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Frentes Avanzados de la Historia

FIESTAS DE TOROS EN VALLADOLID EN TIEMPOS DE CARLOS III Y CARLOS IV. Una pasión reconducida por las Luces

FIESTAS DE TOROS EN VALLADOLID EN TIEMPOS DE CARLOS III Y CARLOS IV. Una pasión reconducida por las Luces

Lourdes Amigo Vázquez

Universidad de Valladolid/ España

 

 

Toros, Ilustración y Valladolid. Tres elementos que tienen claras vinculaciones con Teófanes Egido. El siglo XVIII ha ocupado gran parte de su vida como investigador, a veces centrándose en el movimiento ilustrado y más a menudo en las resistencias al cambio, en la mentalidad y la religiosidad colectivas, sobre todo de los vallisoletanos, de las que siempre ha destacado su carácter festivo, por lo que lo taurino tampoco le es ajeno[1]. Además, de todos es conocida su afición por los toros y por su patrono, San Pedro Regalado[2].

Retrocedamos al Valladolid de hace más de dos siglos. En un ambiente perturbado por las continuas prohibiciones del Despotismo Ilustrado, el “frenesí taurómaco”[3] de sus moradores va a poderse saciar en dos escenarios bien diferentes.

En 1777, el barón de Bourgoing tiene la oportunidad de contemplar una de aquellas veces en que la Plaza Mayor se convertía en coso taurino. Llena a rebosar de espectadores, “se asegura pueden acomodarse ochenta mil personas” en ella.

 Me asombró la prodigiosa concurrencia de curiosos que acudían atraídos por este festejo desde varias leguas a la redonda. Fue de Madrid el famoso torero Pepe Hillo (...) Brindó al embajador, en cuya compañía me encontraba, varios de los toros que mató, y cada uno de estos tributos sangrientos (...) daba ocasión a que del palco del corregidor en que nosotros estábamos se arrojasen algunas monedas de oro al escenario de las hazañas de Pepe Hillo.[4].

 

Diez años después, en 1787, el ilustrado y periodista local José Mariano Beristain anota en su Diario Pinciano la corridas celebradas aquel septiembre en el Campo Grande, a las afueras de la ciudad, en una plaza de madera.

 En los días 16, 17, 23 y 24 del corriente se han celebrado dos Corridas de Novillos de las concedidas por Real Cédula de S.M. a la Real Sociedad Económica de esta Provincia con aplicación de su producto a los fines de su Instituto (...) Y en una y otra han capeado, puesto parches y vanderillas ligeras, y executado otros juguetes gustosos al Público la Quadrilla de Toreros al cargo de Francisco Garcés, segundo Estoque del famoso Joaquín Costillares su tío; y de Francisco Seco, bien conocido en esta misma Plaza; habiendo también concurrido a Caballo para otras suertes Andrés Martín, Vecino de la Ciudad de Salamanca.[5].

 

La Plaza Mayor perdía a finales del XVIII su primacía taurina. Las funciones controladas por la Ciudad en el símbolo urbano por excelencia, para festejar a la monarquía y a la iglesia, para divertir al pueblo y exhibirse los poderes locales del Antiguo Régimen, se combinaban con otras, en el Campo Grande, donde las preocupaciones anteriores cedían terreno a favor de las meramente lucrativas. Dos concepciones de las corridas y, lo que es más importante, dos visiones del mundo y de la sociedad coexistían en el Valladolid de entonces.

Etapa de permanencias y de mutaciones fue la Ilustración. La fiesta, uno de los elementos definidores de la Época Moderna, se convertirá en preocupación básica para los ilustrados y los toros ocuparán un lugar preferente en sus deseos de reformar el país. Empero, las plazas de toros, también el toreo moderno, surgen ahora. Una transformación no totalmente ajena u opuesta al influjo de las Luces[6].

En las páginas siguientes trataré de profundizar en cómo esta lucha entre lo nuevo y lo viejo se libró en el ruedo vallisoletano, muy especialmente en torno a su emplazamiento. El tiempo cronológico va a ser el comprendido por los reinados de Carlos III y Carlos IV, el orto y el ocaso de la aventura de las Luces que, pese a su carácter minoritario y su fracaso, abrió el horizonte de la España Contemporánea[7]. Pero comenzaré con un breve bosquejo de las fiestas de toros del Valladolid moderno, pues, sin duda, marcarán en gran medida la etapa ilustrada.

 


 

1.- Pasión y Poder: ingredientes de las fiestas de toros en el Valladolid moderno


En 1715 los regidores plantean al Presidente de la Chancillería “como la Ciudad se halla en obligazión de complazer al pueblo conzediéndole (...) el alivio de una corrida de toros”. El deber de divertir al pueblo que tenían los poderosos, especialmente el Regimiento, adquiría en esta ocasión tintes casi dramáticos. Se temía a una población próxima a amotinarse al ver peligrar la perspectiva de una fiesta

...respecto de haverse esparzido la voz de que ha de haver festexo de toros, por cuyo motivo ha concurrido actualmente mucha gente a la plaza y portal de estas casas de ayuntamiento que le piden y en ygual conformidad se ha dibulgado en los pueblos de la comarca[8].

 

Esta situación la había provocado el Colegio de Santa Cruz. Había pretendido organizar una corrida en la Plaza Mayor ante el nombramiento de un colegial como consejero de la Cámara, pero se había opuesto a que la Ciudad fijase la fecha, por lo que ésta, considerando que las fiestas de toros era una “regalía” suya, no le había permitido celebrarla[9].

Como señala Araceli Guillaume-Alonso, los festejos taurinos son el espectáculo predilecto del español de los siglos XVI y XVII[10]. Y la pasión, lejos de apaciguarse, se intensificará, incluso, en el Setecientos[11]. Constituían el ingrediente indispensable de toda celebración gozosa, tanto de carácter político como religioso[12]. Además, en dos ocasiones a lo largo del año, los vallisoletanos iban a poder disfrutar de esta diversión, sin necesidad de ninguna excusa. Eran las funciones ordinarias por San Juan y Santiago.

La Plaza Mayor era la protagonista espacial de las funciones, supervisadas y gobernadas por la Ciudad, aunque no siempre será su organizadora[13]. Empero, en los siglos XVI y XVII, cualquier calle o plaza se podía convertir en improvisado coso taurino para correr novillos, toros, bueyes o vacas, sueltos o ensogados, en las fiestas de las cofradías o, en el XVI, por la concesión de los grados de doctor de la Universidad.

¿Cómo explicar la fiebre taurina de los españoles de entonces? En palabras de Teófanes Egido “el talante festivo es uno de los caracteres urbanos más destacados, y las fiestas son una necesidad en el Antiguo Régimen”[14]. Una sociedad que precisa olvidar momentáneamente su miseria cotidiana[15], a su vez sacralizada, que tiende a exteriorizar su extremada religiosidad[16], e imbuida de los ideales aristocráticos, más inclinados al ocio que al trabajo[17], convierte a la fiesta en un producto de primera necesidad. Los toros, son, sin duda, la principal diversión de esta “sociedad lúdica” debido a su espectacularidad, emoción, sus altas dosis de peligro y de sangre y los cauces que ofrecen para la participación popular[18], sin olvidarnos de la importancia de este animal en la cultura española desde tiempos pretéritos.

Mas las funciones de toros, sobre todo las de la Plaza Mayor, no agotan su significado en lo festivo. Pues ¿Cómo explicar la disputa de 1715 entre el Colegio y la Ciudad?

En 1582 el Regimiento se queja al Consejo por la actitud de la Audiencia en las fiestas de toros[19]: “agora nuevamente les tomaron la llave del toril y ellos mandavan soltar y desjarretar los toros” y, si bien hasta entonces la Villa se sentaba en el consistorio y la Chancillería en balcones de casas particulares, “agora les toman las dichas ventanas y les dejan tan poco lugar que no caven en él los regidores por ser muchos”. El Consejo resolverá a favor de la Villa respecto a la llave del toril, el símbolo de gobierno de la plaza, pero no sobre los asientos. Estos conflictos en cuanto al papel de cada institución en la organización y desarrollo de las fiestas serán constantes debido al inmenso poder de la Chancillería[20].

La fiesta de toros, la fiesta en general, era un escenario idóneo para la representación del poder, de la Monarquía e Iglesia, cuyos felices acontecimientos daban a menudo el motivo para las funciones, pero sobre todo de las elites urbanas. Su apelación a las emociones la hacían un lugar idóneo para la atracción de los afectos del pueblo hacia sus autoridades que organizaban tal diversión y se exhibían en ella[21]. A su vez, en unos tiempos caracterizados por la desigualdad, la fiesta se va a convertir en la mejor catarsis colectiva[22].

            La Plaza Mayor será lugar de ostentación de los poderosos, especialmente tras su reconstrucción a finales del XVI[23]. La nobleza, organizadora en ocasiones y gran protagonista de las fiestas de toros y cañas en los siglos XVI y XVII, una vez marchada la corte a Madrid en 1606, cederá rápidamente su puesto a las instituciones urbanas. La Chancillería y la Ciudad serán las principales protagonistas, sentadas en el consistorio, con el Presidente en el balcón central y la Chancillería a su derecha[24]. Mientras, la Inquisición, el Cabildo de la catedral y el Colegio de Santa Cruz contemplarán el espectáculo desde los balcones primeros de casas propias de la Plaza y la Universidad desde balcones alquilados[25].

Empero las fiestas organizadas por el Regimiento eran caras, más aún a medida que se enriquece el espectáculo. Crece el número de toros en cada corrida, de 4-6 en el siglo XVI  a no menos de 16 a mediados del XVIII. Por otra parte, mientras en los dos primeros siglos los caballeros rejoneadores se reservaban para las grandes ocasiones y en la mayoría de las corridas salía gente espontánea a torear a pie, ya a finales del Seiscientos los toreros profesionales se imponen[26]. Su participación en 1705 ascendió a 1.518 reales de vellón[27]. A su vez, el breve reinado de los varilargueros, a principios de siglo XVIII, cuestan por ejemplo 4.214 rs en 1735[28]. Por tanto, el precio de una corrida ordinaria pasa de 11.000 rs a mediados del XVII a más de 32.000 un siglo después[29].

            Para costear estos festejos en los siglos XVI y XVII se utilizaban los cada vez más insuficientes efectos de toros, es decir, la contribución anual de reses por los obligados de los abastos: nueve las carnicerías, cinco la pescadería y cuatro la velería, ajustado cada animal a 15.000 mrs.[30], a lo que se añadía lo obtenido por la venta de toros muertos. Si bien, las corridas insertas en grandes fiestas extraordinarias se costeaban con las fuentes utilizadas para su financiación. Pero a medida que avanza el Seiscientos, los festejos de toros disminuyen en frecuencia. La grave crisis de la hacienda municipal estaba dejando su huella[31]. En consecuencia, en 1638 y 1670 los dueños de las casas de la plaza, interesados en las corridas porque alquilaban sus balcones y portadas –para tablados-, logran sendas cartas ejecutorias para obligar a la Ciudad a organizar las dos fiestas ordinarias[32]. Así, en 1670, a los efectos de toros se añaden las sobras de los arbitrios para la paga de las quiebras de millones[33].

