, 179, 219-220 y 248.

[70] Sobre esta etapa, además de títulos mencionados: Urrea Fernández, J. (dir.), Valladolid capital de la corte (1601-1606), Valladolid 2002; Burrieza Sánchez, J., Los milagros de la corte, Valladolid 2002.

[71] Brasas Egido, J. C., La platería..., pp. 150-153.

[72] A lo largo de este capítulo se aportarán diversas cifras de gastos del Corpus, expresadas en maravedís, sin especificar si son de plata o de cobre ya que las fuentes no lo señalan. Un dato que sería importante conocer, teniendo en cuenta que a medida que avanza el XVII el vellón sufre continuas devaluaciones con respecto a la plata. Pero en términos generales, si bien para el siglo XVI es posible dudar qué tipo de moneda se trata ya para el XVII, que son en definitiva los datos que más me interesan, es casi seguro que se trata de vellón, ya que la circulación monetaria se limitaba prácticamente a éste (Hamilton, E. J., El tesoro americano y la revolución de los precios en España, Barcelona 1975; Santiago Pérez, J. de, Política monetaria en Castilla durante el siglo XVII, Valladolid 2000). Sigo, por tanto, las premisas de Gutiérrez Alonso, A., Estudio sobre la decadencia en Castilla. La ciudad de Valladolid en el siglo XVII, Valladolid 1989, p. 165, cuyos datos económicos del Regimiento he utilizado.

[73] A.M.V., Actas, nº 7, 27-IV-1552, f. 113v.; Ibid., 15-VII-1552, f. 142.

[74] Ibid., nº 8, 29-IV-1555, f. 104v. En 1563 ascendieron los gastos a 104.284 mrs. (Ibid., nº 9, 24-IV-1564, f. 407). La Ciudad, que ya había logrado licencia para gastarse 400 ducados y viendo que eran insuficientes, solicitó, en 1573, poder incrementarlos a 500, que le fue denegado (Ibid., nº 10, 18-V-1573, f. 147v.). En 1585 logró licencia para 600 ducados (Ibid., nº 12, 2-X-1585, f. 266), aunque las fiestas sobrepasaban esta cantidad; así en 1589 fueron 225.350 mrs. (Ibid., nº 14, 25-I-1589, f. 385v.).

[75] Ibid., nº 18, 12-III-1592, f. 30v.

[76] Bennassar, B., Valladolid en el...

[77] El recorrido de 1601 fue: “desde la yglesia mayor por la puentecilla a los Beleros y placa del Almirante y Placuela Bieja y Corredera de San Pablo y callejuela de San Quirce y calle de la Puente asta las casas de Fabio y calle de los Teatinos y San Julián y San Benito el Real y Rinconada y Especeria y Costanilla y Platería y Cantarranas y Cañuelo asta bolver a la yglesia mayor” (A.M.V., nº 26, 16-VI-1601, f. 101 r.). El de 1602: “por las calles de la Parra, Esgueba, Placuela Vieja, calle del Almirante y por la Corredera de Sant Pablo hasta palacio y desde allí por la calle de Sant Miguel a la de Zapico y Especería, Platería Cañuelo y Cantarranas y calle de los Barrios volvió a la iglesia” (A.C.V., Libros del Secreto, nº 2, 6-VI-1602, f. 110r.). Aunque en 1603, por no estar el monarca, el Consejo de Castilla permite que vaya por las calles acostumbradas (A.M.V., Actas, nº 27, 26-V-1603, f. 57r.).

[78] A.M.V., Actas, nº 29, 28-VI-1605, ff. 257r.-257v.

[79] A.M.V., Actas, nº 26, 16-VI-1601, f. 101. Lo mismo se ordena en 1603, donde además se nombran comisarios en las distintas calles para controlar que tiene efecto (Ibid., nº 27, 26-V-1603, f. 58 r.).

[80] Por ejemplo, en 1602, fueron cuatro los autos. A.C.V., Libros del Secreto, nº 2, 7-VI-1602, f. 110r.

[81] A.M.V., Actas, nº 26, 2-VI-1601, f. 91v.

[82] A.M.V., Actas, nº 26, 31-V-1602, f. 268r.

[83] En 1604 se toman prestados 2.000 ducados a un tal Pedro Mejía que no se podrán devolver y que obligará en 1605 a volver a pedir otro préstamo para pagarle (A.M.V., nº 29, 13-V-1605, ff. 237r.-237v.; Ibid., 6-VI-1605, ff. 249r.-249v.). En 1605 se buscan prestados 4.000 ducados para las fiestas del nacimiento de Felipe IV y el Corpus (Ibid., 10-IV-1605, f. 208v.; Ibid., 24-IV-1605, f. 218r.).

