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Frentes Avanzados de la Historia

MUJERES, FEMINISMO Y CAMBIO SOCIAL, en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940

MUJERES, FEMINISMO Y CAMBIO SOCIAL, en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940
Asunción Lavrin. Mujeres, feminismo y cambio social, en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940. Centro de Investigaciones Diego Barros Aranda.Santiago de Chile, 2005. 527 pp.

 


INTRODUCCIÓN

Para las mujeres latinoamericanas, el feminismo no ha sido un concepto ajeno. Ha ido creciendo sin pausa, a veces en condiciones de adversidad, y en las postrimerías del siglo xx, fue, para unos, artículo de fe y, para otros, objeto de discusión o de burla. Las raíces del feminismo brotaron en el último cuarto del siglo XIX, cuando los escritos femeninos en los medios de comunicación se cruzaron con el trabajo de la mujer en la industria para socavar la presunción aceptada de que las limitaciones que la ley y la costumbre imponían al sexo femenino eran necesarias para conservar la integridad de familia y sociedad. Las mujeres urbanas instruidas comenzaron a publicar versos, novelas y otras obras en prosa, principalmente en diarios y revistas, en la primera expresión sostenida de lo que pensaban". Aun, cuando muchas de ellas no hacían ninguna referencia particular a la condición de la mujer, su obra ofrecía una expresión elocuente de que estaban dispuestas a abrirse paso al lugar más sacrosanto del dominio masculino: el terreno intelectual.

Con todo, el mundo de la mujer no se componía sólo de literatura y educación. Crecía la demanda de su trabajo físico fuera del hogar y sus tareas domésticas. El desarrollo industrial, por ínfimo que fuera, reclamaba mano de obra barata y la mujer, en su calidad de asalariada, era un artículo comerciable. Era digna de confianza, dócil y de bajo costo. El crecimiento urbano y el desarrollo fabril trajeron consigo fluctuaciones inquietantes en el valor del dinero y en el costo de la vida. Para equilibrar su presupuesto, los jóvenes de ambos sexos buscaron empleo y las mujeres salieron de sus hogares para trabajar en talleres y fábricas. La singular combinación de educación y trabajo, por disímiles que estos elementos parezcan, puso a la mujer en el debate público. Sus méritos como madre y esposa se agregaron a sus derechos legítimos según la ley y a su papel de objeto y sujeto de las políticas públicas. El significado de la condición de mujer, al mezclarse con asuntos de Estado, adquirió una nueva dimensión. Después de 1895, cuando las mujeres obreras publicaron sus primeros periódicos, señalaron que las puertas de la autoexpresión se abrían para todas.

La búsqueda de soluciones a los problemas que provocaba el reconocimiento de las nuevas dimensiones políticas, económicas y sociales de la mujer se vio apoyada por una ideología nueva que, ya en 1880, se iba formando en Europa: el feminismo. Cuando lo conocieron las mentes despiertas que habitaban algunas de las zonas urbanas de crecimiento más rápido de América Latina, los orígenes y el significado del movimiento no estaban del todo claros. Las capitales de Argentina, Uruguay y Chile, los países del cono sur de América del Sur, presenciaron un desarrollo notable de las ideas feministas. La memoria histórica no ha hecho justicia a aquellos hombres y mujeres que escribieron y hablaron en pro de reconocer la mayoría de edad de la mujer. Las mujeres rara vez dejaron documentos personales, menos aún archivos organizados, que hubieran ayudado a conservar el recuerdo de su obra. A muy pocas de las numerosas y abnegadas dirigentas laborales, periodistas, educadoras, médicas, escritoras y abogadas se les ha cedido algún espacio en las historias nacionales. Algunos de los hombres se han ganado un lugar en la historia por otros motivos, rara vez por su dedicación a las causas femeninas.

La selectividad perenne de la memoria histórica dificulta mucho la reconstrucción de la obra inicial de los feministas, hombres y mujeres. Para escribir su historia es preciso rastrear y reunir materiales tan diversos como efímeros: por ejemplo, panfletos en defensa de proyectos de ley ante el Congreso, libros escritos con entusiasmo, pero descuidados por los estudiosos, discursos fogosos ante el Poder Legislativo, olvidados hace mucho tiempo, y cientos de artículos en diarios y revistas. Al último, no obstante, nos vemos recompensados con una visión nueva y fresca de la sociedad y de las relaciones entre hombres y mujeres, perspectivas nuevas en la interpretación de la historia social, y un cuadro más equitativo de la función que cumplió la mujer en la sociedad de principios del siglo XX.

Argentina, Chile y Uruguay compartían diversas características políticas y económicas importantes, además de la proximidad geográfica. A fines de los años de 1870, los estadistas de toda una generación, nutridos con el pensamiento positivista y liberal, procuraron acercar sus países a la línea central del "progreso" europeo y estadounidense. Los planes de reforma económica y social que ellos promovían contemplaban la industrialización y el desarrollo económico como catalizadores para cambiar el orden antiguo. Habría que reformar el sistema educacional con el fin de alcanzar la eficiencia necesaria para sostener el crecimiento económico y desarrollar una clase urbana progresista que se haría cargo de los destinos nacionales. La inmigración europea aumentaría la escasa dotación de mano de obra disponible para realizar estos planes de tan largo alcance y ayudar a crear una nueva ética del trabajo.

La índole de la política, entre 1890 y 1920, favoreció las transformaciones económicas y sociales bajo cuyo alero prosperó el feminismo. Los nuevos profesionales urbanos cuestionaban el patrón político heredado del primer período republicano: tarea nada fácil. En Chile y Argentina, personalidades fuertes y elites sociales dominaron la escena hasta el segundo decenio del siglo XX. Uruguay padeció el caudillismo hasta la elección de José Batlle y Ordóñez, en 1904. Pese a encuentros peligrosos con el desorden político, entre 1912 y 192:5 las reformas constitucionales, junto con una clase obrera y una clase media urbana cada vez más perentorias, determinaron cambios importantes en el sistema representativo. Los hombres dedicados a la reforma social y a la democratización impusieron a los tradicionalistas ciertos cambios claves que derivaron en una apertura, lenta, pero constante, del espacio político y del reconocimiento social, en favor de ciertos grupos que en los primeros años del siglo XX se hallaban al margen de la construcción nacional. Uno de esos grupos lo formaban las mujeres, debido a las limitaciones que las costumbres sociales y el sistema jurídico hacían pesar sobre ellas.