En el siglo XVIII, las fuentes de financiación vuelven a ser escasas y no sólo por el aumento del coste de las funciones, pues el endeudamiento municipal obliga a que los efectos de toros se utilicen a menudo para otros fines[34]. A veces será necesario utilizar la cesión de portadas y balcones por parte de los dueños de las casas de la Plaza Mayor[35].

            De esta forma, cuando Carlos III ocupa el trono español, en 1759, las fiestas de toros en Valladolid han crecido en espectacularidad pero disminuido en número, hasta el punto que desde 1739 solo se habían celebrado en 10 ocasiones (5 corridas dobles).

 


 

La metamorfosis taurina de la Ilustración


            Razones de humanidad y de economía llevaban a abominar los toros a personalidades como Cadalso, Iriarte, Clavijo y Fajardo, Meléndez Valdés, Jovellanos o Vargas Ponce. La crueldad de un espectáculo que provocaba “dureza de corazón” a los espectadores y que además ocasionaba la cría de un animal inútil para la agricultura y gastos y pérdida de días de trabajo para los aficionados, era opuesto a la mentalidad de los ilustrados, obsesionados con el atraso cultural y económico de España. Comenzaba una nueva etapa en las controversias taurinas, que ya no se basaban en criterios teológicos y morales, ni será llevada a la práctica por el Papa sino por el soberano[36].

En el fondo subyacía la incomprensión de las Luces por las manifestaciones populares, especialmente por su carácter festivo. No sólo los toros, la vertiente festiva de la religiosidad colectiva (danzas y gigantes del Corpus, procesiones de Semana Santa...), el carnaval..., serán duramente atacados, con argumentos de “buenas maneras”, “productividad” y de “pureza de la devoción” en las fiestas religiosas. El reformismo oficial también tenía otras razones. El motín de Esquilache, acaecido el domingo de Ramos, provocará que toda aglomeración festiva sea sinónimo de tumulto potencial que podía poner en peligro el régimen absolutista[37]. A su vez, el carácter propagandístico de las fiestas monárquicas favorecerá su supervivencia, aunque adaptadas a los nuevos moldes, es decir, sin toros, ni fuegos de artificio, ni alborotos, ni grandes derroches económicos[38].

Pero la fiesta no moría, sólo se atacaban sus excesos desde aquella óptica demasiado elitista. Se potencian ahora las “diversiones públicas”, que suponen un entretenimiento moderado y sano, son rentables económicamente y cumplen una labor pedagógica. El teatro era su abanderado[39], pero también formaban parte los paseos públicos, los bailes y... los toros.

Valladolid también comenzó a transformarse gracias a la minoría ilustrada[40]. Es la época de esplendor del teatro que desde 1767 ya no es gestionado por la cofradía de Niños Expósitos sino por el Ayuntamiento[41]. Surgen los paseos de las Moreras, Campo Grande y se remodela el Prado de la Magdalena. También se organizan bailes públicos, como veremos al hablar de las fiestas de toros, que, por supuesto, siguen celebrándose.

En 1796, los alcaldes del crimen temen la posibilidad de algún motín y fuga en la cárcel real y ordenan a su alcaide que extreme las medidas de vigilancia ¿Cual era el motivo?

En atención a que en el día exhisten en la real cárcel de esta corte un crecido número de presos de la mayor grabedad, los quales con motivo de las próximas funciones de toros en que todos los vecinos abandonan para disfrutarlas las casas de su avitación pueden intentar algún insulto o escalo de dicha real cárcel[42].

 

            Los ministros de la Chancillería eran conscientes de la pasión de los vallisoletanos por los toros, también de las posibilidades de la fiesta para tornarse en escenario de tumulto, un miedo propio de la Ilustración que  presentaba un matiz diferente al ordinario en esta ocasión.

Pese a las prohibiciones de 1754, 1778, 1785 y 1791, hasta la más rigurosa pero momentánea de 1805[43], el entusiasmo que despertaban estos espectáculos parecía irrefrenable[44]. Jovellanos, que visita la ciudad en 1791, coincidiendo con las fiestas de novillos de la Sociedad Económica, dice lamentándose que “hay mucha afición a estas bullas aquí como en todas partes; el pueblo gasta, se disipa, y sería mejor divertirlo de otro modo”[45].

Cuando se trata de organizar una corrida, junto con argumentaciones más acordes con el espíritu de las Luces, en el Ayuntamiento se seguirá indicando “la extraordinaria afición de este pueblo a las fiestas de toros”[46]. Es más, se incluye como una de las razones para la petición de licencias. Hasta tal punto que en 1789 la Ciudad intenta echar por tierra la consideración de que sean perjudiciales para el pueblo, más en una ciudad que el año anterior había sufrido una terrible inundación y en éste un motín por la crisis de subsistencia. Esta distracción, dice, “dándole el nombre de desahogo puede importar mucho para el alivio de un vulgo agitado por miserias y que en tantos años no ha disfrutado desta diversión”[47].

Todos, independientemente de su condición social, seguían atrapados por el embrujo de los toros. En 1768, una institución tan “seria” como la Inquisición se enfrenta a la Ciudad por fijar la fiesta la víspera de San Pedro Arbúes, cuando asistía al convento de San Pablo. Pero la Ciudad no accederá a cambiar la fecha, avalada por el conde de Aranda[48]. Ya a finales de siglo, en 1796, el Cabildo no sólo sigue adelantando los oficios litúrgicos para asistir, sino que vuelve a amenizar la tarde de toros con dulces –suprimidos en 1766– y lo más sorprendente, convida al obispo, que nunca había asistido a función taurina[49].

            Al menos, si no se podía acabar con los toros se podía tratar de reconducir la pasión taurina, adaptarla a los principios enciclopedistas de “razón” y “utilidad”. Además, tampoco parecía conveniente eliminar esta fiesta, dados sus efectos apaciguadores tan útiles para un régimen absolutista[50].

El 1 de agosto de 1784 la recién creada Sociedad Económica de Amigo del País envía un memorial al Consejo sobre la fuente de financiación que ha discurrido para sus actividades “por ser sin grabamen forzoso del público ni de particular alguno” . Se trata “de celebrar quatro corridas de novillos en el resto de este verano y tardes de días de fiesta de segunda clase en un sitio que llaman Campo Grande, fuera de esta ciudad pero inmediato a ella”. El Consejo concede dicha licencia, con “las reglas y precauciones que deben obserbarse para ebitar escesos y desgracias”, entre las que se reitera una:

 Que el corregidor o su alcalde mayor ha de presidir la plaza, a cuio cargo ha de estar el reconocimiento y examen de la seguridad de los tendidos, despejo de plaza y conserbación del sosiego y tranquilidad pública, poniendo algunos piquetes de tropa de las banderas o milicias que hay en la ciudad de trecho en trecho”[51].

 

Nacía la primera plaza de toros vallisoletana, si bien se trataba de una plaza provisional de madera que se montaba y desmantelaba cada año. El lugar elegido era uno de los más emblemáticos de Valladolid: el Campo Grande. Un gran descampado, a la entrada de la ciudad, donde momentáneamente se habían celebrado toros tras el incendio de 1561 y ya en la primera mitad del XVIII se habían tratado de tener en alguna ocasión pero no habían contado con el beneplácito de la Ciudad que los prefería en la Plaza Mayor[52].

Todas las prohibiciones taurinas – con excepción de la de 1805- permitían que continuasen aquellas funciones con fines benéficos. La Ilustración favorece que las corridas de toros se trasladen desde el espacio urbano a un edificio hecho a medida para un espectáculo cuya “intencionalidad era ayudar a una obra pía, pero en la que subyace la puramente mercantil por la intervención de arrendadores, asentistas o empresarios”[53]. Por otra parte, la obsesión por evitar accidentes, pero sobre todo por la urbanidad y el orden público, incide en la aparición de estos recintos cerrados y aislados de la población[54]. Además, el interés por el desarrollo económico obliga a dejar libre la Plaza Mayor para el comercio[55]. Vemos, por tanto, como el nacimiento de la plaza de toros no es debido únicamente al creciente éxito social de la fiesta.

La Plaza Mayor perdía una de sus funciones básicas en la Época Moderna: la de espacio festivo por excelencia. Sucedió en las dos ciudades que tenían el predominio taurino, Madrid y Cádiz, incluso antes de las prohibiciones ilustradas[56]. Las primeras plazas eran de madera pero ya en la Corte en 1749 se hace de materiales resistentes. Otro ejemplo es Málaga, donde las fiestas se celebraron en la Plaza Mayor hasta 1791 cuando se construye una plaza independiente propiedad del Ayuntamiento[57].

La Sociedad Económica celebró fiestas de novillos en el Campo Grande entre 1784 y 1792. En 1799, el hospital de San Juan de Dios consiguió licencia para varias funciones de toros y novillos cuyo producto se destinaría para la reparación del convento y fomentar su hospitalidad. Sin embargo, la Plaza Mayor seguirá siendo escenario taurino[58], pero sus fiestas también deberán responder a fines de “utilidad pública”[59]. Sólo en 1807, el Regimiento no cumplirá las órdenes reales. Escudándose en la facultad del intendente para conceder permiso festejará con una función de novillos el nombramiento como regidor de Manuel Godoy[60].

Desde la prohibición de 1754 la Ciudad debe pedir licencia para las fiestas de toros y, ya sea por obligación, mimetismo o convencimiento ante la cercanía de la Corte y la Chancillería, las ideas ilustradas se imponen antes. Desde 1772 se dan argumentos “sólidos” para su celebración y no sólo en las solicitudes de licencia sino en las propias discusiones del Ayuntamiento (Cuadro nº 1)[61]. Se remarcan los beneficios económicos para los vecinos,  pues “atrahída las jentes de sus inmediaciones proporcionaban con su numerosa concurrencia un fomento el más cierto a comerciantes, artesanos y menestrales”[62]. También para los Arbitrios de la ciudad, por el aumento del consumo, y sobre todo para los Propios, a los que pertenecían las bocacalles y algunas casas de la Plaza Mayor que se arrendaban para ver las corridas. La fiesta pasaba de ser una carga a fuente de ingresos para el erario municipal. 


 

Más sorprendente es que la propia Corona considerase beneficiosos estos festejos. Las dificultades que tenía la Ciudad para pagar los 200.000 rs. que le había prestado la Casa de Expósitos en 1790 para el acopio de trigo le llevó a recurrir al Consejo, quien no aceptó los medios propuestos, sino que dio facultad para dos funciones de toros en 1793[63]. Estas corridas sí obedecieron a motivaciones estrictamente económicas, como las dos anuales durante seis años que se pidieron y concedieron en 1799 para acabar de pagar la deuda[64]. Pues, la hacienda municipal y la población vallisoletana se hallaban en tal precariedad por la inundación de 1788, malas cosechas, epidemias... que no había otros medios menos gravosos[65].