[84] A.R.CH., Doc. Municipal, Caja 90, Exp. 26.

[85] A.M.V., Actas, nº 32, 22-X-1608, f. 461r.

[86] Ibid., nº 31, 20-IV-1606, f. 71r.

[87] Ibid., 12-V-1606, f. 98r.; Ibid., nº 26, 31-V-1602, f. 267v.

[88] Ibid., nº 31, 19-V-1606, f. 101r.

[89] Pinheiro da Veiga, T., Fastiginia..., p. 120. También figura en Relación de lo sucedido..., p. 72.

[90] A.M.V., Actas, nº 29, 17-V-1605, f. 238r.; Ibid., 6-VI-1605, f. 249r.

[91] En 1607 se acuerda vender hasta 1.500 varas (A.M.V., Actas, nº 32, 19-X-1607, f. 240v.). En 1608 algunos toldos se utilizan para los carros triunfales (Ibid., 9-V-1608, f. 362r.) y se dan 100 varas para los pobres de la cárcel (Ibid., 3-XII-1608, f. 488v.).

[92] A.M.V., Actas, nº 29, 26-IV-1604, ff. 65r.-65v. Es la primera referencia que he encontrado a los gigantes y tarasca, además, también ese año preocupa hacer un inventario y guardarlos (Ibid., 7-VIII-1604, f. 96r.; Ibid., 19-XI-1604, f. 145r.). En otras ciudades aparecieron antes, así, la tarasca ya figura mencionada en Sevilla en 1530 y las primeras noticias de los gigantes y la tarasca en el Corpus madrileño son de 1582 y 1598, respectivamente (Portús Pérez, J., La antigua..., pp. 112, 119 y 156).

[93] Lleó Cañal, V., Fiesta grande..., p. 15.

[94] Gutiérrez Alonso, A., Estudio sobre..., pp. 89-93 y 363-366.

[95] Fernández de Hoyo, M. A., “Fiestas en Valladolid a la venida de Felipe IV en 1660”, en B.S.A.A., 59 (1993) 379-392; Amigo Vázquez, L. “Una patrona para Valladolid. Devoción y poder en torno a Nuestra Señora de San Lorenzo durante el Setecientos”, en Investigaciones Históricas, 22 (2003) 30 (fiestas por la colocación en su nuevo retablo en 1671).

[96] A.M.V., Actas, nº 49, 25-I-1630, f. 35r.

[97] Gutiérrez Alonso, A., Estudio sobre..., p. 166.

[98] Ibid., pp. 376-377. Los ingresos municipales se constituían por Propios y Arbitrios –impuestos indirectos sobre bienes de consumo-, éstos últimos destinados al pago de los censos suscritos.

[99] En Málaga el principal medio de financiación era un impuesto sobre la carne, a lo que se le unía la facultad para gastar 1.000 ducados de sus rentas y una pequeña contribución de los gremios (Quintana Toret, F. J., “El culto eucarístico...”, p. 27). También en Madrid era a través de diversas sisas (Shergold, N. D., y Varey, J. E., Los autos sacramentales en Madrid en la época de Calderón 1637-1681. Estudios y documentos, Madrid, 1961, pp. XVII-XXXI).

[100] Pagaba de encabezamiento 19.379.450 mrs., hasta fin de 1604, a lo que había que añadir, por la estancia de la corte, 11.208.825 mrs. anuales. Ahora se manda reducirlo progresivamente hasta situarlo en 1610 en 10.000.000 mrs. A.M.V., Cajas Históricas, Caja 3, Exp. 1, nº catálogo 56.

[101] Gutiérrez Alonso, A., Estudio sobre..., p. 397.

[102] Entre otras cosas le servía para financiar fiestas. Bennassar, B., Valladolid en..., p. 383.

[103] Este acuerdo no contó con la licencia real hasta 1621. A.M.V., Cajas Históricas, Caja 3, Exp. 22-I y II

[104] Alonso García, D., “De juegos y mojiganga: La formación del Corpus en Madrid hasta 1561”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XLI (2001) 34-38.

[105] Colón de Larreátegui, J., Informe sobre las Ordenanzas de los Cinco Gremios Mayores, 1781, ff. 20r.-27r. (Biblioteca Histórica de Santa Cruz, Ms. 41); Robles, A. de, Decadencia del Comercio y Artes en Valladolid y facultades del subdelegado de Comercio, 1776, ff. 102v.-103r. (Ibid., Ms. 163).