El lapso entre 1890 y 1940 se mostró receptivo para asuntos relativos a la mujer y a las relaciones entre hombres y mujeres dentro de la familia. Las elites sociales y políticas de comienzos del siglo XX cedieron el paso a regímenes más orientados al pueblo, cuando no populistas, en los cuales las necesidades de los obreros, campesinos, estudiantes y mujeres se expresaban, se les prestaba oído y, hasta cierto punto, se tomaban en cuenta. La ampliación de la base política se apoyó en ideologías contrarias a la exclusión política de ciertos grupos que eran cada vez más indispensables para realizar las políticas desarrollistas que habían formulado los hombres del decenio de 1890. Si bien los estadistas de la época reconocieron los aportes de muchos, su voluntad de apoyar los cambios sociales radicales era limitada.

Entre 1890 y 1925, los partidos políticos de centro y de izquierda seguían una pauta clave: la administración de justicia, la educación, la legislación, la salud nacional y la defensa nacional debían estaren manos del Estado. Los grupos encargados de proponer reformas y cambios en aquellos ámbitos se componían de reformadores liberales, higienistas, socialistas y feministas. Los reformadores liberales apoyaban los cambios políticos y socioeconómicos con el fin de demoler ciertas estructuras tradicionales sin caer en el desorden social. Los socialistas habían de convencer a los reformadores liberales que el bienestar de la clase obrera era indispensable para la prosperidad de la nación. Los higienistas, tecnócratas de salud pública, procuraban convencer al Ejecutivo y a los legisladores de que la salud era un elemento clave del progreso y el cambio, Las naciones no podrían avanzar si la enfermedad debilitaba a la población o si ésta laboraba y vivía en condiciones insalubres. Los feministas procuraban convencer. a los hombres de que las mujeres eran ciudadanas que con su trabajo e inteligencia colaborarían en la tarea de construir una nación mejor. No se las debía marginar de ningún plan de cambio y progreso. La dificultad estaba en cómo emular los modelos europeos.

La historia del feminismo es intelectual y social. Para trazar su recorrido hay que analizar ideas y actividades que formaban parte de un proceso de cambio social, no un mero reclamo de derechos precisos. El feminismo significaba adquirir conciencia personal de lo que quería decir ser mujer y percibir las necesidades idiosincráticas de la mujer, pues ambas cosas eran indispensables para determinar cuáles políticas promoverían un cambio en la condición de las mujeres y en las relaciones de los sexos. Al iniciarse el siglo XX, la definición y realización de la mayoría de los cambios en la estructura social y política fue obra de hombres. El feminismo era la actitud que adoptaban las mujeres y los varones simpatizantes para dar pertinencia al sexo en el análisis de políticas que afectaban a la familia, la escuela y el lugar de trabajo, los tres campos en que la mujer tenía presencia reconocida. Semejante transformación necesitaba liderazgo, un conjunto de hombres y mujeres que compartiesen los nuevos conceptos de relaciones y funciones de los sexos. También exigía comprender los cambios al interior del grupo que ejercía el poder real y la disposición a aceptados. Iniciado el debate y la tarea de persuasión, la idea de reformular la condición y las funciones de la mujer fue ganando credibilidad y viabilidad.

Se vio que había varias necesidades fundamentales que resultaban esenciales para la participación femenina en el cambio social. Ellas eran el reconocimiento de la nueva función económica de la mujer, su personería jurídica plena dentro de la familia y su participación en el sistema político de su país. é Sería el feminismo una ideología capaz de convencer a los hombres de ceder a las mujeres la libertad y los derechos que necesitaban para ayudar a establecer el nuevo orden que soñaban los reformadores sociales del cono sur? La respuesta, a comienzos del siglo XX, no aparecía ni firme ni clara, pero la falta de certeza respecto del resultado final no impidió que muchos hombres y mujeres de la época exploraran las bases del feminismo y apoyaran aquel aspecto que les fuera más atrayente dentro de sus amplias perspectivas.

La tarea de analizar los numerosos aspectos que interesaron a las feministas en épocas de expansión económica y demográfica, diversificación política y desasosiego social, en lugares distantes de sus orígenes intelectuales, exige la búsqueda sin ambages de un punto de vista fiel a los intereses de la mujer. Dicha visión revela un tejido complejo de asuntos sobrepuestos, unido estrechamente al eje de las funciones y relaciones de los sexos, y girando en torno a él. No existe una fórmula única que desteja sus complejidades, porque el concepto de feminismo variaba entre quienes decían practicado o simpatizar con él, adquiriendo con el tiempo ciertos matices importantes. El capítulo: El feminismo en el cono sur: definiciones y objetivos inicia el estudio del significado del feminismo, a sabiendas de que el territorio exige mayor exploración. Seguir la evolución del significado del feminismo involucra reconocer que los feministas recorrieron diversas etapas de reinterpretación del concepto y su adaptación a las circunstancias políticas y sociales de las naciones en estudio. No existía un feminismo único, sino una diversidad de respuestas y orientaciones femeninas ante los problemas que aquejaban a la mujer en los distintos estratos sociales.