Las Luces impulsan la aparición de la corrida como espectáculo comercial, ordenado –opuesto al caos que reinaba hasta entonces en el coso- y controlado por la autoridad, especialmente por el poder central, que precisa de un espacio propio, la plaza de toros. Pero en el siglo XVIII nace también el toreo moderno[66].

La aristocracia no sólo se aleja de los ruedos por mimetismo con la sensibilidad antitaurina de los Borbones, también pudo influir la nueva opinión sobre las corridas. Pero sobre todo, en el surgimiento del majismo, que exalta los toros, tuvo mucho que ver la oposición a los cambios de costumbres auspiciados por los ilustrados[67].

La Ilustración también tuvo una influencia positiva en la corrida moderna. El fenómeno del prestigio profesional del torero debe encuadrarse en el clima de revalorización social a través del trabajo que propugnaba el nuevo movimiento cultural[68]. Asimismo, en la codificación y racionalización del toreo, muy vinculado a la necesidad de orden público en la plaza demandado por la autoridad y por los propios toreros que ahora se convierten en únicos protagonistas de la lidia, puede verse el influjo de las Luces[69]. Pero el público comienza a aceptar su nuevo papel de mero espectador –y de juez-, en aquel espectáculo ordenado. ¿No comenzaba el cambio de sensibilidad que tanto abogaba la Ilustración?[70]

            En 1760 la Chancillería se queja a la Ciudad de que las fiestas celebradas “fueron sumamente desluzidas por falta de toreros de a pie que lidiasen con los toros sin serlos capaces de poderlos matar”[71], poniendo de manifiesto la importancia que habían adquirido los diestros en el espectáculo taurino. Así, en la Plaza Mayor actuarán Pedro Romero, Costillares, Pepe-Hillo, José Cándido o Mariano Ceballos, el indio (Cuadro nº 1). Y sus honorarios serán altísimos, como los 14.000 rs. que cobra en 1777 la cuadrilla de Costillares por cuatro días de trabajo, muy lejos de los 2-4 rs. diarios de un artesano. Su contratación se convertirá en motivo de grandes preocupaciones, debido al monopolio de Madrid y Cádiz. En 1774, desde Madrid se señala que “los mejores están empeñados en varias ciudades pero que podrá venir alguna quadrilla de los que no han tomado partido”[72]. Será la de Sebastián Jorge, acompañada por el famoso picador Sebastián Varo (Documentos nº 1 y 2). Mientras, el Campo Grande, con fiestas más modestas, contará con toreros famosos pero no estrellas, como Francisco Garcés y Francisco Seco[73].

Un nuevo héroe, salido de las capas sociales más bajas, irrumpía, paralelamente a otro: la actriz. La sociedad tradicional se resquebrajaba[74]. Además, las nuevas fiestas ya no eran lugar de exhibición de las elites tradicionales. No estaban controladas por el Regimiento, ni se celebraban para divertir al pueblo y para festejar hechos de la monarquía y de la Iglesia, ni tenían lugar en la Plaza Mayor.

A las funciones en el Campo Grande ya no asisten las instituciones en forma de corporación. Sólo hay una parte del recinto llamado consistorio donde están los palcos del corregidor y Presidente, reservado para sus convidados y las personas que  pudieran pagarlo. Eran los integrantes de “la buena sociedad”, lo que Beristain llama “la nobleza y personas más distinguidas de esta ciudad”, al relatar sus fiestas privadas que abundan ahora[75].

También en la fiesta pública y tradicional comienza a percibirse el cambio social[76]. En 1796, después de diecinueve años sin toros en la Plaza Mayor, hay una gran preocupación por mantener el protocolo por la Ciudad y la Chancillería[77]; si bien en 1774 ya se había alterado uno de los componentes de este ceremonial: el salir los alcaldes del crimen a caballo a realizar el despeje de la plaza junto con el corregidor y su teniente[78], al ser las dos justicias ordinarias y garantes del orden público que actuaban en Valladolid. Igualmente, provocará grandes reticencias en el Ayuntamiento la intervención de dos miembros de la Junta de Policía en la Junta de Gobierno de las fiestas, que se crea por orden del rey, y su asiento en el consistorio[79]. Pero ya en 1807, a la fiesta de novillos no asisten las corporaciones y se permitirá subir al consistorio “a todos los señores ministros, canónigos, militares, cavalleros e individuos del ayuntamiento guardándose sólo el valcón del señor correxidor y el de la señora generala”[80].

En definitiva, si las fiestas de toros habían sido reflejo de la sociedad antiguorregimental, ahora lo eran de la nueva sociedad que se estaba gestando a finales del XVIII y principios del XIX.

            Veamos ahora, con un poco más de detenimiento, las fiestas desarrolladas en cada uno de los escenarios: La Plaza Mayor y el Campo Grande.

 


 

El canto de cisne de las grandes fiestas de toros en la Plaza Mayor


En 1759, 60, 61, 66, 68, 74, 77 y 96, se celebraron las últimas grandes fiestas de la Plaza Mayor (Cuadro nº 1). Llama la atención su escaso número, sobre todo desde 1768, en lo que podemos ver la influencia de la Ilustración desde múltiples frentes.

Valladolid no logró vencer la postura de la Corona contraria a las fiestas de toros en 1783, 1789 y 1791[81], lo que, asimismo, desanimaría al Regimiento a solicitar nuevas licencias. Los inconvenientes de estas fiestas debían de ser superiores a sus beneficios y de hecho las primeras que se solicitaron con argumentos económicos, las de 1774, fueron deficitarias[82]. A su vez, en las dos últimas ocasiones pudo influir el perjuicio que ocasionarían a las corridas de novillos concedidas a la Sociedad Económica, en las que disminuiría el público, pese a que en 1789 se llegó a un acuerdo con ésta para darle de los beneficios de las fiestas lo que solía obtener de sus funciones que aquel año no celebraría[83]. Por otra parte, desde el propio Regimiento se elevaron voces al monarca contra los toros. En 1777, cuando en el Ayuntamiento se acordó celebrarlos, el intendente, don Bernardo Pablo de Estrada, ya manifestó “los prejuicios que juzgaba se seguían a el público de las funziones de toros no sólo por la mucha pobreza del pueblo, sino por los gastos que se orijinan, la olgazanería del público y el poco benefizio que recibieron los propios en las húltimas”. Sus protestas llegaron hasta el Consejo, pese a lo cual se concedió la licencia[84]. Pocos años después, en 1783, el procurador del común que estuvo en Madrid tratando de lograr la autorización regia se queja  de la dificultad de lograrla cuando “por quatro yndividuos de este ayuntamiento se había secretamente representado no convenía semejante festejo”[85].

Pero no podemos hablar de una postura netamente antitaurina en el Ayuntamiento vallisoletano. Sólo de vez en cuando hay alguna voz como la del intendente en 1777 o la de don Francisco de Villegas en 1783 en términos similares[86]. Lo que sí se percibe es una cierta desidia en organizar estas funciones. No en vano, la iniciativa siempre parte de los procuradores (sin voto en el Ayuntamiento) y de los diputados del común (creado el puesto por Carlos III en 1766 y con voto). Elementos advenedizos pero los más activos y en parte renovadores de un Ayuntamiento en crisis institucional. Incluso en 1774 los procuradores han de elevar la solicitud al monarca[87] y en 1777 dos diputados se han de comprometer a organizar las funciones y obtener de beneficio al menos 10.000 rs.[88]. Las fiestas requerían mucho trabajo para una Ciudad en plena decadencia en el Setecientos[89], acentuada por la propia Ilustración, con el Reglamento de Propios y Arbitrios de 1768[90]. Desde entonces, el Regimiento pierde autonomía al estar rígidamente controlados los ingresos y gastos; el número de regidores queda reducido al que realmente había desde tiempo atrás, nueve, por lo que el salario a repartir disminuye; desaparecen las propinas y sobresueldos[91]; y lo más importante para los toros, dejan de disfrutar del reparto de bocacalles y de los balcones y portadas de las casas antiguas de ayuntamiento –siete- que pasan a ser ingresos de Propios[92].

Por último, las reticencias aumentan a finales de siglo. La difícil situación que vive la ciudad hace, desde una perspectiva ilustrada, desaconsejable las funciones taurinas. Veamos los ejemplos más característicos. En 1793 la Corona da permiso para dos fiestas, pero los diputados del común y un procurador piden a la Chancillería que se suspendan, a lo que ésta acepta y también el Consejo, por lo que no se celebrarán hasta 1796. Los motivos son “respecto de ser mui importunas en las actuales circunstanzias ya por hallarse empeñada la nación en la guerra con los franzes (sic) y ya por los escesibos precios a que en el actual tiempo de cosecha se benderá el pan en esa ciudad”. De nuevo, en 1800, la Ciudad pide no tener de momento las funciones que se habían concedido, por la situación de guerra y las malas cosechas que impedirían que la plaza produjera los beneficios esperados[93]. Razones que posiblemente inhibirían a la Ciudad a la celebración de estas corridas y a la solicitud de nuevas licencias a principios del siglo XIX.

Disminuyen las fiestas, pero no decrece su magnificencia y brillantez, más bien ocurre lo contrario, lo que provoca el aumento de su coste, como en 1777, cuando dos corridas ascendieron a 68.661 5/7 rs. (Cuadros nº 1 y 2). En cada función se disponen los mejores toreros y dieciocho toros procedentes fundamentalmente del campo de Salamanca y algunos de Portillo. Sigue celebrándose el encierro, desde la Puerta del Campo, y el toro de la “bigarrada” para los aficionados. Las fiestas por excelencia, con la actuación de los toreros a pie ante todas las instituciones urbanas, se desarrolla por la tarde. Mientras, por la mañana se corren cinco toros con la intervención también de los picadores, como al día siguiente con las reses sobrantes. Es más, elementos como fuegos de artificio o luminarias que sólo aparecían hasta entonces en fiestas extraordinarias, figuran ahora en todas.



 


 

Pero la Ilustración va a dejar su huella. “En los días 12 y 14 de Setiembre de 1774 hubo dos corridas de toros en esta ciudad y en las dos noches vísperas de los toros hubo en las gorgueras del consistorio orquesta de música en lugar de fuegos y se iluminó la plaza”, señala el ensamblador Ventura Pérez[94]. Los fuegos, causa de numerosos accidentes y prohibidos en 1771, han sido sustituidos por el baile popular, pero también elitista en 1777, cuando se celebrará uno en el interior de las casas consistoriales.

Con diferencia, los de 1796 fueron los regocijos taurinos del siglo[95]. Sólo hay que ver la preocupación que despiertan en el Regimiento –es el tema por antonomasia de sus reuniones–, el programa de toreros, con Pedro Romero, y la estimación que se hace de los gastos: ¡122.612 rs.![96] Como si se intuyese que iban a ser las últimas grandes fiestas de toros del Antiguo Régimen. Pues en 1799 se concedió nueva licencia, y no sólo no se celebraron sino que en la Real Cédula ya se señala que debían ser “con el posible ahorro y como un arbitrio para hacer fondo con que pagar los atrasos y ocurrir a las urgencias, sin refrescos, luminarias, músicas ni otros gastos de mero lujo”[97].