[106] Gutiérrez Alonso, A., Estudio sobre..., p. 223; Yun Casalilla, B., Estudio introductorio a la obra de Ruiz de Celada, J., Estado de la bolsa de Valladolid, Valladolid 1990, pp. 28-30 y 37-38. Sobre los gremios, vid. también García Fernández, M., “Los gremios”, en Cuadernos vallisoletanos, nº 27, 1987.

[107] Todavía en 1618 el contrato de los autos cuesta 600 ducados (A.M.V., Actas, nº 40, 23-IV-1618, f. 503r.), pero en 1621 y 1622 ya son 900 ducados (Cuadro nº 1) y en 1627 son 800 (A.M.V., nº 48, 19-IV-1627, f. 67r.-67v.).

[108] Vid. Díez Borque, J. M., El teatro español en el siglo de oro, Madrid 1989.

[109] A.M.V., Actas, nº 48, 24-IV-1629, ff. 515v.-516r.

[110] Ibid., nº 49, 25-I-1630, f. 36r.-36v.

[111] A.M.V., Actas, nº 48, 24-IV-1629, 515v.-516r.; Ibid., nº 49, 12-IV-1630, 92v.-93r.; Ibid., nº 50, 6-IV-1633, 56r.-56v.

[112] En 1629 se piden prestados 2.000 rs. a devolver en Propios (A.M.V., Actas, nº 48, 1-VI-1629, f. 544r.); en 1633 se toman 2.000 rs. del abasto del tocino que ese año está administrando la Ciudad (Ibid., nº 50, 13-IV-1633, f. 59r.); en 1635, 1.500 rs. de la alhóndiga (Ibid., nº 52, 29-V-1638, f. 226r.). En cuanto al incremento de la ayuda de los Gremios: en 1630 dan 450 ducados más (Ibid., nº 49, 19-IV-1630, f. 97v.); en 1636 son 2.000 rs. más (Ibid., nº 51, 10-VI-1636, f. 94v.); en 1641 dan en total 14.000 rs. (Ibid., nº 53, 29-V-1641, ff. 208v.-209r.); en 1643 y 1645 permiten que lo que exceda de los 400.000 mrs. que dan se pueda librar en las sobras de sisas nuevas que la Ciudad les ha cedido para pagar el asiento de los repartimientos de faltas de millones (Ibid., nº 53, 3-VI-1643, ff. 529v.-530r.; Ibid., 25-IX-1643, f. 584v.).

[113] El costo de las compañías se estabiliza en unos 800 ducados, como sucede en 1633 (A.H.P.V., Protocolos Notariales, Caja 1734, 202r.-203v.) o en 1643 (A.M.V., Actas, nº 53, 25-IX-1645, f. 584v.).

[114] Cuando Valladolid tenía unos 36.000 habitantes, a comienzos del XVII, en concepto de “alcabalas y cientos” pagaba 12 millones de maravedís al año. En la década de los cuarenta, cuando su vecindario se había reducido a unos 20.000, eran ya alrededor de 18 millones; puesto que el primer uno por ciento se había establecido en 1639 y el segundo en 1642. Gutiérrez Alonso, A., Estudio sobre..., p. 397-399.

[115] Comienzan a solicitarlo al Consejo Real en 1645. A.M.V., Actas, nº 54, 30-X-1645, ff. 551r.-552r.

[116] Gutiérrez Alonso, A., Estudio sobre..., p. 221-222.

[117] Desde 1649 hay noticias de este pleito en el Consejo. A.R.CH.V., Doc. Municipal, Caja 161, Exp. 101.

[118] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Caja 116, Exp. 17; A.M.V., Actas, nº 55, 20-V-1650, ff. 356v.-357r.

[119] En 1645, debido a la dificultad de los Propios, se tratan de moderar algunos salarios y otras cosas. En cuanto al Corpus, se determina recortar lo que se gastaba en la muestra de los autos (realizada días antes en el ayuntamiento ante los regidores para comprobar su calidad), en el desayuno del día del Corpus; que sólo se gasten dos hachas de cera en la guarda de los carros la noche antes y que sólo se dé cera a los que asistan a la procesión (Ibid., nº 54, 26-VI-1645, f. 206r.-206v.).

[120] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Caja 116, Exp. 17.

[121] A.M.V., Actas, nº 74, 29-IV-1701, ff. 84v.-86r.

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ARTÍCULO PUBLICADO EN: “Una plenitud efímera. La fiesta del Corpus en el Valladolid de la primera mitad del siglo XVII”, en Religiosidad y Ceremonias en torno a la Eucaristía, Actas del Simposium, San Lorenzo del Escorial, 1/4-IX-2003, , tomo II, San Lorenzo de El Escorial, 2003, pp. 777-802.

FOTOGRAFÍA: Tarasca

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