En el cono sur, los dos matices importantes del feminismo, el socialista y el liberal, se desarrollaron simultáneamente, aunque con distintos grados de intensidad y niveles de madurez. Se hicieron concesiones recíprocas para limar las diferencias y evitar el enfrentamiento abierto. La clase, por ejemplo, que era el único elemento dotado del potencial para abrir una brecha entre mujeres de tendencias políticas diferentes, con frecuencia se pasaba por alto. Las feministas encontraron motivos de unión comunes en el resarcimiento de su subordinación legal frente a los hombres, en especial dentro de la familia, en la justicia de reconocer la capacidad de la mujer de satisfacer todas las exigencias cívicas y económicas que les impusiera la vida o el Estado, y en la protección que en su estimación la sociedad debía a la maternidad. La influencia anarquista, potencialmente destructora en este cuadro de unidad femenina, quedó desbaratada con la persecución continua de sus defensores. Otro posible motivo de conflicto, el distingo entre liberación personal y liberación de sexo, también se soslayó con el surgimiento de un tipo especial de feminismo. Conocido como "feminismo compensatorio", combinaba la igualdad legal con el hombre y la protección de la mujer a causa de su sexo y las funciones precisas de éste.

Las desigualdades que las feministas de comienzos del siglo XX destacaban en su programa eran técnicas y jurídicas: los impedimentos que las privaban de ciertos derechos que los varones tenían dentro y fuera de la familia. Al mismo tiempo, no querían perder ciertas cualidades que estimaban esenciales para la mujer, ni los privilegios que traían aparejados. Privadas durante largo tiempo de capacidad intelectual y libertad de acción personal, las feministas querían afirmar su derecho a que se estimara que valían lo mismo que los hombres, pero no que eran iguales a los hombres. No veían ninguna oposición entre la igualdad en un aspecto y la protección en otro. Se habían criado en culturas que conservaban una larga tradición de reverencia por la maternidad y, sabiendo que la maternidad otorga a las mujeres cierto grado de autoridad, defendían su territorio de mujeres y madres. Al redefinir la maternidad como función social, "modernizaron" su papel de acuerdo con una situación política nueva, sin alterar ciertos aspectos del fondo tradicional de la maternidad.

Las primeras conceptualizaciones del feminismo se tiñeron de un fuerte compromiso con la reforma social, en cuanto se refería a las necesidades de la mujer. Que dichas necesidades sufrían el olvido o la negligencia de los hombres que ejercían la autoridad era obvio para la mujer obrera y, además, para las primeras profesionales que escudriñaban las leyes o visitaban conventillos o talleres que explotaban la mano de obra femenina. La preocupación feminista por los problemas que asediaban a la mujer obrera, y en particular a la madre obrera, mantuvo su importancia central durante todo el período en estudio. El análisis de cómo la participación creciente de la mujer en el mercado laboral contribuyó al cambio social y cómo adquirió importancia para las feministas ocupa el capítulo: Mano de obra y feminismo: fundamentos del cambio. Puesto que es escaso lo que se ha escrito sobre la mujer en la fuerza laboral a principios del siglo XX, era imprescindible reunir informaciones relativas a su extensión y naturaleza. ¿Tenía el trabajo femenino suficiente importancia para la familia y la nación como para merecer atención social y jurídica? é Tenían razón los feministas cuando sostenían que el trabajo validaba las pretensiones femeninas a ejercer otros derechos? Los resultados de la búsqueda de estadísticas y del intento de reconstruir el perfil de la mujer obrera urbana fueron diversos. Hay bases de comparación hasta los primeros años de 1920, pero después el cuadro se torna más difícil de reconstruir, a medida que los datos de los ministerios del trabajo y de los censos nacionales disminuyen rápidamente. Con todo, los datos disponibles señalan que la cantidad de mujeres que cumplían labores pagadas fuera y dentro del hogar era suficiente para respaldar las afirmaciones laborales y feministas en el sentido de que el trabajo femenino había adquirido la importancia económica y política suficiente para suscitar la atención del Estado. La tarea de conciliar trabajo con hogar y maternidad se convirtió en el hilo común que juntaba a la izquierda política, las feministas y los reformadores sociales liberales. Su respuesta fue un conjunto de proyectos de leyes protectoras y de medidas estatales de asistencia, algunos de los cuales, con los años, se hicieron realidad. Aun, cuando fueron muchas las partes interesadas que se opusieron a dichas leyes, el debate sobre aceptadas o no obligó a colocar el trabajo femenino en los programas de todos los grupos ideológicos después de 1940.

Las mujeres asalariadas comprendían menores de edad, mujeres solteras y madres, lo que introducía la competencia por los salarios, fuente de preocupación para los obreros varones y de un nuevo conjunto de problemas sociales. También ofrecían un reto a las leyes que ponían el salario de la mujer bajo el control de su marido. El reestudio del control legal de las ganancias de la mujer dio lugar a una re evaluación de los derechos civiles de las mujeres casadas. Además, las mujeres obreras estaban dispuestas a entrar en organizaciones laborales católicas, socialistas y anarquistas. Si bien las mujeres muy rara vez ejercieron el liderazgo en el movimiento laboral, ya en 1940 se habían convertido en un grupo laboral identificable, con demandas legítimas de leyes y políticas públicas. La necesidad de regular las condiciones y el horario de trabajo fue objeto de exploración y oportunismo en varios partidos políticos. En su calidad de parte de una familia y de madre, la mujer obrera también necesitaba atención de salud pre y posnatal, la que se amplió, luego, a todas las mujeres, cuando la salud materno-infantil se convirtió en preocupación nacional.

Ya a mediados del decenio de 1930, a las iniciativas de "vender" el trabajo femenino se opusieron iniciativas para restringirlo y el deseo persistente de muchos hombres, independientemente de la clase, de sacar a las mujeres de la fuerza laboral después del matrimonio. La ambivalencia respecto del trabajo femenino se nutría en las actitudes culturales profundamente arraigadas que definían el hogar como el espacio preferido de la mujer y veía en la calle y el trabajo externo indicios de clase baja. A lo anterior debemos agregar nuevas inquietudes en el sentido de que el trabajo en fábricas podría erosionar la moral y la salud de las mujeres y, en última instancia, ofrecer una amenaza a la familia ya la nación al causar una disminución de la fecundidad. En conjunto, la aparición de la mujer en espacios donde hasta entonces había dominado el hombre creó conflictos que exigieron la modificación, no ya de las leyes, sino de conductas y actitudes.