¿Cómo se pagaban estas fiestas? La escasez de los efectos de toros había obligado antes de 1759 a que se consolidase la cesión de terceros balcones y portadas. Un medio de financiación que contó con grandes problemas ya que particulares e instituciones como el Cabildo, Inquisición y Colegio de Santa Cruz se negaban a contribuir, por lo que desde 1756 la Ciudad litigará en la Chancillería por la posesión de las portadas que logrará en 1781[98]. Desde el Reglamento de 1768 desaparece la posibilidad de utilizar los efectos de toros, ahora consignados como ingresos de Propios y Arbitrios. En consecuencia, se seguirán financiando con portadas y balcones (sólo los 3º en 1774 y 1777 y ampliados a 2º, 3º y buhardillas en 1796) y bocacalles. Hay que señalar también que sólo en 1760 aparece en Valladolid una figura esencial en otros lugares como es la del asentista[99].

La Plaza Mayor no perdería totalmente su dedicación taurina tras 1796. En 1807, fue escenario de una corrida de novillos para festejar la toma de posesión de Godoy como regidor. Fiestas de este tipo, sobre todo con reses ensogadas, tuvieron lugar hasta bien entrado el XIX[100]. Se trataba de funciones que no requerían de un espacio especializado como las plazas de toros y que permitían al Regimiento seguir manteniendo, aunque ya de forma muy mermada, el escaparate de ostentación que eran las fiestas de toros en la Plaza Mayor.

 


 

Los precedentes de la primera plaza de toros vallisoletana


            Retomemos la descripción de Beristain de las corridas de 1787 en el Campo Grande: “En los quatro días ha sido el tiempo a propósito, la concurrencia grande y lucida, el gusto vario y general, el orden mucho y constante, las ganancias considerables, y las desgracias ningunas”. Resume magistralmente los ideales ilustrados sobre los toros. Se podrían citar otras ventajas sobre las funciones de la Plaza Mayor, como que tenían lugar en días festivos, domingos y lunes[101], y se corrían novillos, con menor riesgo para los toreros y no eran de muerte.  En consecuencia, como la Corona no se iba a mostrar favorable a estas fiestas, cuya iniciativa partió de la Sociedad Económica, una institución nacida en 1784 al amparo de las Luces[102].  No en vano, las novilladas alcanzarían entonces un gran desarrollo en otros lugares como Madrid[103].

La Ciudad, en cambio, sólo veía inconvenientes en estas funciones. El principal, aunque no lo dice, es fácil de intuir: suplantaban a las fiestas de la Plaza Mayor, uno de sus principales escenarios de reputación. Sólo en 1791 acuerda pedir licencia para dos corridas en la Plaza Mayor o seis en el Campo Grande[104], aunque en la correspondencia con el agente en Madrid sólo se habla de las primeras, que son las preferidas o las únicas que se solicitan.

También tiende a oponerse a su celebración por otras instituciones. Constantemente se queja de los desperfectos en los útiles que presta a la Sociedad Económica –toril, puertas para los encierros...–, de lo mal que queda el Campo Grande tras desmantelar la plaza y de que se corren novillos destinados para las carnicerías contra los acuerdos de la Ciudad[105]. Pero el Ayuntamiento va más allá. En 1786, la Sociedad Económica protesta que los diputados han elevado representación al Consejo para que no se les concediese licencia[106]. Dos años después, cuando la Ciudad solicita al monarca celebrar toros critica estas funciones de novillos.

 Cuando la Ciudad de Valladolid no consiguiese vuestra real licencia la Real Sociedad egercitaría su privilegio y en estas mezquinas funciones no hallaría el público por ningún respeto aquel alivio que se promete de las otras, sin embargo que entonces serían los desembolsos del propio vecindario...[107].

 

            Ya en 1781, el procurador del común, parece que con anuencia del resto de la Ciudad, se opuso a la concesión de licencia del corregidor a la cofradía de la Pasión para celebrar dos fiestas de novillos en el Campo Grande[108]. Señala “los perjuicios que yndispensablemente se an de seguir a su común”, que no figuraban cuando se solicitaban por el Ayuntamiento.

            De estas funciones, la Sociedad Económica obtiene entre 16.000 y 20.000 rs. anuales[109]. Logra su primera licencia en 1784 para cuatro corridas, que repite los dos años siguientes[110]. En 1787 se le concede celebrar durante seis años las funciones que considerase oportunas[111]. Hay noticias de que las tuvo en 1787 –3 corridas-, 1788, 1791 y 1792 –4 corridas cada año-[112]. La cuarta función de 1787 la cedió a la Junta de Policía para destinar sus fondos a obras públicas, que utilizó para la construcción de cien faroles para alumbrar las principales calles de la ciudad[113]. Al año siguiente le vuelve a ceder las corridas de ese año para los reparos de la inundación[114], pero la Junta prefiere que las organice la Sociedad Económica que cuenta con más experiencia, además de “evitar el reparo  que acaso se haría en esta cesión”, “destinando el producto de estas fiestas (...) a la obra pública, o de particulares, que estime conveniente”[115]. Por último, el hospital de San Juan de Dios celebra fiestas de toros y de novillos en 1799 aunque no sabemos su número[116].

Estas fiestas tenían lugar en una plaza portátil de madera de forma circular. Se levantaba en un ángulo del Campo, el llamado Campo de la Feria, entre el hospital de San Juan de Dios y el Colegio de Niñas Huérfanas, donde se habían colocado las hogueras de la Inquisición y posteriormente se levantará la Academia de Caballería[117]. La armadura de la plaza correspondía a la Sociedad y las distintas portadas se arrendaban a particulares[118] que las construían y vendían sus localidades. No existía, por tanto, la figura del asentista.

            La descripción de esta plaza la conocemos por el Diario Pinciano.

... se compone de 60 Portadas de a diez pies [=2,8 m], que con el arco que ocupan los balcones para los Señores Presidente e Intendente Corregidor, y el del espacio de los Toriles, forman un círculo de 230 pies de diámetro [=64,4 m].

 

            Pero en la documentación de la fiesta de la Junta de Policía figuran 66 portadas, más las 3 del consistorio y las 2 que dominan los toriles. En el sector llamado consistorio era donde estaban los balcones presidenciales, que ocupaban 30 pies de longitud y 18 de latitud.

 



 

 

 

            En esta plaza cabían al menos 4.500 espectadores[119]. Muy lejos de los 15.000 a 80.000 que los contemporáneos estimaban se acomodaban en la Plaza Mayor[120], o de los 12.000 de la primera plaza estable de Madrid[121], pero considerable para una población de 20.000 almas. En cuanto a los precios de los asientos, sólo tenemos los del consistorio, de primera categoría, y oscilaban entre los 3 rs. del tendido y 4 de la grada por tarde y 2 por mañana.

            Las fiestas se celebraban por septiembre y octubre y cada función duraba al menos dos días (Cuadro nº 3). Disponían de un encierro, desde la Puerta del Carmen[122] y también actuaban picadores y toreros. Eran espectáculos más modestos que los de la Plaza Mayor, como se observa en su coste, unos 17.000 rs., en los toreros, de segunda fila, y las reses, novillos con los que no se podía practicar “la suerte suprema”, aunque muchos “se desgracian” en el ruedo[123]. Primaba lo lúdico, los “juguetes”, como estradillos[124] o dominguillos que iban desapareciendo en las funciones de la Plaza Mayor, más cercanas a la ordenación que exigía la corrida moderna. Eran, por tanto, funciones menos evolucionadas desde el punto de vista del toreo, pero en las que ya no tenían cabida otros elementos ajenos a lo taurino, como luminarias, bailes..., pues ya no se trataba de una fiesta urbana sino de un espectáculo con espacio propio.

            Estas corridas de novillos permitieron a los vallisoletanos disfrutar de fiestas de toros con una regularidad sólo comparable a los mejores tiempos de los siglos XVI y XVII. Pues, como ya he señalado, la Ilustración no se limitó a prohibir, sino que trató de reconducir aquel fervor desbordado de los españoles por los espectáculos taurinos. Funciones de este tipo en el Campo Grande se desarrollarán hasta 1833 en que se construirá la Plaza de Fabio Nelli. Para su emplazamiento se elegirá otro lugar, dentro de la población y no será de forma circular sino octogonal[125], pero sus precedentes estaban en aquellas primeras plazas de madera levantadas en tiempos de las Luces. Unas plazas de toros que bien pueden simbolizar el inicio de la crisis del Antiguo Régimen, de su mentalidad, pero sobre todo de sus poderes locales tradicionales, que eran los principales beneficiados por las fiestas taurinas de antaño.

No obstante, no nos engañemos, la corrida moderna seguirá siendo manipulada por el poder, especialmente por el Estado, quien la amparará, controlará y monopolizará, para, reprocesando sus elementos populares, convertirla en “la fiesta nacional”, en referencia simbólica de homogeneización del país tan necesaria en aquel nuevo Estado centralizado que surge en el XIX[126]. Un proceso que tiene sus inicios a finales de la centuria anterior, cuando se dieron los primeros pasos en la metamorfosis taurina, en la comercialización y regularización de la corrida, en la salida de su espacio original, la Plaza Mayor, e incluso en su institucionalización, al aumentar el control por la Corona[127]. Y nada de esto tuvo lugar de espaldas, como hemos visto, a la Ilustración.


 


 

 


DOCUMENTO Nº 1

 

Escritura de obligación de la cuadrilla de toreros de Sebastián Jorge para venir a Valladolid a torear en las dos funciones de 1774 en la Plaza Mayor.

 

1774, 18, agosto, Madrid.

A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 541.

 

En la Villa de Madrid, a diez de agosto de mil setecientos setenta y quatro, ante mí el escribano del número de ella y testigos, el señor don Joachín del Barco Godínez de Paz, marqués de Campollano, señor de Tamames y Mayordomo de Semana de S.M., de la una parte, y de la otra Sebatián Jorge (alias “el Chano”), Antonio Campo, Vizente Sánchez, Bartholomé Bustos, Gerónimo de Luna y Thomás del Rey, residentes en esta corte, lidiadores y toreros de a pie, los quales, juntos y de mancomuna voz de uno y cada uno de por sí y por el todo insolidum. Dixeron que, en virtud de las facultades con que el ylustre señor marqués de Campollano se halla de los caballeros capitulares que componen el ylustre Ayuntamiento de la ciudad de Valladolid (...) tienen tratado, ajustado y concertado de que han de pasar y hallarse en la referida ciudad los días doze, treze, catorze y quinze del próximo mes venidero de septiembre de este año de la fecha, para lidiar y matar treinta y ocho toros que la nominada ciudad tiene determinado correr en los expresados días, vajo de los pactos y condiciones siguientes:

1ª Primeramente, que por matar dichos treinta y ocho toros se les ha de dar y pagar a los expresados lidiadores onze mil y quatrocientos reales, que es a razón de trescientos reales de vellón cada uno, los que se han de correr en dichos quatro días, siendo en dos de ellos por mañana y tarde y los otros dos sólo por la mañana, distribuyéndolos en el modo y forma que mejor les pareciese a los señores capitulares e ylustre Ayuntamiento.