En su búsqueda de apoyo público, algunas feministas de clase media procuraron mejorar la imagen de la mujer obrera como una persona económicamente independiente, capaz, industriosa, que era un orgullo para la nación, a medida que se adaptaba a la modernidad. La imagen de independencia era indispensable para apoyar reformas al Código Civil y obtener la ciudadanía plena para todas las mujeres. La situación que se desprende de los datos laborales que aparecen en el capítulo: Mano de obra y feminismo: fundamentos del cambio desmiente esta visión optimista y explica por qué las opiniones relativas al trabajo femenino permanecieron divididas.

La maternidad fue otro ingrediente relevante en el montaje de una ideología especial. Las feministas del cono sur la acogieron de todo corazón como el más elevado símbolo de la condición de mujer. Los derechos de las mujeres como personas eran importantes, pero ellas nunca perdieron de vista el hecho de que las mujeres, en su mayoría, se convertían en madres y que la maternidad causaba algunos de los problemas más graves que todas encaraban. Las fatigas y los sacrificios de la madre obrera eran sólo una cara de la medalla. La maternidad exigía respeto en su calidad de servicio práctico para la nación entera. Los asuntos personales adquirían mayor importancia y significado cuando se los elevaba a la categoría de intereses nacionales. Así se introdujo el papel de la maternidad guiada por la educación, una iniciativa consciente de avanzar más allá de las funciones naturales de la maternidad para proyectar la importancia de la mujer en la tarea de criar generaciones nuevas. Educación y maternidad se conciliaron mediante la puericultura, que es el tema del capítulo: Puericultura, salud pública y maternidad.

Ningún estudio del feminismo en su contexto social puede desentenderse de la atención especial que los reformadores sociales del siglo XX prestaron al "binomio madre-hijo". Mucho antes de que el sufragio concitara su atención, las primeras feministas pugnaban por dirigir sus energías propias y las de otras mujeres hacia el mejoramiento de la salud materno-infantil. Entre los problemas sociales, el más afín a la mentalidad particular de la mujer  era el cuidado de los hijos. Las tasas alarmantes de mortalidad infantil exigían políticas públicas mejor elaboradas. Las cifras obtenidas de datos contemporáneos son imprescindibles para comprender las dimensiones del problema y por qué las feministas hicieron del cuidado infantil parte de su misión.

Las campañas en pro del cuidado infantil tenían por objetivo dotar a toda mujer de las herramientas para emprender a conciencia sus tareas maternas, pero la meta era influir en las políticas de salud y otorgar a la mujer parte de la responsabilidad que encerraba su elaboración y realización. El Primer Congreso Femenino Internacional, de 1910, y los diversos congresos sobre la infancia que se celebraron antes de 1930, definieron a la mujer como sujeto y objeto de las políticas de salud. En cuanto objetos, las mujeres ganaron más servicios en las ciudades capitales, pero ellas también comenzaron a suministrar atención de salud y atención social, luego de titularse en las primeras escuelas de enfermería y asistencia social. La presencia de mujeres en calidad de médicas, enfermeras y visitadoras sociales habla de un cambio social importante. Las nuevas carreras ampliaron el horizonte ocupacional de la mujer de clase media y brindaron a la de clase obrera la oportunidad de eludir el trabajo en la fábrica y ganar cierta movilidad social. Que la profesionalización del cuidado infantil no cambió la imagen de la mujer como criadora y cuidadora no inquietó a las feministas del cono sur. El cuidado infantil científico era un camino para salir de los consabidos y desgastados estereotipos femeninos que regían en los primeros años del siglo XX. Más importante aún, el cuidado de mujeres por otras mujeres era el supremo ideal feminista que todas perseguían sin tregua.

Frente a los problemas de las madres y niños obreros, las feministas se dieron a reestudiar las relaciones de los sexos en su base: las usanzas tradicionales que habían legado la ley y la costumbre. Varias de las primeras feministas tomaron de los anarquistas y librepensadores una preocupación por el doble criterio con que se juzgaba la conducta sexual de hombres y mujeres. El análisis de lo que era natural y lo que era una construcción social, en materias de sexualidad, y sus distintas consecuencias para hombres y mujeres eran temas que no dejaban de incomodar a algunas que se decían feministas. En esto, como en el análisis de otros temas, hubo una auto censura que delata las costumbres de la época. Pero el debate sobre madres solteras, ilegitimidad, elevadas tasas de mortalidad infantil y prostitución encerraba una acusación implícita contra las leyes y costumbres que declaraban culpable a la mujer y absolvían al hombre de toda responsabilidad.

En los capítulos: Puericultura, salud pública y maternidad y Feminismo y sexualidad: una relación incómoda, exploro diversos aspectos de la sexualidad humana que inspiraron agitados debates públicos en los años veinte y treinta, algunos de ellos dentro de la búsqueda de la igualdad de los sexos entre los feministas. El efecto emocional más intenso surgió del doble criterio moral, que cargaba a las mujeres con el peso del honor sexual y castigaba a   aquéllas que lo infringían, privándolas, a ellas y a sus hijos, de sus derechos. El análisis del doble criterio condujo a que un problema como la ilegitimidad se viera no sólo como asunto personal sino como portador de consecuencias sociales importantes que amenazaban la fortaleza de la familia y perpetuaban valores éticos injustos. Desde el punto de vista jurídico, la ilegitimidad planteaba interrogantes acerca de los derechos de las madres solteras y sus hijos. Las leyes que reglamentaban esta situación eran profundamente discriminatorias y limitaban tanto las perspectivas de los hijos nacidos fuera del matrimonio como las oportunidades al alcance de la madre soltera para ejercer sus derechos contra el padre presunto. Las feministas querían erradicar las diferencias jurídicas entre los hijos. Éste era un hueso duro de roer. Al bregar por la supresión de los estigmas sociales, las feministas se toparon con un dilema: toda ley que otorgara a la mujer la igualdad dentro del matrimonio reforzaba su posición como madre y enfrentaba a la mujer casada legítima con la que no lo era.

Otros aspectos complejos relativos a la sexualidad humana, con efectos sobre las relaciones de los sexos fueron objeto de examen en los años de 1920 y 1930. La educación sexual salió de la oscuridad. Las autoridades de salud pública la estimaban una cuestión médica y las feministas, una cuestión de ética, y denunciaban la importancia que se daba a los aspectos biológicos de las relaciones sexuales y no a sus consecuencias sociales. El debate sobre las condiciones para alcanzar el control de la conducta sexual pasó a otros ámbitos que interesaban a ambos sexos y avanzó más allá de la experiencia personal a cuestiones jurídicas y sanitarias, salpicadas de principios religiosos. Uno de los temas más controvertidos que se debatieron en los años de 1930 fue la elevada tasa de abortos, problema que iba a la par con la elevada mortalidad infantil y planteaba interrogantes morales y sanitarias muy difíciles. Si la maternidad tenía tanta importancia como experiencia personal, como forma de ganar autoridad en el seno de la familia y como medio de ganar poder en el ruedo público, é cómo explicar la realidad médica de innumerables abortos? é Qué motivos llevaban a las mujeres a dar ese paso? En esa situación había una buena dosis de ambivalencia ética y de hipocresía social. Las feministas más avanzadas comprendían que la miseria podía obligar a una mujer, casada o soltera, a recurrir a un aborto ilegal y peligroso para aliviar la carga económica de los hijos no deseados. Por otra parte, el doble criterio moral abrumaba a la mujer bajo una inmensa presión social. La casada estaba atrapada en la sexualidad de su marido sin poder eludir los embarazos no deseados. La soltera solía recurrir al aborto para proteger su honra, pues no le quedaban más alternativas que la de permanecer anónima al registrar a sus hijos o bien de asumir la plena responsabilidad jurídica y económica por ellos. La opción no tenía nada que ver con los sentimientos maternales, era una cuestión económica y de vergüenza social.

Si el aborto estaba generalizado, a pesar de su ilegalidad, ése podría dar a la mujer la opción de controlar su vida reproductiva? Pocos, incluso la mayoría de los feministas, estaban preparados para esta disyuntiva. En Chile y en Uruguay, las profesiones médica y jurídica llevaron a cabo un debate abierto, capítulo poco conocido de la historia social y de la mujer, y se jugaron por la protección de la maternidad y por el cuidado infantil. Ese resultado significó la re afirmación de las costumbres sociales tradicionales. Independientemente del grado en que las feministas comprendían el dilema de la mujer, también optaron por proteger la maternidad. Esto no causa sorpresa, pero sí refleja el mensaje feminista acerca de la ética sexual. El guión feminista de la sexualidad daba a la mujer el papel de fijar las normas y pedir al hombre que mejorara su comportamiento para ponerse a su altura. Este enfoque trajo a la palestra muchos males sociales que afectaban a la nación, pero no cambió mayormente la conducta sexual de hombres y mujeres.

El feminismo también acudió a una cita furtiva con la eugenesia como herramienta de reforma sexual y social. La eugenesia, tal como se la entendía y promovía en el cono sur, se concentraba en programas de salud pública dirigidos a combatir enfermedades que debilitaban a buena parte de la población. Así, numerosos feministas de ambos sexos apoyaban las políticas eugenésicas, porque prometían mejorar la salud de las generaciones futuras, mediante la atención de madres e hijos, la eliminación de las enfermedades de transmisión sexual y la esperanza de que los certificados prenupciales detectarían dichas enfermedades antes del matrimonio. Era dificil hacer caso omiso de promesa tan atrayente y muchas médicas de renombre, feministas o no, que abogaban por programas estatales de salud materno-infantil, también apoyaron las políticas estatales que prometían cambiar la conducta sexual masculina. Todo ello formaba parte de un amplio cambio en las relaciones de los sexos.

El análisis de la eugenesia como política no determinó ninguna ventaja para el feminismo, porque los eugenistas veían a hombres y mujeres como procreadores y las relaciones sexuales, en gran medida, como asunto de salud pública que había que vigilar. El debate acerca de los certificados prenupciales obligatorios afectó a las mujeres por cuanto puso en pie el asunto de la responsabilidad moral y sexual de los hombres en la reproducción, tema que hubiera satisfecho las aspiraciones intelectuales de ciertas feministas radicales y anarquistas de principios del siglo XX. Pero la sexualidad masculina se analizó con fines demográficos y sanitarios, en términos estrictamente médicos. Este enfoque privaba al análisis del profundo sentido de respeto por su sexo que las feministas siempre habían exigido. A los hombres se les hizo responsables de los exámenes prenupciales porque se reconocía que su sexualidad constituía el elemento "activo" en la sociedad conyugal. A las mujeres no se las examinaba porque su sexualidad era pasiva y para ser aceptable debía mantenerse privada y dentro del matrimonio. Así, el papel de los sexos no cambió.

Las relaciones de hombres y mujeres tenían otros aspectos que vinculaban lo público y lo privado dentro de la familia. El debate sobre los derechos de la mujer casada y la reforma del Código Civil comprendía el tema fundamental de la jerarquía de los sexos en la familia y era tema de privilegio entre feministas y reformadores sociales. La subordinación legal de la mujer, en cuanto esposa y madre, y la indisolubilidad del matrimonio ofrecieron al liberalismo decimonónico un blanco para ensayar sus ideas acerca de la igualdad de los sexos y la necesidad de cortar los lazos entre la Iglesia y el Estado. Las propuestas de reformar los códigos civiles, con miras a devolver a las mujeres los derechos que habían perdido al casarse, y la disolución del propio vínculo matrimonial eran graves amenazas contra la autoridad del paterfamilias y su patria potestad. Este importante capítulo de la historia del feminismo y la reforma social se analiza en los capítulos: Reforma de los códigos civiles: la búsqueda de la igualdad ante la ley y El divorcio: triunfo y agonía.