2ª Que, además de dicha paga, ha de satisfacer la nominada ciudad a los prenotados lidiadores el alquiler de nuebe mulas de paso que para dicho viaje necesitan; las seis para los mismos que van expresados arriba, dos para los dos chulos o volantes que también se obligan a llebar consigo para correr y alcanzar las vanderillas y la otra para conducir los estoques, ropa y otras cosas; satisfaciendo igualmente dicha ciudad, como ha de satisfacer además, la manutención y gasto del camino en la hida, estada y buelta a esta corte, así de las ocho personas como de las cavallerías, para lo que dará su cuenta formal el expresado Sebastián Jorge.

3ª Que desde luego se obligan a estar en la referida ciudad el día onze del citado mes de septiembre; y que para los quatro días siguientes se les han de dar encerrados los treinta y ocho toros y si así no se hiciese por algún acontecimiento no ha de dejar de pagárseles lo que va estipulado, a razón de dichos trescientos reales; y que el todo de su cantidad, que son onze mil y quatrocientos reales, se les ha de entregar en todo el día quinze, sin demora ni tardanza alguna, en moneda usual y corriente, y el importe de los gastos y manutención de hida y buelta, para que puedan hallarse en esta corte el diez y nuebe del mismo mes de septiembre y los daños y perjuicios que se les originase han de ser de cuenta y riesgo de la Ciudad.

4ª Que, asimismo, se obligan dichos lidiadores otorgantes a llebar consigo los dos chulos o volantes para alcanzar vanderillas, según queda dicho en la condición segunda.

Vajo las quales dichas condiciones se obligaron a cumplir cada uno por lo que así toca lo que va estipulado; el ylustre señor marqués de Campollano, en virtud de las facultades que tiene de la relacionada ciudad, a que les será cierta y segura la nominada paga (...)

Yo Miguel Sauguillo de Frías escribano de el rey nuestro señor del número de esta villa de Madrid y su jurisdicción presente fui a lo que dicho es y en fe de ello lo signo y firmo día de su otorgamiento.

En testimonio de verdad

(firma) Miguel Sauguillo de Frías.


 

 

 

DOCUMENTO Nº 2

 

 Escritura de obligación de Sebastián Varo y sus compañeros picadores para actuar en Valladolid en las funciones de toros de 1774 en la Plaza Mayor.

 

1774, 10, agosto, Madrid.

A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 541.

 

Digo yo Sebastián Varo, Juan Martín de Triana y Francisco de Torres que por ésta nos obligamos a ir a la ciudad de Valladolid a torear y picar de vara larga de detener en las quatro mañanas de los días doze, treze, catorze y quinze del próximo mes de septiembre de este año de la fecha, a cinco o seis toros cada una, con los pactos y condiciones siguientes:

1º Que la expresada ciudad de Valladolid me ha de pagar a mí, Sebastián Varo, por cada una de las referidas quatro mañanas que pique mil y quinientos reales de vellón y si saliese por la  tarde de los días de dichas fiestas se me ha de pagar por parte de la referida Ciudad otros mil y quinientos reales de vellón por cada tarde.

2ª Que a mí, Juan Martín de Triana, que he de salir en compañía de dicho Sebastián Varo a picar igualmente de vara de detener, las quatro referidas mañanas se me ha de pagar por parte de la nominada ciudad de Valladolid mil reales de vellón por cada una y en caso que salga alguna de las tardes de los días de las fiestas se me ha de pagar la misma cantidad por cada tarde.

3ª Que a mí, Francisco de Torres, que asimismo me obligo a yr a la expresada ciudad a estar de sobresaliente para picar de vara de detener en caso que alguno de los dos arriba expresados saliese herido o caiese enfermo, si saliese a picar seiscientos reales de vellón cada mañana y si no saliese trescientos reales de vellón e ygualmente si saliese alguna de las referidas tardes me se ha de pagar ygualmente seiscientos reales y sino saliese y estubiese de sobresaliente los trescientos reales.

4ª Asimismo, ha de ser de cuenta de dicha ciudad de Valladolid darnos a todos tres cavallos y demás peltrechos para torear en las referidas quatro fiestas a nuestra satisfacción y seguridad.

5ª Últimamente, ha de ser de cuenta de la nominada ciudad la paga de los alquileres de las tres mulas de ida estancia y buelta y asimismo su manutención y la nuestra en las referidas tres estancias; y que concluida la fiesta última del día quince se nos han de abonar y pagar a cada uno la cantidad en que quedamos ajustados y convenidos para que de esta suerte no hagamos falta en esta corte para la corrida del día 19 del referido mes de septiembre.

Y cada uno por nuestra parte nos obligamos a cumplir lo que por nuestra parte toca y asimismo el estar en la nominada ciudad de Valladolid para el día onze del dicho mes de septiembre (...) en esta villa de Madrid, a 10 de agosto de 1774.

(firmas) Sebastián Baro. Juan de Triana. Testigo a ruego por Francisco de Torres, Joseph de Toledo.


 


 

NOTAS


[1] Ilustración: “La religiosidad de los ilustrados”, en Historia de España de Menéndez Pidal, Tomo XXXI, Madrid, 1987, pp. 396-435; “Los antiilustrados españoles”, en Investigaciones Históricas, 8 (1988) pp. 121-141; “La Ilustración en Castilla. Acogida, resistencias y fracaso”, en Agustín GARCÍA SIMÓN (ed.), Historia de una cultura, tomo III, Valladolid, 1995, pp. 273-321. Comportamientos colectivos: “Mentalidades y perspectivas colectivas”, en Mentalidades e ideología en el Antiguo Régimen, Murcia, 1993, pp. 57-71; “Comportamientos de los castellanos en los tiempos modernos”, en Agustín GARCÍA SIMÓN (ed.), Historia de..., pp. 613-657. Religiosidad colectiva: “La religiosidad de los españoles (siglo XVIII)”, en Actas del Coloquio internacional Carlos III y su siglo, tomo I, Madrid, 1990, pp. 767-792; “La religiosidad colectiva de los vallisoletanos”, en Historia de Valladolid, tomo V, Valladolid en el siglo XVIII, Valladolid, 1984, pp. 157-260; “Formas de religiosidad en la época moderna”, en Valladolid. Historia de una ciudad, tomo II, Valladolid, 1999, pp. 511-523.

[2]San Pedro Regalado”, en Vallisoletanos, nº 7, 1983.

[3] José DELEITO Y PIÑUELA, ...También se divierte el pueblo, Madrid, 1988 (2ª ed.), p. 132.

[4] J. GARCÍA MERCADAL, Viajes de extranjeros por España y Portugal, tomo V, Valladolid, 1999,  pp. 451-452.

[5] José Mariano Beristain, Diario Pinciano, Valladolid, 1978 (ed. facsímil), I, p. 350 (abreviatura D.P.)

[6] Como ya señalaba José ORTEGA Y GASSET, La caza y los toros, Madrid, 1962, p. 138: “La historia de las corridas de toros revela algunos de los secretos más recónditos de la vida nacional española durante casi tres siglos. Y no se trata de vagas apreciaciones, sino que de otro modo no se puede definir con precisión la peculiar estructura social de nuestro pueblo”. En términos similares, aunque con mayor prudencia, hablan historiadores como Antonio GARCÍA-BAQUERO GONZÁLEZ, “De la fiesta de toros caballeresca al moderno espectáculo taurino: la metamorfosis de la corrida en el siglo XVIII”, en Margarita TORRIONE (ed.), España festejante. El siglo XVIII, Málaga, 2000, p. 75 y Bartolomé BENNASSAR, Historia de la tauromaquia, Valencia, 2000, p. 16. Según éste último autor: “la corrida es un producto social cuya evolución no puede comprenderse sin relacionarla, aunque sea de manera superficial, con los avatares generales de la sociedad”.

[7] Como Teófanes EGIDO, Antonio ELORZA, La ideología liberal de la Ilustración española, Madrid, 1970 y José Antonio MARAVALL, Estudios de historia del pensamiento español. Siglo XVIII, Madrid, 1991, parto de una visión optimista de la Ilustración. Frente a otros autores que han destacado sus componentes tradicionales: Richard HERR, España y la revolución del siglo XVIII, Madrid, 1964; EQUIPO DE MADRID, Carlos III, Madrid y la Ilustración, Madrid, 1988; Francisco SÁNCHEZ BLANCO PARODY, Europa y el pensamiento español del siglo XVIII, Madrid, 1991; El Absolutismo y las Luces en el reinado de Carlos III, Madrid, 2002.

[8] A(rchivo) M(unicipal) V(alladolid), Actas, nº 76, 7-VIII-1715, ff. 169r.-169v.

[9] Ibid., 1-VIII-1715, ff. 164r.-165v. y sesiones siguientes. Para todo el artículo pero sobre todo este capítulo, vid.: Ventura PEREZ, Diario de Valladolid (1885), Valladolid, 1983 (ed. facsímil); Juan AGAPITO REVILLA, Cosas Taurinas de Valladolid, Valladolid, 1990 (ed. de sus artículos de 1941-42); María Jesús IZQUIERDO GARCÍA y Marco Antonio MILÁN SARMENTERO, Los toros en Valladolid en el siglo XVI, Valladolid, 1996; Emilio CASARES HERRERO, Valladolid en la historia taurina (1152-1890), Valladolid, 1999; Margarita TORREMOCHA HERNÁNDEZ, “Diversiones y fiestas en Valladolid durante el Antiguo Régimen”, en Valladolid. Historia..., pp. 491-510.

[10] La tauromaquia y su génesis, Bilbao, 1994, p. 33.

[11] Jean-Pierre ALMARIC y Lucienne DOMERGUE, La España de la Ilustración, Barcelona, 2001, pp. 86-90?

[12] El nacimiento de Felipe (IV), en 1605, se celebró con toros y cañas, con la participación de los Grandes (Tomé PIÑEIRO DA VEIGA, Fastiginia, Valladolid, 1989, pp. 127-128). Ya en el XVIII, dos funciones taurinas amenizaron las fiestas por la canonización de San Pedro Regalado (Ventura PÉREZ, Diario de..., pp. 255-256).

[13] Como sucedió en 1662 ó 1681 cuando, respectivamente, se celebraron corridas de toros por la colocación de Nuestra Señora de la Piedad y el Cristo de la Cruz en sus nuevos templos a cargo de sus cofradías penitenciales. A.M.V., nº 59, 17-VII-1662, f. 1147r.-1147v.; Ibid., nº 66, 20-VI-1681, ff. 751r.-752v.

[14] Teófanes EGIDO, “La religiosidad colectiva...”, p. 174.

[15]  Jacques SOUBEYROUX, “Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del siglo XVIII”, en Estudios de Historia Social, 12-13 (1980) p. 131.

[16] Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ, “Iglesia institucional y religiosidad popular en la España barroca”, en Pierre CÓRDOBA Y Jean-Pierre ETIENVRE (eds.), La fiesta, la ceremonia y el rito, Granada, 1990, pp. 15-16.

[17] Bartolomé BENNASSAR, Los españoles, actitudes y mentalidad, Barcelona, 1976, p. 138.

[18] En Valladolid, todo el pueblo participaba echando garrochas, dardos y perros desde la barrera y corriendo en los encierros. Incluso había la posibilidad de intervenir en el mismo espectáculo taurino, aunque se fue limitando, a medida que se profesionalizaba el toreo a pie, a salir al ruedo tras el toque a desjarrete y en los toros de la mañana y, posteriormente, sólo en el toro de “la bigarrada” que se corría después del encierro.

[19] A(rchivo) R(eal) CH(ancillería) V(alladolid), Doc(umentación) Municipal (en depósito), (Secretaría General), Caja 52, Exp. 28.

[20] Para estos conflictos en el ámbito festivo, vid. Lourdes AMIGO VÁZQUEZ, “La apoteosis de la Monarquía Católica Hispánica. Fiestas por la canonización de San Fernando en Valladolid (1671)”, comunicación defendida en la VIIª Reunión Científica de la F.E.H.M., 2002; “Justicia y piedad en la España moderna. Comportamientos religiosos de la Real Chancillería de Valladolid”, en Hispania Sacra, 55 (2003), pp. 85-107.

[21] José Antonio MARAVALL, La cultura del Barroco, Barcelona, 1986 (4ª ed.). Su interpretación de dicha cultura, como medio de difusión ideológica y de adhesión extrarracional, ha sido aplicada a la fiesta sobre todo desde la historia del arte, Mª José CUESTA GARCÍA DE LEONARDO, Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII, Granda, 1995. Otros autores, si bien rechazando o eludiendo el estudio de la fiesta desde una perspectiva únicamente psicológica, sí aceptan el ser un medio de representación del poder: Roberto J. LÓPEZ, Ceremonia y poder a finales del Antiguo Régimen, Santiago de Compostela, 1995; Mª José del RIO BARREDO, Madrid, Urbs Regia. La capital ceremonial de la Monarquía Católica, Madrid, 2000.

[22] Antonio BONET CORREA, Fiesta, poder y arquitectura, Madrid, 1990.

[23] Alejandro REBOLLO MATÍAS, “La Plaza y Mercado Mayor” de Valladolid, 1561-95, Valladolid, 1988. Sobre la Plaza Mayor como escenario de la fiesta barroca, Antonio BONET CORREA, Fiesta, poder..., p. 20.

[24] A(rchivo) R(eal) CH (ancillería) V(alladolid), (Secretaría del Acuerdo), Libros del Acuerdo, nº 17, 22-VIII-1715, ff. 193r.-193v. (en la descripción de la fiesta de toros celebrada ese día).

[25] Las siete primeras casas de la Plaza Mayor desde la esquina del Bodegón de Viana hasta el Caballo de Troya eran del Cabildo; desde ahí hasta la calle de la Pasión la cuarta y la quinta eran del Colegio de Santa Cruz y la sexta y la séptima de la Inquisición (A.M.V., Cajas Históricas, Caja 54, Expediente 3, nº catálogo 1795. Cuentas de las fiestas de 1759). En cuanto a la Universidad, en 1796 tiene alquilados cinco balcones a la marquesa de Almodóvar (A(rchivo) U(niversitario) V(alladolid), Libros de Claustros, nº 20, 20-IX-1796, f. 400r.).

[26] En otros lugares ya dominaban la lidia a lo largo del XVII. Luis del CAMPO, Pamplona y toros. Siglo XVII, Pamplona, 1975; Mª Isabel VIFORCOS MARINAS, El León barroco: los regocijos taurinos, León, 1992.

[27] A.M.V., Cajas Históricas, Caja 49, Exp. 8, nº catálogo 138 (cuentas de la función taurina).

[28] Ibid., Caja 52, Exp. 1, nº catálogo 1188.

[29] En 1739 se estima el coste de una corrida en 11.000 rs. (A.M.V., Actas, nº 52, 23-IX-1639, f. 425v.), mientras la celebrada en 1735 costó 32.117 1/7 rs. (Ibid., Cajas Históricas, Caja 51, Exp. 6, nº catálogo 1081).

[30] A.M.V., Actas, nº 48, 5-XI-1629, ff. 650v.-651r.

[31] Adriano GUTIÉRREZ ALONSO, Estudios sobre la decadencia en Castilla. La ciudad de Valladolid en el siglo XVII, Valladolid, 1989.

[32] A.M.V., Cajas Históricas, Caja 53, Exp. 7, nº catálogo 1.695 (Carta ejecutoria de 1670).

[33] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Caja 75, ff. 471-493.

[34] Por ejemplo, en 1729 la contaduría informa que desde 1718 los efectos del común están debiendo al de toros 3.237.306 mrs. (A.M.V., Actas, nº 80, 8-V-1729, ff. 439v.-440r.). Para la crisis de la hacienda vallisoletana en el XVIII, vid. Carmen GARCÍA GARCÍA, La crisis de las haciendas locales, Valladolid, 1996.

[35] Vid. las dos funciones por la victoria de Orán. A.M.V., Actas, nº 81, 6-VIII-1732, ff. 419v.-420v.

[36] Serán la gran controversia de la época, desplazando al teatro, y también tendrán defensores, como Nicolás Fernández de Moratín y Capmany. José María de COSSÍO, Los toros. Tratado técnico e histórico, tomo II, Madrid, 1995 (13ª edición), pp. 124-150; Francisco J. FLORES ARROYUELO, Correr los toros..., pp. 189-226.

[37] Teófanes EGIDO, “La religiosidad...”, p. 780, resume magistralmente las razones de la ofensiva ilustrada contra la fiesta: “En el siglo XVIII se registra el encuentro de dos mentalidades: la ilustrada, que ha encontrado sentido al trabajo, y la heredada, que vive a su forma la feria, el ocio (...) La preocupación por la productividad, por la pérdida de jornales, explica los intentos reductores de días festivos (...) Todo un complejo de elementos (desde la seriedad y la aversión a lo ridículo, desde el rigorismo, el combate contra la superstición hasta el miedo a la perturbación del orden público) actúa en la enemiga ilustrada a tradicionales festejos y diversiones populares”. Para la opinión de los ilustrados sobre la fiesta: Francisco AGUILAR PIÑAL, “La primera carta cruzada entre Campomanes y Feijoo”, en Boletín del Centro de Estudios del siglo XVIII, 1 (1973), pp. 14-20; una postura más moderada es la de Gaspar Melchor de JOVELLANOS, Espectáculos y diversiones públicas, Madrid, 1997 (ed. de Guillermo Carnero). Sobre su concepción de la religiosidad: Jean SARRAILH, La España de la Ilustración de la segunda mitad del siglo XVIII, México, 1985 (3ª ed. en español) y Teófanes EGIDO, “La religiosidad de los ilustrados...”. Sobre la política festiva: Joan RUAIX I BOMBARDO, “El control de les diversions populars a la Barcelona de Carles III”, Pedralbes, 8-II (1988), pp. 633-640; Mª José del RIO, “Represión y control de fiestas y diversiones en el Madrid de Carlos III”, en EQUIPO DE MADRID, Carlos III..., pp. 299-329. En cuanto a la política religiosa que incide en la fiesta: Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ, Carlos III y la España de la Ilustración, Madrid, 1989 (3ª ed.), pp. 141-160; Jesús PEREIRA PEREIRA, “La religiosidad y la sociabilidad popular como aspecto del conflicto social en el Madrid de la segunda mitad del siglo XVIII”, en EQUIPO DE MADRID, Carlos III..., pp. 223-254; Inmaculada ARIAS DE SAAVEDRA ALÍAS y Miguel Luis LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, La represión de la religiosidad popular, Granada, 2002.

[38] Mª Pilar MONTEAGUDO ROBLEDO, El espectáculo del poder. Fiestas reales en la Valencia moderna, Valencia, 1995. Aunque razones propagandísticas permitirán festejar a Carlos IV con toros en muchas ciudades.

[39] René ANDIOC, Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII, Valencia, 1976, pp. 513-539.

[40] Aunque no se ha estudiado de forma sistemática la posible Ilustración vallisoletana, sí existen numerosos indicios sobre ella. A nivel cultural, vid. Celso ALMUIÑA FERNÁNDEZ, Teatro y cultura en el Valladolid de la Ilustración. Los medios de difusión en la segunda mitad del siglo XVIII, Valladolid, 1974; Teófanes EGIDO, “El siglo XVIII”, en Julio VALDEÓN (dir.), Historia de Valladolid, Valladolid, 1997, pp. 182-187; “La Ilustración...”. Otras obras sobre la incidencia de la política ilustrada en nuestra ciudad: Luis M. ENCISO RECIO, “La Valladolid Ilustrada”, en Historia de..., pp. 13-156; Mª Dolores MERINO BEATO, Urbanismo y arquitectura de Valladolid en los siglos XVII y XVIII, tomo II, siglo XVIII, Valladolid, 1990; Elena MAZA ZORRILLA, Valladolid: sus pobres y la respuesta institucional (1750-1990), Valladolid, 1985.

[41] A.M.V., Actas, nº 89, 29-V-1767, ff. 33r.-33v.

[42] A.R.CH.V., Gobierno del Crimen, Envoltorio 1, Inventario 120.

[43] Novíssima Recopilación, Lib. VII, Tít. XXXIII; Francisco J. FLORES ARROYUELO, Correr los toros en España, Madrid, 1999, pp. 189-226.

[44] Gloria A. FRANCO RUBIO, La vida cotidiana en tiempos de Carlos III, Madrid, 2001, pp. 221-228.

[45] Gaspar Melchor de JOVELLANOS, Diarios, Oviedo, 1953, tomo I, p. 198.

[46] Representación de los procuradores del común en 1774 (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 541). En 1772, en la petición de un diputado y un procurador se señala “conspirando tamvién a la consequción de nuestro fin la boz del pueblo que sin más que haberse estendido un rumor lijero de si celebravan tales festejos está tan declarado por él que ya no dudan de su certeza y aun molestan a los individuos del gobierno llevado de su afecto a esta clase de funciones de que carece años hace” (A.M.V., Cajas Históricas, Caja 56, Exp. 5, nº catálogo 2314).

[47] A.M.V., Cajas Históricas, Caja 63.1, Exp. 3689 (borrador de la petición de licencia).

[48] Ibid., Caja 56, Exp. 1, nº catálogo 2151, 2155 y 2168.