Cuando los liberales estudiaron por primera vez estos puntos, apenas veinte años después de promulgados los códigos civiles, no presentaron un ataque frontal contra el derecho de familia, sino que siguieron un camino menos amenazante, al parecer, cuestionando la autoridad del hombre en la economía política del matrimonio. Había que definir la igualdad de los sexos en el ejercicio del doble papel que se suponía correspondía a la vida de una mujer: esposa y madre. Pero puesto que las esposas y madres también pasaban a convertirse en asalariadas, su independencia económica entraba a su vez en juego. Para los abogados que prirnero estudiaron la igualdad de la mujer casada, se trataba de un derecho legal definido con justicia, que servía para corregir una situación económica ya rápidamente sobrepasada, mientras debilitaba el control masculino del hogar, en apariencia inexpugnable.

En el fondo de los extensos análisis de la ley familiar había dos asuntos: si el hogar debía tener una cabeza varonil incontestable que controlara los bienes y la conducta de la mujer y los hijos, o si se debía dejar que se perpetuara la hipocresía que encerraba el culto social de la maternidad y la realidad de que las madres carecían de toda jurisdicción sobre sus propios hijos. Socialistas y feministas presionaron para conseguir una parte de la patria potestad, asunto mucho más urgente que los derechos políticos. Las reformas del Código Civil en Argentina, en 1926, y en Chile, en 1934, representan pasos "evolucionarios" en el cambio social. Las concesiones que se obtuvieron no aseguraron la plena igualdad de los sexos dentro del matrimonio. El tema se debatió hasta las heces en Uruguay, donde el Código Civil no se reformó hasta 1946, con recalcitrante desprecio por las propuestas de Baltasar Brum, el más destacado patrocinador de los derechos civiles de la mujer, cuyo plan de reforma se contaba entre los más sensibles a las reclamaciones femeninas.

Otro ataque al Derecho Familiar, las costumbres sociales tradicionales y los papeles respectivos de los sexos fue el debate sobre el divorcio. En apariencia, se trataba de una cuestión política entre Iglesia y Estado, pero a la vez revelaba matices importantes en la interpretación del papel de los sexos en los tres países en estudio. Los apasionados debates parlamentarios, los análisis jurídicos y los escritos de sus proponentes y opositores ofrecen una rica fuente de exploración respecto de las visiones, tanto tradicionales como reformistas, de la feminidad y la masculinidad. El divorcio procuraba la igualdad de ambos sexos, no en su sumisión a la indisolubilidad del matrimonio tal como los tradicionalistas y la Iglesia la .veían, sino en sus opciones de ganar la libertad personal respecto de una relación conyugal no deseada. La posición tradicional establecía que la estabilidad de la familia garantizaba el orden social y que el sacrificio de la libertad personal salvaba las instituciones que conservaban el orden: Iglesia y familia. Argentina y Chile nunca aceptaron el divorcio durante el lapso que se estudia aquí, señal de su acendrada actitud conservadora en materia de Derecho de Familia. En Uruguay, en cambio, el Partido Colorado impuso la reforma desde arriba, de acuerdo con su propio dictado ideológico de dar a la mujer aquella libertad que sólo los feministas radicales y los anarquistas apoyaron a comienzos del siglo XX. La ley de divorcio uruguaya prestó credibilidad a la idea de separar la Iglesia y el Estado en el terreno del Derecho de Familia. En cuanto a las relaciones entre los sexos, establecía un nuevo concepto: la mujer podría disponer de una opción que el hombre no tendría. El divorcio por la sola voluntad.de la mujer era una idea revolucionaria para su época, posible solamente en un Estado pequeño que experimentaba con formas nuevas de cambio social y político. Como modelo, tuvo escasos seguidores. Chile ha concedido a hombres y mujeres la libertad cabal del divorcio sólo en el siglo XXI.

La participación de la mujer en política mediante el sufragio se considera la piedra de tope del feminismo y el cambio social, aunque se trate de una opinión debatible. En el cono sur el sufragio surgió como tema de debate en el segundo decenio del siglo. El sufragio universal masculino, vigente en los tres países al comienzo de los años veinte, comenzó a modificar la fisonomía de la masa electoral y proporcionó a los feministas, hombres y mujeres, la base que les hacía falta para alegar en favor de otorgarlo a la mujer. Hay que conocer en todos sus detalles la movilización política en favor del sufragio si hemos de apreciar los esfuerzos conscientes que hicieron las mujeres para llegar a la comprensión cabal de sus metas y conseguir el apoyo necesario para alcanzarlas. En los capítulos: Política femenina y sufragio en Argentina, Política femenina y sufragio en Chile y Política femenina y sufragio en Uruguay, se pasa revista a las diversas actividades políticas que emprendieron las mujeres de cada uno de los tres países. Aunque en el capítulo El feminismo en el cono sur: definiciones y objetivos, trazo un panorama de los trasfondos ideológicos que guiaron a las feministas en su entrada en política, estos capítulos posteriores ofrecen informaciones más precisas acerca de la labor de ciertas mujeres y organizaciones femeninas, las campañas para vencer la timidez de las mujeres y la lucha interna entre las distintas interpretaciones del activismo político feminista.

Ninguna organización habló en representación exclusiva de las mujeres ni antes ni después de series concedido el derecho a voto. En los años veinte y treinta surgieron numerosas sociedades que apelaban a una u otra de las interpretaciones feministas o de sus intereses sociales y, aun, cuando la diversidad de los grupos confirmaba la madurez de sus participantes, también diluía el efecto de sus iniciativas. Las reformas políticas por las cuales luchó un pequeño grupo de mujeres no condujeron al apoyo mayoritario de hombres y mujeres respecto del papel de la mujer en este ámbito. La retórica de la pureza política y la postura "apolítica" que ostentaban los "partidos" de mujeres obstaculizaron su asimilación a los partidos masculinos tradicionales. Los resultados de la campaña por el sufragio fueron diversos. Cuando las mujeres votaron, muy pocas fueron elegidas y aquéllas que lograron acceder a puestos públicos eran en su mayoría centristas o conservadoras católicas. La índole de las transacciones políticas no cambió mayormente. Si bien la iniciación de la mujer en la vida política del cono sur puede parecer mezquina en cuanto a cifras electorales, ella cambió a mujeres y hombres en muchos aspectos sutiles. Las mujeres feministas ganaron confianza en sí al definirse como grupo de presión participante. Su interpretación del significado político de las reformas sociales tenía importancia para ellas, lo mismo que la dirección de sus organizaciones propias y la planificación de campañas para popularizar su mensaje.

En un estudio de sufragio y movilización social, el sociólogo argentino Darío Cantón postula que el otorgamiento del derecho a voto depende de una capacidad comprobada para la participación política, en general tras luchas largas y enconadas", Las mujeres del cono sur demostraron que tenían esa capacidad, por intermedio de sus organizaciones feministas; pero renunciaron a la violencia o al enfrentamiento, y prefirieron recurrir a la persuasión. El movimiento sufragista del cono sur tuvo aspectos culturales propios que no calzan con ningún modelo que se base en la necesidad de luchar por resultados políticos. En otros análisis recientes de las actividades políticas femeninas, escritos por EIsa Chaney, Evelyn Steven y Jane Jaquette, se profundiza en los valores culturales y se desarrolla los conceptos de la supermadre y del marianismo para explicar la proyección en política del hogar, la maternidad y la sensibilidad especial de la mujer+Aunque sus interpretaciones se basan en hechos más contemporáneos, calzan con la génesis de las actividades políticas femeninas desde mediados de los años diez. El aprovechamiento amplio de una ideología de misión social, fundada en las funciones y atribuciones de ambos sexos, ayudó a las feministas de comienzos del siglo XX cuando procuraron elevarse por su propio esfuerzo y defender su participación en la vida pública. Para hacerse un lugar en política, usaron el atractivo de unas imágenes culturales sin peligro. Para ganar aceptación social, algunas feministas mostraron una determinación casi religiosa en proyectar el papel de la mujer como redentora social. Puesto que la tipificación de sexos puede resultar un arma de doble filo, en política se reforzó el estereotipo de la imagen biológica de la mujer, la que la limitaba a ciertos campos precisos de la vida pública.

En las páginas siguientes, mi propósito principal es el de destacar el mensaje que hallé en todas las actividades y escritos femeninos: el ascenso de la conciencia propia de la mujer en cuanto participante en el Estado. En reacción ante las cambiantes condiciones sociales y económicas, el feminismo mostró una diversidad de matices y profundidades, pero logró alcanzar resultados tangibles en la redacción y corrección de las leyes civiles, la interpretación de políticas sociales nuevas y la aceptación de la mujer como ente político. Es incuestionable que no todas las mujeres participaron activamente. Como los hombres, un grupo pequeño abrió el camino. Pero este grupo franqueó las barreras de clase. Comenzando con las etapas iniciales de conciencia propia, las mujeres obreras, además de las profesionales, ayudaron a elaborar un conjunto de aspiraciones declaradas que expresaban su fe en la propia capacidad de cambiar sus vidas. El feminismo no fue feudo exclusivo de la clase media, aunque se concentró mayormente en el centro económico y político. Importa también recordar que en este proceso tomaron parte hombres y no sólo mujeres, porque se encuadraba dentro de la familia y se concebía en términos de la complementación entre los sexos. Las relaciones mutuas se examinaron a fondo, por primera vez, en estos países y, aunque en la práctica no cambiaron gran cosa, no habrían de perdurar en una complacencia indemne.

Abocarse a la historia del feminismo y del cambio social en tres países, en un espacio limitado, es una tarea intimidante que yo emprendí por admiración y respeto hacia las mujeres y los hombres que primero impugnaron la justicia de estimar que la mujer es una versión disminuida del hombre. En su mayoría nos participaron más en cuanto a sus pensamientos que a informaciones personales sobre ellos mismos. Por tanto, en justicia, presto la misma atención a la elaboración de conceptos, al intercambio de ideas, al debate entre tradición y modernización, a las estrategias de movilización y al significado de las actividades, que a los logros efectivos. El análisis de aquellos elementos históricos nos devuelve la realidad de quienes contribuyeron a conseguir que el sexo y la construcción del concepto de género fueran importantes para el Estado, para la ley y para ellos mismos.

 

NOTAS

1 Véase Anna Macías, Against Al! Odds: The Feminist Mooement in Mexico lo 1940; K Lynn Stoner, From the House lo the Streets: The Urban Woman’s Movement for Legal Reform, 1898-1940; June Hahner, Emancipating the Female Sex: The Struggle for Women’s Rigius in Brazil, 1859-1940; Francisca Miller, Latin American Women and the Seardi for Social fustice.

2 Néstor Tomás Auza, Periodismo y feminismo en la Argentina: 1830-1930; Bonnie Frederick, Wily Modesty, Argentine Women Writers, 1860-1940. Sobre una visión de la nueva historiografía, véase Dora Barrancos, comp., Historia y género.

3 Darío Cantón, Universal Su./frage as an Agent o/ Mobilizaiion.

4 Eisa Chaney, Supermadre: Women in Politics in La/in America; Evelyn P. Steven, "The Prospects for a Women’s Liberation Movement in Latin América", pp. 313- 321;Jane Jaquette, "Female Political Participation in Latin América".