[49] A(rchivo) C(atedralicio) V(alladolid), Libros del Secreto, nº 10, 19-IX-1796, ff. 241v.-242r. y siguientes.

[50] Como señala el preliberal León de Arroyal en su “Discurso apologético en defensa del estado floreciente de España”: “Gobierno ilustrado, pan y toros pide el pueblo. Pan y toros es la comidilla de España. Pan y toros debes proporcionarla para hacer en lo demás cuanto se te antoje in secula seculorum. Amén.” Antonio ELORZA, Pan y toros y otros papeles sediciosos de fines del siglo XVIII, Madrid, 1971, p. 31.

[51] Carta del intendente al Ayuntamiento que transcribe la recibida del secretario del Consejo informándole de la concesión de licencia a la Sociedad. A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 624, Exp. 124.

[52] Mª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO, Desarrollo urbano y proceso histórico del Campo Grande de Valladolid, Valladolid, 1981, pp. 47-49.

[53] Cfr. Francisco LÓPEZ IZQUIERDO, Plazas de toros de Madrid, Madrid, 1985, p. 120.

[54] En 1770 el Consejo de Castilla promulgó unas ordenanzas por las que la presidencia de la plaza correspondía a los corregidores, colocando bajo su mando la fuerza armada que se debía encargar tanto del despeje de la plaza, antes de la función, como de impedir que los espectadores bajasen de nuevo o echasen objetos al ruedo. Antonio GARCÍA-BAQUERO GONZÁLEZ y otros, Sevilla y la fiesta de toros, Sevilla, 1994 (2ª ed.), p. 100.

[55] Andrés SARRIÁ MUÑOZ, Religiosidad y política. Celebraciones públicas en la Málaga del siglo XVIII, Málaga, 1996, p. 150. Lo mismo señala ya para el siglo XIX Antonio BONET CORREA, “La antigua Plaza de Toros de Valladolid, hoy cuartel de la Guardia Civil”, en Morfología y ciudad. Urbanismo y arquitectura durante el Antiguo Régimen en España, Barcelona, 1978, p. 145.

[56] Francisco LÓPEZ IZQUIERDO, Plazas de toros..., pp. 97-130; Fernando PÉREZ MULET, “La corrida de toros en Cádiz (1675-1790): Anotación de un arbitrio”, en Trocadero, 6-7 (1994-1995), pp. 347-351; Guillermo BOTO ARNAU, Cádiz, origen del toreo a pie (1661-1858), Cádiz, 2002 (2ª ed.).

[57] Andrés SARRIÁ MUÑOZ, Religiosidad y política..., pp. 137-153. También Cartagena, donde en 1794 se conceden tres corridas para festejar la llegada del infante don Luis y el empedrado de la ciudad y se celebran en una plaza de madera: Carmelo CALÍN APARICIO y Manuel MARTÍNEZ MARTÍNEZ, “las fiestas de toros en Cartagena a fines del siglo XVIII: entre el arraigo popular y el control oficial”, en Alberto ROMERO FERRER (coord.), Juego, fiesta..., pp. 205-217. En otros lugares como Baeza no hubo fiestas en los años de prohibición: José Policarpo CRUZ CABRERA, “Las fiestas de toros en la Baeza del siglo XVIII: entre las pervivencias barrocas y el tránsito al toreo moderno”, en Alberto ROMERO FERRER (coord.), Juego, fiesta..., pp. 219-227.

[58] Sucede en Madrid con las fiestas reales, Francisco LÓPEZ IZQUIERDO, Plazas de toros..., pp. 49-54; pero sobre todo en Pamplona, Luis del CAMPO, Pamplona y toros. Siglo XVIII, Pamplona, 1972, pp. 390-415.

[59] También se observa la preocupación por evitar desgracias, con el reconocimiento de las casas de la Plaza (A.M.V., Actas, nº 99, 7-VIII-1796, ff. 211v.-212r.) y por el abastecimiento de la ciudad durante las fiestas (Ibid., 20-IX-1796, f. 271v.). Asimismo la participación de la tropa en el control del orden público, saliendo en el despejo de la plaza en 1777 (Ventura PÉREZ, Diario de..., p. 492).

[60] Las Actas están incompletas y no sabemos si se celebró otra corrida. Hubo también luminarias, juego de parejas por militares y bailes populares y en el consistorio. Ibid., nº 104, 30-I-1807, ff. 658r.-658v. y siguientes.

[61] En 1772, por un diputado y un procurador del común. A.M.V., Actas, nº 89, 27-VIII-1772, ff. 505r.-505v.

[62] En  1777. A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 622, Exp. 66.

[63] Real Provisión concediendo la licencia. A.M.V., Cajas Históricas, Caja 64. Exp. 3, nº catálogo 4070.

[64] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 631, Exp. 118.

[65] Carmen GARCÍA GARCÍA, La crisis..., pp. 239-275. Elena MAZA ZORRILLA, Valladolid: sus pobres..., pp. 43-49 y 150-169. Mª Dolores MERINO BEATO, Urbanismo y arquitectura..., pp. 61-77 (inundación).

[66] En cuanto a los cambios por evolución interna del toreo: Antonio GARCÍA-BAQUERO, “El macelo sevillano y los orígenes de la tauromaquia moderna”, en Taurología, 2 (1990), pp. 38-44; Antonio GARCÍA-BAQUERO  y otros, Sevilla y..., pp. 51-114; Francisco J. FLORES ARROYUELO, Correr los toros..., pp. 227-289.

[67] Alberto GONZÁLEZ-TROYANO, El torero héroe literario, Madrid, 1988, pp. 83-102.

[68] Antonio GARCÍA-BAQUERO GONZÁLEZ, “De la fiesta...”, p. 83.

[69] Alberto GONZÁLEZ TROYANO, Prólogo de José DELGADO “PEPE-HILLO”, La tauromaquia o arte de torear, Madrid, 1988. Antonio GARCÍA-BAQUERO, “Fiesta ordenada, fiesta controlada. Las Tauromaquias como intento de conciliación entre razón ilustrada y razón taurina”, en Revista de Estudios Taurinos, 5 (1997).

[70] Ya apunta esta idea Fernando PÉREZ MULET, “La corrida...”, p. 347.

[71] A.R.CH.V., nº 20, 15-IX-1760, f. 246r., en el auto del Acuerdo sobre la mala calidad de las funciones.

[72] A.M.V., Actas, nº 90, 6-VIII-1774, 169r. En 1766 hay problemas para encontrar toreros y picadores y estos últimos serán obligados a venir a Valladolid por el Conde de Aranda (Ibid., nº 88, 30-VIII-1766, ff. 466v.-470r. y siguientes). En 1777, antes de señalar fecha para las fiestas se tiene en cuenta la carta del diputado de la Junta de Hospitales de Madrid, que controlaba su plaza de toros, en la que “absolutamente asegura que quieran o no bendrán los toreros” (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 622, Exp. 66).

[73] Figuran en la 1ª y 2ª corrida de 1787 (D.P. I, p. 350) y en la 4ª (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 626, Exp. 6).

[74]El torero no alcanzó su rango social por los valores que llevaba consigo, sino por el debilitamiento de la estructura de la sociedad”, señala Rafael PÉREZ DELGADO, “Sobre las corridas de toros (notas sociológicas)”, en Homenaje a Julio Caro Baroja, Madrid, 1978, p. 865.

[75] En estos términos se refiere con motivo del baile celebrado el día de San Antonio, D.P. I, p. 234.

[76] Ramón MAURI VILLANUEVA, “Fiesta y cambio social: las reales proclamaciones en el Santander del Setecientos”, en Margarita TORRIONE (ed.), España festejante..., pp. 95-103.

[77] El Regimiento manda a los escribanos que informen del protocolo habido hasta entonces y que anoten en libro separado el desarrollo de estas fiestas y siguientes (A.M.V., Actas, nº 99, 29-VIII-1796, f. 247). La Audiencia remite un papel a la Ciudad con el ceremonial que se sigue con ella (Ibid., 27-IX-1799, ff. 280v.-281v.).

[78] En esa corrida los alcaldes del crimen salieron en coches, lo que provocó el disgusto de la Ciudad que acudió al Consejo, que le dio la razón (Ventura PÉREZ, Diario de..., pp. 470-471). Pero en 1777 ya no salieron de ninguna forma (Ibid., p. 491), para lo que tenían el visto bueno del Consejo (A.R.CH.V., Libro de Órdenes del Real Archivo de las Salas del Crimen, envoltorio 7, nº 125, año 1777 –este envoltorio está desaparecido–).

[79] Cuando se estaba pidiendo licencia en 1791, el Consejo ya plateó que participaría la Junta de Policía, lo que no gustó a la Ciudad (A.M.V., Cajas Históricas, Caja 64, Exp. 1, nº catálogo 3808). En las fiestas de 1796, siguiendo la Provisión Real de 1793, intervienen dos comisarios de cada institución. Por orden del Real Acuerdo la Ciudad debe aceptar que se sienten en el consistorio (Ibid., Actas, nº 99, 23-IX-1796, ff. 274v.-275v.).

[80] A.M.V., Actas, nº 104, 8-II-1807, f. 678v. La generala era la mujer del Capitán General de Castilla la Vieja que desde 1800 presidía la Audiencia por Real Decreto de Carlos IV.

[81] En 1783 se recibe carta del gobernador del Consejo informando que no se ha concedido licencia (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 624, Exp. 41). De 1789 no tenemos ningún documento. La no concesión en 1791 lo sabemos por las cartas del agente en Madrid (A.M.V., Cajas Históricas, Caja 64, Exp. 1, nº catálogo 3808).

[82] Deuda de 58 2/3 rs., aunque algo se logró con el arrendamiento de las casas de Propios (A.M.V., Actas, nº 90, 14-X-1774, ff. 182v.-183r.) En 1777 se sacaron 16.156 1/8 rs.  (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 622, Exp. 66) y 34.746 rs. en 1796 (A.M.V., Cajas Históricas, Caja 66, Exp.1, nº catálogo 4350).

[83] A.M.V., Cajas Históricas, Caja 63, Exp. 1, nº catálogo 3613 (expediente para solicitud de licencia).

[84] Figura en la Real Cédula de licencia. A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 622, Exp. 66.

[85] No se señalan los nombres. A.M.V., Actas, nº 92, 17-IX-1783, f. 285r.

[86] Ibid., 18-VII-1783, f. 257r.

[87] Los regidores no están conformes y alegan que no se pueden utilizar para su financiación las bocacalles y portadas y balcones de las casas de la Ciudad en la Plaza pues desde el Reglamento de Propios y Arbitrios de 1768 son ingresos de Propios. A.R.CH.V., Doc. Municipal, Legajo 541.

[88] Se señala en la Real Cédula de licencia. A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 622, Exp. 66.