 

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ÍNDICE

EL FEMINISMO EN EL CONO SUR: DEFINICIONES Y OBJETIVOS

Feminismo socialista Feminismo liberal

Primer Congreso Femenino Internacional y definición del feminismo liberal Feminismo: segunda fase

El papel de los sexos: feminidad y feminismo Feminismo de compensación

El feminismo como actividad política

El feminismo como reforma moral y social

 

MANO DE OBRA Y FEMINISMO: FUNDAMENTOS DEL CAMBIO

La mujer y sus cifras laborales

El trabajo femenino en Argentina: perfil estadístico Perfil ocupacional femenino en Uruguay

Perfil laboral femenino en Chile

Condiciones de trabajo

Salario y sexo

Trabajo industrial a domicilio

Protección y reforma por intermedio de la ley Regulación del trabajo industrial Regulación del trabajo a domicilio

El Código del Trabajo en Chile

Protección para las madres obreras

Leyes de protección. El problema del cumplimiento Racionaliracion del trabajo de la mujer: los pro y los contra

El trabajo como explotación de la mujer     

Trabajo, salud y honra           

El trabajo como independencia económica. Una realidad ambivalente       

Fruto amargo: ataques al trabajo femenino

 

 PUERlCULTURA, SALUD PÚBLICA Y MATERNIDAD         

La mortalidad infantil como problema sanitario y social      

El papel de la mujer en la promoción de la higiene social    

Los congresos del Niño y el culto de la maternidad  

Al servicio de la maternidad y de la niñez      

Mandato legal para la protección del niño    

 

            FEMINISMO Y SEXUALIDAD: UNA RELACION INCÓMODA        

            Mujeres, feminismo y educación sexual          

            Anarquismo e izquierda en materia de sexualidad     

            Una sola moral para ambos sexos     

            Moral única y educación sexual: el debate     

            Opiniones femeninas sobre educación sexual            

            La ilegitimidad como causa feminista            

            Medición de la ilegitimidad     

            La ilegitimidad y el reconocimiento de la paternidad            

            Defensores del cambio: las relaciones entre los sexos y la ilegitimidad

             

EL CONTROL DE LA REPRODUCCIÓN:

            ESCRUTINIO DE LAS RELACIONES ENTRE LOS SEXOS    

            Las mujeres opinan sobre la eugenesia          

            La eugenesia y la iniciativa de reforma de las leyes de matrimonio              

            Feminismo, reproducción y debate sobre el aborto  

            El aborto en Uruguay: un debate insólito      

            El debate sobre el aborto en Chile y Argentina

             

REFORMA DE LOS CÓDIGOS CIVILES:

            LA BÚSQUEDA DE LA IGUALDAD ANTE LA LEY

            Realidades en curso de cambio: reformas en estudio, 1880-1915

            La mujer habla con voz propia

Permítase que la mujer sea igual al hombre ante la ley        

La reforma de los códigos civiles, 1920-1946. Panoramas nacionales        

            Argentina         

            Chile    

            Uruguay         

 

            EL DIVORCIO: TRIUNFO Y AGONÍA           

El debate de la indisolubilidad y la solución uruguaya         

Debate en Chile y Argentina: una historia inconclusa          

El divorcio en Argentina         

Mujer y divorcio          

Los sexos en el debate sobre el divorcio         

El divorcio y la familia

             

            POLÍTICA FEMENINA Y SUFRAGIO EN ARGENTINA            

La izquierda organiza a la mujer       

La visión anarquista    

La cumbre de la campaña sufragista: 1979-1932     

La ley de sufragio: desencanto y esperanzas dilatadas

             

            POLÍTICA FEMENINA Y SUFRAGIO EN CHILE         

Definición de un objetivo político: los primeros años            

Definiciones políticas y movilización a comienzos de los años treinta          

La Unión Femenina de Chile y Delia Ducoing         

El voto municipal: a mitad del camino a la ciudadanía cabal          

Política y agrupaciones: la derecha y el centro         

Política y agrupaciones: el centro y la izquierda       

El sufragio como praxis femenina      

Agrupaciones femeninas y contragolpe masculino    

La mujer y las elecciones de 1938      

 

            POLÍTICA FEMENINA Y SUFRAGIO EN URUGUAY            

Feminismo: definición de las primeras posiciones     

Consejo Nacional de Mujeres: en busca de un lugar para el feminismo      

El decenio largo: problemas en el camino     

El sufragio: "Se lo ha ganado legítimamente la mujer" Un partido femenino: esperanzas definidas y tronchadas ¿Fin de una época? Más allá del sufragio

 

EpÍLOGO

Índice onomástico

Índice de materias

Fuentes y bibliografía          491

 


 

Enlace al libro completo, pdf, en Memoria chilena, Biblioteca Nacional de Chile: http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0066089.pdf

Más bibliografía de género en línea en Memoria chilena, "Historia, Mujeres y Género en Chile": http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3451.html#documentos


Otros artículos de la autora en este sitio

Intimidades

Recuerdos del siglo XX

Los hombres de Díos. Aproximación a un estudio de la masculinidad en Nueva España

"De su puño y letra: epístolas conventuales", en M. Ramos Medina (coord.), El monacato femenino en el Imperio español. Memoria del III Congreso Internacional sobre monjas, beaterios, recogimientos y colegios. Centro de Estudios de Historia de México Condumex. México, 1995. Documento PDF

 "Espiritualidad en el claustro novohispano del siglo XVIII". América colonial American Review, 1466-1802, Vol. 4, Nº  2, 1995, págs 155-180. Documento PDF

"Creating bonds respecting differences among feminists" , Latino(a) Research Review,5:`1 (Spring 2002), 37-50. Documento PDF 

"Spanish American Women, 1790-1850: The Challenge or Remenbering",Hispanic Research Journal: Iberian and Latin American Studies, Vol. 7, Nº 1, 2006 , págs. 71-84 (ISSN  1468-2737).  Documento PDF

"Cambiando actitudes sobre el rol de la mujer: experiencia de los países del Cono Sur a principios de siglo" en European Review of Latin American and Caribbean Studies 62, june 1997, págs. 71-92. Documento PDF


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