[89] Adriano GUTIÉRREZ ALONSO, “Sociedad y poder. La oligarquía vallisoletana y sus relaciones con otras instancias de poder”, en Valladolid..., p. 395, señala que el precio de un oficio de regidor cae en picado desde 1701 debido al control de los propios por la Junta de la Posada presidida por el Presidente de la Chancillería, creada en 1699, que hace disminuir el interés. Otras causas serían la aparición de la figura del intendente que resta más atribuciones al Ayuntamiento y la grave crisis de la hacienda municipal.

[90] La reforma de las haciendas locales se realiza en 1760 y trata de acabar con su endeudamiento. Se incrementa el control por las instituciones centrales lo que a nivel local provoca la creación de Juntas de Propios (corregidor, dos regidores, personero y diputados del común) y la imposición de Reglamentos de Propios y Arbitrios (Carmen GARCÍA GARCÍA, La crisis..., pp. 187-221). El Reglamento en A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 541. Incluso en 1800 se ordena que, debido a las malversaciones en fondos, se forme una nueva junta en Valladolid sin intervención de los regidores (A.M.V, nº 101, 5-XI-1800, ff. 195v.-198v.)

[91] En los toros, al contrario que en el Corpus, no desaparecen propinas y sobresueldos de regidores y oficiales, sólo las propinas de toros (50 rs cada regidor), pues estos festejos no se incluían en gastos del Reglamento.

[92] El Ayuntamiento tratará sin éxito que no sea así (A.M.V., Cajas Históricas, Caja 56, Exp. 3, nº catálogo 2268).

En la solicitud de licencia de1774, los procuradores ilustran esta falta de interés de los regidores por los toros. Estos señalan dificultades que no hubo hasta 1768 “como que hasta entonces se utilizaban del rendimiento de vocascalles y valcones de la Ciudad destinado aora todo a Propios”. Además, la Junta de Propios era favorable a las fiestas y que en su organización participase un diputado, lo que evitaría los excesos provocados hasta entonces por los comisarios “para que quedase remunerada la comisión”;endrían miedo que comparando las cuentas de 1774 con las anteriores saliesen a la luz tales desfalcos (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 541)

[93] 1793 (A.M.V., Actas, nº 97, 2-VIII-1793, ff. 444r.-444v. y Sesiones siguientes); 1800 (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Legajo 631, Expediente 118); todavía en 1805 no se había pagado la deuda a los niños expósitos para lo que se concedieron estas corridas (A.M.V., Actas, nº 104, 28-VI-1805, ff. 161v.-162v.). Veamos otras ocasiones. En mayo de 1789, si bien se trata sobre celebrar fiestas de toros, se acuerda dejar este tema hasta ver si la cosecha es buena o mala y la población puede o no permitirse los gastos de asistir a las corridas. En agosto se vuelve al tema y se acuerda solicitar licencia aunque bastantes se opondrán y también la Junta de Policía a la que se había pedido ayuda para lograrla (A.M.V., Cajas Históricas, Caja 63, Exp. 1, nº catálogo 3613). En 1798, la Ciudad se muestra contraria a las fiestas de toros para las que el hospital de San Juan está pidiendo licencia y eleva representación al monarca en este sentido. Aunque en este caso se observa también las reticencias a que obtuviese autorización una institución diferente al Regimiento (Ibid., Actas, nº 100, 26-V-1798, ff. 112v.-113r.).

[94] Ventura PÉREZ, Diario de..., p. 470.

[95] Tal importancia concedieron los contemporáneos a estas fiestas que fueron llevadas a la imprenta: Breve noticia de las funciones de toros que la (...) ciudad de Valladolid tiene dispuestas para los días 28, 29 y 30 (...) de septiembre y 1 de octubre (...) de 1796, con las demás inventivas que habrá para divertir al público (s.l. ¿Valladolid?, s.i., s.a.: 1796), citado en Ensayo de bibliografía taurina, B.N.E., Madrid, 1973, 794. No lo he logrado localizar pero su contenido lo recoge Emilio CASARES HERRERO, Valladolid en..., p. 175.

[96] A.M.V., Actas, nº 99, 27-V-1796, f. 139v.

[97] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 631, Exp. 118.

[98] Ibid., Caja 42, Exp. 6 (Real mandamiento ejecutorio en dicho pleito).

[99] Ibid., Actas, nº 87, 16-VIII-1760, ff. 610r.-611v. En 1774 se trata con dos empresarios pero no se llega a ningún acuerdo (A.R.CH.V., Doc. Municipal, leg. 541).

[100] Emilio CASARES HERRERO, Valladolid en..., pp. 177-199.

[101] A veces se prolongaban al martes. Hay que tener en cuenta que existía la costumbre de “guardar el lunes”.

[102] Jorge DEMERSON, La Sociedad Económica de Valladolid (1784-1808), Valladolid, 1969; Luis Miguel ENCISO RECIO, “La Sociedad Económica de Valladolid a finales del siglo XVIII”, en Homenaje al Dr. D. Juan Reglà Campistol, Vol. II, Valencia, 1975, pp. 155-178. No se conserva su documentación, por lo que tenemos que valernos de las escasas referencias a sus funciones de novillos en el Archivo Municipal y en el Diario Pinciano -hay que tener en cuenta que Beristain era miembro de la Sociedad Económica-, donde, como ya he señalado, se describen la primera y segunda función de 1787, además de algunos aspectos de su organización (D.P. I, pp. 305 y 315). También se imprimieron unas de estas corridas, que no he logrado localizar: Noticia verdadera de las corridas de toros que (...) concedidas a la Real Sociedad Económica de esta ciudad y provincia se han de celebrar el 27 y 28 (...) setiembre y 5 y 6 (...) octubre, disposición de hacerlas y demás particularidades que verá el curioso lector, Valladolid, Imp. de Santarem (s.a.), citado en Ensayo de..., 1079.

[103] José María de COSSÍO, Los toros..., tomo I, pp. 668-660.

[104] A.M.V., Actas, nº 96, 5-V-1791, ff. 386v.-370r.

[105] Ibid., nº 93, 14-X-1786, f. 492; Ibid., 17-IX-1787, ff. 766r.-766v.

[106] Ibid., 7-VIII-1786, f. 430v.

[107] Ibid., Cajas Históricas, Caja 63, Exp. 1, nº catálogo 3689.

[108] Ibid., Actas, nº 91, 26-VIII-1781, ff. 384v.-385v. La cofradía pretendía festejar como antiguamente hacía la fiesta de San Juan degollado y utilizar sus beneficios para los reparos de la iglesia y sus fines piadosos.

[109] Jorge DEMERSON, La Real Sociedad..., p. 29.

[110] A.M.V., Actas, nº 92, 20-IX-1784, f. 505v.; Ibid., nº 93, 29-iV-1785, f. 132r.; Ibid., 22-VII-1786, 426r.

[111] Ibid., Actas, nº 93, 23-VIII-1787, ff. 747r.-747v.

[112] 1787 (D.P. I, pp. 350-351); 1788 (A.M.V., Actas, nº 94, 1-VIII-1788, f. 435v.; Ibid., 19-IX-1788, f. 464r.); 1791 (A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 628, Exp. 13); 1792 (Ibid., Leg. 628, Exp. 69).

[113] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 626, Exp. 2 (pleito con el arrendador de las portadas del consistorio por negarse a pagar); Ibid., Leg. 626, Exp. 6 (cuentas). Es la función de la que más información existe en el Archivo Municipal y en la que me voy a basar. Por el Diario Pinciano sabemos la finalidad de los 100 faroles que figuran en las cuentas de dicha corrida (D.P. II, p. 12-13). La Junta de Policía fue creada por orden real en 1786 a iniciativa de la Sociedad Económica y su labor fue fundamental para el embellecimiento y limpieza de Valladolid. Sus miembros eran el Presidente de la Chancillería, el corregidor o teniente, un regidor, un diputado del común. y un individuo de la Sociedad. Mª Dolores MERINO BEATO, Urbanismo y arquitectura..., p. 120.

[114] A.R.CH.V., Doc. Municipal, Leg. 626, Exp. 2.

[115] La carta en respuesta de la Junta de Policía a la Sociedad Económica figura en D.P. II, pp. 118-120.

[116] Ibid., Leg. 631, Exp. 122 (solicitud de útiles al Ayuntamiento para las funciones).

[117] Mª Antonia FERNÁNDEZ DEL HOYO, Desarrollo urbano..., Valladolid, 1981, p.

[118] El precio que pagaban los armadores era 315-400 rs. por las portadas a la sombra y 155-200 de las de sol.

[119] En el consistorio se sentaban 62 personas y era donde menos debido a los balcones presidenciales y las puertas de entrada y de salida de la plaza. Contando 71 portadas cabían como mínimo 4.402 espectadores.

[120] 15.000 espectadores lo señalan los procuradores del común en 1774 (A.M.V., Doc. Municipal, Leg. 541). El barón de Bourgoing ya vimos como indica 80.000 personas.

[121] Francisco LÓPEZ IZQUIERDO, Plazas de toros..., p. 118.

[122] A.M.V., Doc. Municipal, Leg. 628, Exp. 69.

[123] Las reses seguían procediendo de vacadas importantes. En 1787, en la primera corrida eran del Raso de Portillo, pertenecientes a D. Mateo Prado y D. Manuel Muñoz; en la segunda de D. Agustín Díaz de Castro, vecino de Benavente; y en la cuarta de D. Vicente Bello, de Palaciosrubios (Salamanca).

[124] Tablados dispuestos en una parte del ruedo y en los que se hacían representaciones escénicas y donde, en un momento determinado irrumpía el toro. En la tercera corrida de 1787 consistió en una mesa llena de manjares y en dos mujeres, pero también figuraban dos caballos de pasta y don Quijote.

[125] Emilio CASARES HERRERO, Valladolid en..., pp. 118-123.

[126] Manuel DELGADO RUIZ, De la muerte de un dios, Barcelona, 1986, pp. 18-33.

[127] Idem, se apunta esta idea. Se ajusta muy bien a la interpretación de la política festiva del Despotismo Ilustrado como eliminación de elementos y apropiación y transformación de aquellos útiles para el mantenimiento del régimen absolutista que hace M. José del RIO BARREDO, “Control y represión...”, y por ello también se refiere a este autor en cuanto a los toros.

 



ARTÍCULO PUBLICADO EN: GARCÍA FERNÁNDEZ,Máximo y SOBALER SECO, Mªde los Ángeles (cood.)Estudios en homenaje al profesor Teófanes Egido,II, Junta de Castilla y León, Valladolid, 2004.

FOTOGRAFÍA Pepe Hillo ( La tauromaquia ó Arte de torear....1796). En GARCÍA BAQUERO,Antonio y otros, Sevilla y la fiesta de toros, Sevilla, 1994 (2ªed.)



 
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DEL PATÍBULO AL CIELO. LA LABOR ASISTENCIAL DE LA COFRADÍA DE LA PASIÓN EN EL VALLADOLID DEL ANTIGUO RÉGIMEN

Libro. Presentación;

¡A la plaza! Regocijos taurinos en el Valladolid de los siglos XVII Y XVIII

 


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